Symploké: Discontinuismo / Pluralismo radical / Monismo continuista / Ateísmo terciario (original) (raw)
[ 54 ]
Entrelazamiento de las cosas que constituyen una situación (efímera o estable), un sistema, una totalidad o diversas totalidades, cuando se subraya no sólo el momento de la conexión (que incluye siempre un momento de conflicto) sino el momento de la desconexión o independencia parcial mutua entre términos, secuencias, etc., comprendidos en la symploké. La interpretación de ciertos textos platónicos (El Sofista, 251e-253e) como si fueran una formulación de un principio universal de symploké (que se opondrá, tanto al monismo holista –“todo está vinculado con todo”– como al pluralismo radical –“nada está vinculado, al menos internamente, con nada”–) es la que nos mueve a considerar a Platón como fundador del método crítico filosófico (por oposición al método de la metafísica holista o pluralista de la “filosofía académica”).
En efecto: Platón fue el primero que hizo ver que el programa monista (el “gran relato mítico de la Antigüedad”), formulado en nombre del ideal del conocimiento más pleno y definitivo, como reacción al programa pluralista radical, es paradójicamente incompatible con ese ideal, tanto o más como lo es el programa escéptico del pluralismo radical. En El Sofista, Platón ha desarrollado una argumentación trascendental que se orienta a “neutralizar” tanto al pluralismo radical como al monismo. Ambas alternativas (viene a decir) son incompatibles con el discurso lógico de la razón humana. Es decisivo tener en cuenta que no sería posible “probar de frente” (mirando a la Materia o al Ser) la tesis de la symploké. La argumentación es trascendental.
Desde el materialismo filosófico, la fundamentación de la trascendentalidad corre a cargo de los órganos corpóreos del sujeto operatorio [68], en tanto que ese sujeto está ligado, a su vez, a los aparatos y a los otros cuerpos (a diferencia de Kant, que busca la fuente trascendental de las categorías en ciertos órganos o facultades incorpóreas del Entendimiento –o de la sensibilidad–, que habría que considerar como previas a todo cuerpo, es decir, como dadas a priori). Por esto podemos llamar “trascendental” [460] a la misma argumentación platónica. No se dirige ella directamente contra el pluralismo o contra el monismo, sino que atiende a los efectos devastadores que estas alternativas producirían (si se mantuviese la coherencia), en la razón humana. Por ello, quien quiera preservar la racionalidad, debe dejar de lado, ante todo, el “programa pluralista radical” (la más radical manera de aniquilar todo discurso es aislar cada cosa del resto”), pero también el monismo continuista (“si todo estuviera vinculado con todo nada podríamos conocer”, El Sofista 259e).
Platón ha establecido un postulado de existencia de cortaduras, de discontinuidades (contra el monismo) a partir de fundamentos muy diversos. Por eso no debe confundirse el problema gnoseológico del discontinuismo (de las “cortaduras” determinadas en el seno de los fenómenos) con el problema epistemológico que Bachelard-Althusser plantearon en torno a la idea de “corte epistemológico”. El discontinuismo al que aquí nos referimos tiene que ver con los propios fenómenos, con la relación de unos objetos respecto de otros objetos.
El postulado platónico de la discontinuidad tiene probablemente más que ver con las paradojas de Zenón eléata, con la evidencia apagógica de la necesidad de detener los procesos ad infinitum. Si, para conocer algo, hubiera siempre la necesidad de conocer algo anterior, y, antes aún, algo anterior, y así, ad infinitum, entonces no podríamos conocer nada. No ya el movimiento del mundo físico, sino el movimiento del discurso, se aproximará a la situación del corredor en el estadio, obligado a recorrer la mitad anterior y, antes aún, la mitad anterior, y así ad infinitum. No podría siquiera llegar a moverse.
También podemos ver en el postulado de discontinuidad una condición del pensamiento causal, que no admite regressus ad infinitum de causas sucesivas, ni menos aún, la apelación a una acumulación de infinitas causas simultáneas en la producción de un efecto. También la experiencia pitagórica de la inconmensurabilidad de los géneros tuvo presencia indudable en el postulado platónico de discontinuidad.
El repliegue crítico respecto de las dos grandes alternativas ontológicas disponibles establecidas por el propio Platón, o dicho de otro modo, la formulación del largo proceso de trituración de las metafísicas presocráticas, es el que condujo a Platón a abrir, como única tercera alternativa, el principio de symploké. Los textos claves se encuentran en El Sofista (251e-253e): “O bien nada posee capacidad de relacionarse con nada… o bien todas las cosas se relacionan mutuamente entre sí comunicándose… o bien determinadas esencias admiten mezclarse con determinadas otras y solo con estas, pero no con otras…”; y (en 259e): “la más radical manera de aniquilar todo discurso es aislar cada cosa del resto; porque es solo por la mutua combinación de ideas (to eidon symploken) como el discurso ha nacido”.
