Fanfic: Por Más Que Para Siempre (Capítulo 1) (original) (raw)
Título: Por Más Que Para Siempre.
Capítulo 1/3: Adelheid.
Fandom: Hetalia.
Personajes: Suiza, Austria y OC's.
Género: Romance, Histórico, AU.
Advertencias: Los personajes son humanos, no países. Uso de la versión nyo de uno de ellos.
Resumen: Un romance medieval protagonizado por dos personas muy diferentes nacidos en un periodo de conflictos entre suizos y austriacos.
Palabras del capítulo: 3,721.
Aclaración: Hetalia: Axis Powers, título comercial, pertenece a Hadekaz Himaruya, Studio DEEN y sus respectivos socios y derivados comerciales. No busco beneficio alguno al escribir y publicar esto más que el placer de hacerlo y la esperanza de que sea leído y guste. Fin.
Notas: Este fic está ambientado a principios del siglo XV, es decir, por el 1400 y pico. Decidí escribirlo para conmemorar el aniversario número 600 de la toma de Argovia por parte de los suizos. Como breviario cultural, Argovia era un importante territorio dominado por austriacos, particularmente por la familia Habsburgo, durante siglos hasta que fue conquistado en el 1415 por los suizos, expulsando a los Habsburgo de ahí.
A pesar del motivo que me ha llevado a escribir este fic, carece de exactitud histórica ya que tuve que tomarme varias licencias para beneficio de la trama, en su momento iré aclarando las circunstancias del entorno y los cambios que hice para hacer más comprensible la historia (y para no olvidarlo yo misma, que no tengo anotación alguna). Aunque sí me esforcé mucho para terminarlo antes de que acabara el año.
Esta historia es ficción, cualquier parecido con la realidad favor de avisar para disfrutar de la coincidencia.
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AO3
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Contemplaba el paisaje desde la ventana de una de las torres, siguiendo con la mirada el camino que rodeaba el lago esperando ver a lo lejos si se acercaba la comitiva proveniente de Zug pero aún no veía nada. Suspiró, claro que aún no veía nada, apenas amanecía y se esperaba su llegada hasta dentro de unas pocas horas, pero él estaba ansioso, pronto su vida cambiaría permanentemente, para bien o para mal; según sus padres era para bien, cosa que era respaldada el Consejo de Príncipes y, por lo tanto, por todos los demás nobles que les rodeaban. De hecho se diría que era una necesidad apremiante en ese momento, más que un simple trato, como se le consideró hace 16 años cuando se tomó la decisión.
Dejó su puesto vigía para bajar al desayuno que no tardaría en servirse, la actividad ese día pronto empezaría y seguramente su madre estaría sumamente ansiosa por los acontecimientos e insistiría en revisar (una vez más) que no se le escapara nada del protocolo.
Mientras caminaba veía a los sirvientes apagando las antorchas en los pasillos donde la luz matutina permitía prescindir de ellas, así mismo su paso provocaba reverencias y humildes saludos que él no devolvía ni le provocaban detenerse.
Al llegar al comedor descubrió a su madre amedrentando a unas mujeres de la servidumbre por considerar que los cubiertos de plata que se usarían esa noche no estaban lo suficientemente pulidos, al parecer había decidido empezar desde temprano con sus inspecciones y agradeció internamente el no tener que ocuparse de aquellas cosas de mujeres así que simplemente se sentó a esperar que su padre decidiera aparecerse y que su madre terminara para comenzar el desayuno, mientras esperaba rememoraba una vez aquello que no dejaba su mente desde hace días.
A sus 18 años Roderich ya era considerado un hombre hecho y derecho del que se esperaban grandes cosas, su padre el Duque de Austria gozaba del favor del imperio que apoyaba sus decisiones ya que hasta ahora su trabajo había sido efectivo, y entre sus decisiones se incluía el comprometer a su único hijo para casarse con la hija de un noble suizo de Zug con el objetivo de afianzar los lazos con aquella raza impulsiva y humilde que tantos problemas les estaban trayendo desde hace ya dos centurias.
