Ramón Piñeiro López 1915-1990 (original) (raw)

Ramón PiñeiroEscritor español nacido en la provincia de Lugo en 1915. En 1932, mientras estudia el bachillerato superior en Lugo, ingresa en las juventudes del Partido Galleguista, donde pronto destaca a pesar de su timidez. Conoce entonces a Ramón Otero Pedrayo (1888-1976), y llega a ser elegido secretario del comité provincial para el plebiscito del Estatuto de Autonomía de Galicia, en 1936. En la Guerra civil lucha en el bando franquista, y alcanzada la Paz realiza estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago.

Interviene desde 1943 en la reorganización clandestina del Partido Galleguista: detenido en 1944, permanece tres años en prisión.

Al salir de la cárcel se establece en Santiago, defendiendo la lucha cultural frente a la política, en pleno enfrentamiento entre los galleguistas del exilio, radicados sobre todo en Argentina (Castelao falleció en Buenos Aires en 1950), antifranquistas y republicanos, y los galleguistas del interior. Intervino activamente en la auto disolución del Partido Galleguista y en 1950 fue adalid del grupo que funda la Editorial Galaxia, que durante el franquismo publicaba legalmente libros en gallego y sobre asuntos relacionados con Galicia. Piñeiro dirige la editorial y trabaja en ella hasta 1966. Allí publica, junto con otros autores, La saudade, ensayos (Galaxia, Vigo 1953, 197 páginas).

Tiene interés dejar aquí transcrita una larga carta manuscrita que Ramón Piñeiro envió a Manuel de Irujo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, desde Coimbra, el día 12 de febrero de 1965, sobre cuestiones religioso católico conciliares linguístico federalistas/euopeístas/secesionistas:

«Coimbra, 12-II-65. Querido D. Manuel: Recibí su carta y con ella una gran alegría. Siempre me alegra mucho tener noticias de Vd. En estos últimos tiempos las he ido teniendo de modo indirecto, porque me las dió un amigo de Pallae que estuvo a verme.
He leído la información de 'Le Figaro' referente a la aplicación de las normas conciliares sobre la traslación de la liturgia a las lenguas vernáculas. Como Vd. sabe, el organismo responsable de la aplicación de estas reformas es la Comisión Episcopal. Llevan el asunto –como toda la política eclesiástica– con extremada reserva. Mis noticias sobre el problema son las siguientes: la primera y más común inclinación de los obispos fue la de interpretar las normas conciliares en el sentido de que 'la lengua vernácula de España es el español', lo que no planteaba más problema que el de la unificación de textos con los países de Hispanoamérica. Pero dos obispos de Cataluña –el de Gerona y el de Vich– y uno vasco –el de Guipúzcoa– mantuvieron una interpretación menos sofística, más acorde con el espíritu del Concilio y más fiel a la realidad y plantearon el problema de que en sus respectivas diócesis la lengua 'vernácula' de los fieles, al menos en su inmensa mayoría, no era el castellano. La firmeza de esta actitud y su concordancia con el ambiente conciliar hizo que la Comisión Episcopal admitiese el problema de la pluralidad vernacular, limitándose a dar las normas oficiales para el castellano y señalando que en el caso de las restantes lenguas vernáculas españolas serán los obispos territoriales los encargados de tomar las medidas adecuadas al caso. En Cataluña, este cambio lingüístico se hizo directamente al catalán en la casi totalidad de las parroquias campesinas y en gran parte de las urbanas (en la misma Barcelona se aproximan al 50% las misas en catalán); en el País Vasco, el obispo de Bilbao y el de Vitoria eran francamente reacios a la pluralidad lingüística, mientras que el de Guipuzcoa era francamente partidario; el de Navarra –no sé si por influencia lejana de Vd.– parece que adopta una actitud razonable. El resultado fue bastante bueno, porque lograron el reconocimiento del euskera como lengua litúrgica, aunque sean más o menos imprecisos los límites de su empleo (por ejemplo, basándose en el carácter especial de la población de S. Sebastián muchos eclesiásticos defienden el empleo de las dos lenguas dentro de la misma misa). Creo que, en general, Vds. no pueden quejarse.
El problema se presenta bastante distinto en Galicia. En primer lugar, cuatro de las cinco diócesis están ocupadas por obispos foráneos (de Burgos, El Escorial, Logroño y Vera del Bidasoa), y sólo la de Compostela está en manos gallegas. De los cuatro foráneos, dos son hostiles al gallego –los de Orense y Tuy, el primero burgalés y el segundo escurialense– y los otros dos –de Lugo y de Mondoñedo– son indiferentes y quizá bien predispuestos. Por ser la sede compostelana la de más categoría y prestigio, por ser su ocupante el de mayor autoridad y rango, y, sobre todo, por ser el único que es hijo del país, no solo era el llamado a defender los derechos del gallego –la lengua cotidiana del 75% de la población de Galicia– sino que tenía la obligación moral ineludible de hacerlo. Tenía que ser él quien tomase la iniciativa, puesto que no iban a tomarla los obispos no gallegos, en primer lugar porque no les preocupa el problema y en segundo lugar porque, de hacerlo, lo dejarían quedar mal a él. Parece ser que en la Comisión Episcopal, cuando ya los obispos de Gerona, Vich y Guipuzcoa habían logrado que se reconociesen los derechos de sus respectivas lenguas, el Cardenal de Compostela apuntó tímidamente que también existía la lengua gallega. Pero ocurre que dicha Comisión transfirió, cosa muy lógica, la responsabilidad del problema a los obispos territoriales de cada área lingüística. Y es aquí cuando la responsabilidad se personifica plenamente en el Cardenal Quiroga Palacios, porque los restantes obispos de Galicia, además de su rango inferior, no son gallegos. En lugar de asumir la representación moral de los dos millones de gallegos que hablan cotidianamente en gallego y que tienen derecho a que se les hable de Dios en su lengua, el bueno de D. Fernando se inhibió y los dejó absolutamente desamparados. Cuando llegó la ocasión de dar las normas para los cambios lingüísticos –tenían que iniciarse el 1º de enero–, el Boletín Eclesiástico de la Archidiócesis de Santiago de Compostela publicó la orden y las instrucciones interpretando que la lengua vernácula es… el castellano. Lo mismo que en Burgos o en El Escorial. Y no crea Vd. que esta increíble conducta se debe a prejuicio o animosidad del Cardenal Quiroga en contra de nuestra lengua. Nada de eso. El ama profundamente a Galicia, conoce y habla con amor su lengua y es, sin duda alguna, una bonísima persona. Estoy seguro de que él se sentiría muy feliz de que los gallegos rezaran en su lengua, entre otras cosas porque es creyente –cosa que yo no afirmaría de todos los obispos– y sabe que rezarían con más fervor haciéndolo en la lengua materna. Pero lo triste, lo verdaderamente lamentable, es que, cuando está en su mano el conseguirlo, por miedo a los obispos gallegos se echa para atrás, se acoquina. Entre el miedo a un par de obispos castellanos –que lo acobardan, no en Castilla, sino en la propia Galicia– y el amor a su pueblo y a su lengua, puede más el miedo. Créame, querido D. Manuel, que me duele tener que decir esto de una persona que, por muchas otras cosas, me merece respecto. Pero es la verdad.
Para tranquilizar su conciencia –al fin y al cabo, el miedo que impide el cumplimiento de un deber incurre en cobardía, y la cobardía, en un Cardenal, debe de ser grave pecado–, creó un curioso sofisma: que la lengua gallega está socialmente desprestigiada y que ese desprestigio puede salpicar a la propia liturgia. Supongo que el razonamiento le producirá asombro, como a mí me lo produce. En primer lugar, porque se atiene muy poco al ejemplo del propio Jesús, que no eligió el griego –la lengua 'culta' de entonces–, ni el latín –la lengua del Poder–, ni siquiera el hebreo –la lengua común de los judíos– sino que predicó en arameo, es decir, precisamente en la lengua vulgar de sus oyentes; en segundo lugar, porque en ese sofisma se olvida de que la verdadera eficacia de la palabra evangélica está en su 'verdad' intrínseca y no en la pompa o la autoridad social de que se revista su predicación, y que esa verdad llegará tanto más a la intimidad de los fieles cuanto más sencillo y familiar sea el lenguaje con que se les exponga; en tercer lugar porque la lengua gallega es hablada por toda la población trabajadora de Galicia y cultivada por la minoría intelectual, hasta el punto de que estamos ante un pujante desarrollo de nuestra cultura vernácula, por lo que no se puede aceptar el criterio de su desprestigio, a menos de incurrir en la aberración sociológica de considerar como prestigioso únicamente lo que es usual y bien visto para el gusto burgués. Pero, sobre todo, el sofisma de nuestro Cardenal, como siempre ocurre, termina por destruirse a si mismo, pues si fuese cierto el desprestigio de la lengua gallega, la misión de la Iglesia no será precisamente la de utilizar la liturgia para desprestigiarla más, humillando gratuitamente al pueblo que la habla. Si se pasa del latín al castellano y se excluye el gallego, es una forma –la más brutal– de decirles a los hablantes del gallego que su lengua no sirve para rezar. Al hacerlo así, la Iglesia se convierte en instrumento de la política estatal, centralista y reaccionaria, pero lo hace a expensas de sus verdaderos fines evangélicos, que no coinciden con los de ese Estado.
Le doy todas estas innecesarias explicaciones para ayudarle a comprender bien una cosa que, dicha sin las debidas aclaraciones, tiene que resultar sorprendente para un hombre de su país, en donde las cosas son muy distintas. Lo que le quiero decir es que, por esta línea de conducta eclesiástica, que es constante, uno de los sentimientos colectivos más íntimos del pueblo gallego es el sentimiento anticlerical. El clero –el alto y el bajo– se identifica con el Poder, no con el pueblo. Prefieren el temor al amor del pueblo. Y el pueblo, naturalmente, les teme y no los ama. Este sentimiento anticlerical no es, conviene aclararlo, sentimiento antirreligioso. Distinguen bien la religión de la clerecía. Pero también es verdad que el natural sentimiento religioso está mucho menos cristianizado de lo que aparenta, precisamente por ser poco cristiana, poco evangélica la conducta del clero. La culminación de esta trayectoria la tenemos en su presente actitud ante el idioma: en lugar de considerarlo como algo propio y, en realidad, 'sagrado', prefieren considerarlo cosa plebeya y poco importante. Aceptan –y secundan– la actitud dominadora del castellanismo estatal en lugar de identificarse con la realidad espiritual popular.
En esta ocasión, sin embargo, se inició un movimiento de protesta colectiva contra tal actitud. El Cardenal-Arzobispo de Compostela lleva recibidos varios millares de solicitudes individuales –en gallego– procedentes de toda Galicia y de los gallegos de todas partes del mundo. En la Prensa hubo campaña. De América comenzaron a llegar protestas. Ahora preparan un documento bien razonado y fundamentado, que será suscrito por decenas y decenas de católicos calificados y que será presentado, por comisiones representativas, a todos los obispos de Galicia. Si después de las solicitudes individuales y de la petición colectiva, siguen inhibiéndose, como es de temer, entonces se producirá un proceso de politización del problema que irá en aumento hasta que de resultado positivo.
Ya le iré informando de lo que ocurra. Las demás cosas, bastante bien, en la línea que le expuse la última vez que tuvimos ocasión de hablar. Un abrazo muy fuerte de su amigo, Ramón Piñeiro.» (Legado Irujo 13537.)

