Patricio de Azcárate, Resultados ventajosos del sistema empírico, Sistemas filosóficos modernos, Madrid 1861 (original) (raw)
Parte primera · Sistema empírico · Capítulo décimo quinto
Patricio de Azcárate Corral, Exposición histórico crítica de los sistemas filosóficos modernos y verdaderos principios de la ciencia, Mellado, Madrid 1861, tomo 1, páginas 342-354.
Hecha la reseña de los filósofos que profesaron el empirismo en sus distintas fases con la rapidez que exigía el objeto de esta obra, y desenvueltos en mayor extensión los principios que le constituyen, nada más natural que presentar su lado favorable y su lado adverso, para que, formado un juicio imparcial sobre el conjunto, cree en la inteligencia de la juventud estudiosa un fondo de convicción y en su corazón una base de sentimiento, en que se estrellen las seducciones y encantos que en sus obras presentan los filósofos y sostenedores de este sistema.
Ahora examinamos el lado favorable, y uno de los grandes servicios, que hicieron los filósofos del siglo XVIII, fue destruir el monopolio de las luces y popularizar las ciencias, haciéndolas revestir un carácter práctico con aplicación a los usos de la vida. «Antes del siglo XVIII, dice en tono irónico Mr. Jouffroy, había más orden en las ciencias que hay al presente. El mundo intelectual estaba dividido en reinos distintos, perfectamente deslindados, que tenían todos sus hábitos particulares, su lengua, sus dependencias y sus representantes en la Sorbona, que era como el congreso de esta gran federación. Cada ciencia se gobernaba a su manera, independientemente de las demás ciencias y del pueblo; ocupaba el rango jerárquico que le correspondía conforme a su dignidad; tenía sus formas, que la hacían impenetrable a quien no estaba iniciado en ella, y la rodeaban de una oscuridad majestuosa. Gracias a estas precauciones bien entendidas, los sabios de una facultad no se veían entorpecidos en sus indagaciones por los sabios de otra facultad, ni combatidos en sus aserciones por objeciones de cualquier recien venido. Las cuatro facultades se respetaban mutuamente, y hacían causa común para conservarse el monopolio de las ideas. La tarea no era difícil; el gran mundo se ocupaba de otra cosa, y el pueblo aprendía a leer. Se miraba la ciencia como una revelación, que sólo descendía a algunos entendimientos privilegiados, o como un depósito sagrado, que no debía trasmitirse sino a hombres preparados muy de antemano y escogidos para recibirla. Se hubiera temido perderla, si se desparramaba y difundía, o prostituirla, si se la ponía al alcance de la multitud. Bastaba que el pueblo fuese dirigido según los principios, y no se pensaba que pudiese ni debiese comprenderlos.»
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