Roderich entendía, claro que entendía, Argovia estaba en una situación delicada, como cabeza de los territorios austriacos en tierras suizas no eran muy bien vistos pues los suizos eran orgullosos, o más que orgullosos eran unos revoltosos que odiaban acatar “órdenes de extraños”, como ellos mismos decían, era por ello que a algunos suizos destacados en la sociedad helvética y que accedían a alinearse con las políticas austriacas pacíficamente eran premiados con pequeños títulos nobles con los que podían gobernar en sus regiones bajo la protección austriaca, codearse con otros nobles (suizos y austriacos) e ir subiendo en el escalafón hasta llegar a la corte del Emperador.
El caso de su prometida era uno así, o más bien, el caso de su familia; descendientes de los clanes que habían fundado la ciudad de Zug hacía unos 200 años heredaron de otra ciudad el poder para gobernar la zona y con ello alcanzaron un título nobiliario, aunque poco después hicieron un pacto amistoso con los primeros cantones independientes de Suiza habían logrado conservarse dentro de la nobleza hasta ahora gracias a que seguían perteneciendo a los dominios Habsburgo y actuaban como mediadores entre territorios suizos y austriacos, incluso el actual Conde de Zug gozaba de la simpatía de ambos.
Recordaba que desde que conoció a su prometida ésta se destacó por la diferencia cultural entre ambos, la familia de ella se encontraba muy apegada a la cultura suiza por lo tanto la entonces niña estaba acostumbrada a la vida campesina, aunque estaba bien educada.
Salió de sus pensamientos cuando les anunciaron que la comitiva se Zug estaba llegando, no se había dado cuenta de que se quedó tan ensimismado que el desayuno pasó sin notarlo y que incluso habían levantado la mesa y que su madre llevaba quizás dos horas hablando y regañando gente sin parar.
La familia real, compuesta solamente por Roderich y sus padres, se apresuró a levantarse para ir a recibirlos.
Salieron por la puerta principal justo a tiempo para verlos llegar seguidos por una polvareda, era un grupo compuesto de apenas unos cuantos hombres a caballo y detrás, a lo lejos, se alcanzaba a ver una comitiva más grande que incluía carruajes avanzando por la orilla del lago, Roderich supuso que estos jinetes, guardias según la ropa que vestían, habían decidido adelantarse. Al frente del grupo venía un hábil jinete que al principio Roderich no reconoció debido a que llevaba sombrero y a las cabriolas que realizaba que impedían poderle ver fijamente, aunque sí notó que no iba vestido de guardia como los demás sino de una manera más elegante. Fue hasta que éste se detuvo frente a él y bajó del caballo de un brinco que supo quien era.
─¿Basch? ─preguntó enarcando una ceja con incredulidad ¿que pretendía?
─Esperaba un mejor saludo que ese ─fue la respuesta que recibió al tiempo que Basch se quitaba los guantes y saludaba con una reverencia, detrás de él el resto de los hombres también iban descendiendo de los caballos y la servidumbre del castillo los iba recibiendo para atenderlos. Roderich carraspeó y miró de soslayo a sus padres que a su vez los estaban observando, su madre lucía escandalizada y su padre divertido, nada nuevo.
─Pasa por favor ─invitó haciéndose a un lado para permitirle la entrada al castillo─, deben estar cansados… ¿tu padre…? ─inquirió al no ver al Conde de Zug entre los jinetes.
─Viene detrás, en el carruaje, se torció el pie hace un par de semanas y preferimos que viajara así a que viniera a caballo ─respondió entrando al conocido castillo con Roderich detrás.
─Entiendo, no debe estar muy contento.
─Para nada…
─Ahora, lo segundo que me gustaría saber es por qué no estás usando el vestido que te envié, Heidi ─Basch se detuvo de golpe y giró con violencia mirándolo con enfado.