El verano de 1966 viaja a los Estados Unidos del Norte de América, como profesor invitado de la Universidad de Middlebury, en Vermont, «para dar un curso sobre Ortega y Gasset y para asistir a un congreso Luso-Brasileiro» (informa el 4 de julio de 1966 desde Middlebury, allí festivo, a Manuel de Irujo, en París). Cuando Irujo le responde, ya está en España: «Me enviaron de Middlebury la carta que me escribió allá. Yo solamente estuve allí en los cursos de verano. A mediados de septiembre regresé a Galicia. Vine por París con intención de verle y charlar, pero me dijeron que estaba Vd. en Londres. Este verano próximo volveré a Middlebury, a dar un curso sobre su paisano Unamuno –el curso anterior fue sobre Ortega–, y tal vez pueda regresar por Londres para tratar de verle» (añade Piñeiro en una tarjeta navideña en la que felicita las pascuas a Irujo, fechada en Compostela, navidades 1966). El 15 de marzo de 1967 le responde Manuel de Irujo:

«Cómo vive usted? Qué hace? Cómo le van las cosas? Piensa usted ir a Midd con Don Miguel? Es usted un tío. Yo no creo ni en Don Miguel ni en Ortega. Don Miguel me divierte. Ortega ni eso. Los dos sabían mucho. Con los dos se aprende. Los dos arrastran grandes responsabilidades. Son valores universales. Y claro es: cuando uno llega a ser universal, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Eso me ocurre a mí con Picasso y demás ejusdem furfuris. Pero chico: Galicia sigue estando en el Finisterre. Sabemos poco de Galicia. Y nos conviene saber más, sobre todo, de aquello que, de manera ideal o específica, nos conviene estar enterados. Qué tal os arreglais con nuestro obispo? Fray Prudente nunca fue guardián. Dígame algo de él, hombre.»

El 25 de noviembre de 1967 ingresa en la Real Academia Gallega, con el discurso A lingoaxe i as lingoas, que fue respondido por su amigo, correligionario y socio Domingo García-Sabell –cofundador con Piñeiro de la editorial Galaxia– que, un año después, estaba planeando celebrar en Santiago de Compostela, del 15 al 17 de noviembre de 1968, una reunión privada en su casa, auspiciada por el Congreso por la Libertad de la Cultura y organizada por el eficiente Pablo Martí Zaro, para trazar un Análisis histórico y socio-económico de la experiencia de las autonomías en Cataluña y el País Vasco, así como de los proyectos y movimientos autonomistas en Galicia y Valencia.

