CVC. Rinconete. M�sica y escena. Regina Pacini, por Santiago Sylvester. (original) (raw)

M�sica y escena

Por Santiago Sylvester

La vida de Regina Pacini, interesante y poco común, fue fiel reflejo de una época. Nació en Lisboa en 1871. Su padre, el barítono italiano Pietro Pacini, estaba casado con una andaluza, Felicia Quintero, y por aquella época trabaja como director escénico en el Teatro Real de Lisboa. La infancia de Regina, y podría decirse toda su vida, transcurrió vinculada al teatro; sobre todo, a la ópera. Su voz excelente, y sus dotes escénicas, la llevaron muy pronto a decidir su carrera profesional como soprano.

Debutó en 1888, cuando estaba a punto de cumplir diecisiete años, en la ópera La sonámbula, de Bellini, interpretando el papel de Amina. Y a partir de ahí su vida fue un constante peregrinaje por los teatros más importantes de Europa.

Uno de esos viajes iba a resultar fundamental para su vida. En 1899 llegó a Buenos Aires, y el uno de septiembre cantó en el Teatro Politeama. Entre el público estaba un joven aristócrata, culto e inmensamente rico, que se llamaba Marcelo Torcuato de Alvear y que, con el tiempo, llegaría a ser presidente de la República Argentina. Quedó impresionado no sólo por la voz de la cantante; la siguió por todo el mundo, llenándole los camarines con flores y obsequios, hasta que se casó con ella, en Lisboa, el 29 de abril de 1907.

Para entender cómo era Argentina en aquella época, y los prejuicios que existían, bastaría recordar la anécdota de que Marcelo T. de Alvear recibió un telegrama firmado por quinientas personas pidiéndole que desistiera de su casamiento con una actriz. Para ser más exactos, habría que agregar que, además del prejuicio, la alta sociedad porteña se había sentido desairada en sus pretensiones de casar a alguna de sus hijas con el joven millonario. Lo cierto fue que el día de su casamiento, en Lisboa, Marcelo T. de Alvear sólo pudo ver a su sobrino Adams Benítez Alvear, ya que el resto de la familia se negó a asistir.

Pero Regina Pacini iba a ser una dignísima primera dama cuando su marido llegara, en 1922, a la presidencia. Siempre tuvo una vida social activa, con mucha asistencia a la ópera, de donde ella provenía; pero, además, no olvidó sus orígenes actorales y concibió la idea de crear una casa que permitiera a los actores desvalidos refugiarse en ella cuando llegara la vejez.

Su marido, el entonces presidente, la apoyó cerradamente en su propósito, y con la ayuda de muchas personalidades del teatro trabajó intensamente en el proyecto. Enrique García Velloso, Enrique Serrano, Florencio Parravicini, entre otros grandes de la escena, la ayudaron a darle forma a la idea, que cuajó en 1938, cuando ya había pasado el momento político de su marido y gobernaba el general Justo. Ese año pudo Regina Pacini inaugurar la Casa del Teatro, que sigue cumpliendo su función hasta hoy, situada en pleno centro porteño, en la Avenida Santa Fe. En su acta de fundación dice: «Este edificio está destinado a refugio y vivienda de todas las gentes argentinas y extranjeras, a quienes mientras residan en la Argentina alcancen la pobreza, la invalidez, la ancianidad, y hayan concurrido alguna vez al desarrollo y esplendor de la vida del teatro�.

Iris Marga, que estuvo en aquella inauguración, cuenta que en esa gran noche estuvieron, entre otros, Lola Membrives, Paulina Singerman, Enrique Muiño, Luis Arata y Esteban Serrador; y que las cocineras (puesto que fue una cena) fueron la propia Iris Marga, Luisa Vehil y Maruja Gil Quesada.

Hoy se cobijan allí cincuenta personas, que son parte de la historia del teatro argentino. Por la prensa se sabe periódicamente que esta Casa no pasa por sus mejores momentos, ya que está en el centro de los recortes y de la falta de subsidios. Pero mientras dure, y esperamos que sea por muchos años, siempre habrá un homenaje permanente para aquella soprano portuguesa que llegó a ser una excelente primera dama de nuestro país.

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