Gustavo Bueno / ¿Qué es la Universidad? y IV (original) (raw)

Bibliografía cronológica

¿Qué es la Universidad? (y IV)

[ 1962 ]

original folio 13

De la parte I de este trabajo (publicada en Autenticidad, nº 22, 29 noviembre 1961) se conservan las páginas 2 y 3 del original mecanografiado; de la parte II (Autenticidad, nº 23, 24 febrero 1962) se conserva copia del original mecanografiado en 7 folios sin numerar; la parte III (Autenticidad, nº 24, 8 mayo 1962) se corresponde con los folios 1 a 7 de un original de 13 folios a máquina: mediado el 7 una raya y la anotación manuscrita “y IV” señala el inicio de la parte final. Cabe suponer que esa parte IV debería haber sido publicada en el número 25 de Autenticidad, a inicios del curso 1962-63. Pero ese número, que aparece con fecha 4 de marzo de 1963, no incorpora la parte IV. Autenticidad deja entonces de publicarse, aunque reaparecerá, cuatro años después, con otro formato y a multicopista (número 26, febrero 1967). La parte IV quedó así inédita hasta ahora (22 diciembre 2020).

Mientras que los folios 1 a 7 (la parte III) no tienen añadidos, los folios 8 a 13 ofrecen varios autógrafos (incluso en el reverso de los folios 8, 10, 12 y 13), escritos entonces por el autor, con pluma, al menos en dos momentos (tinta azul y tinta más negra), suponemos que durante el verano de 1962: en la anotación manuscrita del folio 10 vuelto, se glosa el artículo de Aranguren publicado en el número de julio de 1962 de Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (“El futuro de la Universidad española”, 62:3-13).

Sigue el texto de la parte IV (folios 7 a 13, que termina con un “FIN”, a mano), ofreciéndose en notas todos los distintos añadidos autógrafos. En la parte mecanografiada (escrita a la vez que III, terminada por tanto en abril de 1962) se menciona a Ashby, por Eric Ashby (quizá vía Revista de filosofía de la Universidad de Costa Rica de 1961, publicada por su amigo Constantino Láscaris; o por la Revista de psicología general y aplicada, Madrid 1956…). En las anotaciones manuscritas se menciona a Morillas, por Juan López Morillas, El krausismo español (obviamente por la edición FCE, México 1956).


y IV

Queda ahora la tarea de aplicar esta concepción de la esencia de la Institución Universitaria a la aclaración interna de su propia estructura, una vez que ha sido esbozada la función diferenciadora que a estos rasgos trascendentales puede incumbir. Esta tarea se desarrolla en dos niveles distintos:

A) Como una exposición del contenido del concepto de verdad trascendental, en tanto que esta exposición o despliegue se corresponde precisamente con el despliegue de la estructura universitaria (Facultades, Cátedras, Departamentos).

B) Como una aplicación de este concepto de verdad trascendental a las determinaciones positivas de la Universidad, a fin de ensayar la reexposición de las mismas en términos del concepto utilizado en la definición.

Comienzo por esta reexposición de las concepciones positivas de la Universidad. La finalidad de esta reexposición es salvar, desde el punto de vista de la concepción trascendental adoptada, todas las funciones positivas que fueron empíricamente asignadas a la Universidad y reducirlas (en términos prácticos: reformarlas) desde el punto de vista de una concepción unitaria.

a) La Universidad, como Institución para la formación humana –que era la primera definición positiva de la Universidad– queda salvada en tanto que el ejercicio de la verdad posee por sí mismo (cuando es auténtico) indiscutible eficacia humanística y “formadora”; más aún: constituye este ejercicio, por sí mismo, en la opinión de muchos, la máxima virtud humanística y, por consiguiente, no tanto un medio para la formación humanística cuanto el contenido de esta formación. Esta concepción de la misión formativa de la Universidad será acusada de intelectualista precisamente por quienes consideran que lo intelectual es un desvalor o un mero instrumento y no el modo mismo humano de asumir el control de la realidad.

