Gustavo Bueno / ¿Qué pasa en el Este? / El Independiente (original) (raw)

1. Muchas cosas están pasando en el Este –es decir: en la mitad oriental del Hemisferio Norte o, más exactamente, del casquete Norte que acaba en el Trópico de Cáncer– pero es prácticamente imposible describirlas con esa «libertad de valoración» que recomendaba, al menos para el terreno de las ciencias sociales, Max Weber. Ni siquiera lo hechos fisicalísticamente constatados –número de muertos o de asesinados, número de presos políticos, cuantía de los participantes en una manifestación de protesta– son expuestos de modo «objetivo». Sin embargo, acaso hay un terreno en el que, curiosamente, los hechos parece que pueden ser establecidos, al menos en el plano fenoménico, de un modo seguro: me refiero al tablero «politológico», en el que se mueven los jefes de Gobierno, en el que unos parlamentos se cambian por otros, en el que se legalizan o se declaran fuera de la ley los partidos políticos. En el Este pasa, por ejemplo, que ha sido depuesto el Gobierno comunista de Polonia, y el de la R.D.A, y el de Hungría; en Rumania pasa que ha sido declarado ilegal el Partido comunista; pasa también que en Lituania, Gorbachev fiel a sus planes de Perestroika, ha prometido impulsar el desarrollo del artículo 72 de la Constitución soviética...

Pero me parece evidente que los datos políticos que figuran en esta enumeración, o en otras semejantes, se mantienen, por objetivos que sean, en el plano de los fenómenos. Si «significan» algo es porque, al margen de valorarlos, positiva o negativamente, de modo puntual, los estamos insertando en algún «sistema de coordenadas», solo desde el cual pueden recibir una interpretación. Los datos no significan nada por si mismos, tomados «en absoluto» –pese a lo que tantos analistas y cronistas parecen pensar. O no queremos entender nada, o tenemos que interpretar desde algún sistema de coordenadas de referencia, aun a riesgo de equivocarnos.

Existen, sin duda, muy diversos «sistemas de coordenadas» desde los cuales se procede a procesar los datos que llegan del Este. Pero los más importantes para nosotros –pues no considero, por ejemplo, coordenadas musulmanas, o budistas– son dos, que podemos poner en correspondencia, respectivamente, con cada uno de los dos «Bloques» en los que está repartido el Hemisferio Norte, el Bloque Oriental y el Bloque occidental, o, si se prefiere, el área de influencia de la 0TAN y el área de influencia del Pacto de Varsovia. Denominaremos a estos sistemas de coordenadas, tratando de captar su contenido filosófico, y después de desechar otros muchos rótulos posibles, mediante rótulos, no impuestos por nosotros, sino tomando rótulos emic, usados significativamente en los Bloques de referencia: Humanismo personalista y Humanismo socialista. Insisto en que no pretendo utilizar el rótulo «Humanismo socialista» como denotativo de un efectivo modo de vivir los hombres del Bloque del Este; ni tampoco pretendo que «Humanismo personalista» designe el efectivo modo de vivir de los hombres adscritos al Bloque occidental. Utilizamos estos rótulos tan solo como autodesignaciones, sin duda ideológicas, extendidas ampliamente en el espacio de cada Bloque, pero que no son siempre asumidas por quienes viven en sus respectivos ámbitos. Muchos millares de «occidentales» utilizan probablemente, aún hoy, para interpretar lo que pasa en el Este, las coordenadas del Humanismo socialista; en cambio, acaso sean millones de individuos quienes, desde el Bloque del Este, están prefiriendo utilizar, para «procesar los datos», las coordenadas del «Humanismo personalista», que, casi siempre, por cierto suele designarse como «humanismo» a secas y también –descontando amplios círculos de «racionalistas»– como «humanismo cristiano», en sus diversas variedades: bizantina, luterana o romana (acaso con el asesoramiento sea del patriarca Pimen, sea del patriarca Serafín, sea del papa Woytila).

