Luis Vidart, La tradición científica de España, 1866 (original) (raw)

< Breves indicaciones sobre el estado actual de la filosofía en España >

Cuando prosperan las familias revuelven los archivos tratando de hallar noticias sobre sus glorias pasadas como necesario complemento de su grandeza presente, y he aquí por qué florecen los genealogistas de la época en que prepondera el feudalismo para enlazar a los ricos-homes castellanos con los héroes de Homero y hasta con los patriarcas de las Santas escrituras. Del mismo modo cuando las naciones se engrandecen buscan en el recuerdo de sus altos hechos la inspiración de su glorioso porvenir: y cuando una ciencia adquiere crecimiento y vida propia, investiga las ideas generadoras de los libros de sus primeros doctores como lógico, y aun necesario fundamento de sus presentes y futuras manifestaciones.

Sin duda por esta causa decía el Sr. Cánovas [206] del Castillo{33} que «ninguno de los ramos diversos de la literatura señala tan fijamente como la historia el punto de grandeza a que una nación es llegada y las esperanzas que ofrece su porvenir,» y lo mismo pudiera decirse que la conservación de sus tradiciones científicas es la señal evidente del desenvolvimiento intelectual de los pueblos; no porque el estudio de la historia sea fuente del poderío político ni de progreso científico, sino por el contrario, porque el poderío político y el progreso científico es siempre origen y ocasión del acrecentamiento de los estudios históricos. He aquí la causa del abandono en que ha yacido durante largos años la memoria de nuestros más ilustres publicistas y de nuestros más renombrados filósofos. Decayó nuestra ciencia nacional y se olvidó su historia, siendo tan grande este olvido, que el sabio Feijoo decía en su Teatro crítico: «Creo que no pocos libros muy buenos de autores españoles se hubiesen perdido si no los hubiesen conservado los extranjeros, que es hasta donde puede llegar nuestra, no diré ya negligencia, sino modorra literaria.» [207]

El mismo Feijoo, con ser tan erudito, la primera noticia que tuvo del Examen de ingenios del médico Juan de Huarte hubo de leerla en El espectador anglicano, y escribiendo a un amigo suyo, terminaba la carta con estas palabras: «Ruego a V. Rma. que si puede agenciarme el libro del doctor Huarte, en cualquiera de las tres lenguas en que esté traducido, latina, italiana o francesa, me lo procure cuanto antes, pues supongo que en idioma español, y en España, será difícil hallarle.»

Si se quiere buscar en la literatura alguna señal de este gran olvido de nuestras glorias científicas, léase La comedia nueva de Moratín, donde para ridiculizar a D. Hermógenes se le hace citar la autoridad de Raimundo Lulio, el más grande de los filósofos españoles de la edad media y cuyo nombre figura al par de los Anselmos, Tomases y Albertos. Cuando un literato del mérito de Moratín cometía tales desaciertos claro se ve la universal arrogancia que reinaba sobre nuestra historia científica.

El erudito Feijoo había escrito: «No tengo noticias de algún español ilustre, o por armas o por letras que no haya visto más elogiado por los escritores extranjeros que por nuestros nacionales: los que procuran deprimir la gloria de los [208] españoles ilustres son los mismos españoles: invidia haeret invicino.» Andando el tiempo, el aprecio de los extraños por la ciencia española hubo de trocarse en inmerecido desdén, y Montesquieu dijo que España sólo había producido un buen libro, en que se ridiculizaba a los demás, y Mr. Guizot, al trazar la historia de la civilización europea, afirma que nuestra patria nada ha realizado en las esferas de la ciencia, y Federico Schlegel dice en su Historia de la literatura, que no tenemos ningún gran escritor de filosofía, y Mr. Viardot, en sus Estudios sobre España, insiste en la misma opinión, y hasta niega a Feijoo el nombre de filósofo.

