Leyendo a Shakespeare (original) (raw)
Ignacio Gracia Noriega
Una visión sobre los inconvenientes de tener un rey dialogante y lleno de bondadosas intenciones
No está de más, en estos tiempos calamitosos que corren, seguir leyendo a Shakespeare y sacar algunas conclusiones oportunas, siempre teniendo en cuenta, es claro, que no se pueden ni deben adaptar las presumibles ideas políticas y de todo tipo de un escritor del siglo XVII al siglo XXI. En tiempos de Shakespeare no se veían muchas cosas que angustian ahora, y en la actualidad muchas cosas que interesaban en aquella época han perdido todo sentido. ¿Quién se acuerda ahora del derecho divino de los reyes en el que Shakespeare parecía creer? Y en cuanto a la democracia, hoy sacralizada en algunos países en los que, por cierto, se la respeta poco, para Shakespeare, lo mismo que para don Francisco de Quevedo, era algo del pasado, del tiempo de los griegos y romanos, que fue sustituida por formas políticas más eficaces, ya que se nutría del pasto de la demagogia ("Julio César") y se fundamentaba en la volubilidad sin criterio del "pueblo" ("Coriolano"). Las revueltas populares, asimismo, le producen poco crédito al dramaturgo: sus resultados evidentes son crímenes y saqueos. El revoltoso John Cade pretende reducir el Parlamento a una sola voz, la suya, y presenta un programa que revoluciones sucesivas en el fondo no han cambiado: "No dejaremos ni un señor ni un caballero: no respetéis sino a los que vayan con los zapatos rotos, pues ésos son hombres honrados y ahorradores y se pondrán de nuestra parte si no fuera porque no se atreven" (2.ª parte de "Enrique VI", ac. IV, esc. II). Si la enseñanza en la actualidad es tan desastrosa se debe a que se pretende igualar por los que llevan los zapatos rotos, pero sin intentar arreglárselos.
No pretendemos presentar a Shakespeare como un reaccionario ni como un augur. Pero resulta bastante cierto y confirmado por la Historia que la división del reino conduce de manera implacable a la guerra civil ("El rey Lear") y que un rey débil, irresoluto, dialogante, pacífico y pacifista, lleno de bondadosas intenciones ("Enrique VI") es la peor calamidad que puede tener un pueblo. Pues si el rey no gobierna siempre habrá quienes disputen hacerlo en su lugar y la consecuencia de nuevo es la guerra civil. Enrique, con sus bonísimas intenciones, fue incapaz de poner en orden su reinado: aquella debilidad y bondad condujeron al reinado violento y odioso de Ricardo III.
Inevitable es recordar aquella no menos bondadosa república de catedráticos y poetas que renunciaba a la guerra en su bienintencionada constitución y fue destruida en la guerra más terrible de las muchas que asolaron a nuestro país. Al débil Enrique le sucede el monstruoso Ricardo, a la república idealizada el general que empuña férreamente la espada. En la actualidad, entre nosotros, un gobierno en mayoría pero débil contempla impasible "el ancho firmamento" mientras se insinúa la sedición. Convendría releer "El rey Lear", convendría releer "Enrique V", apoteosis de la unidad, y "Enrique VI", amarga reflexión sobre la debilidad del rey. La política del s. XV no era la de ahora, pero algunas cosas no cambian.
La Nueva España · 23 enero 2014