Fallece Gustavo Bueno / 7 agosto 2016 (original) (raw)
Ante el fallecimiento de
Santo Domingo de la Calzada 1 septiembre 1924 / Niembro 7 agosto 2016
El domingo 7 de agosto de 2016, a las 12 del mediodía, murió Gustavo Bueno en Niembro. Selección de comentarios y noticias ante el fallecimiento del filósofo español creador principal del sistema conocido como “materialismo filosófico”:
→ No se recopilan aquí los textos sobre Bueno publicados en El Catoblepas (nº 174, agosto 2016).
Gustavo Bueno el lunes 18 de julio de 2016 en Niembro: fotografía realizada por Lino Camprubí y enviada a los participantes en el XIII Curso de Filosofía en Santo Domingo de la Calzada, inaugurado ese día sin su presencia.
Sus Majestades los Reyes de España
Telegrama de pesar y condolencias
domingo 7 de agosto de 2016 16:20
Señor Don Gustavo Bueno Sánchez. Fundación Gustavo Bueno
De sus Majestades los Reyes
Hemos recibido con tristeza la noticia del fallecimiento de su padre y deseamos manifestarle, junto a sus familiares, amigos y discípulos, nuestro pesar y nuestras condolencias por tan dolorosa pérdida.
Guardaremos siempre el recuerdo de un gran pensador y referente indudable del pensamiento filosófico contemporáneo español.
Con todo afecto,
Felipe R. Letizia R.
Pedro Insua
Gustavo Bueno, 'praeceptor et excitator Hispaniae'
Libertad Digital · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
Bueno deja, y más que deja ofrece, una obra muy singular, que no por clásica deja de ser sui generis.
«Gustavo Bueno. La vuelta a la caverna», versión Imprescindibles de TVE2 (59 minutos)
«Gustavo Bueno. La vuelta a la caverna», versión completa (1 hora 17 minutos)
Si no hubieras criado, oh padre Febo, a Platón en la Grecia, ¿quién hubiera sanado con las letras los males y las dolencias de los hombres? Pues como fue Esculapio médico de los cuerpos, curó Platón las almas inmortales.
Este epitafio fue el que inspiró a Diógenes Laercio la muerte del “divino” Platón, habiendo transcurrido –Diógenes Laercio lo escribe hacia el siglo II de.C–, unos 500 años tras la muerte del fundador y escoliarca de la Academia, siendo así que el valor de los clásicos se mide por siglos.
Pues bien, este domingo ha fallecido en el pequeño pueblo asturiano de Niembro una personalidad cuya titánica obra, de un alcance comparable a la platónica, sin duda inspirará más de un epitafio dentro de 500 años, 1.000 o incluso dentro de 2.500 (que son los transcurridos desde la muerte de Platón) porque así lo merece, merece tal reconocimiento de clásico, este gigante de la filosofía que ha sido, y sigue siendo, Gustavo Bueno Martínez.
Así es que hoy, 7 de agosto de 2016, ha fallecido Gustavo Bueno.
Este es el hecho rotundo, irreversible y que Bueno interpreta –porque sí, Bueno ha interpretado su propia muerte, tal era su voracidad analítica, y así lo hizo en cierta ocasión en la que celebrábamos su 80 aniversario–, como la necesidad de “dejar sitio”. Dejar sitio a los que vienen detrás (a los hijos, y a los hijos de los hijos), con esta humildad y generosidad habló en aquella ocasión de la muerte, y también de la suya –sobre todo de la suya–, que tendría que sobrevenir, sencillamente, por razones ecológicas y genealógicas. Las nuevas generaciones son la razón de la muerte de las anteriores. Es decir, los hijos, producto del amor de los padres, son los que propician la muerte de esos mismos padres. Amor y muerte van completamente asociadas, y he aquí un caso ejemplar, la muerte de Bueno, producida apenas dos días después de la de su esposa, la entrañable Carmen Sánchez.
Pero además de dejar sitio, Bueno deja, y más que deja ofrece, una obra muy singular, que no por clásica deja de ser sui generis. No es la obra de un erudito, aunque supone una extraordinaria erudición (recuerdo que una vez, en la Biblioteca Nacional, Gabriel Albiac presentó a Bueno como "el hombre que había leído todos los libros"), no es tampoco la de un intérprete, que es capaz de reexponer con más o menos fortuna tal o cual doctrina (aunque Bueno era un verdadero virtuoso de la interpretación), no es, por supuesto, la de un intelectual (concepto por el que sentía especial rechazo por lo que tiene de pretencioso), ni tampoco la de un escritor que busque el lucimiento literario (es muy difícil extraer citas de las obras de Bueno a modo de aforismo ornamental). Es la obra, más bien, de un compositor, que ha levantado todo un cuerpo de doctrina, que él dio a conocer como “materialismo filosófico”, que solo se puede medir con, escasamente, nueve o diez sistemas filosóficos, con un rango parejo en cuanto a su amplitud y desarrollo, desde que hace 25 siglos Platón institucionalizó esta disciplina con la creación de la Academia. Digamos que hay a lo sumo como una docena de, por decirlo con Galileo, “sistemas máximos” filosóficos (platonismo, aristotelismo, tomismo, cartesianismo, empirismo, kantismo, idealismo, vitalismo, marxismo, positivismo, fenomenología, neopositivismo), y uno de ellos, escrito íntegramente en español, es el que nos ha legado Gustavo Bueno Martínez.
Y es que decía Unamuno, hablando de la filosofía española y de su dispersión asistemática:
Pero yo creo más bien que nuestra filosofía, la que anda difusa y esparcida en nuestra literatura y no en obras estrictamente filosóficas, está por formular; yo creo que nuestro realismo, lo que yo llamaría con una expresión que a muchos parecerá paradójica, nuestro espiritualismo materialista, esto de tomar el espíritu a lo material, no ha encontrado aún quien lo sistematice. (Unamuno, Andanzas y visiones españolas, ed. Austral, p. 97).
Pues bien, ya ha encontrado quien lo ha sistematizado, en una labor en la que convergen, por la propia estructura dialéctica de la filosofía, el resto de “sistemas máximos” que allí encuentran acogimiento en tanto que sistemas rivales con los que entrar en confrontación polémica (particularmente, quizás, sobre todo, frente al mentalismo idealista de corte anglosajón y al espiritualismo idealista germánico).
Por ello ha podido, en torno a ese sistema, cristalizar una escuela filosófica, así se le ha llamado también clásicamente a lo que representa la Fundación Gustavo Bueno, que ha sabido aglutinar, a través de la gigantesca e inteligentísima labor de Gustavo Bueno Sánchez –hijo mayor de Bueno-, un discipulado cuya capacidad y solvencia a la vista está, a poco que el curioso se asome a las páginas de la Fundación, si tenemos en cuenta la ingente cantidad de material, literario y audiovisual, producido por dicha escuela en los últimos años con Bueno como escoliarca.
Una obra, por otro lado (como envés práctico del haz doctrinal), que tiene mucho también de medicinal, curativo, terapéutico si se quiere –el padre de Bueno era médico–, si (sobre)entendiéramos que la filosofía, por lo menos esta filosofía, es al entendimiento lo que la medicina al cuerpo.
En este sentido la labor de Bueno, verdaderamente social, relativa a su combate, ya personal, en tanto que ciudadano español, frente a esas nebulosas ideológicas y mitos de todo tipo que nos envuelven (Democracia, Ciencia, Europa, Cultura, Izquierda, Derecha, Felicidad, etc.), ha sido como la de un médico ante un cuerpo infectado de virus y bacterias nocivas. Bueno ha tenido la lucidez y el coraje suficientes para alertar, avisar, y ponernos en guardia, a quien le quisiera oír, ante una masa que nos rodea, verdaderamente viscosa, de nociones erráticas, oscuras, engañosas, cuando no falsarias, tratando de poner un correctivo, orden y un sano entendimiento frente a ese caos de opiniones, esa diafonía ton doxon, envolvente.
En definitiva, podríamos decir de Bueno, y con más razón creemos, aquello que dijo el romanista Ernst Robert Curtius cuando calificó a Unamuno de “praeceptor” y “excitator Hispaniae”, es decir, maestro y aguijoneador de España.
Así, y ya terminamos:
Si no hubieras criado, oh padre Febo, a Bueno en la España, ¿quién hubiera sanado con las letras los males y las dolencias de los hombres? Pues como fue Esculapio médico de los cuerpos, curó Bueno, el divino Gustavo Bueno, las almas inmortales.
Iván Vélez
Gustavo Bueno, nuestro mayor filósofo
Libertad Digital · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
Dos días después del fallecimiento de su esposa, Bueno nos abandonó dejándonos una irrepetible trayectoria y muchas y muy fértiles vías de trabajo.
A punto de cumplir 92 años, falleció en su casa de Niembro Gustavo Bueno, sin duda el mayor filósofo que haya desarrollado su obra en español. Fundador y principal autor del materialismo filosófico, Bueno construyó un sistema capaz de integrar y reinterpretar elementos propios del marxismo o de la escolástica hasta lograr poner en pie una obra monumental objeto de estudio de la llamada Escuela de Oviedo que ya ha desbordado las fronteras españolas, pues en la mexicana ciudad de León (Guanajuato) está a punto de inaugurarse un centro de estudios basado en su vasto legado.
Trabajador incansable, hombre generoso y accesible, Bueno, al igual que Platón, no distinguió entre temas mayores y menores, entre escenarios solemnes y humildes ambientes. Por ello, no hay aspecto de la realidad que no haya sido objeto de su estudio y análisis a lo largo de una larga y lúcida vida atravesada por profundos cambios políticos, ideológicos y tecnológicos. Este mismo año, Bueno había publicado un libro, titulado El Ego trascendental, que constituye una de sus más acabadas obras, un libro que deberá ir ligado a su persona del mismo modo que lo estuvieron aquellos Ensayos materialistas, menos leídos de lo que debieran, que a menudo acompañaron su nombre antes de que el riojano acometiera la demolición, alimentado por la impiedad propia de un hombre de su temple, de los principales mitos que dominan nuestro presente. Así lo hizo en su libro El mito de la Cultura, en el que se atrevió a demoler tan poderoso mito del presente.
El autor de la teoría del cierre categorial, definido como ateo católico, también construyó una filosofía materialista de la religión, expuesta en El animal divino, que queda resumida en esta audaz frase: “El hombre hizo a los dioses a imagen y semejanza de los animales”.
Tras ser apartado de sus clases universitarias, Bueno continuó su magisterio por otras vías, ya acudiendo a los diversos foros en los que su presencia era requerida, ya a través de la fundación que lleva su nombre, mantenida gracias al enorme trabajo de su hijo, Gustavo Bueno Sánchez, impulsor del Proyecto de Filosofía en Español, que hoy constituye la mayor fuente documental de la filosofía en nuestro idioma.
Repasar la obra de Bueno de una forma tan morosa como la que ofrece el espacio de un breve artículo periodístico es un vano propósito, razón por la cual no podemos sino aludir fugazmente a varios de los aspectos principales de la misma. Destacaremos la serie de mitos que el filósofo español sometió a su crítica. Por el fino tamiz –crítica procede de criba, como le gustaba recordar– manejado por Bueno pasaron derechas e izquierdas políticas, pero también el fundamentalismo científico que aspira a convertirse en un nuevo credo que dé cumplimiento al imposible fin de la Historia mil veces anunciado.
Hombre comprometido con su tiempo, Bueno no rehuyó la batalla política. Si durante el franquismo, desarrollado sobre el trasfondo de la Guerra Fría, se mantuvo crítico e independiente, lejos de las interesadas alternativas que confeccionaron la actual España autonómica, marcada por las más provincianas señas de identidad y los intereses sectarios, Bueno no bajó la guardia a la hora defender a la Nación frente a sus muchos enemigos en el tiempo abierto tras la muerte de Franco. España frente a Europa constituye un verdadero arsenal argumentativo en favor de un pasado, el imperial, que sirvió para construir una de las partes formales del mundo, la Hispanidad, pero también para defender a España de sus muchos hijos enfermos, los mismos que comenzaron a atacar al calceatense del modo más grosero.
Dos días después del fallecimiento de su esposa, Bueno nos abandonó dejándonos una irrepetible trayectoria y muchas y muy fértiles vías de trabajo. Los que tuvimos la inmensa fortuna de conocer en persona a don Gustavo, es el caso de quien firma este texto, nunca olvidaremos al hombre que hoy nos ha dejado en aquel mismo lugar al que unos jóvenes, conmovidos por sus obras, nos acercamos hace dos décadas para conocer al filósofo. Hasta siempre, maestro.
Iván Vélez, editor de Gustavo Bueno: 60 visiones sobre su obra.
Jesús Laínz
El sabio bueno
Libertad Digital · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
No es fácil encontrar una persona capaz de tratar de asuntos filosóficos o teológicos con la solidez y profundidad de este ateo por la gracia de Dios.
El destino no pudo darle apellido más apropiado. Porque, por encima de cualquier otro adjetivo que se quiera emplear para definir a Gustavo Bueno Martínez, siempre descollará el hecho de que fue un hombre bueno.
Mucho se ha escrito, y mucho se va a escribir estos días, sobre una ingente obra filosófica desplegada a lo largo de más de medio siglo. Pero, dada la mayor autoridad de quienes lo vayan a hacer, entre ellos sus discípulos directos, yo prefiero quedarme con la persona más que con el filósofo. Porque si su cabeza fue portentosa, su corazón fue mejor.
Tuve la suerte de conocer a Gustavo Bueno a finales de 2004, cuando me honró con el privilegio de presentar mi primer libro en la sala de conferencias de La Nueva España de Oviedo. Autor primerizo y ávido lector de su España frente a Europa y otras obras sobre los problemas políticos contemporáneos (Telebasura y democracia, El mito de la izquierda), he de confesar mis nervios cuando le estreché la mano por primera vez en el café previo a la conferencia. Pero él me recibió con la más franca de las sonrisas y las más amables de las palabras. Y jamás abandonó esa sonrisa y esa amabilidad en las muchas ocasiones en las que, desde entonces, tuve la suerte de compartir con él estrado, tribuna, reunión, sobremesa y paseo.
Cada conversación con Gustavo Bueno era una lección magistral y una fiesta. Porque a sus conocimientos enciclopédicos sobre cualquier tema que surgiese, y a su claridad expositiva, los salpimentaba con comentarios jocosos para amenizar su enérgico discurso. Todos los que alguna vez fueron su público saben de su vehemencia, de su entrega, de la sinceridad de unas palabras que le hacían sudar en el estrado y a las que jamás filtró para quedar bien con nadie. Por eso, cuando le pareció insoportable la mentecatez de un presidente del gobierno de infausto recuerdo, tuvo la paciencia de denunciarlo dedicándole todo un libro. O cuando, ante la cristofobia universal, y a pesar de su pensamiento materialista, defendió en cien palestras el insustituible valor del catolicismo en el mundo actual. O cuando, constatando la imposibilidad creciente de razonar y dialogar en un mundo alérgico al conocimiento, al raciocinio y a la fundamentación de las opiniones, se preguntó si quizás habría que concluir que el único camino posible hacia un régimen político justo sería romper las urnas.
No es fácil encontrar una persona capaz de tratar de asuntos filosóficos, teológicos, históricos o musicales con la solidez y profundidad de Gustavo Bueno, ateo por la gracia de Dios, filósofo todoterreno y pianista en la intimidad. Y menos aún si todo ello lo hacía con simpatía y con una total ausencia de soberbia que se reflejaba en el respeto con el que escuchaba las opiniones del más humilde de sus interlocutores. Porque el mundo está lleno de idiotas ilustrados a los que cada libro que leen sólo les sirve para ahondar en su idiotez y para levantar la nariz marcando distancias con los pobres mortales que no han llegado a su altura. Semejante actitud siempre fue inimaginable en ese sabio de verdad, ese sabio bondadoso que se llamó Gustavo Bueno. Todos los que lo trataron lo saben.
Si el destino le impuso un apellido calificativo, también el destino ha querido que nos haya dicho adiós tan solo dos días después de haberse despedido de su amada esposa Carmen. Una larga vida juntos de la que también se han ido juntos.
Si Dios existe, seguro que ha sentado al bueno de Bueno a su diestra para pasar una eternidad discutiendo con él de mil asuntos filosóficos. Incluido el de la existencia de Dios.
en asturias
J. R. Agencias
Fallece el filósofo Gustavo Bueno a los 91 años, dos días después de que falleciera su mujer
El Español · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
El filósofo murió en la localidad asturiana de Niembro, donde residía. La ceremonia de despedida será el lunes a las 17.00 horas.
El filósofo riojano Gustavo Bueno Martínez ha fallecido hoy a los 91 años en la localidad asturiana de Niembro, donde contaba con una residencia, y tan sólo dos días después de la muerte de su esposa, Carmen Sánchez Revilla, según ha informado la fundación que lleva su nombre.
La capilla ardiente familiar estará abierta desde las 18:00 horas de hoy en su casa de Niembro y mañana se abrirá al público otra en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada, del que era natural el filósofo, y donde el lunes se celebrará una ceremonia de despedida a las 17:00 horas. Posteriormente el cadáver de Bueno será enterrado en el cementerio de Santo Domingo de la Calzada.
Bueno se licenció en Filosofía y consiguió en 1965 la Cátedra de Filosofía de la Universidad de Oviedo para convertirse en las décadas posteriores en uno de los catedráticos más polémicos.
Su primera obra fue El papel de la Filosofía en el conjunto del Saber escrita en 1970, y es autor también de libros como Etnología y Utopía (1971); Ensayos Materialistas(1972); Ensayo sobre las categorías de la Economía Política (1972); La Metafísica Presocrática (1974) e Idea de Ciencia desde la Teoría del cierre Categorial (1976).
En 1985 publicó El animal divino. Ensayo de una teoría Materialista de la religión, fruto de treinta años de reflexión, y en 1988 el Ministerio de Educación y Ciencia prohibió su obra Symploke, destinada a servir de libro de texto para alumnos de BUP y autorizado finalmente tras una larga polémica.
Desde 1978 hasta 1984 dirigió la revista El Basilisco, una de las publicaciones de temas de pensamiento más prestigiosa de España.
Polémica jubilación
En octubre de 1998 tuvo lugar su polémica jubilación de la Universidad de Oviedo, apartado de la docencia al ser nombrado profesor emérito honorario de la institución académica.
A la huelga de los alumnos que provocó su jubilación se sumaron las declaraciones de Bueno, quien afirmó que la razón de la medida residía en las diferencias ideológicas que mantenía con el decano de la Facultad de Filosofía, Alfonso García Suárez.
En 1995 publicó junto a Amando de Miguel, Javier Sádaba, Gabriel Albiac y Gonzalo Puente Ojea el volumen titulado La influencia de la religión en la sociedad española y, dos años después, presentó su obra El Mito de la Cultura, con el que en noviembre del mismo año llegó a la final del Premio Nacional de Ensayo.
En 2000 publicó España frente a Europa, en el que el proceso de unión europea era cuestionado por el filósofo, para quien no es más que una invención. Ese año también salió a la luz el ensayo Televisión: apariencia y verdad, donde Bueno declaró que trazaba un primer ensayo de análisis general de las ideas de apariencia y verdad, tal como ellas se abren camino en la pantalla de televisión.
Bueno reflexionó acerca de la telebasura en su obra Telebasura y democracia (2002) y publicó un artículo sobre el programa Gran Hermano.
Mitos de izquierda y derecha
En marzo de 2003 presentó su libro El mito de la izquierda, y en 2008, el titulado El mito de la derecha, momento en el que sostenía que la distinción entre ambas había desaparecido.
En 2006 publicaba Zapatero y el pensamiento Alicia, un libro crítico con el expresidente del Gobierno, y un año más tarde vio la luz su ensayo La fe del ateo, sobre las “verdades del enfrentamiento de la Iglesia con el Gobierno socialista”.
Finalista del premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1989 y 1990, en dicho ejercicio se le concedió la Medalla de Asturias de Plata y cinco años después fue nombrado Hijo Adoptivo de la Ciudad de Oviedo.
Entre otros galardones, en marzo de 2003 se le concedió el galardón Riojanos del Mundo en la categoría de Letras por dedicar su vida a la defensa de la filosofía académica, la singularidad de su pensamiento y su extraordinaria trayectoria.
Desde 1997 dirigía la fundación que lleva su nombre.
hablando sobre españa
Mariano Gasparet
“Para mandar hace falta gente de látigo. Dices eso y te llaman fascista”
El Español · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
El filósofo riojano ha muerto este domingo a los 91 años. EL ESPAÑOL charló con él a finales de noviembre de 2015.
El filósofo riojano Gustavo Bueno Martínez ha muerto este domingo a los 91 años en la localidad asturiana de Niembro. En noviembre del año pasado, Bueno conversó con este diario en la que fue una de sus últimas entrevistas.
Con preguntas de Mariano Gasparet y fotografías de Moeh Atitar, el filósofo definía a Pedro Sánchez como “sicofante”, a Pablo Iglesias como “demagogo” y a Rivera como “ajedrecista”. También hacía hincapié en la necesidad de "una Historia de España interpretativa, no meramente descriptiva"
Reproducimos de forma íntegra la entrevista publicada el domingo 29 de noviembre de 2015.
Al filósofo Gustavo Bueno lo estudiamos en la Universidad y lo disfrutamos polemizando en los platós, cuando su nombre era sinónimo de crítica y refutación. Volteó las construcciones habituales sobre el papel de la televisión, la democracia, la izquierda, la derecha, la cultura… Conversar con él resulta un poco intimidante porque cuestiona cada concepto y porque su cultura y su memoria resultan arrolladoras.
¿Los atentados de París y la lucha contra el yihadismo ponen en valor el choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington?
Sí, cuando la categoría de valores de referencia (religiosos, estéticos, políticos, económicos…) sean incompatibles.
¿Son incompatibles el islam y los valores occidentales, como decía Oriana Fallaci?
Habría que precisar la categoría de valores a la que nos referimos. Si nos referimos a valores religiosos, la incompatibilidad es total; y eran los sarracenos quienes llamaban blasfemos a los cristianos porque defendían el dogma de la Trinidad y el dogma de la Encarnación.
¿Qué se puede hacer frente al yihadismo, cuál debe ser el papel de España en esta guerra?
Muchas cosas, salvo mantener, en nombre de la paz, las conocidas posiciones de “neutralidad empática” incluso cuando los yihadistas cruzan nuestras fronteras para asesinarnos.
¿Más allá del fanatismo integrista asistimos a un conflicto entre la barbarie y la civilización?
Salvajismo, barbarie y civilización, las tres fases de Tylor y Morgan funcionaron muy bien hasta el estructuralismo. Desapareció por aquello de que salvaje era quien llamaba a otro salvaje, quedó eliminado de la perspectiva antropológica y no se sustituyó con nada; bueno, con los Derechos Humanos, que es la salvación de todo, pero como nadie sabe lo que es la humanidad… Esta es la clave de todo. ¿Pero qué es el hombre? Es que remueven todos los conceptos, y así no se puede trabajar.
Se apela a la humanidad ante la necesidad de identificar un sujeto colectivo
La humanidad es un concepto antropológico: la madre del cordero es el Homo sapiens sapiens de Linneo. Los de Atapuerca dicen que han encontrado ahora al hombre antecesor: pero si es antecesor… no es hombre y, sin embargo, siguen con el asunto. Ahora dividen entre hombre arcaico (hasta el cromañón) y el hombre moderno (el propio cromañón). Linneo dice que al Homo sapiens lo definió el oráculo de Delfos cuando dijo aquello de conócete a ti mismo, de tal modo que el Homo sapiens es el que tiene conciencia de sí mismo. Es algo completamente ridículo; ¡pues claro que el hombre reflexiona sobre sí mismo! Esto ya te pone en la línea de Pierre Teilhard de Chardin y del punto omega de Frank Tipler.
Por eso prefiere usted decir que el hombre es un animal que come pan
Claro, esa es la definición que dio Hesiodo. Juan Luis Arsuaga me preguntó qué definición del hombre me gustaba más y le dije que esta de Hesiodo, que ya encierra un concepto positivo, supone la agricultura, el ingenio, la evolución, aunque tampoco define al hombre porque excluye a los pueblos que no tienen trigo, como los americanos, ni tienen vino, y por tanto no podían ser cristianos porque el dogma principal del cristianismo es el de la consagración del pan y el vino.
Hay definiciones que tienen éxito por la lírica, que es una filosofía sin sistema
Una filosofía sin sistema no es una filosofía. Cuando iban a retirar la filosofía del plan de estudios los profesores salían a protestar con pancartas porque, según decían, sin la filosofía no se podía pensar. ¡Pero cómo que no se puede pensar sin la filosofía! Además, si ahora todo el mundo tiene su filosofía, si la filosofía está disuelta por todo el mundo, está muerta. Un hostelero sevillano decía que su filosofía era jamón, jamón y jamón. El hombre no sabía que el intríngulis estaba en que no admitía a los musulmanes; eso ya es una filosofía de la historia y de la antropología. Lo que pasa es que el hombre sólo reparaba en el negocio, que es lo mismo que le pasa a Artur Mas.
¿Qué opina usted de Artur Mas?
Yo le veo como a un tipo rudo: si le acercas el oído al cerebro sólo oyes ruidos. Sólo hay que ver la pinta que tiene, el modo de mirar, el modo de sonreír. Su horizonte es de un comerciante de paños.
Bueno Mas, ha sido votado… aunque cada vez menos
Sí, y dice que es demócrata porque defiende el derecho a decidir. ¿Pero qué es eso; qué entiende usted por democracia? ¿Quién le ha dado ese derecho? Nadie sabe lo que es la democracia. Cuando lo preguntas, desde Jefferson hasta Pablo Iglesias, como mucho, en un alarde histórico, te hablan de Pericles. ¡Pero si Pericles no era demócrata, si era representante de una oligarquía de esclavistas! Por eso Platón y Aristóteles la desprestigiaron. Decir que la democracia es el gobierno del pueblo no soluciona nada: ¿qué es el pueblo? ¿la mayoría, aunque sea por un voto o dos votos? No tiene justificación.
Bueno el sentido aritmético es lo que permite a Artur Mas y el bloque soberanista arrogarse legitimidad para declarar la independencia
Eso es rudísimo. Yo me acuerdo de Lenin cuando decía que las ideas abstractas, cuando son verdaderas, nos acercan a la realidad.
Con Artur Mas pasa como con Pablo Iglesias: esta gente desconoce la historia y cree en el hombre, pero el hombre es un concepto abstracto
¿Y cómo es posible que una persona que usted ve tan ruda haya convencido a tanta gente?
Ese es el problema, que la gente que le escucha es como él. Es lo que pasa con Pablo Iglesias. Esta gente desconoce la historia, y cree en el hombre, pero el hombre es un concepto abstracto. Si Mas dice que la democracia es la expresión de un pueblo, que es la asamblea de ciudadanos, pues hace referencia a una escala de siglos. Pero en la época de la Iliada ya había escultura, juegos olímpicos, ciudad Estado: lo que llamamos democracia es un proceso de milenios hasta llegar al primer milenio antes de Cristo.
¿Cataluña es una nación?
Es que nación es un concepto muy diverso; por tanto, hablar de nación no tiene sentido. La primera acepción es un concepto zoológico, el lugar donde nace el individuo o sus partes. Al nacimiento de las mamas y del pubis se les llama nación; el caballo que ha nacido de una yegua, esa es su nación; el natium dentum, las encías en el niño. Luego están los conceptos sociológicos y políticos, lo que tiene que ver con las gentes, el Adversus nationes de Arnobio de Sicca. Los grupos humanos que estaban en la periferia del Imperio Romano eran las naciones, toleradas por el Imperio. Cervantes se quejaba de que no le dieron pasaporte para las Indias porque no tenía nación; es decir, porque no pertenecía a un grupo de poder.
El concepto moderno es otro
El concepto moderno de nación empieza con la Revolución Francesa, que defiende la nación frente al Antiguo Régimen. Por eso en la Batalla de Valmy los soldados gritaban viva la nación en oposición a viva el rey. Ese era un concepto nuevo, sustitutivo del Estado feudal, que unía a galos, francos, celtas, romanos… ¿y qué idioma se habla? Pues el francés, pero, claro, en toda la periferia de Francia se habla el patois. Yo lo que deduzco es que la importancia de la idea de nación distorsionó toda la historiografía. La nación comienza en el siglo XVI con la modernidad, con la caída del Antiguo Régimen. La nación supone necesariamente los derechos humanos, los derechos de gentes, la reflexión de Linneo. ¿Pero quién reflexiona? ¿El hombre? ¡Pero si el hombre no existe! ¡La humanidad no existe! ¡Es una abstracción lisológica! Lo que pasa es que una parte reflexiona sobre el todo, hay una parte que se compromete a cuidar o a controlar el todo. Esa es la idea del Imperio de Alejandro y del Imperio Romano, que es de donde procedemos todos, y principalmente los musulmanes. El imperio supone que una parte de la humanidad quiere controlar a los demás. A Sánchez Ferlosio lo premiaron por decir que el Imperio Español fue un error teatral, pero yo creo que eso es un error monumental. La idea de nación es una reducción que está dentro del concepto de imperio, que es una realidad política más compleja.
¿A qué se refiere?
En el siglo XVI nacen los imperios como comunidad histórica: el Imperio Ruso, que luego dio lugar al Imperio Soviético, que era generador, pues quería que los demás Estados fueran como él; el Imperio Español, el Imperio Sacro-germánico, que era el imperio por antonomasia, el Imperio Francés, el Inglés y el Otomano. Es decir, la Revolución Francesa no es una guerra entre naciones, sino entre los grandes imperios creados en el XVI, XVII y XVIII. El Imperio Español se rompió y de ahí salen todas las repúblicas americanas.
¿Usted cree que es difícil sentirse catalán en España, como dice Artur Mas?
Es que es un hombre tan rudo que no merece la pena. Bueno, hay que hablar de él porque ocupa el lugar que ocupa, pero este individuo no conoce la Historia. Confunde el derecho a decidir con la democracia del autobús.
¿Ha adoptado Rajoy una actitud demasiado pasiva al implicar al Tribunal Constitucional?
Es que el Derecho, a pesar de lo que digan Baltasar Garzón y todos los demás, por sí mismo, no tiene ninguna capacidad ejecutiva. Un tribunal emite una sentencia y, por mucha razón jurídica que tenga, si no tiene al Ejército o a la Policía al lado, no se cumplirá.
¿Entonces por qué Rajoy se apoya en el Constitucional si la responsabilidad es del Ejecutivo?
A mí me parece que Rajoy sabe, y con cierta razón, que Mas dispone de un millón o medio millón de individuos dispuestos a salir a las Ramblas en dos horas. Y se armaría tal follón, si ahí entran la Policía o al Ejército y hay 500 muertos, que inmediatamente Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia, Dinamarca, Noruega… todos esos países periféricos reconocerían la independencia de Cataluña.
¿Entonces considera que Rajoy está haciendo lo único que puede?
No está pasivo, yo creo que eso de que es pasivo es una imagen de la que son responsables los viñetistas, que lo pintan tumbado fumándose un puro.
Quizá piensa, como Ortega, que el independentismo catalán es un problema que sólo se puede conllevar.
Yo Ortega, la verdad, en fin… Con eso no decía nada Ortega. A mí me gusta mucho como escribe, pero Ortega está cruzado de Heidegger, de Max Scheler, ideas de las que no se daba ni cuenta. Como cuando habla del origen deportivo del Estado, es una idea que fascinó a un montón de gente, pero que es puro humo.
¿Pero no se puede arreglar el problema catalán, sólo se puede conllevar?
Eso son ideas genéricas. Conllevar significa soportar y eso pasa con todo, es una idea demasiado genérica. Si vivesn en Andalucía con Susana Díaz sólo te puedes conllevar… porque tiene la mayoría.
¿Ha colapsado el régimen del 78?
La raíz está en la Constitución, que fue fabricada, escrita y pensada por una serie de gente que no tenían ideas claras. Yo es que los conocí de cerezo (de joven). Creo que se utilizaron criterios indeterminados. Hay que ver los resultados: el Estado de las Autonomías. Cuando se habla de los derechos humanos o del Estado del bienestar se apela a generalidades indeterminadas. La realidad es que la democracia se basa en la violencia y en la opacidad, no en la transparencia, que es un concepto que se utiliza en sentido metafísico.
¿La opacidad es la norma?
La necesidad de los animales y de los seres humanos es la opacidad, las células se rodean de membranas en la lucha por la vida, y la intimidad es el castillo interior. La opacidad es necesaria, los lobos se llevan la comida aparte. Y la cópula, en general, se hace en privado. En mi teoría de la televisión dije que quien había inventado la televisión no sabía lo que había inventado, que es un instrumento inventado para traspasar los cuerpos opacos.
Usted ha sido muy crítico con la telebasura. ¿Ha visto un programa quie se llama Adán y Eva?
(Ríe). Sí, sí, he visto alguno. La televisión es uno de los órganos principales de idiotismo del público. Yo ahora me trago muchas horas de televisión y veo los programas de cultura de La 2 y sólo ponen danza y música, y sale Raphael haciendo pantomimas: una cosa ridícula.
Para mandar necesitas gente de látigo porque si no es imposible. Eso lo dices y te llaman fascista. ¡Pues llámeme usted lo que quiera, hombre!
¿La mitificación de la cultura conduce a la vulgaridad?
Bueno es que nadie sabe tampoco qué es la cultura. Hoy la cultura en España es lo que Platón llamaba la teatrocracia. Te hacen una serie de Isabel la Católica, de Carlos V; la de Carlos V es una vergüenza. El guionista tuvo la audacia de decir que Carlos V no estaba solo, hay que poner a Hernán Cortes, y para establecer la relación entre ambos reducen la idea del imperio a una cuestión de ambición. Y a la mínima oportunidad una escena de cama. Y consideran que eso es acercar al público la humanidad de Carlos V, cuando lo que están mostrando es a un Carlos V zoológico. Además, vaya descubrimiento. Para mandar siempre necesitas un grupo en el que tiene que haber gente de látigo porque si no es imposible. Claro, ahora eso lo dices y te llaman fascista. ¡Pues llámeme usted lo que quiera, hombre! Si al poder ejecutivo le quitas la Policía, la Guardia Civil y el Ejército se acabó el poder ejecutivo.
¿Qué le parecen los derechos de los animales?
Pues más teatralización. Son una parodia de los derechos humanos que colaron en la ONU. Esto es como la unión de las culturas de Mayor Zaragoza, que entró en la UNESCO. Es el armonismo, el hablando se entiende la gente. Hombre, hablando no se entiende la gente, hablando lo que se consigue es confundir o explorar cómo está el enemigo. La gente dice yo opino, y la mayoría de las veces lo que hace es repetir frases sueltas que ha oído por ahí.
¿Qué juicio le merece la Transición?
Hicieron lo que pudieron, pero entonces no hay que deificar la Constitución y considerar como héroes de la democracia a aquellas gentes. Eso hay que juzgarlo por los resultados: la verdad está en el resultado, eso es una idea de Hegel. Los criterios que allí se utilizaron eran imprecisos: el Estado del bienestar, los derechos humanos, todas esas cosas, apelan a normas generales que no están definidas, así que se pueden interpretar de cualquier manera. Al mismo tiempo, las autonomías, como son una transferencia…
¿Ha fallado la descentralización?
Poner al mismo nivel a todas las autonomías… Meter la palabra nacionalidad fue cosa de Peces-barba, que no se dio cuenta de lo que implicaba. Lo hizo para no hablar de nación, pero es lo mismo, lo dice el diccionario. Si alguien tiene nacionalidad es porque tiene una nación, que es sujeto de esa nacionalidad. Es decir, fue todo una inexperiencia y una improvisación. Por ejemplo: se dice el Estado deberá procurar a todos los españoles el acceso a la cultura. ¿Pero de qué cultura habla, de la minoica, de la cretense, de cuál? Es como cuando se habla de la educación, que es un concepto lisológico: hay que decir qué tipo de educación, y como aquí cada autonomía decide su modelo, pues así estamos. Cuando se dice que hay que aumentar la educación, pues depende de para qué: si es para construir madrasas e ikastolas pues no. Lo mismo pasa con la libertad de pensamiento, lo deja todo abierto.
¿No cree que el resultado sea positivo?
No, porque la culpa del problema territorial la tiene la Constitución.
¿Qué cambiaría usted de la Constitución?
Lo esencial es mantener la unidad de España, pero no sólo para exportar naranjas, que también, sino para otras cosas, como la revisión de los conceptos de Europa. ¿Cómo que España es europea? ¿qué es eso? Si mientras los alemanes estaban todavía por los árboles nosotros teníamos un Estado derivado del Imperio Romano. Europa es un concepto moderno que está en Napoleón, luego en Hitler sobre todo, que quiso hacer la nueva Europa, luego por el Plan Marshal, que lo hicieron los americanos frente al Pacto de Varsovia. Hay que definir lo que es España históricamente, y no sólo para defender el Estado de bienestar, que nadie sabe lo que es. Y nada de armonismo: un Estado es un punto de fricción con otros Estados, su función es la competencia y la guerra.
¿No le convence como modelo territorial un Estado Federal cooperativo?
No, no tiene sentido. Eso es una contaminación de Estados Unidos, de las siete colonias, cuando eran estados soberanos y decidieron unirse. Pero el federalismo supone compartir la soberanía y la soberanía no se puede compartir. Eso lo explica muy bien Francisco José Ayala. Cuando en el equilibrio de fuerzas un Estado declara la guerra a otro, si es soberano, no tiene por qué dar explicaciones.
¿Qué competencias recuperaría?
La lengua sería obligatoriamente el español en todas las administraciones. Luego, filológicamente, que cada uno hable lo que quiera, el panocho, castúo, el gallego, el aranés.
Hace falta una Historia de España interpretativa, no meramente descriptiva. Dirán, hombre, eso es ideología: pues claro que lo es
¿Educación?
Completamente centralizada y un cuerpo de Historia de España común para todos. Que se hable de Hernán Cortes, y de los héroes de España, del Cid Campeador hasta Prim. Si no hay Historia no hay Estado, no hay nada. Hace falta una historia que no sea meramente descriptiva sino interpretada. Y dirán, hombre eso es ideología: pues totalmente, claro que lo es.
¿Qué le parece Mariano Rajoy?
Es un político en el sentido tradicional de la expresión. Conoce las consecuencias de sus actos, y tiene inteligencia, otra cosa es que haya acertado siempre, eso depende de cada caso y de la crítica política, que es como la crítica del arte.
¿Pedro Sánchez?
Lo descalifico totalmente. Es uno individuo cuyo único objetivo es ganar las elecciones. Claro que todo el mundo las quiere ganar, pero es que su único argumento es dogmáticamente, descalificar a Rajoy. Es un sicofante.
¿Albert Rivera?
Es muy simpático pero la última vez que estuve con él me pareció que su sabiduría política es la de un ajedrecista de la política, ahí no había ninguna idea abstracta.
¿Pablo Iglesias?
Es otro cantar. Es un hombre semiculto de la Facultad de Políticas, que conozco muy bien. Allí se mezcla a Maquiavelo con Lenin, con Rousseau. Yo creo que es un anarquista, lo cual no es decir nada, y un demagogo que se cree que se puede partir de cero. Olvida la historia y en esas asambleas de la Puerta del Sol planteaba la regeneración de la democracia desde el principio, y eso es imposible porque la democracia es una cuestión histórica. Si no tienes una historia de España morfológica no sabes donde estás.
adiós al filósofo disidente
Peio H. Riaño
Gustavo Bueno se adelantó a Podemos
El Español · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
El pensador trató de hacer ver que la dualidad ideológica izquierda-derecha estaba agotada desde la Revolución francesa, y debíamos crear un debate político plural y sofisticado.
