José Manuel Rodríguez Pardo, La misión de la Inteligencia, El Catoblepas 11:11, 2003 (original) (raw)

El Catoblepas, número 11, enero 2003
El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 11
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José Manuel Rodríguez Pardo

Crónica de la presentación en Asturias de la
Alianza de Intelectuales Antiimperialistas,
celebrada el 12 de Diciembre de 2002 en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo

«¡Muera la inteligencia!»
Millán Astray

«Mueran los falsos intelectuales, los traidores»
José María Pemán

1. Crónica de una bancarrota intelectual anunciada

Antecedentes

Cartel anunciador del acto del 12 de diciembre de 2002Cuando el día once de diciembre paseábamos por las inmediaciones de la Universidad, como solíamos hacer antaño, nos encontramos con un cartel anunciando un evento, precisamente el que ahora reseñamos. De todo lo escrito en el cartel, más aún que el propio título de Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, nos chocaba poderosamente el lema del acto: «Contra la barbarie». La extrañeza y curiosidad que escondía el citado eslogan nos invitaba a acudir a la presentación, más que nada para aclarar una serie de grandes contradicciones: ¿El imperio de ese antiimperialismo es Estados Unidos? Si así es, pues se trata del único Imperio hoy existente, ¿cómo puede ser tal Imperio equivalente a la barbarie? ¿Acaso no es EEUU la nación que acumula el cuarenta por ciento de la riqueza producida en el mundo? ¿No es además el lugar del planeta en el que se patenta el setenta y cinco por ciento de los avances tecnológicos?

Si eso es barbarie, habría entonces que suponer que la civilización, desde el punto de vista antiimperialista, es una especie de paraíso donde no existe la violencia ni la guerra, principales motivos del repudio al Imperio. Así pues, la incógnita principal que nos arrastró a la presentación de dicha Alianza en Asturias (ya fue presentada el 6 de octubre en Madrid) era conocer su alternativa a EEUU y, como no, a la civilización occidental hoy día existente, que es defendida, querámoslo o no, con todos sus matices y errores, por EEUU.

Coetáneos: el acto en sí

La presentación de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas contó con un nutrido grupo de asistentes, superior al centenar, y se celebró en el Aula 8 del Antiguo Edificio de la Universidad, en la calle de San Francisco, en Oviedo, a las siete de la tarde. Aparte de numerosos profesores de la Universidad, especialmente los pertenecientes a las Facultades de Historia y Derecho, destacaba también la presencia de algunos políticos, como fue el caso Roberto Sánchez Ramos, líder del grupo municipal de IU en Oviedo, entre otros. Los invitados a disertar en esa ocasión fueron Paz de Andrés, catedrática de Derecho Internacional en la Universidad de Oviedo, Gonzalo Puente Ojea, ya conocido por todos nosotros debido a las polémicas sostenidas primero al respecto de El animal divino, y actualmente por su crítica al materialismo filosófico, y Gloria Berrocal, uno de los miembros fundadores de Radio 3 que actualmente trabaja en un canal de televisión digital.

Presentó el evento Antonio Rico. Este nombre es en realidad un seudónimo colectivo que ampara al menos a tres personas diferentes, que realizan la crítica de Televisión en el diario La Nueva España. Para ser más exactos, quien estaba presente en este acto era Juan J. Alonso, profesor de filosofía del instituto «El Piles» de Gijón, y cofundador en 1986 del CSIMM, Consejo Superior de Investigaciones Manifiestamente Manipuladas. Esta entidad es muy conocida en los ámbitos de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo, pues fue la responsable de la edición de una revista de carácter filosófico y humorístico titulada En cierta medida, tanto durante su primera época (1986-1988) como durante su segunda época (1990-1993), en que fue publicada por la División Underground de Grupo Helicón.

Juan J. Alonso (a) Antonio Rico, presenta el acto del 12 de diciembre de 2002

Alonso definió al intelectual como «experto en ideas» e individuo reclamado para escribir en periódicos, que además ejerce una «función crítica». Como ejemplo de intelectual citó al famoso Dr. Cabeza y calificó su aparición en televisión de «antiintelectual». Todo ello dejaba ciertas dudas sobre lo que es un intelectual, pues todos somos expertos en ideas, aunque sea en su formulación mundana. Todo el mundo tiene su propia concepción sobre lo que es la Política, la Moral, la Ciencia, &c. Y no sólo eso, también todos ejercemos la crítica, pues todos clasificamos y discriminamos unas ideas respecto a otras, tenemos nuestras propias categorías, criterios, &c. Si admitimos todo eso, qué decir entonces de la televisión, mundo en el que se debate sobre temas de amplia actualidad, y que casi podríamos considerar el agora de nuestros días, absolutamente necesaria para poder concebir la democracia en las sociedades de mercado, tal y como ha defendido Gustavo Bueno en Telebasura y Democracia.

