Gustavo Bueno / Medicina y Biología (original) (raw)

Los textos que se presentan reunidos en este libro son los más importantes que pueden ser recogidos de la obra de Feijoo susceptibles de ser clasificados como Textos sobre cuestiones de Medicina. Una clasificación que no es trivial, si tenemos en cuenta que implica un determinado criterio sobre la definición misma de “Medicina”.

Ahora bien, la idea de Medicina anda confundida una y otra vez con la idea de Biología. Gregorio Marañón fue uno de los responsables de esta confusión en varias de sus obras: no sólo en su libro Las ideas biológicas del Padre Feijoo (en donde, a fin de cuentas, suscita cuestiones que efectivamente pueden llamarse biológicas) sino también en otros, como en su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo. Marañón utilizaba el adjetivo “biológico” fascinado sin duda por el prestigio que había alcanzado este término en unos años en los cuales, por cierto, los estudios universitarios no incluían explícitamente a la Biología entre sus Facultades; es decir, en una época en la que Marañón, médico de profesión, podía, sin peligro de ser acusado de intrusismo, considerarse como biólogo, a la manera como un Ortega, en unos años en los que no estaban institucionalizadas las Facultades de Sociología, podía ser considerado como “sociólogo” al margen de cualquier reproche de los Colegios correspondientes. Pero los estudios biológicos de Marañón y, en particular, el ensayo “biológico” sobre Enrique IV, no son propiamente estudios biológicos. Su ensayo sobre Enrique IV es sencillamente una suerte de “historia clínica”, llevada a cabo con los conceptos propios de la profesión médica, que le conduce a un “diagnóstico morfológico” del rey castellano (“displásico eunucoide con reacción acromegálica”) y aún psiquiátrico (“esquizoide con timidez sexual”). No hay ni un solo atisbo de aplicación de metodologías propias de la investigación biológica (la época no permitía tampoco análisis genéticos, por ejemplo). Las observaciones “raciológicas” de Marañón en este ensayo (el “prognatismo racial” de los Austrias, con génesis castellana, tendría el alcance de un antecedente clínico) así como el concepto de “curso degenerativo” de ciertos rasgos propios de los Trastámaras tienen más bien el alcance de antecedentes médico-psiquiátricos del diagnóstico.

A muchos les sonará a cuestión secundaria la diferenciación entre la perspectiva médica que atribuimos a Marañón y la perspectiva biológica en la que él quería situarse. A fin de cuentas, dirán, ambas perspectivas se ocupan de los organismos vivientes, tanto vegetales como animales (parece que fueron Lamarck y Treviranus quienes, hacia 1806, acuñaron el término “Biología”, precisamente con la intención de reunir en una misma disciplina los estudios de Botánica y los de Zoología). Sin embargo, las diferencias entre Medicina y Biología son importantes, y no son diferencias de detalle sino de esencia. Desde luego una selección de los textos de Feijoo sobre cuestiones biológicas no podría superponerse a una selección de textos sobre cuestiones médicas. Y no se trata meramente de las diferencias que puedan mediar entre el género y la especie, como podría pensar quien trazase la línea fronteriza de este modo: la Biología se ocupa de la vida orgánica en general, mientras que la medicina se circunscribe a la vida orgánica humana. Hablando en el lenguaje cotidiano: la Biología es una ciencia, mientras que la Medicina es un arte que aplica los conocimientos generales de la Biología a los intereses humanos.

Ahora bien, esta diferencia popular nos orienta ya sobre el verdadero alcance de la distinción. Porque las actitudes de la Biología y de la Medicina ante la vida en general y ante la vida humana en particular son muy distintas y en muchos puntos contradictorias. La Biología, en tanto se rige por la teoría de la evolución, contempla a los organismos vivientes (y por tanto a los hombres entre ellos) como momentos de un proceso evolutivo que tiene lugar a lo largo de los siglos de un modo diferenciado y que las diferentes taxonomías se encargan de establecer. El biólogo, por tanto, saludará con interés, como un acontecimiento interesante, cualquier mutación que se produzca en un organismo. Cuando un embrión humano aparece con seis dedos o con un corazón trascolocado, el biólogo podrá ver en estos casos ejemplos de “mutaciones prometedoras” en busca de su adaptación. Dixon ha escrito un libro en el que expone diferentes morfologías posibles hacia las cuales pudieran derivar las morfologías actuales y les da nombres más o menos pintorescos, como volufante, &c. Más aún, el biólogo está llamado a ensayar, mediante la ingeniería genética u otros arbitrios, posibles transformaciones de las especies orgánicas actuales (del homo sapiens entre ellas), ya sea con fines pragmáticos (producción de alimentos transgénicos, por ejemplo) ya sea como ejercicio puro de experimentación científica. El biólogo experimental puede también quitar la vida a los organismos vivientes cuando ello sea necesario para poder profundizar en su estructura.