Bueno, controversia. El prolífico filósofo riojano fallecido hoy era visto a ojos de la industria editorial y sus consumidores como un pensador encarecidamente disidente, con una vehemencia incontinente capaz de poner patas arriba cualquier plató de televisión y hacer que el contenido quedara oculto por el continente.
Desde ese mito en el que se convirtió, trató de arengar a la derecha contra la inercia derrotista que entregaba el partido al aparato intelectual de la izquierda en la guerra cultural de la transición. Gustavo Bueno creó una nueva hoja de ruta para la derecha en democracia, cuya base reside en el ensayo titulado El mito de la derecha. ¿Qué significa ser de derechas en España? (Temas de Hoy), desde donde el pensador marxista sacudió fuerte a los tópicos más asentados de la opinión pública: empezando por el “pensamiento Alicia” del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero a la telebasura, a la que tan ligado se mantuvo al final de su carrera.
En la reconstrucción de esa identidad, Bueno cuestionaba los mitos asumidos y era lo que irritaba. Mover las cosas de su sitio, ya saben. A fin de cuentas, quién se atreve a jugar con las pasiones. El filósofo defendía en aquel libro que la derecha es un planteamiento estático a conservar el Antiguo Régimen, mientras la izquierda pretende transformarlo.
Y Bueno ahonda en su matiz: la derecha es la reacción conservadora ante la acción transformadora. Es decir, el Antiguo Régimen se convierte en derecha cuando la izquierda lo ataca. Así avanzan juntas la izquierda y la derecha, perpetuando un agotador matrimonio agotado. “Si mantuviésemos la definición de la izquierda por el progresismo, habría que considerar como héroes de la izquierda al marqués de Salamanca, a Henry Ford o a Gustav Krupp”, escribe.
Extremos unidos
Quiso Gustavo Bueno crear un corpus que demostrara que la mitología progresista no resiste el escrutinio de la razón crítica y liberada de prejuicios. Antes de que Podemos pusiera en el centro del debate político que la dualidad estaba agotada, que los privilegios de cuna heredados de la Transición estaban fuera de lugar, antes de que ellos pretendieran anularla sin identificarse con ninguno de los dos posicionamientos, Bueno sostenía que ya no tenía sentido hablar de izquierda y derecha, porque la distinción propia durante el Antiguo Régimen (y la Revolución Francesa) hoy es un anacronismo. Un mito partidista, apenas un recurso electoral. Contra la organización binaria de las categorías políticas planteó una reorganización plural, en la que el centro político desaparecería junto con los extremos que le alimentan.
Los extremos no cesan de tocarse: si bien Podemos y Gustavo Bueno viven en las antípodas –como el propio filósofo se ha encargado de hacer ver en una entrevista a este periódico–, trató de llevar la filosofía a la política y utilizar los medios de comunicación masivos para conseguir hacer entender al telespectador y votante sus planteamientos contra una sociedad que, lamentablemente, funciona sin reparar en los vicios asumidos. Había que romper el eje izquierda-derecha con las herramientas a mano y demostrar que no tenía ningún sentido histórico postergar la política nacional a estas casillas.
Tal y como le pasó a Gustavo Bueno, que trató de ser el filósofo del pueblo y hacerse entender en las tertulias y acabó siendo más cuestionado que leído, Podemos parece haberse quedado sin aire ni agenda cuando ha entrado a formar parte de ese Antiguo Régimen prorrogado. La disidencia de Bueno soñaba con un debate político más sofisticado. Aquí seguimos, a la espera.
Eduardo García Morán
Bueno, el filósofo
La Voz de Asturias · Oviedo, domingo 7 de agosto de 2016
Haber conocido al único verdadero filósofo verdadero que hubo sobre la Tierra desde 1972 es inmenso, absolutamente sobrenatural; sobrenatural porque la Naturaleza ya no dará un filósofo profesional (“verdadero filósofo”, escribí en la primera línea) que sea, a la vez, filósofo verdadero, o sea que elabore un sistema de ideas complejas y estructurales capaz de dar cuenta de toda realidad, sin excepción: la Física, Química, Biología, Antropología, Arte, Historia, Literatura, Lengua, Sociología, Psicología. Sus herramientas, las Matemáticas y la Filosofía, por eso nos recordaba él cada dos por tres el letrero que Platón tenía fijado en la entrada de su Academia en Atenas: “Que nadie entre aquí sin saber Geometría”.
Fui su discípulo durante once años, en la Fundación Gustavo Bueno de Oviedo, y el Mundo se abrió ante mí como ni antes ni después lo hizo ni lo hará. Y lo que vi fue a los hombres, y los vi hasta los huesos, y Bueno, todavía más, me seccionó esos huesos y vi la médula. Pese a mi notoria inhabilidad intelectual para empaparme del néctar y la ambrosía que todas las semanas de esos años me daba para beber y comer, algo de esas dulces substancias que hacían inmortales a los dioses griegos saboreé y, definitivamente, renací. No es que solo me presentase y me hiciese amigo de Tales, Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Euclides, Tomás de Aquino, Wolff, Kant, Hegel, Marx, Husserl o Adorno, es que Bueno se me revelaba como una síntesis crítica de ellos, proyectándome sus logros y sus yerros, juntándolos, operando con todos al mismo tiempo y dando nacimiento a un solo cuerpo, el Materialismo Filosófico, su enorme contribución a la Humanidad.
En 1972 publicó sus Ensayos materialistas, el arranque de una red de redes de idea que examina racionalmente los conceptos para su organización y esclarecimiento, donde la Ontología, o el Ser en cuanto es, tiene la misión de gozne; y, justamente, el materialismo buenista diferencia dos planos, el de la Ontología General y el de la Ontología Especial, correspondiendo al primero la Materia (M equivale al Ser, que es transcendental, se transciende a sí misma mediante los fenómenos materiales, y es eterna en tanto en cuanto la Naturaleza produce naturaleza: natura naturans) y, al segundo, los géneros M1 (la materialidad primera o física), M2 (las ideas o los sentimientos) y M3 (conceptos, teorías?, el lenguaje en suma). A partir de estos tres géneros de materialidad es preciso proceder a una inducción que regresaría hasta la Idea de M de la Ontología General, que es la que nos revelará certezas de los casos, progresando, a continuación, deductiva y críticamente para re-componerlos. Se da, entonces, un proceso continuo entre regressus y progressus que establecerá un vínculo entre la Ontología General y la Especial. Este es un enfoque gnoseológico que ve en los “materiales dados en el mundo” los pilares de la razón que genera ideas críticas, porque la “razón filosófica brota del propio material social” (Ensayos materialistas).
Sobre este armazón crítico-racional, Bueno construyó con el tiempo una de las teorías más certeras que hay acerca de las ciencias (no la Ciencia, porque hay muchas y distintas), el Cierre Categorial, que tiene por cometido ordenar cada saber científico desde sus partes internas constituyentes, discriminando las disciplinas que no lo son, entre ellas la propia Filosofía. El sustantivo “cierre” alude al cierre parcial de un sistema de operaciones materiales ejecutadas con los términos que hay en la ciencia estudiada. El adjetivo “categorial” se refiere, acabadas las intervenciones quirúrgicas, a los fenómenos (formas en que se presentan los contenidos fisicalistas: los sujetos, los objetos, las culturas) y a sus interconexiones, de las que se extraería la verdad esencial.
Ahora bien, a la vista de la portentosa contribución de Gustavo Bueno al saber, cabe preguntarse por qué ha tenido tan poca resonancia su filosofía. Yo entresacaría dos causas entre varias probables. La primera, que es español, no alemán, francés o angloamericano. La segunda, que fue catedrático y trabajó en Oviedo, una pequeña capital de provincia de una muy provinciana tierra de envidias y cerrazones, conocida en el orbe por Fernando Alonso y por los Premios Princesa de Asturias, tan asquerosamente ridículos y miopes que fueron incapaces de premiar al número uno, al mejor.
(Gustavo, si estás con Platón en el Universo de las Ideas, dale un cariñoso abrazo. Os quiero mucho a los dos. Gracias sinceras por lo que me habéis enseñado. Seguramente me reunirá pronto con vosotros, si es que me aceptáis, porque, a vuestro lado, mi cerebro es el de un Homo floresiensis).
obituario
Gerardo Cornejo
Gustavo Bueno, el filósofo sin tocador
El Mundo · Madrid, domingo 7 de agosto de 2016
Fallece a los 91 años en Asturias.
Dos días después de que su esposa Carmen Sánchez falleciera en la casa familiar cercana a Llanes (Asturias), a las pocas horas de que su cuerpo fuera enterrado en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), Gustavo Bueno dio por realizado su sentido de la vida.
Durante la ceremonia de despedida a Carmen se comentó la siguiente escena de hacía pocos días: Doña Carmen y Don Gustavo, sentados en el estoico jardín de Niembro, se dieron la mano y se sonrieron. Bueno quiso dar una última lección en vida: ceder el protagonismo a la que había sido la “dinamo” de su sindéresis. Sabía que debía cederle el paso. El homenaje justo a quien había sido pieza fundamental para construir un Sistema Filosófico.
Gustavo Bueno Martínez nació en Santo Domingo de la Calzada en 1924, Camino de Santiago. Y allí ha vuelto en la mejor compañía, tras recorrer una anómala y grandiosa trayectoria filosófica. Filósofo es el que crea un Sistema, desde el cual explicar los precedentes Sistemas que haya habido. Ese, nada más y nada menos, es su legado, nuestra herencia.
Tras estudiar Filosofía en Zaragoza y Madrid, ciudades que a modo de puntos empezaron a trazar un mapa que ha demostrado cobrar pleno sentido, sus primeros años de docencia fueron en Salamanca, en el Instituto femenino Lucía de Medrano, donde su incipiente materialismo tomó forma de normas: instaurar la obligación de la educación musical (para “elevar el nivel de las alumnas”) y el uniforme (para eliminar las diferencias “de clase” entre las niñas).
Pero Salamanca fue, sobre todo, donde se gestó su teoría de la ciencia: recuperando la tradición escolástica española en la biblioteca de su Universidad, a la vez que digería el positivismo lógico (fue Bueno quien prestó a Tierno el volumen que empleó éste último para traducir el Tractatus). Y donde conoció a Carmen.
Había que moverse a un lugar ajustado a la realidad de las cosas. Salamanca era una ciudad “medieval”; Oviedo sería el laboratorio que necesitaba. La Asturias de los 60 fue el vientre para que se gestara una escuela, la de Oviedo; un sistema, el Materialismo Filosófico; una teoría de la ciencia, el Cierre Categorial. Juan Cueto, Alberto Hidalgo, Vidal Peña, Alberto Cardín, Julián Velarde, Elena Ronzón, su hijo Gustavo, &c., fueron la potente escudería que lo acompañó durante su etapa como catedrático, desde 1960 hasta 1998.
Pensar “contra alguien”
Sus polémicas fueron la forma de relacionarse con el entorno, porque pensar es siempre pensar “contra alguien”. En talleres, seminarios o en la impagable revista El Basilisco, se fueron produciendo los distintos hilos para ir tejiendo, en symploké platónica, la red del Sistema; también las primeras críticas pertinentes al marxismo que se hayan hecho, pues había que replantearlo absolutamente todo en política tras la caída del Muro. O una potentísima teoría materialista de la religión, que en contra de las teorías animistas (Puente Ojea), señalaba a los animales como clave interpretativa de las esencias numínicas.
Durante los 90, precisamente cuando España estaba empezando a mostrar los síntomas de agotamiento de lo que la Transición había erigido, se impuso un nuevo giro de timón. A las cosas. El mito de la cultura, el de la Izquierda, ya que estamos el de la Derecha; los de la Naturaleza, la Ciencia, el Deporte o la Democracia, que en clave fundamentalista todos ellos, están gobernando nuestro día a día. Y en medio de todo ello, una preocupación que Bueno habrá recuperado definitivamente engarzando con la mejor tradición de nuestras letras: España, que no es un mito, sino un problema, y filosófico.
Corría el año 1978 cuando su discípulo más tocapelotas, Alberto Cardín, reapareció en su vida para hacerle una entrevista para la revista El Viejo Topo. La tituló La filosofía sin tocador. Bueno ha representado una anomalía porque su obra ha sido lo más extraño que quepa imaginar al postmodernismo de la mano del cual se ha cimentado esta era nuestra, a lo new age, al tocador en el que se mira ese impostor que llamamos 'Intectual'. Bueno fue un sabio porque era capaz de diferenciar –y categorizar– los sabores (y lo que fuera menester).
Gustavo Bueno, el padre de un Sistema Filosófico pensado desde España, cosas veredes.
Diário de Notícias
Filósofo espanhol Gustavo Bueno morre aos 91 anos
dnoticias.pt · Funchal, Madeira, domingo 7 agosto 2016
O filósofo espanhol Gustavo Bueno, cuja figura e opiniões contundentes e polémicas se propagaram através da sua presença na comunicação social e em tertúlias televisivas, morreu hoje aos 91 anos, após uma vida dedicada ao ensino universitário.
Considerado o mais importante filósofo espanhol das últimas décadas, Bueno (Santo Domingo de la Calzada, 1924) desenvolveu teorias como o fechamento categorial ou o materialismo filosófico, mas a sua vocação de não se encerrar na “torre de marfim” académica da sua área de conhecimento levou-o a intervir em debates públicos de todo o tipo, ao longo de dezenas de anos.
Autodefinindo-se como ateu –“Não é que Deus não exista, é que não pode existir”, proclamava–, Bueno nasceu numa família de médicos, estudou Filosofia e Letras nas universidades de Saragoça e Madrid e obteve aos 24 anos a cátedra de Filosofia no Instituto Lucía Medrano, em Salamanca, onde permaneceu até que, em 1960, passou a ocupar a cátedra de Filosofia e História dos Sistemas Filosóficos na Universidade de Oviedo.
Na universidade da capital asturiana, onde acabou por se tornar uma instituição, desenvolveu todo o seu percurso acompanhado de amigos ilustres e, além da sua obra filosófica, começou a ser conhecido a partir da década de 1960 pela sua oposição ao regime franquista.
Esta tomada de posição levou-o a proferir conferências sobre Marx ou Engels em clubes culturais das bacias mineiras, usados como fachada do clandestino PCE (Partido Comunista Espanhol), que chegou a oferecer-lhe um cartão honorário, e a descer a uma mina de carvão para dar uma aula aos trabalhadores sem renunciar à sua indumentária de professor.
Não menos crítico se mostrou depois, com a chegada da democracia, com afirmações como a que a Constituição de 1978 “foi uma coisa para desenrascar, feita por gente que não sabia”, ou a de que a transição mais não foi que uma continuação do Plano Marshall, ou a sua posição a favor da saída de Espanha da NATO, em 1984.
Bueno, que escreveu até aos seus últimos dias, sempre a esferográfica e sempre em folhas recicladas, protagonizou nesses anos notáveis confrontos com grupos como aqueles que defendiam a oficialização do 'bable' (língua asturiana) nas Astúrias, aos quais chegou a chamar “fanfarrões”.
O pensador, que lamentava que nenhuma doutrina filosófica tivesse dado uma resposta adequada à pergunta “O que é a religião?” e considerava Espanha “o país mais ímpio do mundo –um país de ímpios e de hereges céticos”, manteve-se até 1998 na sua cátedra universitária, que também abandonou com polémica.
O professor de discurso rápido, casaco, polo e cigarro na boca, que nunca tinha pressa para acabar as aulas e tinha chegado a Oviedo com fama de “vermelho, ateu e radical”, foi destituído do cargo pela aplicação de um regulamento universitário que impedia um professor jubilado de dar aulas oficialmente.
Bueno, que atribuiu esta medida a razões ideológicas, concluiu a sua presença na universidade com uma aula dada na escadaria da faculdade de Filosofia, na qual apelou, perante centenas de estudantes que se tinham declarado em greve, para o espírito do Maio de 1968, evocando também as greves mineiras de 1962.
Nos anos seguintes, ele, que considerava a redefinição do marxismo uma das missões da filosofia atual, manteve-se, a partir da fundação que dirigia, no debate público de um país onde via “mais que inveja, imbecilidade”, com opiniões contundentes sobre aspetos da atualidade ou manifestando o seu apoio às mobilizações para a reconversão mineira.
Assim, defendeu a consagração da pena de morte na Constituição após o assassínio do vereador do PP Miguel Ángel Blanco –“as ratazanas, devemos matá-las”, advertia– criticou os políticos por serem “ignorantes” e não saberem “o que é a educação”; afirmou que a tourada é “um fenómeno religioso” e comparou a atual e “sagrada” cultura promovida pelas instituições com “uma dança de chimpanzés”.
“Eu não posso respeitar a opinião de alguém que me está a dizer que é Napoleão ou que tem relação direta com o Espírito Santo; se alguém afirma como verdadeiras proposições que são indemonstráveis, está a insultar-me”, dizia Gustavo Bueno, o filósofo que hoje morreu em sua casa, em Llanes, Astúrias, por não conseguir suportar, segundo o filho Álvaro, a dor de ter perdido há dois dias a mulher, Carmen.
Presidente del Gobierno de España
Telegrama de condolencia
lunes 8 de agosto de 2016 14:36
Sr. D. Gustavo Bueno Sánchez
Al conocer la triste noticia del fallecimiento de Gustavo Bueno, en mi nombre y en el del Gobierno de la Nación, deseo enviarle mis más sentidas condolencias por la pérdida de quien ha sido un filósofo de referencia en la universidad española, a lo largo de su más de medio siglo de magisterio. Gustavo Bueno fue un intelectual en el más alto sentido de esta palabra y su participación en el debate público ha contribuido decisivamente al enriquecimiento de la sociedad española.
Descanse en paz.
Mariano Rajoy Brey
Presidente del Gobierno de España
pensamiento
Fernando Palmero
Adiós al filósofo más certero e incómodo
El Mundo · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · UVE págs. 27-28.
Gustavo Bueno, polemista y padre de la 'Teoría del cierre categorial', fallece en su casa de Niembro a los 91 años, sólo dos días después de que lo hiciera su esposa, Carmen Sánchez.
Es reconocido por ser uno de los pocos filósofos que ha tenido España en el siglo XX.
Apenas se desplazaba ya hasta Oviedo para ocuparse de la Fundación que creara junto a su hijo, el también filósofo Gustavo Bueno Sánchez, en 1997. Tan sólo para grabar algunas teselas, esas breves disertaciones ante la cámara “que forman parte de un todo sistemático, tal como percibe el materialismo filosófico el complejo mosaico de la realidad”. Pequeñas lecciones magistrales que desbordan por la potencia de su pensamiento. La última tiene fecha del 26 de mayo y, como tantas otras, estaba destinada a desentrañar lo que ocultan expresiones impuestas por los medios y que utilizamos sin reparar en su contradicción. En este caso: voluntad política. O es una cosa o es la otra, concluía, porque son conceptos de una imposible combinación que no hace sino ocultar el problema de alcanzar la libertad política en nuestras democracias, a pesar de que haya mucha voluntad de carácter psicológico por lograrla.
Así era Gustavo Bueno, un filósofo políticamente incorrecto que si leyera esto también nos aclararía que la Filosofía no puede ser otra cosa que incorrección, porque establecer los límites entre lo real y lo imaginario no es algo que todo el mundo esté dispuesto a escuchar. O tal vez nos diría que la filosofía no dice nada, que tan solo es un “análisis de segundo grado que por sí misma no tiene entidad ninguna si no está sostenida por los materiales que analiza”. Y nos recordaría entonces la polémica “gremial” que tuvo con Manuel Sacristán a cuenta de la definición del concepto de Filosofía. Porque parte de su pensamiento se desarrolló en constantes polémicas con muchos de sus colegas: con Gonzalo Puente Ojea acerca del origen de las religiones y del ateísmo, cuestiones a las que dedicó El animal divino (1985) y remató en La fe del ateo (2007); con José Antonio Marina, acerca de la Ética en un antológico programa presentado por Sánchez Dragó, defendiendo lo escrito en El sentido de la vida (1996); y contra todos los que le acusaron de volverse reaccionario a partir de la publicación de obras como El mito de la cultura (1997), por afirmar que ésta no es sino la “transformación de la idea teológica de la Gracia” y denunciar a todos los que pretenden hacer del sacralizado concepto un lucrativo negocio. También polémicas fueron España frente a Europa (2000), España no es un mito (2005), El mito de la izquierda (2003), o Panfleto contra la democracia realmente existente (2004), en el que desmitificaba el concepto de democracia, rechazando la idealizada relación que algunos hacen con la Atenas de Pericles y estableciendo el origen del sistema político imperante en todo Occidente en el avance del capitalismo y el desarrollo de las actuales sociedades de mercado de consumidores y electores. Decía.
Quizá recordar todas estas polémicas le haría sonreír con ese desbordante sentido del humor que siempre tuvo. O aquellas otras acaloradas discusiones que hacían subir los índices de audiencia cuando era reclamado en los platós de televisión para debatir acerca de Gran Hermano y Operación Triunfo y aclarar que la “basura” no estaba tanto en la televisión como en las cabezas de quienes la veían. Así lo decía también en Televisión: Apariencia y verdad (2000) y Telebasura y democracia (2002), dos de sus libros más exitosos. Pero en las últimas semanas, el filósofo apenas salía de su casa de Niembro, un pueblo costero perteneciente al concejo de Llanes, en Asturias, donde disfrutaba de la compañía de la imagen de Diana Cazadora que había colocado en su jardín atlántico en el que otro de sus hijos, Álvaro, había plantado enormes helechos mexicanos. Hacía años que se había retirado allí para poder atender a su esposa, Carmen Sánchez, que había sufrido un ictus y se encontraba impedida en una silla de ruedas. Como en la que tuvo que sentarse él en sus últimos días tras sufrir algunos problemas coronarios. El destino ha querido que la muerte le sorprendiera allí a los 91 años, tan sólo dos días después del fallecimiento de Carmen, muerta el pasado viernes a los 95. Fuentes cercanas a la familia, que no han querido aclarar si su muerte está relacionada con la profunda tristeza que le produjo la de Carmen, recordaron que ambos fueron conscientes de la cercanía de su final pocos días antes, cuando cogidos de la mano en el jardín de su casa se miraron profundamente, sonrieron y establecieron sin decirlo un elegante turno para dejarse ir.
Se habían casado en 1953, cuando Bueno ejercía de catedrático de Bachillerato en Salamanca, ciudad a la que llegó en 1949, donde según reconocía se dedicó a leer a todos los escolásticos y, acudiendo a los laboratorios de fisiología, empezó a concebir la Teoría del cierre categorial, el producto de su pensamiento filosófico que le llevó completar toda la vida y ocupó seis gruesos volúmenes.
Y no es casual que fuese en la antigua Facultad de Medicina de Salamanca donde tuvo la intuición de la obra por la que será recordado académicamente y reconocido como uno de los pocos filósofos que ha tenido este país en el siglo XX. Nacido en Santo Domingo de la Calzada el 1 de septiembre de 1924, Bueno estaba destinado a ser médico, como su abuelo y su padre, al que le robaba de la consulta libros de Spinoza, que leía en secreto: “Yo iba a misa de 12, a la catedral de Santo Domingo de la Calzada y allí lo pasaba muy bien, porque me sentaba en los bancos de la nave central, frente a un retablo de Forment y leía el Tratado Teológico-Político que había metido en un devocionario muy ad hoc de mi tía Ángeles, que era muy beata”.
Estudiante en las universidades de Zaragoza y Madrid, finalmente se decantó por la Filosofía, para terminar desarrollando el sistema que denominó “materialismo filosófico”. Con él, su principal herramienta de trabajo, llegó a la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos en la Universidad de Oviedo en 1960. Allí publicó parte de lo mejor de su obra, como Ensayos materialistas (1972) o Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas (1991). Y allí también tuvo que soportar ataques de quienes le llamaban “traidor”, desde la izquierda, y “rojo” desde la derecha. Pero tras su jubilación en 1998, fueron sus propios alumnos quienes le pidieron que siguiese como profesor emérito, lo que hizo con su particular devoción por la docencia hasta que decidió decir otra de esas verdades que tanto molestan a los que viven del engaño: que el bable, o el asturiano, no es sino un idioma inventado y sin interés.
Retirado definitivamente de la enseñanza, Bueno se dedicó al desarrollo de la Filosofía desde la Fundación que lleva su nombre en Oviedo, ciudad que le reconoció como Hijo Adoptivo en 1995; a organizar los esperados Encuentros de Filosofía que desde 1998 se instauraron como uno de los principales acontecimientos intelectuales, primero en Gijón y luego en Oviedo; a seguir escribiendo en_El Basilisco_, la revista filosófica que fundara en 1978, y en El Catoblepas, revista digital de crítica y pensamiento editada por nodulo.org.
En el último artículo publicado en este periódico se quejaba de que muchos de los que fueron sus contendientes le consideraban ya “un perro muerto”. Sólo ellos se habrán alegrado hoy. El resto lloramos su pérdida.
José Sánchez Tortosa
Gustavo Bueno y la fuerza vital de la filosofía
El Mundo · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · UVE pág. 28.
“El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es una meditación no sobre la muerte, sino sobre la vida”.
Las palabras de Spinoza abocan a una paradoja: no hay hombres libres. O casi. Vivir una vida que merezca ser vivida, la que es examinada constantemente, sin perder tiempo en la angustia por la muerte, que no es nada para nosotros, es lo más parecido a un hombre libre. Spinoza, Sócrates, Epicuro... Gustavo Bueno. El profesor Bueno encarnó siempre esa vitalidad esencial del filosofar, en alerta constante y fiel a un racionalismo materialista innegociable. Esa exigencia teórica y académica, de rigor implacable pero irreverente, crítica hasta poner en ridículo a Descartes o a Kant, es clave para entender algo inaudito: la construcción de un sistema filosófico firme, coherente, de una arquitectónica conceptual ejemplar, capaz de corregir los desenfoques que inducen a confusiones y mistificaciones sobre la Historia del pensamiento filosófico y científico y, al mismo tiempo, eficaz para proyectar ese análisis sobre el presente y sobre cualquier ámbito de la realidad en la que los seres humanos andan inmersos, desde las ciencias o la religión hasta el deporte o la telebasura. Un sistema como sólo hay acaso una docena en la Historia del pensamiento filosófico.
Gustavo Bueno no ha sido sólo un agudo polemista, genial, incómodo, divertido, antipático, brillante, dispuesto a fajarse sin rubor en las arenas más alejadas de las torres de marfil de los intelectuales contra pitonisas, echadores de cartas o folclóricas (como algún colega le reprochara rebajarse a acudir a coloquios en ciertos programas de TV él respondía preguntando “¿Cuántos teoremas has demostrado tú entretanto?”..., y escribiendo dos libros sobre televisión). No sólo ha sido un erudito y un sabio, un maestro y un profesor. Ha sido el filósofo en lengua española más importante desde Ortega, y superior a él, y uno de los más sólidos de todo el siglo XX. El materialismo filosófico de Bueno constituye un arsenal crítico disparado contra las majaderías, banalidades y supersticiones de una postmodernidad patética y homicida que merece ser destruida con las armas de la racionalidad de estirpe griega.
Gustavo Bueno era ya en vida una institución, el pensamiento en acción, contundente, feroz, el tábano picoteando a una Atenas adormecida que no quiere o no puede despertar. Su fuerza no se apaga por motivos biológicos porque no está sólo en sus textos, sino que es una maquinaria filosófica de pensamiento en marcha al servicio de la inteligencia, del estudio, de la crítica sin concesiones y se mide a la escala de la Historia, tal es su alcance. Es, además, un clavo ardiendo al que aferrarnos para soportar o sobrevivir en este marasmo de barbarie que nos acecha, siquiera para dar algunas bocanadas y ser de los que nunca renuncian a la razón, aun a costa de renunciar a llevar razón.
Estamos obligados, en estos momentos, a rendirle tributo pensando en la vida y no en la muerte, en lo que Gustavo Bueno (su obra, sus textos, sus conferencias, su sistema) tiene de vivo. Habrá que rumiar esta orfandad en la que deja a la Filosofía, pero sería traición abandonarnos al lamento o la resignación. Celebremos que en España, en español, haya existido una figura de su magnitud y que nos lega un instrumental teórico impar para diseccionar la realidad y, en lo que se pueda, operar sobre ella. Vivir es pensar contra la muerte. Negarse a morir en vida. Gustavo Bueno fue ejemplo de eso como hombre libre. La muerte no nos lo podrá arrebatar del todo.
José Sánchez Tortosa es doctor en Filosofía y autor de El profesor en la trinchera.
Fernando Sánchez Dragó
Como un torrente
El Mundo · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · UVE pág. 29.
En 1958, 34 años después de que el futuro filósofo Gustavo Bueno viniese al mundo en el enclave jacobeo de Santo Domingo de la Calzada, Vincente Minnellidirigió y estrenó una joya de la historia del cine a la que puso por título Como un torrente. A riesgo de que el símil se juzgue traído por los pelos, no se me ocurre mejor manera de rotular este lamento por la muerte del único filósofo español que en los últimos 60 años, y me quedo corto, ha hecho honor a ese nombre. Profesores de filosofía hay y ha habido muchos; pensadores, también. Pero... ¿Filósofos, esto es, personas entregadas en cuerpo y alma (perdón, Gustavo, por lo de alma. Es sólo una frase hecha) a la búsqueda de la sabiduría por las trochas de la racionalidad y capaces de construir un formidable artefacto sistémico como lo es la teoría del cierre categorial a la que dedicó buena parte de su vida y de su obra? Díganme uno, por favor.
En el contexto de la perra suerte que ha corrido la filosofía en los últimos planes de estudio de un país cuya mayor lacra, según Gustavo Bueno, es la estupidez colectiva, cobra un alto valor simbólico la muerte del nonagenario que hasta el último aliento dedicó su avasalladora energía a la intentona de explicarlo todo sin renunciar a nada ni avenirse jamás a componendas con el canto de los grillos de lo que la Escuela de Fráncfort llamaba “Discurso de Valores Dominantes”.
Lo traté mucho. Jamás lo vi arredrarse. Su fuerza era telúrica: como la de un torrente, sí, como la de un volcán, como la de un diluvio, como la de uno de esos toros de colosal trapío que saltan al ruedo o a la calle y todo lo ponen en un pispás patas arriba. Fue ateo y, a la vez, católico sin pamplinas fideístas ni litúrgicas, sólo por respeto a las tradiciones en cuyo seno se había forjado. Fue marxista, a fuer de materialista filosófico, capaz de admitir elementos incorpóreos, que no espiritualistas, en la trama de la realidad. En 1975 los galopines prochinos le tiraron un bote de pintura en la Universidad de Oviedo. En Bilbao, muchos años después, tuvieron que desalojar por amenaza de bomba la sala donde iba a pronunciar una conferencia. Se definía como un escolástico puro, a la manera del Aquinense, en el que confluían las dos grandes vías del pensamiento filosófico: la de Platón y la de Aristóteles (y, en definitiva, las de la dialéctica). Se iba, como Sócrates, el maestro de ambos, a los mercados en los que suele el pueblo fablar con su vecino, y allí, subiéndose las mangas, arremetía contra todos los tópicos, contra todas las creencias, contra todas las ideas recibidas... Escribió un panfleto contra la sacralización de la democracia y otro contra el de la cultura, en la que veía una de las principales herramientas del fundamentalismo democrático. Arremetió contra el mito de la derecha después de haberse llevado por delante el mito de la izquierda. Se atrevió a defender la pena de muerte, a la que definía como “eutanasia procesal”. Descendió a la liza de la política para romper lanzas por la unidad de España frente a los delirios nacionalistas (y no digamos los secesionistas). Fue a Gran Hermano y a Operación Triunfo y allí, metido hasta la cintura en territorio apache, denunció el paralelismo existente entre la telebasura y la democracia. Aseguró, tras el atentado de las Torres Gemelas, que el Islam nació como secuela de la herejía arriana y postuló la necesidad de desactivarlo con la misma vara de medir costillas con la que el racionalismo y el enciclopedismo de los siglos XVII y XVIII desenmascararon por los siglos de los siglos las paparruchas de la religión cristiana. Se las tuvo muy tiesas con Puente Ojea, ateo canónico de la era felipista, y fustigó por igual, aunque en desigual batalla, a todas las religiones, nacidas, a su juicio, no del miedo a la muerte ni del pasmo animista generado por la ininteligibilidad de los fenómenos de la naturaleza, sino del culto a los animales. Esa convicción lo condujo a fundar y dirigir, entre 1978 y 1984, la revista El Basilisco, de fecunda, heterodoxa y sorprendente andadura, y con posterioridad, El Catoblepas.
En la primera, por cierto, y al recordarlo paso de lo general a lo particular, apareció un fragmento de Gárgoris y Habidis antes de que esa obra salida de mi pluma llegase a las librerías. Fue el comienzo de nuestra ancha amistad y de la generosidad con la que una y otra vez, armando siempre una marimorena de aquí te espero, se prestó a intervenir en varios de mis programas de televisión para plantar cara en ellos a gentes como Santiago Carrillo, Ignacio Sotelo y José Antonio Marina. Memorable fue el encontronazo con éste en un capítulo de Negro sobre Blanco dedicado al Congreso de Filósofos Jóvenes (y no tan jóvenes) que se celebró en Sevilla a finales de abril de 2003, cinco años después de que lo obligaran, casi manu militari, a abandonar su plaza de profesor emérito en la Universidad de Oviedo. De nada valió para impedirlo la sublevación del alumnado, que lo veneraba, y no era para menos, porque Gustavo Bueno, además de filósofo, fue durante muchas décadas catedrático de vehemente e impecable andadura por todas las ramas de la sophia: gnoseología, ontología, ciencia, historia, religión, ética, política...
En fin... Tantas cosas. Queden aquí algunas atropelladamente expuestas y permanezcan las demás en el tintero, aunque de sobra sé que su hijo, Gustavo Bueno Sánchez, también filósofo, sus discípulos y sus lectores cuidarán de que no se disuelvan en él. Un viejo adagio jacobeo asegura, en referencia a un pintoresco e improbable milagro acontecido allí, que en Santo Domingo de la Calzada “cantó la gallina después de asada”. Si van ustedes a la hermosa catedral de esa villa riojana verán que en su interior da fe de tal suceso un gallinero, un gallo y una gallina. No era el filósofo difunto hombre dado a creer en prodigios ni milagrerías, pero quizá lleve en el pecado de su filosófica incredulidad la penitencia, pues seguro estoy de que su pensamiento seguirá tan vivo después de su muerte como vivo estuvo a partir del momento en que por primera vez lo cantó.
Javier Ors
Gustavo Bueno, el pensador desafiante
La Razón · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · págs. 48-49.
El filósofo ha fallecido en su casa de Niembro, Asturias, a los 91 años, dos días después de su esposa. Autor de obras como Teoría del cierre categorial y El mito de la cultura, fue conocido por el gran público por sus intervenciones polémicas en televisión.
Por J. Ors. Madrid. Defendió la misión de la filosofía desde las galerías de las minas, donde bajó para explicar Hegel y Marx a los trabajadores, hasta las tribunas hipotéticamente reservadas de la universidad y que él abrió a la calle, o sea, al mundo, a través de seminarios y conferencias, porque la enseñanza y la discusión, vamos, el diálogo y el intercambio de las ideas, no es un patrimonio del alumnaje, del estudiante matriculado según indican las normas, sino de la sociedad entera. Con un pensamiento articulado, fue uno de los pocos intelectuales españoles que contaba con un sistema filosófico y un espíritu crítico que jamás cedía ante ningún baluarte; Gustavo Bueno abordó la tarea de sacar al ciudadano de las sombras de la caverna mostrándole los engaños actuales en los que vive inmerso; esas tergiversaciones, prejuicios, tópicos y parámetros preconcebidos que tantas veces se dan por ciertos sin haberlos sometido con anterioridad a ningún tipo de examen.
Hay que triturar, declaró con energía en varias ocasiones; hay que arrasar, machacar, destrozar, derribar cada una de las ideas que manejamos en el orbe de nuestra cotidianeidad y que, sin habernos dado cuenta, hemos aceptado libremente sin percatarnos antes de si nos ayudan a ser más libres o si nos están limitando el pensamiento, si nos están encerrando en un engaño. En este momento de tanta tertulia, él afirmó que la opinión sin un argumento detrás no significa nada y, con ese ímpetu que le caracterizaba, esa pasión contagiosa que transmitía a sus alumnos en la Universidad de Oviedo, una entrega en las palabras que hipnotizaba a los estudiantes que acudían a sus clases, tiró contra todas las murallas que distinguía a su alrededor. No importaba cuáles. Para él, el 90 por ciento de lo que escuchamos o leemos es criticable, es «derribable» y él, casi sin darse cuenta, se convirtió en un asaltante radical de las ciudadelas más inexpugnables. «La cuestión no es si Dios existe o no; es que no puede existir». Y su aseveración no era tan terrible como la demostración posterior con la que sustentaba sus palabras.
Gustavo Bueno, al que se ha intentado definir de mil maneras sin que jamás se le haya podido encuadrar en ningún otro límite que no procediera de su propia obra (él decía que era «escolástico puro»), falleció ayer en Asturias. Había nacido en Santo Domingo de la Calzada, La Rioja, hace 91 años, y en este pueblo, que forma parte del camino de Santiago –un destino extraño para un hombre que siempre profesó y defendió su ateísmo–, será próximamente enterrado. Desde pequeño había mostrado una tendencia al cuestionamiento que se revelaba en una tendencia innata a la desobediencia. Una inclinación que le condujo a buscar la filosofía. Asistió a la universidad en una época agitada, inmersa en el franquismo, pero dominada por la curiosidad irrefrenable de los jóvenes. En esa transición de una facultad a otra para encontrar respuestas a las preguntas, donde la división entre ciencias y letras no estaba tan marcada ni acentuada como hoy, y que para acercarse a Freud había que ir a aulas que no fueran las de Letras, porque ahí no lo enseñaban ni explicaban.
A partir de ahí, del deslumbramiento, el interés o la motivación intelectual que le produjo un laboratorio –unas visitas en las que no paró durante un instante de preguntar para qué servía este aparato o ese otro–, surgieron los cimientos para una obra ingente, atrevida, en la que trabajó durante años: «Teoría del cierre categorial», una de sus obras cumbre. Pero si su nombre se hizo popular fue por sus apariciones en televisión, donde sus comentarios siempre generaron polémicas. Ahí están sus enfrentamientos con Santiago Carrillo, sus conversaciones con Sánchez Dragó o sus discusiones con algún ministro de la Iglesia al que ridiculizó por no conocer adecuadamente el dogma que defendía (aunque no creía en Dios, Gustavo Bueno respetaba a Ratzinger, como teólogo, y a curas científicos, como el abate Lemaitre).
