Gustavo Bueno / Lo de la noche celta de Oviedo me da vergüenza ajena / Hoja del Lunes (original) (raw)
Gustavo Bueno |
Higinio del Río
Estos filósofos ateos siempre tuvieron trazas de cura... Gustavo Bueno (Santo Domingo de la Calzada, Logroño, 1924) puede parecer ahora, con su rostro cincelado a la luz del atardecer de Niembro, el abate Froment del que habla Zola en su novela «París»... Pelos un poco revueltos por encima de las orejas, canas de la primera revolución industrial, ojos iluminados de apóstol... Resulta curioso que él y Alarcos Llorach, dos sabios «importados» que tenemos en Asturias, sean en estos momentos las linternas que más intentan alumbrar el solar regional: dos martillos de herejes dispuestos siempre a desenmascarar, a matizar, a precisar, a apostillar, a corregir excesos e inexactitudes, a redimirnos de la ingenuidad.
—Me imagino que para los bablistas, por ejemplo, serán ustedes unos entrometidos de mucho cuidado...
–Eso es normal, porque uno no tiene limitaciones de tipo ideológico o familiar que podrían influir. Y, por otra parte, tiene uno el suficiente afecto por el sitio donde haces tu vida como para no dejarse embaucar...
Hace años, bastantes, a Gustavo Bueno le propusieron unos paisanos suyos meterse en la ETA, cuando esta organización separatista empezaba a dar los primeros pasos. Me decían que era un movimiento que, entre otras cosas, quería recuperar el vasco, el idioma más antiguo de la humanidad, según ellos. Yo entonces les contesté: «¡Coño, pues cuanto más antiguo sea, más cerca estará del lenguaje de los chimpancés!... ¡Vaya mérito que os atribuís!»... Desde entonces, y aún antes, claro, mucho antes, toda su vida ha sido como una huida del primitivismo circundante y una búsqueda apasionada de la racionalidad. Cuanto más lejos de los monos, mejor...
Este hombre, que acaba de publicar la segunda edición de su libro más famoso, «Etnología y utopía», pudo haber sido un mártir de la democracia española si le llega a coger la bomba que le pusieron en el coche unos activistas de la ultraderecha, allá en los primeros años de la transición. El artefacto, rompedor de toda dialéctica, estalló demasiado tarde o demasiado pronto. Pero Bueno, como todos los intelectuales incómodos, inconformistas y de culo inquieto, sabe que aún está a tiempo –la esperanza es lo último que se pierde, incluso para los ateos– de ascender al martirologio, porque muchas de sus reflexiones suelen hacer pupa a diestro y siniestro. Que ande tiento.
Las novelas que lee la Preysler
Tampoco ha perdido su acento riojano este pensador, que ve «con pavor» cómo hoy la gente, al tener que improvisar su filosofía, cae en un grado de ingenuidad vergonzosa... Por ejemplo –señala–, que se estén ahora vendiendo novelas, como esas de Kundera, que por lo visto las lee la mujer o amante de Boyer, esa Preysler, novelas que son una basura y dicen de ellas que son filosóficas porque hablan de Parménides... Yo me imagino al Boyer –sigue atizando el profesor– diciéndole a la Preysler: «lee esta novela, que es muy profunda»...
Después de lanzar sus audaces propuestas este verano sobre la Disneylandia de Llanes, se ve que Gustavo Bueno quiere hacer una «rentrée» con fuerza en el curso 1987-88. Cuanto más viejos, más jóvenes son estos filósofos que acuñan en su oficio un aspecto terapéutico irrenunciable: la función de la filosofía es crítica, hacer perder la inocencia, hacer perder la ingenuidad acrítica, dar una disciplina a los ciudadanos que les permita salir del fanatismo, del dogmatismo y de la ingenuidad, me dice, y uno piensa entonces en el tute que le espera.
Lleva o sobrelleva su ateísmo con el mismo garbo con que pasea el padre Díez-Alegría su cruz por el pozo del Tío Raimundo. Casi, casi hasta con presunción, gozosamente... Pero se ve muy claro que muchas cosas le incomodan. Como, por ejemplo, la tropa cagalera de los pseudointelectuales, los nuevos nombres sagrados del mundo cultural –fabricados para consumo masivo y tan familiares ya a los telespectadores como Pipi Calzaslargas–, que a su juicio pretenden monopolizar la inteligencia. Semejantes gilipollas, como Vargas Llosa, que es el prototipo de lo que es un majadero total –exclama el profesor Bueno–, no tienen pizca de vergüenza y definen a los intelectuales como «aquellas personas que cultivan la inteligencia»... ¡Por favor! ¿Es que un mecánico no cultiva la inteligencia mejor que ellos? Y acaba el filósofo confesando su horror ante la falta que tenemos en España de crítica filosófica y ante la abundancia, por contra, de ingenuidad acrítica... La gente opina alegremente sobre la libertad, la moral, el cosmos, Dios... Se ha llegado a un grado de inconsciencia filosófica absoluta. La gente está a ciegas completamente, diagnostica. Lo último que parece traerle de cabeza es el interés de muchos de nuestros paisanos en buscar antecedentes celtas en la cultura y en la historia asturianas. Surge como un bombazo, entre los cantos de los gorriones de Niembro, un nombre propio en los labios de Bueno: Lluis Xavier Alvarez. Este es un cretino completo –afirma el profesor con la flema de Zeus–... Este celta o celtilla va a Berlín, por ejemplo, y habla allí tranquilamente con la gente sobre la huella de los celtas en Asturias, que es uno de los camelos más impresionantes que hay. Esta ideológia céltica es teológica por completo en Asturias, porque donde ha habido celtas de verdad ha sido en Cataluña, en Navarra y luego en la meseta. A Asturias han venido después, a través de Galicia.
