Gustavo Bueno, La obsesión de la Yihad, El Catoblepas 49:2, 2006 (original) (raw)
El Catoblepas • número 49 • marzo 2006 • página 2
Gustavo Bueno
Sobre el libro de Gustavo de Arístegui, La Yihad en España. La obsesión por reconquistar Al-Ándalus, La Esfera, Madrid 2005, 431 págs.
Nos encontramos ante un libro insoslayable para cualquier español que viva en la primera década del siglo XXI y, acaso también, en la segunda, en la tercera o en sucesivas décadas. El autor enuncia el objetivo de su obra en sus primeras páginas: «Mi intención es tratar de escribir una guía que permita entender las razones que mueven al islamismo radical y al yihadismo a atacar a nuestro país» (pág. 16).
Una guía imprescindible desde el momento en que escuchamos la voz de alerta del «peligro islamista» que el autor nos transmite; voz de alerta que él mismo dice haber escuchado ya, por primera vez, hace poco más de veinte años (cuando los españoles estábamos absorbidos por el terrorismo de ETA y el gobierno del PSOE estrenaba su mandato envuelto por un «optimismo político gradualista» y un pacifismo cosmopolita que prefiguraba la idea de la Alianza de las Civilizaciones): «En diciembre de 1984 tuve el primer toque de atención. Como ya he contado en infinidad de ocasiones, un venerable jerarca sunní de la gran Mezquita de los Omeyas de Damasco me confió, tras horas de grata conversación saboreando un dulcísimo te, que 'nos liberarían de la corrupción occidental'. Tenía veintiún años, y los escalofríos tras escucharle me duraron varios días» (pág. 17). Por cierto, cinco años después, en abril de 1989, fue asesinado su padre, don Pedro Manuel de Arístegui, a la sazón Embajador de España en Beirut, en la residencia de la embajada (pág. 165).
La Yihad en España ofrece a los españoles (una vez alertados, acaso con ocasión de este mismo libro) una «guía práctica» sobre el islamismo radical. Es decir, no se trata tanto de ofrecernos una exposición literaria neutral, inspirada por el pacifismo, y llevada acaso desde la «perspectiva de la Humanidad», como si el autor se sintiese por encima de la melé (como ocurre con el Munich de Spielberg). El autor no trata de ofrecernos una «exposición académica», una historia erudita, neutral y distanciada, mediante el recurso de acudir a antecedentes tan lejanos que se pierden «en la noche de los tiempos», o sencillamente en los siglos de la alta Edad Media. Tampoco es que el libro se despreocupe del rigor que procura la erudición, o de la necesidad de rebasar el horizonte histórico inmediato. El libro de Gustavo de Arístegui es muy erudito y muy informativo desde un punto de vista histórico. Pero es un libro comprometido; escrito por quien se siente formar parte de uno de los frentes de la batalla. Por ello selecciona su erudición sobre el presente, como selecciona los antecedentes históricos, precisamente porque parece mantener constante la finalidad práctica propia de una Guía necesaria para todo aquel que, alertado ya de que el islamismo es una amenaza real para los españoles, y no una mera fantasía apocalíptica, y sin sentirse en modo alguno neutralizado o víctima de los más vulgares síndromes de Estocolmo, busca proveerse de la información pertinente para sus intereses y los de su patria. Y porque tiene presente que el recurso a la historia no puede considerarse como una «huída» hacía el pasado, aunque no sea más que porque esa historia está detrás de los planes y proyectos de la Yihad del presente y, en particular, detrás de los proyectos y planes de Bin Laden. Si diésemos la espalda a la historia, para atenernos únicamente a los hechos policíacos o políticos del presente, perderíamos la perspectiva emic que inspira a la propia Yihad de nuestro presente inmediato y futuro.
El autor explica con gran claridad la doctrina de la Yihad (yihad = esfuerzo, lucha, y en particular Guerra Santa), y la distinción entre la «Yihad mayor» (algo así como «la lucha de cada musulmán consigo mismo», contra sus pasiones, &c.) y la «Yihad menor». Yihad menor que, sin embargo, al menos para quienes no son musulmanes, se convierte en la auténtica Yihad mayor, sobre todo cuando se convierte, a través de la Shari'a (o ley islámica basada en el Corán y en la Sunna) en guerra legal, en guerra santa contra los «cafres» (cafer equivale a impío, apóstata, y, en general, a todo aquel que no se acoge al Islam). Y, poniendo en conexión la doctrina de la Yihad (en cuanto implica la oposición entre la «tierra de los impíos» –Dar al-Kafer– y la «tierra del Islam» –Dar al-Islam–) con el ecumenismo musulmán, por tanto, con su proselitismo y con su voluntad expansionista (que obviamente se manifiesta más intensamente en unas épocas que en otras, en algunos grupos y corrientes más que en otros), el autor recuerda una y otra vez como la Yihad, desde el punto de vista doctrinal, no tiene más límites territoriales y sociales que aquellos que le pongan sus antagonistas (principalmente hoy los cristianos y los judíos).
