Iñigo Ongay, Nación política y nación fraccionaria, El Catoblepas 60:9, 2007 (original) (raw)
El Catoblepas • número 60 • febrero 2007 • página 9
Nación política y nación fraccionaria. Cuestiones relativas al problema de los nacionalismos periféricos de la España del presente
Conferencia presentada en los II Encuentros en el lugar, celebrados en Carrascosa de la Sierra en abril de 2006
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En 1895, sólo tres años antes de que por mediación de la necesaria intervención de las fuerzas armadas de los Estados Unidos de Norteamérica (tras el hundimiento del Maine) se consumase la pérdida de Cuba, de Puerto Rico y de Filipinas, y trece después de que tuvieran lugar en su casa familiar de Abando (precisamente en el domingo de resurrección{1} de 1882) las «revelaciones» recibidas por Sabino Arana Goiri por parte de su hermano Luis, según las cuales «Euzkadi es la patria de los vascos», el periódico aranista El Bizkaitarra publicaba las siguientes palabras, elegíacas sin duda, referidas a uno de los pilares básicos del tipismo propio de los «chistes de vascos», a saber: la llamada chapela, la boina:
«La boina. Esta sencilla y cómoda prenda de vestir, que procedente del Pirineo semi-vasko semi-francés se extendió y naturalizó en toda Euskeria en la primera mitad de este siglo, llegando a ser síntesis y personificación de las aspiraciones de un pueblo viril, se ha trocado en los últimos años en un aditamento de indumentaria cosmopolita (...) Allí existía una boina donde existía un euskeriano, y un euskeriano con sus costumbres patriarcales. Cuando se quería dar a entender que un individuo o una sociedad era euskeldun, no era necesaria otra cosa que una boina.
(...) ¡Lloremos!!!! ¡Nuestra sencilla boina nos ha abandonado! ¡Se ha maketizado para dejar de ser euskeriana! Cubre lo mismo la cabeza de un maketo... ¡¡No!! ¡¡Mentira!! No cubre lo mismo la cabeza de un maketo como la cabeza de un euskeldún. En la cabeza de un maketo oprime su nuca y sus sienes como para contener las pérfidas concepciones de su cerebro cuando es oportuno ocultarlas, y se aboveda sobre su frente para encubrir la hipócrita expresión de su frente y su mirada, y se prolonga en forma de pico de ave de rapiña, como signo de la rapacidad y voracidad de su villano temperamento. En la cabeza de un maketo, y encima de aquellos traicioneros ojos y aquella nariz tacaña, se ciñe y ajusta como el maketo oprime y estruja al pueblo que cae en sus garras.
A pesar de su propagación, ¡todavía la boina nos diferencia del extranjero! En la cabeza del maketo es signo de su dominación en Euskeria. En la cabeza del euskeriano tiene su historia... y hoy es una sencilla prenda de vestir, tal vez mañana sea prenda del uniforme nacional. Y ese día, ¿seguirá vistiéndola el maketo?»{2}
También en 1895, y también en el Bizkaitarra, el fraile benedictino Engracio de Aranzadi publicaba un «artículo de opinión» titulado «La invasión maketa en Guipúzcoa» donde se describe en pocas palabras el carácter de aquellos individuos que, para el final del siglo XIX, habían emigrado a aquella provincia vascongada desde otros lugares de España:
«(...) azote del diablo, calamidad luciferina, plaga infernal (...) fetos de forma humana, sietemesinos infatuados cual globos aerostáticos (...) legión de ratas (...) monstruosas arañas tan traidoras como repugnantes.»{3}
En estas condiciones, cabría preguntarse, ¿es imaginable acaso un despliegue todavía mayor de estupidez y paletismo? Creemos que es el propio Sabino Arana quien nos ofrece un inmejorable testimonio de que, en efecto, es posible. Vamos a comprobarlo en los siguientes versos, también salidos a la luz en el Bizkaitarra:
«Patria querida has caído bajo el dominio de España...
Es preferible la muerte(...)
Antiguamente sólo tenías por dueño a Dios.
Ahora estás dominada por el malvado, por el más pérfido de los extranjeros.
¡Nada mejor que la muerte!
Tus hijos conservaron pura la vieja raza
Hoy día mezclada con los maketos, ya no hay sangre para ti.
¡Cómo no has muerto ya!
No llores madre, no te quiero ver llorar.
Tu llanto provoca la risa al maketo.
¡Madre muere pronto!»{4}
Pues bien, evidentemente ante afirmaciones como las citadas, podríamos pensar que semejantes delirios son propios simplemente de gentes psicóticas, aquejadas de algún trastorno de la conducta más o menos severo, si no fuera por el pequeño detalle de que sin embargo, con tales delirios han terminado por sintonizar muchos ciudadanos españoles en las provincias vascongadas (también en Cataluña, y en otros lugares), alcanzado la «masa crítica» suficiente para que tales planteamientos puedan estimarse como objetivados a escala política. En este sentido, a lo largo de la presente exposición, vamos a tratar de huir como de la peste de todo género de «mentalismo» e incluso de «psicologismo», procurando por el contrario, atenernos de la manera más estricta que podamos al rasante político de referencia, rasante desde el que el separatismo vasco por ejemplo, manifestado en las doctrinas aranistas a las que nos hemos referido, exhibe su verdadero alcance (por caso secesionista) frente a una nación política como la española. De otro modo: si todo el racismo aranista, o su aldeanismo, &c, representase tan sólo una «locura» (en sentido subjetual), no pasaría de aparecer a lo sumo (aunque ya sería bastante sin duda) como un «detalle oligofrénico» propio de dementes que deliran, interesante sin duda en el contexto del campo de la psiquiatría, o la psicopatología, &c., pero al que no podríamos en modo alguno atribuir una importancia formalmente política.
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Y justamente a fin de determinar el alcance político que efectivamente pueda corresponder a este tipo de ideologías, que han resultado a la postre tan pregnantes, vamos a introducir aquí el concepto filosófico de «amenaza» tal y como lo expone Gustavo Bueno en su libro España no es un Mito{5}. En esta obra, Bueno caracteriza tal concepto como referido a aquellos procesos que, sea cual sea su etiología (sea antrópica, sea anantrópica) se orientan a desencadenar una concatenación de sucesos tendentes a producir un daño sobre términos (sean «personales» sean «impersonales») susceptibles de resultar dañados sin que pueda en cambio decirse que tales términos, en su condición de «destinatarios de las amenazas», intervengan en el cumplimiento de las mismas. El concepto de «peligro» en cambio –en este sentido contradistinto al de «amenaza»– entrañará la referencia a las operaciones del sujeto «amenazado», al menos en cuanto que tales operaciones no resulten eficaces ante el trámite de «atajar» las eventuales amenazas que sobrevienen, o incluso que ellas mismas acaben –sea por imprudencia, sea por «buen talante», sea por lo que sea– provocando directamente el cumplimiento de dichas amenazas.