Mal empezaba, a lo que se ve, la presentación del acto, pues además Juan Alonso cometió una flagrante contradicción respecto al Manifiesto contra la Barbarie, en el que se afirma: «En este sentido, la responsabilidad de quienes hemos hecho de la cultura y la comunicación nuestro oficio, es especialmente grande, puesto que el imperialismo pretende sustituir la libre circulación de ideas por un 'pensamiento único' administrado desde el poder, con objeto de enmascarar la profunda injusticia de sus fines y la implacable brutalidad de sus medios»{1}. Si se considera «antiintelectual» a alguien que aparece en la televisión, ¿por qué se señala en el Manifiesto a los que hacen de «la comunicación su oficio», entre los que habría que incluir también a los que trabajan en televisión? Es de destacar que también se encontraba en la mesa Gloria Berrocal, que ha trabajado y trabaja hoy día en televisión, al margen de las televisiones regionales que cubrían el acto. Contradicciones como esta jalonaron el desarrollo de las exposiciones.

Continuó Juan J. Alonso su exposición calificando de forma anacrónica a Voltaire como intelectual. Es más, lo consideró un precedente de Marx, pues aseveraba Alonso que Voltaire pretendía «cambiar el mundo». «La indignación ante el mundo», decía Alonso, «se convierte así en el motivo para cambiarlo». Sin embargo, ello se revela falso al consultar las fuentes marxianas, pues Marx dijo claramente que para cambiar el mundo era necesario trastocar las armas de la crítica por la crítica de las armas, es decir, por la acción directa sobre la realidad, no por medio del «intelecto»: «La verdad es lo que está hecho», como afirma el sabio de Treveris en su famosa Tesis 2 sobre Feuerbach. Asimismo, prosiguió con Voltaire, de quien extrajo que el intelectual ha de exhibir «brevedad y claridad», dos adjetivos que no siempre pueden ir de la mano. De hecho, ni el propio presentador ni los tres ponentes destacaron por su claridad, como vemos y seguiremos viendo.

Prosiguió Alonso citando una famosa sentencia de Bueno, aunque totalmente sacada de contexto, a saber: «intelectual es aquel que firma manifiestos de intelectuales.» Esta descontextualización se hizo más evidente cuando afirmó que los manifiestos de intelectuales son firmados por representantes de «las dos culturas» que distinguió Snow, y también cuando afirmó que se consideraba antiimperialista pero no antiamericano a secas, pues reconoció que se arrodillaba ante Woody Allen igual que el fiel se arrodilla ante las reliquias y santos, a la espera de poder obtener la Gracia divina. Es decir, que Juan Alonso reconoció estar completamente imbuido en El mito de la cultura que Bueno ha estudiado hace unos cuantos años. Acabó definiendo a los intelectuales como una élite al estilo de los caballeros de la Tabla Redonda de la leyenda artúrica. Afirmó también que el manifiesto «no agravará los males del mundo», cosa que habrá que poner en suspenso antes de analizar claramente lo que dice tal manifiesto.

A continuación, y antes de presentar a los tres participantes en el acto, caracterizó su propia concepción del Imperio citando a Bueno y su distinción entre imperio generador (con el ejemplo de España) e imperio depredador (como el caso del imperio inglés). No se detuvo ahí y también citó a Haro Tecglen, otro «intelectual», quien consideraba que antaño el Imperio era una aspiración abierta, aspirar a dominar sobre otros. Luego esto degenerará bajo la coartada de la defensa de la igualdad, la libertad, &c. Resaltó el dato, importante sin duda, de que ninguna nación se considera hoy día imperialista.

Gonzalo Puente Ojea, Juan J. Alonso (a) Antonio Rico, Gloria Berrocal y Paz de Andrés en el acto del 12 de diciembre de 2002

Pasando a las verdaderas intervenciones, es de reseñar que Paz de Andrés adoptó una postura de carácter formalista. Es decir, su discurso fue el habitual de un especialista: el Derecho internacional tiene como objetivos la prosecución de una sociedad internacional en la que todas las naciones tengan el mismo peso, y Estados Unidos viola tal derecho, de tal forma que convierte a esa «sociedad de naciones» en un mero instrumento suyo, &c. Sin embargo, el que todas las naciones tengan el mismo peso resulta, cuando menos, algo irracional. De hecho, sería estúpido pensar que una nación con 2.000 habitantes, como Tokelau, tenga el mismo peso que otra con 260 millones de habitantes, como Estados Unidos. Situación que tampoco les es ajena a los antiimperialistas, pues han elegido como dominio precisamente Tokelau (www.asturiasantiimperialista.tk) y no uno de otro país más poblado, cuyo mantenimiento no les sería gratuito. Es más, habría que pensar también que la iniciativa antiimperialista podría cuajar con más facilidad en Tokelau que en España, pues al fin y al cabo 2.000 personas son más faciles de convencer que 40 millones.