Pero ocurre como si un pudor casi invencible inclinase a cronistas y analistas a mantener sus sistemas de coordenadas en la penumbra. Prefieren usar sus coordenadas y nombrarlas de pasada sólo cuando no tiene más remedio. En lo que sigue voy a arriesgarme a presentar al desnudo los dos sistemas de coordenadas, sabiendo que me expongo a ser llamado impúdico.

2. He aquí un esquema de las coordenadas del «Humanismo personalista» al menos en una de sus versiones más características:

(a) Se autoconcibe el Humanismo como el vivo reflejo de la misma «ley de desarrollo» de la naturaleza humana (es decir, no como la expresión de un desideratum ideal, utópico). Un reflejo que podrá advertirse, por tanto, en todos los tiempos y lugares en los que viven hombres, pero que habrá ido tomando su forma más compacta, a través de diversos canales –entre los que se citan a la democracia griega, al derecho romano y a las «religiones del Libro»– en la Declaración de los derechos del Hombre por la Asamblea francesa de 27 de Agosto de 1789. La Declaración de los Derechos humanos por la Asamblea general de la ONU, en su sesión de 10 de Diciembre de 1948, que también proclamó explícitamente el carácter natural de estos derechos (articulo 1º: «Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y en derecho»), será interpretada por el humanismo personalista como una sanción, a escala universal, de la Declaración del 89.

Políticamente se dará por supuesto, en Occidente, que los Derechos Humanos implican la democracia parlamentaria y, económicamente, la libertad de mercado y de empresa. Así mismo, se dará por descontado que el desarrollo tecnológico de la Humanidad sólo podrá encontrar su propio camino en el terreno de una sociedad abierta dotada de instituciones parlamentarias según el sistema del sufragio universal. ¿De nada valdrán las críticas al carácter formal de estas democracias, críticas que proceden en gran medida del marxismo y que se fundan en la duda de que el voto de la mayoría pueda considerarse representativo de la voluntad general de las «personas conscientes y libres» que deciden por sí mismas y no por el influjo de presiones externas, conscientes o inconscientes? ¿No estamos moviéndonos en el terreno de las meras ficciones jurídicas? K. Popper es uno de quienes han dudado; pero, sin embargo, no por ello ha concluido en contra de los principios del humanismo liberal, al menos siempre que sea posible atribuir a la mayoría la capacidad de rectificar sus decisiones anteriores de un modo no violento. Si, pues, cabe dudar seriamente de la efectiva capacidad representativa del parlamento democrático, de su adecuación o verdad respecto de la opinión general del pueblo que lo ha elegido (como cabe dudar de la posibilidad de verificar las leyes científicas en el material empírico al que se refieren), sería suficiente reconocer la capacidad a una sociedad política para derribar al gobierno sin derramamiento de sangre (diríamos: la capacidad de falsación política) para poder llamar democrática a la sociedad de referencia.

«La teoría de la democracia como soberanía del pueblo –llega a decir Popper– es moralmente errónea e incluso insostenible y ha quedado superada por la teoría del poder destitutorio de la mayoría.» Pero todo esto dentro de los principios del humanismo liberal.

(b) Concebir el humanismo, incluso el humanismo cristiano, como la verdadera «ley de desarrollo» de la naturaleza humana no excluye el reconocimiento de la existencia de obstáculos incesantes que frenan o desvían el curso de este desarrollo. Estos obstáculos serán explicados de modos muy diversos, bien sean aberraciones contra natura (caso del nazismo) bien sean aberraciones doctrinales debidas, acaso, a la influencia de culturas extrañas, «asiáticas» o «tártaras».

