De los Filósofos Materialistas / Benito Jerónimo Feijoo (original) (raw)

1. Muy Señor mío: Díceme V. S. que habiendo leído la Gaceta de Madrid de 28 de Marzo del presente año de 52, y en ella el Edicto del Señor Arzobispo de París contra las Conclusiones, que en la Sorbona defendió el dia 18 de Febrero del mismo año el Bachiller Juan Martín de Prada; entre muchas cualificaciones con que declara la perniciosidad de algunas de dichas Conclusiones, notó la de favorables a la impiedad de los Filósofos Materialistas. Notó, dice V. S. esta calificación; porque habiendo leído muchos Catálogos de proposiciones condenadas, ya por los Soberanos Pontífices, ya por los Santos Tribunales de Roma, y de España, en ninguno halló otra semejante; lo que le excitó un vivo deseo de saber, qué significa la expresión de Filósofos Materialistas, o qué nueva casta de Filósofos es esta, haciéndome a este fin la honra de servirse de mí para su explicación; lo que ejecutaré lo menos mal que me sea posible.

2. La casta de los Filósofos Materialistas no es nueva, antes muy antigua, sin que esa antigüedad sirva para calificación de su nobleza, siendo la más ruín de todas; ya porque pretende envilecer al alma racional, degradándola de su espiritualidad; ya porque conduce derechamente al Ateísmo. Digo que es muy antigua; pues Aristóteles atribuye la opinión del Materialismo del alma a algunos de los Filósofos que le precedieron, como a Demócrito, Leucipo, y parte de los Pitagóricos. Pero no sé con qué justicia incluye entre ellos a su Maestro Platón, imputándole la sentencia de que el alma se compone de los cuatro Elementos, para lo [180] cual le cita en el Timeo; pues yo puedo asegurar, que ni en el Timeo, ni en otro alguno de los libros de Platón ví vestigio de este sentir; antes, por lo común, habla muy dignamente del alma, reconociendo en ella cierta especial participación de la Naturaleza Divina.

3. La opinión, que Aristóteles atribuye a Platón, es reconocida comúnmente en Galeno; pues lo mismo es constituir el alma en la Armonía de las cuatro primeras cualidades, como la constituía Galeno, que componerla de los cuatro Elementos.

4. Mas si entre los antiguos hubo uno, u otro Filósofo que afirmase la corporeidad del alma, parece que entre los modernos creció considerablemente el número de los Sectarios de este delirio, a quienes se da el nombre de Materialistas; pues no admiten substancia alguna, que no sea material, o corpórea. Yo ningún Autor he visto de los que sostienen tan pernicioso dogma, y ojalá ninguno parezca por acá jamás. Pero ví varios Autores extranjeros, que amargamente se quejan de que esa impía doctrina tiene bastante séquito, por lo menos en Inglaterra. Tomás Hobbes, ingenio muy celebrado en aquella Nación, todos asientan que en sus libros la procuró establecer. Juan Locke, a quien algunos hacen Príncipe de los Metafísicos de estos últimos tiempos, parece debe agregársele, aunque acaso no se explicó muy claramente. ¿Pero qué quiere decir el que no repugnan algunos grados de entendimiento en una piedra? Para este desbarro le ví citado en buenos Autores.

5. El Edicto del Arzobispo de París suficientemente da a entender, que el partido de los Materialistas es algo numeroso; pero mucho más claramente lo expresa el del Obispo de Montalvan, a que dieron ocasión también las Conclusiones del Bachiller Prada, o Prades (este segundo pienso que es su verdadero apellido), y se lee en nuestra Gaceta de Madrid de 18 de Abril. Nótense estas palabras suyas. Hasta aquí el Infierno había vertido su veneno, por decirlo así, gota a gota. El día de hoy ya [181] son raudales de errores, y de impiedad, que tiran nada menos que a sumergir la Fe, la Religión, las Virtudes, la Iglesia, la Subordinación, las Leyes, y la Razón. En los siglos pasados se vieron nacer sectas que impugnaban algunos Dogmas; pero respetaban cierto número de otros. Estaba reservado para el nuestro el ver a la impiedad formar un sistema que los derribe todos de una vez, que ejecutase todos los vicios, y que por abrirse un camino más ancho, y más tranquilo, aparte de nosotros el temor de los tormentos eternos, no dando otro término al hombre que el sepulcro: que no pudiendo resistir a la evidencia la confesión de la existencia de Dios, no le representa sino como un ser insensible a las injurias que le hace el hombre::: que bajando al hombre a la condición de los brutos, no le atribuye más que un alma material, y le reduce a la vergonzosa necesidad de buscar siempre lo que más lisonjea su amor propio: que confundiendo todos los estados, y todas las clases, trata la subordinación de derecho bárbaro, la obediencia de debilidad, y el Principado de tiranía.

