Víctor-M. Amela / ¿Vería Sócrates la televisión? / La Vanguardia (original) (raw)
VÍCTOR-M. AMELA
Nada hay en el mundo que sea consumido tan masiva y compulsivamente como la televisión. Ni el sexo. Esta verdad palmaria, dicha por un filósofo, le da pie para analizar el caso: el filósofo es Enrique Lynch, y su análisis puede leerse en «La televisión: el espejo del reino» (De Bolsillo).
Tesis: la televisión es un reflejo de lo que somos y de lo que queremos ser. Estamos, pues, ante un diagnóstico de conclusiones demoscópicas, que entronca con el sentido mismo de la democracia: la mayoría gana, las audiencias ganan. Las minorías no son masacradas, pero penan. O sea, que si no te atrae o interesa «Gran Hermano», vas dado.
Es así: siempre quedará la lectura, la música, el cine, los amigos o el suicidio. O la queja. Cuando te quejas de la televisión, en realidad estás diciendo que desearías es programarla tú, dirigirla tú, y que sean los otros los que penen. ¡Que se quejen los otros, que sufran!
Me alboroza que los filósofos, por fin, empiecen a mirar televisión. ¡Ya era hora! Lo han hecho Pierre Bordieu, Paul Virilio y algún otro (el liberal Popper, que en esto era dirigista: proponía que para trabajar en la televisión se exigiera tener dos carreras. ¿Y los políticos, qué?), pero, en general, a los filósofos e intelectuales les ha dado grima arremangarse ante la televisión..., cuando pocas cosas hay de mayor peso en nuestra colmena. Sí se arremanga ahora Lynch, y se ha atrevido a hacerlo también el insigne Gustavo Bueno (pronto publicará un libro sobre televisión). Gustavo Bueno –el único filósofo vivo español con un sistema filosófico propio, el cierre categorial– ha tenido la suicida osadía de sentarse ante la tele e interesarse por «Gran Hermano», lo que le ha reportado el menosprecio, la incomprensión y la burla de sus colegas del orbe filosófico y académico. Qué cosas. ¿Y qué haría Sócrates, si viviera?
El libro de Lynch, por cierto, es diáfano, sugerente, valiente: «La televisión no puede ser de otra manera», afirma. Quizá sí: si queremos que la tele cambie, cambiemos nosotros primero.