─No me llames Heidi ─Roderich sonrió con diversión malsana.
─Pero es tu nombre, He-i-di ─repitió lentamente a su prometida, sí, su prometida… vestida de varón…
“Heidi”, o más bien, Adelheid Zwingli, hija del Conde de Zug que había sido elegida como su esposa desde el día en que ella naciera hace 16 años, aunque los principales afectados no se enteraron sino hasta años después. Cuando fueron presentados ella tenía dos años y él cuatro pero nunca olvidaría el modo peculiar en que conoció a la niña.
El padre de Adelheid había organizado una cacería entre los nobles austriacos y los pocos suizos de aquellas tierras, incluido por supuesto el gobernador de Argovia. Al llegar al hogar de los Zwingli sólo los recibió el Conde, Roderich sabía que su esposa estaba delicada de salud así que a nadie extrañó que no estuviera acompañando al Conde, sin embargo sí esperaban ver a su pequeña hija pero no se le veía por ningún lado, no fue sino hasta que su padre, el Príncipe, y él hubieron bajado del carruaje, refugiándose del sol bajo un árbol, y su comitiva entregase sus caballos y demás pertenencias que el Conde llamó en voz alta a su hija para que saludara a los visitantes, Roderich gritó cuando, de entre las ramas del árbol que le hacía sombra cayó algo, o más bien, alguien brincó desde la copa del árbol al suelo, una niña de corto cabello rubio con el vestido mal acomodado y sucio de tierra y con hojitas del árbol pegadas, ella apenas le dirigió una mirada antes de correr donde su padre quien la regañó por haber estado trepando árboles cuando esperaban invitados, sin embargo la expresión del Conde no era de enfado, más bien parecía feliz. Tiempo después reflexionaría que su felicidad y permisividad ante las diversiones de su hija se debían a la salud de la niña, llena de vida y energía a pesar de ser nacida de una madre frágil y enferma.
Posteriormente, una vez que los adultos fueran a su cacería y los niños quedaran al cuidado de la poca servidumbre de la casa del Conde, empezaron a conocerse, él no sabía como hablarle, en las pocas horas que llevaban de haber sido presentados Adelheid había demostrado ser muy diferente a las niñas a las que estaba acostumbrado quienes a la misma tierna edad de Adelheid ya tenían institutrices para enseñarles buen comportamiento, canto y prepararlas para empezar a tocar instrumentos, bailar, y un sin fin de gracias encaminadas a hacer más amenas sus futuras vidas casadas con otro noble. La ventaja que les otorgó su edad fue que no les costó mucho trabajo romper el hielo y de algún modo Roderich terminó siendo arrastrado por Adelheid a correr por los campos que rodeaban la casa, a Roderich le pareció extraño lo pequeña de la casa en comparación con otras que conocía, por no mencionar el castillo en el que vivía, también por la escasez de servidumbre y por como Adelheid se relacionaba amistosamente con todos ellos e incluso con los campesinos siendo que a él desde que tenía uso de razón le habían enseñado que estaba por encima de la gente promedio y que no debía hablar con los sirvientes si no había necesidad.
En aquel entonces, siendo apenas unos niños, Adelheid se quejó por que el vestido se le atorara entre las ramas y lo estorboso que era, fue a él a quien se le ocurrió la idea que se pusiera de su ropa, ella no lo pensó dos veces y aceptó la propuesta, ambos eran pequeños e inocentes y usaban lo que los mayores decían que debían usar, ninguno veía nada de malo en que la niña usara algo más cómodo si iba a corretear por ahí, si trepaba árboles, si cruzaba riachuelos corriendo y si el vestido se le atoraba y enredaba cada dos por tres. En retrospectiva, Roderich tenía la culpa de la “peculiar afición” de su prometida.