6. Esta es la Filosofía del Materialismo Universal (que ese nombre veo dan algunos modernos a esta especie de diabólica secta), y que, como dije arriba, derechamente conduce al Ateísmo, o por mejor decir en sí mismo le envuelve; pues aunque la voz Ateísta, o Ateo significa hombre que niega a Dios la existencia, equivalencia suya es negarle la providencia; y para el efecto de inducir los hombres a vivir como brutos, igual, o poco menor fuerza tiene lo uno que lo otro; pues quitado enteramente el temor de la Deidad, respecto del castigo: ¿qué freno queda al hombre para retraherle de aquellos delitos que puede, o espera ocultar a los demás hombres? Esto, y nada más sonaba el Ateísmo de Epicuro, el cual dejaba a los Idólatras contemporáneos en el respeto de sus mentidas Deidades; y a las Deidades en la posesión de sus templos, y sus cultos; mas ni el respeto, ni el culto, por el motivo del bien que podían esperar [182] de su favor, o el mal que podían temer de su enojo; sí sólo del homenaje que era justo rendir a la excelencia superior de su Divina Naturaleza.

7. Puede ser que la confesión de la existencia de la Deidad fuese en Epicuro, sea en los modernos, que con él niegan la Providencia, una simulación hipócrita, a fin de evitar, o minorar, ya el odio, ya la pena que merece la impiedad de su doctrina. En los antiguos Gentiles consta, que era muy común la tolerancia de cualquiera dogma, aunque fuese perjudicial a las costumbres, como no contradijese el culto exterior que tributaban a los Idolos. Así no inquietaban a los Pitagóricos, aunque abiertamente trataban de fabulosas las penas infernales, como nos refiere Ovidio, poniendo en la boca del mismo Pitágoras este decisivo fallo (lib. 15 Metam.):

O genus attonitum gelidae formidine mortis. ¿Quid Styga, quid tenebras, & nomina vana timetis? Materiem vatum, falsique pericula mundi?

8. Al Poeta Lucrecio tampoco le hicieron causa los Romanos, aunque descubiertamente escribió la mortalidad del alma. A Plinio el Mayor, no sólo le pasaron lo mismo; mas le miraron como personaje digno de la pública estimación. Entrambos fueron Epicuristas, y los Materialistas de estos tiempos no son otra cosa. De ese dogma procede, como secuela suya, toda la abominable doctrina, que el Señor Obispo de Montalvan expone en su edicto. Suponiendo el alma material, se sigue que es mortal. Si es mortal, no hay para ella más vida que la presente: luego tampoco, extinguida esta, la amenaza algún castigo por obrar mal, o le incita algún premio para obrar bien. Y vé aquí suelto el freno a todas las pasiones: porque ¿qué pueden temer de un Dios (en caso que le admitan) que no tiene jurisdicción alguna sobre ellos, en llegando una muerte, que los reduce al estado de la nada? Del temor de un castigo temporal [183] (sobre considerarse ésta leve cosa) los libra la experiencia de tantos facinerosos felices. Con que en caso que reconozcan la existencia de Dios, se hacen la cuenta de que es (como dice aquel Prelado) un Dios insensible, a quien, ni los obsequios obligan, ni las injurias enojan. Este es todo el sistema de los Materialistas Modernos.