En diciembre de 1968 se publica en París el informe elaborado por Sergio Vilar, al servicio del Congreso por la Libertad de la Cultura –ya desvelada su dependencia económica e ideológica de la CIA–, pretendida hoja de ruta hacia una España fragmentada por un federalismo europeísta atlantista socialdemócrata, en el que Ramón Piñeiro es el primero de los cuatro personajes presentados como la izquierda en Galicia:

Ramón Piñeiro

—Soy campesino, de familia de labradores, pero yo mismo, en mi infancia, he trabajado en el campo. La aldea en que nací en 1915 se llama Armea, del ayuntamiento de Ancara, a unos treinta kilómetros de Lugo.

—Concretamente, ¿en qué trabajabas?

—Yo era pastor; a veces me cuidaba de las vacas; otras, iba al monte. Pero mi padre se preocupó de que me formara, de que fuese a la escuela.

Piñeiro es uno de los más prestigiosos escritores de hoy en lengua gallega, y también uno de los más destacados representantes de una tendencia política social-demócrata de honda raigambre galleguista.

Después de pasar unas experiencias infantiles contradictorias, propias del niño típicamente gallego –es decir, propias de toda la gente cuya lengua familiar y social es la de Rosalía de Castro, pero que sin embargo tiene que dar los primeros pasos de la enseñanza y de la cultura a través del idioma castellano–, y de ir superando los complejos psicológicos que todo ello acarreaba, Ramón Piñeiro consiguió hacer el bachillerato elemental.

—A los diecisiete años empecé a trabajar en la oficina de una tienda, en Sarria. Allí me cogió la proclamación de la República… Yo ya leía algunos diarios como El Sol y El pueblo gallego (de Portela Valladares). Poco a poco me interesé por las cuestiones políticas, especialmente por las autonomistas, porque fui descubriendo el galleguismo, al que me incorporé.

Piñeiro se trasladó a vivir a Lugo, donde pudo seguir sus estudios y a la vez tomó contacto con los líderes galleguistas de la época.

—¿Tuviste algún cargo en el Partido Galleguista?

—Yo fui presidente de las Juventudes Gallegas de Lugo. También fui secretario de dos Asambleas Generales del Galleguismo. A pesar de mi juventud, ya trataba con familiaridad a todos los líderes como Bóveda, Castelao y Otero Pedrayo. Esto era en los años 1934-1936, cuando también conocí a mi íntimo amigo Paco Fernández del Riego.

Piñeiro intervino directamente en la propaganda del Estatuto recorriendo varias poblaciones de Galicia junto con los dirigentes galleguistas. El plebiscito fue el 28 de junio de 1936. [380] Y se llevó a Madrid plebiscitado el 12 de julio de 1936. A la Comisión que fue a entregarlo a Madrid, le sorprendió la sublevación militar:

—Algunos de la Comisión regresaron rápidamente a Galicia, y murieron aquí; otros, como Castelao, se quedaron en Madrid, con otros diputados como González López, y pudieron salvarse… Al interrumpirse la vida legislativa, la discusión en las Cortes del Estatuto Gallego ya no se pudo celebrar.

—¿Por qué os retrasasteis, respecto a Cataluña y a Euzkadi, en pedir el Estatuto?

—Por las razones de la política gallega. En primer lugar, Casares Quiroga había ido al Gobierno de la República en 1931 representando a Galicia, a las fuerzas republicanas autonomistas de Galicia que se habían unido antes de proclamarse la República, y lo enviaron a él de delegado a San Sebastián, a firmar el Pacto. Pero una vez fue ministro, Casares Quiroga hizo una política personal desde el poder; para debilitar la organización política, a todos los dirigentes de cierta importancia, los hizo gobernadores civiles (él era Ministro de la Gobernación), los dispersó por España. Como los cargos se los debían a él, fue creando una dependencia política personal, y debilitando lo que podía ser una fuerza representativa del país. Casares Quiroga se apoyaba en Azaña y acabó fusionándose con él. En su política personal, no interesaba el Estatuto. Aquí ocurría lo del caciquismo. Tradicionalmente es una de las grandes desgracias de Galicia. Los políticos gallegos encuentran más cómodo pactar con el poder central, adquirir influencia en Madrid, que crear una fuerza aquí.

—Es decir, en vez de apoyarse en el pueblo, se apoyan en las estructuras de poder para imponerse al pueblo.

—Exacto. El gran problema a resolver consiste, pues, en crear una política gallega. Hacer de la opinión gallega una fuerza política, para que esté representada donde sea, en el poder, ante el poder, pero como tal. Esto es, que sea una realidad política y no una colonia política.