b) La Universidad como centro de investigación queda salvada plenamente desde la concepción trascendental de la Universidad. Únicamente, el concepto de investigación queda afectado por un significado índice: no será ya una tarea orientada a obtener verdades nuevas en cuanto nuevas, sino en cuanto verdades. Yo diría que esta preocupación por la novedad no es universitaria. No buscamos la novedad sino la verdad: por tanto buscamos lo nuevo en cuanto verdadero y no lo verdadero en cuanto nuevo. Si investigar es alcanzar novedades, la Universidad no investiga, al modo como investiga el laboratorio de una fábrica obligado quiéralo o no a descubrir nuevos matices de colores para lanzarlos en la nueva campaña de ventas. Y, no obstante, precisamente por su decisión de estar en la verdad, la actitud universitaria se encuentra más abierta y preparada que ninguna otra actitud para construir verdades nuevas e insólitas. La incesante regresión dialéctica hacia las fuentes en que consiste la vida en la verdad trascendental es la mejor preparación para librarse del precio de los prejuicios y alcanzar la novedad si ésta es exigida. Y la propia verdad tradicional cuando logra ser revalidada adquiere de nuevo el prestigio de la novedad original porque, efectivamente, en cuanto redescubierta, es una verdad que vuelve a brillar desde su origen.{1}

c) La Universidad como Escuela profesional tampoco es una determinación positiva ajena a la concepción trascendental de la Universidad, y ello en la medida en que la verdad –por lo menos un mínimum de verdad– es necesaria para la organización y ejercicio de la vida del hombre sobre la tierra. Que la verdad es necesaria para la vida es una evidencia que crece de día en día y que ha saltado desde los dominios de la técnica (que se funda cada vez más en la Ciencia) hasta los de la Sociología. Hoy sabemos ya que es imposible gobernar a los pueblos con la sola ayuda de la intuición genial del jefe; hoy sabemos que sólo un planteamiento científico verdadero de las condiciones sociológicas de la vida humana permite garantizar la probabilidad de que esta vida no acabe un día de muerte violenta.

Por último, la exposición del contenido del concepto de verdad trascendental, como tarea que define a la Institución universitaria, nos plantea uno de los más agudos problemas de la Universidad actual y –según muchos– el verdadero problema de la Universidad. Este problema, planteado con ayuda de los conceptos que venimos utilizando aquí, queda formulado como la realidad de la categoricidad de la verdad trascendental. La verdad trascendental no es un universo que pueda transitarse continuamente de una parte a otra. Hay fracturas y los caminos se interrumpen. En lugar de hablar de un universo hay que hablar de un conjunto de esferas categoriales, de círculos de verdades relativamente autónomos, que se corresponden grosso modo con las diferentes “especialidades”. La racionalidad de la verdad trascendental se da originariamente en estas categorías: no pueden reducirse todas las Ciencias a una sola, como si fueran ramas de un solo tronco: esto es lo que quiere decir la expresión categoricidad de la verdad trascendental. Los “arboles de la ciencia” son, hasta la fecha, meros recursos didácticos o buenos deseos, tanto si ponemos en la raíz a la Metafísica, como si ponemos en las ramas a las Matemáticas, o a la Física (como proyectan los fisicalistas del Círculo de Viena).

La estructura categorial de la Verdad trascendental nos permite plantear del modo más vivo el problema de la Universidad. Si la verdad se da únicamente en las “especialidades” (hasta el punto de que la preocupación por las “ideas generales”, la Filosofía –así definida– es, a su vez, una especialidad, cuando se cultiva a nivel universitario académico, y no meramente “mundano”), ¿qué significa la unidad de la Verdad universitaria? Bajo la designación verbalmente unitaria de “Verdad trascendental”, como esencia común a la Universidad, ¿no estamos encubriendo el más descarado proceso de desintegración, de dispersión y enajenación que conduce al más bárbaro y antihumanístico especialismo? Sobre todo: si consideramos que no es a priori necesario suponer que las diferentes categorías de la Verdad sean, aunque distintas, armónicas entre sí; si pensamos en la posibilidad de que las diferentes esferas de la objetividad se puedan encontrar en el más profundo conflicto, entonces la “Verdad trascendental” es solo la expresión unitaria y abreviada del mismo proceso de despedazamiento de la conciencia humana, que encuentra su adecuado reflejo en la Vida universitaria. La estructura categorial de la verdad trascendental, ¿no compromete definitivamente a todo intento de plantear el humanismo universitario en términos de una unidad armónica de las verdades?

