Estados cristianos del Norte hasta el siglo XIV / Mario Méndez Bejarano / Filosofia en España (original) (raw)
Capítulo X
Estados cristianos del Norte hasta el siglo XIV
Heterodoxias. –Migecio; desconocimiento de su doctrina. –Elipando y el adopcionismo. –Beato y Etherio; juicio de su obra. –Prudencio Galindo. –Pedro Compostelano. –Pedro Alfonso y sus obras. –Alfonso X como filósofo. –Álvaro Pelagio: importancia de su doctrina.
Los cristianos que no quisieron someterse a la condición de muzárabes o de apóstatas de la fe, como los muladíes, no tuvieron más remedio que evacuar el territorio conquistado por los árabes y refugiarse en las montañas del Norte de la Península.
Bien se comprende que en tal situación y en tiempos tan bárbaros, no habían de prosperar entre ellos las ciencias ni las artes: pero, sin embargo, parece que esos cristianos llevaron consigo alguna parte de la cultura tradicional, derivada de la escuela sevillana.
En la misma dinastía asturiana hemos de buscar la filiación literaria de las escuelas de Sevilla y Toledo, y los padres del concilio de 811 así lo reconocen: «Simili etiam modo Toletus totius Hispaniae antea caput extitit nunc vero Dei indicio cecidit, cuius loco Ovetum surrexit.»
A raíz de la invasión nacieron diversas heterodoxias, ya retoños de las antiguas, ya con carácter nuevo. Estos movimientos religiosos no han transmitido a la posteridad más nombre que el del sevillano Migecio. Opinaba éste que las personas de la Trinidad no eran formas divinas, sino que representaban personas efectivas [90] históricas distintas de Dios, tales como David, Jesucristo y San Pablo, doctrina que cimentaba en cuatro pasajes evangélicos.
Nunca me convenceré de que la doctrina de Migecio consistiese en la serie de disparates que le atribuye Menéndez y Pelayo (Het. 271-3) tomándolos de la Epístola de Elipando.
No conocemos directamente los escritos de Migecio, y ocurre con frecuencia que los impugnadores atribuyan, hasta de buena fe, al adversario doctrinas que no profesa. Se recordará que los gentiles atribuían a los cristianos cultos obscenos y los tildaban de adorar una cabeza de asno. Al nacer con no sospechado vigor el partido republicano federal español, el año 1868, se le achacó el propósito de despojar a los propietarios y repartir todo linaje de bienes. Al partido autonomista cubano, y antes a los que defendimos la inmediata abolición de la esclavitud, baldón de la humanidad y de España, se nos motejó de separatistas. Así se facilita la controversia y obtiene sus triunfos la alevosía. Si la doctrina migeciana fuese la refutada por Elipando y condenada con tan groseras frases por el obispo de Toledo, que llamaba a su autor «fétido, boca cancerosa, fatuo y ridículo, loco, saco de todas las inmundicias», no hubiera merecido más discusión que el desprecio.
Increpaba Migecio a los sacerdotes, pues si se llamaban pecadores, siendo santos, mentían, y si eran pecadores, no debieran acercarse al altar. Las ideas de Migecio fueron combatidas en libro lleno de ultrajes personales por el mitrado de Toledo, Elipando, que no debió de poseer gran ciencia ortodoxa, cuando desliza proposiciones adopcionistas, llegando más adelante a ser condenado por hereje. El adopcionismo o suposición de que Jesucristo en cuanto hombre era hijo adoptivo de Dios, tomó en España el nombre de felicianismo por haberlo iniciado el obispo de Urgel, Félix, creído francés por algunos, pero positivamente español. Sostenían los [91] adopcionistas españoles la unidad de personas en Cristo, distinguiéndose en esto de los orientales; sólo que llamaban a Jesucristo hijo natural de Dios según la Divinidad y adoptivo según la humanidad. Félix convirtió a Elipando y éste a Ascario, acaso obispo bracarense, conquistando muchos prosélitos por las regiones cantábricas. La esencia de la doctrina nos es conocida por el fragmento de una carta de Elipando a su discípulo el abad Fidel, que reproduce Beato en su Apologético.
Este libro fue redactado por Beato y Heterio para rebatir la carta de Elipando (1). Empieza el libro con un prólogo del P. Flórez, de 48 páginas; siguen los comentarios del Santo sobre el Apocalipsis con 575 páginas y termina con un índice alfabético rerum et verborum.
