Gustavo Bueno, Respuesta, en 1978, a la pregunta ¿Qué es el cierre categorial?, El Catoblepas 108:2, 2011 (original) (raw)
El Catoblepas • número 108 • febrero 2011 • página 2
Gustavo Bueno
Texto íntegro de las respuestas a un cuestionario solicitado por José Manuel Vaquero, para El País, con ocasión de un ciclo de conferencias del autor en la Fundación Juan March
Se recupera, a título de Rasguño, con ocasión de la edición en formato digital de los tomos del Estatuto Gnoseológico de las Ciencias Humanas correspondientes a la parte general, el texto íntegro de una entrevista concedida al diario El País, de Madrid, a través de su entonces corresponsal en Oviedo, don José Manuel Vaquero Tresguerres (hoy Consejero Delegado del grupo de comunicación Editorial Prensa Ibérica, del que dependen veinte cabeceras impresas, entre ellas el periódico La Nueva España, de Oviedo, y numerosos medios digitales y audiovisuales).
Las nueve preguntas de Vaquero fueron respondidas por escrito, en cuatro folios mecanografiados, firmados el 29 de abril de 1978. El País publicó amplios párrafos (aproximadamente la mitad del texto) en su edición del día 2 de mayo de 1978, bajo el título «El éxito de los nuevos filósofos se debe a que tocaron temas importantes en el momento oportuno», y el subtítulo «Entrevista con Gustavo Bueno ante su ciclo de conferencias». Se referían al ciclo, organizado por la Fundación Juan March, «Cuatro lecciones sobre filosofía de la ciencia» –2, 4, 9 y 11 de mayo de 1978– (las grabaciones en audio de estas cuatro conferencias están disponibles en los sitios de internet de la Fundación Juan March y de la Fundación Gustavo Bueno).
Acaso sea pertinente señalar hasta qué punto los redactores de El País de entonces consideraron «poco periodístico» presentar la entrevista como centrada en torno a la teoría del cierre categorial (primera pregunta de Vaquero, que dedicaba también sus preguntas 2 y 3 a cuestiones gnoseológicas, cuyas respuestas fueron ignoradas). Al poner en primer plano preguntas de carácter muy general y coyuntural (los nuevos filósofos, la transformación del PCE) se obtenía como resultado, para el lector medio, una especie de eclipse de lo que era el tema central de las conferencias promovidas por la Fundación Juan March, es decir, la teoría del cierre categorial.
Teatro Crítico, Mesa redonda nº 12, del miércoles 16 de febrero de 2011, con Gustavo Bueno, Tomás García López y David Alvargonzález, presentado por Sharon Calderón Gordo.
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Respuestas a las preguntas de la entrevista concedida
a D. José Manuel Vaquero Tresguerres
el día 29 de abril de 1978.
Respuestas al cuestionario
1. ¿Qué es el cierre categorial?
Con el nombre de cierre categorial designamos el proceso en virtud del cual las ciencias alcanzarían su condición de tales, es decir, se constituirían en sí mismas (en sus propios círculos) y se diferenciarían, no solamente de otras formaciones no científicas (literarias, artísticas, teológicas) sino también mutuamente. En virtud de su cierre categorial, la Geometría se diferencia de la Teología o de la Música –pero también de la Termodinámica. La Teoría del Cierre Categorial supone que las ciencias no son meramente el conocimiento (el reflejo) de una realidad previamente estructurada, dispuesta ya para ser conocida o registrada (descripcionismo, empirismo); también supone que las ciencias no son construcciones formales (de teorías o modelos) que luego hayan de ensayarse en la experiencia como prueba de que, al menos, «salvan los fenómenos» y no serán falsadas (formalismo, teoricismo popperiano, &c.). La teoría del cierre categorial niega que las ciencias tengan un objeto determinado (la Biología, la vida; la Física, la materia...) o que no tengan ninguno (sino una masa o continuo amorfo recortado por los modelos formales). Las ciencias tienen campos, es decir, multiplicidades de términos enclasados en conjuntos diferentes. Según esto, la Biología no «trata» de la vida, sino de macromoléculas, de células, de órganos; y la Geometría no es la «ciencia del espacio», sino la ciencia de las figuras, de las razones dobles, de los senos y de los cosenos; la Historia, por último, no trata del pasado, sino de los documentos o de las reliquias. La unidad de la ciencia no procede de su objeto previo, sino del proceso en virtud del cual los términos de un campo material, componiéndose (mediante operaciones precisas) se agrupan mutuamente en cadenas cerradas (cerradas, porque los términos resultantes de una composición se recomponen con los «factores», de un modo circular), contrayendo relaciones materiales que pueden alcanzar el rango de una identidad sintética. La