Prosiguiendo con Paz de Andrés, afirmó que del mundo bipolar de la posguerra (USA-URSS) se pasó a la doctrina norteamericana de la «amenaza múltiple para la paz»: Kosovo, &c. Y, cómo no, a la actual y famosa doctrina de Bush Jr. de la guerra preventiva. Como no podía ser de otra manera, comentó y criticó la famosa Resolución 1441 de NU sobre Irak. Y culminó su intervención citando un artículo de Le Monde Diplomatique, donde se criticaba el imperialismo del sistema, que lleva directamente al capitalismo financiero. Según ese periódico, Europa es la única comunidad libre, y debería hacer algo por evitar el ataque a Irak. Sin embargo, cabría dudar de esa libertad cuando observamos las constantes muestras de servilismo ante EEUU de esa conflictiva comunidad, cosa por otro lado normal pues sus fuerzas armadas pertenecen a la OTAN.

Respecto a la concepción formalista de Paz de Andrés, habría que señalar el olvido de Francisco de Vitoria, precisamente el padre del Derecho Internacional, quien afirma claramente que, aunque dicho Derecho reconoce como agentes a las naciones, al no ser el mundo un estado global, siempre tendrá que haber algún estado que tenga que imponer el citado Derecho. Por ello, no sería falso afirmar que los auténticos expertos en Derecho Internacional son los Estados Unidos, pues saben a la perfección que el poseer una gran fuerza militar es una gran ayuda en las negociaciones entre estados, entre los que efectivamente siempre impera la fuerza.

Gonzalo Puente Ojea, conocido por su gran afán erístico, quiso tomar el hilo desplegado por Paz de Andrés, y comenzó su intervención destacando «las barbaridades que hoy día suceden». Por ello, su intervención se restringió a analizar la relación entre Poder y Guerra, así como la dialéctica de la libertad y la igualdad, tanto fáctica como ideológica. Como el hombre es parte de la naturaleza y ejerce la violencia para satisfacer sus deseos, esta violencia ha de ser considerada connatural al hombre, según Puente. En el comienzo de la Humanidad la violencia era útil para defender a la familia. En aquella época existía economía de trueque, cerrada, donde sólo se tenía en cuenta el valor de uso de los objetos.

Hasta entonces, según Puente Ojea, existía una igualdad general. Bueno, a decir, verdad, había un jefe tribal que mandaba sólo un poco [sic] y que estaba por encima del resto. Pero con la acuñación de la moneda como equivalente para el comercio, se llegó a los grandes imperios y la economía abierta, según afirma El Capital de Marx. Sin embargo, tuvo un olvido clamosoro al no citar la acumulación de excedentes, que es la que permite pasar a ese tipo de economía. Ello incluía asimismo la extracción de plusvalía, pues se explotaba la fuerza de trabajo, según los términos presuntamente marxistas usados por Puente Ojea. Así, se constituyó el poder político agresivo, dominador. Y así se mantuvo el panorama por mucho tiempo, pues según Puente Ojea ningún imperio hasta el siglo XVIII cuestionó el poder.

No sería hasta 1750, fecha de publicación de El Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau, cuando se comienza a cuestionar el poder, según Puente Ojea. Siguiendo las líneas básicas de esa obra, distinguió entre el pacto de sociedad y el de sujeción, siendo este último el que tiene que servir para que cada uno dé lo mismo que recibe. Si no sucede así, se produce la desigualdad entre los hombres, algo notorio y cuestión de hecho como bien sabemos. Asimismo, resaltó que la filosofía de la Ilustración es una crítica al oscurantismo desde la Ciencia, pero que de ella ha de desecharse que sus hacedores, los ilustrados, fueran sumisos con el poder, citando el caso de Voltaire, un gran educador para Puente, pero demasiado sumiso con «el Poder». Sin embargo, estos juicios de valor resultan cuando menos imprudentes, pues Voltaire tuvo que pasar parte de su vida en la prisión de La Bastilla, precisamente por sus críticas a los poderes dominantes, algo que no ha sufrido Puente Ojea que nosotros sepamos.

En esa misma línea, Puente definió al intelectual como un crítico del estado de cosas que busca igualdad y justicia. Remató su labor crítica al decir que el estado está desapareciendo con las privatizaciones, que pierde su soberanía. También criticó el liberalismo, algo incomprensible después de haber enarbolado la bandera de Locke y de Rousseau, ambos liberales. Y dejó entrever que el Derecho Internacional era vulnerado constantemente. El formalista Derecho Internacional de Paz de Andrés, no el de los clásicos como Vitoria, como ya vimos.