Los mitos de la lengua, de la raza
—Repito: le van a llamar a usted meticón, por lo menos...
–Que lo digan... Se han empezado a tolerar desde la enseñanza primaria y por la filosofía los mitos de la lengua y de la raza... Porque da igual ocho que ochenta... Y han empezado los profesores de filosofía, que eran los encargados de decir en el Bachillerato lo que era, filosófica y antropológicamente, lengua y raza, a dejarse llevar por lingüistas analfabetos o llenos de intereses partidarios, y han llegado a creer que se puede decir tranquilamente que los celtas hablaban bable o que el vasco es el idioma del paraíso... Cosas de este tipo... Lo de la noche celta en Oviedo me da vergüenza ajena... Es una vergüenza, repite.
—¿Ve usted en Asturias algún síntoma que le haga pensar en el País Vasco? ¿Grupos o ideas preocupantes para usted? ¿Mimetismos?
–En Asturias estos grupos no son peligrosos. Hubo más hace algunos años, hasta el punto de que cerca de Avilés se detectaron entrenamientos en plan de tiro de un movimiento independentista astur.
—Al hablar de mimetismos, profesor, yo pensaba en lo que pudiera ser una base cultural. No en las «parabellum» del calibre nueve...
–Ese mimetismo seguramente está realimentado por razones internas... Si se da carta blanca y se dice: «aquí cada uno puede pensar lo que quiera, porque para eso hay libertad», y si yo digo que la lengua viene del paraíso y que la raza vasca es la mejor, pues muy bien... El problema vasco es un problema de resentimiento, en gran parte, y los asturianos pueden llegar a tenerlo si se da carta blanca.
—Puestos a ver, ¿ve usted émulos de Sabino Arana en Asturias?
–Sí, pero no tienen base. En Asturias el problema es diferente. Es un problema superestructural que no puede llegar a mayores. Más bien queda como una posibilidad de falta de imaginación. Hacen la noche celta porque no saben qué hacer. Es una cosa que da vergüenza –insiste–. La propaganda del bable va dirigida no simplemente a promover el hable, cosa que me parece muy bien, sino a suponer que el bable es el idioma genuino de Asturias, y que el castellano es postizo. Hasta el punto de llamar asturiano al bable y al castellano llamarle idioma sobreañadido.
Inventar el bable
—¿Y eso es tan malo?
–Eso, que es mentira históricamente, sólo favorece el resentimiento de quienes no quieren aprender a hablar como todo Cristo tiene que hacerlo: en un idioma culto. Encuentran una justificación a sus faltas de ortografía y a lo que sea, diciendo: «yo, sencillamente, hablo lo que me parece»... Claro, como no hay un bable literario hasta que lo inventen estos de la Academia de la Llíngua, cada uno puede decir lo que le dé la gana... El motor es el resentimiento. El resentimiento, por ejemplo, de los vascos, de verse ridiculizados por razones del idioma en las comedias, en las zarzuelas, en los refranes –el dicho de «sardina, frescu es»–. Y en Asturias, lo mismo: el verse ridiculizados. Generar el planteamiento de que el asturiano es el idioma genuino y el castellano es el idioma postizo, eso es un verdadero crimen político...
De nuevo el pensador piensa en un nombre propio entre los cantos de los gorriones: Se fundan en mitos, y es intolerable que alguien pueda fundar sobre un mito nada bueno... Yo conocí a todos estos en sus inicios, entre ellos al Lluis Xavier éste. Ese tipo aprendió esto cuando tradujeron los «Discursos a la nación alemana» de Fichte... Se creyó Fichte. Quiso hacer los «discursos a la nación asturiana»... Pero el bable no es un idioma literario. La Academia de la Llingua tiene que venir cuando haya ya una obra, una literatura... Esa asociación de celtas y bablistas es una idea sucia, como cuando haces una operación de aritmética y te confundes y haces tachaduras. Es una idea impresentable, y sobre ella no se puede hacer nada que merezca la pena. No hay derecho que quienes quieren hacerlo sean gentes que han salido de mi departamento de Filosofía.
—¿Qué culpa cree usted que le toca en todo esto al Gobierno del Principado?
–Es responsable, pero es por falta de crítica filosófica. No se da cuenta del alcance de estas cosas. Es como tomarlo a broma y decir: «esto no tiene importancia. Si se entretiene así la gente, ¿qué más da celtas que iberos?»... Es responsable por falta de firmeza de un sistema ideológico.
Al final de todo, Gustavo Bueno dijo la penúltima cosa con un inocultable temor a herir susceptibilidades... Manuel F. de la Cera, que es un buen amigo y por eso siento tener que decir esto, se pasó en concesiones populistas... Se están gastando chorros de dinero en teatro que llaman cultural. Había que tener un concepto de cultura más riguroso... Se tiene un concepto blando, mal entendido y mal aplicado... Propiciar grupos de teatro y noches celtas es un camino completamente perdido, sentenció.