Gustavo Bueno / Gran Hermano: Alea jacta est / Interviú (original) (raw)
El «Gran Hermano» va consolidándose como uno de los grandes acontecimientos de la televisión española. Millones de espectadores siguen, más o menos, el curso de los episodios a los que da lugar la convivencia de los encerrados en la casa. Para un sector importante de la crítica este éxito de Tele5 debe interpretarse como un claro ejemplo de las altas probabilidades que la televisión basura tiene de prevalecer sobre una televisión más refinada; este diagnóstico se basa en el supuesto de que la vida que ofrecen los jóvenes en la casa del Gran Hermano es, no solamente vulgar, sino obsceno, y por consiguiente, que el éxito de audiencia ha de interpretarse en términos pesimistas. Sólo la morbosidad de la audiencia masiva permite explicar el éxito del programa desde el punto de vista económico y organizativo, o para decirlo de otro modo, «profesional».
Sin embargo, a mi juicio, este diagnóstico de la situación es erróneo. La actuación de los jóvenes en su «convento de clausura» y el interés del público, son correlativos. El interés que la vida de los jóvenes en la casa pueda tener se mide por el interés de los millones de españoles que siguen el programa. Hay que explicar este hecho antes de descalificarlo como un simple caso de morbo colectivo husmeando ante basura obscena. Cuando visitamos un zoo observamos que la gente se agolpa ante las jaulas de los antropomorfos, mientras dejan tranquilas a las truchas que evolucionan en el estanque. Si la gente, en el zoo, rodea a los chimpancés y se desinteresa por las truchas, no lo hace sólo porque una curiosidad morbosa le lleve a interesarse por las caricias, masajes, despiojamientos o copulaciones que nos ofrece la contemplación de la jaula. Esta curiosidad, morbosa o no, es, ante todo, curiosidad, y tiene mucho de curiosidad científica, de actitud exploratoria ante la conducta de unos primates que son muy semejantes a nosotros. Y la observación de estas semejanzas no significa que busquemos identificarnos con ellas; significa también que meditamos hasta qué punto nuestras características propias sólo pueden definirse sobre el fondo de estas semejanzas.
¿Y qué es lo que ve el gran público en el Gran Hermano? Sin duda, un mucho de lo que los humanos tenemos de primates –masajes, caricias, coaliciones...– sobre todo cuando aceptamos ser encerrados en «condiciones naturales», en las condiciones idílicas del «buen salvaje» de Rousseau (pues hoy sabemos que el «buen salvaje» se parecía más que a nada, a un Australopithecus).
Pero lo que también ve el gran público de Tele5 es la evolución de unos jóvenes que, una vez encerrados en la jaula, comienzan a desarrollar una conducta de grupo, no ya «humano» en general, sino de grupo humano moldeado por patrones muy precisos que, en líneas generales, estarían más cerca de la cultura católica que de la cultura protestante. Sin duda, cada uno de los jóvenes encerrados en la casa mantiene sus propios intereses, y probablemente el interés más característico sea el de «hacer carrera» en televisión. Pero lo importante es que estos intereses individuales están siendo canalizados y subordinados a la estructura de la comuna que se constituyó a las pocas horas del comienzo del programa. Probablemente, es el seguimiento de la vida de una comuna lo que explica la gran respuesta de audiencia que el programa está teniendo. Los españoles, y sobre todo los jóvenes, que viven dentro de las normas de la familia monógama, más aún, bajo la norma de la «pareja», más o menos estable, como ideal de vida, están viendo, con enorme curiosidad, lo que «pueda dar de sí» la vida en una comuna, a la que ha de subordinarse, no sólo la vida del individuo sino la de la pareja. Y la siguen, no tanto por la morbosidad inherente al espectáculo –caricias, masajes... que pueden contemplar con mayor intensidad en cualquier película porno–, cuanto por su dramatismo.
Nadie sabe, ni los actores, ni los organizadores del programa cuál va a ser la evolución y el final de esta «comedia del arte», en la que cada actor escribe diariamente su propio papel, pero determinado por la estructura del grupo. Lo único que parece cierto, de momento, es que el grupo no quiso ex-comulgar el primer día que tuvo ocasión a nadie: fue el público quien expulsó a la sevillana (acaso porque había apreciado en ella una conducta «fraccionalista», que le llevaba a separarse de la comuna pensando en su hija y en el bosnio: el bosnio, sin embargo, en vez de seguir a su amada, permaneció en el seno del grupo, y al grupo tendrá que agradecérselo). Y también parece cierto, en el día de hoy, que el grupo sigue manteniendo el imperio de la solidaridad: en una reunión mayoritaria de principios de la semana el propio grupo ha acordado expulsar a la otra pareja que se había, de hecho, segregado de él, la pareja constituida por el gallego y la malagueña. El grupo no quiere exponerse ahora a que la audiencia decida la expulsión, y acaso la expulsión del bosnio. El grupo ya sabe quién es y quién no es solidario. ¡La suerte esta echada! ¡Hay que expulsar a la «pareja feliz» que lleva una conducta fraccionalista! La determinación ha sido terminante: alea jacta est. Y cuando al bosnio le han explicado qué quiere decir la frase de César, él ha traducido por un gesto todavía más explícito: moviendo el pulgar de su mano derecha hacia abajo.
[ 10 mayo 2000 / se sigue el original del autor ]