Ahora bien, vistas así las cosas y dando enteramente por supuesto que España es una nación política, cabría acaso preguntar (y de hecho parece que por muy diversos motivos una tal pregunta «está en el aire» por ejemplo en la prensa nacional, pero también en el debate político entre los dos grandes partidos nacionales, &c., &c.) si España estará acaso amenazada como tal nación política. Ahora bien, sin necesidad de sostener en este momento que España esté necesariamente en «peligro» políticamente (por ejemplo, «en peligro de extinción» como tal nación política{6}), nos parece sencillamente evidente que sobre ella, al menos por lo que se refiere a su «unidad» como nación (sin entrar ahora a valorar eventuales «amenazas» que puedan estar además comprometiendo también su «identidad», &c.{7}) pesan «amenazas» muy determinadas. Esta «evidencia» diríamos, la ciframos ante todo en la naturaleza misma de tales amenazas a la unidad de España, en cuanto que expresadas, anunciadas de modo formal y público{8} por ejemplo, en el «Estatuto» aprobado por el Parlament de Catalunya y refrendado ante la «Cámara baja» de la Nación gracias a los votos del PSOE en marzo de 2006; pero también se anuncian estas amenazas formales en el llamado «Plan de Ibarreche» según el cual, Euzkadi (topónimo por cierto, fruto de la calenturienta imaginación de Sabino Arana y cuya construcción es, según lo recordaba Unamuno, enteramente absurda en vascuence, espuria desde el punto de vista gramatical) pretende reclamar el «derecho de autodeterminación» para después constituirse en un Estado Libre, asociado al Estado Español. No está de más recordar en este contexto, que sobre este supuesto «derecho a la autodeterminación» han venido insistiendo también, ante las cámaras de la televisión pública vasca (en un modélico ejemplo de «telebasura desvelada»{9}), los etarras que, ataviados con su correspondiente «uniforme nacional» con boina y todo, leyeron la declaración de «alto el fuego permanente», lograda por el propio Partido Socialista de Zapatero mediante trabajosas negociaciones «discretas» (es decir, etic: «a escondidas») con los representantes de Batasuna a partir del año 2002{10}.
Pues bien, lo que tales amenazas están directamente comprometiendo del modo más contundente al declarar, por caso el nuevo «Estatuto» la «soberanía catalana»{11} («Los poderes de la Generalitat emanan del pueblo catalán»{12} se lee en el texto refrendado en las cortes españolas por los votos de todos y cada uno de los diputados del PSOE), es, dado entre otras cosas que damos por supuesto que la «soberanía» como tal noción política aparece como una e indivisa en cada caso (con lo que fórmulas tan «socorridas» como pueda serlo «soberanía compartida», &c resultan sencillamente gratuitas, y aun contradictorias), lo que –decimos– con tales declaraciones se está comprometiendo formalmente es la propia «soberanía» de la Nación Española sobre la totalidad del territorio nacional tal y como queda establecida tal soberanía, en la Constitución de 1978 sin ir más lejos{13}.
Con todo, aunque por supuesto concedemos que la «Soberanía nacional» aparece consagrada en la «Constitución vigente» no podemos, en cambio, admitir en modo alguno que tal soberanía constituya, ella misma, algo así como el resultado de la propia Constitución –como si en efecto la Constitución misma no supusiera la existencia previa de la Nación española, porque desde luego, España no es un «invento» de los ponentes constitucionales– y esto dado entre otras cosas que España como Nación política (carácter que de suyo supone la «soberanía nacional») se configura como el resultado de un proceso muy determinado de totalización «atómica», racionalizadora (por holización{14}) efectuada sobre una Nación histórica preexistente –principalmente bajo forma imperial– en el curso del cual tiene lugar una operación de «lisado», de trituración de las morfologías «anatómicas» constitutivas de las sociedades políticas del Antiguo Régimen (estamentos, aristocracias, irregularidades jurídicas de toda índole características de la «situación pre-revolucionaria»{15}, &c.) dando finalmente lugar a las «partes átomas» (los «individuos libres e iguales») desde las que, en el progressus, quedarán reconstruidos los límites del «reino», pero ahora, bajo la forma del «Estado Nación», de modo que, ya no podrá decirse del Rey que sea el Soberano de su reino puesto que, como vio Argüelles a principios del XIX, la única soberana es la nación misma. Para el caso de Francia, por ejemplo, este proceso de «racionalización» se efectúa escrupulosamente, abriéndose camino a través de la Gran Revolución de 1789 y muy particularmente –todo hay que decirlo– mediante la inestimable ayuda de un invento tan prodigioso como pueda serlo la guillotina, testimonio del desarrollo alcanzado en pleno siglo XVIII por las ciencias categoriales del momento(anatomía, mecánica, &c.).
Ahora bien, lo que sin duda resulta interesante reseñar aquí es la circunstancia de que en lo que a Francia concierne, el curso de la racionalización holizadora que habría de culminar en la constitución de la nación política francesa (¡Viva la Nación! en lugar de ¡Viva el Rey! fue el lema de la batalla de Valmy como es bien sabido) pudo exigir en su momento, la completa reconstrucción «administrativa» del anfractuoso terreno político correspondiente al Reino Absoluto de un modo tal, que quedasen rigurosamente disueltos los límites tradicionales entre las partes formales de un tal Reino (tales como La Aquitania, El Rosellón, La Normandía, &c.) y reabsorbidos estos límites, bajos rótulos propios de la «geografía física», y por lo ende más o menos «neutros» respecto de tales regiones (Pirineos Orientales, Alto Garona, &c.) con lo que, para decirlo con Danton, la propia Nación pudo mantener a raya el «temor federativo»{16}. De otro lado, y casi para mejor así conjurar los peligros presupuestos por la «federación», la Nación, de la mano de su Comité de Salud Pública estimó necesario, sencillamente «exterminar», «guillotinar» los patois, los lenguajes regionales- cuya defensa pudo entonces comenzar a considerarse «contrarrevolucionaria»- en nombre precisamente de la lengua nacional francesa. Así:
«El federalismo y la superstición hablan bretón; la emigración y el odio a la República hablan alemán; la contrarrevolución habla italiano y el fanatismo habla vasco. Destruyamos estos instrumentos de daño y de error.»{17}