—Creo que querías aclarar más cosas acerca del papel de Casares Quiroga.

—Casares cayó en la línea tradicional, que era la más fácil. Pero Casares acabó chocando con el galleguismo, el cual se separó del «casarismo», e inició una auténtica política gallega. Poco a poco movilizó el país, y por la presión de esta fuerza se dinamizó al poder para los trámites estatuarios. Esto fue más lento que en Cataluña porque allí ya actuaba a priori una fuerza catalana, ya autonomista. Aquí hubo que crearla, incluso frente a algunos gallegos en el poder. De ahí la lentitud. Eso explica nuestro retraso… [381]

Piñeiro habla con entusiasmo de las necesidades autonomistas gallegas, en el sentido de reflejar los intereses populares y democráticos de este pueblo. Galleguismo equivale, para Piñeiro, a democratización.

La sublevación militar predominó en Galicia, como es sabido, desde el primer momento. A Piñeiro no le llegó la represión política, pero tuvo que esconderse algún tiempo y ocultar sus ideas, luego sobre todo cuando le movilizaron en el Ejército franquista.

Al empezar la II Guerra Mundial, los galleguistas –como la inmensa mayoría de la oposición de hoy– volvieron a tener esperanza. Pensaban que el triunfo de las democracias sobre el nazismo, repercutiría en España. Es decir, eso implicaría la restauración de la democracia en España. Esto lo vieron muy bien los comunistas y organizaron un frente político y democrático al que dieron el nombre de «Unión Nacional», y tenían una revista que se llamaba Reconquista.

—Por nuestra parte –dice Piñeiro– también empezamos a reconstruir el galleguismo. Celebramos varias reuniones clandestinas y tomamos contacto con los vascos y con los catalanes. Total, que hicimos una coalición presidida por Pou i Pagés, que era muy amigo mío, en la cual estaba presente «Unió Democrática», «Esquerra», los vascos y nosotros; y luego los republicanos, socialistas y anarcosindicalistas. Esto fue la creación de la Alianza de Fuerzas Democráticas, a la que más tarde se incorporó el PC, renunciando a su plan de «Unión Nacional».

—En esa fase es cuando termina la guerra mundial y cuando hay cierto juego a base de la monarquía y de las actitudes ambiguas de los aliados…

—Eso es; por un lado los ingleses y ciertas gentes de aquí del interior propugnaban la aceptación de la monarquía como salida y con la promesa de apoyo internacional. Por otro lado, muchas de las fuerzas democráticas entendíamos que antes de adquirir ningún compromiso en ese orden de cosas, era obligado tener unas entrevistas con las representaciones en el exilio de la democracia española, para saber qué planes tenían y qué medios para llevarlos a cabo. Sobre todo no queríamos decidir nada contra lo que ellos representaban, es decir, la legitimidad. Entonces decidimos ir al extranjero; fuimos representaciones de todas las fuerzas en el interior.

—Por Galicia fuiste tú…

—Sí; pasé los Pirineos a pié, hacia allá y para acá, clandestinamente, porque no tenía pasaporte. Pasé con los vascos, que sabían muy bien cuáles eran los caminos menos vigilados. Era muy peligroso, porque hacía poco había habido una serie de infiltraciones de guerrilleros procedentes de Francia, y habían [382] construido fortificaciones, además de que la vigilancia era muy grande, con muchos controles. Los vascos prepararon la documentación para los controles – falsa por supuesto– y los guías, y pasamos de noche, ya en la más absoluta clandestinidad.

—¿Con quiénes os entrevistasteis en Francia?

—Con Irla, entonces presidente de la Generalidad de Cataluña, con Terradelles, con Aguirre, y luego con Giral y otros miembros del Gobierno Republicano. Recogimos su visión política del próximo futuro, a fin de informar en el interior.

—Pero al regresar a España te detuvieron…

—Sí, pero fue por carambola. Yo tenía el encargo de entrevistarme en Madrid con gente de la Alianza para preparar nuevas conversaciones en el interior. Y precisamente estaba yo hablando con el secretario político de la CNT, Fernández, cuando llegaron otros cenetistas a hablar con él. Detrás venía la policía (era una brigada de Barcelona, del comisario Polo), que seguía a los cenetistas, pero nos detuvo a todos. Mi detención fue accidental pero, claro, fueron a mi casa y allí encontraron pruebas de mis actividades… Total: que pasé tres años en la cárcel (en Madrid, en Alcalá de Henares, en Ocaña, con una condena de seis años). Me acusaron de paso clandestino de fronteras, de auxilio a la rebelión, &c. Yo declaré rápidamente mi salida a Francia, para evitar que complicaran a la gente del interior. A los del interior los salvé a todos, a base de hablar de los de fuera. Asumí toda la responsabilidad al decir que había ido siguiendo una iniciativa personal, y atendiendo a una invitación de Rezola.