Culminó su intervención de forma acertada al afirmar que la guerra al terrorismo es algo abstracto, pues liquidar a los violentos no es bueno siempre, al haber también violencia legítima. Sin embargo, consideró violencia ilegítima al privatizar el estado y monetarizarlo, aludiendo también al fenómeno de la globalización. Para Puente, el drama de nuestra época es no suprimir la violencia, que es un efecto del sistema. Y la violencia de los dominadores, que no se discute, ha de ser criticada, porque el estado es también terrorista. «Hay que luchar contra la guerra para librarse de los absurdos», apostilló.

Hemos de destacar que Puente cometió un error bastante peligroso: se dejó en el tintero, por ser «superfluo para el desarrollo de sus tesis» (como ha afirmado en la polémica que mantenemos con él en El Catoblepas) el Derecho de Gentes de Francisco de Vitoria, es decir, el Derecho Internacional, así como la evangelización en América, &c. Al margen del detalle de acudir al pacto roussoniano (perfectamente desautorizado por todo tipo de estudios etológicos y antropológicos), esta posición autodestructiva es muy habitual en el embajador: también en la misma polémica sobre el materialismo filosófico ha afirmado que pretende librarse de todo tipo de abstracciones. Lo gracioso del asunto es que Puente ha estudiado Derecho, la disciplina más abstracta y formalista que existe. En este caso, al negar el derecho internacional, Puente se estaba autodestruyendo como embajador, pues sin la existencia de dicha disciplina no tendrían razón de ser los embajadores, y por lo tanto él no podría trabajar en la carrera diplomática.

Gloria Berrocal, precisamente, hizo crecer los absurdos. Comenzó comparando a los palestinos con los partisanos franceses, cuya labor de resistencia sirvió para vencer a los nazis. Sin embargo, resulta curioso, desde una perspectiva sana y mínimamente normal, considerar a los hombres bomba palestinos de tal manera. De hecho, cualquier persona como Dios manda se preguntará: ¿por qué hoy día se ha impuesto la idea de considerar a los terroristas, a los individuos que ponen bombas en una discoteca llena de adolescentes, como seres bondadosos y llenos de virtudes, y que antes de condenar sus crímenes hay que entender por qué los cometen? Claro que ello nos llevaría a justificar también que los israelíes borraran literalmente del mapa todo vestigio de palestinos en Oriente Medio, pues también deberíamos ser comprensivos con ellos.

Continuando con lo afirmado por Berrocal, se refirió a la barbarie del III Reich como creadora de las NU, algo ya citado por Paz de Andrés. También refrendó esa misma maldad de EEUU por haber «secuestrado» las NU. Hizo una alusión al manifiesto de Chomsky y 99 intelectuales más, «No en nuestro nombre», y el de los «escritores antifascistas» de 1936. No se extendió demasiado en su discurso, y quiso simplemente proyectar un vídeo de la ETB, televisión de Vasconia, para demostrar que allí sí hay libertad [sic], no como en el resto del «Estado Español», donde se silencia el embargo contra Irak. Precisamente, tuvimos ocasión de ver en el vídeo unas imágenes de jovencitos del «Estado Español», portando las banderas nacionalistas vascas junto a las de Irak (ni una sola bandera española, por supuesto). El contenido del citado vídeo se centraba en algunos de los logros de Irak (leyes laicas, alfabetización, promoción de la mujer, &c.) conseguidos por el Partido Baas de Saddam Hussein. Una vez finalizado el vídeo, Berrocal culminó su intervención aludiendo al IV Reich del pensamiento único, el imperialismo diluido, que nos envuelve constantemente. También leyó parte de la carta de Carlo Frabetti, escritor y presidente de la Asociación contra la Tortura, y uno de los promotores del Manifiesto, felicitándoles por el éxito obtenido por la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas.

El coloquio alcanzó momentos álgidos. Alguien citó al subcomandante Marcos quien, sin pasamontañas, demostró la ignorancia de tal individuo, afirmando que ya hay cuarta y quinta guerra mundial, y nosotros sin saberlo. Para describir lo que allí se dijo, habría que utilizar una expresión que usa el subcomandante Marcos para calificar el neoliberalismo, es decir, «pura mierda teórica»{2}. El mismo individuo, preso de su ingenuidad, pidió, desde una ética política «de izquierda», la reconversión de la fábrica de armas de Trubia, para cambiar los obuses por «cultura». Y así fueron transcurriendo las plácidas intervenciones, sin una sola palabra de crítica a lo que se había expuesto.

