José Vasconcelos, Cristianismo y Catolicismo, El Estudiante. Semanario de la Juventud Española 1925 (original) (raw)


Carta de Vasconcelos a Alfredo L. Palacios

Mi querido amigo: Llevo tres meses de constante variar de sitio, por lo que me ha llegado con retraso su carta a Gabriela, a propósito de una declaración suya, en que se decía católica… Tengo la fortuna de conocer bien a la gran poetisa y a usted, el generoso maestro de juventudes, y esto me da ocasión de terciar con ventaja en el debate, aunque más bien no hay asunto a debate, porque veo en Gabriela y en usted dos grandes cristianos prácticos, cristianos de verdad, que por lo mismo no pueden ser católicos. Usted procedió como verdadero cristiano cuando obtuvo del Congreso argentino una ley protectora de los trabajadores explotados por los terratenientes, que, por lo general, son excelentes, irreprochables católicos, pero viven de violar a diario la ley de Cristo. Así que yo vea, no digo la Iglesia, sino siquiera algún sacerdote que se pone enfrente del explotador para defender a los débiles, creeré que ese hombre, aun siendo católico, está animado del espíritu de Cristo. Los que absuelven a los terratenientes a la hora de la muerte, a cambio de una dotación para el culto, son católicos, pero no cristianos. Más cristiano fue usted en el momento que ya digo que cualquier católico de la época. La esencia del cristianismo es la ternura para nuestros semejantes. Esa ternura apareció en San Francisco y por poco lo excomulgan. Eso mismo sentían los católicos respecto de Gabriela, cuando Gabriela comenzó a escribir; era entonces una literata peligrosa; pero como ahora se ha conquistado una merecida fama, la cercan y se le presentan como ovejas. Andan ahora haciendo el papel de perseguidos en Chile, después que alentaron y aplaudieron el golpe de los militares chilenos. Aquí, en cambio, andan dichosos, insolentes. Al grado que si no hay quien la pegue un golpe, volverán a establecer la Inquisición, para los asuntos religiosos. Creo poder aventurar que a Gabriela le pasa algo de lo que a mí mismo me ocurre; la preocupación por el problema religioso, el interés por el dogma, nos llevan a coincidir con la doctrina católica en muchas cuestiones, metafísicas; frecuentemente me he declarado yo católico, en el sentido de que creo que la doctrina de la Iglesia, tal como se definió, por ejemplo, en Nicea, representa la mayor suma de verdad religiosa que han alcanzado los hombres. Pero me he convencido de que esa convicción, aun siendo, en mí, firme, más bien me aparta que me acerca a la Iglesia. La Iglesia no representa la religión, sino la liturgia. La Iglesia católica está en estos instantes detrás de cada movimiento de reacción. El negro poder jesuíta crece. La Iglesia ya no es católica, no es romana; ha llegado a ser jesuíta. ¿Cómo no hemos de sentirnos emocionados, cuando un hombre como usted levanta la voz contra el peligro formidable? Adelante, mi querido amigo; soy uno de los que le seguirán en nombre de Cristo, que no es monopolio de frailes. Nunca podrán comprender los católicos que Cristo está más cerca, mucho más cerca, del atormentado Carlos Marx que del iluminado Tomás de Aquino. Creo que el socialismo moderno es un intento de aplicar la ley de Cristo; pero si así no fuese, si por no querer y no poder ser católicos nos niegan el derecho de creer en Cristo, nada importa que nos llamen anticristianos. Cuando yo sepa que la Iglesia ha librado una sola batalla en favor de los desheredados, pensaré que acaso Cristo vuelva a su seno. Pero, entretanto, me voy con los ateos, si los ateos imponen la justicia.

Palma de Mallorca, 1925