Pues muy bien, desde luego que la constitución de la nación política española en el momento de la guerra de la independencia contra la invasión napoleónica, adoptó cauces muy diferentes{18}. Cauces que, por así decir, no entrañaban tanto cortar sin más todas las amarras con el pasado imperial de la Nación Histórica cuyos contenidos habrían de mantenerse constantemente alimentando, a título de anamnesis, las propias prolepsis revolucionarias y holizadoras de los diputados de las Cortes de Cádiz. Este sin duda alguna es el sentido de la advertencia de Jorge de Marchena, tal y como la trasmite Luis González Antón, según la cual «Francia necesitaba una revolución y España sólo una evolución porque su tradición ya era liberal desde hacía siglos.»; este es también el caso del «abogado Corrales» para quien, en efecto, «por la constitución goda y después la castellana, nuestros soberanos jamás han sido absolutos, libres e independientes.»{19} Ahora bien, tales apelaciones, apenas hacen mella en el hecho de que este proceso de re-totalización del Reino borbónico, incluso conservando al rey (a Fernando VII «el deseado», una vez se pudo lograr la expulsión del «Rey Intruso»), al que sin embargo ya no podrá en cambio llamarse soberano por más tiempo, y conservando también la mención «teísta» a la religión católica –«la única verdadera», en el artículo 12 de la Constitución de Cádiz{20}–; arroja en cambio como resultado del progressus revolucionario, una única Nación política establecida precisamente como «la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», de modo que podemos sin duda conceder toda la razón a Canga Argüelles, quien en sus Reflexiones sociales señala lo siguiente:
«Nada había más funesto que llevar a las Cortes pretensiones aisladas de privilegios y de gracia: el aragonés, el valenciano y el catalán, unidos al gallego y al andaluz sólo será español; y, sin olvidar lo bueno que hubiere en los códigos antiguos de cada reino para acomodarlo a la nación entera, se prescribirá como un delito todo empeño dirigido a mantener las leyes particulares para cada provincia, de cuyo sistema nacería precisamente el federalismo, la desunión y nuestro infortunio.»{21}
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Pues bien, y aquí precisamente reside la cuestión, pasados más de cien años después de la instauración revolucionaria de la nación política española, parece que algunas partes formales de esta nación, o al menos las «élites partitocráticas» que operan en estas partes (PNV, ERC, CiU, &c.) parecen plantear una amenaza a la soberanía de la misma, mediante el expediente de reclamar su «autodeterminación» e incluso su «independencia», esto es- «hablando en plata»-su secesión respecto de España, y todo ello por lo demás, interpretando los ideólogos secesionistas tales reclamaciones como si constituyesen ellas mismas una suerte de «recuperación» de la «soberanía» que, suponemos, a tales «nacionalidades históricas» (puesto que con este rótulo inconsistente se las conceptúa en la Constitución de 1978), les habría sido «injustamente arrebatada» (dado que si no se les «arrebató» la soberanía, mal podrían ahora proyectar «recuperarla») en algún momento de la historia de España. Y bien, en estas condiciones, la pregunta que desde luego podemos y debemos comenzar a plantearnos con toda urgencia es, ante todo, esta: ¿cuándo exactamente, calculan los promotores de la secesión, que su supuesta «soberanía originaria» les habría sido arrebatada por «España»{22}? –lo que ya supone por cierto, pedir evidentemente el principio, es decir proceder como si de hecho, Cataluña o Galicia o las Provincias Vascongadas no fueran España, que es precisamente lo que se trata de demostrar.{23}
Bien, pues, ateniéndonos por el momento al caso del «nacionalismo vasco», suponen los ideólogos y los promotores de los planes y programas de la ETA, el PNV, EA, IU y tutti cuanti, que una tal «soberanía originaria» habría pertenecido al «pueblo vasco» –la nación _más antigua de Europa_– ya desde el neolítico (según el propio lehendakari lo ha proclamado en tono solemne en muchas ocasiones), pero en todo caso, más particularmente desde que Jaun Zuría, hijo de una princesa escocesa y de un duende, triunfase sobre el Reino de León en la sangrienta «batalla de Arrigorriaga» (del vascuence: «tierra de pedernales rojos»), hecho de armas perteneciente a la historiografía-ficción (o para decirlo, si se quiere, más directamente: a la «basura historiográfica»{24}) al través del cual, se supone, habría este personaje legendario establecido, en su persona, la institución del Señorío de Vizcaya que, sólo por casualidad diríamos, habría de figurar en seguida como uno más de los títulos adscritos al rey de Castilla. Esta «soberanía», cobrada en la inexistente gesta de Arrigorriaga, y ello con todo el «heroísmo» del que eran capaces tales «gudaris» también inexistentes, la habrían conservado los vizcaínos sin perjuicio de sus constantes «pactos» con los monarcas castellanos, hasta que, en 1839, tras el «abrazo de Vergara» entre Maroto y Espartero, los fueros vascos y navarros queden subordinados a la «unidad constitucional de la monarquía» y, al fin, en 1876 tales «privilegios» gratuitamente establecidos se anulen completamente. En este momento, perdería Euzkadi (palabra, no conviene perderlo de vista, inventada por Sabino Arana muchas décadas después de estos «acontecimientos») su «autonomía legislativa» –puesto que hasta esta fecha, según nos informa Fray Evangelista, _las leyes de España habrían regido en vascongadas tanto como las de China o Inglaterra_–, pero también su «independencia nacional» frente a los españoles{25}, y ya se ve, en tales condiciones, que será por lo tanto, cosa de recuperar dicha «independencia» sea por métodos «pacíficos», sea por medio de la «lucha armada», &c., &c.
Sin embargo, esta «versión de los hechos» implica necesariamente olvidar que ni Euzkadi constituyó nunca «unidad foral» alguna históricamente (dado que los «fueros» eran diferentes en el Señorío de Vizcaya que en la provincia de Guipúzcoa, igual que eran distintos en la ciudad de Llodio y en el Reino de Navarra){26}, ni cabe tampoco, salvo abuso flagrante, interpretar pro domo las sucesivas «carlistadas» como «guerras nacionales de liberación» que hubiesen enfrentado al los vascos con los españoles, haciendo incluso, en este sentido, del general carlino guipuzcoano Tomás de Zumalacárregui, una suerte de caudillo secesionista que habría llegado a albergar, in pectore, la intención de proclamarse, tras la victoria de sus tropas, Tomás I, rey de Euskal Herria (como afirma de modo directamente increíble Estornés Lasa en su surrealista Historia del País Basko). En realidad la propia existencia de los «fueros vascos», en tanto que «privilegios» otorgados por los monarcas, &c., demuestra de la manera más contundente la prominencia de la propia Corona de Castilla, a la que el Señorío de Vizcaya se habría mantenido vinculado constantemente junto con las provincias de Guipúzcoa y de Álava, derivándose de esto incluso enfrentamientos militares de los vizcaínos y guipuzcoanos (es decir, de los castellanos) con el Reino de Navarra, y por supuesto con los «vascos» de Iparralde, súbditos del Rey Cristianísimo, todo ello, ni que decir tiene, en función exclusivamente de los propios proyectos políticos de la Corona Castellana &c., &c. Pero en fin, si la realidad es esta, suponemos contra-argumentarán los ideólogos nacionalistas, peor para la realidad.
