Fanfic: Por Más Que Para Siempre (Capítulo 2) (original) (raw)

Título: Por Más Que Para Siempre.

Capítulo 2/3: Roderich.

Fandom: Hetalia.

Personajes: Suiza, Austria y OC's.

Género: Romance, Histórico, AU.

Advertencias: Los personajes son humanos, no países. Uso de la versión nyo de uno de ellos.

Resumen: Un romance medieval protagonizado por dos personas muy diferentes nacidos en un periodo de conflictos entre suizos y austriacos.

Palabras del capítulo: 3,407.

Aclaración: Hetalia: Axis Powers, título comercial, pertenece a Hadekaz Himaruya, Studio DEEN y sus respectivos socios y derivados comerciales. No busco beneficio alguno al escribir y publicar esto más que el placer de hacerlo y la esperanza de que sea leído y guste. Fin.

Notas: Esta historia es ficción, cualquier parecido con la realidad favor de avisar para disfrutar de la coincidencia.

Sé que el apellido humano "oficial" de Austria es Edelstein, sin embargo para fines de esta historia se lo cambié por Habsburgo, como comentaba en el capítulo anterior ellos gobernaban en muchas zonas de lo que hoy es Suiza y la más importante fue Argovia debido no sólo a que el paso entre Austria y la Confederación Helvética sino por que era el lugar donde los Habsburgo tenían su castillo más importante y donde vivieron durante siglos. De hecho aún existen muchos castillos en Suiza que fueron edificados por Habsburgo.

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AO3

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Mientras avanzaba por el pasillo de la iglesia con aquel pesado vestido, mirando a quienes le esperaban al final, luchó por mantenerse seria, rogó que ningún sonrojo le cubriera el rostro y que su prometido se comportara a la altura de las circunstancias y no intentara tomarle el pelo como había hecho sin parar los dos últimos días, mismos que le habían pasado demasiado rápidos y en los que, gracias a Roderich, había experimentado todos los niveles de rojo en su rostro.

El comportamiento de Roderich desde que se habían reencontrado le confundía y generaba diversos pensamientos tanto positivos como negativos, había comenzado a tratarla de una manera poco común, al menos en comparación al trato al que estaba acostumbrada. Mientras que durante su infancia él siempre fue amable y, hasta cierto grado, pasivo, luego de que se enteraran de su compromiso y que dejaran de verse durante años (y lo admitía, había sido por su culpa) había pasado a ser bromista y a tomarle el pelo en cada ocasión con un humor sarcástico y altanero, lo que más le frustraba era que no importaba como reaccionara o cuantas amenazas le lanzara él seguía impasible y con esa sonrisa insoportable. Pero esos últimos dos días previos a la boda su comportamiento había tenido otro cambio, esta vez por uno estremecedor, al menos para ella: continuaron las bromas pero ésta vez las realizaba con cumplidos y comentarios que la hacían sonrojarse para después hacer algún comentario sobre su rostro enrojecido o sonreír autosuficiente. No dejaba de decirle los bien que se veía con vestido, que le gustaba su largo cabello o como le había maravillado oírla cantar (cosa que hizo casi obligada por la Duquesa).

Dio un último vistazo a su futuro esposo cuando llegó al final del pasillo para después centrar su atención en el sacerdote. Roderich se veía muy guapo y le había sonreído con amabilidad… oh, si tan sólo no estuviera convencida de que Roderich sólo se casaba por el compromiso político y no porque lo quisiera, aunque sabía perfectamente que él era demasiado educado como para decirlo, pero ambos lo sabían, sí, bien que lo sabían, a pesar de lo que lo que su corazón dictara ella sabía lo que ese matrimonio era.

Había tenido una feliz infancia, a pesar de su madre, una mujer enferma que rara vez podía salir de la casa pero cuya fragilidad se compensaba con su carácter recio gracias al cual logró domar a la rebelde niña que hacía lo que quería cuando ella no le veía, aún si después le cobrase las travesuras. Desde que nació tuvo comiendo a su padre de su mano quien rara vez llegó a negarle algo, como el hecho de que quisiera usar ropa de varón desde una edad muy temprana. De hecho, había sido gracias a su madre que finalmente se llegó al acuerdo de que sólo la usaría cuando sus actividades le impidieran usar vestido.