Contra «GH»
Gustavo Bueno no era un filósofo anacoreta, encerrado en el palacio de sus ideas y principios, que ejercía su prestigio desde el retiro privilegiado de su despacho universitario, sino un nuevo Sócrates que salía a interpelar a la sociedad, a agitar sus cimientos con sus ideas y preguntas, e iluminar el océano de falsedades que nos rodea. En esa intervención directa en los asuntos ciudadanos, comunes, que agitan las aguas de lo público, encontró parte de su popularidad, y de ese contacto habitual con el acontecimiento del día a día nacieron una serie de libros que no dejaron indiferente a casi nadie (sus controvertidas opiniones le valieron que un grupo de radicales quemaran en una ocasión su propio coche). Uno de los debates más conocidos en los que intervino fue a raíz de la irrupción de programas televisivos como «Gran Hermano». Siempre se rebeló contra la vulgaridad y cómo la pequeña pantalla generaba productos despreciables con el único propósito de aumentar las audiencias. A la televisión, precisamente, dedicó un estudio muy comentado en el momento de su publicación: Telebasura y democracia. Sus inquietudes sociales le llevaron también a analizar el deporte, y a los pensadores que despreciaban el deporte como si fuera un tema sin relevancia. Pero también observó y pensó bien asuntos de mayor alcance, como la constitución española y lo que consideramos en este momento democracia, así como la decisión de los partidos políticos de concurrir a las elecciones con listas cerradas. De hecho, levantó la voz por no abrir un debate abierto sobre el mismo término y sistema acerca de lo que debe ser la «democracia». Su libro El fundamentalismo democrático. La democracia española a exámen se encargaba de este tema. Aunque era un hombre de izquierdas, reflexionó mucho sobre esta ideología, como se ve en El mito de la izquierda, y se mostró muy crítico con el ex presidente de Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, al que dedicó un ensayo: Zapatero y el pensamiento Alicia. El papel que nuestro país desempeña en estos momentos en la Unión Europea, construcción a la que también sacó sus contradicciones y errores, queda reflejado en España frente a Europa.
Sonados encuentros
Gustavo Bueno, siempre resuelto a caminar por las aristas más peligrosas y menos frecuentadas, resultó un carácter muy beligerante y tuvo sonados encuentros, como, por ejemplo, con un profesor que intentaba implantar el bable en Asturias o cuando comentaba cómo suspendía en las Islas Baleares a los alumnos que no sabían correctamente español. De hecho, escribió un ensayo que tituló España no es un mito: claves para una defensa razonada. Enemigo de lo superficial y de lo vulgar, Bueno mostró unas inquietudes que abordaron diferentes planos del saber, como puede comprobarse a través de su prolífica bibliografía, compuesta, entre otros títulos, de La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización, La fe del ateo o El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Pero, también, a través de las revistas culturales que apoyó, como El Basilisco o El Catoblepas.
Dos días después de su esposa
Gustavo Bueno murió ayer en Niembro (Llanes), la localidad asturiana donde tenía la casa donde había escrito y reflexionado sin interrupción durante estos últimos años, casi desde que se retiró de la Facultad de Filosofía, después de una polémica jubilación, de un retiro que dio lugar a muchos comentarios. Ahí, en ese entorno, había paseado y había convivido con su esposa y desarrollado, sin cesar, las últimas obras que había editado, porque el pensador pertenecía a esa raza de filósofos que poseían la determinación de trabajar en sus proyectos hasta el último momento. El destino ha hecho que el fallecimiento del conocido pensador tuviera lugar dos días después de que lo hiciera su mujer, Carmen Sánchez Revilla, que era cuatro años mayor que él, y que, como su marido, pidió ser enterrada también en Santo Domingo de la Calzada, La Rioja. La coincidencia de estas muertes han sumido en la tristeza a su familia. Gustavo Bueno y Carmen Sánchez habían permanecido juntos durante décadas. Ella, de carácter discreto, siempre se había dedicado a la docencia y era profesora de la Escuela de Magisterio. Era una de las patronas de la Fundación Gustavo Bueno, institución que se ha encargado de comunicar el fallecimiento de los dos y que se constituyó no sólo para apoyar el legado y la figura de Bueno, sino para promover la filosofía en todos los ámbitos.
Javier Ors
Rajoy destaca que Gustavo Bueno fue “un intelectual en el más alto sentido de esta palabra”
La Razón · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 ·
Rajoy destaca que Gustavo Bueno fue “un intelectual en el más alto sentido de esta palabra” y asegura que su participación en el debate público “ha contribuido decisivamente al enriquecimiento de la sociedad española”.
Por J. Ors. Madrid. El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, ha enviado al hijo del filósofo Gustavo Bueno, Gustavo Bueno Sánchez, así como al rector magnífico de la Universidad de Oviedo, Santiago García Granda, sus condolencias por el fallecimiento del filósofo. “Al conocer la triste noticia del fallecimiento de Gustavo Bueno, en mi nombre y en el del Gobierno de la nación, deseo enviarle mis más sentidas condolencias por la pérdida de quien ha sido un filósofo de referencia en la Universidad española a lo largo de su más de medio siglo de magisterio”, subraya el presidente en el telegrama enviado.
Por su parte, el Grupo Municipal Popular en el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada ha propuesto hoy, día 8, dedicar una calle de la localidad a la memoria de Gustavo Bueno, fallecido ayer.
Así, en el transcurso del Pleno extraordinario convocado para decretar dos días de luto en la localidad por el fallecimiento de Gustavo Bueno, el concejal del Partido Popular, Javier Azpeitia, ha solicitado que el filósofo nacido hace 91 años en la localidad calceatense cuente con una calle en su memoria. En este sentido, el Grupo Popular entiende que esta iniciativa contribuirá a recordar la figura y mantener el legado del filósofo para futuras generaciones de calceatenses, además de servir de sentido homenaje de su localidad natal.
David Hernández de la Fuente *
Un imprescindible de nuestro pensamiento
La Razón · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · pág. 48.
Ayer nos dejó uno de los grandes filósofos del pensamiento contemporáneo español. Gustavo Bueno es uno de los pocos filósofos que en nuestro país ha creado una escuela de acólitos acérrimamente vinculados a su manera de entender el mundo y sus fenómenos. De hecho, es reivindicado por los suyos, el grupo de discípulos al que da nombre su cátedra de Oviedo, como el creador en lo moderno de un sistema filosófico completo, a la usanza clásica, que puede dar cabida a una explicación global de la realidad. Según pensaba, la filosofía había de ser sistemática o no podía ser considerada como tal. Su materialismo filosófico no ha dejado indiferente a nadie dentro de nuestras fronteras, y Bueno ha terciado en todas las polémicas dignas de tal nombre en el pensamiento contemporáneo. Su frase «pensar es siempre pensar contra alguien» es significativa en ese sentido. Especialmente notoria ha sido su participación en debates televisivos sobre sus temas predilectos, lo que contribuyó notablemente a difundir sus ideas. Últimamente, un excelente documental, a modo de resumen biográfico, vino a compendiar su semblanza y pensamiento con acribía. Su Fundación contribuyó a diseminar sus ideas gracias a unas «teselas», vídeos de pocos minutos, a modo de divulgación. El filósofo, originario de La Rioja, desarrolló toda su actividad académica en Asturias, en la Universidad de Oviedo, donde se hizo célebre por sus puntos de vista poco ortodoxos, por su marxismo renovado y por sus polémicas con las autoridades académicas, que incluso llegaron a acabar en los tribunales. Pensador beligerante e incómodo para el «establishment», trató todos los temas, desde las archai a la telebasura: disertó sobre ontología y metafísica, filosofía de la ciencia o ateísmo, trató a los presocráticos y a los utópicos, actualizó a Marx y sacudió la filosofía de la religión con su libro «El animal divino» (1985). Con otros pensadores de renombre y de distinta trayectoria política e intelectual –Gabriel Albiac o Gonzalo Puente Ojea, por ejemplo– publicó interesantes reflexiones sobre la religión en el contexto de la sociedad y de la política. Sus reflexiones sobre las creencias, el proceso de integración europea, los medios de comunicación y las ideas políticas –incluyendo una crítica al otro «buenismo» (el del zapaterismo y el «pensamiento Alicia») agitaron siempre el debate político, social y filosófico y actualizaron continuamente la filosofía académica llevándola al plano donde siempre tuvo que estar. Perdemos, pues, a un imprescindible de nuestras aulas y de nuestra labor filosófica, se esté o no de acuerdo con sus tesis, un pensador original e indispensable que muere a los 91 años, dos días después de la pérdida de su querida esposa. No dejó de trabajar hasta el final. Descanse en paz el maestro Bueno.
* Profesor de Historia de la UNED
Hughes
Se apaga la apasionada razón de Gustavo Bueno
ABC · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · págs. 38-39.
El popular filósofo falleció ayer a los 91 años en Niembro (Asturias), dos días después de la muerte de su esposa, Carmen Sánchez Revilla. La capilla ardiente se abre hoy a las 13 horas en el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), su ciudad natal, donde será enterrado
Ayer, a la edad de 91 años, falleció en Niembro (Asturias) el filósofo Gustavo Bueno, dos días después de que lo hiciera su esposa, Carmen Sánchez Revilla, con la que llevaba más de sesenta años casado.
Bueno nació en Santo Domingo de la Calzada, hijo de médico. Su padre lo llevaba a las autopsias, le enseñaba cerebros, órganos, pero el ejercicio práctico de la disciplina no interesaba al niño, que se sentía, sin embargo, profundamente interrogado por el abismo lógico en la frase de un profesor: la excepción confirma la regla.
Estudió en Zaragoza y Madrid. Reconoció en Eugenio Frutos Cortés a su maestro. En el grupo de Zaragoza, con compañeros como Lázaro Carreter, tuvo acceso a muchas disciplinas científicas –una constante curiosidad en su vida– y leyó a Husserl, Heidegger o Sartre. Luego estudió en Madrid, y se interesó de un modo absorbente por el Círculo de Viena.
Estudios en Salamanca
Estaba, por tanto, al corriente de lo que ocurría en Europa dentro de una universidad católica, organizada en pleno franquismo. En Salamanca aprovechó para estudiar escolástica durante once años. «Era como tocar polifonía para un instrumentista romántico». Idea de virtuosismo absoluto. Esa Salamanca era, por momentos, como vivir en el siglo XVI. Paseaba sus calles y se metía en una iglesia donde descubría, por ejemplo, el estilo retórico florido y arcaico del jesuita Martín Vigil.
Fue profesor de instituto durante unos años que recordó siempre con agrado. Los sábados reunía a los alumnos y les hacía escuchar a Beethoven durante horas. Su mayor preocupación era una instrucción básica: el lenguaje, las bondades neuronales de la música. Saturado de ambiente académico, Bueno se fue a Oviedo, ganada la cátedra de Filosofía. Lo hizo por Feijoo, ídolo e hito del pensamiento español, y encontró una sociedad distinta, con cinturón industrial y un contacto real, directo, con problemas no académicos.
Comienza la labor de seminario, de docencia, la creación de un grupo, incluso las clases en la mina. Bueno manifestó muchas veces una clara aversión hacia las formas universitarias ensimismadas y burocráticas.
Bueno era marxista, no sesentayochista. A sus clases acudía la policía, que anotaba las veces que citaba a Marx, pero tuvo problemas diversos. Fue una constante la incomprensión de los elementos fanatizados autóctonos. Bueno fue racionalista, contrario al escepticismo nihilista, a las simplicidades posmodernas y a las posturas mágicas e irracionales. Sufrió un atentado de la ultraderecha, que lanzó un explosivo a su vehículo, pero también una paliza de unos maoístas en plena universidad. También fue polémica su jubilación en 1998: dejó de dar clases para pasar a la condición de emérito con un trasfondo de recelos declarados. Bueno llegó a ver cómo se le solicitaba el destierro –el alejamiento efectivo de Asturias– cuando polemizó con los defensores de la normalización del bable. Últimamente, y para completar el espectro, fue acusado de islamófobo.
Tras los años de seminarios, llegaron los libros y su popularización: El mito de la cultura, El mito de la izquierda, Telebasura y democracia, España no es un mito, Zapatero y el pensamiento Alicia, El fundamentalismo democrático o España frente a Europa.
En todos estos libros insiste en una de sus misiones intelectuales: la destrucción de supersticiones. Desde la democracia como fundamentalismo, o la confusa idea de Europa como destino; la izquierda, atomizada en fuerzas meramente divagantes, o la Transición española, que veía como una prolongación, una transformación del Franquismo. Bueno defendió la unidad nacional, cierta pena de muerte, o la telebasura –precisamente por democrática–. En El mito de la cultura la emprende con el último gran mito, el equivalente actual de la Gracia, la Cultura como estado de elevación personal, pero también como justificación de los nacionalismos. Su postura al respecto era clara. En estos años, Bueno se convierte en un titán de la incorrección política.
Ateo cátolico
Se quiso caricaturizar en ocasiones: el Bueno marxista se convertía en derechista. En realidad, era más complejo. Era un materialista que trataba de explicar, por ejemplo, el hecho religioso. En El animal divino señala al animal como numen, origen religioso. España había cambiado, y el ateísmo de Bueno era rico, comprensivo y miraba con simpatía el catolicismo. Era un ateísmo superior al que conocemos, al publicitado y ambiental, de tipo meramente negativo. El suyo era un ateísmo radical, profundo, pero amigado con el catolicismo. Ateo católico, dijo una vez. Reconocía a la Iglesia como el vehículo de la modernidad al incorporar el derecho romano y la filosofía griega, y también su dimensión racional. Contra el lugar común defendía la importancia científica del catolicismo.
Otros libros anteriores son los importantes Ensayos materialistas, La metafísica presocrática o Etnología y utopía, incluso un manual de texto, Symploké. El materialismo filosófico, complejo, de Bueno lo intentaba hacer inteligible precisamente con la teoría platónica de la symploké: si nada estuviera relacionado con nada no podríamos conocer, pero tampoco si todo estuviera relacionado con todo. La realidad es unitaria, plural, pero compuesta de discontinuidades.
Esto lo lleva a las ciencias, con el concepto matemático del cierre: las ciencias como esferas, ámbitos o disciplinas autónomas. Su Teoría del cierre categorial ha sido la obra de décadas y lo sitúa en la misteriosa e incomprensible categoría de «filósofo con sistema».
Bueno está en muchos sitios. Está en sus libros más divulgados, en sus fugaces apariciones en los medios, pero también en sus discípulos –en sectores ideológicos amplios del país–, en sus seminarios, en innumerables artículos, en su Grupo de Oviedo, y después en su Fundación. Bueno es el primer filósofo activo en la Red, incluso el primer gran filósofo youtuber. La edición de sus obras completas –una obligación desde ahora mismo– debería recogerlo en toda su amplitud.
El efecto docente de Bueno, su energía inspiradora era absoluta, inolvidable, catalítica. Su memoria saltaba de un concepto a otro mientras sus manos gesticulaban de un modo inequívoco, con un inconfundible temblor que era como una palpitación. Bueno no fue nunca madrileñizado, pervertido por cierta oficialidad, y perdió el tiempo justo en sí mismo. Tenía un humor activo, y una humildad paisana, entera, conmovedora.
En la última entrevista concedida a ABC, justo hace un año, su preocupación era el estado general de estupidez española. «El cerebro hecho polvo». El deterioro de los conceptos. La imposibilidad real de poder hablar. Al escucharle se tenía una idea muy clara de la ignorancia propia, latifundista. Sin él, ya nadie sabrá medirla. Medir el alcance de nuestra estupidez. Eso es, al fin y al cabo, lo que hace un sabio.
Un ideario que no deja a nadie indiferente
ABC · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016 · págs. 38-39.
11-S
«Hay que destruir las raíces del Islam con el arma del racionalismo»
ETA
«Con ETA sólo cabe la vía penal o meter los tanques»
Dios
«No es que Dios no exista, es que no puede existir»
Toros
«La Fiesta de los toros es un fenómeno religioso. Decir que los toros no son cultura es no tener ni idea de la idea de cultura»
Televisión
«Cada pueblo tiene la televisión que se merece»
Cataluña
«Está en una fase de nación étnica»
Siete frases polémicas de Gustavo Bueno
ABC · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016.
A lo largo de su vida, el filósofo fue autor de algunas ideas incendiarias y políticamente incorrectas que dieron mucho de que hablar
Como pensador de reconocido prestigio, Gustavo Bueno desarrolló ideas de gran profundidad en campos como la filosofía de la ciencia, la escolástica o el materialismo filosófico. Sin embargo, también se involucró en numerosos debates de actualidad, proponiendo ideas tan originales como incomodas para muchos. Estas son algunas de las frases mas polémicas que nos dejó el filósofo fallecido a los 91 años.
Sobre la cultura
«La cultura española es esencialmente analfabeta.»
Sobre la Bolsa
«Mayor basura que la Bolsa no cabe imaginar en la evolución de la humanidad.»
Sobre la izquierda
«Muchas versiones de la izquierda no son políticas. Izquierda, dicen, es el temperamento dialogante, pacífico. Quedas asombrado con cosas así. Habría que quitar a Lenin de la izquierda y poner al Papa.»
Sobre la Iglesia
«Los grandes dogmas de la cristiandad los fue desmoronando la ciencia y el catolicismo se fue replegando, cosa que no ocurre en otras religiones, a las que les da igual.»
Sobre la pena de muerte
«Una democracia auténtica debe instaurar la pena de muerte.»
Sobre Europa
«Se suele oponer Europa a España, pero España es Europa antes que otras muchas naciones.»
La Nueva España
Adiós a Gustavo Bueno, la luz del pensamiento español desde Asturias
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, portada, págs. 42 a 50 y última
El filósofo, padre de la teoría del cierre categorial, fallece a los 91 años, tan sólo dos días después de la muerte de su esposa, Carmen Sánchez.
Oviedo/Niembro (Llanes). Sólo dos días después del fallecimiento de su esposa, Carmen Sánchez, el filósofo Gustavo Bueno murió ayer por la mañana en su casa de Niembro (Llanes) a los 91 años de edad. Asturias despide así a uno de los mayores pensadores españoles del último medio siglo, el padre del materialismo filosófico y de la teoría del cierre categorial. Bueno, trabajador infatigable, polemista brillantísimo, fue una de las grandes luces de la Universidad de Oviedo, donde se incorporó en 1960.
Wenceslao López, Alcalde de Oviedo
“Un referente en Asturias y en el mundo”
El alcalde de Oviedo, Wenceslao López, recordó que “Gustavo Bueno, un referente en Asturias y a nivel internacional, pasó casi toda su vida académica en Asturias, en Oviedo concretamente. Eso hizo que la ciudad se convirtiera en un referente de la filosofía para el mundo”.
Gabino de Lorenzo, Delegado del Gobierno en Asturias
“El mejor filósofo del siglo XX”
El delegado del Gobierno en Asturias y exalcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, destacó ayer “el orgullo que supone para esta región que un filósofo como Gustavo Bueno, el mejor de todo el siglo XX, con un nivel intelectual desmedido, dedicara su vida intelectual y filosófica a Oviedo”.
Roberto Sánchez, “Rivi”, Concejal de Cultura de Oviedo
“Uno de los profesores que más impronta dejan”
El concejal de Cultura de Oviedo, Roberto Sánchez Ramos, “Rivi”, lamentó ayer el fallecimiento de Gustavo Bueno, destacando su papel en el mundo académico. “Ha sido uno de los profesores de la Universidad de Oviedo que deja más impronta y escuela, tanto en la Universidad como en la ciudad”.
Agustín Iglesias Caunedo, Exalcalde de Oviedo
“Nuestra más preclara inteligencia”
El exalcalde de Oviedo y líder del PP ovetense Agustín Iglesias Caunedo resaltó la tristeza de ayer “porque hemos perdido a nuestra más preclara inteligencia. Bueno siempre fue ejemplo de sabiduría, independencia, sensatez, convivencia e inteligencia. Para Oviedo es una pérdida irreparable”.
Antonio Masip, Exalcalde de Oviedo
“Un filósofo emotivo y sobrecogedor”
El exeurodiputado socialista y exalcalde de Oviedo, Antonio Masip, recordó ayer emocionado “la cantidad de veces que me escapé de Deusto para asistir a sus clases. Era una excelente persona, pero también un filósofo que conseguía sobrecogerme, impresionarme y emocionarme”.
Ramón Rodríguez, Director del RIDEA
“Un referente de la filosofía contemporánea”
Ramón Rodríguez Álvarez, director del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), afirmó ayer que Gustavo Bueno “es un referente de la filosofía contemporánea. Fui alumno suyo y era un gran profesor, vehemente y apasionado, que defendía con entusiasmo sus brillantes ideas”.
Carmen Ruiz-Tilve, Cronista oficial de Oviedo
“Una figura clave para el cambio de la Universidad”
Carmen Ruiz-Tilve, cronista oficial de Oviedo, fue alumna de Gustavo Bueno el primer año que ejerció de profesor en la ciudad. “Fue una figura clave para el cambio de la Universidad de Oviedo. No sabíamos casi nada de Filosofía y él nos la acercó. Siempre fue muy cercano. Él y Carmen son la pareja eterna. Unida en pensamiento, palabra y obra”.
Mercedes González, Concejala de Somos Oviedo
“Una gran aportación a la lucha antifranquista”
Mercedes González, concejala de Somos en el Ayuntamiento de Oviedo, destacó de Gustavo Bueno “su contribución filosófica y su pensamiento original”. La edil de Somos, no obstante, quiso destacar de la figura del filósofo “su aportación a la lucha antifranquista y por las libertades en nuestro país”. González quiso trasladar su pésame a su familia y allegados.
Jesús Sanz Montes, Arzobispo de Oviedo
“Un pensador que no dejó a nadie indiferente”
El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, calificó la trayectoria de Bueno como “una búsqueda honesta de la verdad. Admiro su lealtad a las propias preguntas, el reconocimiento de su cultura cristiana, considerándose un crítico perteneciente, y la libertad frente a posiciones contrarias a la vida y la mediocridad. Un pensador que no dejó indiferente a nadie”.
Santiago G. Granda, Rector de la Universidad
“Fue un referente de nuestra Universidad”
Para el rector, Santiago García Granda, el filósofo dejará una huella muy grande en la Universidad de Oviedo. “Desde que se incorporó en 1960 se convirtió en un referente de nuestra institución con todos sus libros, traducidos a diferentes idiomas”, manifestó. García Granda destacó “el amor que tenía a sus alumnos”. “Deja una escuela importante”, agregó.
Antonio Sabino, Amigos del País de Avilés
“Tenía una proyección internacional”
Antonio Sabino, presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País de Avilés y Comarca, aseguró que la de Bueno “es una pérdida importante para el mundo de la filosofía y de la cultura. Era un filósofo asturiano. pero de proyección internacional. Sus opiniones y expresiones eran muy claras, convincentes, y polémicas en algunas ocasiones”.
Darío Rodríguez, Exdirector de la Escuela de Magisterio
“Se ha ido una genialidad creativa”
Darío Rodríguez del Amo, antiguo director de la Escuela de Magisterio de la Universidad de Oviedo, reconoce que aunque no siempre estaba de acuerdo con Gustavo Bueno, el filósofo era “una genialidad creativa de la sociedad asturiana”. “Se ha muerto una de las personalidades más importantes que hemos tenido en la región”, señala Del Amo.
Francisco Sosa Wagner, Catedrático de Derecho
“Era un profesor de Universidad valiente”
El catedrático de Derecho Administrativo Francisco Sosa Wagner destaca la figura de Gustavo Bueno como “profesor universitario valiente, con una gran capacidad para argumentar y plantar cara al poder con sus opiniones”. “Sé, además, por mis compañeros filósofos que han analizado su obra que fue una figura clave del pensamiento contemporáneo”, resaltó Sosa Wagner.
Isidro F. Rozada, Político
“Se va un pensador fuera de lo común”
Isidro Fernández Rozada, histórico político del PP. recuerda con nitidez las clases de Filosofía de Gustavo Bueno, en las que los alumnos se agolpaban hasta en las ventanas para seguir las explicaciones. “Se va un pensador fuera de lo común”, aseguró.
Fernando Granda, Periodista
“Es lamentable la desaparición de una figura tan importante”
El periodista asturiano Fernando Granda asegura que “políticamente es lamentable la desaparición de una figura tan importante, un filósofo de referencia ahora que tanto intentan denigrar la filosofía, ahora que la quieren hacer desaparecer de la Enseñanza Secundaria, para que los jóvenes no aprendan a pensar”.
Gustavo Bueno, uno de los mayores filósofos del último medio siglo, muere a los 91 años
Javier Neira
Bueno, la luz del pensamiento español desde Asturias
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, págs. 42-44
El filósofo, padre de la teoría del cierre categorial, fallece a los 91 años, tan sólo dos días después de la muerte de su esposa, Carmen Sánchez. · Padre del materialismo filosófico y la teoría del cierre categorial, en 1960 se incorporó a la Universidad de Oviedo, donde deja una nutrida escuela.
Oviedo, Javier NEIRA. El filósofo asturiano Gustavo Bueno Martínez falleció en la mañana de ayer en su casa de Niembro (Llanes) a los 91 años de edad, solo dos días después de que muriese, también en el domicilio familiar llanisco, su esposa Carmen Sánchez Revilla, de 95 años.
Bueno, riojano de nación, fue incluso para sus detractores uno de los grandes pensadores del último medio siglo desde su cátedra en la Universidad de Oviedo y, después, a partir de la fundación que lleva su nombre. Su ontología, el materialismo filosófico, y su gnoseología, el cierre categorial, son radicalmente originales y trituradores de metafísicas, espiritualismos, dogmatismos y fundamentalismos.
Trabajador infatigable y valiente hasta la temeridad se ganó fervorosos seguidores y también furibundos opositores desde, en los inicios, la derecha católica, extendiéndose la enemiga a la izquierda establecida, a los nacionalismos separatistas y a la academia conformista. Deja una obra inmensa y abierta, cinco hijos y cinco nietos.
Hace ahora exactamente diez años, en agosto de 2006, el filósofo Gustavo Bueno evaluaba desde su casa de Niembro la tarea por hacer y el tiempo disponible. «Tengo cierta sensación de apresuramiento para desarrollar todo lo que tiene que ver con la teleología de los organismos. Pero como no sabes cuánto tiempo te queda de vida, yo calculo que unos 7 u 8 años y además surgen cosas que no dependen de tu voluntad y que te impiden disponer de tu tiempo... vamos, para ser sincero, con lo que hay escrito hay de sobra para que cualquier persona con la inteligencia y los intereses que tenga pueda escribir lo que quiera sin decirle yo nada. Yo hago lo que puedo y se acabó. Por hacer está todo. Si yo fuera músico diría que me falta el tercer movimiento, pero aquí es distinto: la sinfonía está incompleta desde el principio. Total, que si hubiera diseño inteligente tendría que vivir quizá 30 años más».
Era una coda final irónica, marca inequívoca de su carácter. «Tengo arte para largo pero sé desde hace tiempo que no tengo vida suficiente y yo empecé a renunciar a muchas cosas desde hace años». Ciertamente, calculó bastante bien el tiempo personal disponible; indicó, sin falsas modestias, que deja cimientos para tres o cuatro templos como el Partenón y firmó para siempre, aludiendo a Schubert, una frase hermosa y genial: sí, su obra es una sinfonía incompleta desde el primer acorde.
Gustavo Bueno Martínez nació en la ciudad riojana de Santo Domingo de la Calzada, el 1 de septiembre de 1924, en el seno de una familia de médicos. Estudió en Zaragoza y Madrid. Catedrático de Instituto en Salamanca y a partir de 1960, en la Universidad de Oviedo, que eligió «porque la ciudad estaba rodeada por un cinturón industrial y no de incienso como la de Salamanca».
Fue decisiva también la atracción de Feijoo. Desde unos años antes la familia Bueno ya acudía a veranear al pueblo llanisco de Barro. Después de una década de silencio en cuanto a publicaciones, pero con una gran actividad universitaria, en especial gracias a unos seminarios que se convirtieron en leyenda, dio a la luz El papel de la Filosofía en el conjunto del saber, su primera gran obra. Le seguirían vertiginosamente Ensayos materialistas, Etnología y utopía y La metafísica presocrática, entre otros. Por ese tiempo cristalizó su sistema de pensamiento, original y radical, denominado materialismo filosófico.
La clave es su idea de materia que apenas nada tiene que ver con los cuerpos, los bultos, las masas o los átomos según es común considerar. El mismo lo explicó: «La materia no es una sustancia única, que es la tesis de los presocráticos y la de Marx, sino que tiene géneros distintos, y concretamente tres géneros: M1, M2 y M3. M1 es la materia física. M2 es la materia psicológica, el ánimo, la psique, y luego está M3: por ejemplo, la distancia entre dos cuerpos es también material, pero no corpórea. Materialismo es pluralismo, pero sin continuidad entre las partes de la materia. Lo esencial es la discontinuidad, que fue el gran descubrimiento de Platón». Paralelamente su teoría de la ciencia, el «cierre categorial», de carácter constructivista frente a los cortes epistemológicos, tan de moda entonces, sentó sus reales. Bueno publicó cinco volúmenes de un proyecto que se anunció mucho más amplio y que alguno de sus discípulos tendrá que desarrollar.
Una ingente producción contra la metafísica y los fundamentalismos
La obra de Bueno es ingente. Fundó la revista El Basilisco y en los ochenta publicó en medio de una producción frenética un libro capital, El animal divino, en el que explica que las religiones no son alucinaciones, inventos o productos psicoanalíticos, sino instituciones reales establecidas por la relación con los númenes, con los animales. Siempre la base fisicalista contra los delirios metafísicos. En la década siguiente destaca El mito de la cultura, un ensayo capital, publicado por la editora de La Nueva España, libro en el que presenta a la cultura como heredera de la gracia santificante y en la práctica justificadora de cualquier desmán o embuste. En vez de raza, palabra desaparecida en Auschwitz, se dice cultura y se pueden producir potencialmente similares atropellos. Y quien dice cultura dice idioma utilizado no como comunicación sino como separación. De ese tiempo es el Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas y Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión.
La jubilación como profesor universitario disparó aún más su producción. Poco después apareció España frente a Europa, también publicado por La Nueva España, con una poderosa teoría de la nación, una crítica de ciertas ficciones europeístas y un vector hacia la decisiva dimensión hispanoamericana.
En 1997 se constituyó en Oviedo la Fundación Gustavo Bueno donde semanalmente ofrecía conferencias y dirigía seminarios. Le siguieron, ya en este siglo, un verdadero aluvión de libros y la revista digital El Catoblepas, de gran éxito. También los ensayos El mito de la derecha, La fe del ateo, Zapatero y el Pensamiento Alicia, Panfleto contra la democracia realmente existente, La vuelta a la caverna, España no es un mito, El mito de la felicidad o el más reciente Ensayo de una definición filosófica de la idea de Deporte, en el que denuncia «un proceso de imbecilización o de falsa conciencia, si se prefiere, que asume el postulado según el cual el espíritu olímpico o la gimnasia perseverante constituyen los verdaderos cauces para que atletas, deportistas o ejercitantes, encuentren el sentido de la vida».
Una razón apasionada
Bueno siempre consideró que, «sin atracción no habría razón, luego toda razón es una razón apasionada. Y esta razón-pasión no decae a pesar de los años, porque el asunto sigue estando ahí». Y así fue, aun el 19 de julio pasado, su nieto Lino Camprubí lo fotografió en el jardín de su casa de Niembro leyendo y escribiendo como si, con 24 años, estuviese preparando frenéticamente la tesis doctoral. Materialista así que racionalista y realista –y ateo– señales infalibles de su pensamiento y de su vida, afirmaba con toda naturalidad: «Quizá no he tenido sueños nunca. He vivido en el mundo más vulgar imaginable, sin sueños. Mi actitud ha sido siempre muy práctica, en el sentido de que siempre he estado en constante acción racional y apasionada». Y como balance de su existencia se sentía «ni satisfecho ni insatisfecho. ¿Satisfecho de qué? Ha sido lo que ha sido y punto. Soy estoico en ese sentido».
Para el pensador riojano y asturiano o, mejor, español, la filosofía enlaza siempre con la política. La crítica política fue uno de sus fuertes que le valió enemigos por los cuatro puntos cardinales. Llegó a Oviedo, a la cátedra de Filosofía de la Universidad asturiana, en 1960 y la derecha católica lo puso en el índice. La izquierda, por contra, lo jaleó como paladín del marxismo rampante. Fue el único catedrático de Oviedo que se enfrentó de verdad al franquismo. Pronto los progresistas se volvieron en su contra y sufrió un atentado en la facultad cuando unos estudiantes foráneos le tiraron por encima de la cabeza un bote de pintura que a punto estuvo de dejarlo ciego. La derecha ultra no cejaba, los más aventajados prendieron fuego a su coche, aparcado en la avenida de Galicia, frente a su domicilio. La Policía para apagar el incendio abrió la puerta del vehículo a tiros. Y los separatistas de aquí, allí y allá cogieron el relevo del odio con más fuerza aun si cabe. Todos siguen en el empeño. Nunca se mordió la lengua. Decía, por ejemplo: «Hoy, filósofos o escritores de derecha, en sentido estricto, que digan “¡por Dios, por la patria y el rey!” no hay, porque no hay derecha. De la misma manera que hoy no hay quien defienda el esclavismo.»
¿Para qué sine la filosofía?, se preguntó en más de una ocasión, para responder de inmediato que es útil “para resolver problemas que están ahí, y siguen estando, aunque el que hace la pregunta no los vea, lo cual es problema suyo. Es más, se podría decir llegado el caso, que la filosofía sirve para acumular las razones necesarias para despreciar a mucha gente que de otro modo no podríamos despreciar con razón”. Siempre haciendo amigos. En todo caso, “cuando la filosofía contribuye a promover comportamientos éticos en tanto que filosofía política, la ética está subordinada a la política. De hecho ya Platón entendió la filosofía como una actividad política”. “El saber filosófico es fundamental”, indicaba, “cuando se trata del saber vivir, no de los individuos, sino de las sociedades, cuando aparecen magnitudes colectivas como pueda ser un estado o una comunidad científica. Es entonces cuando la filosofía es insustituible, sobre todo como elemento crítico que evite caer en fundamentalismos religiosos del tipo ‘¡todo está en Dios!’ o científicos al modo de ‘¡todo es química!’ o políticos como ‘¡todo por la patria!’”. Con la frase “todo es química” aludía con frecuencia al Nobel asturiano Severo Ochoa, un ejemplo meridiano de reduccionismo, según Bueno.
El filósofo ahora fallecido pensaba: “La gente ignorante e imbécil ¿qué va a decir? Si fuera inteligente, se callaría. Por ejemplo en la Universidad, por no hablar de la política. Conoces físicos, abogados o ingenieros completamente imbéciles que te dicen: ‘¿Y qué sacas tú con la filosofía?’. Hay otros que no lo son. Gente que, en el mejor de las casos, puede saber mucho de su asignatura, pero es completamente imbécil y a lo mejor le dan el premio Nobel, pero qué más da”.
Uno de los blancos más perseguidos de sus siempre aceradas críticas fue la idea de felicidad. No en vano publicó en 2005 un grueso libro titulado El mito de la felicidad. Autoayuda para desengaño de quienes buscan ser felices. Opinaba ácidamente que “es del género tonto afirmar la felicidad como un imperativo y más aún sin determinar su significado. Yo pienso como Aristóteles: solo Dios puede ser feliz, por lo que no tiene sentido que el hombre se plantee la felicidad como una meta, ya que cae en un planteamiento metafísico al comportarse como Dios, con todos los problemas prácticos que ello lleva". Citando a Goethe sostenía que “la felicidad es de plebeyos; es decir, solo los esclavos o plebeyos quieren ser felices, esto es, equiparase al amo, al señor” que de forma natural, es un decir, se supone que es feliz gracias al disfrute de sus bienes.
Y no menos feroz era con la idea común de libertad. “Distingo dos acepciones de libertad. Libertad-de y libertad-para. Por libertad-de entiendo la ausencia de coacción o libertad para hacer algo. Por otro lado, la libertad-para es la capacidad para hacer algo y precisamente por hacerlo te haces libre”. Vamos, que la libertad está unida siempre a la necesidad. Lo contrario de lo que se suele afirmar. Por eso “no hay libertad de pensamiento; el pensamiento, si es científico, no es libre. Yo no puedo decir libremente que dos y dos son cinco. Por tanto, el concepto de libertad-para no implica voluntariedad sino determinación y realización de un proyecto”. Conclusión “el que cree que es libre es un imbécil y cuantos más haya más problemas tendremos”.
También se las veía con frecuencia con una de las piezas clave del pensamiento políticamente correcto. “Creo que los Derechos Humanos”, afirmó, “no son suficientes para resolver los problemas de nuestro presente porque son normas hechas desde victorias pretéritas y los problemas son nuevos cada vez y entonces, o esas nomas se reinterpretan en cada caso y surgen normas nuevas, o realmente no sirven”.
Y en las mismas coordenadas consideraba que “la democracia actual parlamentaria con sufragio universal ha surgido en función o de la mano del mercado. Ya con la Revolución Francesa para poder votar hay que tener un determinado nivel de renta y formación. A medida que se desarrolla el sistema capitalista y la sociedad de mercado la gente va teniendo mayor nivel de renta y mayor formación y puede empezar a elegir no sólo qué compra sino también el que quiere que le gobierne, pues ambos son fenómenos inseparables. Cuanto más demócrata sea un país más clientes van a tener sus empresas. Se trata, sencillamente, de ampliar el mercado. Teniendo así la posibilidad de influir en el tipo de régimen político de un Estado. Y a esto se le llama globalización”.
Rechazaba que la seguridad mermase la libertad. “La sociedad tiene que saber cuáles son sus enemigos de todo tipo, económicos, políticos… Y la libertad de los individuos está en completa interrelación con la seguridad. Es decir: la seguridad es su libertad, no va contra ella, sino que está en función de ella, de manera que sin seguridad no es posible la libertad. Al menos así lo entiendo yo, no como Popper, que es un burgués de tomo y lomo.”
Una de las polémicas más encendidas en torno a su pensamiento surgió a propósito de la pena de muerte que, en determinados parámetros, aceptaba calificándola de “eutanasia procesal”. El argumento es así. Un criminal con delitos horribles, si no se arrepiente, no es humano, así que cabe sacrificarlo como a un animal. Y si se arrepiente, entonces su dolor será tal que solo la eutanasia lo puede liberar. “Arrepentirse es desear no haber hecho lo que has hecho”, decía, “pero si tú eres quien lo ha hecho, la única forma de arrepentirte es quitarte de en medio. Arrepentirse de boquilla o teniendo sentimientos conflictivos o problemas existenciales cuando se va a dormir... eso no interesa”.
Creía que “todo ciudadano debería aprender a estudiar más que a opinar. Primero que estudie y luego que opine. Todo el mundo opina en el País Vasco sobre la batalla de Arrigorriaga. Pues antes de opinar, primero que estudie la batalla, que no existió”. La crítica a los separatistas recorre toda su obra. Siempre habló al respecto con una valentía que se puede calificar de temeridad. “El hambre y la inmigración son los grandes problemas internacionales” decía “y, como problema nacional, la escisión de España, su fragmentación o balcanización”.
Sospecha como arma
Ejercía sin desmayo la sospecha como arma crítica. “De alguna manera todos estamos engañados, porque nadie conoce todo lo que se cuece, aunque sí es verdad que unos más que otros. La gente que funciona según los mitos que hemos dicho antes, los mitos de la libertad, de la democracia o de la felicidad está completamente en la higuera y además está tan contenta, cuando dice que es feliz o que es demócrata o libre o de izquierdas”, creía. Lamentaba la amplia aceptación de la mentira.
Sobre la transición española opinaba que “se produce cuando la sociedad española está madura, muy industrializada y consiste en la metamorfosis de la sociedad autoritaria, dictatorial o tiránica franquista en una democrática formal coronada, que es en la que vivimos. Por tanto, hay una continuación; no hay ningún misterio: ni la democracia, ni el milagro español, ni nada... simplemente continuación. Es más, la actitud, aspecto, conducta e ideas de los primeros ministros socialistas eran las mismas que las de los falangistas.” Nunca le perdonaron esas palabras. “Cada vez más son las élites las que manejan todo y el pueblo ni se entera, por lo que el concepto de pueblo como sujeto político desaparece” insistía. “Cuando Einstein vino a España, no se enteraron de lo que decía ni los más enterados y sin embargo, periodistas, filósofos, físicos o ingenieros tomaban partido y Einstein por aquí y Einstein por allá. El impacto de Einstein no fue el que produjo su física sino su figura, su ideología”.