Los partidarios del secesionismo catalán en cambio, pretenden retrotraer la «pérdida de su independencia» al fracaso de los Hasburgo en la guerra de sucesión así como a los consiguientes Decretos de Nueva Planta que reducen la totalidad España, salvando la excepción muy particular de Navarra, a la condición de un único reino, quedando abolidos en consecuencia, también los fueros y privilegios del Principado de Cataluña en el famoso decreto de 1716. De hecho, y más en particular, los catalanes siguen celebrando cada año, el 11 de septiembre –y a partir de la entrada en vigor del nuevo Estatuto lo harán además a título de _fiesta nacional_– la «diada» en conmemoración de la fecha en la que, en 1714, las tropas de Felipe V logran finalmente abrirse camino en Barcelona, sofocando de este modo el último bastión de la resistencia austracista al mando de Rafael de Casanova. Ahora bien, casi tres siglos después de la anulación foral, de lo que se tratará ahora, desde la perspectiva de los catalanistas, es de «recobrar» las antiguas «libertades», tan cruelmente asfixiadas por los «castellanos», llegando incluso, en el límite, a plantear de frente la transformación de la configuración autonómica de España en una federación asimétrica de «naciones» (al menos cuatro: Catalunya, Galizia, Euskadi... y España) e incluso –en el colmo del delirio– la «expansión» de la influencia catalana a lo largo de una «euroregión» –de Torrevieja al Rosellón– que haga la debida justicia, según las posiciones del President Maragall- a la propia «historia» de la «realidad nacional catalana». Puesto que, a fin de cuentas, ¿no había formado Cataluña parte en su momento de un «Estado languedociano» con el conde-rey Alfonso II al frente?{27}
Naturalmente, todo esto es una falsificación más que evidente, como también es una impostura –y particularmente indocumentada además, política e históricamente indocta– «sacarse de la manga» una fantasmal «confederación» (compruébese el anacronismo) catalano-aragonesa en referencia a la histórica Corona de Aragón, o también denominar a los sucesivos monarcas de esta corona bajo el gratuito título de «Conde-Rey», como si en efecto (y no sólo, por así decir, en la fantasía de los secesionistas de nuestros días), la condición de «condes» de Barcelona hubiese siquiera podido tener, sobre los sucesores de Ramón Berenguer IV, idéntico peso a la calidad de «reyes» de Aragón, o como si pudiese atribuirse a «Cataluña» (es decir, a aquellos territorios que aparecían como circunscritos precisamente a la «Marca Hispánica» cuando eran vistos desde el otro lado de la frontera de España, por los vasallos del Imperio Carolingio) una realidad distinta a la puramente geográfica, dado entre otras cosas, que es lo cierto, sencillamente, que jamás correspondió Cataluña, como tampoco Euskal Erría, &c., a realidad política alguna.
Pero, todavía más grave si es que cabe, resulta –y aquí la «historiografía basura» secesionista comienza a mostrar su verdadera «patita»– representarse las «libertades» propias de la Corona de Aragón como una expresión de la «soberanía» tradicional del «pueblo» de Cataluña que, como nación catalana desde tiempos inmemoriales, hubiese procedido a «dotarse», ejercitando esta soberanía, de los «fueros», &c. ¿Qué puede significar todo esto?, ¿cabe acaso encontrar en el medioevo otros soberanos que no sean los reyes o –todavía más– las oligarquías nobiliarias interpuestas entre el mismo Rey y los vasallos?, ¿no sería justamente al apuntalamiento de la «libertad» (y ello frente al «pueblo» precisamente) de tales oligarquías –y esto rige muy señaladamente para el caso Corona de Aragón cuya nobleza fue siempre particularmente levantisca e incluso «desleal» como lo demuestra de manera constante la historia de España– a lo que se orientaban los «fueros» tradicionales?, Y si esto es así, ¿no puede defenderse como más que necesaria, por parte de los reyes de España, medidas tendentes a la homogeneización jurídica de sus dominios como puedan serlo los Decretos de Nueva Planta o las leyes de abolición foral de 1876?, haciéndose de esta manera, verdaderamente efectivo el título de la más famosa de las obras teatrales de Rojas Zorrilla: Del Rey abajo, ninguno. Decimos todo esto, dado que lo que no está en absoluto claro (o acaso esté demasiado claro) es desde qué tipo de premisas, fuera de las que son propias de la «derecha absoluta», cabe en nuestros días, defender el mantenimiento de unos tales privilegios que, característicos de suyo del Antiguo Régimen, aparecen sencillamente como reaccionarios, como gratuitos e irracionales cuando se los contempla desde la plataforma nacional a la que la holización revolucionaria pudo conducir en su momento. Esta perspectiva queda, nos parece, expuesta de un modo extraordinariamente nítido en el siguiente texto de Luis González Antón:
«Y es que el orden político-jurídico en aquellos siglos ni era ni podía ser un orden “nacional”, sino crudamente estamental. Ni siquiera cuando ya desde fines del siglo XIII, se puede hablar ya de “fueros de Aragón”, “usatges y constituciones de Cataluña” o de “fueros y leyes de Castilla” y cuando hay ya instituciones “representativas del reino” cambiará la realidad, porque ni unos ni otros protegen a la sociedad en su conjunto, sino que para buena parte de ella, fueros e instituciones son una amenaza objetiva, un instrumento de represión, al tiempo que salvaguarda de las “libertades de los poderosos”; “instrumentos de la oligarquía agraria y urbana”, como califica de manera insistente Vicens Vives a las Cortes y a la Diputación catalana.
No interesa aquí especialmente explicar las consecuencias que para las masas tenía el proceso de feudalización, que supone, mucho más en los reinos de la Corona de Aragón que en Castilla, que los señores tengan incluso el derecho de vida y muerte sobre sus vasallos. Tan sólo insistir en lo que significa de quiebra del Poder Público de la Monarquía, imposibilitada de defender al conjunto de la sociedad, y de sustracción de gran parte de ella a la autoridad de ese Poder Público, visto en general como un amparo imposible de alcanzar. La falta de articulación política de la sociedad es tanto mayor cuanto mayor es la debilidad de la Monarquía y la prepotencia de las élites.
Sugerir siquiera que señores y campesinos, incluso en lucha los unos contra los otros, o que la gran aristocracia sublevada contra el monarca de turno protagonizan “revoluciones nacionales” en defensa de los intereses de la tierra o del reino es un absurdo histórico, aunque, por desgracia, bastante frecuente hoy en día. Los grupos de poder de la sociedad medieval son los que definen cuáles son los intereses “del reino” y los defienden en cuanto son sus beneficiarios casi exclusivos. La “nación política” es otra cosa, pero no se encuentra, no existe, ni en estos tiempos, ni aún en los siglos modernos, en ningún lugar de occidente.»{28}
Precisamente, a partir de la «abolición foral», se viene produciendo –tal sería la interpretación de los secesionistas– una entrada masiva de «españoles» en ambas regiones (sean por lo tanto maketos –incluyendo por supuesto a los propios catalanes–sean charnegos), gentes que, para el caso de Euzkadi, serían desde luego tan distintas racialmente a los vascongados como puedan serlo los zulúes de los alemanes{29} (en palabras de Fray Evangelista), y que con su llegada, habría terminado por poner en un grave compromiso la propia «identidad nacional» de Euzkadi y también la de Catalunya de manera que, al paso de los años, sería ahora preciso tratar de recuperar –por ejemplo: desde el departamento de «Cultura» o del departamento de «Educación y Euskera» del Gobierno Vasco– tal «identidad»; esto es de construirla o reconstruirla («Construcción Nacional») inundando, por ejemplo, Cataluña de «Asociaciones de Amigos de la Sardana» o de la «butifarra» (diáfanas «señas» de la «identidad nacional» catalana) o fomentando la práctica de los «deportes rurales» del País Vasco (arrastre de bueyes, levantamiento de piedras, &c., &c.){30}, o de su «música tradicional» (txalaparta, txistu o rock radical vasco con «letras» de contenidos más o menos proetarras), pero también, introduciendo pongo por caso, en los planes educativos de la Comunidad Autónoma Vasca, el «currículum vasco»{31}, o bien tratando de sacar adelante el «proceso de normalización» de las lenguas propias de cada nacionalidad histórica (puesto que bajo esta fórmula se las reconoce de hecho en la Constitución del 78 así como en los consiguientes estatutos de autonomía, como si en efecto el español fuese algo así como una «lengua impropia» de tales comunidades autónomas). Y así las cosas, suponemos, no hará falta aclarar que esta promoción, por vía del decreto, del uso del catalán o del «vascuence gramático» –ese, esperanto de laboratorio como lo llamó Unamuno–, aun en aquellas zonas de las «nacionalidades históricas» en las que nunca se hablaron tales «patois» (por ejemplo: la práctica totalidad de Álava sin ir más lejos, pero también Carranza, Balmaseda, Bilbao, Baracaldo, Santurce, Portugalete, o también en Barcelona o en Hospitalet, &c.) se abre camino en detrimento precisamente, del español (es decir, de la única lengua que de hecho hablan y entienden todos los habitantes de Cataluña, también de Vascongadas, &c, &c entre otros 500 millones de personas repartidas por varias naciones de la tierra), como si de lo que de verdad se tratase, es de conseguir convertir el País Vasco o Cataluña, en auténticas mónadas sin puertas ni ventanas, es decir, de aislar, de incomunicar, de segregar por la vía de los hechos, estas regiones respecto al resto de España, mediante el expediente de eliminar de ellas la lengua española{32}. ¿No es precisamente esto lo que late en el siguiente poema de Sabino Arana?