Cuando ha comenzado el renacimiento de nuestra ciencia racional, ha comenzado también a historiarse la vida y a meditarse sobre las doctrinas de nuestros antiguos pensadores. Indicaremos en breves palabras los libros y autores que mayormente han contribuido a esta laboriosa empresa, donde hoy por hoy sólo pueden alcanzarse las fatigas del trabajo, y con dificultad casi invencible las glorias de un venturoso remate.

D. Sebastián Quintana

Una de las primeras obras contemporáneas donde se conmemoran los nombres y se citan los elogios que [209] han merecido de los críticos extranjeros nuestros más célebres teólogos, filósofos y publicistas, es sin duda alguna la Historia de la filosofía universal (1840) de D. Sebastián Quintana. En las páginas de este libro se encuentran algunas indicaciones sobre nuestra historia científica; si no extensas, al menos juiciosas y no muy conocidas.

D. Fermín Gonzalo Morón

La Historia de la civilización española (1842) del Sr. D. Fermín Gonzalo Morón, ha contribuido también a recordar la antigua cultura intelectual de nuestra patria; queda hecho el elogio de esta obra con decir que el docto catedrático de historia en la Universidad central D. Fernando de Castro, en sus lecciones orales, la considera como una de las mejores que en nuestros días se han escrito, siguiendo el método de la escuela histórico-filosófica.

El Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antolín Monescillo

El Excmo. e Ilmo. Señor obispo de Jaén, D. Antolín Monescillo, al anotar la versión castellana de la Historia elemental de la filosofía (1846) de monseñor Bouvier, hizo una erudita reseña histórica del pensamiento español desde el siglo V y hasta nuestros días.

D. Víctor Arnau

La Reseña histórica de la filosofía en España, que se halla al fin del Curso completo de filosofía para la enseñanza de ampliación [210] (1847) de D. Víctor Arnau es un trabajo apreciable, siendo de notar la exactitud del juicio que forma su autor cuando dice que en el período comprendido desde el reinado de Ataulfo (411), hasta la batalla de Guadalete (511) la cultura intelectual de España era muy superior a la del resto de Europa, como lo prueban la notable Historia universal de Orosio y las Etimologías, que es una verdadera enciclopedia científica, del gran Isidoro de Sevilla, llamado con razón por un concilio toledano «el sabio de su siglo y el ornamento de la Iglesia.»

El P. José Fernández Cuevas

El año de 1858 un erudito jesuita, el P. José Fernández Cuevas, publicó en latín una Historia philosophiae ad usum academicae juventis, cuyo segundo libro se halla dedicado a reseñar la historia de la ciencia española. Teniendo en cuenta el esmero con que se halla escrito este estudio y la importancia del asunto, vamos a dar una ligera noticia de su contenido, que servirá al propio tiempo para recordar los nombres de nuestros más célebres pensadores.

Divide el P. Cuevas su reseña en tres disertaciones: la primera, dedicada a la época de la dominación romana; la segunda, a la edad media; y la tercera, a la filosofía moderna. [211]

La primera disertación comprende un solo capítulo dividido en dos artículos: en el primero se exponen y juzgan las doctrinas de Séneca y las de Adriano; citándose también los nombres de Cayo Junio Hygino, el gaditano Columela y Anneo Sereno; y en el segundo se ocupa de la filosofía cristiano-herética de Prisciliano.

La segunda disertación se divide en dos capítulos: en la primera se trata de la filosofía gótica, dándose cuenta de los escritos de Liciniano, San Julián de Toledo, Martín Dumiense y San Isidoro de Sevilla: en el segundo se ocupa de la época de la dominación arábiga y se exponen las doctrinas de Tofail, como representante del misticismo, y de Averroes como restaurador de la filosofía peripatética; pasando después a las escuelas rabínicas de Córdoba, Toledo y Barcelona, se da cuenta de las importantes teorías de Maimónides y se citan los nombres de los más célebres filósofos judíos, y por último, se trata de la filosofía cristiana, exponiéndose las doctrinas del muzárabe Samson, del venerable Lulio y de Raimundo de Sabunde.