El futuro de su escuela de pensamiento lo evaluaba no hace mucho con pulcritud. “Objetivamente, es probable que sí, que se desarrolle más, pero no lo sé. Echando la vista atrás, vemos que hay más gente implicada y trabajando en las coordenadas del materialismo filosófico, y esto nos puede llevar a pensar que la cosa pueda ir a más, pero no hay razón ninguna para que pueda replegarse. Lo que vaya a ser en el futuro lo desconozco. En el fondo es una cuestión puramente de probabilidades, meteorológica”. Hoy, precisamente, abre su curso una nueva Facultad de Filosofía en la ciudad mexicana de León, auspiciada por la Fundación Bueno.
El formidable ortograma asturiano
J. N. En su libro España frente a Europa, de 1999, Gustavo Bueno desarrolla la idea de “ortograma” a partir de Asturias. Como explicó en una entrevista de ese mismo año, utiliza la idea de ortograma, un proyecto sistemático siempre en una dirección. “Lo hablé mucho en su día con Tierno Galván y le gustaba mucho la idea. Roma tenía como ortograma avanzar y al llegar a un río o al mar, ocupar la otra orilla. El ortograma del Reino asturiano y luego leonés era avanzar sin límite, es el imperio, es la única manera de combatir al Islam, que también era infinito”, dijo.
Bueno considera que ese planteamiento “destroza la versión de que se trataba de un reino minúsculo. Eso es falso. Llegaba hasta Galicia y hasta La Rioja. Alfonso II llega a Lisboa, y Alfonso III, hasta Algeciras y se plantea incluso pasar a África. Eran razias, pero funda Burgos. Es falso que el reino visigodo quedó fragmentado y aparecieron puntos de resistencia. Sí había puntos de resistencia, pero el caso de Asturias fue otro, fue un proyecto imperialista desde el principio. No fue un foco de resistencia”. Para el filósofo, “el ortograma imperialista está inmediatamente vinculado a la Iglesia católica que quiere convertir a todos. Y lo incorporan reyes, curas, ganaderos, todos. La Reconquista es un episodio de ese programa imperialista al que se pliegan los demás. Cataluña es la misma palabra que Castilla, catalán es lo mismo que castellano, claro. Es una marca. Castilla es una gemación de Asturias y de León. Y Cataluña no tiene más remedio que unirse. El imperialismo va contra los reyes moros y contra la Iglesia, que es el punto más difícil de demostrar de mi exposición. El imperialismo astur-leonés, siendo católico, va contra la Iglesia, va contra el Papa. Ahí está el Cantar de mío Cid contra Gregorio VII nada menos, por los tributos. Y el saqueo de Roma de Carlos V. Trento es realmente un instrumento de Felipe II. Por Dios hacia el imperio, así es realmente. El ortograma no es la Reconquista sólo, es infinito. Pasan a África. Hay que incorporar a los musulmanes que también tienen un proyecto universal. A América se va no por las especias sino para coger a los turcos por la espalda. Se va a la India realmente y se encuentran con América. Eso cambia toda la estructura de la historia, América es decisiva, sin ella no habría capitalismo”. Y toda esa aventura colosal a partir de Oviedo y, siglos después, analizada desde Oviedo.
un pensador irrepetible
Pedro de Silva
Una lección de ética
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 44
Hablar del sentido de la vida no deja de ser una tontería desde un punto de visa utilitario, pero esto se debe a que lo utilitario –más allá de la satisfacción de las necesidades elementales– no deja de ser una tontería. Bien, pues el conocimiento (entendido simplemente como saber lo no sabido) es uno de los posibles sentidos de la vida, y para quien cree que esto es así, y por creerlo agota todos sus recursos intelectuales y vitales en su búsqueda, la vida adquiere, incluso sin buscarlo, una dimensión ética que la ilumina (un teólogo diría: la santifica). ¿Qué buscaba en concreto Gustavo Bueno? Cada lector suyo, académico o mundano, tendrá una respuesta, todas legítimas y quién sabe cuál más acertada. No era fácil restituir a la filosofía su antigua condición de saber de saberes, pero tal vez el único modo de hacerlo era poniendo a cada saber en su sitio, como él intentó, operando del modo en que sabemos desplegar el conocimiento, que es el de separar y volver a reunir. Una vez demarcado el campo de cada cual, y por tanto el propio, ya se tiene “potestas” para moverse por él, haciendo descender la metodología aplicada en la propia demarcación, y vigorizada en esa tarea, al análisis de cada ser o suceso. De este modo Gustavo Bueno trató de comprender la realidad en sus múltiples manifestaciones, del concepto más arduo a sucesos en apariencia francamente banales, pero a los que dotaba “yéndolos mirando” de virtud significante, que sería lo más parecido a la hermosura en el Cántico Espiritual. Y lo hizo, además, bajando del Olimpo a donde hizo falta, incluso a los foros menos lustrosos, supongo que guiado por la idea de que el conocimiento responde también de un mandato ético, el de ser divulgado, aunque lo que se divulgue sea sólo, por la propia dilución de las categorías al perder altura, una opinión. Imposible vaticinar el peso futuro del corpus filosófico de Gustavo Bueno, tan potente como difícil de valorar por los mercados globales del pensamiento, interferidos por múltiples factores. Sabemos, sí, que no es fácil identificar una metodología y un lenguaje tan rigurosos, exigentes y consistentes en el pensamiento actual, y que su método tiene una fuerza expansiva poco común. Pero en el día de hoy, tras su muerte, tal vez sea mejor resaltar, como acabo de hacer, el poder de su ética superior como filósofo, ¡él que tan reacio era a considerar la dimensión filosófica de la ética!
un pensador irrepetible
Patricia Martínez
El “maestro total”, despedido en Niembro por más de un centenar de amigos
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 45
Los Reyes lamentan en un telegrama la pérdida del “gran pensador”, al que sus discípulos consideran el “filósofo del siglo”, como ayer decían en la casa familiar
Niembro (Llanes). P. Martínez. Un “gran pensador y referente indudable del pensamiento filosófico contemporáneo español”. Así describieron ayer los Reyes Felipe y Letizia a Gustavo Bueno Martínez, fallecido en su casa de Niembro (Llanes) a los 91 años. Los Monarcas transmitieron estas palabras mediante un telegrama al saber de una muerte que parece “romántica”, como apuntó el filósofo Alberto Hidalgo, pues se fue apenas dos días después que su esposa, Carmen Sánchez Revilla, fallecida el viernes en la misma vivienda.
Ese mismo espacio, que ambos construyeron hace 40 años, acogió ayer la capilla ardiente por la que pasaron más de 100 personas a lo largo de una tarde igual de luminosa que la anterior, cuando la familia dio el último adiós a la matriarca. No quisieron manifestarse públicamente, pues consideran que el “protagonismo”, ayer, era del filósofo, aunque no dejaron de mostrar el agradecimiento por haber crecido a su lado y también hacia quienes los arroparon. Por la casa de Niembro, llamada en un futuro a albergar un museo sobre el filósofo, pasaron representantes tanto del Principado como de los ayuntamientos de Llanes y Oviedo, además de muchísimos amigos y vecinos que quisieron despedirse del “filósofo del siglo”.
Así lo calificó su colega discípulo Tomás García, quien dijo de su maestro que éste le enseñó “todo. Lo poco que he hecho en la vida, tanto en la profesión como en la política, se lo debo a su sistema”, añadió antes de mostrar su “agradecimiento total” a Bueno. Lo equiparó a Platón, a Santo Tomás y a Hegel y destacó su interés por todos los asuntos, desde la filosofía política hasta la religión, la ciencia y la cultura. “Pero también la democracia la corrupción, la guerra, el deporte y la ciudad”, enumeró García. El filósofo también destacó la coincidencia en el tiempo de la muerte de Bueno y el nacimiento de una nueva Universidad de Filosofía en Guanajuato, en León (México), que el empresario con raíces asturianas Juan Antonio García ha puesto en marcha bajo la dirección de tres de sus discípulos: José Manuel Rodríguez Pardo, Iñigo Ongay e Ismael Carballo. La Universidad iniciará su actividad docente hoy, el mismo día en que el filósofo será enterrado en Santo Domingo de la Calzada tras la apertura de la capilla ardiente en el Ayuntamiento riojano a las 13 horas y un acto a las cinco de la tarde.
Coetáneo de Tomás García y también discípulo de Bueno ha sido Vidal Peña, quien abandonó Derecho por la Filosofía bajo la influencia de “don Gustavo, un maestro total, de arriba abajo”. También alumno de Bueno fue Vicente Domínguez, viceconsejero de Cultura del Principado, que lo describió como una persona “fundamental” en su carrera y una “figura principal en la filosofía española de los últimos cincuenta años”.
No fue el único representante regional, ya que el consejero de Presidencia, Guillermo Martínez, se trasladó ya a la noche hasta Niembro para transmitir las condolencias del Gobierno del Principado. El alcalde de Llanes, Enrique Roza, destacó el cariño de Bueno hacia el concejo y su paisaje, y Ana Rivas, segunda teniente de alcalde de Oviedo, estuvo presente junto a varios ediles de la Corporación, como Gerardo Antuña y Luis Pacho. La secretaria de la Asociación de Vecinos y Amigos de Llanes (AVALL), María José Rodríguez, lamentó que Gustavo Bueno se haya ido “sin los premios y reconocimientos más notables que tiene esta región e incluso este municipio”.
un pensador irrepetible
José Ignacio Gracia Noriega
El sol en la terraza
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 46
Los últimos días de un hombre cuyas palabras, al igual que las de Heráclito, eran luz
Por la mañana hable con Gustavo Bueno Sánchez: había levantado la niebla y lucía un hermoso sol de verano. Las impresiones médicas sobre el estado de su padre eran terribles. Ayer, al ir a despedir a Carmen a Niembro, vimos a la puerta dos carrozas mortuorias. Pensamos en lo peor, pero ser trataba de una falsa alarma. No, don Gustavo no había muerto aunque se esperaba su muerte inmediata, casi al mismo tiempo que la de su mujer. La mañana del domingo, Gustavo me dijo que su padre había experimentado una ligera mejoría. Los tres últimos días no pasaba ni el agua ni se movía de su lecho, pero al fin recuperó un poco, lo habían levantado y se encontraba en la terraza de su “chalet” de Niembro, rodeado de verdor y de sol. Bajo el sol murió don Gustavo, escuchando el ligero paso del viento entre las ramas del magnolio que tantas veces Carmen y el habían contemplado juntos. La última vez que lo miraron era también un día de sol. Carmen, inmovilizada en su silla de ruedas desde hace años, le miró maternalmente: después de muchos años de matrimonio, las mujeres son como madres para sus maridos. Don Gustavo le devolvió la mirada y ambos se rieron: fue una hermosa despedida a la vida que retozaba alrededor.
Hay una apariencia trágica en estas dos muertes seguidas, la de Carmen y la de su marido dos días más tarde. Pero la historia es más hermosa que trágica. Tal ser el sol haya atenuado la tragedia o la haya convertido en algo grandioso; tan grandioso como familiar e íntimo. Dos ancianos que vivieron juntos agonizan juntos. Imposible mayor unión.
El viernes por la tarde, en el jardín de Niembro se respiraba serenidad. La tarde misma era serena y apacible. Carmen yacía en la parte más luminosa de la biblioteca, rodeada de flores blancas. En una de las habitaciones de arriba agonizaba don Gustavo. “No creemos que salga de hoy…”, me dijo Gustavo hijo. Pero todavía vivió un día entero y la mañana del siguiente, como una tenaz afirmación de la vida. Don Gustavo, que criticó con la contundencia que le caracterizaba “el mito de la felicidad”, uno de sus últimos grandes ensayos, recuerda a Goethe cuando Fausto le dice a su criado Wagner poco antes de recibir la primera visita de Mefistófeles: “No hallarás refrigerio alguno si no brota de tu propia vida”. Gustavo Bueno hizo de su propia vida su refrigerio sin cometer los errores de Fausto. Detrás de la vida queda la obra: una familia bien trabada y la obra filosófica más importante escrita en España desde los grandes filósofos del siglo XVI, a los que él estimaba tanto y a los que menciona con frecuencia.
“Ha muerto un gigante”, me dice Josefina Martínez al enterarse de la triste noticia. Bueno y Emilio Alanos abrieron las puertas y ventanas de la Universidad de Oviedo con las únicas amas que se permitían usar: el saber. De ser una Universidad provinciana pasó a ser la Universidad en la que enseñaban Alarcos y Bueno. Después vendrían otros, pero fueron ellos quienes abrieron el camino. Los primeros desbrozadores.
Con Gustavo Bueno llegaron a Oviedo la Revolución del 68 y la Primavera de Praga con un lustro de antelación. Al obtener por oposición la cátedra de Filosofía en la Universidad de Oviedo al comienzo de los años sesenta del pasado siglo, vino para quedarse, porque le apasionaba explicar en la ciudad en la que, dos siglos antes vivió y explicó Feijoo. El Padre Maestro fue su ejemplo reconocido y proclamado. En un texto sobre Feijoo, Azorín escribe que, de vivir en el siglo XX, Feijoo escribiría en los periódicos. Don Gustavo, en la segunda parte de su biografía intelectual, no sólo escribió en los periódicos y revistas, sino que acudió a programas de televisión no lo suficientemente serios como para que algunos con un sentido monolítico de la filosofía le calificaran de “frívolo”. Pero los nuevos medios de difusión le permitieron, como a Feijoo sus escritos, desenmascarar brujos, hechiceros y malandrines. A lo largo de su ejemplar trayectoria como profesor, como escritor y como ciudadano, Gustavo Bueno mantuvo una apasionada actitud socrática. En Gustavo Bueno, Sócrates se funde en Feijoo, porque los tres, Sócrates, Feijoo y Bueno, son de la misma estirpe.
Riojano, y buen riojano sin detrimento de su profundo enraizamiento en Asturias, donde nacen sus dos últimos hijos, era hijo de un médico rural positivista y curioso de todas las cosas, que tenía el proyecto de escribir un libro enciclopédico, tarea que continuaría su hijo. Pues la filosofía no es otra cosa que la explicación primero y la interpretación a ser posible del mundo lleno de misterios que rodea al hombre. Por eso, don Gustavo, en sus clases de Filosofía, se detenía en los presocráticos como la base de lo que vendría después. Hoy explicaba a Anaxímenes, mañana comentaba a Anaximandro, y a partir de un breve texto primordial, convertía la filosofía en un inmenso “flashback” en el que las preguntas regresaban a los orígenes. Se podría decir de él lo que Saint-John Perse escribió sobre Heráclito: “Le denominaban el Oscuro, pero sus palabras eran de luz”. Y cuando, como buen riojano, tenía que hablar aún más claro, llamaba al pan, pan y al vino, vino, en la lengua en la que el pueblo se dirige a su vecino. Por lo que era un personaje molesto, tanto para el régimen anterior como para lo que vendría después y a lo que él tanto contribuyó con su ejemplo, con su magisterio y con su palabra. Al final se le criticó que continuara hablando y criticando, que no se hubiera vuelto un cortesano como tantos que, con menos méritos que él, se adhirieron a la nueva situación. Cuando era prácticamente el único catedrático de Universidad que se oponía de manera decidida al franquismo, se le consideraba un revolucionario; cuando empezó s mantener actitudes críticas frente al nuevo sistema, los mismos que habían elogiado su anterior actitud le volvieron la espalda, llamándole reaccionario. Todavía a estas alturas no se admite la independencia del intelectual.
un pensador irrepetible
Luis Ángel Vega / Noelia Hermida / Mónica García Salas
“Fue el filósofo del siglo, pero pocos vieron su grandeza”, dicen sus discípulos
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, págs. 46-47
Los académicos ensalzan la figura de Bueno y lamentan que su obra haya quedado como “un clamor en el desierto”
Oviedo. L. Á. Vega / N. Hermida / M. G. Salas. El Aristóteles del siglo XXI, el pensador más lúcido en décadas, el gran filósofo de la historia de España... Pero también el maestro olvidado. La obra de Gustavo Bueno no ha recibido el reconocimiento que se merece, según aseguran los académicos asturianos. Todos ellos destacan la “inteligencia inmensa, la cultura avasalladora y el pensamiento profundo” de un hombre que ha convertido a la región en “un referente de la filosofía mundial”. Se apaga la luz del maestro, pero su pensamiento seguirá vivo “por los siglos de los siglos”, aseguran sus discípulos.
“Es un filósofo irrepetible. Representa para nuestro siglo lo que Platón fue en el siglo IV a. C., Tomás de Aquino en el XIII o Hegel en el XIX. Pero la mala fe de la gente hizo que algunos tuvieran una enorme miopía y no supieran ver su grandeza”, asegura “completamente consternado” Tomás García López, secretario de la Fundación Gustavo Bueno e íntimo amigo del pensador. “Mi mujer y yo íbamos todos los días a su casa. Allí pudimos ver el comportamiento ejemplar de don Gustavo con su mujer (Carmen Sánchez Revilla). Cedió parte de su actividad filosófica para cuidarla. Y ahora comprobamos que entre ellos se ha dado el efecto nocebo. Una enfermedad ha influido sobre la otra y ambos tenían un vínculo tan fuerte que les ha mantenido unidos hasta la muerte”, contó apenado.
El mismo sentimiento de amargura transmitió el periodista Juan Cueto, uno de los más fervientes seguidores de Bueno: “No sólo fue un filósofo de primer orden, sino que elevó la filosofía española a un nivel que no tenía antes. Para mí ha sido una referencia continua desde que lo conocí en la Universidad. No puedo decir más que lo siento muchísimo”. Otro de sus discípulos, el filósofo Pablo Huerga, hace una extensa reflexión sobre el pensador, al que considera un “caso magnífico y el Aristóteles del siglo XXI”. “Su obra es un semillero de ideas y de planes de investigación. Se construye a partir de una discusión con la tradición filosófica. En ella canaliza los problemas surgidos a partir de la crisis de la ciencia y crea un nuevo sistema de pensamiento. Bueno ha sido capaz de sintetizar el razonamiento occidental y abrir nuevos caminos. Y lo que más me duele es que los políticos no hayan sabido estudiarlo. Su obra ha sido un clamor en el desierto”, comentó.
También el decano de la Facultad de Filosofía y Letras, José Antonio Gómez, tuvo palabras de admiración para “una de las figuras más importantes que dio la Universidad de Oviedo”. “Tuvo una personalidad maestra y marcó una escuela. Es una pérdida enorme y más habiendo fallecido su mujer hace dos días”, opinó. Precisamente el jurista, político y escritor José Manuel Otero Novas mandó, en la noche anterior a que el corazón de Gustavo Bueno se apagase, un correo electrónico transmitiéndole sus condolencias por el fallecimiento de su mujer. Qué fatídica coincidencia. “Le dije que tenía que darse ánimos, que era un referente de la cultura y necesitábamos su magisterio y su amistad. Y ahora muere, es muy triste…”, lamentó. “Era una persona de las que nacen pocas en un siglo. Entraba en cualquier tema y decía lo que pensaba, le gustase o no a la gente. Era un faro de cultura y de independencia. Sufría el ataque de la derecha, de la izquierda y del centro. Y eso es propio de personas muy inteligentes como él”, manifestó.
El filósofo Fernando Savater aseguró que Bueno “fue una figura muy singular en el panorama intelectual español, no sólo por la cantidad y calidad de su obra, sino por sus largos años de magisterio: no ha habido otro como él, para bien y para mal”. Gustavo Bueno “no era un pensador complaciente, fácil, siempre fue muy combativo y pugnaz, lo cual tiene su encanto”, admitió. En cuanto a su filosofía, “Bueno desarrolló un sistema completo, cerrado, algo inusual en este tiempo, y lo mantuvo y fue perfeccionando con el tiempo, algo que yo observé con más perplejidad que entusiasmo, pero no se le puede negar el esfuerzo de conocimiento que supuso”, reconoció Savater. La polémica formaba parte de su talante, añadió. “Creía que un intelectual tiene que romper, destruir los prejuicios, y lo hizo incluso en programas de televisión. En un polemista temible”, sentenció.
El pensador Alberto Hidalgo, uno de los discípulos de Bueno, aseguró que “es seguramente el filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX en España; en la primera mitad está Ortega”. Y no dudó en poner su figura a la altura de los grandes pensadores franceses de su generación, como Michel Foucault, Guiller Deleuze y Jacques Derrida. Hidalgo admitió que las polémicas que le envolvieron no jugaron a favor de su filosofía, “pero su figura crecerá con el tiempo”. Y es que llevó a cabo “la reconciliación en España de la filosofía y la ciencia, algo que no ocurría desde Feijoo”. En lo personal, “Bueno era de una afectividad muy intensa”, y un signo de la misma es su forma de irse, poco después que su mujer: “Es la historia clásica de gran compenetración. La familia para él era muy decisiva”.
Javier Gil, presidente de la Sociedad Asturiana de Filosofía de la que Bueno era socio honorífico, comentó que el fallecido “ocupa un lugar en la historia, de categoría nacional e internacional”. Bueno, añadió Gil, entendió la filosofía en sus últimos años “como un servicio a la sociedad civil, haciendo propuestas y manteniendo una actividad casi hasta el final”.
Para otro de sus discípulos, el filósofo Román García Fernández, “Bueno era el único pensador que quedaba vivo en España al que se le podía aplicar esa palabra: es una pena que no haya podido terminar su trabajo”. García, quien confiesa que su trabajo bebe de lo recibido de Bueno, añadió que los aportes del filósofo “al materialismo siguen siendo espectaculares”. Su trabajo supuso “una apuesta por la filosofía crítica y radical contra esa corriente de pensamiento débil que aún persiste, aunque se está saliendo de ella”. De Bueno destacó “la idea de crítica, de volver a repensar las cosas”. Y de sus clases, aseguró que “eran una conferencia magistral continua, una joya”, merced a la erudición del maestro.
De Bueno hablaron bien ayer hasta aquellos que tuvieron con él una relación difícil. Es el caso de la filósofa Amelia Valcárcel, quien aseguró que, como docente, “fue extraordinario, vivaz, lograba realmente impresionar a su alumnado y mantener una gran tensión intelectual”. En cuanto a su filosofía nadie puede negarle “una gran inteligencia”. Tuvo “realmente una época”, pero pertenece a una tradición que “en parte se debía a la autarquía española”. Valcárcel concluyó que se entristeció “ante su deriva autoritaria de sus últimos años”.
Por su parte, Josefina Martínez, catedrática emérita de Lengua Española de la Universidad de Oviedo y viuda del lingüista Emilio Alarcos, evocó con un “pesar muy grande” la figura de Gustavo Bueno: “Dio mucho a esta región y a la Universidad. Su muerte es un mazazo para todos los que trabajamos por el pensamiento”. “Era el último baluarte que nos quedaba de aquella Universidad que compartió con Alarcos. Es un golpe emocional muy fuerte”, apuntó “con el susto metido en el cuerpo”. “Emilio y él fueron dos gigantes, dos amigos que se entendían con sólo mirarse”, dijo.
Para el profesor de Psicología de la Universidad de Oviedo José Errasti, “ha muerto el pensador más lúcido de España en muchas décadas”. “Es de destacar su rigor, la relevancia de los asuntos que trataba y su valentía a la hora de destrozar todos los mitos que le rodeaban. Formó a varias generaciones y todos nos reconocemos por ese rigor”, señaló.
El también psicólogo José Muñiz, que tuvo el “privilegio” de tener como profesor de Filosofía a Gustavo Bueno, asegura que es “una persona brillante, tanto en lo profesional como en lo personal. Fue un estimulante, siempre aportaba ideas. Marcó en la Universidad una época gloriosa”.
El poeta Manuel Asur, que fue alumno de Gustavo Bueno, lo calificó como el “filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX”. “Puso a España a la cabeza del pensamiento filosófico y fijó una escuela”, dijo, para añadir a continuación: “Su cuerpo murió, pero Gustavo seguirá vivo. Su pensamiento está ahí”. Asur considera “vergonzoso” que la Fundación Princesa de Asturias no le haya concedido un premio y lo atribuye a un “sectarismo político”.
El catedrático de Psicología Marino Pérez lamentó que a partir de su muerte “todos reconozcan y admiren la figura de Bueno, cuando su obra estaba marginada”. “Ese reconocimiento tuvo que venir antes, no ahora”, agregó. Pérez, que tenía con Bueno una “cercanía personal e ideológica”, dijo que situó a “Asturias en el centro de la Filosofía española. Su escuela se llama Oviedo y a los que somos de aquí se nos reconoce por tener un pensamiento elevado de las cosas. Sin embargo, la figura de Bueno siempre fue más apreciada fuera que en Asturias”, abundó.
Ismael Carvallo, director de la Facultad de Filosofía de León (México), inaugurará precisamente hoy la institución académica, gracias a la Fundación Gustavo Bueno. “La coincidencia es única y triste. Fue una sorpresa para mí, pero la llama de Bueno estará presente mañana (por hoy) en nuestra presentación”, dijo. Carvallo admira profundamente al pensador asturiano: “Su obra me cambió la vida y la forma de entender las relaciones entre España y América. Aquí siempre nos educaron con cierto rechazo a España y gracias a él pude comprender el papel tan importante que jugó el Imperio español en el mundo”. Las clases comenzarán hoy con ocho alumnos, pero Carvallo prevé que pronto el número aumente. “Tenemos gran impacto en internet, con muchos interesados, incluso de California”, expresó.
El abogado y seguidor de Bueno José María Fernández comentó que su muerte es “un duro golpe para toda la gente que lo conocimos”. “Era el nuevo Feijoo que teníamos en Asturias, con creciente relevancia en el exterior. Es un personaje irrepetible”, señaló. Su amigo el escritor y boxeador José Ramón Gómez Fouz afirmó que es “el pensador de este siglo y del pasado”. “Mucha gente conoció la región gracias a él”, apostilló. El poeta Pablo Ardisana concluyó: “Él mismo se hizo filosofía”.
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Felicísimo Valbuena
Ha hecho lo mejor: irse sin avisar
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 48
Gustavo Bueno ha sido un genio hasta su último momento. La hija del célebre director de cine Howard Hawks declaró: “Estábamos convencidos de que papá había vencido al sistema, que iba a vivir indefinidamente”. Sin embargo, Hawks estaba tan tranquilo en casa, fue a coger una cosa, tropezó y le encontraron muerto tres días después (tenía 81 años). Era uno de los mayores genios del cine y murió solo, a pesar de haber estado casado tres veces. Eric Berne, uno de los creadores a los que más admiro, murió también solo, a pesar de haber sido marido de tres mujeres distintas. Mucho más joven que Hawks, pero murió en un hospital, auxiliado por enfermeras después de un ataque cardíaco (60 años).
La muerte de Gustavo Bueno plantea el asunto de la influencia de las mujeres en los hombres. Es un asunto que atraviesa la historia y del que podría poner casos internacionales célebres. Reconozco que no pongo algunos ejemplos porque podría desviar la marcha de esta necrológica (u obituario). Sin embargo, aquí presento algunos casos:
Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1959, compartido con su discípulo Arthur Kornberg, se encontró con que, en 1986, murió su mujer. Quedó tan deprimido que renunció a publicar trabajos científicos a partir de ese mismo año. En diversas entrevistas declaró que le faltaba valentía para pegarse un tiro, porque la vida sin su mujer no tenía sentido alguno. Sobrevivió siete años a su mujer.
Julián Marías cayó en una profunda depresión cuando se murió su mujer en 1976. Salió de la depresión cuando decidió que, si no se pronunciaba, como senador real, sobre la Constitución Española, que entonces se estaba discutiendo, “se iba a morir de vergüenza”. Sobrevivió 27 años a su mujer.
Un amigo, el tercero que me ha llamado para comunicarme la muerte de Bueno, y que es muy amigo de Fernando Savater, me cuenta que éste se sintió tan afectado hace un año por la muerte de su mujer que decidió cambiarse de Madrid a San Sebastián, y que allí está viviendo. Savater, una de los filósofos más comprometidos en la batalla contra ETA. Estuvo escoltado durante diez años, y soy testigo de que así vivía porque actuó como presidente de una tesis doctoral que yo había dirigido.
Gustavo Bueno sólo ha sobrevivido dos días a la muerte de su entrañable Carmen. Cuando ayer, sólo ayer, un hijo de Bueno me dijo que probablemente, su padre iba a morir, no le creí. Siempre que, en los últimos 20 años, he hablado con Gustavo Bueno, cara a cara o por teléfono, me he encontrado ante una persona muy sencilla y llena de energía.
Entonces, ¿por qué ha decidido irse de este mundo inmediatamente después de su mujer? Aquí dejo esta pregunta, y de antemano avanzo que desconfío de las explicaciones psicologistas. Muchas de ellas resultan ramplonas.
Gustavo Bueno supo, desde muy joven, qué quería hacer en la vida. Logró administrativamente lo que se propuso: ser catedrático de Instituto y de Universidad. En lugar de detenerse y mirar hacia atrás para valorar lo que había logrado, afición muy frecuente entre los profesores de Universidad, decidió ser original y crear un sistema propio. Eso sí, con lo que Chesterton denominaba “enormes minucias”. Es decir, para crear su sistema –Gnoseología, Cierre Categorial, Materialismo Filosófico, pues esas son tres marcas de Bueno– tenía que estar al día de las ciencias de su tiempo. No parece que sea algo fácil elaborar un mapa de un territorio tan inmenso. Y sin embargo, Bueno lo hizo como si jugase.
Antes de ocurrir el accidente cerebral de Carmen, Bueno era el conferenciante más solicitado de España. El argumento que me dio un catedrático de Historia, de izquierdas, cuando le pregunté por qué iba a proponer a Bueno para inaugurar un Congreso fue: “Bueno llena los salones”. ¿Cómo podemos interpretar esa respuesta-razón en cuatro palabras? Pues porque Bueno no sólo era original y polémico; mostraba una energía que no parecía disminuir con el paso del tiempo.
Bueno ofrece conceptos sólidos y, además, hace comprender muchas cosas. Sólo hay que comparar sus obras más densas y las que comenzó a publicar cuando vio que los políticos estaban ayunos de formación.
Lo que a Bueno le ha faltado son adversarios de categoría. Da risa leer los ataques que le han dirigido. Y todavía causa más risa que no le hayan concedido el Premio Príncipe de Asturias. Es la gran asignatura pendiente de este premio. Gustavo y yo, como muchos otros, nos desternillábamos de un personaje que tuvo toda la influencia y no movió un dedo. Va a pasar a la Historia como el que no concedió el premio a Bueno.
Otros de los rasgos de Gustavo Bueno era su gran sentido del humor. “Cien individuos que por separado, pueden formar un conjunto distributivo de cien sabios, cuando se reúnen para hacer un manifiesto como el que comentamos, constituyen un conjunto atributivo formado por un único idiota”. ¿Hay alguien que supere este diagnóstico científico-humorístico? “¡Qué frase!”, hubiera rematado Balzac.
En cuanto a la Fundación Gustavo Bueno, algunos políticos pueden hacer el ridículo de una manera que les reprocharán sus cónyuges y sus hijos/as más adelante. ¿Es que creen que el enorme legado de Bueno puede reducirse a unas paredes y a si se les renueva la limpieza y la calefacción? Es como volver a las nacionalizaciones primitivas de hace muchas décadas, cuando dejaban escapar el conocimiento y sólo se quedaban con las paredes. A ver si, además de por negarle el Premio Príncipe de Asturias, los políticos van a pasar a la Historia como quienes permitieron que la Fundación saliese de Asturias. Seguro que no saben lo que va a ocurrir después. Y no seré yo quien invoque las palabras con las que no estoy de acuerdo tal como nos las han transmitido: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”. Claro que saben lo que hacen. Y los que admiramos a Gustavo Bueno, también. Van a pasar a la historia del humor.
Felicísimo Valbuena, Catedrático de Teoría de la Información
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Tino Pertierra
Esa ausencia que todo lo cubre
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 49
Dos días después de la muerte de su inseparable Carmen Sánchez, el filósofo que reflexionó sobre el mito de la felicidad se dejó ir y pasó la última página
“Rasguños”. Así se titulaba la sección de la revista El Catoblepas que firmaba Gustavo Bueno. No fue un rasguño lo que precipitó el adiós del filósofo sino una herida abierta que se hizo incurable con la desaparición dos días antes de su esposa, Carmen Sánchez Revilla. Sus vidas se apagaron con pocas horas de diferencia, un simple latido del tiempo: fue una ruptura casi sincronizada con una vida que quisieron y pudieron disfrutar en común. La felicidad es un mito, pero Gustavo y Carmen coleccionaron instantes felices. Y reían, cómo no iban a reír incluso en sus últimos encuentros cuando él había escrito “Ética de la risa”.
Su caso no es único, aunque sí extraordinario, y se une a ese álbum emocionante de historias, casi siempre anónimas, protagonizadas por ancianos que no pudieron soportar la existencia sin la pareja con la que habían compartido la mayor parte de sus vidas. De vez en cuando aparecen en los medios de comunicación con gran facilidad para conmover: décadas de unión robusta que un día se cortan por la muerte de él o de ella, y ella o él deciden apearse del mundo también. Naturalmente. Lo han contado quienes fueron testigos de sus últimos días: el filósofo perdió a quien le había acompañado en lo bueno y en lo malo. En la salud cuando se hizo precaria, en la enfermedad cuando se volvió irreversible. El hombre del pensamiento poderoso y combativo se quedó sin esa mano que sostener, que le sostenía, esa mano que apretaba en los secretos de Niembro cuando su esposa tenía en la mirada la mejor vía para hacer elocuente el silencio. Carmen se fue y el hombre al que no le atraía escribir de amor dejó una prueba de haberlo conocido y entendido con su capítulo final. Bueno era don Gustavo para no dar su última clase a su manera. Y se dejó ir. Suave, valientemente.
El gran escritor y ensayista C. S. Lewis sufrió la pérdida de su amada Joy Gresham en 1960. Con su lucidez y rigor habituales, volcó toda su capacidad de reflexión en un libro prodigioso, Una pena en observación. La historia fue llevada al cine en Tierras de penumbra con Anthony Hopkins y Debra Winger. Lewis, a diferencia de Bueno, era creyente, y sobrevivió a su mujer tres años, pero en las consecuencias hay una evidente hilazón. Escribió el autor de Crónicas de Namia que “la ausencia es como el cielo, lo cubre todo”. Y estos días en los que el cielo de Niembro está libre de nubes y es un lienzo de azules desbocados, una ausencia condujo a Bueno a esa tierra de penumbra donde la vida no tiene sentido sin una mano que acariciar, sin una risa que compartir.
España frente a Europa, un ensayo clave publicado en Alba
En 1999 Gustavo Bueno publicó uno de sus ensayos más conocidos: España frente a Europa. Lo hizo en Alba Editorial, del mismo grupo que La Nueva España. Bueno considera que la idea de España está ligada a la del imperio católico español que, a su vez, se contrapone al imperio anglosajón de carácter depredador y también enfrentado históricamente con el imperio musulmán que no supera el fanatismo. España se afirma frente a la nueva Europa, unida por su carácter universalista. Pero se trata de una España en crisis a causa del proceso de las autonomías, que en parte la niegan, y, asimismo, por la globalización que alcanza de lleno en su radio al viejo continente. Desde las coordenadas del materialismo filosófico, Bueno tritura los criterios que operan habitualmente en torno a la idea de España y las reconstruye desde sus coordenadas con un vigor, originalidad y valentía que sorprenden e incluso apabullan, aun conociendo a fondo su trayectoria.
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Edu Galán
Gustavo Bueno era opaco
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 50
El filósofo demostró en sus combativas y gesticulantes intervenciones televisivas una inteligencia abrumadora
Santa Clara, la patrona de la televisión desde 1958, se puso enferma un buen domingo del siglo XIII y no pudo ir a los oficios de una Iglesia cercana. Tumbada febril en cama obróse entonces el milagro: en su pared aparecieron las imágenes del acto religioso en directo. Dos años antes de su santo entronamiento, en España comenzaron las emisiones de TVE con muchos paralelismos con el instante que marcó la vida de Clara de Asís.
Primero. Ella tele-vio y gracias a ella nos lo explicó Gustavo Bueno en el extraordinario ensayo Telebasura y democracia (Punto de lectura, 2003): Santa Clara no vio a distancia, como se suele interpretar, sino a través de los objetos. Segundo. Ella tele-oyó unos salmos similares al de Arias-Salgado, ministro de Información y Turismo, también con solemnidad dominguera pero la emisión inaugural del ente público: “Hoy, día 28 de octubre, domingo, día de Cristo Rey, a quien ha sido dado todo poder en los Cielos y en la Tierra, se inauguran los nuevos equipos y estudios de la Televisión Española”. Tercero. Ella era tele-rica, con una fortuna heredada a través de los cuerpos de sus antecesores, como eran los primeros españolitos con televisor. Y cuarto. Ella solo tuvo la oportunidad de tele-disfrutar un canal con la misa, como ocurría con cualquiera que viese la una, grande y libre Televisión Española de 1956.
Ni Santa Clara podría haber visto a través de Gustavo Bueno: su cuerpo era opaco, igual que sus palabras, sus gestos o esa inteligencia abrumadora con la que combatía en cada intervención. Una combinación que parecía perfecta para la televisión de fines del XX. La clave, los programas de Dragó o Tribunal popular le fabricaron como reclamo de una España que, poco a poco, fue cambiando: “por favor, no cite usted a Kant y Aristóteles porque nos baja la audiencia”, le dijeron poco más tarde. Hasta que llegó el primer “Gran hermano” y el libro Telebasura y democracia donde exponía dos tipos de telebasura: la fabricada, producida para conseguir público: y la desvelada, inherente a la realidad: la que nos muestra un vertedero en Calcuta o la cópula de unos animales en National geographic. Defendía Bueno que el programa de Telecinco pertenecía a la segunda categoría y, por tanto, tenía mucha más honestidad que otros formatos como Operación triunfo, franquiciados construidos para los audímetros. En ese ensayo están muchas de las cosas a pensar cuando tele-vemos: la diferencia entre televisión formal y material, la inevitabilidad de la basura o, quizá la más importante, si un país tiene la televisión que se merece.
Al va su cuerpo opaco en televisión me gustaba más el Bueno desvelado que el fabricado. El primero se materializó definitivamente cuando el filósofo ya se acercaba a los noventa años: llevaba una década sin sitio en una televisión (y en un país) a la que hoy no le interesa ni la filosofía ni las frases subordinadas. Gracias a las ciento treinta y seis teselas de su web, grabadas por la Fundación que lleva su nombre, desde 2009 hasta marzo de este mismo año Bueno se nos aparecía a través de las pantallas de nuestros ordenadores como si nos fuese a dar una clase magistral de media hora. Y lo hacía con la elegancia de un viejo profesor: mitos, democracia, lógica, identidad, tauromaquia o, cómo no, telebasura.
En el primer informativo después de su muerte, a uno de los filósofos españoles más importantes de la Historia, al padre de la “Teoría del cierre categorial”, al autor de monumentos del pensamiento como El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970) o El animal divino (1985), el Telediario de La 1 le dedicó treinta y nueve segundos tras treinta y un minutos de programa. En ese momento volví a pensar su voz, ya quebrada de anciano. “Tenemos la televisión que nos merecemos”, creo que me dijo.
un pensador irrepetible
Pilar Rubiera
Un recuerdo
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 50
En 1982 la Fundación Príncipe de Asturias y la Sociedad Asturiana de Filosofía organizaron en Oviedo el I Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias. Fui contratada para llevar la comunicación y como tal tenía una inquietud, casi una obsesión: llegar a entender los debates para hacerlos comprensibles en notas de prensa. Bueno era una de las personalidades del congreso; la otra era el filósofo y físico argentino Mario Bunge, defensor del realismo científico, que ha desarrollado su trabajo en el campo de las ciencias naturales y sociales.