verdad científica se localizaría, según la teoría del Cierre (y éste es uno de sus puntos más característicos) en el ámbito de la identidad. Con esto no quiere decirse que las ciencias se reduzcan al momento de la conexión idéntica: su malla es mucho más vasta y la vida de una ciencia contiene internamente incluso al error. Pero los nudos por los cuales esta malla se mantiene son las verdades científicas, entendidas, por tanto, no como una adecuación (o isomorfismo) entre modelos y materiales, sino como una relación de identidad sintética entre los propios términos materiales operatoriamente construidos en cursos diferentes. Por ejemplo, la verdad, si la tiene, de la Teoría del átomo de Bohr, no habrá que buscarla en la adecuación de un modelo planetario que «refleje» la realidad del átomo, ni tampoco en la capacidad del modelo (o de la teoría) para «salvar los fenómenos» (a efectos pragmáticos) sino en la identidad entre términos tales (resultantes, cada uno de ellos de cursos muy complejos y diferentes: análisis espectroscópico, estudio de las radiaciones del cuerpo negro, &c.) como (m² 2π² Z² e4 / ch²) y R (constante de Rydberg). El cierre categorial es así un criterio de cientificidad que discrimina aquellas construcciones que, por no ser cerradas, no contienen en sí mismas la garantía de su verdad. La Teoría del Cierre Categorial es así un instrumento crítico para discriminar, en el conjunto de las formas culturales aquellas que, aún pretendiendo ser científicas, sólo son pseudociencias.
2. La constitución de las ciencias por medio del cierre categorial ¿está en estrecha relación con una nueva concepción de la filosofía o es un nuevo modo de ver la filosofía?
La concepción filosófica que está a la base de la teoría del Cierre Categorial es una filosofía materialista, en tanto comporta una concepción de la verdad científica que descansa en las conexiones materiales mismas de los términos de los campos científicos. Es una concepción antiescéptica, que propone, como medicina contra esa hipercrítica que conduce al escepticismo, la consideración del significado de las verdades científicas, como evidencias que, por otro lado, no nos vienen dadas (desde arriba, o desde abajo) sino que son conseguidas como resultados de un lento proceso operatorio, histórico. Al mismo tiempo, la teoría del Cierre Categorial, en virtud de su misma naturaleza, quiere establecer los límites de las propias verdades científicas, en tanto que recluidas en sus círculos categoriales. La filosofía que está a la base de la teoría del cierre categorial no es un «cientificismo» (no cree que las ciencias sean la única fuente de la razón). La filosofía que está a la base de la teoría del cierre categorial encuentra en las ciencias efectivamente desarrolladas el argumento principal para alimentar la confianza en la capacidad racional del hombre. Pero esta capacidad es dialéctica, múltiple y sus diversas realizaciones no son siempre conmensurables entre sí. Las ciencias son múltiples (y cada ciencia, a su vez, no es algo unitario) y las relaciones entre ellas no constituyen un campo nuevo sobre el cual pudiera establecerse una «ciencia de las ciencias»: las diferentes ciencias pertenecen a categorías diversas, su significado práctico es también diferente, sus conexiones son de naturaleza dialéctica. Por ello, la necesidad de la filosofía, la propia teoría del cierre, la entendemos como una doctrina filosófica (y no como una «ciencia de las ciencias»). La razón científica (las razones de las diversas ciencias) adopta la forma de los cierres categoriales: esto no significa que aquello que permanezca fuera de los cierres categoriales, fuera de las ciencias sea irracional. Cuando decimos que la filosofía no es científica, no queremos decir que sea irracional, arbitraria o mística. Lo decimos en nombre del rigor, lo decimos criticando a quien no distingue entre filosofía y ciencia, y con ello desconoce la estructura de las ciencias y las relaciones dialécticas entre ellas. Pero cuando se abandona en una sociedad la disciplina del racionalismo filosófico (aún cuando sigan cultivándose las ciencias categoriales) su hueco sólo puede ser rellenado por el pensamiento mítico o confuso (producido incluso por los científicos cuando hablan al margen de su categoría), o por la falta de pensamiento, por la barbarie. No cabe pues oponer (como una disyuntiva) la «visión científica» y la visión filosófica de las cosas, porque la expresión «visión científica» es mentirosa, sugiere una unidad inexistente, porque las ciencias son múltiples y heterogéneas, y el científico en un campo puede ser un puro ideólogo en los demás y en el conjunto que incluya a su propio campo.