La que queda definitivamente comprometida es la creencia en que esa unidad humanística queda alcanzada por sí misma, y por el mero hecho de estar trabajando cada uno en su especialidad, consagrado al cultivo de “una parcela” de la Verdad. En esta confianza solemos vivir los universitarios, pero esta confianza tiene un contenido mítico y se apoya fundamentalmente en la unidad verbal de la palabra “Verdad”. Da por descontada la unidad de esa “Verdad”, como si se tratase de una unidad previa, dividida en parcelas a efectos de estudio, pero de suerte que la recomposición de las parcelas se produjese automáticamente.{2} La teoría trascendente de la Verdad, sobre todo de la Verdad en el sentido religioso, acude a reforzar esta confianza en la unidad de las verdades trascendentales. Pero, evidentemente, esta confusión de planos es inadmisible, y no indemniza al especialista, en cuanto que sigue siendo hombre, de plantearse en términos racionales el problema de la unidad de las verdades en el sentido del humanismo universitario.{3} La unidad de las verdades trascendentales ¿no es también un producto cultural, un resultado que debe ser buscado incesantemente, y no un hipotético punto de partida en el que pudiésemos descansar?{4}

La unidad de las diversas categorías de verdades trascendentales –es decir, la unidad de la conciencia humana, como meta ideal de todo humanismo– es seguramente el ideal ético más alto de la Universidad, un límite al que debe tender sin cesar, precisamente porque no puede alcanzarlo nunca. Lo más importante es la instauración de la evidencia de que este límite es el límite de una tarea, y no un punto del que se parte y que se posee gratuitamente. Pero, ¿cómo formular luego el alcance y sentido de esta tarea?

En las hipótesis precedentes podemos encontrar, por lo menos, criterios para clasificar las diferentes formulaciones que disponemos en dos clases significativas. Puesto que presuponemos la estructura categorial, contenido de la verdad trascendental, como razón propia –esencial, y no accidental– de la dispersión y enajenación humanística, podemos pensar la restauración de esa unidad de dos modos:

1.º El primero, se sitúa en la “materia” misma de las especialidades en el propio campo de los objetos categoriales y concibe la unidad como síntesis de esas categorías. Esta síntesis es concebida, por lo demás, de muchas maneras: desde la mera yuxtaposición de las distintas especialidades (se exalta la necesidad que los estudiantes de Letras tienen de tomar contacto con las ciencias naturales, y se encarece la conveniencia de que los estudiantes de Química acudan a conferencias universitarias sobre Calderón de la Barca) hasta los intentos de una verdadera “síntesis” categorial, en el sentido de lograr una visión unitaria, formalmente ofrecida por la propia Universidad, que no puede vivir en el ingenuo abandono de creer que la síntesis la realiza espontáneamente el que se interesa simultáneamente por disciplinas pertenecientes a distintas categorías.

2.º El segundo es, más bien, formal. Desconfía de la posibilidad de una unidad basada en la yuxtaposición o síntesis de las diferentes ciencias y cree que sólo sería posible hablar de unidad en la medida en que tuviesen realidad ciertas legalidades “formales” (lo que no excluye que, a su vez, éstas legalidades constituyan un círculo categorial, una especialidad).