El día de la apertura del congreso, horas antes del acto inaugural, el profesor Bueno me preguntó si conocía la teoría del cierre categorial. Con cierta vergüenza respondí que no. Se sentó conmigo en uno de los bancos del hotel y me la explicó. “¿Lo ha entendido usted?”, me dijo. “No muy bien, profesor”, contesté, temerosa de que si mentía pudiera hacerme alguna pregunta comprometida. “Está bien, se lo vuelvo a explicar”, me dijo. Volví a poner toda mi atención y até algunos cabos: las ciencias son múltiples y diversas y no son la única fuente de la razón, y la filosofía no es la madre de todas las ciencias. Peto Bueno me había dado, por segunda vez, una lección de conocimiento en la que ideas, teorías, conceptos físicos y geométricos, filósofos (no sólo los de nuestra tradición helena) y opiniones se sucedían en un caudal lingüístico y conceptual difícil de asimilar.
Aquel congreso propició apasionadas discusiones entre Mario Bunge y Gustavo Bueno sobre el papel de la verdad en la ciencia, en las que también intervino con brillantez el bioquímico y exrector de la Universidad de Oviedo Santiago Gascón. Escucharlos era como seguir la bola de un partido de tenis a tres. Bueno defendía que la verdad científica se localiza en el ámbito de la identidad y que las ciencias no son exclusivamente el conocimiento de una realidad estructurada previamente. Bunge, que dijo no conocer la teoría del cierre categorial, atacaba la dialéctica del filósofo riojano, catedrático de la Universidad de Oviedo y afincado en Asturias, y la tildaba de oscura y mística. Mario Bunge obtendría ese mismo año el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Un duelo dialéctico magistral.
Nunca he olvidado el gesto generoso del profesor hacia una joven periodista que desconocía un elemento filosófico clave del discurrir del congreso. Ni tampoco su encendida defensa del conocimiento como búsqueda de la verdad.
Andrés Montes
Gustavo frente a la tormenta
La Nueva España · Oviedo, lunes 8 de agosto de 2016, última
Bueno compaginó la tarea oscura de la filosofía en su pretensión de abarcarlo todo con la popularidad como tertuliano televisivo
Oficiaba Bueno, a principios de los años ochenta del siglo pasado, en una gran aula en el piso inferior del antiguo Colegio Mayor Valdés Salas, reconvertido en Facultad de Filosofía. Era el suyo un discurso caudaloso, lleno de meandros, difícil de seguir y atronador cuando se desataba la furia filosófica que, todavía no lo sabíamos, germinaría como espectáculo televisivo. En sólo una ocasión aquella voz se plegó a un contendiente y el ruido ensordecedor del golpear de la lluvia torrencial sobre los tragaluces enmudeció el verbo desbordante. Tras la tormenta, Bueno reanudó la clase, probablemente con una ironía sobre quién sale derrotado en la confrontación entre la naturaleza y la cultura.
Aquella potencia intelectual y la fuerza de la palabra siguieron presentes en el filósofo casi hasta el final. Traspasó los noventa sin un lamento por la mengua del horizonte vital, consciente de que su obra filosófica quedaría inacabada. Con su teoría del cierre categorial, Bueno quiso desarrollar una sistematización de la filosofía de una ambición insólita. “El proyecto fue siempre hacer una geometría de las ideas al modo platónico, que la filosofía no fuera siempre pensar ocurrencias”. Así resumía la intención de la obra de su vida antes de reconocer que en ella anidaba una frustración “porque intentas aproximarte a esa geometría y te encuentras con que no es posible, por la complejidad y la abstracción de las ideas”. En ese mismo balance de nonagenario recién estrenado, en su umbrosa casa de Niembro, dispuesta de espaldas al mundo, reconocía también el abandono del cierre categorial, en torno al que vertebró su actividad docente y filosófica, por el escaso interés que suscitaba más allá de su círculo académico. La fragmentación del conocimiento, herencia de la ya lejana posmodernidad y signo de los tiempos, hace de aquel proyecto de Bueno el vestigio intelectual de cuando la filosofía mantenía intacta su pretensión de abarcarlo todo.
Avasallaba a sus interlocutores con un saber profundo de disciplinas científicas que están en el centro de su reflexión filosófica. Los libros de ciencia dominaron sus lecturas muy por encima de los de filosofía, en lo que, decía, sólo se había centrado en su época de opositor. La ciencia como “construcción interna de verdades” era la aspiración de todo recto pensar. En la confrontación intelectual Bueno era soberbio y displicente hasta rayar en el insulto con quienes no claudicaban. Y eso podía derivar en un anatema universitario o ir más allá de la muerte, como quedó patente con su lacerante despedida a López- Aranguren, muestra también de su escaso temor a lo que de él se escriba después de irse.
Ese Bueno nuclear queda envuelto por otro más popular en apariencia, de éxito en un medio tan ajeno a la filosofía como la televisión, cuyos libros alcanzan grandes cifras de venta pese a la evidencia de que muchos compradores no pasarán de las primeras páginas. El Bueno mundano consigue un mensaje de impacto que supera las dificultades de su pensamiento, quizá porque su expresividad se adapta a un medio vociferante y ruidoso. Pero no hay ninguna claudicación o aligeramiento de la filosofía original. Fue hombre de verdades rotundas, en muchas de las cuales sus críticos quisieron advertir una deriva hacia el neoconservadurismo en el que no reconocían ya al pensador que desde finales de los setenta había puesto su empeño en romper con una filosofía española anémica y casi exclusivamente en manos clericales. Una figura con el suficiente atractivo intelectual como para agrupar en torno a él a un notable grupo de universitarios brillantes.
El círculo buenista, con muchos rasgos de feligresía, es ahora más amplio y global gracias a internet, pero persiste su condición de grupo reducido frente al “alto grado de imbecilización” de la sociedad, reconocía un Bueno resistente al autoengaño.
El filósofo del último cuarto de siglo adquiere un reconocimiento que desborda lo académico, entra en un nuevo ámbito en el que se mueve con soltura y con la complacencia de comprobar que su actividad encuentra un eco social de una amplitud que nunca tuvo. Es una satisfacción de la misma naturaleza que aquella con la que en los años setenta pregonaba que entre los suscriptores de “El Basilisco”, su revista de filosofía, figuraba un minero.
Esa popularidad y el perfil duro que adquiere su pensamiento sobre asuntos de incidencia política, como la pena de muerte o la unidad de España, provocan un acercamiento a su figura de una derecha necesitada de referentes intelectuales. Bueno pasó por consejero áulico de Aznar. Y seducido por otro ámbito de poder ya más cercano llegó a comparar a Oviedo con la Florencia de los Médici, después de que el Ayuntamiento le cediese una sede para la fundación que lleva su nombre. Lo que, pasado el tiempo, hay que interpretar como una visión lúcida de un momento para la ciudad de apariencia tan brillante como envenenado. Cualquier crítica a esos vínculos era, para el filósofo, hija del prejuicio, de “la tendencia a poner etiquetas, a decir que si uno es facha o marxista”.
Ese Bueno agitado entre la adhesión y el denuesto oscurece al filósofo que cumplió como partera intelectual al modo socrático y desafió el carácter lábil de las ideas en su empeño por buscar un pensamiento consistente.
La Rioja
Muere el filósofo riojano Gustavo Bueno
La Rioja · Logroño, lunes 8 de agosto de 2016, portada y páginas 26-29
El pensador calceatense fallece en Asturias a los 91 años, dos días después de que lo hiciera su mujer
El filósofo riojano Gustavo Bueno, padre del materialismo filosófico, considerado uno de los pensadores más importantes del siglo XX en España, falleció ayer en su casa de Niembro (Asturias). Bueno deja una obra imponente, marcada por una erudición colosal y por una vena polemista que le hizo popular en sus últimos años.
Felipe VI y Letizia Reyes de España
“Fue un gran pensador y un referente indudable del pensamiento filosófico contemporáneo español”
José Ignacio Ceniceros presidente de La Rioja
“Siempre ha llevado en su corazón esta tierra y ha sido uno de sus mejores embajadores”
Agustín García Metola alcalde de Santo Domingo
“Mantuvo sus raíces calceatenses: conservó vivienda, amistades, parientes...”
Pedro Sanz presidente del PP de La Rioja
“Un reconocido riojano y uno de los filósofos de mayor prestigio de nuestro país”
José Antonio Gómez decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo
“Marcó escuela y es una pérdida enorme, una de las figuras de la universidad asturiana”
Tomás García López secretario de la Fundación Gustavo Bueno
“Es el filósofo del siglo, irrepetible, con una obra de largo recorrido en diferentes campos”
Juan Cueto periodista
“Un filósofo de primer orden que, elevó la filosofía española a un nivel que no tenía antes”
Josefina Nartínez catedrática de lengua de la Universidad de Oviedo
“Su muerte es un mazazo para todos los que trabajamos por el pensamiento”
Manuel Asur poeta
“Su cuerpo murió, pero Gustavo seguirá vivo; su pensamiento seguirá ahí siempre”
Juan Carlos Peinado
Muere el filósofo Gustavo Bueno
La Rioja · Logroño, lunes 8 de agosto de 2016, págs. 26-27
El pensador riojano falleció ayer, apenas dos días después de su esposa, a los 91 años en Asturias. La capilla ardiente se abrirá hoy a las 13 horas en el Ayuntamiento de Santo Domingo y, a las 17 horas, está prevista una ceremonia de despedida
Santo Domingo. Gustavo Bueno ha fallecido. El filósofo riojano, oriundo de Santo Domingo de la Calzada, murió ayer a los 91 años en la localidad asturiana de Niembro. El deceso tuvo lugar apenas dos días después de la muerte de su esposa, Carmen Sánchez Revilla, de 95 años, que fue enterrada este mismo sábado en el cementerio calceatense sin la presencia del pensador, debido a su delicado estado de salud.
La figura de Gustavo Bueno, nacido en Santo Domingo el 1 de septiembre de 1924, es referencia obligada en materia de filosofía española del siglo XX. Catedrático de la Universidad de Oviedo y creador de un sistema filosófico propio, el materialismo filosófico, fue un intelectual lúcido, prolífico, polifacético y mediático que mantuvo siempre una estrecha relación con su ciudad natal. Todos los veranos, sin falta, disfrutaba de unos días en Santo Domingo, en la vivienda familiar localizada en el corazón de la ciudad, en la calle Mayor, con la excepción del último verano, por problemas de salud. En el año 2012, fue incluso pregonero de las Fiestas del Santo. Desde ayer por la tarde, todas las banderas de la Santo Domingo ondean a media asta en señal de luto.
La capilla ardiente, que permaneció abierta en su residencia de Niembro, se instalará hoy a las 12.00 horas en el salón del plenos del Ayuntamiento de Santo Domingo y abrirá sus puertas al público a las 13.00 horas. Por la tarde, está prevista la celebración de una ceremonia institucional de despedida a las 17.00 horas en la que intervendrán el también filósofo e hijo del pensador, Gustavo Bueno Sánchez; el secretario del patronato de la Fundación Gustavo Bueno, Tomás García López, y el alcalde de Santo Domingo, Agustín García Metola. Posteriormente, tendrá lugar la conducción del cuerpo, que será inhumado en el panteón familiar del cementerio municipal.
El Ayuntamiento ha convocado un pleno extraordinario urgente, que se celebrará hoy a las 9.00 horas, con el objeto de decretar el luto oficial por la muerte del filósofo, que recibió la Medalla de Oro de La Rioja en 1991 y fue distinguido como Hijo Predilecto de Santo Domingo en 1997. Su presencia estival en la ciudad había tenido en los últimos años un perfil público con la celebración de los Cursos de Verano de Filosofía, organizados desde el año 2004 por la Universidad de La Rioja, el Ayuntamiento de Santo Domingo y la Fundación Gustavo Bueno, institución con sede en Oviedo que tiene por objeto el desarrollo de la filosofía.
Su intervención en los actos de inauguración o clausura, muchas veces en ambos, se había convertido ya en norma. Era habitual además verle sentado entre el público en todas y cada una de las sesiones. La decimotercera edición, celebrada este verano y centrada en la democracia y la corrupción, fue la primera en la que no participó, dado que la salud no le permitió desplazarse a Santo Domingo.
Gustavo Bueno era una persona admirada y respetada por los calceatenses. El alcalde de la ciudad, Agustín García Metola, precisó que Santo Domingo «siempre ha tenido una profunda admiración (por el filósofo) sin saber muy bien cómo expresarla» y, frente a la imagen de polemista reforzada por su presencia en debates y programas de televisión en los ochenta y los noventa, destacó su carácter «afable y entrañable». Aprovechó la ocasión además para destacar cómo «siempre ha mantenido sus raíces calceatenses: conservaron la vivienda, buenas amistades, vínculos familiares...».
Las notas de condolencia se multiplicaron ayer a lo largo de la tarde: los reyes, los políticos, los intelectuales, los artistas, los estudiosos, los periodistas... Ayer murió el gran filósofo Gustavo Bueno. Había nacido hace 91 años en La Rioja.
Marifé Antuña
El hombre que discutía sobre todo
La Rioja · Logroño, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 27
El pensador riojano llegó en 1960 a la Universidad de Oviedo, donde desató una revolución y creó escuela
M. F. Antuña. Gijón. Pensador lúcido, adicto a la polémica y sin pelos en la lengua, Gustavo Bueno ha dejado a la filosofía española huérfana de su talento pero nutrida de una extensísima creación, de las ideas capaces de trascender el espacio y el tiempo que le convirtieron en el filósofo español más importante de las últimas décadas. También ha dejado un adiós marcado por un halo de romanticismo. Dos días después de la muerte de su esposa, el padre del materialismo filosófico abandonaba el mundo sobre el que tanto y con tanto ímpetu reflexionó a los 91 años en su casa de Niembro, en Llanes. “No pudo aguantar la pena de su mujer muerta. Qué triste y qué bonito”, decía su hijo Álvaro, que anunciaba que las flores que le habían de acompañar en la despedida serían las mismas que sirvieron para darle el adiós a ella.
Compartieron esas flores, cinco hijos en común y una vida de filosofía, de estudio y de docencia. Fue en 1960 el año de su llegada a Oviedo. Obtuvo la Cátedra de Historia de la Filosofía y los Sistemas Filosóficos en la Universidad y ya nunca se desvinculó de la institución académica asturiana hasta el año 1998, en que se jubiló, no sin polémica. El reglamento no permitía que un profesor jubilado impartiera clases y con malestar y protestas de sus alumnos, se despidió con una clase ante las escalinatas de la Facultad y apelando al espíritu de Mayo del 68 y de las huelgas mineras. Se fue, pues, montando una pequeña revolución tan grande como la que lió cuando llegó armado con su materialismo filosófico. “Creó una escuela y deja gran cantidad de discípulos en toda España”, afirmaba ayer Santiago García Granda, rector de la Universidad de Oviedo, que destacó “su gran capacidad de debate y de adaptación a los cambios sociales”.
Desarrolló las teorías del cierre categorial y el materialismo filosófico. Dicho de otra, forma, fue autor de “un discurso filosófico muy bien trabado” que le sirvió para poner “a la Universidad de Oviedo en el mundo”, en palabras de Josefina Martínez, la viuda de Emilio Alarcos, otro de los personajes fundamentales de la institución académica, a quien conoció en aquellos años sesenta en los que el marxista confeso se posicionó sin tapujos contra régimen franquista. “Nos deja huérfanos, era una institución”, añadía la filóloga ya retirada de la Universidad, que recordaba que Bueno consideraba a Alarcos su “colega complementario”. Con él compartía su rechazo a la oficialidad del asturiano, con cuyos defensores no se cansó de polemizar.
Inició ya fuera de la Universidad su tarea al frente de la Fundación Gustavo Bueno, que recopila y muestra todas sus trabajos, que se cuentan por cientos, y no dejó de pensar y escribir, de poner sus reflexiones ante la mirada pública, doliera a quien doliera.
Ateo católico
Nunca tuvo miedo a meterse en charcos. Al contrario, se embarró hasta las cejas con gusto y dejó frases para la historia una detrás de otra siempre con la política y la religión en el disparadero. Clamó contra la imbecilidad de los españoles, contra los nacionalismos, defendió la pena de muerte, afirmó que no le temblaría el pulso para matar a un etarra con sus propias manos y llamó a destruir las raíces del Islam con el arma del racionalismo. Sea como fuere, el filósofo riojano que siempre escribía a bolígrafo en folios usados, nunca eludió ninguna arena. Y si su posición antifranquista le llevó primero a impartir charlas sobre Marx o Engels en los clubes culturales de las cuencas mineras que se utilizaban con tapaderas en la clandestinidad del PCE –que incluso le llegó a ofrecer un carné de honor–, tampoco tuvo miedo de gritar a los cuatro vientos que la Constitución de 1978 se hizo para salir del paso y que la Transición “no fue más que una continuación del plan Marshall”.
Platónico y ateo católico –nunca renegó de la cultura católica y elogió a sus filósofos–, proclamaba con vehemencia que Dios no podía existir : “No puedo respetar la opinión de alguien que me está diciendo que es Napoleón o que tiene relación directa con el espíritu santo; si alguien afirma como verdades proposiciones que son indemostrables, me está insultando”.
Siempre apostó por una redefinición del marxismo y lamentaba que ninguna doctrina filosófica hubiera dado una respuesta adecuada al concepto de religión. Sobre todo lo dicho dejó impresa una cantidad ingente de libros y artículos. En todos ellos reflexionó sobre la cultura alentada por dinero convertida en “danza de chimpancés”, sobre la ignorancia de los políticos que no saben lo que es la educación... Cuestionó, en fin, a todo y a todos.
La Rioja
Historia de un heterodoxo riojano
La Rioja · Logroño, lunes 8 de agosto de 2016, págs. 28-29
El filósofo calceatense mantuvo siempre una estrecha relación con su tierra natal
El Instituto de Estudios Riojanos (IER) promovió en 1999 la candidatura del calceatense Gustavo Bueno (y también la del guionista logroñés Rafael Azcona) al premio Príncipe de Asturias. Bueno concurriría en la categoría de Comunicación y Humanidades desde su faceta como pensador y filósofo, pero nunca llegó a ser reconocido con este galardón, cosa que ayer lamentaban públicamente algunos intelectuales, como el poeta Manuel Asur.
En su tierra natal sí fue reconocido con numerosas distinciones y, aunque desarrolló la mayor parte de su carrera académica en Asturias (se instaló en Oviedo en 1960), siempre mantuvo una estrecha relación con su región de origen, donde en 1991 le fue concedida la Medalla de La Rioja, máxima distinción oficial que concede la Comunidad Autónoma. En aquella ocasión, empleó su discurso de agradecimiento para expresar las afinidades existentes entre la comunidades riojana y asturiana.
Sus lazos más estrechos eran obviamente con Santo Domingo de la Calzada, donde había nacido en 1924. En 1997, a los 73 años de edad, fue nombrado hijo predilecto de la ciudad calceatense. Frecuentemente regresaba a ella para descansar, celebrar sus fiestas patronales y participar en los cursos de verano de filosofía, encuentros y debates promovidos por la Universidad de La Rioja, el Ayuntamiento y la Fundación Gustavo Bueno, con sede en Oviedo. En la última edición, celebrada semanas atrás, la salud le impidió asistir.
En 1999 Diario LA RIOJA le concedió el Premio Excelencia reconociéndole como una de las figuras más sobresalientes dentro del ámbito del conocimiento. En el 2004 el Club de Marketing le distinguió con el Mercurio Honorífico, “resaltando la labor crítica y en algunos casos polémica del intelectual riojano como elemento de avance y reflexión sobre nuestra sociedad, planteando una renovación del pensamiento y una puesta en discusión de valores en cambio”.
“Cuando me preguntan, muchas veces no digo que soy riojano solo por modestia”, afirmaba en una de las muchas entrevistas concedidas a este diario durante sus visitas para participar en cursos, eventos o presentar sus libros, ocasiones en las que siempre congregaba numerosos seguidores de su trabajo, en especial a raíz de hacerse muy popular como pensador crítico y polemista a través de debates televisivos.
Juan Neira
Especie de ejemplar único
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 37
La Rioja · Logroño, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 28
“Pudo haber sido el filósofo de la democracia si se hubiera plegado a la dictadura de lo políticamente correcto”
La muerte de Gustavo Bueno a los días del deceso de su mujer, Carmen Sánchez Revilla, empuja a una reflexión que afecta a toda la cultura española. La llegada de don Gustavo a Asturias, cuando contaba con 36 años de edad, hace de parteaguas en la Universidad de Oviedo, al ser el primer catedrático de aquella Universidad que no participa del modelo estamental.
Explica los presocráticos como parte de una lección que también incluye la guerra del Vietnam o las huelgas generales en las cuencas mineras. Hay un antes y un después de la llegada de Bueno, al entrar la vida académica en relación con el resto de la sociedad, como parte de una dialéctica que ignoraban los profesores de Filosofía y del resto de disciplinas.
Gustavo Bueno puede que sea el profesor universitario que más haya escrito –contando lo publicado y lo no publicado– y curiosamente también es de los que se pueden decir más cosas sin referirse a los libros, porque su magisterio se adaptaba a todos los formatos, desde los estudios de televisión o los micrófonos de la radio hasta el interior de la mina, pasando por todo tipo de conferencias y mesas redondas. Inundados por la ola de Internet, Gustavo Bueno arrasa en modelo web. Como dirían los chicos de la moda: “Bueno es tendencia”.
Para hablar de filósofo riojano hay que desterrar la idea de exageración. Los superlativos se quedan planos. Todo lo relacionado con Gustavo Bueno adquiere una dimensión desconocida, porque no hay módulo adecuado para compararla. La descomunal fuerza intelectual, la insólita capacidad de trabajo, el inacabable latifundio de su saber. Al hablar con él parecía que había leído todos los libros del mundo y había digerido todas las ideas. Una experiencia única para los interlocutores. Gustavo Bueno abordó un trabajo necesario, pertrechado del materialismo filosófico, que consistió, por una parte, en triturar el pensamiento convencional, con sus falsas dicotomías, fondo y forma, cuerpo y espíritu, y en emprender una labor ciclópea al sistematizar-unificar todo el saber con la Teoría del Cierre Categorial. Heredó la mochila de Newton (el último hombre que conoció todo el saber de su tiempo), con la diferencia cualitativa de tener el empeño en establecer qué conocimiento es científico y cuál no lo es. Y dentro del conocimiento científico, dirimir las diferencias de unas ciencias con otras. Ningún intelectual de nuestro tiempo emprendió una labor tan ambiciosa.
Fue un hombre incómodo para todos. Por eso fue dos veces agredido (ataque con un bote de pintura cuando daba clase, quema de su vehículo). Etiquetado como compañero de viaje del Partido Comunista, resultó también muy molesto para la izquierda, sobre todo cuando atacó su traición a la idea de España al ser contagiada por los separatistas.
Como anécdota, digamos que al no pertenecer al 'establishment' se quedó sin premio Príncipe de Asturias. Si cogen la cuerda por un cabo, Habermas, Sartori, Dahrendorf, Todorov, Gardner, Nussbaum y compañía, y don Gustavo tira por el otro, los arrastra por el suelo a todos.
Había comprobado en Salamanca el falso conocimiento de Tierno Galván sobre Wittgenstein, la impostura de Althusser o la superficialidad de Foucault. Pese a su capacidad para la sátira guardaba silencio. Alguna vez en privado y hablando en plural, al modo de Indurain cuando ganó cinco Tour, llegó a decir: “Siempre supimos que estábamos cien codos por encima de ellos”.
Pudo haber sido el filósofo de la democracia si se hubiera plegado a la dictadura de lo políticamente correcto y tener mañana honras fúnebres de Estado. No va a ser así. La soledad rodea el fin de una especie de ejemplar único.
Pío García
El filósofo salvaje
La Rioja · Logroño, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 29
Entrevistar a Gustavo Bueno era un deporte de riesgo. Acostumbrado a preguntar cosas obvias a políticos o futbolistas envasados al vacío, de repente le tocaba a uno cruzar tres palabras con un filósofo materialista que había compuesto toda una teoría del mundo (el Cierre Categorial) y que abrumaba a su interlocutor con una cascada vehemente de ideas, de reflexiones y de citas. Era imposible prepararse nada. Sólo cabía rezar para que don Gustavo fuera piadoso cuando se diera cuenta de que el periodista que le habían mandado era, ay, un inepto casi ágrafo que ni siquiera había leído a Wittgenstein.
Siempre sentí el mismo temblor cuando me tocó hablar con él. La primera vez que lo entrevisté me recibió con una sonrisa y esa imagen descuidada de cura viejo –él, tan ferozmente ateo–, con su chaqueta marrón y su niqui blanco abotonado hasta el cuello. Me senté a su lado. Él bebía nerviosamente sorbos de un botellín de agua. Su mujer, Carmen, estaba a su lado. Le acercaba las gafas, a veces le peinaba.
Saqué mi grabadora, la puse sobre la mesa. Luego abrí mi cuaderno, cogí el bolígrafo y le hice la primera pregunta. No recuerdo cuál. Una pregunta sencillita, breve, algo sin demasiado picante. Una pregunta para empezar.
La respuesta le llevó media hora. Fue una conferencia vibrante, dictada con un entusiasmo fiero. Hablaba don Gustavo como si le fuera la vida en ello, con meandros que empezaban muy lejos, en alguna montaña remota, y acababan desembocando milagrosamente en la materia sobre la que se le preguntaba. Por allí aparecían de repente Tomás de Aquino, Marx, Heidegger, Feuerbach, Kant, Spinoza..., qué sé yo. En ese momento comprendí por qué sus estudiantes de la Universidad de Oviedo habían montado un follón de mil demonios cuando le quitaron la cátedra: escucharle tenía algo de lisérgico. Era un hombre que hablaba con una pasión desaforada, electrizante, y en su boca Demócrito o Agustín de Hipona no eran sabios pretéritos, sino tipos de voz urgente con los que había que discutir a puñetazos.
Cuando acabó de responder aquella primera pregunta, yo resoplé aturdido y me di por vencido: era imposible escribir todo aquello en el periódico. Suspiré y seguí adelante. Con cada pregunta, don Gustavo se iba calentando más y más, hasta llegar en varias ocasiones al punto de ebullición. Se agitaba en la butaca, bebía sorbos pequeñitos de agua y engarzaba citas infatigablemente, con ese acentazo riojano que le daba un aire de pueblo, como si fuese un agricultor al que inopinadamente le hubiese caído encima un monumental chorro de erudición.
Cuando, al final de la entrevista, don Gustavo, exaltado por la mención del nacionalismo vasco, pidió mandar los tanques al País Vasco y cargó despiadadamente contra la desfachatez de algunos periódicos y la incultura de varios políticos (“¡hablan de las humanidades y ni siquiera han leído a San Jerónimo!”), Carmen, su mujer, le reconvino algo asustada. “Ten cuidado, Gustavo, por favor. No digas barbaridades. Que luego pasa lo que pasa”. “Déjame en paz –se revolvió él–, digo lo que quiero”.
Acabé aquella entrevista exhausto y derrotado. Era imposible meter todo aquello en una página. Pero, quién lo iba a decir, me había divertido de lo lindo. Había conocido a un filósofo puro y salvaje.
El Comercio
El pensamiento pierde el genio de Gustavo Bueno
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, portada y págs. 36 a 45
Falleció a los 91 años en su casa de Llanes, dos días después de la muerte de su esposa. Creador de una escuela, revolucionó la Universidad de Oviedo y la filosofía.
fallece gustavo bueno
Marifé Antuña
Adiós al filósofo valiente
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, págs. 36-37
Gustavo Bueno, el ateo marxista que defendió el materialismo filosófico, falleció en Llanes a los 91 años dos días después de la muerte de su esposa. Nacido en Santo Domingo de la Calzada, llegó en 1960 a la Universidad de Oviedo, donde desató una revolución y creó escuela.
M. F. Antuña. Gijón. Pensador lúcido, adicto a la polémica y sin pelos en la lengua, Gustavo Bueno ha dejado a la filosofía española huérfana de su talento pero nutrida de una extensísima creación, de las ideas capaces de trascender el espacio y el tiempo que le convirtieron en el filósofo español más importante de las últimas décadas. También ha dejado un adiós marcado por un halo de romanticismo. Dos días después de la muerte de su esposa, el padre del materialismo filosófico abandonaba el mundo sobre el que tanto y con tanto ímpetu reflexionó a los 91 años en su casa de Niembro, en Llanes.
Allí le lloraron los suyos y allí, en la tarde de ayer, la cultura asturiana le rendía un último tributo al riojano que sentó cátedra en Asturias y elevó el universo y techo filosófico de la Universidad de Oviedo a cotas inéditas, al polemista irredento, al hombre capaz de expresar con idéntica contundencia en un plató de televisión que en un sesudo artículo académico sus ideas sobre la vida, sobre lo material y lo espiritual, que eso es al fin y al cabo la filosofía. Nacido en Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja, en 1924 en el seno de una familia de médicos, será allí donde se celebre hoy su despedida y su entierro.
Fue también a La Rioja donde se trasladaron los restos mortales de su mujer, Carmen Sánchez Revilla, profesora de la Escuela de Magisterio de Oviedo, que falleció el viernes a los 95 años. El sábado, en Llanes, tuvo lugar una ceremonia de despedida a mediodía previa a su entierro en Santo Domingo de la Calzada. Gustavo Bueno, con 91 años y ya muy enfermo, no pudo viajar a La Rioja y se quedó en Niembro donde, al sol de la mañana, fallecía acompañado por los suyos. “No pudo aguantar la pena de su mujer muerta. Qué triste y qué bonito”, decía su hijo Álvaro, que anunciaba que las flores que le habían de acompañar en la despedida serían las mismas que sirvieron para darle el adiós a ella.
Compartieron esas flores, cinco hijos en común y una vida de filosofía, de estudio y de docencia en la Universidad de Oviedo. Él, que estudió el bachillerato en Zaragoza, donde fue compañero de Fernando Lázaro Carreter, se decantó por formarse en Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de la capital aragonesa, aunque fue en Madrid donde culminó su licenciatura. Becario del Instituto Luis Vives de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en 1947 leyó su tesis doctoral sobre el fundamento formal y material de la moderna filosofía de la religión. Con 24 años se convirtió en catedrático de Filosofía y comenzó la docencia en un instituto de chicas de Salamanca en el que estuvo desde 1949 hasta 1960, los últimos nueve años como director.
Fue en 1960 el año de su llegada a Oviedo. Obtuvo la Cátedra de Historia de la Filosofía y los Sistemas Filosóficos en la Universidad y ya nunca se desvinculó de la institución académica asturiana hasta el año 1998, en que se jubiló, no sin polémica. El reglamento no permitía que un profesor jubilado impartiera clases y con malestar y protestas de sus alumnos, se despidió con una clase ante las escalinatas de la Facultad y apelando al espíritu de Mayo del 68 y de las huelgas mineras. Se fue, pues, montando una pequeña revolución tan grande como la que lío cuando llegó armado con su materialismo filosófico. “Creó una escuela y deja gran cantidad de discípulos en toda España”, afirmaba ayer Santiago García Granda, rector de la Universidad de Oviedo, que destacó “su gran capacidad de debate y de adaptación a los cambios sociales”.
Desarrolló las teorías del cierre categorial y el materialismo filosófico. Dicho de otra forma, fue autor de “un discurso filosófico muy bien trabado” que le sirvió para poner “a la Universidad de Oviedo en el mundo”, en palabras de Josefina Martínez, la viuda de Emilio Alarcos, otro de los personajes fundamentales de la institución académica, a quien conoció en aquellos años sesenta en los que el marxista confeso se posicionó sin tapujos contra el régimen franquista. “Nos deja huérfanos, era una institución”, añadía la filóloga ya retirada de la Universidad, que recordaba que Bueno consideraba a Alarcos su “colega complementario”. Con él compartía su rechazo a la oficialidad del asturiano, con cuyos defensores no se cansó de polemizar.
Inició ya fuera de la Universidad su tarea al frente de la Fundación Gustavo Bueno, que recopila y muestra todas sus trabajos, que se cuentan por cientos, y no dejó de pensar y escribir, de poner sus reflexiones ante la mirada pública, doliera a quien doliera.
Nunca tuvo miedo a meterse en charcos. Al contrario, se embarró hasta las cejas con gusto y dejó frases para la historia una detrás de otra, siempre con la política y la religión en el disparadero. Clamó contra la imbecilidad de los españoles, contra los nacionalismos, defendió la pena de muerte, afirmó que no le temblaría el pulso para matar a un etarra con sus propias manos y llamó a destruir las raíces del Islam con el arma del racionalismo.
Sea como fuere, el filósofo riojano que siempre escribía a bolígrafo en folios usados, nunca eludió ninguna arena. Y si su posición antifranquista le llevó primero a impartir charlas sobre Marx o Engels en los clubes culturales de las cuencas mineras que se utilizaban como tapaderas en la clandestinidad del PCE –que incluso le llegó a ofrecer un carné de honor–, tampoco tuvo miedo de gritar a los cuatro vientos que la Constitución de 1978 se hizo para salir del paso y que la Transición “no fue más que una continuación del plan Marshall”.
Ateo católico
Platónico y ateo católico –nunca renegó de la cultura católica y elogió a sus filósofos–, proclamaba con vehemencia que Dios no podía existir: “No puedo respetar la opinión de alguien que me está diciendo que es Napoleón o que tiene relación directa con el espíritu santo; si alguien afirma como verdades proposiciones que son indemostrables, me está insultando”.
Fundador de la revista El Basilisco, habitual de los platós de la televisión –hasta salió a escena para defender el concepto de 'Gran Hermano'– no le quedó intelectual español con el que polemizar.
Siempre apostó el filósofo valiente por una redefinición del marxismo y lamentaba que ninguna doctrina filosófica hubiera dado una respuesta adecuada al concepto de religión.
Sobre todo lo dicho dejó impresa una cantidad ingente de libros y artículos. Este mismo año vio la luz su última obra, El ego trascendental y dos años atrás, Ensayo de una definición filosófica de la idea del deporte. Mucho antes llegaron El mito de la cultura: ensayo de una teoría materialista de la cultura (1997), España frente a Europa (2000), Telebasura y democracia (2002), El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha (2003), La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización (2004), Zapatero y el pensamiento Alicia: un presidente en el país de las maravillas (2006), La fe del ateo (2007), El mito de la derecha (2008), El fundamentalismo democrático. La democracia española a examen (2010)...
En todas esas obras reflexionó sobre el mundo que le tocó vivir, sobre la cultura alentada por dinero convertida en “danza de chimpancés”, sobre la ignorancia de los políticos que no saben lo que es la educación... Cuestionó a todo y a todos. Como hizo cuando tenía solo 16 años e iba para biólogo y la búsqueda de respuestas le puso cara a cara con la filosofía. “Un profesor dijo en clase que la excepción confirma la regla. Empecé a darle vueltas... ¿Qué es regla? ¿Qué es excepción?”. Así empezó el periplo académico del hombre que, como afirmó el alcalde de Oviedo, Wenceslao López, “amó a Oviedo y a su Universidad” y que fue Hijo Adoptivo de la ciudad. Ayer puso el punto y final a su vida material para entrar por la puerta grande a otra espiritual, la de la historia de la Filosofía.
fallece gustavo bueno
Santiago García Granda
«Cuando me muera...»
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 38
Aún hay quien recuerda la llegada de Gustavo Bueno a la Universidad de Oviedo en 1960 como un acontecimiento cultural y político de primera magnitud. Pero la verdadera grandeza de aquel acontecimiento era su empecinamiento en recordar, ante aquella juventud universitaria que comenzaba a construir los mimbres de la Transición, que venía a Oviedo atraído por el recuerdo y la obra de Feijóo. Una grandeza que salpicó de forma constante su prolífica y vital carrera académica.
«Cuando me muera, no pasará nada», dijo Bueno en el homenaje que por su octogésimo cumpleaños, en 2004 le brindaron sus discípulos, aglutinados en tomo a la denominada ‘tercera oleada'. Pero sí que pasa. Ha pasado que nos ha dejado un universitario vital hasta su último aliento, un pensador extraordinario, un hombre de su tiempo, un espíritu rebelde y una mente privilegiada. Pasa que nos han dejado de golpe demasiadas cosas. Y que no andamos sobrados de ellas. Tantas cosas, tantos proyectos que otros continuarán pero que, como él mismo reconocía en 2014, en su 90 cumpleaños, no habría tiempo para completarlos todos.
Su materialismo filosófico, en constante intercambio con las ciencias y la historia de la filosofía, sentó las bases de la Escuela de Oviedo, y deja ahora también una marca indeleble en la historia de esta Universidad. Pero ese materialismo filosófico se ha quedado huérfano y no hay elogios suficientes para compensar esa orfandad.
Cuando en 1995 reabría Bueno el debate que tuviera entre 1967 y 1970 con Manuel Sacristán sobre «el papel de la filosofía en el conjunto del saber» planteaba que «la respuesta a la pregunta '¿qué es la filosofía?' sólo puede llevarse a efecto impugnando otras respuestas que, junto con la propuesta, constituya un sistema de respuestas posibles». Y en esa impugnación permanente de cuantas respuestas se dan a las preguntas nos acucian está la esencia del debate que siempre alentara Bueno. Un debate que hoy se antoja tan necesario en esta encrucijada que se encuentra la Universidad y el lugar que debe ocupar en los estudios superiores.
Para enfrentar ese debate nos faltará él, pero su espíritu y su herencia anidarán en cuantas respuestas busquemos. Y, como ocurriera con Feijóo, otros vendrán a Oviedo atraídos por el recuerdo y la obra de Gustavo Bueno. Y su magisterio seguirá animando sin duda esta Universidad que fue y será siempre suya.