9. Lo que añade Mons. de Montalvan, que los Filósofos Materialistas condenan todo Principado por tiránico, puede ser consecuencia, o conjetura, deducida de otras doctrinas suyas, no siendo verosímil que ellos lo publiquen, ni de palabra, ni por escrito; porque nadie ignora, que no hay Príncipe alguno que en sus Estados sufra tal herejía. Tomás Hobbes fue Materialista; pero bien lejos de anular el derecho de los Príncipes, le amplificaba sin límite alguno; pretendiendo que le tenían para ser obedecidos en cuanto los inspirase su capricho, sin respeto a ley, o razón alguna. Esto era consiguiente a su destinado sistema, de que no hay de hombres a hombres otro derecho alguno que el que da la superioridad de la fuerza; y así, muy contra la máxima de suponer tiranos a todos los legítimos Príncipes, cualificaba legítimos Príncipes a todos los tiranos.

10. Pero ve aquí V. S. que siendo un hecho constante que hay tales Filósofos Materialistas en el mundo, parece por otra parte difícil asentir, no sólo al hecho, mas aun a la posibilidad. Si se dijese de los Hotentotes de la Africa, de los Salvajes de la Canadá, o de los Bárbaros de la Siberia, que algunos entre ellos, y aun todos, no levantando el pensamiento a otros objetos, que a los que les presentan directamente los sentidos, imaginan que no hay en el mundo otros entes, que los que perciben por ellos, no sería muy arduo dar asenso a la noticia. Pero que en las naciones Europeas, acaso las más cultas, haya quienes excluyan del Universo toda substancia inmaterial; y en la que es pura, y meramente corpórea contemplen capacidad para sentir, pensar, discurrir, como siente, piensa, y discurre la que [184] llamamos Alma Racional, parece increíble. Aumenta la dificultad el que la opinión del Materialismo universal se supone, no sólo en gente ignorante, y ruda, mas aun en Filósofos de acreditada agudeza, cuales fueron los dos Ingleses Hobbes, y Locke. ¿Cómo estos pudieron llegar a concebir que una substancia, que es solitariamente materia, entiende, y discurre? Mas ni aun que vé, oye, huele, &c. A la materia déjesele su extensión, su divisibilidad, su impenetrabilidad, su movilidad, su blandura, u dureza, su crasicie, o tenuidad, &c. Pero todo género de conocimiento, percepción, o sensación, ¿quién no vé que es extrañísimo a la idea que tenemos de la materia? Diré a V. S. cómo se allana esta dificultad.

11. Las opiniones más extravagantes caben en dos especies de entendimientos colocados en extremos muy distantes: en los muy torpes, y en los nimiamente agudos. En los primeros, porque no perciben los argumentos, que demuestran la falsedad de ellas; en los segundos, porque siendo las facultades absolutamente invencibles, temerariamente presumen superarlas. La razón humana, considerada en diferentes individuos, tiene los tres estados de la fruta: en unos es verde, en otros madura, en otros pasada. O no se llame esta última pasada, sino propasada: la de en medio está en el temple debido: la primera no llega a esa raya; y la tercera, no acertando a fijarse en ella, se arroja adonde el salto es precipicio. Esto se verifica principalmente en los heresiarcas. Fueron principiantes en los estudios, como los demás que se aplican a las letras. Eran entonces fruta verde. Llegaron a imponerse en la doctrina sana: fruta madura. Quisieron pasar adelante: fruta pasada. En estas dos extremidades opuestas fructifican las semillas de los errores.

12. Otra dificultad ocurre en orden a los Filósofos Materialistas, que también pide explicación. Vaya que hayan llegado algunos hombres a dar asenso a una opinión tan monstruosa; porque finalmente no hay delirio de [185] que no sea capaz la imperfección del humano entendimiento. ¿Pero qué motivo pueden tener para proferirlo hacia fuera? De los dos edictos de los señores Arzobispo de París, y Obispo de Montalvan se colige, que son muchos los que han dado a conocer que están en tan erróneo dictamen. Creo que no en todos interviene el mismo motivo, sino diverso en distintos sujetos. En algunos procederá de una intemperancia genial, que los impele a hablar todo lo que piensan; gente en quien hay un camino tan resbaladizo de la imaginación a la lengua, que al más leve descuido se precipitan por él las especies. En otros, la ambición de adquirir con opiniones extravagantes la fama de ingeniosos; como que el pensar al revés de los demás hombres pende de discurrir más altamente que todos ellos. Otros, llevando su ambición por muy diferente rumbo, pensarán en extender su opinión; de modo, que llegando a hacer un gran número de sectarios, formen con ellos una conspiración, o liga, dirigida a fabricarse una alta fortuna, como se cuenta del Caballero Borri, que intentaba con la expansión de sus errores hacerse dueño del Estado de Milán (Véase el Teatro Crítico, Tom. III, Discurso II, núm. 37).

