Tormento material que padecen las Almas en el Purgatorio (original) (raw)
1. Muy Señor mío: En consecuencia de lo que a Vmd. ofrecí el correo pasado, prosigo en responder ahora a la consulta, que vino por su mano. Y lo primero a si las Almas, que están en el Purgatorio, padecen, o no pena de daño, respondo que sí, aunque infinitamente menor, que las que padecen las que están en el Infierno. Que padecen alguna pena de daño es innegable, pues carecen de la visión beatífica, y esta carencia no puede menos de serles muy sensible; porque ¿cómo puede menos de sentirse la ausencia de el Sumo Bien, a quien tiernísimamente aman? Pero este sentimiento está acompañado de la dulcísima esperanza de gozarle por toda la eternidad, acabado el tiempo de la [73] expiación de sus culpas, lo que templa mucho la amargura de aquella pena, como al contrario la agrava infinito en los condenados la absoluta desesperación de lograr jamás algún alivio.
2. Lo segundo en orden a si puede la Alma racional, siendo puro espíritu, padecer el dolor del fuego, y cómo; digo, que en la explicación del modo están los Teólogos divididos. La sentencia más común recurre a que Dios sobrenaturalmente eleva el fuego material, para que pueda hacerle perceptible, o doloroso al espíritu: así como en el Sacramento del Bautismo eleva a la agua elemental a producir la gracia santificante. Pero los Escotistas siguiendo a su Doctor sutil asientan, que el Alma siente el fuego material, substituyendo por él la vivísima aprehensión, que Dios le imprime, de que está ardiendo en él, representándosele de ese modo presencial a su mente. Pero yo, dejando estas dos opiniones en la probabilidad, que no se les puede negar, creo se puede superar la dificultad por otro camino más filosófico, que los dos expresados. Para cuyo efecto supongo, que el Alma racional en el estado de la unión al cuerpo padece, y siente todas las impresiones dolorosas, que ejercen los objetos materiales en los órganos corpóreos. Pongo por ejemplo, quema el fuego cualquiera parte del cuerpo, o hiere la punta de un yerro. ¿Quién siente el fuego, y la herida? El que no es Filósofo, o lo es sólo en la apariencia dirá, que el miembro corpóreo herido, o abrasado es el que lo siente, y padece; pero el verdadero Filósofo debe decir, que quien siente, y padece en estos casos es el Alma, pues aunque sea verdad que este todo compuesto de espíritu y materia siente el fuego, y la herida, también es verdad, que esa sensibilidad le proviene únicamente de la Alma: La razón es clara, porque la materia por sí misma no es, ni puede ser sensitiva. El que supone la materia por sí misma capaz de sentir, no tendrá con qué impugnar a los Filósofos materialistas, (abominable Secta, que derechamente conduce al Ateísmo) que pretenden también hacerla capaz de pensar, [74] y entender, porque tan ajeno, o casi tanto lo es del concepto de la materia uno, como otro.
3. Siendo lo dicho tan cierto, con todo es absolutamente inexplicable esta resultancia de las afecciones, o plácidas, o dolorosas del Alma, en correspondencia de las alteraciones, o favorables o contrarias a la disposición corpórea, como lo es asimismo la unión de lo que es puro espíritu con lo que es cuerpo, o materia. O en caso que ésta no sea absolutamente inexplicable, es a lo menos tan difícil la explicación, que los Filósofos más agudos, que ha habido hasta ahora, se han considerado sin fuerzas para tan ardua empresa; por lo que algunos han recurrido a que este comercio de afectos, y pasiones, que hay entre cuerpo, y alma, no es consecuencia natural de la unión de estas dos substancias, sino efecto de la mera voluntad del Criador, que libremente ha determinado que de tal, o tal alteración, o impresión, que hacen los objetos externos en los órganos corpóreos, resulte en el Alma tal, o cual afección, ya grata, ya dolorífera: pero que sea de este modo, que de otro, debe quedar siempre constante, que el fuego (lo propio digo de otro cualquiera agente dolorífero) puede dividir, puede romper, puede reducir a cenizas, o de otro modo destruir el cuerpo, mas no hacer que éste por sí pueda sentirlo; al contrario, se hace sentir al Alma sin destruir en algún modo su ser. El cuerpo se destroza sin sentir cosa alguna. El Alma siente sin padecer alguna alteración, o disminución en su ser.
4. Pues ahora, señor mío, de la doctrina propuesta hago escalón, como la Alma puede en el Purgatorio, o en el Infierno sentir la pena del fuego. Para lo cual supongo, que Dios por su Omnipotencia puede poner en el fuego una íntima presencialidad respecto de la Alma, que equivalga por algunos efectos a la unión de la Alma con el cuerpo humano, debajo de la misma voluntaria ley, de que esta presencialidad resulte en el Alma la sensación, o percepción dolorosa del fuego: y realmente [75] los Filósofos, que consideran totalmente inexplicable la unión del Alma con el cuerpo, no se atreven a entender en dicha unión otra cosa, que la insinuada íntima presencialidad del cuerpo respecto de la Alma.
Esto es lo que puedo decir en la materia, y aunque pudiera extenderme algo más en símiles, o raciocinios Filosóficos, ya no lo consiente mi cabeza, que no es capaz, sino de un levísimo trabajo. Pero es capaz mi voluntad de servir con afecto a Vmd. en cuanto alcancen mis fuerzas. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años.