Santiago García Granda, Rector de la Universidad de Oviedo
fallece gustavo bueno
Diego Medrano
Amor más fuerte que la vida
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 39
Se los veía todas las tardes, a eso de las cuatro y media: el filósofo, la asistente extranjera empujando la silla de ruedas y su esposa Carmen Sánchez, sentada en ella, bajar muy despacio la ovetense avenida de Colón. Seguían por Marcelino Suárez, subían por Alejandro Casona (empinada cuesta), llegaban hasta la plaza de toros y regresaban, por Fuertes Acevedo, a su domicilio de la avenida de Galicia (frente a su Fundación). Fue el camino de siempre del escritor, tras la comida, siempre a paso ágil y, a veces, dando palmadas, ejercitando un cuerpo que se negaba al paso del tiempo. Llamaba la atención Gustavo Bueno, cogido fuerte a la mano de su señora, y ella, sí, moviendo la boca (las secuelas del ictus le impedían la comunicación), asida a esa garra firme que la sujetaba a la vida, la de su marido, por donde no sólo comenzaba el viaje al pasado, sino al presente mismo, al momento inmediato, a la supervivencia y el cariño. El filósofo –muchas tardes los observé– no dejaba de hablarle, de pasarle la otra mano por el rostro, de decirle cosas muy bajito. De vez en cuando se acercaba gente, fans del escritor, viejos alumnos, y le escuché como solía interpelar al recién llegado: “Sí, sí, me acuerdo perfectamente de usted en las clases”. Quién sabe si coquetería, o una respuesta fácil, o un ayer que jamás se marchó…
Rendido en la enfermedad conyugal, entregado al límite, mucho se comentó en los círculos intelectuales ovetenses: la mujer había perdido el habla, y era don Gustavo quien veía con ella la televisión, jugaban al dominó, una dedicación donde escritura y obra pasan a un segundo término, en asedio por la enfermedad, y era el amor y su dedicación el sol vivo y encendido de cada jornada. Lo dijo Cela de Marina: “Mi peto y mi espaldar”. Amor más fuerte que la vida. En esos paseos, justo al final de la avenida de Colón, se le veía al filósofo, frecuentemente, comprar bolígrafos Pilot, dos o tres, guardados en la solapa de la gabardina como joyas, como amuletos de una escritura, que, sospechamos, no podía irse, estaba ahí como en el verso (poética) de Rimbaud: “La escritura, esa hiedra íntima”. Hiedra que no deja de hacerse más grande, madreselva que trepa y trepa por la fachada de la mansión del sufrimiento, movimiento vegetal que no deja de expandirse, de crecer hacia lo alto y lo hondo, pura energía y lava de ardiente vulcanología…
Ahora, la noticia llega como infarto, don Gustavo Bueno ha muerto. El demiurgo de la Teoría del Cierre Categorial, el teórico de la Telebasura y tantos otros temas sociales (‘El mito de la Cultura’…), de la religión como historia y ciencia (‘El animal divino’), el teórico de la izquierda, el marxismo y un nuevo viaje, según tantos, hacia la derecha. Creemos la obra intelectual ajena a la vida, pero no hay más vida que ella. La pareja era, fue la auténtica base de un pensamiento que consiguió ser internacional. Bromeaba Doña Carmen, en viajes al extranjero con amigas: “¡Tengo que descansar de los Bueno!”. Fue el filósofo “sublime sin interrupción”, en el decir de Baudelaire, y ello, sin mayores aspavientos, solo expresa una razón: no rebajarse, no descafeinarse, mantenerse en temperatura de densidad, ir a más y, como decía y me recordaba hace poco Susana Rivera, viuda de Ángel González, ese clima de entrega auténtica: “Donde la vida se doblega, nunca”. Don Gustavo era el impulso y Doña Carmen el freno: esa agitación permanente e ‘in crescendo’ de Bueno, medrando en el discurso hasta la pura alucinación, hasta el fanatismo de uno mismo, que, realmente, es la máxima poesía, el más feroz resplandor, donde se llega a más, dentro de sí mismo, sin dejar de multiplicarse en todas clase de frecuencias. No era una pareja, sino la obra entera.
fallece gustavo bueno
Luis Arias Argüelles-Meres
En la muerte de Gustavo Bueno
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 41
Siendo adolescente, cuando oí hablar por vez primera de Gustavo Bueno, su nombre infundía respeto. Se decía que su saber era enciclopédico y que las clases que impartía despertaban un interés que iba mucho más allá de una mera sesión docente.
Más tarde, me hablaron de un libro suyo que tenía por título Ensayos materialistas, cuya lectura obligaba a continuas idas y venidas por todo tipo de referencias. Era la época en la que se acostumbraba a leer entre líneas, y aquello fue muy interesante. Me adentré también en la lectura de su polémica con Manuel Sacristán acerca del papel de la filosofía.
Con él, iban siempre la polémica y la erudición. Y, por otro lado, en aquellos primeros años setenta, se consideraba que Gustavo Bueno era un filósofo muy heterodoxo con respecto al régimen imperante, y, en Oviedo, se hablaba de él, a un tiempo, con sigilo y admiración.
No me tocó la época de aquel plan de Filosofía y Letras en el que su asignatura era común, y, por tanto, no asistí como alumno a sus clases, si bien acudí a muchos actos públicos en lo que intervenía el filósofo que acaba de fallecer, filósofo que fue construyendo un sistema que a día de hoy cuenta con su prestigio y seguidores.
Por otra parte, en una trayectoria tan dilatada como la suya, hay varios puntos de inflexión, no sólo en su obra publicada, sino también en su vertiente pública como filósofo mundano. Estudiosos hay de la obra de Bueno más estrictamente académica, como también hay seguidores suyos que avalaron sus posiciones en la vida pública siguiendo siempre la estela de su admirado maestro.
Cierto es que aquella izquierda que lo admiró tanto no dejó de ser objeto en su momento de planteamientos muy críticos por parte de Bueno. Cierto es que dio mucho que hablar su libro El Mito de la izquierda, con postulados que desconcertaron a muchos de los que le consideraban una referencia de primer orden. Cierto es que no pasó inadvertido el apoyo que tuvo por parte de Gabino de Lorenzo, así como los elogios mutuos entre ambos.
A partir de los años 90, Bueno se afanó mucho por ocuparse de temas y asuntos candentes, así como por mostrarse combativo contra todo aquello y contra todos aquéllos que se decantasen por discursos nacionalistas con planteamientos muy alejados, cuando no contrarios, a la unidad territorial de este país. En el ámbito llariego, su postura acerca de la llingua asturiana también fue muy clara y nunca estuvo exenta de polémicas, a veces estridentes.
Acaba de fallecer un filósofo que no sólo no rehuyó la polémica, sino que además la fomentaba. Nada humano, en la vida pública asturiana y española, le era ajeno.
Por otra parte, Bueno manejaba con destreza la lógica a la hora de triturar argumentos más o menos comunes. Y tengo para mí que se expresaba con mayor claridad en el debate público, en la conferencia que por escrito.
Y, tras la fase de las hagiografías, inevitable en estos casos, quedará su obra, su sistema filosófico, sin duda, con enorme potencialidad.
fallece gustavo bueno
Ramón Alonso Nieda
El papel de Bueno en el conjunto del saber
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 44
Será desde Oviedo, como Clarín, como Alarcos, «un provinciano universal»
En las ciencias culturales, puede decirse lo que no podría decirse en las naturales: «el cadáver miente». Hace un par de horas, me entero por una llamada del fallecimiento de Gustavo Bueno. Vuelvo apresuradamente a casa y localizo entre mis libros El papel de la Filosofía en el conjunto del saber, obra que, como el propio autor lo advierte desde el prólogo, es una respuesta a la de Manuel Sacristán Sobre el lugar de la Filosofía en los estudios superiores.
No tuvo uno el privilegio de ser alumno del profesor Bueno en su cátedra de Oviedo. Sin embargo, mi volumen de El papel de la Filosofía es un ejemplar de la primera edición (1970), y se encuentra profusamente subrayado y anotado. Aparte de la costumbre de leer con un lápiz en la mano, había escogido el libro de Bueno como texto de referencia para una disertación ante el profesor Jean Ladrière, en el Instituto Superior de Filosofía de Lovaina.
Aquel trabajo académico fue, en cierta medida, una experiencia intelectualmente iniciática. Desde entonces, mi interés por los trabajos de Bueno fue constante y mi respeto por su magisterio ha ido en aumento hasta cristalizar en una franca admiración y simpatía. Una de las facetas que más admiro del profesor es la libertad con la que descendía de los cenáculos científicos para intervenir en la actualidad cotidiana y periodística. Creo incluso que tal vez sea esta la parte más decisiva y sustancial de su magisterio. Sócrates no fue profesor en ninguna facultad; prodigaba su enseñanza dialogando en tertulias callejeras.
Cuando en los años 90 tuve mi primer destino profesional en Asturias y un colega (un profesor de Historia) me preguntó si era «buenista», no supe qué contestarle porque no entendía la pregunta. Todavía no se había propagado el «buenismo», que vendría con Zapatero; la era del «pensamiento Alicia». Ignoraba uno que la oposición buenista/no buenista pertenecía al campo semántico de la docencia astur. Declararme discípulo de Bueno, sería una usurpación. Pero si me preguntaran a estas alturas si soy «buenista», diría que soy buenista como uno es socrático o cartesiano o kantiano.
Con lo que queda dicho que Gustavo Bueno entra en la historia de la Filosofía porque la hace. No solo la enseña. Al volver a casa y abrir al azar el libro de Bueno, caigo sobre la cita que abre estas líneas. «El cadáver miente». Gustavo Bueno acaba de fallecer, pero su magisterio no solo está vivo: no ha hecho más que empezar. Alguien escribió en los setenta, con mala baba y peor fortuna, que a Gustavo Bueno le apretaba la cabeza su boina de provinciano. Provinciano. Efectivamente, Bueno será desde Oviedo, como Clarín, como Alarcos, «un provinciano universal».
fallece gustavo bueno
Diego Carcedo
El intelectual cascarrabias
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 45
Toda la biografía y rica bibliografía de Gustavo Bueno, cuya muerte nos ha dejado un enorme vacío intelectual, está marcada por la polémica. Una polémica tan diversa y variada como correspondía a su amplia cultura puesta durante muchas décadas al servicio de la crítica y el inconformismo más profundo. Fue sin duda uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo y quizás el que más aportó al debate intelectual en torno a las cuestiones más importantes del presente, empezando por su oposición a la integración de España en la Unión Europea.
Escuchándole a veces desarrollar sus teorías y leyendo sus libros enseguida se ganaba el título de 'intelectual cascarrabias' que algunos le atribuían. Cascarrabias desde luego cuando rebatía las ideas de sus adversarios dialécticos o exponía sus tesis lo mismo da que se tratase de su 'ateísmo católico' que de la basura audiovisual, uno de los temas que en los últimos tiempos le enardecían. Pero en la práctica, Gustavo Bueno era una persona encantadora en el trato y generosa como muy bien recuerdan sus discípulos.
Nadie de cuantos le han tratado por mucho que discrepasen de sus teorías deja de reconocer su privilegiada capacidad para encontrar siempre hábiles y bien documentados sus argumentos en cuya exposición derrochaba talento. Argumentos cambiantes con relativa frecuencia, tanto que para unos era un nacionalista de rancia escuela, para otros un marxista y, desde luego, para todos un inconformista redomado. En su profunda formación había fundamentos de Platón, de Marx o de Hegel, pero en su pensamiento imperaban sus propias ideas y deducciones.
Por eso quienes intentaban minimizar su talla intelectual criticaban con frecuencia su heterodoxia global, que lo mismo entusiasmaba que sorprendía. Incluso despertaba reacciones violentas entre energúmenos incapaces de valorar sus aportaciones. Mientras unos le acusaban de marxista, otros lo calificaban de fascista e islamófobo. Energúmenos de la misma ralea, como los maoístas que le apedrearon en la Universidad de Barcelona porque, según ellos, apoyaba al comunismo soviético o los matones de la extrema derecha que incendiaron la sede de su Fundación en Oviedo, aparecen entre los enemigos de su predisposición al debate y su rechazo al dogmatismo.
Sin olvidar hechos tan lamentables como la negativa del Claustro Universitario de Oviedo, donde había ejercido durante varias décadas una de las cátedras más brillantes y creativas –Fundamentos de Filosofía e Historia de los sistemas filosóficos–, de nombrarle profesor emérito a raíz de su jubilación académica o, ya en democracia, la prohibición inicial, decretada por el ministerio de Educación, de su libro Symploke destinado a la juventud, lo cual propició una de las muchas polémicas en que se vio envuelto.
Resumir su legado es casi imposible. Sus libros lo perpetúan lo mismo que muchas tesis universitarias que profundizan en su obra y memoria. Entre todo lo que ha aportado, es sin duda su desarrollo en torno al 'Materialismo Filosófico' sobre el que ha sentado escuela: una forma de abordar el materialismo tradicional pero desde aspectos más elevados y más apropiados para analizar el materialismo que todos conocemos y que tanta influencia ha conseguido imponer en los tiempos que nos ha tocado vivir.
Aunque había nacido en La Rioja, algo de lo que siempre se sentía orgulloso, en su vida pública casi siempre se consideraba y era considerado asturiano, la tierra donde se afincó de muy joven, donde desarrolló su fértil aportación intelectual a la sociedad española y donde falleció, pocas horas después de su mujer, Carmen Sánchez Revilla. Asturias tenía en este hijo adoptivo a uno de los valores más reconocidos tanto en España como en otros países –desde Alemania a China– donde se publicaron sus libros y ofreció conferencias y lecciones.
fallece gustavo bueno
Elena Sánchez Herrero
Duelo y recuerdos en el jardín de Niembro
El Comercio · Gijón, lunes 8 de agosto de 2016, pág. 42
La cultura asturiana despidió al filósofo en su casa llanisca
Elena S. Herrero. Niembro. Quizá lo eligió porque está rodeado de árboles frondosos, o puede que la razón sea el jardín perfectamente cuidado, o tal vez ese especial sonido tan relajante que brota de la fuente. Solo él sabía por qué, pero era el lugar que escogió para echar a volar su imaginación, para adentrarse en los laberintos tan íntimos de su mente maravillosa, para reír y quizá para llorar. Y en la mañana de ayer, este lugar, su lugar favorito, le acogió y le acompañó en su descanso.
«Parece una muerte romántica», decía el catedrático de Filosofía Alberto Hidalgo, recordando que se fue dos días después que su esposa. Para él, era un «gran maestro, pero sobre todo una gran persona». Es por eso que hasta allí se trasladaron amigos, discípulos y representantes políticos para despedir a una de las figuras del pensamiento de toda España.
No faltaron buenas palabras, sentimientos y grandes demostraciones de afecto. «Fui alumno suyo en cuatro asignaturas. Es una persona muy importante en mi carrera académica», expresó el viceconsejero de Cultura, Vicente Domínguez. No faltó tampoco el alcalde de Llanes, Enrique Riestra, pues don Gustavo, «era un amante de este concejo, residente y defensor de lo que es un paisaje que le debe mucho a él y a su familia», manifestó.
La figura de Bueno es esencial para la filosofía española, pero una persona «desconocida en su parte entrañable» y allí reunidos, como una gran familia, se hallaban todos los que lo «quisimos y a los que él quiso», contó emocionada la exconsejera de Cultura Mercedes Álvarez. Le debe mucho. «Aprendí a pensar gracias a él», declaró.
La tarde iba avanzando y no solo pensadores pasaban por la biblioteca para despedir al filósofo riojano. El escritor Gómez Fouz se acercó hasta allí para despedir a un gran amigo. Consciente de su estado de salud, para Fouz «no fue una sorpresa su muerte, ya estaba mal del corazón y lo de su mujer le afectó». Otra escritora, Susana Pérez Alonso, también quiso arropar a la familia.
El profesor de Filosofía Tomas García era uno de los más afectados, pues fue alumno de la primera oleada en el año 1964. «Es la figura central de mi vida, se lo debo todo». Emocionado recordó algunas de las clases que recibió de don Gustavo en Oviedo. «Es el filósofo del siglo al igual que Platón lo fue en su época». «Lo ha tratado todo, política, religión, ciudad, guerra, democracia, deporte, cultura...», expresó. Pero si algo supo tocar Bueno fue el corazón de su gran amigo Vidal Peña, otro catedrático de la Universidad de Oviedo. «Era muy simpático. Le gustaba debatir, lo disfrutaba, él siempre decía que si no discutía es que despreciabas a la persona», apuntó.
También pasaron por la casa de Niembro de la familia Bueno los concejales de Oviedo Gerardo Antuña (PP), Ana Rivas Súarez (PSOE) y Luis Pacho (Ciudadanos).
A última hora de la tarde, el consejero de Presidencia del Principado, Guillermo Martínez, se sumó al duelo general con una visita a la casa. Por su parte, el consejero de Educación y Cultura, Genaro Alonso, que no se desplazó a Llanes, sí lamentó el fallecimiento: «Ha sido un dinamizador del pensamiento y una figura clave de la cultura española», afirmó.
Axel Juárez Rivero
Comunica el fallecimiento de Gustavo Bueno
La Jornada · México, lunes 8 de agosto de 2016
Ayer domingo, en Niembro, España, falleció el maestro don Gustavo Bueno Martínez, cuya obra se extiende por todas las disciplinas de la filosofía y de las ciencias: ontología, gnoseología, teoría política y económica, antropología, ética, lógica. Es el autor del último gran sistema filosófico de nuestros tiempos, la filosofía materialista, crítica y racionalista. Nada escapó a su mirada penetrante y discerniente, defensor de la tradición occidental, hispánica y latina; de España, un patriota. Su obra se levanta hoy como referente y barrera frente a lo oscuro y lo confuso.
Esperamos poder ser alumnos dignos y seguir siempre su consigna: digerirlo todo, racionalizar todo, morir combatiendo. Ha muerto el último escolástico, uno de los pocos sabios que en el mundo han sido. Pérdida irreparable, sin dolor suficiente ab imo pectore.
Axel Juárez Rivero (Proyecto Filosófico)
La Jornada
Murió Gustavo Bueno, padre del materialismo filosófico
La Jornada · México, lunes 8 de agosto de 2016, pág. a12.
Madrid DPA [Deutsche Presse-Agentur GmbH]. El filósofo español Gustavo Bueno, considerado padre del materialismo filosófico, murió a los 91 años en el norte de España, según informó ayer la fundación que lleva su nombre.
Ateo y marxista, fue uno de los pensadores más conocidos de España y también de los más polémicos. Su fallecimiento tuvo lugar en la región de Asturias dos días después del de su esposa, Carmen Sánchez Revilla.
Catedrático de filosofía de la Universidad de Oviedo durante más de 30 años, a principios de los años 80 dirigió la revista de filosofía El Basilisco, una de las más prestigiosas de España.
Entre sus obras más conocidas están El animal divino (1985), El mito de la cultura (1997), Telebasura y democracia (2002) y El mito de la izquierda (2003).
Bueno (La Rioja, España, 1924) participó en debates públicos en torno a distintos temas y fue muy crítico con la política y la religión.
En 2000 cuestionó el proceso de unión europea en su libro Europa frente a Europa. También arremetió contra formatos televisivos como el popular programa Gran Hermano, que en sus primeros años cosechaba grandes éxitos en distintos países del mundo.
Fue crítico, también, con el ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) y escribió sobre el enfrentamiento de la Iglesia católica con el Ejecutivo socialista.
Su retiro de la docencia en la Universidad de Oviedo, en 1998, estuvo rodeada de polémica y llegó a levantar a los estudiantes en huelga. Atribuyó la medida a las diferencias ideológicas que mantenía con el decano de la facultad de filosofía.
Excelsior
Muere filósofo Gustavo Bueno
Excelsior · México, lunes 8 de agosto de 2016
Considerado padre del materialismo filosófico, además de ateo y marxista, fue uno de los pensadores más conocidos y polémicos de España
Madrid DPA [Deutsche Presse-Agentur GmbH]. El filósofo español Gustavo Bueno, considerado padre del materialismo filosófico, murió a los 91 años en el norte de España, según informó ayer la fundación que lleva su nombre.
Ateo y marxista, fue uno de los pensadores más conocidos de España y también uno de los más polémicos. Su fallecimiento tuvo lugar en la región de Asturias dos días después del de su esposa, Carmen Sánchez Revilla.
Catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo durante más de 30 años, a principios de los años 80 dirigió la revista de filosofía El Basilisco, una de las más prestigiosas de España.
Entre sus obras más conocidas están El animal divino (1985), El mito de la cultura(1997), Telebasura y democracia (2002) o El mito de la izquierda (2003).
Bueno (La Rioja, España, 1924) participó en debates públicos en torno a distintos temas y fue muy crítico con la política y la religión.
En 2000 cuestionó el proceso de unión europea en su libro Europa frente a Europa. También arremetió contra formatos televisivos como el popular programa Big Brother, que en sus primeros años cosechaba grandes éxitos en distintos países.
Fue crítico, también, con el expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) y escribió sobre el enfrentamiento de la Iglesia católica con el Ejecutivo socialista.
En 1995 publicó La influencia de la religión en la sociedad española junto a Amando de Miguel, Javier Sádaba, Gabriel Albiac y Gonzalo Puente Ojea. Dos años después, salía a la luz El mito de la cultura, con el que llegó a la final del Premio Nacional de Ensayo.
Es responsable también de títulos como (1970), Etnología y utopía (1971); Ensayos materialistas (1972) o Idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial (1976).
Su retiro de la docencia en la Universidad de Oviedo, en 1998, estuvo rodeada de polémica y llegó a levantar a los estudiantes en huelga. El catedrático llegó a atribuir la medida a las diferencias ideológicas que mantenía con el decano de la facultad de Filosofía.
Amando de Miguel
El filósofo bueno
Libertad Digital · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016
Era de ver cómo rebatía los argumentos de un hipotético adversario. Uno gozaba de sus soliloquios.
Se cumple el ideal de los clásicos: la confluencia entre la belleza y la bondad. Gustavo Bueno (senior) ha unido la belleza de su estilo vital con la bondad natural, que tanto honraba a su apellido.
Coincidí con él en la Fundación para la Defensa de la Nación Española, la original creación de Santiago Abascal. Me asombró entonces su lucidez de octogenario lleno de curiosidad. Lo suyo fue siempre polemizar, con Manolo Sacristán o con el Lucero del Alba. Creo que llegó a discutir consigo mismo. Era de ver cómo rebatía los argumentos de un hipotético adversario. Uno gozaba de sus soliloquios.
No pertenezco al gremio filosófico, pero admiro el talante de los buscadores de la verdad. Gustavo Bueno era su más eximio representante. Nos unió especialmente la dialéctica contra los nacionalistas, la peor plaga ideológica de esta España nuestra, y la crítica a la izquierda establecida. Nuestro filósofo, como Sócrates, no tenía pelos en la lengua y arremetía contra los dogmas políticos todos. Se diría que gozaba con derribar los lugares comunes de la llamada corrección política.
Las obras de Gustavo Bueno difícilmente encajan en las clasificaciones temáticas de las bibliotecas. Por lo menos las últimas se alojan más bien en la nutrida sección de España como problema o los problemas de España. Equivale a una revisión de su historia y a la búsqueda de su identidad como nación. Es más, nuestro filósofo sostiene que España lo fue antes de ser una nación política. Arduo debate.
No es fácil determinar contra quién polemiza nuestro hombre. Habría que concluir: contra todos, contra mundum. Se trata de un buen ejemplo de la traída y llevada cuestión de la misión de los intelectuales. Los cuales se definen por ser radicalmente independientes de todo poder. Parece una tarea imposible, pero a veces se logra, como en este caso del profesor de Oviedo.
Es el momento de lamentar el último viaje de un gran pensador. Ojalá sirva para que se cultive más la formación generalista de nuestros escritores, incluidos filósofos e historiadores. O también para que se acabe el complejo de la izquierda de referirse a España, una entidad con nombre propio, que se resiste a ser considerada de forma minúscula, como “este país”.
Se debe decir que no pocos colaboradores de Libertad Digital comulgan con las tesis y sobre todo con el talante intelectual de Gustavo Bueno. Pocos medios en España podrán decir otro tanto. De ahí que este personal obituario debería plegarse a lo que digan otras firmas de este digital.
José Sánchez Tortosa
El legado vivo del pensamiento de Gustavo Bueno
Libertad Digital · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016
Gustavo Bueno, ese “Sócrates riojano” que se peleó con los sofistas televisivos, mediáticos y políticos de hoy. Repasemos algunos de sus libros fundamentales.
Morir es trivial. Pero no el modo de morir, que es acaso el único gesto libre del que somos capaces. En la muerte de Gustavo Bueno están impresas la inteligencia estoica y la fidelidad personal y filosófica. Y el legado de algo excepcional, anómalo, único: un sistema filosófico perfectamente articulado, una verdadera maquinaria teórica con la que combatir y dinamitar los mitos que nos ahogan. Este sistema está presente en sus textos pero, acaso aun más, ejercido en sus controversias, como un Sócrates riojano peleándose con los sofistas televisivos, mediáticos, políticos de hoy. Gustavo Bueno fue filosofía en vida, la trifulca constante, la polémica ácida, vehemente, la contundencia de sus argumentos en cada diatriba, en cada encontronazo dialéctico, la precisión corrosiva e irónica con la cual, al modo socrático, desmontaba la inconsistencia lógica o empírica del rival con preguntas, en la convicción de que sólo se puede pensar si se piensa contra algo, de que pensar es siempre batallar, no rendirse, no dormirse. Esa fuerza vital y filosófica se encarna en su figura, en sus conferencias y en el sistema filosófico que ha construido: el materialismo filosófico.
De entre las obras esenciales para entender la noción de materialismo filosófico, además de la monumental Teoría del cierre categorial, hay dos libros de enorme alcance teórico: son La metafísica presocrática y los Ensayos materialistas.
En La metafísica presocrática, en especial, se ofrece la tesis clave que sitúa el nacimiento preciso de la filosofía con la constitución del sistema platónico como saber crítico contra los mitos, contra la metafísica presocrática (aún no filosofía en rigor) y contra la sofística. Su campo de estudio acotado es la pluralidad de formas, incomprensible en toda su riqueza si no se considera frente al problema de los números irracionales dentro de la aritmología pitagórica. La realidad es una compleja trama de relaciones cuyas líneas maestras unen cosas entre sí. El hallazgo de este principio (de symploké: combinatoria, trabazón, enredadera…) hace posible la filosofía misma pues niega la desconexión total de las cosas, en cuyo caso el conocimiento sería imposible, cuanto la conexión de todo con todo, en cuyo caso el conocimiento de algo precisaría el conocimiento de todo, límite inalcanzable. Negados ambos extremos, la filosofía se constituye, ya con Platón, como la reflexión capaz de reconstruir ese tipo de relaciones complejas, plurales, ninguna de las cuales agota la realidad en su totalidad. Y, visto el acontecimiento con la perspectiva de la Historia, hicieron falta los palos de ciego de los presocráticos y el desarrollo de unas artesanías, unas ciencias y una metafísica para que la filosofía académica pudiera constituirse sobre la concepción de que la realidad no está organizada sólo por relaciones espirituales, corpóreas o por numéricas, sino por formas (o Ideas). Esta revisión de la Historia del nacimiento de la Filosofía choca con las versiones de manual más frecuentes y consagradas. Gustavo Bueno releía sus orígenes con un enfoque materialista en el que estaban apuntados, a su vez, los cimientos de su propio sistema, desde el cual se tensaba ese análisis singular, análisis que permite liberarse de las simplificaciones, las trivialidades y los idealismos habituales en los libros de texto.
Pero más alejado del terreno académico, sobresale un libro que, leído con la perspectiva del tiempo, ofrece algunas claves para entender nuestra realidad actual. El título es Telebasura y democracia. Fue publicado en el año 2002. Década y media después, podemos concluir en lo ajustado del diagnóstico del profesor Bueno. Puede ser uno de los libros de teoría política más reveladores con respecto a la situación presente. Una democracia débil, basculando hacia la demagogia, acaso su corolario inexorable, generó el fenómeno de la telebasura, que unido a la devastación institucional de la enseñanza pública, constituyó un factor de descomposición intelectual y política que ha convertido a los políticos en tertulianos o a los tertulianos en políticos y a España en pasto de los mensajes más vacuos y disparatados:
Comenzamos constatando cómo son mucho más altas las probabilidades de que la televisión en una sociedad democrática segregue en su metabolismo mayor proporción de basura relativa que la que suelen segregar las sociedades no democráticas. (Telebasura y democracia)
El bisturí analítico de Bueno incidía, sin miedo a ser tachado de antidemócrata por la corrección política, en el fondo embarazoso de un problema crucial, vislumbrado ya por Platón y Aristóteles: la tendencia del fundamentalismo democrático a fiarlo todo a entidades metafísicas (Voluntad, Pueblo, Democracia, Libertad) que, plasmadas materialmente en ignorancia televisada, lleva a la sociedad cerca del suicidio político:
En una democracia hay que aceptar sin duda, como un postulado (si se prefiere: como una ficción jurídica del Estado de derecho) que el pueblo tiene siempre juicio al elegir. Y según esto habrá que decir, no solamente, que la audiencia, en cuanto expresión o fractal de ese pueblo, es causa de la programación (a través de la criba), sino también que es responsable de ella. Dicho de otro modo: que cada pueblo tiene la televisión que se merece.
Si la política hoy es, al menos en parte, producto de unos medios de comunicación y, en especial, de un tipo de televisión (más o menos amplificado por las redes sociales), el libro de Bueno supone un diagnóstico de enorme precisión sobre algunas de las causas de nuestros males.
Su legado, como es patente, desborda los límites de una obra académica y erudita. Bueno, siguiendo al pie de la letra la enseñanza platónica según la cual el filósofo está obligado como tal a volver a la caverna, se ocupó de los temas más aparentemente triviales o mundanos con el instrumental teórico de un sistema filosófico excepcionalmente sólido, ofreciendo luz sobre las miserias actuales. Una herencia de ese calibre, que se da apenas un puñado de veces en la Historia, nos compromete con su desarrollo. La existencia misma del sistema de Gustavo Bueno es el recordatorio tenaz de que el hombre libre no es el que se indigna, cree, se enfurece, se ilusiona, se identifica, se alegra o se entrega con devoción a sus servidumbres, a sus consignas, a sus dogmas, a sus prejuicios. El hombre libre es el que estudia.
Instituto para la Integración de Iberoamérica - Somos América
Comunicado ante la muerte de Gustavo Bueno Martínez
facebook.com · Chile, 8 de agosto de 2016
Ayer murió nuestro maestro, el filósofo Gustavo Bueno Martínez. Conmocionados todavía por su muerte, nuestra asociación quiere mandar su más sentido pésame a toda la familia del filósofo español así como a todos sus discípulos, lo hubieran conocido directamente o no, y que comparten el sufrimiento por su pérdida.
Incansable combatiente contra el oscurantismo, la metafísica y todo pensamiento que no estuviera lo suficientemente bien fundamentado, Gustavo Bueno nos deja, sin duda, el sistema filosófico más potente para entender nuestro presente. Desde aquellos que buscamos humildemente transformarlo no olvidamos este legado de lucha por la argumentación correcta y sistemática que nos dejó.
Enemigo como era del fundamentalismo pacifista no pedimos que descanse en paz, sino que descanse en guerra. Una guerra que ya tendremos que continuar librando todos aquellos que seguimos el camino de Gustavo Bueno. Camino que como el de Compostela sólo tras marchar por él en un sentido y en otro «es cuando podremos decir que el camino no es un cadáver de camino, una mera calzada, sino que podemos asegurar que el camino está vivo.»
Instituto para la Integración de Iberoamérica – Somos América
8 de agosto de 2016.
en españa
Santiago Armesilla Conde
Gustavo Bueno, un gigante del pensamiento español
Crónica Popular. Semanario digital de los lunes · Madrid, 8 de agosto de 2016, nº 49
Hoy, domingo 7 de agosto de 2016, ha fallecido Gustavo Bueno. Apenas dos días después de su mujer, Carmen Sánchez. Ella murió a los 95 años. Él, a los 91. Se han ido juntos. Hace dos años, El Viejo Topo publicaba Amor y capital, un libro de Mary Gabriel, en el que ahondaba en la relación matrimonial y amorosa entre otro gigante, Karl Marx, y su mujer, Jenny von Westphalen, y cómo ella fue un apoyo indispensable en la construcción teórica de Marx. Y, recíprocamente, como ocurre con el amor de verdad, cómo él jamás pudo haberse convertido en padre del comunismo político sin la mujer a la que amó. El materialismo filosófico en tanto que sistema, el legado de Bueno a la Historia de la Filosofía, no habría sido posible sin Carmen a su lado.
Que un auténtico basilisco filosófico como era Bueno (ya hay que hablar en pretérito) apenas haya soportado 48 horas sin la persona más importante de su vida, da cuenta de la enorme ternura que Bueno, al cual considero mi Maestro, tuvo en vida, hasta el final. Platón, Maestro de Gustavo Bueno, decía que el amor consiste en sentir que el ser sagrado late dentro del ser querido. Bueno, en un texto del año 2000, titulado Los valores de lo sagrado: númenes, fetiches y santos, concluía que la destrucción de los mitos oscuros y confusos, metafísicos, en torno a lo sagrado no equivalía a una “_desacralización_” de corte ilustrado, sino más bien el tratar de explicar lo sagrado desde la Razón, desde las ciencias, y no para convertir lo sagrado en sabiduría de primer nivel, sino para concluir que la educación en la racionalidad de lo sagrado nos acercaría más a la docta ignorantia, al Ignorabimus de Emil du Boys-Reymond que a lo anteriormente expresado.
El acercamiento racional al fenómeno amoroso que las ciencias categoriales han propiciado en los últimos tiempos pueden permitirnos dar cuenta de cómo el ser sagrado que latía en el corazón de Bueno, Carmen, dejó de latir el viernes pasado dentro del ser querido, Gustavo. Y al dejar de latir uno, dejó de latir el otro. Muchos envidiarán sanamente esta forma de manifestar el amor, hasta el final de la vida, en una época donde la plétora mercantil de los sentimientos y los afectos procura placeres efímeros, pero impide la recurrencia de esas virtudes éticas que Spinoza, otro Maestro de Bueno, siempre defendió como las más esenciales: la fortaleza, la firmeza y la generosidad. Quizás el amor sea esa forma de relación donde dichas virtudes puedan trabajarse con mayor ahínco, al tiempo que gracias al ejercicio de dichas virtudes el amor se robustece.
Goethe dijo, sobre el amor, que un hombre y una mujer (o dos hombres, o dos mujeres, añado yo) verdaderamente enamorados es el único espectáculo de este mundo digno de ofrecer a los dioses. Lo sagrado según Goethe sonaba a sacrificio, pero no ya a los dioses, sino, desde nuestra perspectiva, entre los amantes que se aman entre sí. Gustavo Bueno y Carmen Sánchez se han amado hasta el momento en que _“se han ofrecido a los dioses_”. O, en términos del materialismo filosófico, Bueno y Carmen Sánchez han entretejido entre sí los tres géneros de materialidad hasta el final. Su sentimiento amoroso M2 se ha mantenido M1 hasta que ya, ambos, son M3.
Quería señalar esto por encima de todo, porque es lo que más me ha sorprendido de la noticia, que me ha dejado consternado. Vayan desde aquí mis condolencias a familiares, amigos y discípulos, incluidos aquellos con los que no tengo en absoluto una buena relación.
No quiero escribir nada pomposo sobre si el materialismo filosófico es “_el sistema más potente jamás edificado_”, cosa que no podemos decidir nosotros, ni si Bueno es “_el más grande filósofo de la Historia de España_”, algo que no puede determinarse hasta que la Historia de España, de la nación española, llegue efectivamente a su fin. Me limitaré a señalar tres cosas:
Leo a Bueno desde que lo descubrí en el año 2006, y he llegado a conocerle en persona y entablar conversaciones con él en varias ocasiones, si no recuerdo mal. La primera, en el 2008 en Gijón, en los Encuentros de Filosofía que se celebraron aquel año en el Palacio de Revillagigedo. La segunda, en otros Encuentros, en la Fundación Gustavo Bueno, cuando presenté un muy breve esbozo de lo que luego fue el fundamento de mi tesis doctoral. Siempre me pareció una persona cercana, amable, cándida y llana. También radical, como debe ser. La combinación de todos estos rasgos en una persona, si la radicalidad está bien orientada, siempre es digna de mención, reconocimiento y, ahora, recuerdo.
Sumergirse en la obra de Bueno obliga, si se es un discípulo suyo de verdad, a después, al regresar de esa inmersión a la que, no obstante, hay que recurrir ya de por vida, a leer de todo y de todas las disciplinas. Pues filosofía la hay en todas partes: en la política, en la economía, en la sociología, la antropología, la historiografía, al astrofísica, la biología, la neurología, la psicología, las artes varias que existen, la arquitectura, etc. Con Bueno, la filosofía se convierte en una disciplina invasiva, que todo lo impregna, y que si no quiere convertirse en filosofismo, en gnosticismo, debe estar sometida a la posibilidad de que todas esas disciplinas la puedan transformar a ella también. Y viceversa. De las citas de Bueno, ésta es una de mis favoritas:
“_La filosofía y las ciencias tienen fuentes distintas, pero son fuentes llamadas a confluir (a veces turbulentamente) y al confluir se modifican mutuamente_” (Gustavo Bueno, “Respuesta a la pregunta ¿Qué es el cierre categorial?”, El Catoblepas, nº 108, p. 2).
Su materialismo obliga a una interdisciplinariedad bien entendida, a una polimatía que, mal vista en ciertos ámbitos profesionales, sin embargo en otros es necesaria para poder vadearse por éste, nuestro mundo, que sigue girando y girando.
y 3) Para algunos, incluidos muchos discípulos suyos, Bueno no era marxista. En esto coinciden con sus enemigos más acérrimos, izquierdistas indefinidos, separatistas varios (sobre todo “asturchales”) y socialdemócratas que de marxismo saben lo mismo que yo sobre el color de los pelos de la barba de Dios (algo imposible de saber, entre otras cosas, porque la “Nada” no puede tener barba).
Sin embargo, Bueno, si por algo va a pasar a la Historia de la filosofía, a mi juicio, es por ser el responsable de construir un sistema filosófico que, a pesar de algunos, tiene un inmenso potencial revolucionario político de un cariz que solo puede calificarse como trascendental. Gustavo Bueno cubre el hueco histórico que el krausismo no permitió en España, a saber: introducir la dialéctica hegeliana y enlazarla con nuestra tradición escolástica patria. Un enlace que, a los marxistas-leninistas españoles, nos puede permitir empezar a construir, por fin, un marxismo español que, siguiendo la fórmula de José Carlos Mariátegui, no sea _“ni calco ni copia, sino creación heroica_”.
Por desgracia, hay buenos marxistas españoles, pero nunca hubo un marxismo español, como sí lo hubo alemán (desde Marx y Engels hasta la Teoría Crítica) o ruso (Diamat soviético). Dejando aparte la rica escuela económica marxista española, tremendamente potente y con representantes de la valía de mi otro Maestro, Diego Guerrero, Juan Pablo Mateo, Xabier Arrizabalo, Mario del Rosal, Joaquín Arriola, y a Bueno y su materialismo filosófico (también hay que citar a sociólogos como el hispano-chileno Marcos Roitman o a filósofos como Manuel Sacristán –con quien Bueno entró en sana polémica–, Francisco Fernández Buey, Adolfo Sánchez Vázquez, Felipe Martínez Marzoa, Lorenzo Peña o, incluso y a pesar de algunos, Gabriel Albiac), los marxistas españoles se han dedicado, desde prácticamente los inicios del camino político del Partido Comunista de España, a hacer calco del marxismo soviético, lo que ha llevado a asumir acríticamente y de manera sesgada la doctrina de Lenin sobre la autodeterminación y la de Stalin sobre las nacionalidades, o a hacer copia del marxismo italiano, lo que ha llevado a una hegemonía eurocomunista -socialdemócrata en realidad- que agita hoces y martillos, estrellas rojas de cinco puntas y banderas rojas, pero con un horizonte reformista que interpreta que Italia es el modelo a seguir por los comunistas españoles. De aquellos polvos, estos lodos.
Pero, a mi juicio, solo la obra de Bueno puede permitir al marxismo, no ya solo español, sino hispanoamericano en general, superar su actual estado, parecido al de una ballena varada en una playa que, sin un elemento externo, jamás podría volver al Océano. Y el materialismo filosófico de Bueno no es un elemento tan externo al marxismo como algunos creen.
Todo esto que escribo lo quería escribir hace tiempo. Lo he hablado con amigos varios y otras personas. Es una lástima que sea hoy, muerto Gustavo Bueno, cuando lo haya puesto negro sobre blanco para Crónica Popular. Sin embargo, lo más duro viene ahora. Es decir, consolidar este entretejimiento, y evitar que el materialismo filosófico de Gustavo Bueno sufra un proceso que fue análogo, en diversos momentos históricos, al que sufrió el marxismo. Este proceso es el de convertir el materialismo filosófico en un fin en sí mismo, en la _“tabla de salvación_” ante el ruido del mundo. En pensar que ser “filomat” garantiza no estar manchado por la mierda que nos rodea. Y el método de Bueno, y el de Marx, son justo lo contrario. Ambos, para crecer, deben mancharse de mierda. E incluso, reciclarla.