{(1) Sancti Beati Presbiteri Hispani Liebanensis, in Apocalipsim ac plurimas Utriusque foederis paginas, commentaria; ex veteribus non nullisque desideratis, Patribus millee retro annis collecta, nunc primum edita Opera et studio R. P. Doct. Henrici Florez, in Academia Complutensi Cathedra Divi Thomae quondam moderatoris, et in suo Augustiniano Ordine Hispaniarum et novi orbis Ex assistensis. Matriti 1770.}
Ambos prelados impugnaron la herejía de Elipando; pero, si consiguieron el laurel de la ortodoxia, dieron «en su lenguaje y estilo no insignificante testimonio del doloroso estado a que se veía reducida la antigua cultura de las Españas». Pensando, como aún opinan autores superficiales, que el verso no es la forma de la poesía, y cayendo en el absurdo de que puede escribirse la poesía en prosa y la prosa en rimas, introducen, siguiendo a Cixila y otros, tan ridículo ornato en sus cláusulas y construyen una prosa adulterada e insoportable. El fondo de la argumentación es en concepto de Menéndez y Pelayo indestructible, mas el autor de Los Heterodoxos me perdonará si no siento fervoroso entusiasmo y, sin negar lo que posee de sólido, me parece, con frecuencia, altisonante, afectado y más retórico que dialéctico. Dígalo si no [92] aquel párrafo de «Dios lo afirma, lo comprueba su Hijo, la tierra temblando lo manifiesta, el infierno suelta su presa, los mares le obedecen, los elementos lo sirven, las piedras se quebrantan, el sol oscurece su lumbre; sólo el hereje, con ser racional, niega que el Hijo de la Virgen sea Hijo de Dios». Esto es pura declamación. Se comprende que Chateaubriand, después de ver que la creación revela por todas partes a su creador, exclame: «Solamente el hombre ha dicho: No hay Dios». En la antítesis hay un argumento, porque el ser racional niega lo que la naturaleza afirma, la existencia de Dios; mas la naturaleza no afirma ni niega que Jesucristo sea hijo adoptivo de Dios en cuanto a la humanidad. Y son muchos los párrafos cortados por semejante patrón. Antójaseme que el ilustre critico redactó con marcada parcialidad esta parte de su historia, cuando, después de copiar un párrafo de la carta enderezada por aquellos dos eclesiásticos al arzobispo de Toledo, párrafo que termina diciendo: «No zozobrará nuestra barquilla, la de Pedro, sino la vuestra», añade: «En este tono de respetuosa serenidad...»
Además de estos dos obispos, escribió una impugnación del adopcionismo el andaluz Basilisco.
Elipando se esforzó en propagar el felicianismo y aun «pretendió, afirma Mariana, enlazar en aquel error a la reina Adosinda», esposa del rey Silo. Al extenderse la secta por las Galias, rompió Alcuino contra ella escribiendo una carta a Félix y otra a Elipando. Félix contestó con un extenso libro, del cual sólo conocemos los fragmentos reproducidos por Alcuino en su contestación, y Elipando con una Epistola ad Alcuinum ratificándose en sus convicciones. Félix, parece que abjuró en el concilio narbonense (788 ?), pero se pone en duda la autenticidad de las actas conciliares.
En el siglo IX Prudencio Galindo, español residente en las Galias, donde rigió la diócesis de Troyes, poeta, historiador y hagiógrafo, escribió, terciando en la controversia sobre la predestinación, una larga Epistola ad Hincmarum [93] inspirada en la doctrina de San Agustín. Como el eruditísimo Scoto Erigena lanzara en la polémica su admirable libro De Divina praedestinatione, panteísta y con ribetes de gnóstico, Prudencio compuso su tratado de De praedestinatione contra Joannem Scotum. Confirmó sus ideas agustinianas en la Epístola Tractoria.
Sobre las huellas de la escuela isidoriana y recuerdos de Boecio, Pedro Compostelano a mediados del siglo XII, según Menéndez y Pelayo, o del XIV, según Bonilla, escribió Consolatione Rationis alternando la prosa y el verso. No deja de haber en esta obra, cuyo manuscrito, de difícil lectura, se guarda en la Escurialense, cierta influencia de la filosofía arábiga. Pedro Compostelano supone que se le aparece en sueños el Mundo y la Naturaleza en forma de hermosas Jóvenes y le invitan a los placeres que a cada una corresponde, pero de pronto surge la Razón, más bella y modesta, la cual se encara con las dos anteriores apariciones y dirigiéndose luego al autor, le recuerda la enseñanza de las artes liberales, personificadas en siete hermosas vírgenes, y la felicidad de la práctica de las virtudes teologales y cardinales. El autor, no sin protesta, se resuelve a abandonar el Mundo y la Naturaleza, porque la felicidad que uno y otra pueden granjearle es parecida a la imagen de los sepulcros blanqueados, según la Razón le recuerda. En esto, los Pecados capitales entablan una lucha con las Virtudes y la Razón se erige en arbitro de los contendientes. Es una obra desprovista de originalidad y de valor filosófico al tenor de las muchas alegorías didácticas que se componían en su tiempo.
