Prisciliano hereje en España, y lo que acá se hizo para destruir su mala secta (original) (raw)

Ambrosio de Morales

La Coronica General de España

que continuaba Ambrosio de Morales natural de Córdoba, Coronista del Rey Católico nuestro señor don Felipe segundo de este nombre, y catedrático de Retórica en la Universidad de Alcalá de Henares, prosiguiendo adelante de los cinco libros, que el Maestro Florián de Ocampo, Coronista del Emperador don Carlos V, dejó escritos. En Alcalá de Henares, en casa de Juan Iñiguez de Lequerica, en Setiembre, del año M.D.LXXIIII. (Alcalá 1574, páginas 402v-407r.)

Libro décimo · Capítulo XLIIII

Prisciliano hereje en España, y lo que acá se hizo para destruir su mala secta, y algunos hombres señalados en España.

{Año ccclxxv Graciano Emperador y Valentiniano el mozo.}

EEn tiempo deste Emperador Graciano, se apoderó mucho acá la herejía de Prisciliano, que aunque no tuvo principio en España, en poco tiempo se arraigó mucho en ella. San Gerónimo, Santo Agustín, San Hilario y principalmente Sulpicio Severo, que vivía entonces, en su crónica, escriben mucho desta herejía y su pestilencial suceso, [403r] y dellos será todo lo que yo aquí refiriere. De Egipto, como se ha dicho {En el lib. 9. Cap. 35.}, vino a España uno llamado Marco {Marco hereje.} muy corrompido de la herejía de los Gnósticos, que con grandes errores en la fe, eran muy carnales en todo su trato, y este inficionó acá muy presto de su mala ponzoña a Elpidio, un maestro de retórica, y a una mujer noble llamada Ágape. De la doctrina deste resucitó ahora su maldita secta Prisciliano, un caballero de la provincia de Galicia, que ya de atrás sabemos cuán ancha era y extendida. Era éste noble y muy rico, y que con grandes partes de ingenio, estudios y destreza en negocios, tenía también grandes vicios de inquietud natural, y poco asiento en ningún bien. Lo mucho que sabía en todas letras, le servía para acrecentar en soberbia y vanidad: y el deseo de saber, que estaba en él muy encendido, le hizo también procurar entender mucho de la mágica y otras tales artes malvadas. De todo se ayudó, para llegar en poco tiempo a su maldita secta mucha gente y entre los otros hartos nobles y mujeres, que con su liviandad natural fácilmente le siguieron. Obispos hubo también secuaces de Prisciliano: y con una secreta comunidad y unión no cesaban todos ellos de esparcir su mal veneno, para extender más su poderío con muchos valedores. Llegando a los oídos de Agidino obispo de Córdoba este malvado principio de tanto daño, y el mayor mal que para adelante en la iglesia de España se podía temer, cuando mas creciese: lo hizo luego saber a Idacio obispo metropolitano de Mérida. Idacio comenzó a maltratar con mucha furia y poca advertencia al obispo Instancio, que era ya Priscilianista, y a otros sus secuaces: y con esto atizó de veras el incendio, que deseaba apagar. Después de muchas disputas y contiendas, viendo los buenos perlados, lo poco que con todo se aprovechaba: recurrieron al postrero y mas bastante remedio, de juntarse un concilio en Zaragoza, al cual también vinieron los obispos de aquello de Francia, que en el Lenguadoc y por allí está mas vecino. No osaron venir a él los herejes, y así fueron condenados en ausencia Instancio y Salviano obispos, y Elpidio y Prisciliano hombres seglares: añadiendo, que cualquiera que comunicase con los así condenados, como con católicos, pasase por la misma sentencia. En el concilio se dio el cargo a Ithacio obispo, que Severo Sulpicio nombra Sossubense (y parece está errado) que divulgase esta sentencia y decreto del concilio, y lo hiciese llegar a noticia de todos los obispos, y descomulgase también al obispo de Córdoba Agidino, que habiendo sido el primero, que en público comenzó a perseguir los herejes: después feamente pervertido, se había juntado con ellos. Los dos obispos Instancio y Salviano viéndose así condenados por el concilio, determinaron con consejo diabólico de hacer obispo de la ciudad de Ávila, llamada entonces Abula, a Prisciliano, lo cual luego ejecutaron, teniendo por cierto, que si armaban con aquella autoridad y poderío la grande astucia y vehemencia de aquel su caudillo: todas sus cosas tendrían más fundamento, y procederían mejor encaminadas. Viendo esto los dos buenos obispos Idacio y Ithacio, pensando que este [403v] mal tan grande se podría atajar ahora en su principio con alguna violencia: recurrieron a los jueces de los Emperadores, para que ellos desterrasen los herejes, y los echasen de la tierra. Aunque después se vio, como no acertaron mucho en esto, mas por ahora lo prosiguieron: y después de haber pasado algunas cosas indignas, al fin se alcanzó del Emperador Graciano una provisión, en que se mandaba, que los herejes fuesen echados de las iglesias, de las ciudades y de toda la tierra. Los Gnósticos desmayaron, y sin osar poner el negocio en juicio, los obispos se salieron antes que los echasen, y los demás se descarriaron y huyeron con el