«Si algún español te pidiere limosna,
levanta los hombros y contéstale aunque no sepas euskera,
Nik eztakik erderaz (no hablo castellano)
Si algún español recién llegado a Vizcaya
Te preguntase donde está tal pueblo o tal calle,
Contéstale: Nik eztakit erderaz.
Si algún español que estuviese por ejemplo,
Ahogándose en la ría, pidiese socorro,
Contéstale: Nik eztakit erderaz»{33}
Y la cuestión reside en que, no sabemos si por un prurito de «amor propio» (al fin de cuentas, ¿por qué va a ser menos, pongamos por caso, Asturias o Mallorca que Vascongadas o Cataluña?, ¿no es cosa de más postín acaso, haber sido un «Reino» –como Mallorca, como Murcia, como Valencia– que un «Señorío» –Vizcaya–, un «Principado» –Cataluña– o una «Provincia» –Guipúzcoa–?) o simplemente por los privilegios efectivos que se derivan del secesionismo en las condiciones propias de la democracia española, las élites partitocráticas (sean del PSOE, sean del PP) de las restantes autonomías, han decidido, «mimetizar» hasta cierto punto la conducta del PNV, de ERC o de CiU, «cuidando» también ellas de la conservación y puesta a punto (es decir, las más de las veces de la «invención») de sus respectivos «hechos diferenciales», en muchas ocasiones además en nombre de la «España Plural». De esta manera, no sólo se promueven mediante cuantiosas subvenciones públicas, a título de «señas» de «identidad» de las correspondientes «culturas nacionales», contenidos tan vulgares (al menos si mantenemos a raya el «mito de la cultura») como pueda serlo pongamos por caso, la muñeira gallega, «el vino de La Rioja», los «moros y cristianos» de Alicante, o las «noches celtas» de Asturias, sino que se «resucitan» o se «fabrican» lenguas autóctonas como puedan serlo el leonés, el panocho murciano, el cantabru, el bable, el extremeñu, el guanche, el andalú, &c., &c., &c., de las que se reclama incluso –y además por así decir: «totalmente en serio»– la «co-oficialidad» junto con el español, o su carácter de «lengua vehicular» en la enseñanza secundaria o universitaria. Como señalan los paladines de la Plataforma pola lingua cántabra:
«Acabemos col silenciu administrativu y col pieslle mediaticu, alicordiemos las barreras que tovía nos empidin ser un pueblu orgullosu de la su identidá, veni defender la nuestra cultura... o veni a informate d'ella.»{34}
Y sobre el asturianu, advierte el partido secesionista Andecha Astur:
«Ensin la capacidál Pueblu asturianu pa comunicarse nel so propiu idioma, enxamás nun algamará la so braera identidá. Soberanía asturiana quier dicir tamién que la llingua nacional y prioritaria del nuesu pueblu ye l asturianu y qu esa seña d´identidá básica y fundamental tien de ser recuperada por tolos asturianos y asturianes por que ye un padrimoniu de tola sociedá.»{35}
4. Pues bien, evidentemente todo esto es sin duda ridículo{36}, aunque no deja de explicarse perfectamente una tal «ideología basura» (por ejemplo: desde el punto de vista del concepto de «basura historiográfica», tal y como ya señalamos en su momento) a la manera de una forma necesaria de dotar de contenidos positivos –por muy vergonzosos e irracionales que estos puedan ser– a un proyecto político que por sí mismo resulta enteramente vacío, casi un «detalle oligofrénico» que, por su particularismo, no podrá dejar de aparecer como situado en las inmediaciones del «basurero de la historia», para decirlo en frase de Marx; a saber: la transformación por «corrupción» (para decirlo aristotélicamente), de la «democracia española» mediante su fragmentación en una pluralidad de «democracias parlamentarias» (Euzkadi, Catalunya, Galizia, Valencia, &c.) en las que, por caso, la lengua española (con sus 500 millones de hablantes incluidos) hubiese podido ser sustituida a su vez, por las respectivas «lenguas autóctonas» (con varios miles de hablantes, en el mejor de los casos) y en el límite, dado que ninguna «república» puede subsistir en el «concierto geopolítico» haciendo uso de tales lenguas bárbaras, por la «lengua europea» correspondiente (sea el inglés{37}, sea el francés) a la potencia que, de hecho, en este hipotético escenario, «velara por los intereses» de las nacientes «repúblicas» (por que desde luego la «autodeterminación» no existe ni puede existir como tal en la realidad, y menos todavía en el caso de una «nación» de un millón y medio de habitantes, sin ejército alguno, &c.).
