Gustavo Bueno, Sobre las Ruedas dentadas de Iván Vélez, El Catoblepas 42:2, 2005 (original) (raw)
El Catoblepas • número 42 • agosto 2005 • página 2
Gustavo Bueno
Prólogo al libro de relatos de Iván Vélez, Ruedas dentadas,
Ediciones Lobohombre, Madrid 2004
Iván Vélez es hombre inquieto que, además de diseñar planos, como arquitecto, construye relatos, como los veinte que nos ofrece en esta interesante colección, que titula Ruedas dentadas. ¿Qué puede significar este título?
Ruedas dentadas, en su sentido plural más simple, podría significar un conjunto de ruedas, dentadas pero no engranadas mutuamente. Dicho de otro modo: el plural («ruedas dentadas») podría tener el sentido de un conjunto o totalidad distributiva, constituido por ruedas dentadas de la misma o distinta materia (madera, metal, &c.), de igual o diverso diámetro o espesor; el sentido que «ruedas dentadas» puede alcanzar como rótulo de un almacén industrial o comercial.
Dejamos de lado este sentido distributivo, que, aunque sea el más simple, considerado desde una perspectiva lógico abstracta, no es el sentido primario; como tampoco el «conjunto vacío», que es el conjunto más simple en la serie ordinal de los conjuntos, no es el conjunto primero, si lo suponemos resultante de operaciones con otros más complejos. Pues este sentido distributivo de la expresión «ruedas dentadas» nos remite, desde luego, a unas ruedas dentadas solitarias, como elementos del conjunto.
Pero, ¿qué sentido podría tener una rueda dentada solitaria, salvo el que pueda corresponderle en el plano geométrico, en el que propiamente no existen ruedas, sino proyecciones planas de ruedas reales? También es cierto, cabría pensar en ruedas reales dentadas solitarias, como efecto de un accidente, producido, por ejemplo, por la carcoma en una rueda maciza de madera, o sencillamente, como resultado de una operación similar a aquella que transformó los arcos romanos de medio punto en arcos lobulados «musulmanes» (cuando estos los percibimos como arcos romanos «roídos» desde su concavidad o intradós por mordiscos rítmicos), sólo que procediendo en la lobulación en el lado convexo del arco. Pero, ¿por qué llamar «dientes» a estos lóbulos apreciados en la convexidad de la rueda? «Diente» dice «morder», agarrar, engranar. Los dientes de una rueda dentada están, suponemos, originariamente engranados con los dientes, en particular, con los dientes de otras ruedas (aunque también podrían estar engranados con los dientes de una barra). Al menos a esta disposición se refieren las primeras descripciones de ruedas dentadas que se nos han transmitido desde los griegos (Aristóteles o Ctesibio), aunque parece que las ruedas dentadas fueron utilizadas anteriormente por los chinos.
Concluimos: una rueda dentada es, originariamente, no una rueda solitaria, sino una rueda solidaria a otras ruedas, a otros engranajes, o a cualquier otro mecanismo; es decir, es una rueda que habrá de figurar como parte de un todo atributivo, como parte de un «sistema» de engranajes (acaso meramente intencionales). Por lo demás, esta «solidaridad» no tendría por qué ser siempre recíproca. Cournot, en su Tratado del encadenamiento de las ideas fundamentales de la ciencia y en la historia, de 1881, ya distinguió entre una solidaridad bilateral (en la cual las partes dependen recíprocamente unas de otras) y una solidaridad unilateral (en la cual una parte depende de otra, pero no recíprocamente, como ocurre –decía Cournot– con los movimientos de las ruedas del minutero y del horario de un reloj).
Una rueda dentada solidaria es, pues, una rueda que está siempre engranada con otros mecanismos. Sin embargo, es evidente que el plural «ruedas dentadas», aunque implique siempre solidaridad, no implica la conexividad de esta solidaridad. Cabe hablar siempre de un conjunto de sistemas de ruedas dentadas solidarias que, sin embargo, no sean solidarias entre sí, al menos de un modo directo. Podrían ser solidarias indirectamente, respecto de un tercero, como pudiera serlo el motor de todas ellas.
¿En qué sentido Iván Vélez llama «ruedas dentadas» a los veinte relatos que componen su colección?
Desde luego, se trata de una metáfora, pero fundada en alguna analogía, es decir, en un tipo de solidaridad o engranaje que él quiere subrayar al referirse a su colección de relatos.