Puente Ojea también lució diciendo que «los americanos también piensan» (algo normal, pues poseen las mejores universidades del planeta, como Harvard o Yale), y que la violencia es un ingrediente del sistema, al respecto de las tesis del «Imperio» de Negri, planteadas por un miembro del público. Asimismo, Puente se sorprendió de la gran influencia que tiene todo lo norteamericano en nuestra vida diaria. Se sorprendió más aún de que nuestra juventud quisiera ser siempre norteamericana, en sus opciones musicales, de moda, &c. Sin embargo, resulta cínico que Puente dijera tales cosas, pues individuos progres como él y otros son los que se han dedicado a insultar y menospreciar a España y todo lo que sea español. Por ello, nada tiene de raro que la juventud se refugie en lo norteamericano. ¡Si dijeran que son españoles ya vendrían los progresistas, los nacionalistas, &c. a recriminarles, cuando no a agredirles físicamente!

Pero lo que resultó ser el momento estelar de la noche fue lo siguiente: en uno de los momentos del coloquio, Berrocal respondió a una pregunta sobre el apoyo a Saddam Hussein, diciendo que había que apoyar al dictador baas porque «en Irak comenzó la civilización y ellos (los iraquíes) lo saben» [sic]. Impresionante. En ese momento nuestra incógnita acerca del concepto de civilización de los antiimperialistas quedó perfectamente desvelada.

Ahora sabemos lo que es la civilización para un progre: Mesopotamia, es decir, el despotismo hidráulico, donde un solo individuo es libre, el déspota, como decía Hegel (y resaltado a su vez por Marx, como es natural, en su descripción del modo de producción asiático), es su modelo. Claro está que el progre no será uno de los esforzados trabajadores, que eso es muy alienante, sino el ayuda de cámara del déspota. ¡Qué cinismo! El que critica «el Poder» es el que se arrima al poder más centralizado y alienante. Claro que esto no es nuevo: otros progres famosos han llevado a cabo esa labor, como Juan Goytisolo en Marruecos, uno de los niños mimados del déspota Hassan II. O Santiago Alba Rico, que critica con furia a España, pero vive (o ha vivido) plácidamente bajo la dictadura islámica de Túnez. O el escritor mejicano Carlos Fuentes, defensor de la corrupta dictadura electoral del PRI mejicano, más de 70 años en el poder gracias a pucherazos y prebendas electorales. No olvidemos tampoco a Gonzalo Puente Ojea, crítico acérrimo del poder, pero que no tiene ningún problema en publicar en una de las mayores editoriales de España, Siglo XXI, donde ejerce «un poder» muy concreto para censurar artículos que no le gustan. He aquí, por lo tanto, donde se encuentra la verdadera crítica de los «intelectuales» a esa entidad llamada «el Poder».

Consecuentes

En la última intervención de la noche también lució, aunque con más acierto, Julián Velarde Lombraña, profesor e «intelectual» de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo, diciendo que todo lo que allí se afirmaba conducía al nihilismo, porque el imperio no puede ser pensamiento único. «El gusano ha de salir de dentro», afirmó rotundo. Sin embargo, hemos de realizar un inciso mayor sobre la intervención de Julián Velarde, pues posteriomente, en una Carta al Director del diario La Nueva España, defendió su condición de «intelectual», y además «de izquierda».

El motivo principal de esta reivindicación era responder a la carta de José Antonio Cabo, titulada irónicamente «Chomsky sabe de todo»{3}. El Señor Cabo señalaba en su carta las incoherencias de Noam Chomsky, entre las que destacan su defensa de los jemeres rojos, diciendo que las muertes que ejecutó el sangriento Pol Pot fueron en realidad culpa de Estados Unidos. También afirmaba en dicha misiva que Chomsky defendió un libro en el que se negaba el holocausto judío. Cabo citó, para apoyar sus asertos, el libro del historiador norteamericano Paul Johnson, Intelectuales{4}, en el que se critica el irracionalismo seguido por autores variados, desde Rousseau a Chomsky, pasando por Marx. Es decir, José Antonio Cabo criticaba a Chomsky por esa obsesión de culpar a EEUU de todos los males del mundo, aludiendo al famoso refrán español: «Zapatero, a tus zapatos.»

Sin embargo, la respuesta de Velarde, titulada «No creo que Chomsky lo sepa todo»{5}, resultó del todo desajustada. Y ello porque intentaba defender a Chomsky respecto a la acusación de que no debía meterse en política. Para ello Velarde distinguía entre el saber sectorial y el saber político, en el sentido que daba Sócrates a la virtud, que no se enseña, por lo que todo ciudadano participa de la política. Sin embargo, José Antonio Cabo no negaba que Chomsky participase y opinase en política, sino que criticaba sus múltiples necedades.