Hoy se ha ido un gigante, aunque esta valoración final no depende de mi persona. Lo que sí puedo asegurar es que Gustavo Bueno es ya, al menos, un clásico de la filosofía en lengua española. Más de 500 millones de personas en nuestro Planeta Tierra pueden estar orgullosos de tener un autor así en nuestro idioma. No es el único, pero ya está entre los grandes, entre los gigantes del pensamiento español. Así que hagamos caso a Newton: si queremos ir más lejos, subámonos a hombros de gigantes.
Santiago Armesilla Conde, Doctor en Economía en la era de la globalización por la UCM. Profesor del EMUI
tribuna
Agapito Maestre
El filósofo, bueno e impío
El Imparcial · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016
“El filósofo Gustavo Bueno”, dice la locutora, “ha muerto dos días después de la muerte de su esposa.” Siento un crujido en el alma. Recompongo la figura y me pongo en marcha para salir de viaje. Son las cuatro y pico de la tarde. Poca gente hay en las calles de Madrid. Voy a Asturias a decirle adiós al maestro. En el camino recibo un mensaje de mi amigo Paco Rosell: “Se nos ha muerto el bueno don Gustavo.” Así es, pienso para mis adentros, Bueno era bueno y, al lado de su bondad, tiene que figurar su impiedad contra los imbéciles, los hipócritas y los cínicos. Bueno es el paradigma del filósofo, o sea, de una figura a la búsqueda del ser. Como los dioses, el filósofo no tiene ser. Lo busca y lo busca, no siempre lo encuentra; pero, a veces, lo halla. Su búsqueda, su fracaso y su hallazgo, todos inequívocos, los hace transmisibles. Por eso, por su duda, indecisión y confusión, por su no-ser, despierta sospechas. Es temido, sí, cuando indaga; y odiado, sobre todo por los poderosos, cuando trasmite el ser hallado. Es un tipo que siempre hay que mantenerlo a distancia. En cualquier momento, su saber claro y distinto, inequívoco, acabará imponiéndose a la impostura, a la fealdad y a la necedad. Incluso su presencia puede fácilmente difuminarse en su diáfano saber, pero siempre estará dispuesto a comparecer en la ciudad para responder a lo que se le pregunte.
Bueno fue, es y será un hombre a la búsqueda del ser, un filósofo, dispuesto siempre a comparecer en la ciudad, en lo público, para pagar su prenda o ser sacrificado. Bueno es un modelo de filósofo que repitió con originalidad, creatividad y valentía la actitud del primer filósofo de la historia: Sócrates. Bueno no fue un filósofo-rey sino un filósofo-ciudadano. Su simbiosis con la ciudad determina su filosofía: es un filósofo español. Universal. Su razón no puede ser otra que aquella que defendieron Menéndez Pelayo y Galdós, Unamuno y Ortega: la razón es apasionada o no es razón. ¿Cómo razonar sobre la vida y la muerte sin pasión? Imposible. Por eso, Bueno insistía en que ni la vida ni la muerte son ideas sencillas. Su diálogo con el último capítulo de Don Quijote es una muestra genial de su confusión y encuentro con la verdad de la vida y de la muerte, de la búsqueda de ideas claras y distintas sobre algo de lo quizá solo alcancemos alguna corazonada: “En el último capítulo de la genial obra de Cervantes, después de afirmar que Don Quijote ‘entregó su alma a Dios’, explica Cervantes: ‘quiero decir, que se murió’. Esta explicación sugiere que Cervantes (¿acaso con mentalidad ‘epicúrea’?) no creía en la supervivencia del alma; sin embargo, no podemos olvidar que los cartesianos más espiritualistas tampoco definían la muerte como algo que tuviese que ver con la ‘entrega del espíritu’, con la separación del alma y del cuerpo, porque el alma –decían– se marcha del cuerpo cuando éste muere, a la manera como nos desprendemos de un traje cuando está ya demasiado usado. La idea de muerte, aún en el sentido epicúreo, necesita, entre otros términos, la confrontación dialéctica con la idea de muerte en el sentido cartesiano y en cualquier otro ‘solvente’, y esto es cualquier cosa menos una tarea sencilla.”
¿No hay sistema filosófico, razón suficiente, capaz de darnos una explicación radical del principio y el final? ¡Quién lo sabe! Estoy entrando en ese espacio angosto de España: Asturias. Son la nueve de la noche y quiero llegar a Niembro para estar un rato a solas con la persona muerta. Quiero velarlo. Quiero seguir queriendo su gran lección: España no es un mito.
Manuel Fernández Lorenzo
La filosofía de Gustavo Bueno
El Español · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016
A principios de los 70 se forma la llamada Escuela o “Grupo de Oviedo”, en la que Gustavo Bueno inicia una renovación y profundización en el marxismo. Emprende entonces una tarea que le llevará a reconstruir la filosofía marxista sobre las bases filosófico-escolásticas de una filosofía estricta, las cuales, en un largo desarrollo, darán lugar a la apertura de críticas profundas al propio marxismo. Por ello debemos detenernos en un breve balance de su extensa y densa obra.
Debido a la influencia y éxito de los noventayochistas en el panorama filosófico de España, la influencia del neopositivismo y del marxismo ha sido tardía y débil en los ambientes académicos de nuestro país, lo que ha convertido a sus defensores, surgidos a finales del franquismo, salvo excepciones, en meros divulgadores o imitadores. Dentro de la influencia del marxismo es donde se produce una de esas excepciones, donde se consigue superar el nivel de la mera divulgación o de la repetición de lo de afuera. Es la representada por el caso inusual de Gustavo Bueno, defensor de una filosofía estricta (El papel de la filosofía en el conjunto del Saber, 1970), que huye por igual del eclecticismo y de la imitación foránea, tratando con tenacidad de construir un sistema materialista dialéctico de investigación lógico-filosófica, expuesto, p. ej., en sus Ensayos materialistas (1972) y desarrollado, en gran parte por el mismo, en sus principales obras: La metafísica presocrática (1974), El animal divino (1985), Primer ensayo sobre las categorías de las “ciencias políticas” (1991), Teoría del cierre categorial (1992), El sentido de la vida (1996). A partir de entonces, su obra escrita se centra casi exclusivamente en el ensayo filosófico de carácter político y social, con la publicación de libros de éxito editorial como son, entre otros, El mito de la cultura (1996), España frente a Europa (1999), El mito de la izquierda (2003), España no es un mito (2005), La fe del ateo (2007), El mito de la derecha (2008).
Como un tenaz explorador, en sus comienzos, Gustavo Bueno trata de profundizar filosóficamente en el marxismo con la ayuda sobre todo de los nuevos avances científicos proporcionados por las Ciencias Biológicas, Lógicas, Humanas y Etológicas, principalmente, con el fin de fundamentar con rigor académico un Materialismo filosófico que supere las debilidades del Materialismo clásico (marxista y pre-marxista).
Pero lo que nos interesa subrayar aquí, en relación con la construcción de una filosofía sistemática en España, a la “altura de los tiempos”, como Ortega pretendía sin conseguirlo, por su tendencia al ensayismo, son los avances puramente especulativos que la sistematización buenista realiza. En primer lugar, en consonancia con el auge del marxismo, al que Sartre había definido entonces como la filosofía de la época, la Idea de Vida orteguiana es sustituida por la Idea de Materia, como el autentico punto de partida filosófico. Pero más interesante que esta re-exposición ontológico escolástica del materialismo, nos parece la concepción operacional del conocimiento científico, desarrollado, a nuestro juicio, por influencia de Jean Piaget principalmente, en su monumental Teoría del Cierre Categorial y que se extiende al análisis operacional de los campos éticos, morales, políticos y antropológicos.
Lo más llamativo de la exitosa producción tardía de ensayismo político de Gustavo Bueno es su distanciamiento de la izquierda política social-comunista, con la que convergió inicialmente en sus planteamientos filosóficos materialistas. No obstante, no se puede dejar de valorar su modo de pensar las cuestiones políticas de forma sistemática y profunda, algo que se echaba de menos en la tradición marxista en España.
Por otra parte, hay una contradicción más profunda que atraviesa toda su obra desde su inicio, provocada por lo que denominaríamos la estructura centáurica de su “sistema” constituida por la mezcla de dos figuras bien definidas, que proceden de tradiciones separadas y opuestas: la escolástica pre-kantiana de su Ontología, inspirada en el aristotelismo de Christian Wolff, y la gnoseología post-idealista de influencia científico-positiva piagetiana. Una asimilación crítica, y no meramente continuista de su filosofía, debería tratar de criticar, esto es, de separar el grano de la paja, que es lo que intentamos llevar a cabo algunos discípulos tenidos por heterodoxos. En tal sentido, consideramos que es la metodología operacional del conocimiento la que habría que desarrollar de forma consciente y sistemática, lo que nos llevaría al abandono de su rancia filosofía realista-escolástica y su sustitución por una nueva filosofía más en consonancia con tales planteamientos.
En la hora de su muerte, y de la de su esposa Carmen, reciba su familia nuestro más sentido pésame.
Manuel Fernández Lorenzo es profesor de la Universidad de Oviedo
Pedro López Arriba
En la muerte del filósofo Gustavo Bueno
estrelladigital.es · Madrid, lunes 8 de agosto de 2016
La muerte, visita siempre tan inesperada como ineludible, sorprendió al filósofo en las primeras horas del domingo 7 de agosto de 2016, cuando le faltaban escasos días para celebrar su 92 cumpleaños. Se ha ido, pero no será nunca un ausente, pues en su caso la muerte no será en modo alguno un final. La muerte del individuo, como expresa el diccionario de filosofía de la web Proyecto de Filosofía en Español, no es una aniquilación sino una transformación, pues la personalidad es una estructura que se recorta en un espacio interindividual en el que tienen lugar influencias mutuas de conformación personal.
Una persona, después de fallecida, puede seguir ganando, como el Cid, batallas (o acaso perdiéndolas). Es decir, puede seguir actuando, 'viviendo' una vida personal y no meramente espectral. Así el caso de nuestro filósofo, aunque tampoco esto consolará a sus familiares y allegados.
El imprescindible Diccionario de Filosofía, de José Ferrater Mora, inicia su artículo sobre la voz “muerte” con las siguientes palabras: “Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Toda vida filosófica, escribió después Cicerón, es una 'commentatio mortis'.” Veinte siglos después, Santayana dijo que “una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte” Según estas opiniones, una historia de las formas de la 'meditación de la muerte' podría coincidir con una historia de la filosofía.
Comentario sobre y preparación para la muerte, la filosofía tuvo (desde su más tierna infancia griega) la consciencia de que la muerte es esa realidad de nuestro ser que nos empuja a tomar la plena consciencia de la vida, aunque no lo consiga casi nunca. Pero el caso del filósofo, a diferencia del resto de los mortales, posee la especificidad de que él, el filósofo, se instituye en maestro, guía y formulador de esa reflexión sobre la vida que es toda reflexión sobre la muerte y viceversa, como Sócrates ante sus discípulos al sentir los efectos de la cicuta.
De vastísima formación en ciencias y humanidades, Don Gustavo se aproximó al marxismo (corriente filosófica dominante en el siglo XX) y descubrió las inconsistencias y deficiencias que lo lastraban, aún antes de que la debacle de socialismo soviético, en 1989, terminase de destruir los sueños de totalidad que acompañaron a los pensadores de esa corriente.
Su propuesta de Materialismo Filosófico (corriente de pensamiento creada por Gustavo Bueno que ha alcanzado una enorme repercusión en general y en el mundo hispánico en particular) partía de ese propósito expresamente enunciado de superar las limitaciones e insuficiencias de ese 'materialismo vulgar' en que había devenido el marxismo. Cuajado de positivismo ramplón y fracasado en sus grandes promesas, el materialismo marxista era una escolástica degradada, muy poco útil para nada.
La obra del pensador español ha sido un intento ciclópeo de redefinir los fundamentos del pensamiento más moderno, sin renunciar a la tradición filosófica precedente ni a la filosofía tradicional española, que Unamuno definió como “espiritualismo materialista español” y que viene de nuestros grandes autores de los siglos XVI y XVII, desde Vitoria y Suárez hasta Mariana y Gracián, sin olvidar a Balmes, Unamuno, Gaos, Zambrano, Ortega y hasta al propio Ferrater Mora.
Abordó con valor, decisión y maestría los grandes problemas de la filosofía de nuestro tiempo, sin perder de vista nunca la gigantesca obra precedente de la reflexión filosófica que iniciaron los primeros filósofos jonios (allá por siglo VI a. C.) y que alcanzó uno de sus momentos culminantes en la escolástica medieval con Santo Tomás de Aquino. Su teoría del cierre categorial ha conseguido una gran difusión en todo el mundo al resolver, satisfactoriamente, uno de los principales problemas metodológicos de la ciencia y su integración ordenada en el conjunto de los saberes y las disciplinas.
La idea de 'Symploké', que es esa misma reunión armónica de los contenidos integrantes de los saberes (si bien es de origen platónico), constituyó también una de las ideas fundamentales para su obra teórica; tampoco renunció a debatir acerca de los grandes asuntos del presente en las aulas, en los platós de las televisiones o en los estudios de radio.
No sería acertado y tampoco justo (ni en su vida ni tras su muerte) bajar al terreno de las polémicas en las que se vio envuelto, más que para constatar su intensa vocación socrática de polemista brillante y audaz, así como la de educador de los hombres y de la sociedad actuales. Gustavo Bueno ha vivido y, por lo tanto, ha muerto; eso sí, como un gran maestro dedicado con devoción al propósito de comprender, conocer, saber y transmitir a los hombres (si no exactamente sus ideas) la pasión por el conocimiento y la sabiduría: requiescat in pace, terra sit levis.
Pedro García Trapiello
Lo malo de Bueno
Diario de León · León, lunes 8 de agosto de 2016, contraportada
Mala noticia tan sólo un día después de haber enterrado a su mujer: Gustavo Bueno rindió su aliento como quien dice ¡el vacío!, ¿para qué seguir?, ¿qué más pensar?, ¿a qué decir nada más?… pero no lo tenía todo dicho… imposible, su cabeza era anteayer una agitada factoría de pensamiento puro. No había fatiga a sus 91 años que detuviera su vorágine.
Así lo comprobaron los leoneses que abarrotaron el salón de actos del Juan del Enzina cuando hace siete meses dió en León la que vino a ser su última conferencia en vida, “Corrupción fiscal y corrupción cultural”. Rehusaba entonces estas comparecencias magistrales, pero en este caso hizo salvedad al ser reclamado por dos viejos alumnos a los que tenía gran ley (Miguel Ángel Castañón y Moisés Melón) que le invitaron a solemnizar el treinta aniversario de su Centro de Psicología Conductual. Me cupo entonces el honor de arropar al filósofo junto a Fulgencio Fernández en aquella charla rotunda. Esperábamos encontrar un Bueno entrado en achaques, pero el brioso profesor derrochó vitalidad física y fulgor mental dejándonos perplejos, pues al tomar la palabra (en la que no bailó un concepto o una coma) don Gustavo se puso de pie… y en pie se mantuvo hasta el final de su conferencia. Qué tío. Y qué latigo de ideas y saberes. Viéndole así nos dijimos al despedirle “tenemos Gustavo Bueno para rato”. Y ayer vinieron los boletines dominicales a bombardearnos la ilusión: Ha muerto Gustavo Bueno en Niembro, Asturias; será enterrado el lunes en su pueblo natal, Santo Domingo de la Calzada, en cuyo cementerio estrenaba su mujer el sábado la paz eterna. Un solo día y la echó de menos.
Hoy los medios se llenarán de biografías y elogios. Léelo todo, la talla del filósofo lo exige; pasará a ser uno de los escasos pensadores españoles del siglo XX. Por eso le maldice el meapilas tomista y el querido colega que ni huele su método materialista, “aunque en el fondo soy un escolástico”, decía, o sea, bregado en lo adversativo.
Era tan listo, que podía rebatirse a sí mismo y ganar el pleito. Y dice el tonto que eso era lo malo de Bueno.
EFE
El hijo de Gustavo Bueno apela a ver con alegría que la obra de su padre vive
La Vanguardia · Barcelona, lunes 8 de agosto de 2016, 21:22
Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), 8 ago (EFE).- Gustavo Bueno Sánchez, uno de los cinco hijos del filósofo Gustavo Bueno Martínez, ha hecho hoy un llamamiento a “ver con alegría” la despedida de su padre, que ha fallecido “por razones biológicas”, pero que “vivió una vida plena y su obra sigue viva”.
Bueno Sánchez ha pronunciado estas palabras en la ceremonia institucional y familiar que se ha celebrado en el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) para despedir en su ciudad natal al filósofo, a la que han asistido, entre otros, el presidente del Gobierno regional, José Ignacio Ceniceros, y el rector de la Universidad de Oviedo, Santiago García.
Ha recordado que su padre, quien falleció ayer en Niembro (Asturias) con 91 años, fue el creador del “materialismo filosófico”, una corriente que “no pretendía crear, pero que fue saliendo y ahora ya está fuera de él, en cientos de discípulos y tesis doctorales”.
“Ahora hay un antes y un después porque el autor principal ya no existe y esta corriente tendrá que seguir con vigor sin su creador”, ha afirmado Bueno Sánchez, quien se ha emocionado al explicar que hoy, “en el mismo momento del entierro”, en la universidad mexicana de León, en el estado de Guanajuato, se inaugura la Facultad de Filosofía, creada en colaboración con la Fundación Gustavo Bueno.
Se trata, ha dicho, de “una circunstancia simbólica porque el sistema filosófico cobra vida nueva en la nueva España”, con lo que “la alegría es mayor, aunque estemos en la tristeza”.
Ha calificado de “ridículo” y de “puro subjetivismo sensiblero” “demostrar tristeza” y ha abogado por la “alegría” porque “mis padres han tenido vidas plenas” –en alusión también a su madre, Carmen Sánchez Revilla, quien falleció hace dos días– y porque “la obra de mi padre sigue viva” y “se va mantener gracias a las Universidades de Oviedo y La Rioja”.
En la ceremonia han intervenido, además, el alcalde de Santo Domingo, Agustín García, quien ha dicho que el filósofo era “un gran discutidor”; y el secretario de la Fundación Gustavo Bueno, Tomás García, que le ha recordado como “alguien firme” y “partidario de la disciplina en todos los órdenes de la vida”.
También han hablado otros dos de los hijos del filósofo fallecido, Carmen y Álvaro, quien ha explicado que su padre, aunque no creía en la existencia de un alma inmortal, sí diferenció entre la muerte del individuo, algo biológico, y la de la persona, que está relacionada con su obra.
Uno de sus cinco nietos ha leído pasajes de la obra de Gustavo Bueno El sentido de la vida; otro ha interpretado al piano parte de la banda sonora de la película Gladiator, que tocaba con su abuelo; una tercera ha recitado una de las poesías favoritas del filósofo y otra ha tocado al violín una pieza de Bach que le gustaba.
Ha cerrado el acto uno de los dos hermanos vivos de Gustavo Bueno, Fernando, quien ha leído una “elegía a la muerte” de sus hermanos, en alusión también a la esposa del filósofo, con el deseo de que “hayan llegado pronto y juntos a su destinos”. EFE ep/alg/agc.
La Nueva España
Bueno, “inmortal”
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, portada, págs. 52 a 59 y última
Gustavo Bueno, el “filósofo del siglo”, fue despedido con música de Bach por una multitud de discípulos en Santo Domingo de la Calzada, su ciudad natal. Casi al mismo tiempo echaba a andar su Facultad en México, quizá la mejor prueba de que no existe la muerte para la “filosofía inmortal” del pensador. En la fotografía, su hijo mayor, Gustavo Bueno Sánchez, ante el féretro, en la plaza del Ayuntamiento riojano.
Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno
“Un intelectual en el más alto sentido de la palabra”
El presidente en funciones, Mariano Rajoy, ha expresado sus condolencias y considera que Bueno ha sido “un filósofo de referencia en la Universidad española” e “intelectual en el más alto sentido de la palabra”. Asegura que su participación en el debate público “ha contribuido decisivamente al enriquecimiento de la sociedad española”.
Alfredo Canteli, Presidente del Centro Asturiano de Oviedo
“Enorme pérdida para la ciudad y la región”
El presidente del Centro Asturiano de Oviedo, Alfredo Canteli, dijo que “era un gran amigo. Oviedo y Asturias están perdiendo muchas referencias importantes. Aunque no nació aquí, se sentía un asturiano más. Además de la pérdida filosófica, es una enorme pérdida personal para la ciudad y la región”.
Alejandro Braña, Presidente del Colegio de Médicos de Asturias
“Un ejemplo de la filosofía española con más personalidad”
Alejandro Braña Vigil, presidente del Colegio de Médicos de Asturias, señaló sobre Bueno que “con su muerte desaparece una figura importante del pensamiento en España. Es un ejemplo de la filosofía española con más personalidad. Es una pérdida sensible para el pensamiento en España”.
Juan Vázquez, exrector de la Universidad de Oviedo
“Rompía las barreras del conocimiento”
Juan Vázquez, exrector de la universidad de Oviedo, considera que “era una figura intelectual de primerísimo nivel, un innovador en el pensamiento filosófico del país, que rompía las barreras del conocimiento. Tenía una gran solidez intelectual. Para la Universidad es una gran tristeza su pérdida”.
Vicente Gotor, exrector de la Universidad de Oviedo
“Personaje único, muy inteligente y mediático”
Vicente Gotor, exrector de la Universidad de Oviedo, cataloga a Bueno de “personaje único, las Humanidades en Oviedo obtuvieron su prestigio gracias a él. Fue una referencia nacional y mundial, muy inteligente y mediático, sin miedo a decir lo que pensaba. Es una pérdida muy difícil de superar”.
Juan López-Arranz, erector de la Universidad de Oviedo
“Una de las grandes figuras intelectuales”
Juan López-Arranz, exrector de la Universidad de Oviedo, afirma que “una personalidad así es absolutamente irrepetible. Fue un auténtico honor y un placer contar con su amistad. Es una de las grandes figuras intelectuales de la historia contemporánea. Espero que la Universidad de Oviedo le dé el homenaje que merece”.
Ilustración: Pablo García. Guión: Rogelio Román
La tira y afloja
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 2.
Javier Neira
La inmortalidad del ateo
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, última página
Sócrates tuvo que beber la cicuta, Platón fue vendido como esclavo y Aristóteles salió por pies porque Alejandro, su discípulo, quería matarlo. Los padres fundadores y después todos sus verdaderos seguidores han sido endémicamente proscritos porque la filosofía o es crítica o es un camelo y la crítica resulta sencillamente insoportable para los poderosos.
Paralelamente, la gente que por capital tiene un cerebro –no sólo una víscera bilobulada– y también los que, sin estar muy instruidos, disponen de un corazón que sabe enlazar con los héroes del pensamiento siempre han adorado a quienes con argumentos sólidos y valentía temeraria arremeten contra las mentiras, los prejuicios, las idioteces, las ignorancias, los abusos y las rapiñas de toda naturaleza y especie.
Estoy hablando, claro, de nuestro Gustavo Bueno que, como insinuaba ayer el periodista Fernando Sánchez Dragó, de tan ateo ha sido castigado a la inmortalidad, ya que como Sócrates, Platón o Aristóteles sus libros serán leídos por los siglos de los siglos, amén, y ya se sabe que Unamuno cifró la eternidad personal en esos parámetros.
Bueno llegó a Oviedo atraído por la energía de su cinturón industrial, la sabiduría del benedictino Feijoo y la belleza inigualable de Llanes.
Medio siglo después, los mejores jugadores de golf de Asturias son los liberados de larga duración del sindicatu; el Padre Maestro sigue secuestrado por galenos y narradores y la arcadia llanisca ha quedado reducida al cueto de Niembro, donde tenía su casa y en la que ha muerto apenas dos días después de fallecer Carmen, su esposa. Ah, y la Universidad ha perdido a la mitad de los alumnos en sólo veinticinco años.
Las academias nacionales ignoraron a Bueno, lo mismo que la Fundación Princesa de Asturias, mientras por sistema galardonaba a impostores como Lledó o el RIDEA, de búnker de Franco a casamata del PSOE, que cuenta entre sus filas ¡con Vigil! Por no tener, Bueno carece de calle en Oviedo, donde no hay pelotas, manta o tuercebotas que no disponga de una cartela con su nombre en cualquier esquina.
Para qué seguir, son señales inequívocas del triunfo rotundo de su filosofía frente a las instituciones pancistas o corrompidas; los mandarinatos, siempre entre la farsa y la vergüenza, y los seudofilósofos palmeros y agradaores que trepan por los andamios fantásticamente bien remunerados del Estado y sus mil formas alotrópicas. Roma siempre paga espléndidamente a los traidores.
Indicaba, también ayer, el filósofo Pedro Insua que hay una docena de sistemas máximos de pensamiento: platonismo, aristotelismo, tomismo, cartesianismo, empirismo, kantismo, idealismo, vitalismo, marxismo, positivismo, fenomenología y neopositivismo. Y añadía, entre esas cumbres elevadísimas, el materialismo filosófico de Bueno. Ésa es la inmensa escala de un maestro que nos deja huérfanos sin remedio y la verdadera medida de la inmortalidad de un ateo tan glorioso.
Mónica García Salas
La Facultad Gustavo Bueno nace en México
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, última página
El país azteca dedica un centro universitario al filósofo: “Se extingue la luz del maestro, pero la de su obra tendrá el alcance de las estrellas”
Oviedo, M. G. Salas. La misma tarde en la que familiares, amigos y alumnos entenarraban sus restos en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), jóvenes mexicanos inauguraron en León (Guanajuato) la primera Facultad de Filosofía de América inspirada en su línea de pensamiento. Aun muerto, Gustavo Bueno sigue viviendo. Sus discípulos del otro lado del charco evocaron ayer su figura en una ceremonia en la que se mezcló la nostalgia con la alegría. “Se extingue la luz de un maestro, pero la iluminación de su obra tendrá el mismo alcance que la estrellas. Bueno estuvo hoy (por ayer) entre nosotros”, dijo Ismael Carvallo, director de la Facultad de León, que aspira a llevar el nombre del gran filósofo. “Sería un honor para nosotros”, agregó.
El curso empezó con un minuto de silencio en su honor y un breve discurso pronunciado por Carvallo. En él resaltó el papel que cumple la filosofía en el mundo, “tal y como lo haría el pensador asturiano”. “La filosofía no es para nosotros un saber meramente erudito, inútil o gratuito, desconectado del mundo o reservado solamente para el disfrute de las élites. Es una necesidad político-estratégica que tiene que ver con los procesos de configuración de la realidad”, proclamó.
Precisamente, Bueno transmitió un mensaje parecido el pasado junio durante la presentación del proyecto de la Facultad mexicana en Oviedo. “Todos los españoles somos filósofos”, dijo con sorna. “Hasta Cholo Simeone (entrenador del Atlético de Madrid) dice que tiene filosofía. ¿Y cuál es? Según él: ganar, ganar y ganar”, ejemplificó para demostrar la “degradación” de la filosofía. En ese mismo acto destacó la importancia de la puesta en marcha de la Facultad en una “nación de jóvenes”. “La media de la población está en los 26 años. Acercar la filosofía es fundamental para que todos los adolescentes tengan una idea más clara, más oscura o simplemente distinta de la realidad”, afirmó.
La Facultad de León echa a andar gracias al Instituto Oviedo y la Fundación Gustavo Bueno. De hecho, la mayor parte de sus profesores pertenece a esta institución, como los filósofos José Manuel Rodríguez Pardo e Iñigo Ongay de Felipe. Las clases empezarán hoy con ocho alumnos, que de forma presencial analizarán la televisión, el deporte, la guerra, la religión y el terrorismo, además de la filosofía en lengua castellana. A ellos se sumará un grupo aún por definir que realizará cursos por internet a partir de enero. “El potencial lo tenemos ahí. Han contactado con nosotros más de un centenar de personas de todos los puntos de América”, aseguró Ismael Carvallo.
Con esa difusión, la Facultad persigue dar a conocer el pensamiento de Gustavo Bueno en México. “Aquí viene Fernando Savater y todos se rinden a él. Bueno no tiene esa capacidad de penetración, pero es lo que pretendernos cambiar”, explicó Carvallo, que conoció la obra del filósofo fallecido en el año 2003 en el Ateneo de Madrid. “Yo soy maestro en Economía Política, pero cuando descubrí a Bueno mi cabeza se transformó por completo. Me cambió la vida, me hizo ver las relaciones entre España y América de una forma diferente. Y ahora tengo el honor de dirigir un centro dedicado a su obra. Nunca me lo hubiese imaginado”, apostilló.
México enciende la llama de Gustavo Bueno justo cuando se apaga en España.
Pepe Monteserín
Bueno conmigo
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 5
En 1976, durante las prácticas de alférez en el Pirineo oscense, mi amigo Félix Blanco me habló de Gustavo Bueno y las Cuestiones cuodlibetales; el 12 de agosto de 1996 me recibió Bueno en Niembro, recién llegado yo al mundo literario, y hoy, otros veinte años después, recuerdo aquel largo encuentro en que, con gran consideración y cariño, me recomendó a los clásicos, entre otros El asno de oro, que esos días, me dijo para animarme, acababa de terminar su nieto Lino, con 14 años. También, avalado por Aristóteles, que consideraba la poesía épica como ciencia superior a la historia, que se limita a figuras particulares (el empírico Alcibíades se ciñe a lo que pasó), me animó a leer la Ilíada, que describe figuras universales, grandes arquetipos: Patroclo, Aquiles, Héctor... Pues eso, querido Félix, gracias por Bueno, y, querido Bueno, gracias por Homero y Apuleyo.
un pensador irrepetible
Marcos Palicio
Larga vida al sistema de pensamiento “inmortal” del “filósofo del siglo”
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, págs. 52-53
Santo Domingo de la Calzada despide a Gustavo Bueno el mismo día en que inicia la actividad académica su Facultad en México y con la constancia de que su obra permanece
Marcos Palicio. Santo Domingo de la Calzada (La Rioja). Enviado especial de La Nueva España. “Gracias por despertar nuestra mente”. La frase quedó escrita a primera hora de la tarde de ayer en el libro de condolencias del Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada como resumen anticipado de lo que allí iba a pasar a continuación. La gratitud de los hijos, de los nietos, de los dos hermanos vivos y de una multitud de discípulos de Gustavo Bueno quedó de manifiesto en una emotiva ceremonia de despedida para el “filósofo del siglo”, como pronto lo retrataría el secretario de la fundación que lleva su nombre, Tomás García. Bueno volvió a la tierra en su tierra no sin antes recibir el calor, el físico y el humano, de su ciudad natal en La Rioja.
Entre discursos interrumpidos por las lágrimas se abrieron paso las notas de las melodías de Bach, ésas que “él nos transmitió y que gracias a él forman parte de nuestro paisaje”, decía su hija Carmen, y la idea de que no existe la muerte para la “filosofía inmortal” de Bueno. La casualidad les dio a todos los asistentes una razón para creerse esto que de este modo proclamó Tomás García porque ayer, casi justo en el momento en que el filósofo tomaba la tierra en Santo Domingo de la Calzada, arrancaban en León (Guanajuato, México) las clases de la Facultad de Filosofía inspirada por el Instituto Oviedo de la ciudad mexicana y por el sistema filosófico de Bueno.
Familia y discípulos despidieron al filósofo en un salón no demasiado grande pero abarrotado, con gente en los pasillos y en el zaguán de entrada, a más de 350 kilómetros de la que fue su casa asturiana durante algo más de medio siglo. Estaban el alcalde, Agustín García Metola, o el presidente de La Rioja, José Ignacio Ceniceros, y fue, entre otros, el rector de la Universidad de Oviedo, Santiago García Granda. Mandaron condolencias la Casa del Rey y la Presidencia del Gobierno y faltó representación del Principado.
Con el féretro orlado por cuatro lámparas blancas y una fotografía de Bueno delante, con sus hermanos vivos, Fernando y Teresa, sentados en el escenario y los hijos y los nietos en las dos primeras filas de butacas, cuatro músicos rusos del grupo Ermitage Musical, teclados, violín y flauta acompañando a una soprano, trufaron las intervenciones institucionales y personales con la Cantata 147, el aria Erbarmedich de La pasión según San Mateo, el Magnificat, el aria de la suite en re y el lied Cuaderno para piano de Anna Magdalena, obras de Bach sobre la separación, la despedida.
Porque el acto trataba de eso, y por eso la nieta menor del fallecido, Jimena, no pudo evitar sollozar antes de recitar de memoria y con aplomo un madrigal de Gutierre de Cetina que siempre le pedía su abuelo –“ojos claros, serenos…”–, pero Gustavo Bueno Sánchez quiso desterrar de palabra la tristeza. “Aunque la hay y es natural”, aseguró, “sería un error, pura subjetividad sensiblera, trasladar una sensación de tristeza”, enlazó. Antes al contrario, mandó por delante la “alegría de las vidas plenas”, dijo en plural, hablando del padre y la madre que se le fueron en dos días. Hablando también de un sistema filosófico que se mantiene “pleno de vigor” desde el día en que se queda huérfano de su creador y “cobra una vida nueva en la nueva España”.
Estaba el director de investigación de la nueva Facultad mexicana que le dará vida, Iñigo Ongay, bilbaíno, que llevó el féretro a hombros parte del camino entre la puerta del cementerio y el panteón familiar, no dudaba en decir que a Bueno “se lo debo todo”, que es el autor poco reconocido “del único sistema filosófico completo en lengua española”, que “no hay persona que haya influido más en mi vida”. Corno él, otros de sus discípulos hicieron ayer centenares de kilómetros para despedir en su ciudad natal al calceatense universal que hizo decretar, ayer y hoy, dos días de luto en Santo Domingo, esta ciudad tomada de peregrinos donde Bueno conserva la casa familiar y donde el filósofo “debatía poniéndose al nivel de sus interlocutores”, recordó el Alcalde.
Se va Bueno, pero su materialismo hace fuerza. Y Tomás García, discípulo de la primera “oleada”, secretario de la Fundación Gustavo Bueno, se detiene un rato ante el atril para glosar la figura de un maestro que representó en vida “la reina de las virtudes, la fortaleza”, pero una fortaleza cargada de firmeza y generosidad. Se acordó del día en que su esposa, Carmen, reprendió al muy firme profesor Bueno por entretenerse con sus alumnos después de clase y él, “con aquella sonrisa pícara, se encogió de hombros y nos dijo: 'Ya veis, me tengo que someter a la dulzura de la obediencia'”. Echando mano permanentemente de aquella muletilla tan de Bueno, “¿verdad?”, Tomás García se extendió en las virtudes académicas del profesor, “que no polemizaba por polemizar, que discutía y sabía que tiene que haber una lucha con las ideas, que tenía un sistema más fuerte y reducía a los demás”. “Tocó todos los campos de la filosofía”, la de la política y la religión, la de la ciencia, la cultura, la corrupción o la religión... Fue, acabó, “el filósofo del siglo como Platón lo fue del siglo IV antes de Cristo, o Santo Tomás del XIII o Hegel del XIX”. Por eso, remató, “la muerte no es el final. Todos sabemos que su filosofía es inmortal”. Fue, en palabras de Carmen Bueno, “una ceremonia poco canónica”; “institucional y familiar” más que civil por opuesta a religiosa, le acompañó su hermano Gustavo. El caso es que acabó con “ofrendas”, regalos de los nietos al abuelo, como la pieza de la banda sonora de Gladiator que Carlos siempre tocaba con él, o el poema de Jimena, o el movimiento de una partitura de Bach que Livia interpretó al violín, o los significativos textos del abuelo, de El sentido de la vida, que leyeron Lino, Gustavo y Carlos. En el que introdujo Gustavo venía muy al caso que el filósofo hubiese dejado escrito que “las personas fallecen, no mueren”, o que sólo “muere el individuo”. “La persona no nace ni muere”. El acto se cerró con la “Elegía a muerte de mis hermanos”, una oda a la inteligencia, a la sabiduría y a la imaginación leída por Fernando Bueno, y el largo día en Santo Domingo se fue después de la bajada del féretro a la tierra riojana que vio nacer al filósofo, rompiendo los presentes el silencio con una sonora salva de aplausos después de que la música la volviese a poner Bach a la flauta travesera.
un pensador irrepetible
Marcos Palicio
De la lista de los quintos del 24 al “maestro, el gran maestro”
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 53
Vecinos y discípulos destacan “la inquietud por el saber” del joven Bueno y la solidez intelectual del profesor que fue capaz de “enfrentarse a todos los mitos”
Santo Domingo de la Calzada, Marcos Palicio. En torno a la una menos diez de la tarde, en la plaza de España de Santo Domingo de la Calzada, con el sol cayendo a plomo, el coche fúnebre estaba a punto de dejar el féretro de Gustavo Bueno y su hijo Gustavo, que había bajado a recibirlo, recibió también el abrazo de Antonio Rodrigo, el pelo cano y la cabeza intacta, y un papel. “Es la lista de los quintos de 1924. Éramos cuarenta, quedamos sólo ocho”, uno de ellos él y otro el filósofo calceatense afincado en Asturias. “Teníamos una amistad intachable”, rememora Rodrigo evocándolo a él, a sus padres y “el abrazo que me dio, como si no hubiera dejado de verme nunca, el día que le nombraron hijo predilecto y vine a este mismo lugar, como hoy, a recibirle”.
“¿Dónde está Gustavito?, preguntaba su madre, una persona encantadora, cuando íbamos a comer a su casa”. El que recuerda ahora es Santiago Coello, abogado en ejercicio a sus 88 años, presidente del consejo regulador de la Denominación de Origen del Vino de Rioja entre 1982 y 1992 y otro de los amigos de la infancia de Bueno que ayer se acercaron a despedirle a Santo Domingo. “Gustavito estaba en su habitación”, sigue la anécdota, “seguramente leyendo a Heidegger. Siempre tuvo una inquietud enorme por el saber”, rememora el abogado, todavía vivo en la memoria “el último abrazo que nos dimos el año pasado”.
Desde Bilbao, de Cuenca y Talavera de la Reina, en taxi desde Santillana del Mar y desde Madrid y muchas partes de Asturias. No es la filosofía disciplina de movimiento de multitudes, pero el último adiós a Gustavo Bueno, tan lejos de la tierra asturiana que le recibió hace más de cincuenta años, improvisó en la tierra natal del filósofo una “cumbre” de discípulos dispuestos a no dejar solo al final de su vida al filósofo Bueno. En la plaza de España de una ciudad riojana fabricada por el Camino de Santiago, frente a la puerta del Ayuntamiento, ayer era un día extraño en el que en la calle se hablaba de filosofía.
—¿Qué se va con Bueno?
—El maestro, el gran maestro.
—¿Y qué más?
—¿Le parece poco?
Belarmina Eguizábal, profesora de Filosofía y exalumna del profesor Bueno, daba fe con su presencia de que la respuesta había sido más que suficiente. “Podía ser polémico en sus ideas, pero era muy cercano”, remachó. A su lado asentían Pedro Barbado y Dolores García, compañeros de filiación, trabajo y viaje que no dudaron “ni un momento” en coger el coche y recorrer los más de seiscientos kilómetros de la ida y vuelta Asturias-La Rioja.
Marcelino Suárez, profesor en Barredos (Laviana), entró en contacto con la filosofía de Bueno mientras estudiaba Geografía e Historia, impactado por la capacidad del materialismo filosófico para “el estudio de las ciencias y la realidad humana”, asombrado por “la potencia reductora y la capacidad analítica de la obra de Bueno”. Iván Vélez, de Cuenca, tampoco es filósofo, sino arquitecto, pero también autor de Sobre la leyenda negra, un libro que utiliza las tesis de España frente a Europa “para combatir la leyenda negra antiespañola”, explica. Recién llegado a la filosófica ágora consistorial de Santo Domingo de la Calzada, añade al debate su convicción de que Bueno ha sido “con toda seguridad el mayor filósofo en lengua española” y de que no ha tenido una repercusión a la altura de “un pensador que se enfrentó a todos los mitos y que no rehuyó ningún aspecto de la realidad”.