La tercera disertación se divide también en dos capítulos: en el primero se trata de la escuela peripatética, dándose noticia del cardenal Toledo, Gabriel Vázquez, Rodrigo Arriaga, [212] Hurtado, Quirós, Oviedo y el príncipe de todos, al decir del P. Cuevas, Francisco Suárez, y de la escuela antiperipatética, que comprende los escritos de Luis Vives, Fernando de Herrera, el doctor Huarte, Foxo Morcillo, y doña Oliva Sabuco de Nantes. En el capítulo segundo sigue la escuela peripatética, cuyas doctrinas aún sostenían el P. Luis Losada y el doctor Fernández Valcárcel y la escuela antiperipatética representada por Fr. Benito Gerónimo Feijóo y el P. Lorenzo Hervas; y por último, se exponen las doctrinas contenidas en la Filosofía fundamental de Balmes y en el Ensayo sobre el catolicismo del marqués de Valdegamas, considerando estas obras como las dos más notables que ha producido nuestra filosofía contemporánea. Lo dicho basta para dar una idea de la importancia y utilidad de la obra del P. Fernández Cuevas, en la cual se halla historiado el desenvolvimiento científico de España con grande orden y no escasa erudición, si bien se echan de menos en este libro algunos autores dignos de especialísima mención y muy meditado estudio.

D. Gumersindo Laverde y Ruiz

Entre los escritores que se han propuesto hacer revivir las olvidas memorias de la historia intelectual de nuestra patria debe ocupar el primer [213] puesto, por su perseverancia y por su celo, por su erudición bibliográfica y por su entusiasmo siempre creciente, el docto catedrático del Instituto Provincial de Lugo D. Gumersindo Laverde y Ruiz. La Revista de Instrucción Pública, la Revista Ibérica, la Crónica de Ambos Mundos, la Concordia, en suma, casi todas las revistas científico-literarias que han visto la luz pública en Madrid durante los diez años últimamente corridos contienen artículos del Sr. Laverde y Ruiz consagrados ora al examen de las doctrinas de alguno de nuestros antiguos filósofos, ora a indicar las reformas que debieran introducirse en las leyes de instrucción pública hoy vigente en España.

Entre los artículos del Sr. Laverde y Ruiz es sin duda alguna el más importante el que lleva por título: El plan de estudio y la historia intelectual de España (La Concordia: 1863): en el cual se demuestra ampliamente la altísima conveniencia de que en las universidades españolas existiesen cátedras donde se explicase la historia científica de nuestra patria, evitando de este modo el tener que recurrir a los autores extranjeros, para saber que la filosofía rabínico-arábiga de las escuelas de Córdoba, Toledo y Barcelona, ejerció una influencia notabilísima en la [214] cultura europea de la edad media, y que los tratadistas españoles de derecho natural que florecieron en la época del renacimiento, pueden considerarse como los fundadores de esta ciencia en la forma que actualmente se concibe.{34}

También ha publicado el catedrático Sr. Laverde y Ruiz las biografías del médico D. Andrés Piquer, del esclarecido sevillano Foxo Morcillo y del injustamente olvidado D. Antonio Javier Pérez y López, que en sus Principios del orden esencial de la naturaleza, siguió las antiguas tradiciones de la ciencia española, según la comprendieron Avempas en el Régimen del solitario, Tofail en el Filósofo autodidáctico y [215] Raimundo Sabunde en el Libro de las criaturas.

Por último, hace largo tiempo que D. Gumersindo Laverde y Ruiz se propone publicar unos Anales históricos de la filosofía española. Si el catedrático del Instituto de Lugo pudiese llevar a cabo su bien meditado proyecto se establecerían las bases necesarias para que en tiempo no lejano fuese ya hacedero lo que hoy es imposible: escribir la historia sistematizada de la filosofía española.