Pero la Medicina, en cuanto disciplina práctica, no puede mantener la perspectiva propia que atribuimos a la Biología. Tiene cerrado el paso a cualquier “experimento” en ese sentido. ¿Por qué? Sin duda porque considera a los organismos normales de la especie humana como organismos “perfectos”, puntos finales o terminales de la evolución de las especies, que no requieren modificación estructural alguna, sino, por el contrario, el cuidado más exquisito para su conservación. La Medicina, como disciplina práctica, así podría ser definida, se acerca a la vida de los organismos humanos, entendidos como sujetos corpóreos operatorios (y por ello la psiquiatría es una disciplina genuinamente médica) con el objetivo de imprimirles transformaciones precisas, no cualesquiera (ni siquiera la transformación que condujera al superhombre), sino únicamente de estos dos tipos, orientados ambos a hacer prevalecer ciertos valores morfológicos y fisiológicos sobre otros acaso biológicamente posibles:

(1) El primero engloba a toda clase de transformaciones orientadas a “convertir”, si le es posible, al individuo enfermo en individuo sano (medicina curativa) o a convertir al individuo malformado (respecto del canon elegido, pongamos por caso, el canon de Policleto en la tradición helénica) en individuo bien formado respecto de ese canon (eugenesia, cirugía estética). Tiene prohibida en cambio la Medicina las transformaciones inversas a las de este primer tipo: la Medicina no puede transformar al individuo sano en enfermo, ni siquiera experimentalmente, y menos aún puede transformar al individuo sano o enfermo en cadáver. Ni siquiera la eutanasia clínica es admisible por la profesión médica.

(2) El segundo tipo de transformaciones engloba a las que pudiéramos considerar como “transformaciones idénticas”, es decir, a las transformaciones del individuo sano en individuo sano; una fórmula que podría parecer a alguien tautológica o vacía, pero que sin embargo constituye una buena definición de lo que se conoce como medicina preventiva.

La naturaleza constitutivamente práctico-operatoria de la Medicina, respecto de su campo propio (los vivientes humanos), no excluye la posibilidad de la proyección de las categorías médicas a los organismos humanos que ya no viven, a los cadáveres, ya sea como un medio auxiliar de ampliación de sus conocimientos prácticos, como en las autopsias reales, ya sea “a fondo perdido”, como en las autopsias históricas; de la misma manera a como la arquitectura, que se ordena constitutivamente a la construcción de cuerpos tridimensionales, puede proyectar sus categorías sobre una superficie, sea como medio auxiliar y a veces imprescindible para conseguir la ampliación de sus posibilidades técnicas (trazas, rasguños, planos) sea “a fondo perdido”, como la arquitectura imposible de las escaleras virtuales de Escher.

Se comprende que la Medicina, así definida, sea una disciplina esencialmente “humanística”. Suele llamar la atención la frecuencia de los médicos de profesión que, al mismo tiempo, experimentan una gran preocupación por las “humanidades”. Pero, según lo dicho, más aún debiera llamar la atención el que un médico careciera de este interés humanístico, puesto que el interés por las humanidades se inscribe en su mismo terreno profesional. Más aún, por su condición de humanismo práctico, la Medicina se constituye como una disciplina esencialmente ética, si entendemos la ética por su ordenación a la asistencia de la vida del cuerpo humano individual, en lo que se opone a la moral, que se ocupa más bien, y a veces en conflicto con la ética, por la asistencia a la supervivencia del grupo. De cualquier modo, la Medicina, así definida, habrá de comportarse siempre dentro de las normas éticas: no porque el médico, además de serlo, “debe” mantener una conducta ética, sino porque de no mantenerla dejaría de ser automáticamente médico, para convertirse, por ejemplo, en biólogo.

Ahora bien, de la concepción según la cual el médico está inclinado, por naturaleza, a preservar la vida humana y a ejercitar por tanto las virtudes éticas fundamentales, no se infiere la recíproca, a saber, que un humanista, en cuanto tal, haya de interesarse por cuestiones de medicina. No lo tiene vedado, sin duda, y una larga tradición demuestra la probabilidad de que un filósofo o un humanista se interese por la medicina, y sobre todo, si es epicúreo o con la salud delicada, propenda a llegar a ser médico de sí mismo. Pero también es verdad que la tradición del humanismo espiritualista considerará excesivamente grosero el cuidado excesivo por la “parte animal” del hombre, aunque considere este cuidado como una pesada carga derivada de la situación de unión coyuntural de un espíritu inmortal con un cuerpo mortal capaz de enfermar. Por ello es tan digno de admiración que un fraile benedictino como lo era Feijoo, aun siendo delicado de salud, se interesase sistemáticamente, y sin abandonar ni un instante la perspectiva de su humanismo filosófico, por la materia médica. Esta colección de escritos del padre Feijoo sobre cuestiones de Medicina puede constituir por tanto, para los médicos que se acerquen a ella, un motivo abundante para sus reflexiones, y no sólo en la dirección histórico arqueológica “a fondo perdido”, sino también en la dirección de la ampliación de los planteamientos y soluciones de los problemas de nuestro presente. Todo el mundo podrá comprobar que las reflexiones médico filosóficas que el padre Feijoo escribió desde su convento benedictino de Oviedo hace doscientos cincuenta años conservan, cambiando lo que haya que cambiar, su plena actualidad.

{ “Presentación” del libro: Benito Jerónimo Feijoo, Textos sobre cuestiones de Medicina (1726-1760), Biblioteca Filosofía en Español, Fundación Gustavo Bueno / Pentalfa Ediciones, Oviedo 1999 (octubre), páginas 7-9. }