miedo. Prisciliano, Instancio y Salviano, como obispos tomaron su camino a Roma, para querellarse allí delante el Papa Dámaso, del agravio, y compurgarse de lo que se les oponía. Mas detuvieronse luego a la entrada de Francia, porque hallaron allí aparejo de sembrar su secta con aplauso de algunos. Continuando después su camino, llegaron a Roma, y luego salieron della, porque el santo Papa aun no consintió que pareciesen delante dél. Tampoco los consintió santo Ambrosio parar en Milán, después de haber tratado algo de su causa. Y viéndose perdidos, con nuevo consejo dieron tantos dones a algunos privados del Emperador, que compraron con ellos una provisión contraria de la pasada, en que se mandaba fuesen restituidos en sus iglesias. Con ésta se volvieron a España Instancio y Prisciliano (porque Salviano había muerto en Roma) y sin contradicción fueron recibidos en sus iglesias. Y no porque le faltó ánimo al obispo Ithacio, para resistir, sino que le faltaron las fuerzas y el poderío, por haber corrompido los herejes con muchos dones a Volvencio Procónsul en España, conforme a lo que la experiencia en Roma les había mostrado, como valían mucho dádivas, para alcanzar cualquier favor. Y por tener ya los herejes por muy cierto, el que para todo tenían en el Procónsul: después de haberse ellos escapado de la pena que merecían, acusaron a Ithacio, como alborotador de la Iglesia. Dióse contra él por Volvencio furiosamente la sentencia de muerte, la cual se ejecutara, si él no anticipara el huir, y meterse en Francia. Allí trató de su injusta condenación con el Prefecto Pretorio llamado Gregorio. El proveyó de remedio, mandando traer ante sí las cabezas de toda esta revuelta, y remitiólos al Emperador, creyendo serían con esto castigados y destruidos los herejes. Mas ya ellos sabían lo que en Roma les había de valer: y así comprando el favor que allí se vendía, alcanzaron, que el Prefecto Pretorio no conociese de la causa, sino volviese enteramente remitida al Vicario de España, que en lugar de Volvencio había sucedido. Este con la fuerza de su comisión, envió requisitoria con oficiales propios, para que le trujesen preso a Ithacio de la ciudad de Tréveris, donde se hallaba. El se escapó también entonces, y comenzó a seguir el bando de Clemente Máximo, que como después se verá, se había entonces levantado contra Valentiniano, y le obedecieron en breve Francia y España. El movido con las querellas y ruegos de Ithacio, mandó al prefecto en Francia y al vicario en España, que fuesen llevados [404r] al concilio que se celebraría en Burdeos todos los principales de esta nueva secta. Fueron en prisión de acá Instancio y Prisciliano. Instancio fue privado por el concilio del obispado, por lo mal que pudo compurgarse y defenderse. Prisciliano, como cabeza de todo el mal, fue remitido con todos sus secuaces a la presencia de Máximo, siguiéndole los dos obispos Idacio y Ithacio, para acusarle. Y aunque hubo en su causa algunas mudanzas y esperanzas: al fin después de ser oído dos veces para su defensa, y siendo ésta muy flaca con el mal fundamento que podía tener, al fin confesó la fealdad y carnalidad de su doctrina, y fue después degollado, y con él Matroniano Español, que otros llaman Latroniano, gran poeta, y como dice San Gerónimo, digno de ser comparado con los antiguos. También fueron muertos entonces otros, de quien no se entiende bien si fueron Españoles, antes en Sulpicio parecen Franceses. El obispo Instancio fue desterrado a una Isla que parece Irlanda, con Tyberiano Andaluz de nación y hombre docto, y de quien San Gerónimo dice escribió en su defensa, mas al fin murió mal hereje. También parecen Españoles los dos diáconos Asarino y Aurelio, que también fueron degollados: dándoseles la vida, con solo desterrarlos, a Tertulo y Potamio y Juan Españoles hombres bajos, porque al principio descubrieron toda la verdad de lo que pasaba. También quitaron el obispado a Nardacio, que no se dice dónde era perlado: y él, aunque poco culpado, dejó por su voluntad su prelacía. No se acabó la herejía con los autores della: antes hubo quien trujo los cuerpos de los muertos a España, donde eran venerados como mártires por los Priscilianistas, llegando su pertinacia a tanta maldad, que juraban con gran reverencia por el nombre de Prisciliano. Así cuenta todo esto el obispo Sulpicio Severo, como hombre que lo vio todo, aunque su libro impreso está tan mendoso, que si no es adivinando mucho, no se pueden entender algunas cosas, ni conocer las personas. La semejanza de los dos nombres Ithacio y Idacio hace alguna confusión en todo esto. Y el uno dellos es sin duda el que San Gerónimo en sus varones ilustres nombra Idacio Claro, y dice era obispo de la iglesia Lemica de España. Celebra su elocuencia, y como descubrió, escribiendo contra Prisciliano, las maldades de su secta. Después fue desterrado por la muerte de un otro obispo Ursacio. Y por estar escrito en san Gerónimo con esta brevedad, no se puede entender mas en particular.