El primer tipo de entender el humanismo universitario ofrece ciertamente soluciones prácticas: pues la idea del Studium Generale, o del Dies universitatis (al modo de Tubinga: los jueves se suspendían las clases ordinarias y se destinaban a conferencias comunes a las diversas Facultades) pueden, sin duda, considerarse como soluciones “materiales”. Lo mismo puede decirse de la idea del “Aula de Cultura” que funciona en casi todas las Universidades españolas. Pero acaso la más enérgica y consecuente propuesta que ha sido formulada, dentro de este tipo de soluciones “materiales” sea la de nuestro Ortega: la creación de una “Facultad de Cultura” como núcleo viviente de la Universidad; Facultad que debería estar servida por una raza de individuos seleccionados y capaces de sintetizar la Física, la Historia de la Cultura, las Matemáticas. “Hay que criar y depurar un tipo de talentos específicamente sintetizadores”, “La necesidad de crear vigorosas síntesis y sistematizaciones del saber para enseñarlas en la 'Facultad de Cultura', irá fomentando un género de talento científico que hasta ahora sólo se ha producido al azar: el talento integrador.” La propuesta de Ortega es verdaderamente reformista, desde el punto de vista institucional: proclama la creación de una Facultad nueva. El punto débil de la propuesta es su carácter utópico: ¿quién estudiaría en esa Facultad de Cultura? Si todos los universitarios, esa Facultad se convertiría necesariamente en un Super-bachillerato. Si se planea esa Facultad a un nivel universitario, entonces recaemos en la auténtica Facultad de Filosofía y entonces, la propuesta de Ortega se reduciría a una especie de proclamación de la “dictadura” de la Facultad de Filosofía dentro de la Universidad{5}. Ahora bien: aunque la Filosofía, por definición, sea la misma voluntad de fundar ese humanismo, no creo que deba confundirse la Filosofía, en este sentido (que es el que Kant llamó su sentido “mundano”) con la Filosofía tal y como se administra en la Universidad (el sentido “académico” o escolástico de Kant) y que constituye una especialidad más, la que Comte llamó “especialidad en las ideas generales”. Esto quiere decir que, en su sentido mundano, tan filósofo o más puede ser el biólogo o el físico desde su especialidad que el “especialista en Filosofía” desde la suya; de hecho, tan necesitado como pueda estar el físico o el biólogo o el jurista de la Filosofía “técnica” (de la técnica filosófica) cuando es fiel a su imperativo humanístico, lo está el filósofo académico de la Física, de la Biología o de la Sociología, de suerte que resulta ridículo que un “especialista en Filosofía” se atreva a proclamar a su especialidad como la columna vertebral de la Universidad. Si el especialismo positivo conduce a la barbarie, el especialismo filosófico conduce a una situación espiritual todavía peor: a esa pedantería filosófica que suele tomar casi siempre la forma de Filosofía escolástica. Y es que la Filosofía no es una doctrina dada de una vez para siempre, sino el mismo proceso de la conciencia humana en busca de sus fuentes: y a este proceso tanto colabora el “filósofo” de oficio como el naturalista, el matemático, el físico o el jurista.{6}

¿Qué soluciones prácticas se derivan del modo formal de entender el humanismo? Pensamos, ante todo, en la instauración de ciertas disciplinas formales de interés común para todas las Facultades y que podrían erigirse en el cauce común humanístico para todos los universitarios. Es evidente que estas disciplinas formales han de referirse al Hombre como tal, en tanto que fuente común de toda verdad trascendental: al Hombre, en tanto que ser moral, no al hombre en tanto que es una parte más de la Naturaleza. ¿Qué disciplinas humanísticas de interés formal podríamos seleccionar como cauces más adecuados para la regresión hacia un humanismo universitario?{7} Inmediatamente se ofrecen como candidatos: la Sociología, la Historia de la Cultura, la Lógica como Teoría de la Ciencia, la Historia de la Ciencia…{8} Creo que debe citarse, en este contexto, la interesante sugerencia de Ashby en el sentido de subrayar la función de la Técnica como vínculo entre las “Humanidades” y las Ciencias naturales: Mientras que las ciencias naturales eliminan metódicamente el elemento humano buscando la más extremada objetividad impersonal, la Técnica se ocupa de la aplicación de la Ciencia a las necesidades y escala del Hombre.{9} Lo que necesita el físico, o el naturalista, no sería tanto un “humanismo literario” cuanto reconducir su abstracción a escala humana, a la técnica y al trabajo (a los “valores”, diríamos nosotros) que están repletos de problemas humanísticos{10}.

