J. Oscar Cosco Montaldo, La juventud universitaria del Uruguay, El Estudiante. Semanario de la Juventud Española 1925 (original) (raw)
La juventud universitaria del Uruguay, frente
a la reforma universitaria y a los problemas de América
El ambiente universitario del Uruguay, indiferente y rutinario, sufrió en 1923 una eficaz sacudida con la fundación de la Asociación Cultural Universitaria; cuya presidencia tengo el honor de ocupar.
Su creación respondió a la necesidad de realizar la obra eficaz –de reforma universitaria y de renovación ideológica en un sentido amplio–, que hasta entonces no había podido realizar la juventud uruguaya, en primer lugar, por la indiferencia de la misma, y en segundo lugar, por la falta de ese organismo imprescindible que es la Federación Universitaria, disuelta hace ya más de diez años.
En cuanto a los centros gremiales de las distintas Facultades, obrando en forma aislada y preocupados exclusivamente de sus problemas locales, descuidaron siempre el estudio de los problemas de la enseñanza en general y jamás ejercieron función dirigente en el campo de las ideas y de la acción.
En este estado de cosas, nuestra Asociación ha venido a llenar ese gran vacío. Ella está integrada y dirigida por estudiantes de todas las Facultades, lo que ha hecho que su influencia se extienda en todos sentidos. Dotados de una gran cohesión ideológica todos sus componentes, su programa contiene diversos principios, los cuales pueden concretarse así:
I. Bregar por la reforma universitaria integral: a) Modificación del Estatuto Universitario, para dar intervención, en la dirección del claustro, a los elementos técnicos que lo integran, profesores y estudiantes, bregando, a la vez, por obtener la autonomía pedagógica, económica y administrativa de la Universidad; b) Democratización de la cultura y aproximación de la Universidad y el pueblo por medio de la extensión universitaria, adaptando aquélla al ritmo de los problemas sociales; c) Repudio de la enseñanza profesionalista y utilitaria, persiguiendo, en cambio, el desarrollo de una cultura integral y fomentando la investigación desinteresada por medio de la creación de Institutos de estudios, Seminarios y Laboratorios; d) Libertad de enseñar (cátedras libres y abolición de las cátedras vitalicias) y libertad de aprender (supresión de la reglamentación obligatoria); e) Gratuidad de la enseñanza.
II. Propagar, en materia social, los nuevos principios de reivindicación y de justicia, abordando el problema obrero y pugnando por la supresión del privilegio económico.
Propender, en materia internacional, a la unificación del derecho, a la solidaridad de los pueblos latino-americanos, al mantenimiento de la solución arbitral de los litigios, a la supresión de los armamentos y a desenvolver una conciencia americanista capaz de contrarrestar la influencia nefasta del chauvinismo nacionalista. En materia política, propender al mantenimiento del régimen republicano, combatiendo las dictaduras, reafirmando los postulados democráticos y el principio de la soberanía del pueblo, en consonancia con las conclusiones más recientes de la ciencia política. En materia jurídica, introducir los principios de la equidad, mitigar el rigorismo hermético de los Códigos, dando entrada a las conclusiones de la jurisprudencia, que permitan una mayor individualización de los casos jurídicos; suplantar la interpretación literal de los Códigos por la que consulte los principios de equidad y las nuevas conclusiones de la nueva ciencia social, más humana y científica. En materia espiritual, luchar contra la influencia de la Iglesia en la vida pública y educacional, defendiendo los fueros del pensamiento libre. En materia financiera, propender a la nacionalización de las fuentes de riqueza, defender celosamente nuestra independencia económica, oponiéndonos al imperialismo de los Estados capitalistas; extender el dominio industrial del Estado, &c.
He aquí los principios que procuramos difundir para sacudir el indiferentismo de nuestro ambiente.