Después de la condenación y muerte destos herejes, tuvo determinado Máximo de enviar a España gente de guerra con capitanes particulares, que destruyesen en general todos los que habían seguido a Prisciliano, quitándoles las vidas y las haciendas. Esto fuera una gran destrucción de España, según había innumerable gente culpada. Y aunque todos por herejes habían merecido el castigo: mas todavía era necesario perdonar a muchos por su buen arrepentimiento, San Martín, que vivía entonces, fue a la Ciudad de Tréveris, y aunque con mucha dificultad y maña, alcanzó de Máximo, que cesase de proseguir la [404v] crueldad, que para España tenía determinada. Esto cuenta bien por extenso Sulpicio Severo en la vida de San Martín {En el lib. 3. cap. 26.}. Y quien allí se espantare porque el santo tan de veras tuvo por descomulgados a Ithacio y Idacio, y rehusó por esto cuanto pudo el hablar ni tratar con ellos: entienda que lo hizo no porque no tuviese por bueno su celo en perseguir los herejes, sino porque procuraron con mucha rotura, y sin recato de sacerdotes, que fuesen todos muertos. Esto se da a entender allí algunas veces, y fue menester declararlo aquí enteramente, para que todos lo entendiesen.

Algunos han querido decir, que el primer concilio Cesaraugustano, que anda entre los otros de España, es éste que ahora se celebró. Yo no veo fundamento bastante, para que se deba pensar: habiendo algunos para creerse fue en el tiempo, en que adelante se pondrá {En el cap. 4.}. Y al principio del libro siguiente se tratará otra vez desto de Prisciliano en el primer concilio de Toledo, y allí se verán algunas comprobaciones de lo dicho.

