LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE III) (original) (raw)

El cardenal infante don Fernando, obra de Pedro Pablo Rubens (?) y taller. Génova, Palazzo del Principe.

La muerte de Felipe III en 1621 y la reorganización de la Corte del nuevo soberano retrasaron la provisión de los oficios de la Casa de don Fernando hasta el 12 de junio de 1622 (1):

Como mayordomo mayor y ayo de don Fernando se nombró a don Francisco de Ribera, Marqués de Malpica, uno de los hombres más influyentes en la Corte durante la transición de Felipe III a Felipe IV. Al morir éste el 12 de septiembre de 1625, le sucedió en el cargo el Marqués de Camarasa, quien retuvo además su anterior cargo de sumiller de corps. Camarasa era primo de Olivares y, por tanto, confidente suyo.

Los demás cargos que se proveyeron en esa fecha fueron: como caballerizo mayor, el Marqués de Este; por sumiller de corps, el ya citado Marqués de Camarasa, don Diego Sarmiento de los Cobos, nieto del famoso Secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos; como primer caballerizo, Francisco de Eraso, Conde de Humanes a partir del 14 de julio de 1625. Como mayordomos fueron nombrados el Conde de Peñaflor, el Conde del Real, don Antonio de Cardona, don Fadrique de Vargas, don Luis Lasso de la Vega y don Francisco Niño de Ribera. Por gentilhombres de la cámara lo fueron don Diego de Silva y Mendoza, Marqués de Orani y los Condes de Puñoenrostro, don Arias Gonzalo Dávila y Bobadilla, de Salvatierra, don García Sarmiento de Sotomayor, y de Villanueva, don Antonio de Fonseca y Enríquez. Por camarlengos de hábitos largos, don Melchor de Moscoso, don Antonio Portocarrero, un hijo del Con de Elda y otro del Conde de Peñaranda de Bracamonte (2).

El 16 de julio de ese mismo año se publicaron por gentilhombres de la boca del Cardenal-Infante a las siguientes personas: don Antonio Sarmiento de Mendoza, don Fernando de Acuña Enríquez, don Juan de Granada, don Felipe de Valencia, don Alonso de Toledo (juntamente a la plaza de acemilero mayor), don Andrés Criado de Castilla, don Luis Manrique de Lara, don Pedro de Espinosa, don Andrés Gutiérrez, don Juan Luis de Guzmán y don Luis Venegas (3).

Pocos días después, el 20 de julio, se publicaron otros siete caballeros de cámara y teólogos, que fueron los doctores Terrones y Zapata, este último maestro de ceremonias.

A los dos días, el 22 del mismo mes, se publicaron otros siete caballerizos más. Las dos primeras plazas fueron para los futuros maridos de dos damas de la cámara de la Reina: doña María de Jérica y doña María de Quirós. Las otras 5 plazas fueron para don Pedro de Mendoza, el Capitán Triviño, don Lope de Rioja, don Francisco de Herencia y don Rodrigo de Moscoso.

El 24 de julio “_se publicaron trece capellanes, que fueron don Diego de Zúñiga (primer capellán), Don Andrés de Sandoval (camarero que fue del Arzobispo de Burgos), Don Juan del Valle (hijo del Doctor Valle), Don Francisco de Prada y Mógica, Don Pedro de Angulo, el Dr. Simón López de Soto, Don Francisco de Izaguirre, el Doctor Mira de Mescua, el Mestro Valdivieso, el Doctor Juan Ladrón de Guevara, el Maestro Torre, Don Pedro Zapata de Vargas y el Doctor Serrano_” (4).

El 4 de octubre juraron puesto para la cámara del Cardenal-Infante nueve personas más: Antonio de Espejo, con el oficio de guardarropa; Luis Hurtado, con el oficio de aposentador de Palacio; don Pedro de Peral, con el título de secretario de cámara, con las audiencias y remisión de memoriales; don Jerónimo de Vela Acuña; Cristóbal de Medina; un yerno del doctor Andosilla, cirujano del Rey; don Diego de Vera; don Juan Mazas; y don Pedro de Herrera (5).

Y, por fin, el 1 de febrero de 1623, juró don Pedro de Guzmán, hermano del Marqués de Camarasa, por camarlengo del Cardenal-Infante para rezar con Su Alteza. Contaba entonces don Fernando con 14 años de edad (6).