La muerte de aquella mujer había sido un golpe duro para los Zwingli, tanto que aún lo recordaba perfectamente aunque había sido algo ocurrido cuando tenía tres años. Aún así su madre se había asegurado de dejarle una institutriz que la educara y no permitiera que el Conde la malcriara. Años después ella reflexionaría que los importante de su educación había sido impulsado más que nada para prepararla como la futura esposa del Príncipe de Argovia.

Creció con Roderich como una constante en su vida, le encantaba su compañía pues era el único además de sus padres que no la juzgaba por su manera de ser, quién no le agradaba era la madre de su amigo, una mujer severa que siempre reprobaba su comportamiento demasiado rebelde y muy poco femenino. Era un desagrado mutuo pues nunca hacía caso de sus recomendaciones.

Fuera de eso su vida en Zug fue bastante campestre, iba y venía como una campesina más y todos en los pueblos cercanos le conocían, su padre era muy querido y ella también lo era. Aunque no le correspondía terminó aprendiendo las labores del campo y a pesar de que la ropa masculina era su preferida terminó tomándole cierto gusto a los ligeros vestidos del campo.

Su primer enfrentamiento con el compromiso no fue nada fácil.

Entre sus pensamientos nunca rondó alguno relativo al matrimonio, aún cuando había personas que no paraban de hablar de eso, y al ser mujer nunca faltaba quien comentara que un día se casaría o que esperaban tuviera un buen partido, ella los ignoró a todo.

Que un día cualquiera les dijeran a ella y a Roderich que estaban comprometidos le hizo pensar que casi estaban jugando, de hecho su querida nana a veces la bromeaba diciéndole que si era tan unida a Roderich quizás terminarían casándose.

Pero no era ninguna broma, de verdad era su destino sin remedio, ella, que todavía se consideraba una niña libre de responsabilidades y en un lapso de tan sólo tres años le exigían estar lista para contraer matrimonio y ser la siguiente Duquesa de Argovia. Su futura suegra no se lo puso nada fácil, la atosigó a tal grado que tuvo un colapso nervioso ese mismo día y terminó rogándole a su padre que volvieran a casa. Su despedida fue casi nula y a Roderich sólo le dedicó una mirada de desesperación.

Una vez en casa apenas pasaron un par de días cuando se dio cuenta de que la amistad que tenía que el niño austriaco había sido convenientemente provocada y terminó teniendo una fuerte discusión con su padre, sentía que había sido engañada para quererlo pues su relación como matrimonio funcionaría mejor si se llevaban bien desde antes. Pero ella no sólo se llevaba bien con él, también lo quería muchísimo, no tanto como a su padre o a su madre pero sin contar a su pequeña familia era su persona más querida y resultó ser una mentira. No dejó de quererlo de un día para otro pero sí sentía que jamás podría quererlo como a un hombre, como a un esposo…

Rogó a su padre que deshiciera el compromiso pero aquel hombre que nunca le había negado nada esta vez fue firme y le hizo entender que esta vez tenía que cumplir y que debía hacerse a la idea.

No ayudaba el hecho de que el compromiso se hiciera público y hubiera gente que no se contenía en hacer comentarios despectivos acerca de que los austriacos sólo la querían como una estrategia política.

Nunca fue una romántica pero eso definitivamente mató las pocas expectativas que tenía sobre el romanticismo.

Conforme se acercó su catorceavo cumpleaños empezó a sentirse cada vez más ansiosa, no se sentía nada lista para contraer nupcias a pesar de haber aceptado que eso ocurriría quisiera o no. Una vez más rogó a su padre pero esta vez para pedirle más tiempo, le costó pero finalmente logró que hablara con los Edelstein y le fuera concedido más tiempo. A cambio tuvieron que organizar una serie de juegos y fiestas en casa, no era algo que solieran hacer pues preferían convivir con la gente del pueblo pero si era el costo a pagar asumiría el precio.

Nunca imaginó que cuando arribaron los Habsburgo se encontraría con un totalmente cambiado Roderich, ella no estaba en ningún árbol en esa ocasión pero tampoco estaba arreglada, de hecho estaba vestida de varón con el cabello oculto bajo un sombrero cuando llegaron. Era la primera vez que veía a su viejo amigo desde hace tres años y al igual que la última vez que se vieron se quedó sin habla.