Esto es lo que habría sucedido con el comunismo marxista por cuyos principios se moldearon los Estados del Este, a raíz de la 1ª Guerra Mundial, y, más tarde, a raíz de la 2ª Guerra. Ese «comunismo tártaro», como algunos lo han denominado, desarrollado bajo la ideología del marxismo-leninismo, habrá constituido la mayor aberración de nuestra época: distorsionó el normal desarrollo de las sociedades del Este –que hubieran podido alcanzar la «taylorización» sin tanta violencia y con mayor eficacia, siguiendo la vía occidental– y esclavizó o asesinó a millones de ciudadanos, obligado por unos Planes absurdos que, además, favorecían la corrupción administrativa.

(c) Los acontecimientos que, a los 200 años justos de la Revolución francesa, están teniendo lugar en el Este –y particularmente en el Este europeo, «la Casa Común»– se explican por sí mismos a la luz de la «ley natural del desarrollo humanista». El modelo comunista ha fracasado en sus proyectos económicos y políticos y ha fracasado precisamente porque no ha respetado los derechos humanos. En cierto modo, no hay que explicar por qué ha fracasado, puesto que lo que habría que explicar es por qué no fracasó antes, cómo ha podido sostenerse contra natura el comunismo en tantos países europeos y durante tantos años. Pero ha llegado por fin el momento en el cual la presión de los hombres sometidos a la tiranía comunista habrá podido alcanzar un punto crítico: lo que pasa en el Este es, sencillamente, que hombres que son libres por naturaleza están desprendiéndose, a veces con violencia inaudita, de la camisa de fuerza que les impuso el comunismo marxista. Están volviendo a sus principios, a los cauces del humanismo democrático, a la recuperación de sus propias «identidades» étnicas, culturales, religiosas, individuales. El motor que impulsa los acontecimientos del Este tiene, pues, un nombre bien definido: Libertad. Por eso, el mejor símbolo para significar lo que está pasando en el Este nos fue ofrecido en las Navidades pasadas por medio del magno concierto de Berlín, dirigido por Bernstein: allí pudo escucharse, interpretada por una orquesta internacional, la Novena Sinfonía de Beethoven en la que Bernstein creyó necesario sustituir, en el Himno final, la palabra «Alegría» (Freude) por la palabra «Libertad» (Freiheit). «Porque aquello que está ocurriendo en el Este no es otra cosa sino que, por fin, está deshelando su dura coraza, está bullendo una vida nueva, que, en torno a una próxima Alemania unida, en su centro, comienza la nueva era cantando el himno de la Libertad.»

3. Desde las coordenadas del Humanismo socialista las mismas cosas se ven de otro modo muy distinto:

(a) La «ley de desarrollo» de la naturaleza humana propuesta por el humanismo personalista, será considerada ahora como una ley puramente metafísica o teológica y, en medio de su dulzura, políticamente perversa puesto que no puede significar nada más allá de lo que corresponde a una cobertura ideológica destinada a justificar las empresas victoriosas de una burguesía explotadora y rapaz. Los derechos del hombre y la propia democracia parlamentaria son sólo ficciones jurídicas que han abierto el camino, valiéndose precisamente de la libertad formal, a la construcción del sistema universal de explotación más duro e implacable que ha existido en toda la historia universal, el sistema capitalista. La «persona» de la que habla el humanismo occidental es sólo una abstracción y no podría ser otra cosa, porque en la realidad no hay ninguna persona que sea libre «por nacimiento», sino porque ese nacimiento ha tenido lugar en una determinada sociedad, en una determinada época, cultura o clase social.

Marx habrá llevado hasta su límite la crítica a ese humanismo de la Ilustración que fue ya abordada por Hegel. Marx ha demostrado que los principios del capitalismo no pueden considerarse como la ejecución de una «ley del humanismo», puesto que estos principios se dejan reducir, más bien, a la condición de leyes dadas dentro del más puro darwinismo social, de índole naturalista.

