Manuel José Anguita Téllez 1777-1850 (original) (raw)
Manuel José Anguita Téllez OFMCap 1777-1850 (a) Rafael de Vélez
Clérigo católico español, obispo de Ceuta y arzobispo de Santiago, conocido también con el nombre que adoptó –“Rafael de Vélez”– cuando se integró como fraile en la organización de los capuchinos, principal defensor en la primera mitad del siglo XIX del Antiguo Régimen, y debelador incansable de los malvados y perversos planes que fantaseaba tenían para España filósofos, espíritus fuertes, liberales, iluminados, materialistas, ateos, incrédulos, libertinos, francmasones, impíos y demás ralea.
Nació en Vélez-Málaga el 15 de octubre de 1777 y falleció en el Monasterio de Herbón el 3 de agosto de 1850. Está enterrado en la catedral de Santiago, cerca de la reja del coro, al lado del Evangelio; pero antes de embalsamarle se le extrajo el corazón, que se conserva en alcohol en una redoma de cristal, en una urna abierta en la pared de la capilla interior del Seminario de Santiago de Compostela, una de las instituciones que impulsó.
Ingresó en los capuchinos de Sevilla en 1792 y fue ordenado sacerdote en 1802. En 1807 era lector de filosofía en el convento de su orden en Córdoba y en 1811, a causa de la guerra, se refugió en el convento de Cádiz. El ambiente del Cádiz de las Cortes inspira su primera obra: Preservativo contra la irreligión (Cádiz 1812, de la que se hicieron diez reediciones en el espacio de un año, incluso en América y Filipinas: Palma 1812 / Granada 1813 / La Habana 1813 / Madrid 1813 / Manila 1813 / Méjico 1813 / Santiago 1813 / Valencia 1813 / Méjico 1814...), que le convierte en uno de los jefes doctrinales del partido servil.
«Capuchinito acicalado de Cádiz, muy afeitadito siempre, pisaverde a la descalcez, su barba poblada y ensortijadita, muy preciado de buen mozo... Este padrecito, cuando salía por las mañanas del tocador y acababa de rizarse las barbas...», escribía Carlos le Brun en 1826 (apud Herrero 266).
En 1816 es nombrado obispo de Ceuta, sede que ocupa en 1817. En 1818 aparece su Apología del Altar y del Trono (Madrid 1818) [obra terminada ya en 1816], la obra apologética más famosa de principios del XIX en España. Para los realistas supuso un triunfo, para los constitucionalistas y liberales la declaración de guerra al autor y a la obra.
Durante el trienio liberal fue expulsado de su diócesis y confinado en Córdoba, donde sufrió vejaciones y malos tratos, pues se le consideraba desafecto a la causa constitucional.
En 1824 fue nombrado arzobispo de Santiago de Compostela, donde fundó en 1829 el Seminario Conciliar, su gran obra. En 1825 publicó en Madrid Apéndices a las apologías del Altar y del Trono. Era uno de los prelados más adictos a la Santa Sede, e intransigente con las reformas que los gobiernos liberales trataron de introducir al morir Fernando VII, por lo que fue objeto de nuevas persecuciones. En 1835 fue procesado y deportado a Mahón. Extinguidas las órdenes religiosas, Vélez había conservado su hábito y su barba de capuchino. En 1844 pudo regresar a Santiago y un año más tarde Gregorio XVI le nombró administrador apostólico de las diócesis vacantes de Badajoz, Mondoñedo y Oviedo.
En su Preservativo contra la Irreligión, o los planes de la Filosofía contra la Religión y el Estado, realizados por la Francia para subyugar la Europa, seguidos por Napoleón en la conquista de España, y dados a luz por algunos de nuestros sabios en perjuicio de nuestra patria, uno de los textos principales del conocido como «pensamiento reaccionario», describe de manera transparente la visión que los defensores del Antiguo Régimen tenían de los filósofos y de la filosofía, con elementos que reaparecerán una y otra vez en las ideologías nacionalistas de los siglos XIX y XX (alma, patria, racismo...):
«Cuando la patria peligra todos sus hijos deben armarse para defenderla. La naturaleza, siempre próvida, ha impreso en nuestras almas unas ideas tan vivas como indelebles, que nos impelen hasta sacrificarnos gustosos por su amor. No es el fanatismo, no las preocupaciones de la infancia, ni menos la educación de nuestros padres y maestros, quien da al hombre valor extraordinario para repeler a un enemigo, que le quiere privar del suelo que le vio nacer.
Los derechos del hombre, unos mismos en todos los países de la tierra, e inmutables en la sucesión de los siglos, la sociedad en la que por naturaleza nace y vive hasta morir, y las leyes que de ella dimanan; todo cuanto le rodea y alcanza a ver con sus ojos apenas aparece en el gran mundo, con una voz muda, pero imperiosa y enérgica, le habla con claridad al corazón: «esta es tu patria... ella te ha dado el ser... debes amarla como a quien te ha engendrado en su seno... prefiere tu muerte a su esclavitud.»
Los que viven entre los hielos de la Laponia, y los moradores de la abrasada Libia: el que nació en medio de una corte de magnificencia y esplendor, como el que no ha visto más que las cabañas y las chozas, todos sienten una inclinación secreta hacia la cuna en que respiraron la vez primera, y todos perciben en el fondo de su alma las dulzuras de su amor.
De esta ley común, que se extiende a todo racional, parece deberán eximirse ciertos hombres, que por lo raro se han notado en casi todos los siglos, y que en el nuestro por su excesivo número se pueden ya calificar. Ellos mismos se atribuyen con Pitágoras el título de filósofos, por el amor que dicen tienen a las ciencias, o por sus deseos de hallar la verdad: se llaman espíritus fuertes; porque no se dejan llevar de las preocupaciones que degradan en su opinión a los demás hombres: se dicen liberales, porque con facilidad renuncian a sus opiniones antiguas, y siguen otras nuevas de mayor ilustración. Ellos se jactan de ser superiores a todos los de su especie: su patria es todo el mundo: sus compatricios todos los hombres, hasta los hotentotes y cafres; se apellidan y titulan verdaderos cosmopolitas.
En toda la Europa son conocidos con los nombres de iluminados, materialistas, ateos, incrédulos, libertinos, francmasones, impíos. Sus doctrinas contra los reyes, autoridades y religión acreditan estos títulos, y sus obras los manifiestan a lo menos como unos fanáticos, unos misántropos, enemigos de toda sociedad.» (Preservativo contra la Irreligión, Prólogo.)
Sobre Manuel José Anguita Téllez en el proyecto Filosofía en español
1929 Rafael Vélez, Espasa, 67:702-704.
Textos de Manuel José Anguita Téllez en el proyecto Filosofía en español
1812 Preservativo contra la irreligión o los planes de la Filosofía