Roderich estaba en las puertas de la adultez, estaba mucho más alto de lo que pensó, su rostro había perdido todos los rasgos infantiles que aún tenía a los 13 años y ahora lucía maduro y varonil; su porte estaba más recto y elegante, se movía con gracia pero al mismo tiempo imponente.

El corazón de Adelheid latió como nunca lo había hecho, dejó a un niño en Argovia y ahora venía a Zug un hombre… o al menos así se sentía.

Si antes no sabía cómo debía comportarse ahora estaba completamente perdida y al final terminó comportándose maleducada y hostil, además el hecho de que Roderich no perdiera oportunidad para tomarle el pelo sólo la ponía más nerviosa y sin saber cómo o qué contestarle su hostilidad aumentaba, estaba segura de que al final de los juegos se había ganado el odio de Roderich pero también algo cambió dentro de ella pues ahora sabía que podía ser su esposa ya que lo que ella consideraba más difícil, el quererle de un modo especial, ya lo había logrado.

Sin embargo había otra cosa que se resistía a ceder y eso era su libertad, tenía dos años para disfrutar de todo lo que le gustaba ser y una vez que se casara se alinearía con todo lo que se esperaba de ella. A ese acuerdo llegó con su querido padre, un acuerdo algo extremo si se veía exteriormente pero que él aceptó por la salud mental de su hija y por que por fin la veía aceptar completamente su destino. A ella se le permitiría ser "Basch" durante los dos años que le quedaban pero sin descuidar su educación. Aquella cabalgata que realizó desde Zug hasta Argovia en los días previos a la boda fue el adiós a todo lo que dejaba en su casa natal, estaba preparada y sin duda alguna. Volver a ver a Roderich, más grande y guapo de lo que lo recordaba reafirmó sus convicciones y al llegar la noche le entregó a su padre el último traje de Basch para que regresara con él y lo dispusiera como le pareciera adecuado al igual que todas las pertenencias masculinas que había acumulado pero que había dejado en Zug.

Después de ceremonia se despidió efusivamente de su querido padre, sabía que a partir de ahora las oportunidades para verse serían pocas especialmente por que el ambiente en Zug y otras tierras alrededor estaba cada vez más hostil a pesar de los esfuerzos del Conde por alentar a la buena convivencia entre suizos y austriacos.

Ahora venía la parte más difícil de todas, sus pertenencias y las de Roderich habían sido mudadas a la que sería la nueva habitación de los recién casados y la hora de culminar el matrimonio se acercaba cada vez más.

Fue llevada a una habitación junto a la recámara que usaría donde la prepararon, por suerte para ella su nana se había quedado con ella y tenía suficiente carácter como para imponerse por encima de las damas que la Princesa había designado. La desnudaron, le soltaron el cabello y le pusieron un largo camisón blanco que iba desde el cuello a los pies y con mangas hasta las muñecas. Después su nana despidió a las damas y se quedaron a solas, su nana le cepillaba el cabello dándole palabras de aliento y las últimas recomendaciones para la noche de bodas hasta que llegó la hora de hacerla pasar a la habitación que compartiría con su ahora esposo.

Roderich estaba vestido con un camisón similar al suyo y ya se encontraba ahí cuando entró, de pie al otro lado de la cama, su rostro rojo y sus nervios eran evidentes, tanto que él los notó sin problemas pero lo único que provocaron fue que pensara que se veía adorable.

─He... Adelheid ─se corrigió a tiempo antes de llamarla por el sobrenombre que tanto odiaba. Caminó rodeando la cama y estiró una mano para señalarle que se acercara. Ella dudó un momento pero luego se acercó también, levantó tímidamente la mano hasta que Roderich la tomó.

»Es raro... verte tan tímida cuando normalmente eres tan firme… ─no podía decir que fuera extrovertida, si seguía siendo como cuando eran niños le costaba acercarse a la gente fácilmente.

─Tú eres un tonto como siempre ─¿él no tenía problema alguno con la idea de intimar? Si ella estaba muerta de nervios.