(b) El movimiento socialista o comunista no derivará, por tanto, de un principio contra natura respecto de una supuesta «ley de desarrollo». Derivará de la necesidad de las clases trabajadoras y, en particular, del Proletariado, para defenderse de la explotación; las reivindicaciones que se han alcanzado han sido arrancadas, no concedidas en virtud de esa ley armónica de desarrollo. En la Revolución de Octubre la clase obrera encontró su verdadera patria. «El atrasado imperio ruso, semicolonial y semifeudal, fue sustituido por una de las mayores potencias del mundo... y este es un fruto de la revolución de Octubre, es el fruto del socialismo.» Y gracias a la acción de la Unión Soviética el «capitalismo salvaje» pudo, en gran medida, ser frenado y los pueblos del tercer mundo, sometidos a la más vergonzosa y sistemática explotación, pudieron recibir los apoyos mínimos que hicieron posible al menos su reorganización política.

(c) La empresa comunista, debido, en gran medida, a la resistencia de los países capitalistas, tuvo que llevarse a cabo de un modo violento y dogmático; y, al no haberse logrado la revolución comunista en los restantes países europeos, el modelo de crecimiento socialista segregó, entre otras cosas, una burocracia que iba a terminar ejerciendo los efectos de una rémora capaz de detener la propia revolución. «En un momento dado –como empezó a advertirse con toda claridad en la segunda mitad de los setenta– ocurrió una cosa que a primera vista –dice M. Gorbachev– parecía inexplicable: se había creado una especie de «mecanismo de frenado» que actuaba sobre el desarrollo social y económico y todo esto ocurría en un momento en el que la revolución científica y tecnológica estaba abriendo nuevas perspectivas de progreso económico y social.» De aquí la necesidad de una reestructuración, de una Perestroika. El comunismo marxista no habrá desaparecido, sino tan solo, a lo sumo, su versión estalinista. Tiene, eso sí, que reformarse, pero los postulados principales del humanismo socialista se mantienen, porque se mantiene como «ley de desarrollo» la gravitación armónica de la Humanidad hacia su destino final, aquel que Marx esbozó en su Crítica al programa de Gotha.

(4) Ahora bien: tratar de explicar el agotamiento del socialismo real por un «efecto de frenado» ad hoc que, sin embargo «no sería interno al socialismo», es tan poco convincente como tratar de explicar ese frenado por el impulso hacia la libertad, no menos ad hoc, de los ciudadanos que vivieron prácticamente toda su vida bajo los mismos principios del marxismo leninismo; pues ese impulso hacia la libertad –que, al parecer, y sin que se explique por qué, ha necesitado 50 o más años para cobrar forma propia– acaso no es otra cosa sino un nombre vacío o negativo («libertad de») que solo puede alcanzar sentido operatorio cuando se le dota de objetivos positivos («libertad para»). Y, desde esta perspectiva, acaso la mejor descripción de los motivos que movían a quienes participaron en el concierto de Berlín cantando Libertad en lugar de Alegría, en los coros de la Novena Sinfonía, la encontrásemos en estas formulas del más radical de los humanistas antisocialistas que ha producido el «Occidente», Max Stirner: «Cuando piensas bien en ello, lo que quieres no es la libertad de tener todas esas bellas cosas [los platos sabrosos que se preparan en el palacio; los blandos cojines] porque esa libertad no te las da aún; lo que quieres son esas cosas mismas; quieres llamarlas tuyas y poseerlas como tu propiedad.» Pero estas bellas cosas –el Mercedes Benz o, por lo menos, el Wolkswagen Diesel– no están ahí ofrecidas por la naturaleza sino que –para decirlo al modo marxista– tienen que ser producidas en el sector II de la producción que, a su vez, presupone la producción del sector I. Y ahora, la «libertad» se nos aparece en el medio de tal cúmulo de condicionamientos tecnológicos y sociales y de conflictos –y no ya solamente porque los bienes sean escasos, sino porque, aunque no lo fueran, no tendrían por qué ser compatibles entre sí, ni en el momento de su producción ni en el de su distribución– que solo mediante el postulado metafísico de una «armonía preestablecida» puede darse por supuesta la libertad, en un sentido positivo y material (y no meramente negativo o formal), como atributo que define a la totalidad de las personas humanas, por el hecho de haber nacido. Y esto nos impedirá decir que lo que pasa en el Este es el resultado del impulso incontenible de los pueblos o de los individuos, tomados en abstracto, hacia la libertad; entre otras cosas, porque ese impulso ha sido incubado precisamente en el seno de la propia sociedad socialista, una vez que ésta alcanzó los niveles mínimos de desarrollo tecnológico y social y una vez que tuvo la posibilidad de contrastar su situación con el comercio de otras sociedades, ya fueran comunistas (China) ya fueran capitalistas (y, entre ellas, muy principalmente, Japón).