Cuando fueron descubiertos por sus padres y el resto de los invitados a la casería se desarrollaron diversas reacciones, la primordial era enfado pues una niña no debía llevar ropas de niño, ellos no entendían que estuvo mal pero Roderich se sintió muy culpable por aquellas miradas reprobatorias, por como la señalaban, por los cuchicheos y por que sus padres reprendieron al Conde por dejar que su hija se vistiera así y luego lo regañaron a él cuando confesaron que él había sido el de la idea.
Meses después, cuando volvieron a verse, esta vez por una visita del Conde al castillo de Argovia, Adelheid sorprendió a todos al bajar del carruaje con ropas de niño. La madre de Roderich se escandalizó, claro, más aún cuando Adelheid se negó rotundamente a usar sus vestidos cuando la mujer se lo ordenó, el Conde tuvo que explicar que terminó cediendo a ese “cambio de estilo” debido a que Adelheid terminaba arruinando sus vestidos cuando salía a jugar o lastimándose a ella misma cuando se atoraba por ahí, además aclaró que tenían un acuerdo: mientras no fuera estrictamente necesario usar ropa de niño ella usaría sus vestidos.
El tiempo pasó y ambas familias se visitaron con relativa frecuencia, la mayoría de las veces era el Conde quien se trasladaba a Argovia, debido a que las responsabilidades del Príncipe eran mayores. Adelheid demostró ser poseedora de un contraste interesante pues a pesar de lo inquieta que era y de lo mucho que disfrutaba estar al aire libre cuando la situación lo requería se comportaba como una perfecta señorita y la madre de Roderich rara vez tenía quejas sobre sus modales; además de que la niña, aunque se quejara con Roderich, ponía empeño en las diversas clases que le impartían; al joven heredero le extrañaba mucho, a su parecer el estilo de vida de Adelheid era mucho más sencillo para las enseñanzas que le estaban inculcando, claro que ese misterio no lo resolvería hasta mucho después.
Por otra parte, se acostumbró a que en cuanto quedaban libres de obligaciones Adelheid aparecía vestida de niño y lo arrastraba a jugar. La mayoría del tiempo que convivían así a Adelheid la confundían con otro niño debido a su comportamiento poco femenino al jugar y a que, además de su educación común también estaba aprendiendo artes belicosas y otras actividades varoniles sin embargo en cuanto su nombre era mencionado otras personas no tardaban en averiguar que se trataba de una niña y eso terminaba acarreándoles problemas. Fue Adelheid quien encontró como solucionarlo: adoptó un nombre masculino para usar cuando se vestía así. Un día cualquiera de visita ella lo recibió con aquella noticia, desde entonces, cuando ella usaba ropa masculina se llamaba “Basch”.
Roderich descubrió que al usar ese sobrenombre se ahorraban muchos problemas pues los demás se convencían de que era otro niño, además de que cuando se reunían con otros chicos ella podía ir a la par, más de una ocasión Roderich se preguntó cómo era el estilo de vida de Adelheid cuando estaba en su casa que no tenía problemas en seguirles el paso.
Su infancia transcurrió con Adelheid como una constante, siempre pensó que la convivencia con ella era mayor gracias a que sus padres notaban lo bien que se llevaban, era normal verlos realizar toda clase de actividades juntos a pesar de que las obligaciones que tenían aumentaban con el tiempo.
Sin embargo, todo había cambiado hace pocos años, cuando ella tenía once y él trece, en una de tantas visitas que realizó el Conde a Argovia fueron llamados en presencia del Duque, de su esposa y del mismo Conde, nunca esperaron la noticia que les dieron…
La boda estaba planeada para cuando tuvieran 14 y 16 años de edad.
Roderich nunca olvidaría lo que sintió en ese momento, una impresión tal que le puso pesado el estómago, le dejó la mente en blanco y no supo como reaccionar. Lo primero que hizo fue voltear hacia Adelheid, que a su vez lo miraba como si se trataba de un extraño ¿él había tenido una expresión similar?