Curiosamente, Velarde culminaba su Carta al Director con estas contradictorias palabras: «En el ámbito de la política el valor (de las opiniones, críticas, acciones, &c.) es función de varios parámetros –conocimientos, creencias, experiencias– que configuran la base, y dividida, a nuestro entender, en dos conjuntos con límites ciertamente difusos, pero bien diferenciados: 'de derechas' y 'de izquierdas'. Una posible réplica es que tal división es una opinión (política) trasnochada. Pero tanto la división como la reacción ante ella constituyen una categoría y una herramienta política de utilidad innegable. Así, como test político, quien replique en el sentido indicado y concluya consecuentemente que los lingüistas deben limitarse a su gramática; [...], se está describiendo a sí mismo –quiéralo o no– como perteneciente al conjunto 'de derechas'». Y, asimismo, señaló que de Chomsky ha aprendido mucho: «Pero lo que más he admirado de él es, no sus conocimientos en lingüística, sino su conducta en política. 'La virtud', sostenía Sócrates, 'no es enseñable'. En el ámbito de la política, del que todo ciudadano participa, las actuaciones, opiniones, &c. de Chomsky parten (son función) de una base 'de izquierdas', y para mí, que admito la división y pertenezco a esa misma base, las de Chomsky han sido y siguen siendo de un elevado valor. A mi parecer, Chomsky es, en la actualidad, el mejor ejemplo de 'intelectual de izquierdas'».

Ciertamente, a pesar de la crítica al nihilismo de los Intelectuales Antiimperialistas, Julián Velarde parecía alinearse con ellos en sus posturas principales, ya que trataba de defender a Chomsky. Pero el criticar y calificar a Cabo de individuo «de derechas», no es sino una descalificación y en modo alguno una crítica. Y ello porque José Antonio Cabo no atacaba a Chomsky por su orientación ideológica, sino por una serie de dislates y necedades concretas que ha ido diciendo y de las que no ha abjurado, como es el caso de su apología del régimen sanguinario de Pol Pot. Por ello, la argumentación de Velarde, a pesar de su elaboración, no pasaba de ser algo meramente formalista y ajeno a la verdadera crítica realizada al «intelectual» Chomsky. ¿Qué tiene que ver la afirmación de Sócrates acerca de la no docencia respecto a la virtud, con los errores que comete Chomsky? Como decimos, Cabo no cuestionaba que Chomsky pudiera defender esta u otra postura, sino que, por ser lingüista, sus opiniones no valen más que las de un obrero o un barrendero, pues son en muchas ocasiones disparatadas. La Carta al Director del «intelectual» Julián Velarde parecía más bien una especie de panfleto o manifiesto, una forma de hacer propaganda de ciertas ideas, que una respuesta ajustada.

2. Los intelectuales y su misión.

Para contextualizar correctamente el acto antiimperialista y sus consecuencias epistolares, hay que destacar que desde los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 hemos asistido a un sobrepoblamiento de «manifiestos de intelectuales». No debemos olvidar la famosa «Carta de América» firmada por Francisco Fukuyama y Samuel Huntington, entre otros, y el manifiesto «No en nuestro nombre», suscrito por Noam Chomsky y otros 99 intelectuales.

Juan Negrín, jefe del gobierno republicano de España, preside la inauguración del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, en plena guerra civil española (Valencia, julio de 1937)

Este superpoblamiento de manifiestos demuestra, en primer lugar, que nadie tiene el monopolio de «la inteligencia» o del «pensamiento crítico», ni siquiera los que firman tan extravagantes panfletos. Frente a los intelectuales antiimperialistas, se oponen los intelectuales imperialistas, que defienden la política exterior USA. Algo similar sucedió en 1936, en la guerra civil española, pues mientras el Frente Popular organizaba sus «escritores antifascistas», Unamuno, que recriminó a Millán Astray en Salamanca con aquellas palabras de: «Venceréis, pero no convenceréis», hacía pronunciar al general legionario el famoso: «¡Muera la inteligencia!», aclarado por José María Pemán, al decir: «Mueran los falsos intelectuales, los traidores». Es decir, que los intelectuales son muchos, y muy difusos. Por ello, convendría hacer una tipología del «intelectual» y de su «misión», si es que tiene alguna.

Si analizamos detenidamente lo que afirma el Manifiesto contra la barbarie, vemos que al comienzo, como ya citamos anteriormente, firman «quienes hemos hecho de la cultura y la comunicación nuestro oficio». Es decir, esto ya marca una distancia respecto a lo que en 1936 se denominó _Alianza de Escritores Antifascistas,_anacrónicamente denominada en el Manifiesto como _«_la Alianza y el Congreso de Intelectuales Antifascistas de 1936». Como afirma Gustavo Bueno en su estudio sobre los intelectuales, es normal que el nombre de «escritores» se haya convertido en el de «intelectuales», dada la emergencia de los medios de comunicación de masas, en especial la televisión. Hoy día la escritura no puede monopolizar la función «intelectual»{6}.