Con el inicio de la guerra fría, se produjo el colapso de las actividades guerrilleras y en general de la oposición en clandestinidad, empezadas al calor de la esperanza en el triunfo de los aliados. Hubo triunfo exterior, pero continuó la derrota interior de los demócratas españoles. Se iniciaron unos nuevos frentes ideológicos de los cuales España quedó marginada, aislada.

—Entonces nosotros comprendimos –sigue diciendo Piñeiro– que la política de pura clandestinidad no conducía a nada, estaba en un túnel sin salida. Por otro lado comprendimos que el régimen, al no haberse producido la esperada presión exterior, duraría mucho, aunque no nos parecía que fuese a durar tanto como ha durado. En aquellos años nosotros sólo veíamos como posibles factores de cambio político, o bien la desaparición de Franco, o bien una crisis internacional, o una grave crisis económica en España… Pero pretender cambiar la situación por una presión clandestina era absolutamente inútil, era ilusorio. Pretender eso era hacer sacrificios sin sentido. En vista de eso, nosotros decidimos reorganizar completamente nuestros planes políticos y pensar a largo plazo, es decir, pensar en el postfranquismo; aguantamos, sin dejarnos destruir ni [383] dejarnos asimilar. Además, nos preparamos para el futuro. Entonces necesitábamos una actuación pública, una actuación legal sobre la opinión del país. No había ninguna otra posibilidad de acción pública, fuera de las propias actividades del régimen, más que la estrictamente cultural. Así, frente a los Felipes segundos resucitados y provistos de técnicas nazis, el año 1950 iniciamos la actividad cultural gallega, a través de la Editorial Galaxia.

En todo caso, estos gallegos nunca han abandonado los planes políticos. Han dado conciencia política a los jóvenes, además de conocimientos técnicos de los problemas del país, para que estén en condiciones, llegado el momento, de poder actuar del modo más democrático. Durante los últimos años, hombres como Piñeiro se han dedicado a preparar el futuro de Galicia. Pero en ello Ramón Piñeiro ha tenido una dedicación plena a veces.

—Yo he sacrificado las aspiraciones de orden personal (por ejemplo yo hubiera querido ser catedrático y dedicarme a escribir, a la filosofía, a hacer unos libros que tengo a medio hacer).

—En cualquier caso, tu labor ha sido importante…

—Pero a mí la acción no me atrae; he hecho política por cumplir un deber. Es decir, la inquietud política la he tenido siempre; la política es mi vocación en el sentido de realización de la justicia (deber que considero consustancial en todo hombre) pero la política concreta, de lucha con instrumentos políticos orgánicos, me atrae poco. Soy persona más bien introvertida y reflexiva, no impulsiva. Y por razones de sensibilidad tampoco me gustan las situaciones espectaculares.

—No obstante, lo comprobable es que tú has actuado políticamente, y en tu plano ideológico lo has hecho bien.

—Sí; pero de cara al futuro, yo siempre actuaría políticamente en el plano de las ideas, de influir en la conducta de la gente o en la visión de los problemas, en el sentido de su esclarecimiento. Esto lo considero más a mi alcance, que no la organización o el estar en un comité o ser un orador, &c.

Piñeiro renunció al camino más personal, para cumplir con las exigencias éticas colectivas. Durante veinte años ha actuado postergando sus ideales particulares más íntimos. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, pero sacrificó su carrera universitaria en aras de la reconstrucción política del país. Actualmente lleva la dirección de la Editorial Galaxia. El y Paco del Riego son los que fundamentalmente han llevado adelante esta empresa. De vez en cuando a Piñeiro le invitan a dar cursos o conferencias en universidades americanas o europeas. Es miembro de la Academia de la Lengua Gallega, y ha publicado diversos ensayos, como Significado Metafísico de la Saudade [384] Para una filosofía de la saudade. Prepara otros libros acerca de la filosofía existencial y los problemas gallegos. Y sigue, sin duda alguna, interesado en la política. Pero este gallego que tan profundamente siente la galleguidad, no cae en el error de creer que los problemas están planteados sólo a nivel de Galicia.

—Un grave error nuestro sería el ver el problema español a través de un prisma puramente gallego. Los factores que van a actuar en la política gallega van a ser factores que no responden a ese prisma. Es decir, que la imagen política de Galicia no se puede superponer a Castilla o a Andalucía… En el destino político de España en su conjunto van a influir tanto o más esos factores que los nuestros propios… Por tanto la óptica ha de ser muy abierta, muy abierta… No cabe decir: «aquí ya tenemos unos cuadros, y el país responderá». No, es que sobre el país van a actuar otras fuerzas…

Sergio Vilar, Protagonistas de la España democrática. La oposición a la dictadura 1939-1969, París 1968, páginas 379-384.