Decir que esa declaración provocó que su amistad se viniera abajo era poco, a sus 13 años nunca había considerado la posibilidad de que Adelheid fuera algo más que su amiga y estaba seguro que ella pensaba igual, claro que había pensado casarse pero siempre creyó que tendría una esposa austriaca.
Muchas cosas cambiaron de un día para otro, ya no sabían como tratarse, la Duquesa insistía en que Adelheid necesitaba mejorar su comportamiento y ser mas femenina. En un solo día tanto hablar de como sería su vida luego de casarse y convertirse en Duquesa de Austria acabaron con los nervios de Adelheid que poco le faltó para arrojarle algo a la mujer y los Zwingli tuvieron que apresurar su partida debido al ánimo de Adelheid.
No volvió a verla hasta pasados tres años.
Poco después de que se Adelheid cumpliera 14 el Conde llegó a Argovia con una importante solicitud: aplazar la boda dos años. La razón que expuso fue su preocupación por la salud de su hija, que aunque siempre fue envidiable el hombre tenía la experiencia de su esposa a quien desposó a sus 14 años, que tuvo a Adelheid a los 15 y que después su salud ya no se recuperó, deteriorándose hasta que murió cuando la niña tenía tres años. Los Duques aceptaron la propuesta y en agradecimiento el Conde organizó en su casa algunas celebraciones que incluían cacería y pequeños torneos.
Cuando asistieron a aquellas celebraciones, Roderich había esperado ver en Adelheid una dama como la que esperaban que se casara con él pero en todos los días que duraron las celebraciones solamente vio a “Basch”, no entendía por qué la reticencia a mostrar su lado femenino durante esa ocasión, la única conclusión a la que llegó era que se trataba de su manera de mostrar su disconformidad ante el compromiso y no supo como tomarse eso, es decir, no es que él lo hubiera aceptado con alegría y optimismo, pero había tenido tres años para trabajar en ello y aceptar que, quisieran o no, iban a casarse. ¿Amor? No, definitivamente no. ¿Cariño? ¿Estima? Sí, no podía dejar de ver en ella, a pesar de su forma de vestir y actuar, a la amiga con la que había compartido su infancia. Pero al parecer para ella ya ni siquiera eso quedaba ¿cómo es que había dejado que una decisión tomada por los padres de ambos acabara con la amistad que tenían? Él había intentado acercarse pero ella respondía sólo con hostilidades. Claro, suponía que también había intervenido el hecho de que aprendiera a hacerla enojar y divertirse a costa suya, sobretodo cuando la llamaba “Heidi”, sobrenombre que ella detestaba.
Sea como fuera, en esos cinco años de alejamiento Roderich había tenido mucho para reflexionar en cuanto a su compromiso.
Ahora sabía que éste tenía un fin más estratégico y político que fraternal, después de todo, el Conde era una figura respetada por los suizos y querida por los austriacos, el imperio entero necesitaba esa conexión con aquellos suizos alborotadores, una figura amiga que los apaciguara, la unión entre una noble suiza y uno austriaco los haría sentirse más iguales, o eso esperaban.
También se dio cuenta de que la razón por la que ellos convivieron tanto de niños fue para afianzar los lazos, que se conocieran y llevaran bien. Eso funcionó pero nunca contaron con la reacción de Adelheid ante ello, fiel a su origen helvético ella reaccionó como animal herido, quizás también vislumbró el motivo detrás de su fomentada amistad y futuro matrimonio y se había ofendido por ello. No la culpaba. Y viéndolo así podría entender su comportamiento dada su explosiva personalidad, pero aún así le molestaba el hecho de que ella decidiera tratarlo con tal hostilidad siendo que no tenía la culpa de nada.