3. ¿Sigue siendo la filosofía la madre de todas las ciencias? ¿Qué validez tiene hoy esta expresión? ¿De dónde brotan las ciencias?
La teoría del cierre categorial niega la concepción de la filosofía como madre de todas las ciencias. Esta concepción tendría una estirpe metafísica, que distorsiona por completo la realidad histórica. Está ligada con la imagen clásica del «árbol de las Ciencias». La teoría del cierre categorial supone que las ciencias categoriales no proceden de la filosofía, sino de las tecnologías (categoriales) a la vez que dan lugar al desarrollo de las nuevas tecnologías («la Revolución científica y técnica»). La ciencia geométrica procede de las técnicas de agrimensores o de albañiles; la ciencia química procede de las tecnologías de metalúrgicos o de tintoreros; la ciencia lingüística procede de las tecnologías de los escribas o de los traductores. Más próximo a la realidad sería decir que son las ciencias las «madres» de la filosofía –pero tampoco sería de todo punto exacto. La filosofía procede de otras fuentes, principalmente de los grandes mitos neolíticos, que obedecen, a su vez, a necesidades culturales y sociales aparecidas en un determinado momento del desarrollo humano. Lo que ocurre es que la constitución de las ciencias –y el desarrollo de la razón que tal constitución implica– marca profundamente a la filosofía y la imprime una dirección característica. Y así, acaso podría decirse que la filosofía de nuestra tradición (helénica), a diferencia de las filosofías de tradiciones distintas (india, china), está en gran parte moldeada por la Geometría, por cuanto quiere ser una «Geometría de las Ideas» (de las Ideas que cruzan las categorías y se abren camino a través de ellas). Que los «primeros filósofos» (Tales, Pitágoras, Anaxágoras, Platón...) fueran grandes geómetras no tiene que significar tanto que la Geometría brote de la Filosofía sino más bien lo recíproco. Y propiamente yo diría que no brota ninguna de la otra. La filosofía y las ciencias tienen fuentes distintas, pero son fuentes llamadas a confluir (a veces turbulentamente) y al confluir se modifican mutuamente.
4. ¿Tiene algo que ver su modo de ver las ciencias humanas con la vieja división neokantiana de ciencias y letras?
Las ciencias humanas es el nombre que han tomado recientemente aquello que antaño se llamaban las «Humanidades» y también las «Letras». Las Letras no eran Ciencias, sino otra cosa. A consecuencia de la revolución científica industrial las ciencias (naturales y formales) crecieron seriamente y llegaron a convertirse en actividades básicas de nuestro modo de producción (la Geometría en Grecia era más bien, cabe decir, superestructural). Esto estableció un abismo entre la cultura científica y la cultura literaria («humanística»), las dos culturas de las que C. P. Snow ha hablado en una conferencia ya famosa. Snow se asombra, con razón, de la tendencia «monopolística» a considerar como hombres cultos (o intelectuales) a novelistas, poetas, periodistas –una definición «que no incluye a Rutherford, ni a Eddington, ni a Dirac, ni a Adrian»–. Las «ciencias humanas» (el mismo Snow viene a reconocerlo en su «segundo enfoque») en cierto modo constituyen un puente entre los dos bordes del abismo entre las dos culturas. Pero las ciencias humanas no pueden, sin más, acumularse al lado de las ciencias naturales, como si se tratase de un todo homogéneo del cual unas y otras fuesen partes homogéneas. La expresión «ciencias humanas» se utiliza de un modo abusivo, mimético; se llama ciencia a una investigación literaria que muy poco tiene que ver con las ciencias en el sentido clásico; lo que es peor, se llaman ciencias (ciencias psicoanalíticas, ciencias políticas) a algo que es, o pura mitología o puro empirismo, o, en el mejor caso, prudencia acumulada. Y esto lo digo sin perjuicio de reconocer que la prudencia es tan importante como la misma ciencia. Precisamente la teoría del cierre categorial pretende estar en condiciones para aclarar muchos puntos acerca del «Estatuto» de las llamadas «ciencias humanas».