«Francisco F. del Riego, Ramón Piñeiro y Domingo García Sabell, consideran la mejor solución el establecimiento de una república federal.» (Dolores Ibarruri, España, Estado multinacional, Editions Sociales, París 1971, pág. 56.)

Luis Costa García (Villagarcía de Arosa 1915-1986), alias Juan García Durán y el Fugas, secretario del Comité Regional Gallego de la CNT detenido en diciembre de 1944 en la Gran Vía de Madrid junto con el resto de aquel Comité anarquista, el galleguista Ramón Piñeiro y un nacionalista vasco del PNV; después de haberse fugado de la cárcel, trabajado en la Biblioteca del Congreso de Washington y vivido una temporada por Australia, cuya nacionalidad adquirió, se encontraba a principios de los setenta en Francia preparando una tesis doctoral bajo la dirección de Pierre Vilar, y, en febrero de 1972, en un informe mecanografiado que lleva por título «Sobre la guerra civil española, su gran producción bibliográfica y sus pequeñas lagunas de investigación», comenta sobre el testimonio de Ramón Piñeiro publicado por Sergio Vilar lo siguiente:

«Sobre este tema [la resistencia u oposición al régimen], Sergio Vilar ha publicado un libro (4. Sergio Vilar, Protagonistas de la España democrática. La oposición a la dictadura 1939-1969, París, Ediciones Sociales, 1968 sic) basado en una serie de entrevistas, recogidas en cinta magnetofónica, con cerca de un centenar de dirigentes.
El método nos parece bueno, pero la selección de las personas está muy lejos de cubrir el complejo de la clandestinidad; sobre todo, por sólo citar un ejemplo, cuando trata a Galicia, donde los cuatro entrevistados son galleguistas.
Mucha de la información no fue verificada. Por ejemplo, en su cronología (p. 34) da [enero 1947] como fecha de la 'detención en Madrid de 14 personas acusadas de ser miembros de la ANFD (Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas) entre ellas el dirigente galleguista Ramón Piñeiro.' Esta fecha es errónea. El hecho aconteció 13 meses antes. De esto estamos seguros por haber sido uno de ellos. También, y esto es mucho peor, hay casos en que el entrevistado no se atiene a la verdad. Por ejemplo (p. 381) «Total que (Piñeiro habla) hicimos una coalición presidida por Pou i Pagés, que era muy amigo mío, en la cual estaba presente 'Unió Democrática', 'Esquerra', los vascos y nosotros; y luego los republicanos, socialistas y anarcosindicalistas. Esto fue la creación de la Alianza de Fuerzas Democráticas, a la que más tarde se incorporó el PC, renunciando a su plan de 'Unión Nacional'.»
En lo que se refiere a ANFD esto no es verdad: Ni Piñeiro (galleguista) ni los vascos, ni los catalanes tuvieron la más mínima intervención en la creación de ANFD. Más aún, cuando invitados por nosotros (eramos por entonces secretario del comité nacional de ANFD) a formar parte de ella, siempre encontraron alguna razón para rehusar. ANFD fue creada por los socialistas, republicanos y libertarios (CNT). Las primeras gestiones fueron iniciadas por la CNT y la carta constitucional fue redactada por Luque, de la CNT, en 1944.
Sigue Piñeiro: «Sobre todo no queríamos decidir nada contra lo que ellos (el Gobierno Giral) representaban, es decir, la legitimidad. Entonces decidimos ir al extranjero.» Se refiere, en este caso, a los contactos con los monárquicos, por medio de la embajada inglesa, sostenidos con ANFD, y la decisión de ésta de aclarar la situación, sobre las posibilidades del Gobierno Giral, antes de tomar una decisión de pacto Monárquicos-Alianza. De nuevo, ni Piñeiro tuvo el menor contacto con estas conversaciones, ni intervino en la decisión, tomada por ANFD de consultar al Gobierno, ni tuvo ningún contacto con éste, aunque haya hablado con algún ministro. Piñeiro fue a París, a invitación de los vascos, para informarles de lo que ocurría. Nosotros fuimos el único representante que fue a París, en nombre de ANFD; es decir, los partidos socialista, comunista, republicano y CNT, asistiendo a varios consejos de ministros y sosteniendo conversaciones con Giral, de los Ríos, Torres Campañá e Irujo, separadamente. También con la Pasionaria (5. Para mayor información consúltese: J. García Durán, Por la libertad, cómo se lucha en España, México, Ediciones CNT, 1956).
Es curioso que el autor, para presentar la muy insignificante información que da sobre ANFD y la gestión ante el Gobierno, escoja la parte del libro dedicada a Galicia y, como informante un gallego que nada tuvo que ver en todo ello.» (Juan García Durán, «Sobre la guerra civil española, su gran producción bibliográfica y sus pequeñas lagunas de investigación», págs. 8-9; Legado Irujo 2674.)