13. Pero hablando especialmente del error del Materialismo Universal, u otro cualquiera que envuelva, o conduzca derechamente al Ateísmo, en los que procuran extenderle juzgo que interviene comúnmente otro motivo más oculto, u digámoslo así, misterioso. Y para explicarle;

14. Supongo que no hay hombre alguno, que (a no estar enteramente loco, o fatuo) de asenso firme a alguno de estos impíos dogmas, que sueltan la rienda a todas las pasiones humanas, v.gr. el que afirma que nuestra alma es mortal (consecuencia forzosa del Materialismo universal): el que niega a Dios la existencia, o la providencia: el que sólo destina al pecado grave una pena temporal; a que se puede añadir el que extingue enteramente la libertad, poniendo las acciones humanas [186] como efectos inevitables de una necesidad fatal; y el que niega a esas mismas acciones toda moralidad, que las constituye buenas, o malas; digo que ninguno, no siendo demente, o insensato, dará asenso firme, y resuelto a alguno de esos errores. Podrá dudar, podrá opinar, podrá titubear; pero asentir con firmeza es imposible: porque mil consideraciones obvias le estorban el paso para llegar a ese término. Nunca podrá borrar enteramente los vestigios de la doctrina en que le han educado; y esos vestigios, estampados en la memoria, creo habrán de conturbarle, ya que no sean capaces de detenerle. La mayor, y mejor parte del género humano, que vé contra sí, no puede menos de ocasionarle muchos recelos, mayormente viendo entre esa multitud algunos a quienes reconoce dotados de un buen entendimiento. El riesgo de errar en una materia de la suprema importancia, que no puede dejar de presentársele muchas veces, le inducirá a cada paso más, y más cavilaciones, que encontrándose unas con otras, no le permitirán firmar el pie en cosa alguna. Últimamente, y sobre todo, aquella comparación espantosa de lo que va a ganar, si acierta, con lo que aventura, si yerra; esto es, en lo primero el lograr por pocos años aquellos míseros, y harto inciertos deleites a que le inclinan sus pasiones; y en lo segundo, el padecer horribles tormentos por todos los siglos de los siglos: esta espantosa comparación, digo, que equivale a la más rigurosa demostración matemática, para persuadir la fuga del precipicio a cualquiera a quien se presenta, ¿permitirá a su discurso algún reposo? Parece que no puede ser.

15. Pues con todo pretenden estos voluntarios ciegos hallar contra sus inevitables inquietudes un remedio, que puedo llamar, o narcótico, o soporífero; porque el beneficio, que esperan de él, es el que los adormezca; de modo, que la amenaza del daño no perturbe su sosiego. ¿Y qué remedio es este? Extender, si es posible, por todo el mundo su error, porque presenten, que cuando [187] llegue el caso de tener a la multitud de su parte, fácilmente convendrán en que no es error, sino verdad aquello en que concuerda la multitud; siéndole entonces muy natural la reflexión de que los argumentos, que a tanto mundo persuadieron, v.gr. la no existencia de Dios, no pueden dejar de ser bien fuertes, aunque antes estuviese poco satisfecho de su eficacia.

16. Este es el motivo oculto, que yo discurro en esta gente perdida, que no oculta su impiedad. Y es verosímil, que él mismo indujese a sus peregrinaciones antiapostólicas al famoso Ateísta Lucilio Vanini, que por tal fue quemado en Tolosa de Francia el año de 1609, después de vaguear por Italia, Alemania, Holanda, Flandes, Inglaterra, y parte de la Francia, a fin de hacer muchos prosélitos de su impiedad. Aunque juzgó poco verosímil lo que él declaró a los Jueces, de que a un mismo tiempo habían salido de Nápoles con él otros once, y esparcídose por varias tierras con el mismo designio; si ello hubiese sido así, con toda propiedad se podrían llamar aquellos doce el Apostolado de Satanás. He ejecutado lo que V. S. se sirvió de ordenarme, y estoy pronto a obedecer con igual puntualidad otro cualquiera precepto de V. S. a quien guarde nuestro Señor, &c.