A largo plazo, el islamismo (otra cosa es que muchos musulmanes se mantengan al margen de sus fundamentos) aspira a extender por todo el mundo el Islam, ya sea por la fuerza, ya sea por la intimidación o por la conquista silenciosa. No sólo aspira a extenderse por Europa (en principio, a título de Re-conquista del Islam perdido: Al-Ándalus, España, en primer lugar; pero también casi todas las islas del Mediterráneo, el sur de Italia, todos los Balcanes y Grecia) sino también por Asia y por América. «El islam no puede ser en Estados Unidos igual a ninguna otra religión: debe llegar a ser la dominante. El Corán debe ser la más alta autoridad en Estados Unidos, y el islam la única religión aceptada en el planeta» (pág. 75).
¿Y cuando comienza a volver a resplandecer, con renovado impulso, una doctrina, la Yihad, cuya tradición en el islamismo es tan antigua como su Profeta? El autor presenta, como «primer movimiento de corte islamista» a las invasiones beréberes de la España medieval, la invasión de los Almorávides (1056-1147) y la de los Almohades (1130-1269), cuya decadencia estaba ya cantada en 1212, a raíz de la Batalla de las Navas de Tolosa.
Entre las múltiples pistas que ofrece Gustavo de Arístegui señalamos las siguientes. La primera se abriría tras la Primera Guerra Mundial, como voluntad de restaurar el califato radical, como el que fue abolido en la Turquía del Imperio otomano por Mustafa Kemal Ataturk, el 3 de marzo de 1924 (Hassan al-Bannah fundó en Egipto en 1928, y como reacción a la empresa de Ataturk, la organización «Hermanos Musulmanes», que se disolvió en 1948). La segunda pista que nos ofrece es la de la Revolución islámica iraní, liderada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, en 1979, que instauró una teocracia islámica que daba ciento y raya a la de los almohades de los siglos XI y XII. La tercera (siguiendo a Ayman Al-Zawahiri, en su libro Los caballeros bajo el estandarte del Profeta) tras la caída de la Unión Soviética, que habría abierto, según la ideología de la Yihad, una nueva etapa en la historia del mundo. «Al-Qaeda hace un paralelismo entre la derrota del Imperio sasánida en las batallas de Qadisiya y Nahawand en 637, una de las primeras potencias de su tiempo, y la derrota de los soviéticos en Afganistán tras diez años de lucha contra los _muyahidin_» (pág. 77).
El interés del libro va subiendo de tono a medida en que el autor nos va exponiendo la metamorfosis de la Yihad en las formas terroristas que conocemos demasiado bien en la España de hoy, sobre todo a raíz del 11 de Marzo de 2004. En las páginas 169 a 174 el autor nos ofrece una lista cronológica de casi cuarenta atentados terroristas relacionados con la Yihad ocurridos en España, desde 1973 hasta 2004. Por cierto, ¿hacen falta más argumentos para desmontar la tesis presupuesta por el «gobierno reinante» según la cual la masacre del 11-M fue una represalia puntual por el comportamiento del gobierno Aznar en la Guerra del Irak?
La lectura de este libro imprescindible deja claro que la Yihad, en la forma del terrorismo islámico, no es un mero episodio, una «cantidad despreciable». El autor estima que alrededor de un treinta por ciento de musulmanes (un tercio de estos, que corresponde a una cantidad que cabe situar entre los trescientos a cuatrocientos millones) están comprometidos hoy con la Yihad, aunque sea en niveles de participación muy diversos, desde el nivel más cercano de quienes se inmolan con la bomba adherida a su cuerpo, hasta el de quienes se limitan a contribuir con la zaqat, o limosna obligatoria, uno de los «cinco pilares» del Islam (págs. 19, 21, 106, 166).
Y España de hoy es objetivo prioritario de esta Yihad criminal de un Islam que tiene «obsesión por reconquistar Al-Ándalus», como dice el subtítulo de la obra que comentamos. Su autor explica en detalle los «mecanismos» que la Yihad despliega al servicio de esta obsesión. No cree, sin embargo, que, a la larga, la Yihad pueda alcanzar sus objetivos, aunque «entre tanto hará un daño inmenso» (pág. 400). Y, con muy buen juicio, a nuestro entender, Gustavo de Arístegui nos previene de las explicaciones más vulgares que tienden a presentar la Yihad como la respuesta de unos pueblos atacados (por Bush II), humillados y «sumergidos en un océano de injusta pobreza». Defienden algunos «pensadores», que comulgan con el Pensamiento Alicia, y con los ojos en el ideal y las manos en el cajón del pan, la Alianza de las Civilizaciones: «procuremos instaurar el bienestar democrático en estos pueblos explotados por 'Occidente' y su terrorismo cesará de inmediato, porque todos los pueblos quieren la Paz.»
Pero, ¿acaso los musulmanes yihadistas, si siguen siéndolo, podrían dejar de luchar, aunque hubieran llegado al Estado del Bienestar, integrándose en la sociedad globalizada, en pacífica convivencia con las demás religiones y culturas? ¿Tiene sentido siquiera la expresión «Islam democrático», al modo de las democracias parlamentarias del Occidente capitalista, si el Islam mantiene sus principios dogmáticos del Corán, o cuasi dogmáticos de la Shari'a, es decir, si sigue siendo fiel a sí mismo?
No sé lo que pensará el autor de este libro admirable. Por mi parte me permitiré expresar mi opinión: que el Islamismo, si sigue fiel a sí mismo, es insoluble en el agua bendita del cristianismo, a quien ellos han considerado secularmente como blasfemo, y precisamente por sus dogmas más fundamentales: el dogma de la Encarnación y el dogma del Corpus Christi.