Sin embargo, a pesar de los malos tratos de ella, él estaba dispuesto a esforzarse para llevar la fiesta en paz. Fue por eso que cuando la fecha de la boda se acercó y, con ella, la visita de los suizos, le envió a su prometida un vestido de regalo con una nota donde le decía que esperaba verla usarlo cuando se reencontraran y le pedía amablemente que recordara los buenos años pasados juntos.
Ahora que la veía suponía que no se había tomado a bien los comentarios pero ¿cómo iba a saberlo? Esa mujer era se había vuelto completamente impredecible, sentía que ya no la conocía.
Sea como fuera, y pasado el incidente de la llegada de Adelheid, las cosas transcurrieron con normalidad, ella se comportó con educación y junto con su padre se instalaron pues la boda sería en un par de días, mientras tanto Adelheid dormiría en una habitación lejana a la suya.
Pasaron el día hablando de los preparativos, para su madre fue un alivio encontrar a alguien dispuesto a escuchar todo lo que había preparado: el Conde; pues tanto a Roderich como al Duque ya los había hartado de repetir una y otra vez los detalles, y Adelheid no parecía interesada en participar de ello a pesar de que era la principal afectada pues la Princesa no sólo había planeado cada detalle de la boda sino que ya tenía elegidas a las damas que le servirían y en qué invertiría su tiempo libre, Roderich y su padre habían tenido que insistirle mucho en que primero hablara con la chica, averiguara como era y tomaran decisiones juntas pues con el carácter de Adelheid dudaban que tomara de buen modo tantos planes sin embargo la mujer Edelstein ignoró sus recomendaciones y estaba dispuesta a imponer lo que le parecía adecuado.
Cuando llegó la hora de arreglarse para la cena fue evidente el alivio que sintió Adelheid quien casi corrió escaleras arriba para alejarse de la Duquesa, a Roderich le causaba mucha gracia su comportamiento, sólo esperaba que decidiera ponerse un vestido para cenar si no quería que su madre la devolviera y le impidiera pasar al comedor hasta adecentarse.
Fue cuando anunciaron que la cena estaba servida que ella apareció, los adultos se adelantaron al comedor y él esperó al pie de las escaleras cuando escuchó sus pasos. No creyó lo que sus ojos vieron aparecer en lo alto. Finalmente Adelheid se había puesto que le envió: azul oscuro con bordados, a la última moda, se le ceñía levemente al cuerpo y a los brazos insinuando la figura que tanto había ocultado, esbelta y bien proporcionada; sobre el cabello un manto que caía hasta el suelo pero tan fino que dejaba ver sin problemas su largo cabello rubio. No veía su cabello desde hace años pues la última vez que se encontraron ella siempre lo había llevado bajo un sombrero, ahora estaba tan largo que llegaba a sus muslos; la falda caía amplia desde su cintura hasta el suelo pero que no le constituía ningún problema al andar a pesar de lo tosca que pareció hace sólo un rato cuando subió. Todo el conjunto era coronado con un poco de color que había sido colocado delicadamente en su rostro.
Fue como si todo lo que creía, lo que había esperado ver en Adelheid a la edad de 16 años, se esfumara. Aquella no era la niña con la que había crecido, ni siquiera la jovencita hostil que se negaba a hablarle hace dos años, en su lugar se presentaba una delicada doncella. Se dio cuenta de que las pocas objeciones que le quedaban en contra del matrimonio arreglado estaban siendo invalidadas, la niña, su amiga, “Basch”… todo eso quedaba en el pasado y en su lugar se alzaba esta hermosa dama. Todos esos años se había preocupado por como trataría a Adelheid en calidad de esposa y si acaso podría ir más allá de la fraternidad infantil, ahora lo sabía.
Ante sus ojos estaba una mujer.
Una mujer hecha y derecha, Adelheid había crecido para convertirse en una bella mujer, y en su mente supo que delimitaba la diferencia entre “la niña” y “la mujer”, entre la “amiga” y la “esposa”, supo que podía ser un querer diferente, se supo perdido.