Ahora bien, todo esto lo que verdaderamente implica –y esta es una conclusión que extraía ya Gustavo Bueno en su libro España frente a Europa{38}– es que no son los «contenidos nacionalistas» (la «boina», el euskera, el catalán, el panocho, los fueros, las praderas de Euskal Herria, el folklore, los deportes rurales, la sardana, los castellets, &c) los que «explican» la voluntad secesionista de las élites partitocráticas, sino a la inversa: es precisamente esta «voluntad secesionista», separatista, de la élites provincianas (en defensa de su «libertad de») respecto de España{39}, la que explica, perfectamente, la generación de contenidos tan hueros, tan, digámoslo rápidamente, políticamente insignificantes (frente a la propia historia de España como nación histórica resultante de un Imperio Universal){40} que como tales, carecen por completo de interés alguno salvo, naturalmente, para aquellas terceras potencias interesadas por los motivos que sean en el debilitamiento político de España dentro del contexto de la Unión Europea. Con ello, lo que estamos por otro lado manteniendo es que sólo de manera muy confusa podrá si quiera denominar «nacionalistas» a tales movimientos políticos tendentes al fraccionamiento de la Nación Española, como si las propias «naciones fraccionarias»{41} (Catalunya, Euzkadi, inter alia) resultantes, pudiesen representar (etic) verdaderas naciones y no sólo, regiones, partes formales de una nación política constituida como tal, amenazada de secesión «de modo formal y público» por una caterva de políticos (Ibarreche, José Luis Pérez Carod Rovira, Pascual Maragall, &c.) que, salvo panfilismo del gobierno nacional, tendrían que ser procesados por «alta traición» (y ello con las consecuencias que, respecto de la individualidad corpórea de los traidores, tales cargos llevan aparejado en otras sociedades políticas como puedan serlo Estados Unidos o la República Popular China).De este modo, sólo si los supuestos «nacionalistas» vascos o catalanes terminan por culminar con éxito sus proyectos –y contando además con la cooperación necesaria, con la complicidad, por ejemplo, del gobierno de la nación acaso atrampado en su «buen talante» o en la expectativa de que el «principal partido de la oposición» no pueda volver a gobernar en muchas décadas– cabrá, retrospectivamente, denominar como «naciones» a Vascongadas o a Catalunya, aunque esta perspectiva sólo podrá salir adelante si «España» misma, amenazada como nación política en su soberanía, «decide» además «ponerse en peligro», es decir, si decide prescindir de la adopción de aquellas medidas necesarias para hacer frente a la amenaza (por caso: la ilegalización de los partidos nacionalistas, y no solamente de los «terroristas» como si el «problema» fuese efectivamente el «terrorismo» y no tanto la «secesión», ya se ponga en marcha esta «secesión» con «las bombas» o con «los votos»). Todo ello, supuesto además que si tales medidas no se ejercitan, se estará entonces de algún modo (por modo del «panfilismo» de los propios españoles), demostrando sencillamente la «verdad» de las premisas de los secesionistas, dado entre otras cosas que, en ese caso, ¿qué «fuerza de obligar» podrá atribuirse a la Constitución Española de 1978?, ¿no estará quedando tal Constitución (en cuanto que reconoce expresamente la «indisoluble unidad de España a título de patria común de todos los españoles») en algo muy parecido al «papel mojado»?, es decir, y puesto que esta situación nos compromete directamente a todos, ¿no estaremos demostrando sencillamente los españoles que España no merece sobrevivir en cuanto nación política?, todavía más: ¿no se estará dando la razón –en el _ejercicio_– a Josu Ternera y a Arturo Mas, a Ibarreche y a Javier Madrazo, a Carod Rovira y a la ETA, al menos en lo siguiente: «España no existe, es una entelequia». Como señala Gustavo Bueno:
«El argumento tiene una gran fuerza cuando se le interpreta como argumento ad hominem: “Si tú afirmas que España existe como unidad indivisible de la Nación española –tal como lo dice el artículo 2 de tu Constitución– pero yo afirmo mi decisión de autodeterminación y mi voluntad de segregación de España, sin que tú tomes las únicas medidas adecuadas para detener mi proyecto, estoy demostrando que esa España que tú supones no existe, puesto que yo estoy ya afirmando mi segregación y aproximándome a ella, sin que nadie, más que de boquilla, me lo impida.»{42}
Porque, y esta es la verdadera cuestión, resulta evidente que no es suficiente «drenaje» frente a tales «secesionismos» en cuanto que comprometan formalmente la soberanía de la nación española, la apelación- aunque tal apelación sea desde luego lo más común- por ejemplo, a la «democracia» (como si los secesionistas fueran «antidemocráticos») o también a la «constitución» (como si los secesionistas fueran genéricamente «anticonstitucionales»), o incluso a los «derechos humanos» (como si los secesionistas se opusieran a los mismos), o, en el límite de la metafísica, a la «libertad» (¿qué puede significar esto?). Lo que con todo esto queremos decir es, ante todo, esto: cuando se procura bloquear los movimientos políticos tendentes a la segregación de Vascongadas o de Cataluña respecto de España, en nombre de tales ideas, lo que se está en realidad encubriendo (como si su mera mención fuera una pars pudenda de nuestra democracia de mercado realmente existente) es la apelación a lo que verdaderamente, está sobre la mesa puesto que tales amenazas no afectan tanto a la «democracia sin parámetros» (dado que lo que los secesionistas quieren es «multiplicar» el número de las democracias existentes), y mucho menos a la constitución (dado entre otras cosas, que también en Euzkadi o en Catalunya, llegado el caso, se establecerían Constituciones, ex hipothese, muy garantistas), por no hablar de la «libertad» (¿se opone a la «libertad» una banda armada político militar como pueda serlo ETA, es decir, Euzkadi y Libertad?), cuanto a la democracia española, a la constitución española (sea la del 78, sean las «leyes del movimiento», &c) o a la «libertad para» de los ciudadanos españoles frente por ejemplo, a los ciudadanos alemanes o franceses, es decir, lo que tales amenazas formalmente comprometen –tal, en efecto, la «madre del cordero», políticamente– es la existencia misma de España como nación política (cuyo mero nombre ha quedado ya «apestado» en muchas autonomías en las que se habla del «Estado» o incluso de la «Península») e incluso como nación histórica (dado que, por ejemplo, está amenazada –aunque acaso no en peligro– la supervivencia del español en las provincias Vascongadas o en Cataluña), de modo que, según esto, la propia apelación a España –al menos si los españoles estamos interesados en «permanecer en el ser» qua españoles– debiera ser motivo más que suficiente –y ello completamente al margen de la democracia{43}– para hacer frente a los planes de los secesionistas, lleven estos a la práctica sus «ideas» (su «ideología basura») con medios ellos mismos «democráticos» (pacíficos) o con medios «violentos» (esto es, para decirlo sin «esconder la especie en el fondo del género»: asesinando españoles{44}), ya traten de aproximarse a la «autodeterminación_» agitando el árbol o recogiendo las nueces_. Un gran filósofo español, Miguel de Unamuno lo decía excelentemente en 1931:
«¿Monarquía?, ¿República? ¡Cataluña! –dijo Cambó–. ¿Monarquía?, ¿República?, ¡España! –digamos– Y a consolidarla, o sea a con-soldarla.»{45}
Y del mismo modo, 75 años después, se pregunta Gustavo Bueno:
«Y otra gran cuestión interrogante se nos plantea aquí: la secesión, aunque no sea más que por lo que tiene de expolio y de saqueo, ¿podría tener lugar pacíficamente? ¿Acaso cabe esperar que los españoles permanezcan cruzados de brazos ante el espectáculo ofrecido por unos individuos que, avalados por pactos y convenios burocráticos, semiclandestinos, se disponen a apropiarse de un patrimonio en el que todos tienen parte y parte irrenunciable? ¿Hasta tal punto se habrá enfriado la sangre de los españoles que nadie esté dispuesto a perder ni una gota en el forcejeo con los expoliadores?»{46}
De otro modo: si esto es así, si no somos realmente capaces de hacer frente a las amenazas que se abren en el horizonte de una manera que no se limite, simplemente, agitar las manos blancas, colgar lacitos azules o nombrar la «democracia» como si fuese un mantra mágico capaz por sí solo de garantizar el mantenimiento de la unidad de la nación española{47}, entonces, todos seremos directamente «culpables» (es decir, operatoriamente responsables en el sentido de la concatenación causal) de haber puesto nuestra patria, ahora sí, en «peligro»... en «peligro de extinción».