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Han contribuido no poco a esta renovación de nuestra historia científica; las explicaciones orales del Sr. Sanz del Río en su cátedra de la Universidad de Madrid, el discurso de recepción en la Academia Española del Sr. Campoamor, donde se recuerda la alta significación científica de los Vives y Pereiras; la oración inaugural de la Universidad central del Dr. D. Issac Núñez de Arenas, en que se pone de manifiesto, la relación que existe entre las modernas teorías sobre la unidad fundamental y algunos pasajes de obras de Fr. Luis de León; las oportunas citas de nuestros autores científicos, que tanto abundan en los escritos del Sr. Valera; y por último, los artículos que han publicado en la Revista de instrucción pública el Sr. Suárez de la Bárcena [216] y D. Alejandro Menéndez Luarca y en la Revista Ibérica el Sr. Canalejas y D. Federico de Castro. Este último escritor resume, según su criterio, las glosas científicas de nuestra patria, al motivar el generoso entusiasmo que le había producido la lectura de la Exposición de los sistemas filosóficos modernos del señor Azcárate, escribiendo las siguientes palabras:

«Era quizá la única obra en que se apreciaban seriamente la influencia y el valor de nuestros místicos del siglo XVI, mientras que atacando errores añejos y mal intencionados, claramente se mostraba, que no faltó genio para trascendentales especulaciones en un país que, apenas halla lugar en la civilización romana, engendra Séneca el mayor de los filósofos provinciales, que con San Isidoro prepara y domina toda la ciencia de los siglos medios, que maravilla con Lulio, que contribuyó como el que más a despertar las letras, que con Vives, Huarte y Gómez Pereira precede a Bacon y a Descartes, que con Foxo Morcillo realiza, al decir de Boivin, la tentativa más feliz para la conciliación entre Platón y Aristóteles, esos luminares mayores de la filosofía griega, y con Servet, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, intenta la más difícil empresa de conciliar el último resultado [217] de la antigua cultura del neo-platonismo con el idealismo cristiano.»

Tampoco debemos olvidarnos de dos notables trabajos literarios referentes al más erudito de nuestro filósofos: la Vindicación de Luis Vives de D. Ricardo Gregorio Muzquiz, impresa en Valladolid, el año de 1839; y el discurso doctoral del Sr. D. Facundo de los Ríos y Portilla, consagrado a probar que «Luis Vives en sus tres libros: De prima philosophia» combina las doctrinas de Platón y de Aristóteles con las de los padres de la Iglesia (1864).»

Si a los trabajos especiales que dejamos indicados se añaden la Historia de España de D. Modesto Lafuente, la eruditísima Historia crítica de la literatura española del Sr. Amador de los Ríos, la Historia eclesiástica de España de D. Vicente de la Fuente y la Historia de la legislación y recitaciones del derecho civil de España de los Srs. Marqués de Montesa y D. Cayetano Manrique, en cuyas obras se trata más o menos directamente del progreso filosófico del pensamiento nacional, se tendrá una idea de los generosos esfuerzos que se hacen para que reviva en la memoria de los contemporáneos el recuerdo de nuestras antiguas glorias, oscurecidas durante largos años por la envidia de algunos, [218] por la incuria de muchos y por la ignorancia de todos.{35}

No ha pasado desapercibida en Europa esta renovación de nuestras altas tradiciones científicas; se ha recordado que bajo el cielo azul de Castilla, si la poesía es la vida del alma, no por eso son desconocidas las meditaciones de la razón filosófica. Ya por los años de 1819, Mr. de Gerando leyó en la Academia de las Inscripciones tres concienzudos discursos sobre la significación científica de nuestro Raimundo Lulio, y recientemente Mr. Julés Barni ha dedicado dos capítulos de su libro Los mártires de la libertad del pensamiento, a recordar la vida y escritos del desgraciado Miguel Servet. Del mismo modo Mr. Paul Rousselot en la Revue Contemporaine (1865) ha puesto de manifiesto la gran importancia filosófica de la escuela mística española, el Sr. Guardia en la Revue Germanique (1864), ha demostrado la libertad con que discurrían los teólogos españoles del siglo XVI y [219] Mr. Emilio Saisset en sus Mélanges d'histoire, de morale et de critique ha examinado atentamente las importantes teorías teológico-filosóficas del aragonés Servet.