Para luchar por ellos es que un grupo de jóvenes idealistas nos lanzamos decididamente a la vanguardia, arrostrando obstáculos y desafiando sonrisas indulgentes. Más que el intento evitado de un conjunto de voluntades, fue el despertar de una conciencia adormecida.
Todo estaba por hacer: la reforma universitaria no había adelantado un solo paso. Afortunadamente, el tipo de reaccionario a outrance no había hecho irrupción en nuestra Universidad, ni lo ha hecho hasta el presente; pero, en cambio, la indiferencia más desesperante aniquilaba los espíritus y sepultaba los intentos renovadores.
Los estudiantes aprovechaban de la gratuidad de la enseñanza, conquista alcanzada felizmente en nuestro país, para engrosar la caravana sin rumbo de los profesionalistas.
Desvinculados casi totalmente de las Juventudes de los demás países americanos, apenas conocíamos sus anhelos, sus luchas, sus inquietudes.
En este estado de cosas, al comienzo de nuestro peregrinaje, cuando todavía vacilantes reclamábamos la palabra de aliento, ésta nos vino, como una sola gran esperanza, de nuestros amigos y compañeros argentinos. Hacia ellos nos dirigimos para buscar aliento y para adquirir experiencia. Y entonces resolvimos acometer una empresa que jamás había podido ser realizada por los innumerables inconvenientes que ofrecía; nos referimos al intercambio intelectual entre la Argentina y el Uruguay. Comprendimos que era éste el medio más eficaz para operar la transfusión de ciertas ideologías renovadoras. Y he aquí que la iniciativa ha alcanzado un éxito magnífico, sorprendente. En el curso del corriente año han venido a Montevideo, a decirnos su palabra cálida, entusiasta, henchida de fe, hombres de ideas, predicadores formidables como Alfredo Palacio, Carlos Sánchez Viamonte, Arturo Orzábal Quintana y Florentino Sanguinetti. Delegaciones de estudiantes han ido y venido en el curso de este intercambio, estrechando vínculos de simpatía y consolidando francas e indestructibles amistades entre los estudiantes de ambos países.
Por nuestra parte, nosotros hemos enviado a Buenos Aires a nuestros mejores maestros y hombres de acción: Emilio Frugoni, Santín C. Rossi y Dardo Regúlez.
Para el año próximo hemos prometido llevar a Buenos Aires al maestro de maestros, el doctor Carlos Voz Ferreira, y, a su vez, los compañeros argentinos nos enviarán a José Ingegnieros, Mario Sáenz, Ricardo Leneve, Julio V. González, Mariano de Vedia y Nietre y otros prestigiosos representantes de la nueva generación.
Nos une en estos momentos a la Juventud argentina un lazo de inquebrantable amistad y a la vez una ideología coincidente y un estado de espíritu semejante. Una atmósfera de prestigio rodea a la Juventud argentina: ella fue la que consolidó la más audaz tentativa renovadora: la reforma universitaria, que estalló en Córdoba en 1918.
Hemos analizado el problema y estamos convencidos que a nosotros nos será infinitamente más fácil obtener la reforma universitaria, comparando el pequeño esfuerzo que deberemos realizar con el agobiante tributo de sacrificios que tuvo que pagar la Juventud argentina. Esta tuvo que abatir las dinastías universitarias, tuvo que luchar, en los comienzos, contra el escolasticismo, contra el aristocratismo, contra el clericalismo. Nosotros, en cambio, hemos conseguido aislar a nuestra Universidad de esas temibles infiltraciones, porque ella fue, afortunadamente, el refugio del liberalismo, fuerza permanente de oposición durante los pasados regímenes despóticos.
Y he aquí una curiosa contradicción: en el Uruguay, la Juventud, en condiciones más favorables, no ha alcanzado la reforma universitaria. ¿Por qué la Juventud uruguaya, que es la que se encuentra en mejores condiciones para realizar una obra efectiva, no ha mostrado el empuje de la Juventud argentina, o peruana, o chilena, o mejicana? Es que nosotros hemos vivido y vivimos en las suavidades de la paz. regalados por el espectáculo de nuestras instituciones democráticas, casi perfectas, obsequiados por la más completa libertad personal y política. Nuestra sensibilidad parece así adormecerse en una satisfacción egoísta.
