El crepúsculo de Shakespeare (original) (raw)
Ignacio Gracia Noriega
«Cuento de invierno» y «La tempestad» son las dos cumbres de la esplendorosa madurez del dramaturgo británico
A finales de 1610 o comienzos de 1611 (habrá pocas cosas menos precisas que la cronología de Shakespeare), el dramaturgo regresa a su pueblo, que había abandonado en 1585 u 86 al tiempo que abandona a su mujer, Anne Hathaway, con la que se había casado muy joven y con la que tuvo tres hijos. Nicholas Rowe, su primer biógrafo, asegura que Shakespeare hubo de salir por pies de Stratford después de cazar como furtivo en el parque de sir Thomas Lucy, a quien años más tarde ajusta cuentas en la primera escena de «Las alegres comadres de Windsor», llamándole piojoso y presentándole bajo los rasgos grotescos del juez Shallow. En Londres se hizo rico con el teatro, en su triple faceta de autor, actor (muy secundario: la Sombra de «Hamlet» y el viejo criado Adam de «Como gustéis») y empresario, y encarrilados sus asuntos financieros, se dedicó a comprar posesiones en el pueblo natal. Sin duda preveía el retiro, aunque el regreso a casa de 1611 no fue el definitivo, ya que volvería a Londres a comienzos del otoño para supervisar el montaje de «La tempestad». La vuelta a Stratford de 1613 ya será para siempre, aunque por la edad (tan solo cuarenta y nueve años) no podía esperarse que quien sería considerado el mayor poeta de todos los tiempos se redujera a pasar sus últimos años como un satisfecho propietario rural. Murió el 23 de abril de 1616 , diez días más tarde que Cervantes, de quien había hecho en colaboración con Fletcher la adaptación del episodio de Cardenio, de la primera parte del «Quijote». Según John Ward, vicario de Stratford, la noche anterior se había reunido en alegre convite con Freyton y Ben Jonson, y por haber bebido más de la cuenta, contrajo unas fiebres de las que murió.
En 1611 Shakespeare estrena las dos cumbres de su esplendorosa madurez: «Cuento de invierno» y «La tempestad». En la escena final de la última, Próspero renuncia a su magia y el autor se despide de su público. No es literal la despedida, porque aún colaboró en algunas piezas con Fletcher y escribe «Enrique VIII». Pero «La tempestad» es la renuncia al arte, apoteósica y melancólica. Con «Cuento de invierno» compone su obra más perfecta. Es un drama de celos. «Los celos más monstruosos del teatro de Shakespeare no son los de "Otelo", sino los de "Cuento de invierno"», afirma Girard. Los celos aquí no obedecen a indicios ni a habladurías, sino a una desviación de la mente. Leontes, el rey celoso del amigo de la infancia, es un auténtico loco. La obra culmina a la mitad del acto III como tragedia (mueren Mamilio, su hijo, y Hermione, su esposa), para continuar en ese mismo acto como comedia pastoril. La fiesta del esquileo que llena el acto IV, recupera la alegría y a la magia del «Sueño de una noche de verano». Hay celos pero no hay traidor, y en el último acto, Hermione resucita: vuelve de la estatua a la vida en una escena de difícil equilibrio. Cuatro siglos más tarde, Dreyer se atreverá a resucitar a otro personaje en escena, en «Ordet». Y la obra se cierra con la reconciliación, lo mismo que «La tempestad». En su cumbre, el creador se reconcilia con el mundo.
La Nueva España · 16 septiembre 2011