En realidad Roderich sí estaba muy nervioso también pero trataba de verse lo más seguro posible, nada ganarían si ambos se cohibían y sólo lograrían pasar la noche tratando de no verse a los ojos.

Había disfrutado mucho los últimos dos días, Adelheid no había vuelto a vestirse de varón y le estaba descubriendo nuevas facetas, en verdad se había transformado en el tipo de mujer que todos esperaban de ella pero a solas refunfuñaba como siempre y se levantaba la falda para que no le estorbara, o eso alcanzó a entenderle entre dientes. Sin darse cuenta había terminado siguiéndola por todo el castillo para no perderse ni un momento de su nuevo ser, sorprendiéndola con su presencia cada que podía y deleitándose con sus quejas y mejillas rojas.

Pero ahora llegaba el momento de hacer los juegos a un lado y ser un hombre, de realizar aquello que hacía falta para terminar de convertirla en mujer.

Levantó lentamente sus manos unidas hasta depositar un casto beso en su mano mirándola a los ojos, pudo apreciar como sus mejillas se coloreaban más y enseguida desvió la mirada. Usó la otra mano para acunar su mejilla y hacer que le viera nuevamente.

─No me digas tonto… no en este momento al menos… ─le sonrió suavemente y ella le sonrió de vuelta como mucha timidez─ Adelheid… eres muy hermosa… ─de inmediato su sonrisa flaqueó y en su mirada notó como algo la turbaba─ Oh Adelheid… sé que esto no es precisamente lo que hubieras deseado… es decir… ─era un mal momento para recordar que esa mujer estaba inconforme con el matrimonio arreglado.

─No es eso ─interrumpió antes de razonar ella misma que decir─, di-digo… n-no es… quizás no es… como yo hubiera querido… que se dieran las cosas pero… ─había bajado la mirada y para cuando terminó de hablar ya tenía los ojos cerrados con fuerza.

─¿Pero…? ─la esperanza bailó en su voz pero ella se negó a responder negando con la cabeza.

Quizás lo que ella se negaba a decir era lo que él mismo quería confesar.

─Pero al final… me di cuenta que eres todo lo que quiero… ─Adelheid torció la boca.

─No, no, no ─se apresuró a interrumpir poniendo un dedo en sus labios─. No me importa lo que otros esperen o lo que debas aparentar… si al final yo soy el único que conoce tu verdadero yo es lo único que me importa por que si digo que eres todo lo que quiero estoy diciendo la verdad ─volvió a acariciar su rostro, esta vez con ambas manos, podía ver como su expresión se suavizaba y sus ojos brillaban tanto que se dejó perder en ellos.

─¿Qué quieres tú… Adelheid?

─¿Yo…? ─sin darse cuenta sus manos habían subido hasta posarse suavemente sobre los brazos de su esposo─ A ti…

Roderich sonrió ampliamente y sin saber con qué palabras seguir expresándose dejó que sus acciones hablaran posando sus labios sobre los de ella. Los había acariciado apenas en la ceremonia religiosa y ahora podía calmar las ansias que tenía de probarlos apropiadamente, ella se entregó completamente pues su sentir era igual al de él, aunque inexpertos ambos se movieron como cada uno sentía que debía o como el cuerpo le indicaba. Luego de unos momentos se separaron mirándose con el mismo deseo de obtener más.

─Todo lo que quiero… ─repitió Roderich contra sus labios. No sabía si ya la amaba pero en caso de no hacerlo sería muy fácil lograrlo.

─Eres tú… ─terminó Adelheid con una sonrisa suave, más relajada que antes pero en su expresión aún brillaba el nerviosismo por lo que debía ocurrir.

Las manos de Roderich se deslizaron hasta su cintura donde tomó el camisón y empezó a jalarlo suavemente hacia arriba.

─¡Espera! ¿Qué haces? ─Adelheid le tomó las manos, su nerviosismo había aumentado.

─¿Cómo que qué hago? Te desnudo ─confesar sus sentimientos le había envalentonado y no iba a contener ninguno de sus deseos.