En cambio, he ahí el ejemplo de las Juventudes que han sufrido, como la magnífica Juventud peruana, bajo la tiranía de Leguía: he ahí el ejemplo de la nueva generación mejicana, que asiste a la más formidable revolución espiritual y social de la América Latina.
Mientras en la Argentina y en Méjico el movimiento renovador nació en el llano, allá, en lucha contra el despotismo y el caudillismo; aquí en lucha contra el conservadorismo imperante que monopolizaba el gobierno, en el Uruguay, en cambio, la obra de reivindicaciones sociales y de democratización institucional ha sido realizada preferentemente por los gobiernos. De ahí que, impresonalizada y oficializada la acción, nuestro país no ofrezca el grupo de intelectuales que ofrecen otros países del Continente.
Pero la Juventud del Uruguay, por lo menos en lo que a nosotros respecta, quiere ahora incorporarse a la gran falange.
Necesitamos hombres de acción, predicadores, agitadores de ideas. Es menester mezclarse en la lucha.
A este respecto, reproduciré las opiniones vertidas por mí en mi discurso pronunciado en el Salón de actos públicos del Colegio Nacional de Buenos Aires, en el acto de la inauguración del ciclo de conferencias de intercambio intelectual.
«Los grandes ideales de la época presente sólo pueden alcanzarse poniendo en ellos mucha simpatía, mucha fe, mucha pasión.
«Por eso no creo, como muchos afirman, que el intelectual, si quiere conservarse como tal, deba permanecer al margen de las luchas y de las pasiones y no pueda adherirse a ningún partido político.
«Es que, en realidad, los que tal afirman, son los que temen la lucha. Ser apolítico –alguien ha dicho– es una postura muy elegante y superior, pero también muy cómoda.
«Creo que la Juventud debe ingresar en los partidos políticos, para transformarlos, utilizando en el bien social esos formidables mecanismos preparados para la acción práctica e inmediata. Tal vez esta afirmación os parezca utópica a vosotros, que todavía poseéis partidos políticos eminentemente electoralistas; pero si observáis la última evolución de los partidos en el Uruguay, que paulatinamente van desarraigándose de la tradición, iniciando la era de la moralidad política y administrativa, os convenceréis que este programa de renovación cívica, a cargo de la Juventud, es perfectamente posible.»
A mi juicio, la filosofía de la nueva generación debe ser la filosofía del hombre de acción. Así como debemos renegar de la sociología académica sin pasiones –como lo quiere Wilfredo Pareto–, debemos desechar también los sistemas filosóficos tradicionales, para dar paso al concepto pragmatista de la acción. Porque la única filosofía que puede servirnos, en este siglo de labor constructora urgente, es aquella que sea capaz de proporcionarnos un caudal de experiencia y un método para la acción práctica. La filosofía, ahora, como en la Grecia antigua, debe descender de sus torres de marfil al ágora moderna de las luchas sociales.
Pero, al lado de los partidos políticos nacionales, renovados y transformados por la Juventud, debemos crear partidos ideológicos, de carácter continental, que realicen los superiores fines de la colectividad americana. Es por esto por lo que no es aventurado afirmar que la creación de la Unión Latino-Americana es un acierto luminoso, y que está llamada a ejercer una influencia decisiva en el Continente.
La Unión Latino-Americana, que preside actualmente Alfredo L. Palacios, no ha nacido por generación espontánea; no ha sido ni es la materialización de un vago anhelo espiritual colectivo. El movimiento a que aludo ha surgido insensiblemente de procesos renovadores en distintos grupos del Continente, respondiendo a fuertes motivos salidos del fondo mismo del organismo social.