No es posible promover aquí una discusión contradictoria para seleccionar la disciplina formal con mayor eficacia humanística para el común de los universitarios, a efectos de proponer su inclusión obligatoria en los planes de estudio. Además, aún cuando esta selección fuese viable, ¿habríamos encontrado el camino, siquiera fuese teóricamente, hacia la unidad humanística de la verdad universitaria? Creo que no. No en una reforma consistente en agregar una disciplina de tipo formal a los planes de estudio de cada Facultad, sino en una reforma consistente en formalizar el cultivo mismo de cada una de las disciplinas especiales que componen cada Licenciatura es donde acaso se encuentre la única posibilidad de salvar en el futuro el sentido humanístico de la verdad universitaria. Más que una reforma explícita en los planes de estudios, se pide una reforma callada, individual, en cada una de las disciplinas. Esta propuesta se deduce de los presupuestos anteriores sobre la estructura categorial de la Verdad trascendental. Si la verdad sólo se desarrolla categorialmente y es este desarrollo el que determina precisamente el progresivo alejamiento de cada especialista de la hipotética fuente común, la recuperación o regresión incesante hacia la unidad perdida{11} deberá ser pensada desde dentro de cada especialidad (y no como una síntesis promovida desde “fuera” o incluso por apelación a una disciplina formal común, aunque esta apelación no deba, en todo caso, faltar nunca). Pero es precisamente en la misma naturaleza racional –universitaria– de cada especialidad universitaria donde encontramos la interna referencia hacia la común fuente humanística.{12}

En tanto que una disciplina es racional, la acentuación de su racionalidad –acentuación que significará, en muchos casos, una reforma del modo meramente progresivo y acumulativo de entender la disciplina– adopta siempre la forma de una regresión dialéctica hacia los fundamentos. Esta regresión dialéctica solo puede ser practicada, por supuesto, por los especialistas, ya que sólo ellos dominan el tejido categorial que ellos mismos van componiendo.{13} Esta regresión dialéctica, a la par que la verdadera racionalización de la disciplina, es el camino interno que permite mantener el contacto con los supuestos “a escala humana”, el camino en el cual cada especialista toma contacto, sin salirse de su especialidad{14}, con los demás, el camino que puede reclamar, como necesidad exigida, y no como un adorno, la apelación a una disciplina de tipo formal que asegure y encauce y sistematice la necesidad de comunicación y diálogo entre los universitarios. Pero prácticamente, ¿no será la mejor manera comenzar por los diálogos mismos, que aunque sean asistemáticos, son, por lo menos diálogos, es decir, voluntad humanística ya realizada?{15}

FIN

——

{1} La investigación es esencial a la Universidad por una razón radical: que la docencia de una disciplina, racionalmente desarrollada, es ya ella misma re-descubrimiento, es decir, “investigación”: es puramente accidental que los contenidos sean inéditos (es lo que se llama “investigación” en un sentido industrial) o que sean tradicionales: todos ellos son re-descubiertos al ser demostrados, con los métodos propios de cada disciplina. Por eso, un profesor universitario que no sea “investigador” no puede concebirse: será un re-petidor, un expositor brillante, no un profesor universitario. Puede ocurrir –cierto– que un gran investigador carezca de dotes pedagógicas mínimas: pero lo que necesariamente ocurre es que si un individuo carece de la actitud re-descubridora, por muchas dotes pedagógicas que tenga, no puede jamás ser profesor universitario.

{2} Texto de Sanz del Río en Morillas.