Notas
{1} Justamente todavía en nuestros días, los militantes del PNV, pero también los de EA, los de HB, e incluso los de Izquierda Unida-Ezker Batua, celebran cada domingo de resurrección, su particular Aberri Eguna (día de la patria) corroborando así la tendencia al fanatismo teísta y a la beatería por parte de los círculos secesionistas vascos (incluida por supuesto ETA «que nació en un seminario» y que tanto aprecio muestra siempre por la Iglesia Vasca, por sujetos como el Padre Alec Reid, que nunca ha atentado contra un cura &c., &c.). En el libro de Pío Moa, Una Historia Chocante, encontramos la siguiente «explicación» de Sabino Arana acerca de su «experiencia» en Abando, aquella primavera de 1882: «Y el lema Jaungoikoa eta lagizarra (“Señor de lo Alto y Leyes Viejas” o “Dios y Fueros”) (...) iluminó mi mente y absorbió toda mi atención (...) levantando el corazón a Dios, de Bizcaya eterno señor, ofrecí todo cuanto tengo y soy en apoyo de la restauración patria, y juré (y hoy ratifico mi juramento) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde los de familia y amistad, hasta conveniencias sociales, la hacienda y la misma vida.», cit. por Pío Moa, Una Historia Chocante, Ediciones Encuentro, Madrid 2004, págs. 28-29.
{2} Texto citado por Jesús Laínz, Adiós España. Verdad y mentira de los nacionalismos, Ediciones Encuentro, Madrid 2004, págs. 777-778.
{3} cit por Jesús Laínz, op. cit., pág. 319
{4} cit por Jesús Laínz, op. cit., pág. 320
{5} Temas de Hoy, Madrid 2005, págs. 33 y ss.
{6} Cosa que, sin embargo, tampoco negamos: que esté en tal situación de peligro, o al menos muy próxima a la misma.
{7} Por ejemplo la amenaza formal yihadista, si es verdad que, como lo ha puesto literalmente de manifiesto Bin Laden el 7 de octubre de 2001, siguen considerando los militantes islámicos a España como Al Andalus, como una suerte de «emirato apóstata» al que habría que procurar re-convertir –modificando su «identidad», aunque fuese sin perjuicio de su «unidad»– por todos los medios disponibles.
{8} Véase el concepto de «amenaza formal» en Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de Hoy, Madrid 2005, págs. 36-27.
{9} Consúltese, Gustavo Bueno, Telebasura y Democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, pág. 73.
{10} Según lo recoge El País. Diario independiente de la mañana, 30 de Marzo de 2006, «Los compromisos de Otegui».
{11} Y así efectivamente, se representa el PSC –en labios de Pascual Maragall– el alcance del mal-llamado Estatuto, «como un pacto entre la soberanía española y la catalana». Consúltese, Daniel G Sastre, «El primer folleto publicitario oficial del Estatuto reconoce a Cataluña como una nación», en El Mundo, 24 de abril de 2006, pág. 20.
{12} Y es que esta declaración –por mucho que de momento pese ante todo «sobre el papel»– vale ella solita por toda la secesión, por lo que haberle dado «luz libre» en el Parlamento, es ya una traición repugnante, sin perjuicio de que los traidores se llamen Alfonso Guerra, Rodríguez Ibarra o José Bono. En este sentido, creemos recomendable leer la «Carta del Director» publicada por Pedro J. Ramírez en el diario El Mundo el 9 de abril de 2006.
{13} Constitución que, por supuesto, no reconoce que los catalanes sean soberanos sobre Cataluña, como tampoco los vascos lo son sobre Vascongadas, &c.
{14} Para estos problemas, fundamentales, véase Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003, 118 y ss.
{15} Puesto que, como lo subraya Luis González Antón en su gran libro España y las Españas: «El pacto feudal generalizado en todos los reinos suponía, entre otras cosas, que los vasallos poderosos ni obedecen ni sirven al rey, incluso en situaciones de apuro grave, si no se les dan nuevas recompensas territoriales o se acepta la ampliación de sus poderes jurisdiccionales, y que la monarquía, al cabo, está en manos de quienes controlan más del sesenta y setenta por ciento del territorio, como es patente el la Corona de Aragón. Hablar de reinos unidos y homogéneos en tales condiciones carece por completo de sentido.», cfr Luis González Antón, España y las Españas, Alianza, Madrid 2002, pág. 154
{16} En efecto, sostenía el ciudadano Danton: «Corre otro temor por el público y hay que desvanecerlo. Se dice que varios diputados idean el régimen federativo y la división de Francia en una multitud de secciones. Lo que nos importa es formar un todo, y, por lo tanto, declárese en otro decreto la unidad de Francia y de su gobierno.», cit por Luis González Antón, España y las Españas, Alianza, Madrid 2002, pág. 419.
{17} Jesús Laínz, Op. cit., pág. 391.
{18} Aquí cabría acaso recuperar aquello de Spain is different... y a mucha honra.
{19} Testimonio citado por Luis González Antón_, op. cit.,_ pág. 428.
{20} Y todavía más: en el propio preámbulo rubricado, como Dios manda: En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad.»
{21} Cit por Luis González Antón, op. cit., pág. 432.
{22} Otras veces se dice, «desde Madrid». No sabemos si refiriéndose con ello los secesionistas, al municipio o a la comunidad autónoma.
{23} Muchas veces, incluso, en tales partes formales de la nación española, se da esto por supuesto, por parte de los que reclaman la «independencia», llegando en el límite de la debilidad mental, a decorar las paredes de las ciudades, con consignas tales como «Catalonia is not Spain» (suponemos que para evitar además, escribir una sola palabra en español), o también «Hau ez da Espaina»; pero, como cualquiera puede por lo demás advertir, lo que no se entiende en ese caso (si Cataluña no es España, y Vascongadas por supuesto tampoco, &c) son las reclamaciones de los «independentistas», ¿qué es lo que reclaman entonces los secesionistas?
{24} Conviene consultar el imprescindible trabajo de Pedro Insua Rodríguez, «Sobre el concepto de basura historiográfica», El Basilisco, nº 33, (2003), págs. 31-40.
{25} Y este es, según los secesionistas, el verdadero origen del «contencioso vasco». En este sentido, se explican perfectamente las consideraciones de Ibarreche en abril de 2006, ante la nueva coyuntura del «alto el fuego» de la banda terrorista ETA, en la que «la sociedad vasca va a ser la que llevará a que “definitivamente tratemos de buscar un encaje a un modelo de relación política entre Euskadi y España que retome aquel punto que quedó roto a partir de la abolición de los fueros, que son la base sobre la que se podrá articular en el futuro lo que estoy seguro que se va a producir y es un acuerdo de naturaleza política.», cfr, «Por un proceso universal», El Mundo, 7 de abril de 2006, pág. 8.
{26} En este sentido tiene toda la razón Jesús Laínz, quien nos advierte de que la propia existencia de «Euzkadi» como tal «comunidad autónoma», es un «contrafuero»: «Ya que tanto se añora, pues, el régimen foral desaparecido, lo primero que habría que hacer es cancelar la Comunidad Autónoma Vasca, deshacer la ahistórica entidad conocida como Euskadi y volver a organizar la vida pública vasca mediante la separación provincial tradicional, regida cada provincia con sus respectivas normativas forales, pues nada hay más antiforal que las instituciones únicas para todos los territorios forales. Y, naturalmente sin otra institución superior que las aglutine, más que el Estado español, como siempre. Pues la unión de las tres provincias en una entidad administrativa común, a la que se conoce como Comunidad Autónoma Vasca, no deriva ni de los fueros ni de derecho histórico alguno, sino que lo hace de su común pertenencia a España, y en concreto, de la Constitución de 1978, que por primera vez en la historia –pues en 1936 sólo se aplicó en Vizcaya– ha establecido una organización única para todos los vascos», Jesús Laínz, op. cit., pág. 245.