Desde luego, el término symploké es usado no solo por Platón, sino, en realidad, por toda la tradición posterior, de un modo “informal”, y no como un tecnicismo. Sin embargo, hay base textual suficiente como para escoger el término symploké como rótulo de una tercera alternativa, que venimos considerando, como constitutiva de la filosofía en sentido estricto [16-17], es decir, de la filosofía académica (= platónica).
En todo caso, las diversas acepciones y matices que alcanza el término symploké según los contextos, giran siempre en torno a la misma idea: entrelazamiento de hilos en la tela, de mimbres en la cesta o incluso de espadas entrecruzadas, o de letras en el texto; y al mismo tiempo desconexión. Así ocurre con Aristóteles, cuando dice que “las categorías son cada una de las cosas dichas fuera de toda _symploké_” (Categorías, 1b25), es decir, géneros que se predican de los inferiores, pero no de los colaterales. Estos géneros son las categorías.
Entrelazamiento y, a su vez, desconexión de las cosas entrelazadas con terceras: el principio de symploké, así interpretado, alcanza un significado claramente materialista. Al menos, él es incompatible con cualquier tipo de concepción ontoteológica del mundo que presuponga un Dios creador y gobernador del Universo, omnipotente y omnisciente, y que mantenga coordenadas todas las realidades del Universo (desde el astro más grande hasta la hoja más pequeña del árbol, pero que “no se mueve si Dios no dispone las cadenas de las causas para moverla”). La symploké, al reconocer “cortaduras” en el Mundo, implica propiamente el ateísmo “terciario”, es decir, la negación de un Dios omnisciente y omnipotente, y aquí reside su principal significación gnoseológica. No es posible un entendimiento capaz de conocer todas las cosas, porque la symploké las hace incognoscibles. El reconocimiento de esta implicación entre la tesis de la symploké y el ateísmo terciario (el que niega el Dios omnisciente de Molina, pero también el “Genio” de Laplace) está reconocida, al menos en su forma contrarrecíproca, por el propio teísmo monista, no solo en su versión tradicional escolástica, sino también en la versión del monismo idealista del siglo XIX (por ejemplo, la versión de Royce, The Conception of God, Nueva York 1897).
La materia ontológico general cuando se la considera desde el principio de symploké (y en la medida en que este hace posible algo así como una “ontología negativa”) se nos muestra muy lejos de la unidad. Ni siquiera es un ápeiron, un absoluto (como el Incognoscible spenceriano), del que pudiera decirse que está sometido a una ley global, por ejemplo, a un ritmo de sístole y diástole como en Anaximandro (o como en el universo cíclico de algunos cosmólogos de nuestro tiempo, que dotan al Universo de sucesivos big-bang y big crunch). La materia ontológico general no es una totalidad unitaria. No es un “orden”, pero tampoco es un “caos”. Tampoco es una masa homogénea, una materia prima, sin cantidad, sin cualidad, es decir, pura potencia; porque esa materia está siempre en acto y, en algún punto de su curso, lleva en su seno la vida y las mismas inteligencias de los cuerpos vivientes que llegan a “representársela”. El principio de symploké, al prohibirnos ver la materia ontológico general [82] como una unidad de conjunto, nos obliga a verla como un conjunto de corrientes diversas e irreductibles algunas de las cuales han debido confluir para dar lugar a la conformación del mundo. Un mundo en el que, sin embargo, apreciamos, como si fueran indicios de fracturas más profundas, en líneas divisorias (“punteadas”) de círculos objetivos que llamamos categorías. La importancia del principio de symploké en teoría de la ciencia se advierte teniendo en cuenta que el “principio de las categorías” (al cual se ajustan los cierres categoriales) presupone el principio de symploké, aun cuando la recíproca no sea admisible.
La importancia del principio de symploké en teoría de la ciencia se advierte teniendo en cuenta que el “principio de las categorías” [152-167] (al cual se ajustan los cierres categoriales) presupone el principio de symploké, aun cuando la recíproca no sea admisible.
{TCC 563-568, 1440-1441 / PF 151, 230-ss /
→ EM 59-146, 361-369, 391-434 / → MP / → TCC 559-573 / → ET}