En cuanto al «efecto de frenado» del que habla Gorbachev: ¿podemos interpretarlo como un episodio rectificable, efecto de una burocracia exógena al sistema y que, en todo caso, no compromete los principios del marxismo-leninismo? O, más bien, ¿será preciso reconocer la naturaleza endógena de esa burocracia sin la cual el Plan (desgranado a lo largo de los diversos planes quinquenales o septenales) no hubiera sido posible llevarlo adelante? Dicho de otro modo: ¿es suficiente la reestructuración (Perestroika) o, más bien, es necesaria la revolución de los principios del marxismo, su «vuelta del revés» (Umstülpung, para emplear la palabra que Marx utilizó refiriéndose a Hegel)?

A mi juicio, para entender lo que pasa en el Este, y lo que puede pasar, la idea de Perestroika no es suficiente. Es necesario dar la vuelta del revés a la misma doctrina marxista. ¿Por dónde? Principalmente por aquellos lugares en los que esta doctrina confluye con el «Humanismo Occidental», los lugares en donde habitan los principios del monismo armonista, teológico o metafísico. Pues son estos principios aquellos que inspiran la formulación de la «ley natural de desarrollo humanista» y son estos mismos principios los que hicieron posible el Plan (el Plan orientado precisamente a conseguir el resultado final del que Marx, violentando su propia concepción de la dialéctica, habló en su Crítica del programa de Gotha). Para entender lo que está pasando en el Este, acaso sea necesario comenzar por prescindir de todos los componentes utópicos que el marxismo ha podido arrastrar. Pero no se trata, en modo alguno, por ello de sugerir que es posible retrotraer los planteamientos a situaciones que definen la época premarxista. ¿Cómo tirar por la borda el último bastión del racionalismo que el Occidente ha producido bajo la figura del materialismo-histórico? Es imposible, entre otras cosas porque una gran masa de ideas marxistas sigue actuando de hecho no ya sólo en los países del Este, sino también en los países del Oeste, y no sólo en aquellos en los que gobiernan las socialdemocracias sino también en aquellos que se regulan por la más pura planificación capitalista (que utiliza, por cierto, a través, por ejemplo, de las matrices de Leontieff, categorías tomadas de el mismo El Capital).

La «vuelta del revés» la entendemos como una marcha hacia delante del marxismo, si es que el materialismo histórico puede desprenderse de los componentes utópicos (monistas, armonistas) que comparte con el humanismo y puede dar cabida al caos impredecible, pero determinista a la vez, que la multiplicidad y heterogeneidad de los sistemas y subsistemas culturales, étnicos, políticos y económicos que están bullendo en nuestro Planeta, tanto en el Hemisferio norte como en el Hemisferio sur, está abriendo en el final del milenio. El agotamiento de los proyectos universales ligados al sistema del llamado «socialismo real» no autoriza al humanismo occidental a considerarse como una alternativa capaz de tomar el relevo. Pues lo que pasa en el Este no es algo que pueda ser entendido (y menos aún controlado) desde los principios ideológicos del humanismo democrático-metafísico vigente en Occidente. Pues lo que está pasando en el Este puede ser algo demasiado semejante a lo que está pasando en el Oeste, desde su misma constitución (incluyendo el «fenómeno nazi», que no cayó, por cierto, del cielo sino que germinó de las mismas entrañas de Occidente).