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- Un auspicio (del latín:"Avís"-ave- y el verbo "spicio"-ver, mirar"- auspicium de auspex, literalmente «el que mira a los pájaros», plural. auspicia) es un tipo de augurio ya familiar en tiempos del rey de Alasiya, en Chipre quien, en las cartas de Amarna (Siglo XIV a. C.) tiene necesidad de que se le envíe un «adivino de águilas» desde Egipto. La práctica primera, autóctona, de adivinar por signos de las aves, es familiar en la figura de Calcas, el adivino a través de las aves de Agamenón, quien había guiado al ejército (Ilíada I.69) y fue ampliamente reemplazado por la adivinación a través de la inspección del hígado de la víctima sacrificada — arúspices— durante el período orientalizante. «Por Platón sabemos que la hepatoscopia gozó de mayor prestigio que el augurio por las aves». En la antigua Roma, un auspicio fue un signo de los dioses, interpretado por un augur. Un augur llevaría a cabo una ceremonia (conocida como «tomar los auspicios») y leería las pautas de las aves en el cielo. Dependiendo del pájaro, los auspicios de los dioses podían ser favorables o desfavorables (auspiciosos o inauspiciosos). A veces, sobornados o por motivos políticos, los augures fabricarían auspicios desfavorables para retardar ciertas funciones estatales, como las elecciones. Uno de los más famosos auspicios es el que se relaciona con la fundación de Roma. Cuando los fundadores de Roma, Rómulo y Remo, llegaron al Palatino, discutieron sobre dónde querían exactamente alzar la ciudad, en el estratégico y fácilmente fortificable Aventino. Los dos estuvieron de acuerdo en decidir la discusión probando sus habilidades como augures y por el deseo de los dioses. Cada uno se sentó en el suelo, separados entre sí y, según Plutarco, Remo vio seis buitres, mientras que Rómulo vio doce. Según Juan Bautista Carrasco, los adivinos ceñían su cabeza con coronas de laurel, porque este árbol estaba consagrado a Apolo, y además llevaban un ramo de lo mismo en la mano, a veces masticaban sus hojas, su alimento ordinario eran las partes principales de los animales proféticos; las cabezas de los cuervos, buitres. En el Pritaneo de Atenas se sostenía a los adivinos a expensas del Tesoro público. Los parajes en que funcionaban los adivinos se nombraban Entheus, Entheatus y Thalamos en Grecia, así como Fanum, en Roma, era el sitio destinado para rendir los oráculos. Entre los Romanos, además de los fanáticos y fatuarios, los , augures, arúspices, extispices y , eran los principales ministros que profesaban la ciencia adivinatoria, reducida especialmente a los auspicios llamados después augurios y también a la aruspicina, de la cual se sacaban igualmente los presagios. Plinio el Joven atribuye la invención del auspicio a Tiresias, famoso adivino natural de Tebas, modelo genérico de un vidente en la cultura literaria grecorromana y primer nombre que en un principio llevaron los augures. Por auspicare, esto es, ab aviuin aspecto o avispicium voz derivada de inspicere es decir mirar, se entendió en los primeros tiempos mirar, consultar y predecir sobre el vuelo de las aves. Algunos autores han confundido la ciencia auspicina con la augural, que es la Menachesh, que la Escritura dice, profesaban los Caldeos como arte particular que aprendieron los Griegos, y estos comunicaron a los Etruscos y de estos se trasmitió a los Latinos, en cuyo país mereció gran consideración en tiempo de Ascanio (hacia 60 a. C.), cuando este príncipe al observar hacia el lado izquierdo de su campamento, que brillaba el relámpago, dio una encarnizada batalla a Mexencio, tirano de los Tyrrhenios, en la cual éste fue derrotado completamente. El uso de los auspicios en los romanos data de Rómulo, porque es sabido que este príncipe los consultó antes de poner los cimientos de Roma, y que por una ley prohibió expresamente a todos los funcionarios que admitieran ningún cargo o empleo público, incluso la misma dignidad real, sin haber antes obtenido los auspicios favorables. Esta práctica adivinatoria fue observada con la mayor escrupulosidad en tiempo de Tarquinio Prisco (133 de Roma – 578 a. C.), a causa de la superchería atribuida al célebre , de haber partido una piedra con una navaja de afeitar: de modo que para la creación de los magistrados, declarar y emprender la guerra o la celebración de los comicios, era indispensable que le precedieran los auspicios. Esta ley de Rómulo dictada por la política, con el designio de erigirse en árbitro para declarar buenos o malos los presagios, porque en sí arrogó el carácter y las funciones de augur, fue observada estrictamente en tiempo de la República romana, hasta que los tribunos, logrando entrar en la participación y libre ejercicio de los cargos y dignidades que servían los patricios, privó a estos de uno de los varios resortes que empleaban para saciar su ambición. Los auspicios siempre necesarios para todos los negocios públicos y privados, incluso para la celebración del matrimonio, como dice Cicerón, sufrieron modificaciones conforme los objetos y maneras en que se practicaban. (es)
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