5. ¿Quedan aún sofistas?
Sí, desde luego; a veces por desgracia, y a veces por fortuna. Porque hay sofistas como Dionisodoro y hay sofistas como Protágoras. Lo peor es que nuestros sofistas españoles, incluso los que son de la raza de Dionisodoro, se quedan sólo en traductores de Dionisodoro.
6. ¿Cómo valora usted la transformación del PCE de marxista-leninista a marxista revolucionario?
Me resulta prematuro opinar hasta que no se vea el curso efectivo que el PCE toma tras el IX Congreso. Dada la complejidad de los acontecimientos, dado que (me parece) nadie sabe exactamente hacia dónde llevan las nuevas modificaciones (ni siquiera quienes las han propiciado, ni quienes las han acatado, porque la realidad del PCE desborda a la propia conciencia que de él tienen sus mismos militantes o disidentes) me reservo hasta ver cómo se configura su sentido en los meses venideros. Lo que sí me atrevo a decir es que el nivel teórico y filosófico de las formulaciones nuevas está subdesarrollado con respecto a lo que la realidad exige: determinados pontífices, generalmente «madrileños», de la teoría marxista son responsables directos de esta situación de subdesarrollo que puede ser verdaderamente grave para el futuro político del PCE y con él, del país. El PCE, por su naturaleza y su historia, es indisociable de esta necesidad teórica que otros partidos políticos quizá no necesiten tan vitalmente, y como no la necesitan ni la tienen ni se les echa de menos.
7. ¿Por qué cree usted que, siendo el máximo defensor de la filosofía académica, cada día despierta más interés y su influencia es mayor en el ámbito mundano?
Porque la Academia no es una entelequia que está por encima o por debajo del mundo: es una parte de nuestro mundo, un órgano de nuestra cultura y, por tanto, su propia actividad no puede menos de repercutir en su entorno, así como recíprocamente.
8. ¿Por qué se ha empeñado usted en ser un filósofo de provincias cuando es sabido que ha tenido ofertas para irse a Madrid?
Entre otras cosas, porque el concepto de «provincias» es un concepto burocrático que se configura desde Madrid. Desde un Madrid que al ver lo que le rodea como «provincias» resulta situarse en la película más superficial de la conciencia política y cultural de nuestros días. Uno de los modos de ganar profundidad puede ser desprenderse de esa superficial «figura de la conciencia», internándose en una «provincia», sobre todo si ésta es Asturias. Madrid es un término muy complejo, y allí hay de todo, por supuesto; pero la pedantería semiculta engendrada por el dominio de los medios nacionales de comunicación es característica y sólo en condiciones muy especiales alguien que vive en Madrid y se dedique a los «oficios intelectuales» puede librarse de ella.
9. ¿A qué se debe en su opinión el éxito de los llamados «nuevos filósofos»?
Esencialmente a que han tocado temas importantes e interesantes en su momento oportuno. Yo discrepo de sus posiciones –pero también de quienes pretenden explicar ese éxito como una «maniobra de la derecha», de la CIA, o de cosas parecidas. Si los mecanismos capitalistas y la política de la derecha ha intervenido formalmente es precisamente porque previeron que había un ambiente preparado. Los nuevos filósofos han suscitado de nuevo la temática de la filosofía tradicional. Han atacado violentamente a Platón, pero con ello han demostrado a la vez que Platón necesita ser atacado, es decir, que está presente como referencia inexcusable para entender lo que ocurre en nuestro mundo.
Gustavo Bueno Martínez
Oviedo, 29 Abril 1978