─¡¿Qué?! ¡No! La Iglesia dice que no…

─Que no debemos ver el cuerpo del sexo opuesto ─lo sabía bien─ pero yo quiero verte, eres mi esposa y nada de lo que hagamos en la alcoba será pecaminoso ─Adelheid debía admitir que tenía razón, se pertenecían en alma y ahora debían pertenecerse en cuerpo pero le daba vergüenza, nunca había estado desnuda frente a nadie que no fuera su nana.

Al verla dudosa de acceder él mismo se quitó el camisón mostrando su cuerpo, se sonrojó pero se mantuvo firme. Ella se cubrió la cara con las manos lanzando un gritito pero entre los dedos espiaba el cuerpo masculino que se presentaba frente a ella, lo más parecido que había visto alguna vez eran las pinturas que decoraban las iglesias pero no se parecían en nada a eso… bueno sí, pero la sensación que le provocaba era completamente diferente, mientras que aquellas obras de arte eran todas religiosas y se había acostumbrado a verlas como nada más que pintura sobre tela este era un verdadero cuerpo masculino y atractivo y no sólo eso sino que además era su esposo, el hombre con quien pasaría la vida.

Sin pensarlo estiró un mano y tocó su pecho con los dedos, la piel era cálida y suave, posó la mano completa y acarició. Roderich no dejó que sólo fuera eso y mirándola a los ojos volvió a jalar su camisón, esta vez no hubo impedimentos ni protestas y en tan sólo unos instantes el cuerpo femenino fue revelado, mismo que no perdió tiempo en explorar, primero con los ojos y luego con las manos. Aquella cintura estrecha y caderas anchas, su abdomen suave, sus brazos delgado, sus senos, su expresión avergonzada pero firme… la lujuria empezó a apoderarse de él y a desinhibirlo más.

Ella también empezaba a reaccionar y con tan sólo aquella exploración de manos y miradas que intercambiaban podía sentir como el calor la iba invadiendo. Sus labios volvieron a unirse y sin darse cuenta estaban ya recostados en la cama dejando que los instintos más primarios tomaran posesión del momento haciendo a un lado el raciocinio.

De todas maneras Adelheid no tenía idea de qué hacer pues sólo fue advertida de que la primera vez sería dolorosa y dejara que el hombre se encargara de todo.

Roderich en cambio tenía una idea de lo que debía hacer, no por que tuviera experiencia o se lo hubieran explicado pero no se era hombre sin crecer oyendo conversaciones acerca del sexo y aunque él nunca preguntó a veces sólo bastaba con pasar discretamente cerca de los sirvientes o soldados para oír las historias. Podía ser el futuro Duque de Austria y al verlo sus súbditos se enderezaban y saludaban respetuosamente pero seguía siendo humano y la adolescencia aunado al compromiso le había traído múltiples dudas sobre la vida marital que le llevaron a escuchar a hurtadillas tratando de aprender lo que un hombre debe saber y que por su posición superior no se atrevía a preguntar.

Es por ello que no se dejó llevar completamente por el deseo que sentía y puso toda la atención posible en las reacciones de su esposa que había empezado a emitir sonidos nuevos para sus oídos pero que le enloquecían y lo alentaban más y más. Trató de memorizar aquellas caricias y lugares que le hacían gemir más aunque las ansias le hacían apresurarse, exigiéndole tomarla de una vez.

Adelheid jamás había sentido sensaciones parecidas y aunque los nervios persistían su cuerpo le ayudaba a olvidarse de ello, aún así cuando el momento de recibirle llegó volvió a sentirse ansiosa y a tensarse, Roderich buscó relajarla nuevamente dándole repetidos besos en los pechos, según había notado que le gustaban.

Sí dolió y se quejó haciendo que su esposo se tensara y asustara un poco pero no se detuvo, fue lo más cuidadoso posible logrando rescatar algo de sensatez de entre la bruma lujuriosa que cubría su cabeza. No pudo disfrutarlo del todo sin embargo la sonrisa y los besos de Roderich le hicieron ver que todo estaba bien, que era sólo el inicio y en su interior supo que la siguiente ocasión sería mejor y que seguiría mejorando por que tenían toda la vida por delante.

Pronto aprenderían a amarse, volverían a conocerse y a compartir todo, como un solo ser hasta el punto de pensar que no sólo tenían una vida sino que se amarían más allá de la vida.