Deste levantamiento de Máximo hace mención Paulo Orosio, Sexto Aurelio Víctor, y dos autores de la historia Eclesiástica. Y parece claro, como le siguió España por lo que Sulpicio Severo decía, de como por su mandado se le enviaron de acá presos Prisciliano y los demás. Duró algunos años su tiranía, y en ella mató al Emperador Graciano el año trescientos y ochenta y tres, como adelante se tratará.

Ya se ha dicho, como el año siguiente trescientos y ochenta y cuatro falleció el Papa San Dámaso a los once de Diciembre. Después de diez y siete días de vacante,

fue elegido san Siricio a los veinte y seis del mismo. Este sumo pontífice escribió una epístola decretal a Himerio metropolitano de Tarragona, en respuesta de otra, que el había escrito con un su sacerdote llamado Basiano a San Dámaso, y porque era ya muerto responde por él su sucesor, como él allí lo refiere. {En el primer tomo de los concilios.} Satisfácele a algunas cosas que había preguntado cerca del bautismo, del matrimonio, y de la penitencia. Trata también de monjes y de monjas, y del ordenar los sacerdotes y otros ministros, y de otras cosas que se le habían consultado. Pídele que comunique esta epístola con los obispos de las provincias Cartaginense, Bética, Lusitana y Gallega: cuya data por los Cónsules parece haber sido el año trescientos y ochenta y cinco, y el día se señala once de Hebrero. Y desta epístola decretal hay mención en el primer concilio de Toledo, como en el libro siguiente se verá.

Era en este tiempo hombre muy principal en linaje y riquezas, y señalado en letras Licinio, y otros dicen Lucinio, natural del Andalucía. Hay claros testimonios de su grandeza y buenos deseos. Porque deseando ir a Jerusalén, y visitar los santos lugares, y sucediendo estorbos: envió allá seis criados suyos escribientes, para que visitando al glorioso Doctor San Gerónimo, que estaba entonces encerrado en el sagrado lugar de Belén, le trasladasen sus obras. Envió también para los lugares santos, y para los pobres de Jerusalén y de Alexandria tanta limosna, en moneda de oro, que se pudo con ella remediar la necesidad de muchos, siendo éstas las [405r] mismas palabras que San Gerónimo usa en referirlo. Magnificencias son éstas, que muestran en Lucinio mucha grandeza y señorío: principalmente que, como el mismo Santo dice, era esto añadidura sobre las muchas limosnas que acá en su tierra hacia. También le da gracias el Santo, por haberle enviado a el particularmente tres vestiduras. Celebra también mucho la pureza de su fe, que perseveró limpia y firme en todas las suciedades, con que los Priscilianistas amancillaron acá a muchos. Esto todo refiere de Lucinio el santo doctor, en una carta que le escribe a él, y en otra a su mujer Teodora, después que él había fallecido.

Abigao sacerdote Español, también fue varón notable en estos tiempos, de que se va tratando: pues mereció también que el santo doctor le escribiese. Había cegado, y consuélase en su carta deste su mal, alabándole sus virtudes.

En el mismo Santo hay mención de dos sacerdotes Españoles Desiderio y Ripario, a los cuales él nombra santos por su mucha virtud y celo de la fe Cristiana, con que le pidieron escribiese contra los errores del hereje Vigilancio. Este era sacerdote en Barcelona, y allí comenzó a sembrar algunos errores: y alguna apariencia hay allí en san Gerónimo, de que fuese natural de Pamplona, como Vaseo cree. Mas yo veo que contradice a esto en alguna manera el nombre que allí da San Gerónimo a la ciudad, de donde dice fue natural.