{3} La prueba es que con descansar en esta Verdad trascendente (de tipo teológico o metafísico) no queda afectada ni un punto la disociación de especialidades característica de la Verdad trascendental: Cada uno sigue ignorando al otro, y la coexistencia se enajena y se despedaza cada vez, confiada en esa “armonía preestablecida” de las diferentes parcelas de la “Verdad” con mayúscula. Yo no afirmo que sea necesario eliminar la Verdad en el sentido trascendente: solo digo 1º Que la unidad en la Verdad trascendente no resuelve en absoluto la unidad en la Verdad trascendental, que es lo que se discute; 2º Que el descansar en esta Verdad puede ser un peligro del cual queda indemnizada la otra.

{4} Aranguren (“El futuro de la Universidad española”, Julio 1962, en Cuadernos) recoge este mismo hecho valiéndose de una brillante utilización de la teoría de los tres estadios de Comte: Teológico-Metafísico-Positivo. La Universidad Medieval pertenece al estadio Teológico (diríamos: centrada en torno a la Verdad trascendente). La Universidad del XIX, pertenecería al estadio Metafísico (diríamos: centrada en torno al concepto idealista de la verdad; lo que aquí llamamos un desiderátum mítico; es la universidad de Humboldt, la Institución Libre de Enseñanza). Aranguren propone una universidad positiva, definida por su vocación crítica y analítica. Estamos de acuerdo plenamente con él. Solo nos parece que el nombre es peligroso. “Universidad positiva” es un nombre impuesto por la brillante analogía con los tres estadios: De ahí la valoración de la razón como propia del estadio metafísico. En esto ya me separo de Aranguren. Acaso es solo cuestión de palabras. Pero no creo que pueda desconfiarse de la razón en la universidad futura. Una razón que no es ya contemplativa, sino operativa. Por otra parte, influido por Comte, Aranguren concibe la unidad de esta Universidad, la Totalización, al modo de Ortega. Y este es el punto discutido.

En lugar de Universidad positiva, propondría el nombre de Universidad dialéctica, frente a la Metafísica y la Teológica.

{5} Recuerda a Sanz del Río, Morillas, pág. 92.

{6} Sólo una unidad formal puede pensarse: pero esta unidad formal no debe ser Analítica sino Dialéctica.

{7} ¿Cuál es el punto de encuentro o convergencia de las regresiones de las especialidades? Sin duda el Hombre, pero el Hombre en cuanto ser Moral, y, por tanto, social, político. Una disciplina de tipo Moral o Político a la que únicamente puede formalizar en lugar de enseñar.

{8} La Política. La Religión hay que eliminarla de la Universidad. La Universidad no es católica, sino sus individuos: es un creer de abstracción. La Religión, como contenido de la Cultura, queda afectada por la Etnología. Como contenido sobrenatural, va a la Parroquia.

Exponiendo estas ideas en una asamblea de estudiantes universitarios, un asistente –quinto curso de Derecho (que venía defendiendo la necesidad de la Trascendencia para la Universidad)– me preguntó con gran solemnidad: ¿Vd. cree en Dios? Esta pregunta tenía mala fe (paradójicamente, como otro individuo –canónigo– profesor de Facultad: es curioso cómo se trama […] con preguntas de mala fe) pues el que preguntaba presumía que yo carecía de esa fe y por tanto buscaba: 1º O que yo mintiese, 2º O que yo quedase en evidencia, que me jugara en una palabra mi carrera universitaria. Que me degradara ante mí mismo o que me degradaran los demás. Pero aparte de esto, la pregunta era totalmente inoportuna: pues había que volver a preguntar, ¿creer en Dios, como objeto de Fe o de Razón? A la actitud universitaria le interesa creer en Dios por demostración (en su existencia y esencia, la Iglesia católica sostiene que ambos). Pues bien: creer en Dios es creer en el término de un silogismo, como creer en el Teorema de Pitágoras. Luego algo que puede ser demostrado. Creer de otro modo es dar paso a creer en el Espiritismo, en el Mito del Siglo XX, &c.