Sin duda, la solidaridad podría ser puramente distributiva: cada relato tendría una autonomía propia; podría leerse independientemente, sin necesidad de que sus «dientes» engranasen con los demás relatos, lo que no significaría que cada uno de estos relatos no fuesen en sí mismos un «conjunto de ruedas dentadas». Bastaría interpretar el plural, ruedas dentadas, como un plural que habría que referir antes a cada relato, por separado, que al conjunto de los veinte relatos. Esta interpretación estaría favorecida por un párrafo que figura en el relato número diez, Berenice, en el cual el protagonista, que está traduciendo un «escalofriante relato» de Edgar Allan Poe, «cree escuchar entre renglones» la melodía interna de la narración, «un rumor procedente de los engranajes, de las ruedas dentadas que sostienen el relato y mantienen la tensión del lector».
Sin embargo, y sin perjuicio de que atribuyamos a cada relato «un conjunto de ruedas dentadas« capaz de sostenerlo y mantener la tensión del lector, no excluimos la posibilidad de interpretar los veinte relatos como un conjunto «solidariamente engranado», si no ya directamente (atributivamente) –puesto que cada relato es independiente de los otros– sí indirectamente, a través de una estructura semejante, cuyo motor fuera precisamente el autor, Iván Vélez.
Esto nos llevaría al análisis, relato por relato, orientado a determinar la estructura de engranajes efectivos que se encuentran en ellos. No sería posible ofrecer aquí un análisis pormenorizado de este tipo. Tan sólo un par de ejemplos:
El primero tomado del primer relato, Lunar. Tres niños (a quienes puede calculárseles la edad de ocho a diez años, a juzgar por su capacidad de organizase como grupo) conciben el proyecto de cazar la Luna, metiéndola en un saco que llevan al efecto. El proyecto es absurdo, no sólo en el terreno físico (la Luna no puede ser cazada desde la Tierra y metida en un saco), sino también en el terreno psicológico, al menos si a estos niños se les supone un desarrollo normal; sólo si fueran retrasados mentales podrían unos niños de nuestros días –se llaman Alfonso, Víctor y Marcelo, y se supone que han ido a la escuela– concebir e intentar poner en práctica un proyecto semejante de tal estupidez. ¿En dónde reside entonces el interés de este relato? Precisamente en su estructura formal, la constituida por tres niños que, ya sean retrasados mentales, ya sean supervivientes simbólicos de alguna tribu primitiva, logran coordinar sus impulsos aventureros individuales en un proyecto solidario, y capaz de reproducirse cada vez que los cazadores fracasados pasan a otro valle. El proyecto es imposible y aún ridículo; pero la solidaridad entre quienes engranan, como ruedas dentadas, con objeto de realizarlo, puede verse ya como un hecho real, y no como un imposible.
En el relato número dos, 14. Vertical, Ángel Ruiz, que trabaja en una oficina, termina un día su tarea antes de la hora fin de jornada, a las seis de la tarde, y decide invertir el tiempo disponible resolviendo el crucigrama del periódico del día. En 14. Vertical aparece la propuesta «fallecimiento», cuya solución intuye instantáneamente Ángel, pero, antes de escribir la palabra-solución, se ve arrastrado por una secuencia de asociaciones sugeridas por la palabra propuesta, y recorre un bucle que, suponemos, podríamos considerar como producido por los dientes de unas ruedas que ponen en movimiento unos recuerdos familiares tras otros; movimientos que ocupan, al parecer, el intervalo de tiempo del que dispone antes de la hora que da fin oficialmente a su trabajo. El encadenamiento de recuerdos subjetivos engrana a su vez con el encadenamiento de las ruedas del reloj real de Ángel. Segundos antes de dar las seis, el bucle de los recuerdos concluye, y Ángel tiene el tiempo suficiente para inscribir la palabra óbito, plegar el periódico, tirarlo a la papelera de la oficina y salir de ella, una vez cumplido su trabajo. También aquí, si no me equivoco, lo que confiere interés al relato es la forma del engranaje cuasi mecánico de las ruedas dentadas de un sistema constituido por «dientes mentales» y por «dientes laborales».
Concluyo: nos encontramos, gracias a Iván Vélez, en un caso en el cual el título de la obra literaria desempeña una función esencial, si no ya para el entendimiento episódico de los capítulos independientes que bajo él se contienen, sí para el entendimiento de su unidad y aún su «alcance filosófico».
Por supuesto, esta conclusión requeriría el análisis pormenorizado de cada uno de estos relatos. Pero este análisis, cuya exposición puntual ocuparía muchas más páginas que las que tiene el propio libro, puede hacerlo el lector con mucha más sutileza que quien ha escrito, en homenaje del autor, estas líneas a modo de prólogo.
Gustavo Bueno
14 de abril de 2004