Una vez marcada esta diferencia, habría que ver qué es lo que se quiere designar con el término intelectual. En este caso particular, los intelectuales no sólo serán Antiimperialistas, pues también los habrá «imperialistas», como es el caso de los firmantes de la ya citada «Carta de América»: «Quien no se opone abiertamente a sus actos criminales [los del Imperio EUA] y a sus falsas palabras, los apoya con su silencio. Y el silencio es la cobardía de los intelectuales. Cobardía que en circunstancias como las actuales se convierte en imperdonable vileza, en alta traición a la cultura y a la humanidad». Así, los intelectuales cobardes serían «los falsos intelectuales, los traidores», de los que hablaba José María Pemán. Y lo mismo cabría decir de los intelectuales «de izquierda» respecto a los «de derecha», y viceversa.

Tampoco podría ponerse como criterio de intelectual a quien lucha contra los abusos del poder, en el sentido que le da el manifiesto antiimperialista: «No podemos olvidar que el término 'intelectual' va unido desde su mismo origen (caso Dreyfus) a la idea de lucha, de refutación del discurso dominante, de defensa de la justicia frente a los abusos del poder», pues ya vimos que también la Alianza apoya determinadas formas de poder, incluso más despóticas que el Imperio EUA, como es el caso de Irak. Y qué decir entonces de la sentencia con la que culmina el Manifiesto: «Nuestro enemigo, el enemigo de los pueblos del mundo, tiene la segunda arma más poderosa: el dinero. Pero nosotros tenemos la primera: la razón». ¿Acaso los que no utilizan el adjetivo «intelectual» no se sirven de la razón? De hacerles caso en este punto, quizá entonces nos sorprendamos, como Gonzalo Puente Ojea, al ver que en EUA también hay gente que «piensa»{7}.

Cambiemos por un momento de manifiesto leamos la «Carta de América», suscrita por «intelectuales imperialistas». Si nos damos cuenta, en ella aparecen también individuos conocidos en determinados ámbitos, como es el caso de Fukuyama o Huntington, dos individuos que entran dentro de la clase de los «profesores universitarios». Sin embargo, su posición cuando firman un manifiesto no es la de explicar una lección magistral en un aula, porque el público al que se dirige Fukuyama, por ejemplo, en tanto que «intelectual», «no es un público profesionalmente determinado [...] Habla, por decirlo en palabras que hoy suenan muy fuertes, pero que son las palabras de la ilustración, habla al 'vulgo', como decía Feijoo [...] O, para decirlo con palabras acordes a nuestra sociedad democrática, habla 'a los ciudadanos' en cuanto tales, a cualquier ciudadano que lee el periódico –acaso un 'libro de bolsillo'– o que escucha la radio o ve la televisión»{8}.

Y ello se confirma cuando los intelectuales expresan su doctrina en todos los casos. Siguiendo con el caso de la «Carta de las Américas», nos encontramos en ella con doctrinas tan dispares como «El derecho a la guerra», reivindicado por estos intelectuales, en concreto en el apartado titulado «¿Una guerra justa?»{9}, basándose en que el próximo conflicto que iba a librarse en Afganistán, presunto refugio de Al Qaeda y Bin Laden, era una guerra defensiva ante el ataque a las Torres Gemelas. No obstante, se ha demostrado que los intereses norteamericanos incluían también el control del oleoducto de Oriente Medio, tal y como va a suceder también con el presumible ataque a Irak.

¿Tiene sentido entonces la guerra justa? Sí, lo tiene, pero para ello hace falta una perspectiva ecuménica, como la que defendían San Agustín o Francisco de Vitoria. Esto es, la guerra contra Afganistan o Irak sería justificable y superaría el nivel de la guerra de rapiña y por recursos económicos, si la intención de EEUU fuera incorporar a la Unión de los Estados Unidos a Afganistán y a Irak. Sin embargo, ambos lugares mantienen (o mantendrán) un estatus de simples colonias nutridoras de la metrópoli, y no disfrutaran ni de sus derechos ni de sus ventajas, dentro de la perspectiva de un imperio depredador. A esta idea de la guerra justa se han sumado «intelectuales» a favor de EEUU, como los miembros de Libertad Digital, en toda una serie de panfletos escritos para calificar la «guerra preventiva» contra Irak como una nueva forma de «guerra justa» que intenta prevenir un ataque nuclear. Un caso paradigmático de tal doctrina es el panfleto escrito por Enrique de Diego{10}.

Comprobamos entonces que la bancarrota intelectual no corresponde sólo a los intelectuales antiimperialistas, sino también a los imperialistas. Sin embargo, hay otra cualidad que les es común a los intelectuales, sean del color que sean, al margen de dirigirse al «vulgo», y es su carácter de famosos. Para decirlo claramente: un manifiesto de intelectuales ha de llevar estampada la firma de personajes famosos. Y ello pone la pista para determinar la misión del intelectual, que no es un especialista, pues se dirige a un público no ilustrado en la materia, y que es a su vez famoso.

