Gustavo Bueno / De la Casa a la Academia / Interviú (original) (raw)
Dos «monstruos» televisivos vienen rondando por las pantallas durante los dos últimos años: Gran Hermano y Operación Triunfo. Dos acontecimientos que han desbordado los límites ordinarios de los concursos de televisión. Cuando las audiencias de uno y otro concurso se han disparado, hasta alcanzar picos que rondan los diez millones de telespectadores, es porque estamos ante un fenómeno social que no cabe reducir al marco de la pantalla.
Gran Hermano y Operación Triunfo tienen características muy diversas, diversidad que seguramente fue tenida en cuenta por los diseñadores del concurso triunfal. Por supuesto, estas diferencias se establecen sobre la base de ciertas analogías profundas. Principalmente ésta: se trata de concursos en los cuales grupos de jóvenes viven, durante unos meses, estabulados en un recinto que funciona, a la vez, como escenario. A través de la telepantalla, millones de espectadores no sólo contemplan, sino que intervienen, en la marcha del Concurso. ¿Cuál es la diferencia principal entre estos dos Concursos? A mi juicio, esta diferencia se resume muy bien en la diferencia entre una Casa y una Academia. En efecto:
Los concursantes de Gran Hermano habitan una casa y, por tanto, no tienen que hacer en ella, durante su estancia, otra cosa que «vivir». Lo que se buscaba en Gran Hermano era que cada cual se manifestase como era (a veces, este objetivo era asumido de modo obsesivo: «Yo quiero ser lo que soy», &c.). Gran Hermano nos proporciona la ocasión de seguir, durante unos meses, la vida espontánea de unos hombres y mujeres que organizan como pueden su convivencia y procuran exhibir (sobre todo como condición para su éxito) valores de naturaleza ética o moral.
Pero en Operación Triunfo los concursantes no se limitan a «ser como son». Tienen que hacer algo concreto, algo que tiene que ver con la música de escenario, con la canción. Operación Triunfo se concibe como un concurso orientado a formar a unos jóvenes en unas técnicas musicales, y a ofrecerles la ocasión de manifestar sus logros. Todo el programa de Operación Triunfo está concebido desde la estructura de una Academia (en este caso, de un Conservatorio sui generis). Lo que en Gran Hermano se valoraba era un saber estar; en Operación Triunfo lo que se valora es un saber hacer, el saber hacer música, música de escenario.
Otra cosa es que a los concursantes de Gran Hermano se les exigiera, de vez en cuando, el entrenamiento en tareas técnicas no determinadas (teatro, pintura, o incluso música). También con los concursantes de Operación Triunfo se supone que sería posible tener en cuenta rasgos de su «personalidad», rasgos que saldrán al paso en el curso de los mismos ejercicios técnicos por ellos ejecutados.
Ahora bien: de la confrontación de estas diferencias, así establecidas, entre Gran Hermano y Operación Triunfo, podrían algunos extraer consecuencias importantes, y muy favorables a la Operación Triunfo. Pues mientras que el seguimiento, durante varias semanas, de la «vida íntima» (en su casa) de unos jóvenes nos pondría al borde de la telebasura, el seguimiento del trabajo incesante de la Academia puede producir el efecto de una limpieza constitutiva. Y sobre todo: el planteamiento de Operación Triunfo tendría la virtud de conjurar el «escándalo» –así se consideró muchas veces– que se habría producido en Gran Hermano, donde se favoreció la transformación de unos jóvenes «que no sabían hacer nada especial» en famosos. Por lo menos, en Operación Triunfo los que buscan el premio tienen que demostrar unas habilidades que requieren trabajos constantes, disciplina. La Operación Triunfo consagra en Televisión el sistema de las oposiciones.
Sin embargo, el trabajo disciplinado y constante de los concursantes no garantiza la excelencia de los resultados. Hace muchos años se decía que en algunos conventos de monjas las residentes eran sometidas a una estudiada disciplina orientada a desenredar madejas que previamente enredaba la madre superiora. Yo no entro aquí en este terreno. Permítaseme simplemente dudar de la excelencia musical de quien toca el piano de oído, entona canciones de pop afrutado, o incluso ejecuta música macarra.
Si esto fuera así, el pomposo nombre de Academia estaría enmascarando una realidad más humilde. La realidad de un conservatorio de barrio que organiza un curso intensivo para obtener candidatos adecuados para una gala televisiva.
De las declaraciones de algunos concursantes se desprende que su objetivo al participar en Operación Triunfo es sobre todo el conseguir su reconocimiento como «artistas», no solo como «intérpretes». Esto significa la necesidad de componer letras y músicas, a través de las cuales la fama estaría asegurada porque la propia denominación de Operación Triunfo y su feroz componente agresivo y competitivo así lo demuestra. Sin embargo hay que recordar siempre que sin perjuicio del éxito comercial, cientos de miles de discos compactos vendidos en unos días entre un público generalmente juvenil y musicalmente amorfo, este éxito tiene muy poco que ver con el valor artístico de las obras trabajadas en la Academia. La voluntad de ser artista y el trabajo aplicado a ese fin no es un seguro sobre el resultado de la obra trabajada. Y habría que recordar otra vez la máxima de Correggio: «No pinta el que quiere, sino el que puede».
Cuando nos atenemos al juicio artístico sobre los resultados que el concurso nos viene ofreciendo, la conclusión podría ser altamente desfavorable. El trabajo consumado y disciplinado no garantiza la excelencia de la obra de arte y en vano quisiéramos disimular con este trabajo los componentes de televisión basura que están presentes en Operación Triunfo más aún que en Gran Hermano.
Se diría que a los diseñadores del programa les vienen muy bien los resultados impresionantes que cosechan (audiencia, venta de discos, galas, revistas, &c.) para justificar su proyecto. Pero no puede olvidarse que el público que sigue el programa Operación Triunfo es un público musicalmente indocto, y que su número no añade ningún valor genuino a los valores musicales ofrecidos. Mientras que los concursantes de Gran Hermano exponían «humildemente» su ser, los concursantes de Operación Triunfo exponen agresivamente sus actuaciones. Se diría que mientras en la contemplación de lo que ocurre en una Casa no podemos exigir a los inquilinos algo más que el ofrecimiento espontáneo de su modo de ser, en la contemplación de una Academia podemos exigir resultados más «positivos».
Dicho de un modo más directo: el trabajo disciplinado y metódico de una academia no garantiza resultados acaso más próximos a la televisión basura (en este caso, la música basura) que la contemplación de lo que sucede en una casa. En todo caso los resultados académicos (¡si Platón oyera el uso del término!) no pueden medirse por el juicio democrático de un público amante de la telebasura, de un público formado por millones de telespectadores que con su mando a distancia van votando y eligiendo la telebasura. Se cuenta que un famoso orador griego, cuando resultaba aplaudido por la mayoría popular, preguntaba por lo bajo a su acompañante: «¿Qué tontería acabo de decir?»