En 1106 el rabino Moseh recibía las aguas del bautismo y con ellas el nombre de Pero Alonso, después de probar su celo en los Dialogi contra los errores judíos y sarracenos. Su erudición juvenil en las ciencias orientales, se puso a contribución del cristianismo en su edad madura. De esta inclinación brotaron el libro De Scientia et Philosophia y la famosa Disciplina clericalis, la más [94] importante invasión del apólogo oriental en nuestra literatura.
En el capítulo anterior he indicado lo poco que de don Alfonso el Sabio puede notarse en una historia filosófica, no obstante su magna obra de enciclopedista. D. Alfonso únicamente puede considerarse filósofo en sentido etimológico, un ávido de saber de todo sin grandes escrúpulos de crítica. Por eso, como tres ríos que afluyen al mismo lago, recibe en su concepción la corriente clásica, la oriental y la cristiana. Jamás se planteó el problema del conocimiento ni intentó escudriñar las primeras causas que su fe religiosa le presentaba ya resueltas.
En vano se buscará contradicción entre lo que ahora establezco y lo que expuse en mi discurso Alfonso X polígrafo acerca de la llamada «filosofía regia», descendiendo del trono a la mente popular, ansiosa de unidad y de orden. La unidad que enamoraba a D. Alfonso no se refería a la esencia de las cosas, sino a la esfera de la aplicación. En el Derecho, por ejemplo, vacilaba su criterio entre la tradición vísigótica-castellana y la clásica, viva en las escuelas de Bolonia y Padua, buscando, no la unidad, sino la unicidad que le permitiría regir por un mismo código a sus inquietos subditos de Castilla y a sus hipotéticos vasallos de Alemania. Demasiada liga de política para extraer el oro de la pura filosofía.
Se necesita toda la buena intención de Bonilla para incluir en un programa de la filosofía española, no sólo a D. Alfonso, que algún título podría alegar, sino las cortes de Sancho IV y Juan II. Semejante propósito da idea de un acendrado patriotismo, pero equivale a querer sacar agua de una peña, no poseyendo la varita de Moisés.
Don Álvaro Pérez, más conocido por Álvaro Pelagio, ilustre escotista, nació a fines del siglo XIII. Su excelente libro de Planctus ecclesiae alcanzó extensa reputación. Escribió además la Apología Sum. Pont. joannis XXII, a quien representó como Nuncio en Portugal, y la Summa [95] Theologica. Su justa fama le elevó al episcopado de Silves, en el Algarbe, y acaso por esta circunstancia figura como portugués en el Dictionnaire Historique. Otros biógrafos lo han considerado gallego, mas Ortiz de Zúñiga nos informa que nació en Sevilla, donde vivía su familia, oriunda del NO., y donde quiso ser enterrado, según consta de su testamento. Falleció en 1349.
«Está el testamento, escribe el docto analista, en el archivo de las Monjas de Santa Clara en una piel de pergamino, otorgado en Sevilla a 29 de Noviembre con dos codicilos, uno a primero y otro a 4 de Diciembre de este año, todos llenos de cláusulas y legados de gran piedad a su Iglesia, a Hospitales de su obispado y Sevilla, a las órdenes de la Merced y Trinidad para Redención de cautivos, al Monasterio de Santa Clara de Moguer y al de Santa Clara de Sevilla, en que se mandó enterrar y yace dentro de la clausura de las Monjas en túmulo alto, su cuerpo entero e incorrupto con respeto de Santo. No consta el día de su muerte, pero sí que fue antes de salir este año. Dexó por sus albaceas a Dª Elvira, mujer que fue del almirante D. Alonso Jufre Tenorio, y a ciertos canónigos de su Iglesia; menciona a su hermana Sancha Fernández; a Constanza Fernández su sobrina, hija de la dicha; a María Alfau, hija de su sobrina María Alfau, y de Pedro Fernández, y otros deudos, todos sevillanos.»
Que fuera oriundo de Galicia, nada supone; ¿qué cristiano no era en aquellos días, próximos a la conquista de Sevilla, oriundo del Norte?
La doctrina de Pelagio, formulada para favorecer al Pontificado, asienta el origen filosófico de las sociedades en la natural propensión humana a la sociabilidad. El poder reside en el pueblo, aunque sea de origen divino, pudiendo delegarse en una o varias personas. Coloca la potestad eclesiástica sobre la civil, cuya legitimidad depende de su reconocimiento por la Iglesia. Los Pontífices poseen la facultad de inspección sobre los príncipes y aun de deponerlos, [96] si se rebelasen contra la supremacía de la Iglesia. Se inclina en pro de la monarquía templada, pero acepta la licitud de la resistencia al poder, apelando al superior jerárquico, o sea al Papa (invocandum esset Ecclesiae contra eum) (t. I, p. 56 v.). [97]