Tres han sido los focos de renovación: la Argentina y el Uruguay, hacia el sur del Continente, en el Río de la Plata; y Méjico, hacia el norte.
En la Argentina, mejor dicho, en Buenos Aires, hace apenas cinco lustros, las corrientes inmigratorias, el cosmopolitismo, la afluencia sorprendente de las fuerzas económicas, la centralización de la política y los asuntos de gobierno a despecho del federalismo legal, comenzaron a desatar los más complejos problemas económicos, sociales y políticos; y fue interpretando esa nueva realidad que, hace veinticinco años Ingegnieros, desde su gabinete de estudio, y Palacios, desde la tribuna de acción, hablaron por primera vez de socialismo, conmoviendo la todavía perezosa conciencia colonial.
El otro foco ha sido el Uruguay; pero –ya lo he dicho– en nuestro país la obra de reivindicaciones sociales y de democratización institucional ha sido realizada preferentemente por los gobiernos, que han contado con el apoyo de los intelectuales.
En Méjico –el otro foco– la obra renovadora adoptó, en cambio, un carácter eminentemente político. fue la lucha del liberalismo contra el caudillismo y la lucha contra el imperialismo económico de los Estados Unidos.
Ahora los grupos intelectuales de toda América se han buscado y puesto en contacto. La reforma universitaria, que estalló en Córdoba en 1918, favoreció el movimiento, porque contribuyó a que tales ideas de renovación pasasen del selecto grupo intelectual a la Juventud, y se mezclasen a los problemas más vivos y palpitantes. Finalmente, los hombres de la reforma: Vasconcelos en Méjico, Palacios en la Argentina, escalaron los puestos directivos, y aquéllos, que sólo contaban antes con el poder convincente de la prédica, tuvieron luego en sus manos los medios para realizar.
De este intenso movimiento, de larga gestación, ha nacido la Unión Latino-Americana. Los problemas que ésta se plantea son precisamente los que ofrecen verdadero interés actual e indiscutible trascendencia, entre ellos, la lucha contra las tiranías en América (y he ahí el ejemplo del Perú, de Venezuela y de Bolivia) y la lucha contra el imperialismo económico yanqui y la diplomacia del dólar, que ha venido a desnaturalizar la doctrina de Monroe, transformando el principio de defensa contra el intervencionismo europeo en el principio de hegemonía yanqui y absorción imperialista.
Es preciso, pues, crear la Confederación de los pueblos Latino-Americanos, que Ingegnieros ya aconsejaba en 1922, y cuya idea fue lanzada en el banquete que los intelectuales argentinos ofrecieron a José Vasconcelos, y a la que Palacios acaba de convocarnos en su mensaje a la Juventud de América.
Así habremos realizado, después de un siglo, el gran sueño del libertador Bolívar, en su invitación al Congreso de Panamá, dos días antes de Ayacucho.
Pero la organización de nuestros pueblos en una Confederación no persigue fines bélicos ni responde a ambiciones imperialistas. Por esto, y teniendo en cuenta que nuestra cultura es la que nos legó la madre España, y la que hemos recibido de Italia y Francia, es por lo que nos reafirmamos en el propósito de estrechar vínculos espirituales con estas naciones. Y, en lo que se refiere a España, demás está decir que es éste el momento que más necesita de nuestro apoyo moral para abatir la prepotencia y el régimen de coerción que en ella impera.
Por eso, la Juventud del Uruguay no renuncia a su esperanza de ver triunfar en la tierra de Cervantes la ley dominadora del pensamiento libre y soberano.
Por su parte, la Asociación Cultural Universitaria, movida de nobles anhelos de acercamiento, estudia en estos momentos la forma práctica de extender su iniciativa de intercambio intelectual a las relaciones con España, y con tales propósitos se ha puesto ya en comunicación con el compañero presidente de la Federación de Estudiantes de Madrid.
Montevideo, septiembre de 1925.