{9} Por alejados que parezcan en sus contenidos, la propuesta de Ashby me parece en la misma línea que la “Formación cívica”, conocimiento de Instituciones, Administraciones (inclusión referencia de todo).

{10} Podemos desarrollar la tesis de Ashby: El contacto con la Técnica es en rigor contacto con la industria: por tanto con la Economía, la Sociología y la Política. La Política es entonces un verdadero punto de intersección humanístico: es Moral.

{11} que siempre es la Moral, en el sentido más amplio.

{12} No puede reificarse, enajenarse, apartarse de sus fuentes: ¿Para qué sirve? Al Hombre: Político y Moral. Aquí es donde encuentra cabida la pregunta de Ashby, que se nos revela verdadera en lo que la técnica tiene de humana (a “escala humana”).

{13} El lugar de cita en esta regresión es el Hombre: la Moral, la Técnica, la Política. Aquí es donde todos deben contrastar sus actitudes: y la Filosofía aquí apunta su actitud como cualquier otra.

{14} sino desde ella

{15} La unidad de la Universidad ha de ser pues, sobre todo, pensada a escala de existencia y no de esencias, humana: seminarios, &c. &c. Prácticamente: lo que propongo, para asegurar la unidad de la universidad, es, más que la creación de nuevas facultades o instituciones, la creación de más contactos interindividuales extracurriculares (Seminarios, &c.) entre los individuos que están ya en las Instituciones. En efecto: esta convivencia es ya un encontrarse desde cada especialidad en una sociedad común. Y el contenido del encuentro surgirá en su mismo comienzo: el Hombre como ser Político.

Esta reforma sería verdaderamente revolucionaria: no consistiría tanto en agregar alguna asignatura común nueva al plan de Estudios, cuanto en promover un cambio radical en la actitud de los estudiantes y profesores ante sus propias actividades actuales.

Regresión hacia las fuentes –morales, políticas– que son en todo caso comunes. Debe notarse que esta Regresión no corresponde solo a una especialidad (v. gr., la Filosofía moral, la Política teórica, o Sociología o Psicología), pues estas serían solo Formales: y es necesaria una Materia, que preste los contenidos conforme van viniendo: son las especialidades).

Este cambio podría describirse así: “Racionalización”. Introducción de la actitud dialéctica en cada una de las disciplinas. Veamos someramente la conveniencia de este cambio:

a) En la Facultad de Derecho, la doctrina dejaría de ser un cuerpo legal escolástico que se ofrece como definitivo, para instaurar el punto de vista histórico crítico, sociológico, discursivo, que haga, v. g., que el Derecho Romano, el Derecho Natural, el Derecho Civil, queden descongelados.

b) En la Facultad de Filosofía, la Historia exigirá un trabajo de archivo, no de manuales: para regresar a sus fuentes (lo que exigirá mayor profesorado); las secciones lingüísticas, otro tanto: carece de sentido tomar las leyes lingüísticas como escritas en un cielo: solo haciendo los alumnos nuevos trabajos pueden recibir el sentido de la investigación.

c) En las Facultades de Ciencias: las Matemáticas serán –como son– antes demostrativas que pragmáticas (y técnicas); antes –en la Química, en la Física– crítica que dogmática.

d) En la Facultad de Medicina: antes Bioquímica que Fisiología, &c. &c.

Los estudiantes universitarios que alternen sus disciplinas desde esta actitud de radical exigencia, se verán obligados internamente a buscar el contacto con el de las otras especialidades. Puede ser utópico que esto ocurra: pero si ocurre, la unidad está salvada, pues consiste en esta propia vida: la Verdad entonces no será algo a conseguir para descansar en ella, sino un estado vivo del Espíritu.

[ Inédito hasta publicarse aquí el 22 de diciembre de 2020. Transcripción del original mecanografiado y añadidos autógrafos por GBS, revisada por Marcelino Suárez Ardura. ]