En general, la mayoría de los oficios recayeron en personas de la confianza del Conde-Duque de Olivares, excepto en le caso de los sobrinos del Duque de Lerma e hijos de su hermana, la Condesa de Altamira, doña Leonor de Sandoval y Borja, que, como se dijo en la primera entrada, había criado a don Fernando a raíz de la muerte de la reina doña Margarita de Austria. Eran estos don Melchor y don Antonio de Moscoso. La resuelta voluntad y apego por ellos de don Fernando fue más fuerte que la firme resolución de Olivares por alejarlos.

A don Melchor consiguió finalmente Olivares alejarlo de la Corte otorgándole el Obispado de Segovia, sin embargo, don Antonio, para tormento del todopoderoso valido, quedó en la Corte con el oficio de gentilhombre de la cámara del Cardenal-Infante, aunque éste pretendiese uno de los oficios mayores, probablemente el de mayordomo mayor, que había quedado vacante en 1625 debido al fallecimiento del Marqués de Malpica. Sólo la muerte pudo separarlo de don Fernando. Murió, en efecto, en Rattenberg, cerca de Innsbrück, el 29 de julio de 1634, acompañando al Cardenal-Infante a Flandes.

La providencia había secundado los planes de Olivares, pero dos años antes de este viaje, es decir, en 1632, el Conde-Duque reiteraba al Rey en un largo informe sobre los dos Infantes sus inquietudes y angustias por el creciente influjo de Moscoso, convertido ya en dueño absoluto y valido del Cardenal-Infante. Esto constituía, a juicio de Olivares, un peligro muy grave para su gobierno en Flandes:

“_Don Antonio de Moscoso después de la expulsión del obispo de Segovia, su hermano, es dueño absoluto de la gracia del Infante Don Fernando…y, como ya otras veces he avisado a V.M., no conviene que ninguno tenga privado ni que corran por cuenta de su Palacio sus excesos_” (7).

Precisamente uno de los motivos, aunque no el principal, del envío a Flandes de don Fernando fue el separarlo de don Antonio. Aunque el Cardenal-Infante, demostrando una vez más su avispado carácter, sospechó el Conde-Duque era el responsable de esta trama y tuvo con él uno de los no raros encuentros violentos que desconcertaban al de Olivares e inquietaban al Rey. Estas violentas reacciones de don Fernando ponían un grave interrogante sobre su futuro como hombre de gobierno y sobre su lealtad a las órdenes de su hermano y Rey.

Todo lo que fuera contrario a los gustos y deseos del Cardenal-Infante, era siempre una fuente de conflictos. Y esto había que cortarlo:

De aquí, Señor (prosigue Olivares), nacen discordias e inquietudes en su Palacio, y en el amor resfriarse para con V.M. y aun zozobrar en el respeto y obediencia. Y, enseñándole la carta, el otro día, de la Sra. Infanta de Flandes (se refiere a la infanta Isabel Clara Eugenia) _y la consulta del Consejo de Estado, en que amorosamente se le avisaba no convenía llevarse privado a Flandes, que aquella nación no lo consiente si afecta el nombre de español, cuanto y más de privado, ni que diese nombre de tal a ningún criado suyo, la ira fue notable. Y, volviéndose contra mí, me dijo era traza mía y que yo era el actor de este hecho_”.

Fuentes principales:

* Aldea Vaquero, Quintón: “_El cardenal-infante don Fernando o la formación de un príncipe de España_”. Real Academia de la Historia, 1997.

* Elliott, J. H.: “_El conde-duque de Olivares_”. Crítica, 2004.

* Vermeier, René: “_En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648_”. Universidad de Córdoba, 2006.

Notas:

(1) Gascón de Torquemada, Gerónimo: “_Gaceta y nuevas de la Corte de España desde el año 1600 en adelante_”. Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Madrid, 1991. P. 8-12.

(2) Íbidem, p. 125.

(3) Íbidem, p. 127.

(4) Íbidem, p. 128.

(5) Íbidem, p. 134.

(6) Íbidem, p. 219.

(7) Marañón, Gregorio: “_El Conde Duque de Olivares_”. Espasa-Calpe. Madrid, 1952. P. 449.