Dicha misión es la de conocer una serie de tópicos y de ideas confusas existentes en la bóveda ideológica de una sociedad dada, y tener la virtud de, por medio de su obra (artículos sin doctrina firme en la prensa, discos, novelas, &c.) presentarlas a un público que ya está inmerso en esos ideologuemas y que orienta hacia ellos sus intereses. Si tomamos la referencia del libro de Paul Johnson, Intelectuales, dentro de tal categoría sí entrarían autores como Rousseau, pues al fin y al cabo el filósofo en la Ilustración se convierte también en intelectual, en representante y propagandista de las ideas de la burguesía urbana. Pero no así otros autores como Carlos Marx, pues obras suyas como El Capital son excesivamente complejas como para ser objeto de propaganda{11}. De hecho, hemos de confesar, con cierto estupor, que los Intelectuales Antiimperialistas, después de haberle dado unas cuantas patadas a El Capital de Marx, sugirieron su lectura, pero también reconocieron que en el fondo «es muy difícil y extenso». De hecho, ni siquiera ellos llegaron a entenderlo correctamente, así que su público seguro no llegaría a superarles.

Quiere esto decir que el intelectual se acerca mucho al ideólogo, y más concretamente al ideólogo conservador, independientemente de si es «de derechas» o «de izquierdas». Y ello porque el intelectual no puede ejercer la crítica frente a las ideas fuerza de la cúpula ideológica, pues correría el riesgo de autodestruirse a sí mismo y de perder el favor de su público. Entonces, el intelectual se convierte en un impostor, pero la responsabilidad de tal impostura no es sólo del autor que escribe sus obras, sino del público que las lee y que le atribuye falsos títulos al impostor, acaso porque desea atribuírselos{12}.

Así, el público receptor de la «Carta de América» o de Libertad Digital creerá a pies juntillas que EEUU realmente trata de imponer una globalización bondadosa, llevando el libre mercado a todos los países que conquista, cuando en realidad lo que hace es someterlos al expolio y el dominio colonial que ya establecieron en su día otros imperios, como el holandés o el inglés. Y ello no será un efecto de las ilusiones del malvado antiamericanismo, sino una necesidad política, ya que, de hacer otra cosa distinta, como podría ser el darles las mismas leyes y derechos (laborales, sociales, &c.) que disfrutan los miembros de la Unión, el dominio de EEUU, sostenido por su emporio económico, comenzaría claramente a declinar.

Así también, el público que lea y asista extasiado a los actos de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, pensará que realmente EEUU, y aliados suyos como Israel, es la barbarie, el mal encarnado, frente al cual habrá que defender los escasos paraísos «progresistas» que aún hoy quedan en el mundo, como Irak, aun a costa de entregarse a los brazos de un régimen despótico que destruye con su unipartidismo lo mismo que va creando. Y todos ellos, tanto los intelectuales «de derecha» como los «de izquierda», los antiimperialistas como los imperialistas, y tantos otros, seguirán celebrando los mismos actos, su público los escuchará entusiasmado decir lo mismo todas las veces, y el mundo seguirá igual que siempre. Cada intelectual vivirá como una mónada de Leibniz, con su opinión ya prefigurada, sin molestar al intelectual rival, para no quitarle su público. Y se seguirá invocando a la razón, hasta que el propio público receptor, harto de comprobar que el seguidismo de tales falsedades no lleva a ninguna parte, despierte de su sueño dogmático y diga en voz alta lo mismo que gritó el legionario Millán Astray: «¡Muera la inteligencia!»

Notas

{1} A partir de ahora tomaremos como referencia el Manifiesto contra la Barbarie, disponible en el documentario de Nódulo.

{2} Para deleitarse con las originales expresiones del Subcomandante Insurgente Marcos, ver www.ezln.org/documentos/1995/19950311a.es.htm

{3} La Nueva España, 15/12/02, pág. 92.

{4} Edición española en Javier Vergara, Barcelona 2000.

{5} La Nueva España, 21/12/2002, pág. 100.

{6} Gustavo Bueno, «Los intelectuales, los nuevos impostores», en Cuadernos del Norte, 48 (1988); pág. 2.

{7} Para una clasificación más detallada de las variantes del término intelectual, ver Gustavo Bueno, op. cit., págs. 4-9.

{8} Gustavo Bueno, op. cit., págs. 9-10.

{9} Ver la «Carta de América», disponible en el documentario de Nódulo.

{10} Enrique de Diego, «La guerra preventiva como guerra justa», en Libertad Digital, 12 de septiembre de 2002.

{11} Ver Gustavo Bueno, op. cit., págs. 10 y ss.

{12} Gustavo Bueno, op. cit., págs. 17 y ss.

El Catoblepas
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