Abundio Avito fue un sacerdote Español, y como Vaseo trae de Paulo Orosio natural de Tarragona, varón de mucha doctrina, y que como en Gennadio leemos, trasladó de Griego en Latín lo que Luciano presbítero de Antiochia escribió, de como le reveló nuestro Señor donde estaban sepultados los benditos cuerpos de santo Esteban con otros santos, y como los halló. Este Avito se cree sea, al que escribe san Gerónimo una epístola de los errores de Orígenes.

Por este tiempo estuvo acá en España Poncio Paulino, que algunos creen fue el santo obispo de Nola en el reino de Nápoles, y otros le tienen por otro diferente del. En fin, estuvo acá en estos años un Poncio Paulino hombre insigne en letras y santidad, cuyas obras en verso y en prosa tenemos muy lindas y de mucha devoción. El escribiendo a santo Agustín, refiere como le ordenaron de sacerdote en Barcelona, y escribiéndole el poeta Ausonio, que fue su grande amigo, se le queja porque se detiene tanto en aquella ciudad, y él respondiéndole desde acá le alaba mucho todo lo de España.

En los epigramas deste poeta Ausonio llamados Parentales, se hace mención como uno llamado Paulino diverso del pasado, yerno de una su hermana, tuvo en Tarragona cargo de la judicatura, a que ya entonces llamaban corregimiento. También refiere como Exuperio fue acá presidente por este tiempo. Nombra también Dynamio a otro orador Francés, que enseñó retórica en Lérida.

En tiempo del Emperador Valentiniano fue Procónsul acá en España aquel Tiberiano, de quien atrás se ha hecho mención. Y sino, era otro del mismo nombre, [405v] cuya memoria queda en una piedra que está en la ermita de santa Columba en la ribera del río Xavalón, por más abajo de las ruinas de la ciudad de Oreto. Yo la he visto, y la pondré fielmente como la saqué con su error que tiene en el Latín.

Ambrosio de Morales, La Coronica General de España, Alcalá 1574, página 405v

Allí donde se halló esta piedra, se labró un alholí público del Emperador, y aun se parecen rastros del. Parece tenía cargo del uno llamado Vasconio, y el oficial que lo labró se llamaba Homonio. Este para memoria de cuando se hizo el edificio puso esta piedra, que dice en Castellano. Goza en Jesu Cristo con mucha dicha Vasconio esta fábrica de la oficina de Homonio. Siendo Procónsul Tiberiano se hizo este alholí a nuestro señor Valentiniano Augusto, siendo él Cónsul la tercera vez con Eutropio varón clarísimo. Y fue escribano del alholí Elefanto. Y si alguno quisiere pensar que el alholí no se hizo para el Emperador, sino para aquel Vasconio, no se le podrá bien contradecir.

{Año ccclxxxvii.} El año que se señala en esta piedra, es el trescientos y ochenta y siete de nuestro Redentor. Porque en este año tuvo el Emperador Valentiniano su tercero Consulado con Flavio Eutropio, como en todos los buenos catálogos de Cónsules parece. [407r]

Tiene esta piedra dos cosas notables. La una es aquella gratulación, o parabién. Utere felix. Que parece ya por estos tiempos se había mudado en ella la antigua: quod felix faustum que sit. Porque también yo tengo un medio cerco de oro que se halló en la villa de Vayona cerca de los Reales bosques de Aranjuez, y se cree fuese la antigua Titulcia del itinerario de Antonino, y en él dicen las letras:

VTERE FELIX SIMPLICI.

Y sin esto se halla lo mismo en algunas otras inscripciones.

Lo segundo tiene notable la piedra la cifra del nombre de Jesu Cristo, que desde Constantino se comenzó a poner en el Lábaro, y la vemos en monedas deste Emperador Valentiniano segundo: y della se dirá más enteramente en su lugar {Lib. 11. c. 41.}. Pudierase también notar en esta piedra ser la postrera, que de tiempo de Romanos se halla en España, sino que al principio del libro siguiente se ha de hacer mención de otra que está en Osuna de mas adelante.