Pero sobre todo las doctrinas racionalistas expuestas en la edad media por los judíos y los árabes españoles, están siendo objeto de grandes estudios y diferentes apreciaciones entre los críticos y orientalistas franceses. El guía de los extraviados de Maimónides y la Fuente de la vida de Avicebrón, ambas obras traducidas al francés por Mr. Munk; las Misceláneas de filosofía judía y árabe del mismo autor; el fragmento de un escrito de Leibnitz sobre Maimónides, traducido y acompañado de una memoria explicativa por Mr. Foucher de Careil; los Estudios orientales de Mr. Franck; el libro de Mr. Renan, Averroes y el averroísmo; y el estudio de Emilio Saisset sobre Maimónides y Espinosa, inserto en Revue des Deux Mondes del año de 1862, son pruebas más que suficientes de la gran estima que hoy alcanzan nuestras antiguas escuelas filosóficas de Córdoba, Toledo y Barcelona. Hasta Mr. Cousin en su Historia general de la filosofía (1861), abandonando su antigua opinión de que las teorías de Espinosa se apoyan en el sistema de Descartes, sostiene que su verdadero origen [220] se halla en la cábala de los judíos y principalmente en las obras de Maimónides.

De este modo se explicarían bien las continuas citas del Guía de los extraviados y de las obras de Aben-Ezra, Judas Alpkar, Levi ben-Gerson, Abrahan ben-David, que se leen en la mayor parte de las páginas del Tratado teológico-político; de este modo podría cambiarse el famoso dicho de Leibnitz diciendo que, el espinosismo es un maimonismo corrompido; y España tendría la gloria, si esto es gloria, de que sus antiguas escuelas rabínicas de Córdoba, Toledo y Barcelona hubiesen sido el origen del racionalismo contemporáneo, pues la relación y el enlace de este con el espinosismo es de todos conocida, y hasta confesada por gran número de sus más célebres sectarios.

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{33} Breve reseña del estado que alcanzan las ciencias históricas en España. –Artículos publicados en el Semanario Pintoresco Español del año de 1849.

{34} En la Histoire des progres du droit des gens, par Henry Wheaton, ministre des Etats-Unis d'Amerique prés la cour de Prusse (Leipzig: 1853) se hallan muchas noticias acerca de los tratadistas españoles de derecho natural, y muy especialmente de Baltasar Ayala, Francisco Suárez, Domingo de Soto y Francisco de Vitoria, citándose los elogios que han merecido sus escritos de jueces tan autorizados como Grocio, Mackintosh, Hallam y Heffer. El ilustrado diplomático anglo-americano hace ver la gran importancia científica de la obra titulada: Baltazaris Ayalae J. C et Exercitus regii apud Belgas supremi juridici, de juri et oficiis belli, libri III (Antverpiae: 1597), el generoso ánimo que mostraba Domingo de Soto, combatiendo las teorías esclavistas en su tratado de De justitia et jure y las profundísimas doctrinas de Francisco Suárez acerca de los más grandes problemas del derecho internacional. Y ya que de esta materia nos ocupamos, debemos decir que entre los más famosos tratadistas de derecho internacional de la época presente se cuenta también un hijo de la península ibérica, el eminente jurisconsulto portugués Sr. Pinheiro-Ferreira.

{35} El ilustrado escritor alavés D. Ramón Ortiz de Zárate ha publicado también un compendio de historia de la legislación española, notable por varios conceptos, y muy singularmente, porque pone de manifiesto que el examen comparativo de las leyes de cada época con las siguientes, es quizá el medio más seguro para demostrar a posteriori la realización histórica de la ley del progreso.

{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 205-220.}