{27} Pues no. González Antón por ejemplo, se muestra bien tajante al respecto: «En realidad, el llamado somni occitá, el sueño de un “estado” catalán-languedociano y occitano, no ha pasad de ser una fantasmagoría más del catalanismo; nunca llegó a haber la menor posibilidad de una unión política; Alfonso II no pasó de ser en el Languedoc un teórico señor de vasallos de fidelidades cambiantes y como marqués de Provenza por la fuerza de las armas, él mismo era vasallo del emperador de Alemania, a quien pertenecía dicha tierra. De hecho, Provenza sólo fue posesión del rey de Aragón durante treinta años exactos y el propio Alfonso, como antes había hecho Berenguer III, la dejó en herencia a su segundo hijo. Todo el Midi vivió durante décadas en una situación de anarquía en la que los soberanos aragoneses bien poco tenían que hacer. El supuesto imperio de los Pirineos jamás tuvo la menor posibilidad de existir.», Luis González Antón, Op. cit., pág. 98.
{28} Luis González Antón, op. cit., págs. 160-161.
{29} Muy distintas ciertamente puesto que al decir de Arana y Goiri, «Esta raza originalísima está aislada en el universo de tal manera que no se encuentran datos para clasificarla entre las demás razas de la tierra (...) No es celta, ni fenicia, ni griega, ni latina, ni germana, ni árabe, ni se parece más que en ser humana a ninguna de las que habitan el continente europeo, el africano, el asiático, el americano, y las islas de Oceanía.», cfr Jesús Laínz, op. cit., págs. 329-330. Los rasgos que caracterizarían a tan «originalísma raza», son naturalmente, de la siguiente índole: «La fisionomía del bizkaino es inteligente y noble, la del español inexpresiva y adusta. El vizcaíno es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar o si es apuesto es de tipo femenil. El bizkaino es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe» (op. cit., pág. 334). Evidentemente mucho más grave que el hecho de que un demente haya escrito tales delirios, es, claro está, que muchos de sus “lectores” los hayan «deglutido» enteritos; lo que da buena muestra de aquello que afirmaba Unamuno, «En Vascongadas hay mucha niebla... _en el cerebro_».
{30} Y para mejor mesurar la importancia de tales «Herri Kirolak», nada mejor que reparar en el alcance –todo lo grotesco que se quiera sin duda– de noticias como la aparecida en Libertad Digital en abril de 2006: «Para potenciar la raza vasca. El gobierno vasco fomentará unas olimpiadas= con deportes como la recogida de mazorcas o la carrera de sacos», disponible en libertaddigital.com
{31} Informaba para el diario El Correo, el 6 de abril de 2006, Marta Fernández Vallejo de los planes y programas al respecto del «tripartito vasco» (PNV-EA-IU) en boca de su consejero de educación, Tonchu Campos: «Campos defiende la necesidad de un currículum vasco para “seguir siendo un país”».
{32} Y no creemos sin duda que haga demasiada falta insistir en cómo se las ha gastado el tripartito catalán a este respecto.
{33} Cit por Jesús Laínz, op. cit., pág. 395.
{34} cit por Jesús Laínz, op. cit., pág. 438.
{35} Ibidem, pág. 437.
{36} Tanto que por este camino, a la postre acaso se pueda terminar por hacer bueno aquello que suponían los secesionistas vascos o catalanes, que la «culpa» de todo, la tiene «Madrid» como tal municipio. Y acaso ni eso, si es que los madrileños también acaban encontrando sus propios «hechos diferenciales», &c., &c.
{37} En inglés por ejemplo (es decir no desde luego en español, pero tampoco en vascuence, en catalán, &c.) se dirigen en nuestros días al «europarlamento» los representantes del PNV, de EA, de HB, de ERC, &c.
{38} Alba, Barcelona 1999, pág. 149.
{39} Aunque a su vez, tal «libertad de» no podrá mantenerse «en absoluto», como si fuera posible aceptar la ideología metafísica de la «autodeterminación», puesto que tales «repúblicas» resultantes de la balcanización de España, entrarían de inmediato en la órbita de terceras potencias Europeas, &c. &c. Algo que por cierto, ya sabía perfectamente Sabino Arana cuando solicitó a la Reina Victoria la «invasión» británica de Euzkadi,, pero también el Lehendakari Aguirre cuando comenzó, tras la derrota del eje en la II guerra mundial, a cooperar con el FBI en vistas a que la delación de los políticos republicanos en el exilio pudiese convencer al Imperio de la necesidad de establecer, en el contexto de la guerra fría, un protectorado yanqui en vascongadas, aunque fuera al través de una intervención militar de los Estados Unidos de América del Norte en España.
{40} Ya acertaba, hace 75 años, a formularlo Unamuno: «España es internacional, que es modo universal de ser más que nación, sobre nación. Un conglomerado de republiquetas no es nada universal si no se eleva a imperio», en República Española y España Republicana, Almar, Salamanca 1979, pág. 98.
{41} El concepto de «nación fraccionaria» en Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999, págs. 133-150.
{42} Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de Hoy, Madrid 2005, pág. 25.
{43} Para toda esta argumentación, consúltese, Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente, La Esfera de los Libros, Madrid 2004, esp. págs. 306-607.
{44} Dado que, «condenar» a la banda ETA como «violenta» supone ya, eo ipso, ocultar su verdadera condición de «asesina» y además suponer que «mata» genéricamente «seres humanos» (con lo que, ya puede suponerse que tal «violencia» resultará muy «censurable» desde el punto de vista de la ética, o en el nombre de las «víctimas del terrorismo» se llamen Manjón, se llamen Alcaraz, &c.) como si el problema no residiese precisamente en lo siguiente: que tales «asesinatos» se dirigen contra «seres humanos» sí (puesto que, diríamos, las víctimas de la ETA no son desde luego gatos), pero en su condición específica (no genérica) de «seres humanos españoles» con lo que, finalmente, la verdadera «víctima» de esta situación cuando se la contempla desde la perspectiva política, es... la nación española. En su interesante libro Juan Sánchez Galera, Complejos Históricos de los Españoles, Libros Libres, Madrid 2004, lo dice del siguiente modo, con pleno acierto a nuestro juicio: «¿Es que cuesta tanto decirlo?, la mafia vasca no asesina portugueses, ni franceses, ni japoneses,... aunque todos estos sean ciertamente demócratas, asesinan españoles por el simple hecho de ser españoles, compatriotas nuestros que han dado su vida por España.»
{45} Miguel de Unamuno, «República Española y España Republicana», publicado en El Sol, 16 de julio de 1931, recogido en Miguel de Unamuno, República Española y España Republicana, Almar, Salamanca 1979, pág. 97.
{46} Gustavo Bueno, España no es un Mito, Temas de Hoy, Madrid 2005, págs. 123-124.
{47} Sobre el particular volvemos a remitir al libro de Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente. Reviste también el mayor interés la lectura del artículo de José Manuel Rodríguez Pardo, «¿La democracia garantiza la supervivencia de España?».