Sucede que Sergio Vilar no pretendía hacer una historia exhaustiva de la oposición, como parece añorar el anarquista desairado, sino seleccionar a determinados personajes y hechos que podían ser de interés para los planes estratégico políticos de futuro de quienes auspiciaban ese libro. El peneuvista Manuel de Irujo, receptor del informe del anarquista gallego, le escribe el 23 de marzo de 1972:

«Amigo García Durán: Agradezco mucho a usted la nota informe del 15 Febrero pdo. Es del mayor interés. Vamos a aprovecharla. Mal parado queda el pintoresco Piñeiro. Pero si tal es la verdad de los hechos, es preferible dejarla sentada. […] Muchas gracias, repito, por su fineza al enviarme esas cuartillas.» (carta de Manuel de Irujo a Juan García Durán, 23/3/72, Legado Irujo 2674.)

No debe extrañar que, durante el tardofranquismo, determinados ideólogos de cierto galleguismo asociado a utópicas revoluciones socialistas pretendidamente marxistas, pero que, a pesar de hacer su apología literaria, apenas llegaron a practicar el terrorismo efectivo, fueran especialmente crueles con Ramón Piñeiro y con el grupo conservador representado por Galaxia. Por ejemplo, un funcionario del Estado dedicado a la enseñanza de la literatura, José Luis Méndez Ferrín (1938), en la «noveleta» que escribió en la cárcel de La Coruña, condenado por un delito de propaganda ilegal, Retorno a Tagen Ata (1971), reeditada con todos los honores en nuestros días por una editorial del grupo Anaya, incluso llega a matar a Ulm Roan, el ideólogo del nacionalismo clásico y no revolucionario, que sus lectores bien sabían identificar con Ramón Piñeiro (quien, por su parte, no tenía inconveniente en reseñar tal novela en Grial, su revista). Así soñaba Ferrín: «Tomei do bolso a miña pistola. Con coidado, pra non espertar a Ulm Roan, cargueina, monteina. Sen sentir nada apuntei, dende moi perto, á caluga do traidor Ulm Roan. Abondou un tiro: a penas un estremecemento, non se alterou a posición do seu corpo. O disparo repercutiume –foi curioso–, cunha dor aguda e súpeta, na zona do himen. Descolguei un coitelo da panoplia e, coa ponta, gravei fondamente no lombo de Ulm Roan as tres iniciais da I.T.A.» Desde la que entonces se autodefinía como verdadera izquierda gallega, la que soñaba con la I.T.A., no sólo se calificaba a Piñeiro de anticomunista, sino que se daba por supuesto que cobraba de la CIA.

Centro Ramón Piñeiro
Galicia recuerda a Ramón Piñeiro dando
su nombre a un Centro de investigación
en Humanidades, con sede en Santiago.

La obra escrita por Ramón Piñeiro no es abundante, y casi toda se centra en la borrosa y nebulosa 'saudade': Siñificado metafísico da saudade, notas pra unha filosofía galaico-portuguesa (Galaxia, Vigo s.a., 23 págs.); la respuesta el 20 de junio de 1980 al discurso de ingreso en la Real Academia Gallega del clérigo católico Andrés Torres Queiruga [teólogo nacido en 1940, su discurso se tituló «Nueva aproximación a unha filosofía da saudade»]; y Filosofía da saudade (Galaxia, Vigo 1984, 121 págs.). En 1985 recibió la Medalla Castelao.

Tras la restauración borbónica postfranquista formó parte del primer parlamento autonómico, como diputado por la provincia de La Coruña, independiente dentro de las listas del PSdG Partido Socialista de Galicia-PSOE Partido Socialista Obrero Español. En 1983 fue elegido primer presidente del Consejo de la Cultura Gallega, cargo que desempeñaba al morirse el 27 de agosto de 1990, a consecuencia de una insuficiencia hepática. El 11 de febrero de 1993 el Presidente de la Junta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, del Partido Popular, firma el decreto 25/1993 por el que se crea el Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias Ramón Piñeiro, institución que, por decreto 330/1997, pasa a denominarse, el 13 de noviembre de 1977, Centro Ramón Piñeiro para la Investigación en Humanidades.

Sobre Ramón Piñeiro en el Proyecto Filosofía en español

1954 César Alvajar, Filosofía de la saudade, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura 6:107-108.

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