Julián Gómez Brea está a su lado y puede asentir. Es abogado en ejercicio en Madrid, filósofo doctorando rendido a la capacidad de Gustavo Bueno, que “sabía más derecho que yo. Me quedaba impactado. Se merece un lugar en la historia”.
un pensador irrepetible
Marcos Palicio
El anclaje riojano de los Bueno
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 54
La familia del pensador mantiene casi intacta la casa que fue de sus antepasados, en el centro histórico de la ciudad, junto a un significativo grafiti con una cita de Platón
Santo Domingo de la Calzada (La Rioja). M. Palicio. El número 104 de la calle Mayor linda con la tapia de un solar vacío en el que el destino ha puesto un grafiti con una cita de Platón. “Buscando el bien de nuestros semejantes encontramos el nuestro”, dice muy al caso el mural filosófico, vecino de puerta de la casona de los Bueno en Santo Domingo de la Calzada. Es la casa del siglo XVI de los padres del filósofo, tan intacta y resistente al paso del tiempo que en lo que en otra época fue consulta y hasta quirófano conserva las vitrinas con el instrumental quirúrgico del padre y del abuelo médicos, y el maletín con las herramientas de trabajo, y el mobiliario de otra época y los retratos familiares en sepia que convierten la entrada en un reconfortante viaje en el tiempo. Sobre una mesa, un ejemplar de La Nueva España de ayer, con la última foto que uno de sus nietos tomó del filósofo en portada, da testimonio de la despedida al inquilino ilustre del inmueble.
La casona, grande como las de antes, los techos altísimos, rematada al fondo con un jardín con un enorme tilo, ciruelos y manzanos que llega hasta la misma muralla del siglo XII que delimita el casco antiguo de Santo Domingo, pertenece a la Fundación Gustavo Bueno y es el anclaje, posiblemente ampliable en el futuro con el traslado de fondos bibliográficos de la Fundación, que la familia del pensador mantiene y desea preservar con su ciudad de nación.
Gustavo Bueno Sánchez recordó en su intervención del acto de despedida de su padre que fue su tía Marita, fallecida hace cinco años, la que más intensamente quiso preservar el vínculo de la familia con la ciudad riojana a través de la casa familiar. “Aquel mandato de la hermana mayor de Bueno es el que nos ha determinado”, precisó, “a tener un panteón” en el cementerio y a que la localidad “se convierta en la patria de los antepasados” y la casona en sede de la Fundación Gustavo Bueno y la ciudad en lugar de promoción desde hace trece años de los cursos de verano promovidos por la entidad.
Tiene la fachada del refugio de los Bueno una placa en la que la Fundación homenajea a sus habitantes ilustres, de momento solamente a los médicos de dos generaciones que pasaron consulta, operaron y atendieron partos aquí, el padre y el abuelo de Gustavo Bueno, Gustavo Bueno Arnedillo (1885-1975) y Santos Bueno Roqués (1854-1926). Tiene el interior una frescura que se agradece en agosto, braseros y chimenea y el aroma inconfundible de haber alojado en otro tiempo a varias generaciones de habitantes ilustres.
un pensador irrepetible
Javier Neira
Bueno y Ochoa: dos materialistas muy distintos
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 54
El Nobel reducía todo a la química y el pensador se oponía a los reduccionismos
El filósofo asturiano Gustavo Bueno siempre fue implacable con los reduccionismos. Implacable también con los que así razonan, aunque mejor seda hablar de sinrazón. Un grupo humano extensísimo y con figuras muy destacadas como el Nobel de Medicina asturiano, Severo Ochoa, que siempre reducía todo a la química. Y es que, como señaló en su momento Bueno, “la bandera del materialismo la han tomado los químicos y los físicos, y claro la crítica contra ellos es terrible, es muy difícil”.
En una ocasión, allá por 1992, como ha relatado mil veces el filósofo, se topó en una conferencia con el bioquímico. “Nos saludamos y me dijo: 'todo es química'. Yo le dije lo siguiente: 'todo es química, entonces vamos a ver, don Severo, un libro de química ¿también es química?'. 'Hombre, evidente. Es química todo'. Y vamos a ver: 'las letras de un libro de química, ¿cómo se unen entre sí: por enlaces covalentes o por enlaces simples?'. Y me miró como pensando 'este tío es tonto'. Y yo pensé lo mismo 'este tío es tonto'. Lo que le decía es que si todo es química se quiere decir que todo se explica por las leyes de la química, entonces explícame por las leyes de la covalencia porqué las letras están juntas allí”.
Evidentemente Ochoa no era tonto pero estaba abducido por el morbo reduccionista y no era capaz de comprender que la afinación según la cual todo es química no pasa de disparate. Una aseveración propia de un materialismo tan grosero que ni los más obtusos seguidores del marxismo vulgar se atreverían a rubricar.
Bueno indicaba con frecuencia que científicos, y en general beneméritos ciudadanos dedicados a elevadas disciplinas, pueden ser extremadamente agudos y competentes en sus campos de trabajo e investigación habituales y al mismo tiempo torpes y cerrados si se trata de razonar en otros terrenos, especialmente en el espacio de la filosofía.
El filósofo carballón remataba la anécdota, que le llevó a un breve ejercicio de esgrima dialéctica con el bioquímico valdesano, indicando que le recordaba a “Winiarsky, un economista polaco de principios de siglo XX, que era materialista, aplicaba las leyes de Newton al crecimiento de las ciudades y entonces decía que una ciudad era como el sol y atraía inversamente al cuadrado de la distancia a otras ciudades por la gravitación, una cosa completamente fantástica. Pues en la química lo mismo, lo que se tiene que explicar es de dónde salen unas leyes, si no salen de la química ¿de dónde salen? Para esos interrogantes está la teoría del cierre categorial y la distinción entre lo que es o lo que no es la materia”.
la despedida de la tierra de adopción
Emilio G. Cea / Ramón Díaz
La quietud y el silencio arropan el último adiós del filósofo a Asturias
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, págs. 56-57
El féretro con el cuerpo de Gustavo Bueno Martínez partió de la casa familiar de Niembro, en Llanes, la que fue su “refugio”, a las nueve en punto de la mañana, hacia La Rioja
Niembro (Llanes), E. G. Cea / R. Díaz. Calma, quietud, silencio. La misma tranquilidad de la que disfrutó en vida durante sus largas temporadas en su casa de la localidad llanisca de Niembro arropó ayer el último viaje del filósofo. Faltaban cinco minutos para las nueve de la mañana cuando varios operarios de una empresa funeraria, propiedad de unos familiares del viejo profesor, llegaban a la casona de Gustavo Bueno Martínez, apartada del bullicio, rodeada de vegetación, oculta entre un bosque de encinas y otros árboles autóctonos.
Uno de los hijos del padre del materialismo filosófico, Álvaro, y otros familiares salieron entonces al jardín e hicieron una especie de pasillo. Un instante después los operarios sacaban de la vivienda el féretro con el cuerpo del maestro. Sólo se oía el canto de los pájaros. En el camino por el que se accede a la vivienda, más allá de la verja que la separa del resto del mundo, aguardaban tres coches fúnebres. Dos de ellos iban repletos de ramos y coronas de flores. En el tercero fue introducido el ataúd.
A las nueve de la mañana, exactamente la hora anunciada por la familia, los coches se ponían en marcha y partían hacia la tierra riojana que había visto nacer a Gustavo Bueno el 1 de septiembre de 1924, Santo Domingo de la Calzada, donde fue enterrado, sólo cuarenta y ocho horas después de hacer lo propio con la que fuera su compañera durante más de sesenta años, Carmen Sánchez Revilla.
El sol empezaba a abrirse paso entre las nubes cuando los coches fúnebres se iban alejando de la casa en la que Gustavo Bueno encontró durante décadas el sosiego adecuado para dedicarse a lo que más le gustaba: filosofar. Tenía el astur-riojano en Niembro su “cuartel general”, su “refugio”.
En Niembro disfrutó junto a su familia de las mejores veladas y desgranó buena parte de sus teorías filosóficas. Le gustaba pasear por la finca, colmada de flores, de plantas, de arbustos y de árboles, y sentarse a disfrutar de la naturaleza. Tenía el autor de obras como El mito de la cultura incluso su “rincón secreto” en la finca de Niembro, un lugar rodeado de vegetación situado a unas decenas de metros de la vivienda, en el que solía sentarse a escribir o simplemente a pensar cuando el tiempo acompañaba.
Fue precisamente ése el paraje que eligió hace ya más de unos veinte años cuando se le preguntó por su lugar favorito, aquel en el que más a gusto se encontraba en soledad.
José M. Requena
Bueno, en 60 frases
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 55
“España está en una grave crisis por culpa de tanta ignorancia y pedantería”
01 “España debe tener las manos libres para mantener relaciones con los países iberoamericanos o árabes para dejar de ser los últimos monos en la OTAN” (Marzo, 1986). 02 “Alguien que viva en Asturias y no se sienta español está enajenado, está loco” (Enero, 1990). 03 “Soy intensamente odiado por mis enemigos y honrado por mis amigos” (Enero, 1990). 04 “El universo, mudanza; la vida, firmeza” (Enero, 1990). 05 “No sois aduladores, sino que soy efectivamente lo que vosotros decís de mí” (Enero, 1990). 06 “Hay que mantener la minería hasta lograr formas históricas más elevadas” (Junio, 1991). 07 “La ciencia es el máximo control que podemos tener de la realidad” (Junio, 1992). 08 “No estamos ante el fin de la historia universal ya que aún no ha empezado” (Septiembre, 1992). 09 “La clonación será ética cuando los clones sean sanos” (Noviembre, 1993). 10 “Lo verdaderamente interesante de la ingeniería genética sería que esas técnicas consiguiesen crear desemejanzas” (Noviembre, 1993). 11 “La igualdad es imposible, sólo aparente y poco útil” (Noviembre, 1993). 12 “La cultura es el opio del pueblo” (Diciembre, 1994). 13 “Cuando llegué a Oviedo me sentí en mi casa” (Julio, 1995). 14 “Durante la celebración del bimilenario de la lucha de Asturias contra Roma, para cierta gente yo era como el representante de los romanos, me empapelaron el coche de pegatinas” (Julio, 1995). 15 “Cuando se domestica a los animales se mata a los dioses” (Mayo, 1996). 16 “Comunidades como Asturias no necesitan ganar en fútbol para demostrar que existen, como otras” (Mayo, 1998). 17 “Si no hubiera fútbol en las sociedades industriales habría que inventarlo, porque sustituye a lo que era la misa en las sociedades agrarias” (Mayo, 1998). 18 “Es imposible que un analfabeto entienda de fútbol, ya que es preciso conocer sus normas, saber dónde están las ciudades que representan los equipos” (Mayo, 1998). 19 “El concepto de nación es análogo, el concepto de Estado es unívoco” (Febrero, 1999). 20 “El Estado no nace, como cree Marx, de la propiedad de unos explotadores” (Febrero, 1999). 21 “No se puede votar a quien no sabe razonar” (Febrero, 2000). 22 “Hay que votar en virtud de la honradez, de los compromisos concretos y de cómo los defienden” (Febrero, 2000). 23 “Lo más grave del discurso político es el peligro tremendo de que la campaña se articule como un debate entre izquierda y derecha” (Febrero, 2000). 24 “La unidad de España es el problema más grande que tiene planteado el país” (Febrero, 2000). 25 “Frente al terrorismo no vale el diálogo, sólo la pena de muerte” (Febrero, 2000). 26 “La televisión es la verdadera alegoría del mito de la caverna de Platón” (Noviembre, 2000). 27 “Hasta detritus de la telebasura merecen ser objeto de reflexión profunda” (Diciembre, 2000). 28 “Me llegaron a catalogar de degenerado por haber visto _Gran Hermano_” (Diciembre, 2004). 29 “La televisión lo que hace es perforar, la televisión es la clarividencia” (Febrero, 2005). 30 “En España hay censura. Te mandan billetes de avión y todo para participar en un programa de televisión y después se suspende. Se ve que llegan órdenes superiores con la censura. Tengo una verdadera colección de billetes de televisión devueltos” (Febrero, 2005). 31 “Hay quienes se consideran sabios porque citan a Aristóteles aunque no venga a cuento. Escriben un artículo que podría firmar cualquiera y al final pone que son filósofos” (Febrero, 2005). 32 “Benedicto XVI no está en Babia, no habla de la alianza de civilizaciones” (Abril, 2005). 33 “El Papa no es demócrata, pero los jefes de Estado, que hablan en nombre de la democracia, se arrodillan ante él: eso es lo más importante de lo que está ocurriendo” (Abril, 2005). 34 “Al caer la Unión Soviética la democracia es la referencia universal” (Abril, 2005). 35 “Soy ateo católico, que no es lo mismo que ser ateo musulmán” (Abril, 2005). 36 “El catolicismo es derecho romano más filosofía griega. Es nuestra tradición” (Abril, 2005). 37 “Una Constitución que ha abolido la pena de muerte y que no tiene posibilidad de fusilar a Ibarretxe es muy difícil que se mantenga” (Mayo, 2005). 38 “La Monarquía de Juan Carlos I tiene el papel de servir como último hilo de unión de las autonomías, porque prácticamente el Estado ya no existe; España está rota y tan adelgazada por las transferencias que lo definitivo va a ser la recaudación de impuestos” (Mayo, 2005). 39 “José Luis Rodríguez Zapatero es el responsable de muchas cosas que pueden pasar” (Mayo, 2005). 40 “Hay libertad de expresión, pero no de pensamiento político” (Mayo, 2005). 41 “Uno no manda solo, el hombre existe porque vive en grupo; en la democracia tampoco mandan todos” (Mayo, 2005). 42 “Con las listas cerradas y bloqueadas, las cúpulas mantienen el poder durante años” (Mayo, 2005). 43 “Hay una Monarquía dinástica que dejó Franco” (Mayo, 2005). 44 “Un Estado federal es como el círculo cuadrado: imposible” (Mayo, 2005). 45 “La felicidad es la ideología de nuestro tiempo. Todo el mundo quiere ser feliz y muchos llegan a pensar que lo son” (Mayo, 2005). 46 “La armonía de las culturas y la 'alianza de las civilizaciones' son un camelo. Pueden aliarse dos personas o dos países, ¿pero cómo se pueden aliar dos civilizaciones o dos culturas?” (Septiembre, 2005). 47 “Las lenguas vernáculas sirven para no entenderse; en español nos entendemos todos” (Septiembre, 2005). 48 “España está en una grave crisis por culpa de tanta ignorancia y pedantería” (Noviembre, 2005). 49 “El hombre está entre el mono y la persona” (Mayo, 2006). 50 “La Reconquista no fue una guerra civil o de conquista, sino una guerra de religiones” (Diciembre, 2006). 51 “Covadonga fue el primer foco de avance de una monarquía que se dio cuenta de que la única forma de resistir al Islam es responderle con la misma moneda, con un proyecto imperialista” (Diciembre, 2006). 52 “Ahora quieren hacernos creer que todos, cristianos y musulmanes, creemos en lo mismo, pero el dios musulmán es insoluble en agua bendita” (Diciembre, 2006). 53 “Todos los antropólogos del mundo no serían capaces de definir lo que es una mesa” (Noviembre, 2015). 54 “Hablar de algo que significa interdisciplinar significa nada” (Noviembre, 2015). 55 “La ideología siempre lo es frente a otras ideas” (Noviembre, 2015), 56 “Hasta el Papa dice que la religión no puede ser violenta; ¿en qué se basa?” (Noviembre, 2015). 57 “Platón creó el rigor con la dialéctica, que consiste en definir y clasificar la realidad, pero ha degenerado en diálogo” (Noviembre, 2015). 58 “Sin definir y clasificar no es posible vivir” (Noviembre, 2015). 59 “Para el no creyente la religión es cultura, pero para el creyente no es cultura, sino un acto sobrenatural” (Noviembre, 2015). 60 “Que puedan acceder al poder no significa que lo tengan” (Marzo, 2016).
un pensador irrepetible
José Carlos Fernández Rozas
El cierre categorial y los juristas
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 56
Gustavo Bueno estaba considerado como el más destacado pensador español actual y uno de los filósofos mundiales contemporáneos más originales y de mayor relieve. Razonaba que la filosofía está tan entretejida en nuestra cultura que no puede prescindirse de ella, aunque a partir de dos acepciones de con-tenido diverso si bien fuertemente entrelazados: el académico y el mundano. Fue un original teorizador de la función de la ciencia, cultivando prácticamente todas las ramas de la Filosofía: ontología, gnoseología y teoría de la ciencia y el conocimiento, antropología filosófica y filosofía de la Historia, ética y moral, filosofía política, arte y estética, manteniendo hasta el final que el materialismo histórico constituye “el último baluarte de la racionalidad en nuestra época”, negando que estemos ante el final de la historia.
Pero también fue un activo filósofo mundano con furibundas críticas a los riesgos de los nacionalismos y sus falacias, la gradual degradación de la enseñanza a todos sus niveles, la burocratización e ineficiencia de la Universidad, el origen animal de las religiones, el candoroso europeísmo de muchos ingenuos (España frente a Europa), la inconsistencia de iniciativas como las leyes de memoria histórica, o la falsedad del pensamiento único. Más recientemente mostraría su sutileza conceptual y mordacidad polémica analizando, desde una perspectiva dialéctica, las ideas de corrupción y de democracia y su conexión interna.
Para la Universidad de Oviedo la incorporación de Gustavo Bueno en 1960 constituyó uno de los hitos más importantes en la Asturias del pasado siglo. En ella desarrolló la mayor parte de su pensamiento y de su extensa y profunda producción intelectual. Dentro de su filosofía, sustentada en la teoría del cierre categorial y de la idea de interdisciplinariedad (papel de la Filosofía en el conjunto del saber), encontró en las ciencias efectivamente desarrolladas el argumento principal para alimentar la confianza en la capacidad racional del hombre. Durante los años que coincidieron con la transición democrática, sus seminarios determinaron una considerable ampliación y consolidación de estos postulados por medio del análisis gnoseológico de múltiples disciplinas particulares, entre ellas la ciencia jurídica y, en particular, la jurisprudencia, por su estudio de las leyes y la virtualidad de extraer de ellas enunciados de forma deductiva.
El cierre categorial se configuró como el más importante de sus presupuestos críticos. A partir del mismo, no es factible una estrategia de investigación científica de las realidades culturales para el estudio del Derecho al margen de una fundamentación gnoseológica sistemática. A propósito del debate que suscitó la Constitución española de 1978 Bueno desplegó, en escenarios como el Club Cultural de Oviedo o el Club de Amigos del Nalón, su vigor metódico y su valentía expositiva para denostar la supuesta vinculación entre democracia y Estado de derecho, contrastando este planteamiento crítico con las posiciones neokantianas de Hans Kelsen, lo que causó una agitación intelectual sin precedentes entre los raros profesionales del Derecho que durante aquellos años estaban atentos a la evolución del pensamiento.
Muy crítico con la metodología de las enseñanzas jurídicas de la época, consideraba que conceptos como el de “democracia” no podían estudiarse como si fueran una definición del potasio, de ahí que fuese menester barrenar desde fuera, a partir de una posición filosófica políticamente implantada. Únicamente a partir de aquí pueden valorarse sus consideraciones en torno a determinada concepción de los derechos humanos presente en las sociedades burguesas y a su falta de efectividad por faltar las condiciones materiales para su realización. En el seno de sus seminarios cobró forma, a partir de la aportación de José María Laso, una nueva dimensión del “uso alternativo del Derecho”, que vino a llenar en su momento el enorme vacío cultural existente entre los juristas de la época.
Desgraciadamente muchas de las diatribas del Catedrático de Oviedo siguen manteniendo su vigencia, pues desde el poder público se siguen despreciando, ignorando u ocultando argumentos fundamentales, lo que da lugar a un blindaje de la democracia como si fuera un régimen perfecto sin necesidad de reformas más que de matiz, lo que no es otra cosa que una evidente “corrupción ideológica”.
José Carlos Fernández Rozas, Catedrático de la Universidad Complutense.
un pensador irrepetible
Marino Pérez Álvarez
Murió como Don Quijote
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pag. 57
Asistimos estos días a un reconocimiento público generalizado de la importancia de la obra de Gustavo Bueno. El filósofo español contemporáneo más importante, el autor de todo un gran sistema filosófico, genial filósofo, son cosas que se oyen y leen de continuo, pero su obra lleva ahí años. Por qué no es entonces el filósofo de referencia en las universidades, en los institutos y en las aplicaciones de la filosofía a esto y lo otro. No hay duda de que andamos menesterosos de pensamiento a juzgar por su importación de otros sitios sin que sea superior, teniendo aquí al mayor filósofo de nuestro tiempo. Dejando aparte la ocasión de la muerte que pareciera por sí misma otorgar excelencia, cabe preguntar no retóricamente, sino para responder por qué no fue el filósofo de referencia más que para un grupo creciente, todo hay que decirlo, de “seguidores” por libre, como si dijéramos al margen de la filosofía al uso.
Para la respuesta, quizás habría que reparar en ciertas características de su obra y personalidad. El “problema” de su obra para ser de referencia y servir de cantera filosófica es que tiene incluida toda la filosofía (ontología, gnoseología, filosofía de la ciencia, teoría antropológica, etcétera.). La mayoría de los filósofos, aunque mejor se diría profesores de filosofía de acuerdo con la distinción de Schopenhauer, quedarían “situados” en su sistema, poco menos que “fijados” como una mariposa en el examen de un entomólogo. Así, por ejemplo, el materialismo filosófico de Bueno se confronta con el idealismo de Kant, por citar otro grande, y se ofrece como alternativa. La ontología de tres géneros de materialidad de Bueno supera sin duda la ontología de los tres mundos de Popper. La propia ontología trigenérica es la mayor alternativa al dualismo y monismo que siguen imperando en las ciencias humanas a cargo del fundamentalismo neurocientífico (cerebro-centrismo). Su análisis filosófico de la felicidad demuestra la imposibilidad de una ciencia de la felicidad como se vende hoy. Y, sin embargo, la filosofía al uso está plagada de kantianos, popperianos, abducidos por la neurociencia y felicianos, por citar algunas figuras y temas en los que se mueve Bueno.
Por su parte, la personalidad de Bueno se podría comparar con la de Unamuno por su temperamento y coraje, no tanto para hacer amigos en las tertulias como para ser fiel a la verdad. El malhumor a veces de Bueno no tiene más causa que la estupidez de los interlocutores, no la ignorancia, sino la imposición de la ignorancia según el opinar sin más se ha impuesto como un derecho. Se han confirmado lo peores presagios de Ortega de 1929 en La rebelión de las masas: la vulgaridad como un derecho. Una instigación infalible de la ira de Bueno es alguien que empieza diciendo algo así como “yo pienso” y el hecho de que lo piense o lo sienta sea todo su argumento. Por más que Bueno saliera de casa con la promesa de no enfadarse, escuchar a su interlocutor diciendo lo que piensa en vez de pensar lo que dice le superaba. Para pensar hay que estar preparado y cuando menos leído.
Recuerdo la lista de libros del primer día de clase con Bueno como si dijéramos para empezar a hablar: La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, El cerebro viviente de Grey Walter, Introducción a la semiótica de Mounin, Los filósofos de la vida material de Heilbronner, El estudio del hombre de Linton y Psicoanálisis de la sociedad contemporánea de Fromm. Rápidamente íbamos a comprarlos a Ojanguren o a Cervantes. Los estudiantes de hoy quizá fueran al defensor del estudiante. Por más que Bueno siempre trataba de usted, su trato no podía ser más afable y cercano. De entrada ya te concedía inteligencia. Alguien que le refirió que solía ir de montaña le dijo algo así como que le pasará a usted como a Nietzsche, que estaba a 6.000 pies sobre el nivel del mar y más alto sobre todas las cosas humanas. Al presentarle a alguien dijo aquello de Platón de que lo semejante conoce lo semejante otorgando al recién presentado la consideración en la que te tenía a ti. Podría invertir cuando fuera necesario la frase de Aristóteles según la cual decía Aristóteles que amaba a Platón pero más amaba la verdad, para remarcar una amistad por encima de todo.
Se ha dicho muchas veces estos días que Bueno no era nada sin su mujer. Prueba de ello es esta anécdota. En un restaurante Bueno seguía hablando sin mirar la carta. Ante la insistencia del camarero, le dijo pues traiga esto sin reparar en donde señalaba. Entonces Carmen dijo, pero Gustavo eso no te gusta; tráigale tal. Bueno murió como Don Quijote, en manos de la melancolía, vencedor de sí mismo, ya sin Carmen ni poder seguir escribiendo. Lo que de psicológico pudiera tener este final, acaso fuera una justicia poética frente a la escasa cabida que la psicología tiene en su sistema filosófico. O acaso la psicología, podría decir Bueno, estaría in medias res de objetividades biográficas e institucionales. Vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño.
Así como proponía Unamuno rescatar el sepulcro de Don Quijote, el materialismo filosófico de Bueno bien podría rescatar la filosofía del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que la tienen ocupada.
Marino Pérez Álvarez, Catedrático de Psicología
un pensador irrepetible
Eduardo Méndez Riestra
Un batallador superlativo
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 58
El tiempo, ya lejano, que pasé al lado de Gustavo Bueno me cambió la vida, aunque no sé si para bien o para mal. Pese a la duda, nunca le estaré lo bastante agradecido, porque me inculcó por encima de todo rigor, voluntad analítica y vocación de sistema para afrontar cualquier cosa. Y sobremanera una inmensa curiosidad hacia todo lo humano y lo divino, porque nada queda fuera de la filosofía, ni siquiera el jamón del hostelero que lo convierte en lema (“Jamón, jamón, jamón, ésa es la filosofía del establecimiento”), según un divertido ejemplo.
Gustavo Bueno, el maestro del materialismo filosófico, acaba de dejar de latir, clínicamente hablando, pero eso no deja de ser más que una anécdota, porque habló por su boca y su pluma como pocos, y lo mucho que habló va a seguir hablando por los siglos de los siglos. Él fue el primero que me hizo una revelación sobre la muerte –que no era suya sino del clásico–, un tema que siempre me inquietó: a qué preocuparse, cuando hay vida no hay muerte y cuando hay muerte no hay vida, con uno de esos quiasmos que tanto le gustaban, lo que supone que de nuestra muerte sólo pueden ser testigos los demás pero nunca uno mismo, un cierto consuelo para el que muere y una faena para los que quedan de su entorno. Así que Bueno ha muerto pero seguirá vivo, otra obviedad. Esa continuidad la expresó muchas veces hegelianamente: el espíritu subjetivo cuenta poco; sólo en la medida en que se sabe fundir con el espíritu objetivo que nos trasciende a todos, como un legado que nos sobrevuela y que perdura en el tiempo. Don Gustavo no precisará de acólitos ni de apologetas, porque va a seguir filosofando solo y con la misma fuerza por los siglos de los siglos.
Sabedora de mi respeto hacia la persona y obra de Gustavo Bueno, decliné inicialmente la posibilidad que La Nueva España me brindaba de escribir unas líneas para la ocasión por no parecer un inelegante miembro de un coro de Magdalenas, pero pensé más tarde que la generosidad con que don Gustavo trató siempre al firmante merecía obviar el remilgo y dedicarle el humilde homenaje que éstas suponen. Le dije a su hijo mayor que estaba desolado con la noticia y desolado sigo al saber que no volveré a verle cara a cara y a sentir la radiación de su presencia física. La última vez hará cosa de un año, frente a su Fundación y su vivienda, en compañía de otra fiel discípula. Fue un reencuentro impactante –después de largo tiempo– para mi historia personal, porque seguía siendo el mismo personaje que conocí intensamente medio siglo atrás. Tenía 91 años pero estaba exactamente igual que en sus mejores sesenta. La misma agudeza, la misma energía, el mismo humor. “Mis hijos me obligan a cruzar por el semáforo, que está más arriba, así que he de hacer un rodeo, porque mi tendencia es la línea recta, aunque he de esquivar coches”. Esas cosas, ciertamente, no podrá repetirlas; para el resto, pese a que él creyera que aún necesitaría unas cuantas décadas de añadidura para acabar su magna empresa intelectual, no resulta un gran drama: ha escrito tanto y tan denso, ha dejado tantas imágenes y entrevistas (gracias, Internet, Youtube, Turing, Bill Gates...) que resulta más que suficiente para valorar el enorme peso de su obra, para que ésta ocupe el papel que se merece en el conjunto del saber, como él diría. Con la mayor modestia, el que firma podría seguir escribiendo y escribiendo, mal que bien, al respecto durante muchas horas, pero no le consta que a nadie le interese.
No siempre coincidí con el maestro en sus conclusiones ni en sus posturas, en especial en los últimos tiempos. Pero siempre le respeté porque entendía que tenía detrás razonamientos poderosos, un método y un sistema de una solidez apabullante. Sabía que, en todo caso, nunca serían posiciones tomadas alegremente a la ligera, sino conclusiones resultantes de planteamientos sin fisura, al menos dentro de su propia symploké, lo que ha de merecer el mayor de los respetos desde quienes no la compartan. A modo de decálogo para quienes no lo conocieran en exceso, me atrevo a enmarcar su trayectoria en diez constantes:
- Saber enciclopédico permanente.
- Pasión desapasionada en sus exposiciones.
- Capacidad dialéctica inagotable.
- Agudeza de espíritu constante.
- Impiedad con cuanto y cuantos la merecieran.
- Intransigencia intelectual ante todo pensamiento blando.
- Energía pedagógica ejemplar.
- Ironía y humor mayéutico.
- Solidez insuperable en todos sus constructos.
- Generosidad incluso ingenua con cuantos se le acercaban con o sin pedigrí.
No le deseo que descanse en paz porque nunca ambicionó descanso alguno y menos aún paz: fue un batallador superlativo que debe seguir sirviendo de modelo. Como dicen del Campeador, don Gustavo seguro que seguirá ganando batallas tras su desaparición física. Y lo hará, insisto, por los siglos de los siglos, como su admirado Platón o como los mejores escolásticos. Que así sea.
un pensador irrepetible
Agustín Iglesias Caunedo
Una asignatura pendiente
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 58
Para Oviedo, como su “ciudad imperial” y como agradecida casa adoptiva, la muerte de Gustavo Bueno deja un vacío imposible de llenar y nos sitúa ante esas preguntas que siempre terminan por asaltarnos cuando se trata de decir adiós a una persona querida y admirada: ¿Le habremos tratado como se merecía? ¿Hemos reconocido justamente sus méritos? ¿Hemos disfrutado lo suficiente de sus lecciones y de su compañía?
La política es poco propicia para el reconocimiento y menos aún para el vivir sosegado que requiere disfrutar de una mente tan prolífica y amplia como la de don Gustavo. Sin embargo, en su momento, en el Ayuntamiento fuimos capaces de ponernos de acuerdo, al menos PP y PSOE, para rendirle un homenaje con la concesión de un título que no sólo merecía sino que, por aceptarlo, ennobleció aún más, el de hijo adoptivo de Oviedo. Fue una ceremonia entrañable en la que quedó claro, como dijo el alcalde de la ciudad, que “fe con las personas que se quiere es creerlas aunque no las entendamos”.
Y también fuimos capaces en 1998 de apoyar a la Fundación Gustavo Bueno con la cesión de un edificio como el antiguo Sanatorio Miñor, que se ha mostrado como una excelente sede para este escenario de conocimiento del materialismo filosófico y, también, o por ello, de reconocimiento permanente a la creación continua que siempre protagonizó don Gustavo.
Pero estos reconocimientos ¿fueron o son suficientes hacia un hombre que siempre estuvo ahí, dispuesto a ejercer de ovetense de corazón, y que ha convertido Oviedo en una referencia internacional del conocimiento y de la filosofía? Estoy convencido de que pudimos, o debimos, haber hecho más y que quizá nunca supimos estar a la verdadera altura de una persona tan grande.
Lo bueno es que todavía estamos a tiempo de enmendar esos posibles errores de reconocimiento, apoyando a su Fundación para que continúe su labor y proyecte su legado, y tratando de afianzar aún más su figura y su obra como un referente cultural e intelectual de Oviedo y de Asturias. No me cabe duda alguna de que se le negó inmerecidamente algún gran galardón que premió a filósofos de menor relevancia y que su propia personalidad, tan dispuesta siempre a hablar claro, sin tapujos ni servidumbres, hace difícil que algunos entiendan que por encima de su resentimiento ante una mente tan libre y clara está el interés de una ciudad que con Gustavo Bueno, que reconociendo y valorando el legado de Gustavo Bueno, es aún más imperial.
En cualquier otro lugar del mundo, un filósofo de la categoría y con la monumental obra de Gustavo Bueno tendría un museo, una ruta de conocimiento que permitiera vincular su experiencia vital e intelectual con la ciudad y sus rincones, una calle o una plaza abierta al mundo, como lo fue él...
Tengo la sensación de que todos los ovetenses y los asturianos tenemos aún una asignatura pendiente con Bueno y con su obra, y creo que el mejor reconocimiento que podemos hacerle al despedirle es conjurarnos todos para aprobarla, con amplitud de miras, sin trasnochados rencores ideológicos y pensando que este gran pensador es uno de los mejores patrimonios de los que puede disponer esta región.
Creo que sus hijos, que su familia, deben ayudarnos a aprobar esta asignatura pendiente para que podamos plantear un proyecto que permita a Oviedo continuar siendo la sede de una obra tan inmensa como la que construyó Gustavo Bueno.
Y el Ayuntamiento tiene que comprometerse con ese proyecto para que nuestro hijo adoptivo, a través de su legado, pueda seguir proyectando al mundo su pensamiento desde Oviedo.
un pensador irrepetible
Luis Ángel Vega
Una Academia muy democrática
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 59
Los miembros de la “Escuela de Oviedo”, el intento de Bueno de llevar su teoría a todos los campos, resaltan el ambiente colaborativo de sus seminarios, aunque “siempre fue el líder”
El núcleo “duro” de la llamada “Escuela de Oviedo”: de izquierda a derecha, Vidal Peña, Gustavo Bueno, Arturo Martín y Juan Cueto, en una fotografía de 1970, tomada en la biblioteca del departamento de Filosofía. Vélez.
Oviedo, L. Á. Vega. Aristóteles enseñaba caminando, de ahí que a sus discípulos se les llamase los “peripatéticos” (del griego “peripatêín”); los seminarios de Gustavo Bueno en torno a los que se construyó el llamado “Grupo”, “Escuela” o “Círculo de Oviedo”, tenían una dinámica mucho más igualitaria –acorde a los tiempos de apertura que vivía España–, alrededor de una mesa, en la que se discutía en torno a diferentes materiales planteados por el maestro y se llevaba a cabo “un trabajo democrático y colaborativo”, según profesor Alberto Hidalgo. Eso sí, “Bueno siempre fue el líder, el que señalaba la senda, establecía tareas y llegado el caso zanjaba las discusiones”.
Hidalgo llegó en 1972 al círculo de Bueno, junto a Julián Velarde o Amelia Valcárcel, entre otros. El “Grupo de Oviedo” ya venía rodando desde los años sesenta. Entre los primeros discípulos se contaban el estudiante de Derecho Juan Cueto (que aportó el enfoque del estructuralismo, el postestructuralismo o la semiótica), Vidal Peña –que profundizó en la ontología e historia de la filosofía–, Arturo Martín o Ramón Chao [NO: Gonzalo Corral Chao]. Más tarde llegarían Pilar Palop, Ricardo Sánchez o Ramón Valdés del Toro, volcado hacia la antropología, que se iría a Barcelona.
Un momento culminante fue la polémica entre Bueno y Manuel Sacristán sobre el papel de la filosofía. Éste publicó en 1968 Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, donde proponía suprimir la licenciatura en filosofía y eliminar la asignatura de la enseñanza media. Bueno reaccionó con el libro El papel de la filosofía en el conjunto del saber, donde planteaba la necesidad de hacer confluir ciencias y filosofía, y resaltaba “la función socrática de la disciplina, su importancia para la formación de la ciudadanía, dice Hidalgo. Luego seguirían sus Ensayos materialistas y su Ensayo sobre las categorías de la economía política".
La “Escuela de Oviedo” fue el intento de trasladar a todos los campos del saber las teorías del maestro del “cierre categorial”, para lo que quiso atraerse a figuras de las más variadas disciplinas.
A partir de 1972, los integrantes del círculo estaban becados por la Fundación March. Conseguir una beca de ese tipo no era fácil, y el proceso para admitir a un nuevo miembro estaba marcado por la discusión. “Siempre fue exigente, aunque no intimidaba. Las tesis se hacían eternas. Te decía: 'Siga usted, profundice más'. Siempre buscaba más”, señala Hidalgo.
El gran empeño de Bueno fue hacer regresar los estudios de Filosofía, Psicología y Ciencias de la Educación a Oviedo, en 1976, al antiguo colegio mayor Valdés Salas, una decisión que causó una gran polémica.
un pensador irrepetible
Paulino Tuñón Blanco
Fin de una etapa histórica en la Universidad de Oviedo
La Nueva España · Oviedo, martes 9 de agosto de 2016, pág. 59
Un pensador que no dejaba a nadie indiferente
Lleno de profundo dolor y tristeza me encuentro después de enterarme de la muerte, que no desaparición, del profesor Bueno. Procedente de una generación brillante de nuestra Universidad, con su desaparición del claustro se pone fin a una etapa de catedráticos eminentes, entre los que deberían incluirse nombres tan ilustres como los del profesor Siro Arribas, mi profesor y maestro, y Emilio Alarcos, coetáneos desde el principio. Junto a ellos hay que citar nombres como el de José Miguel Caso González, que fuera rector de la Universidad y del que fui alumno en el Instituto Jovellanos; José Benito Álvarez Buylla, vicerrector y también mi profesor en el Jovellanos, y, más recientemente, José María Martínez Cachero, igualmente profesor mío.
Por una u otra razón, el destino nos ha unido y hemos vivido etapas apasionantes en nuestra Universidad. Una Universidad a la que contribuyeron en buena medida a hacer bueno el nombre de Universidad Literaria, ya que en su mayoría eran pertenecientes al campo de las Humanidades.
En el caso concreto del filósofo Bueno no seré yo capaz de enjuiciar su calidad y sus valores, reconocidos internacionalmente, otros lo han hecho y además de forma magistral a través de estas mismas páginas. Tan sólo unas pequeñas pinceladas que tienen que ver con un encuentro casual e inesperado que nos hizo coincidir en un programa televisivo en el que, bajo el título genérico de Ésta es mi Historia, se debatía sobre el tópico. ¿Debe ser la asignatura de Religión obligatoria? Tan casual fue que incluso pudimos volar juntos en el mismo avión a los estudios de TVE 1 en Barcelona y tuve la oportunidad de conocer en persona a su mujer, Carmen Sánchez. Luego todo lo que pude saber de ellos fue a través del contacto con su hijo Gustavo, estando yo todavía en activo.
De esta forma, sabía de la enfermedad de Carmen y un poco del deterioro sufrido últimamente por el profesor Bueno. Pero lo que no me podía imaginar era el triste final acaecido en tan corto espacio de tiempo en su casa de Niembro. Tal es así que tan sólo las nuevas tecnologías me permitieron contactar con su familia para trasladarles mi pesar.
Si algo tuviera que destacar del matrimonio es su afabilidad, puesta de manifiesto en cada conversación que pudimos sostener en las ocasiones que nos brindó el corto e intenso viaje. Eso sí, por encima de todo, además de la indudable sapiencia de Gustavo y su habilidad dialéctica, que ponía al alcance de todos los que tuvimos oportunidad de disfrutar de su presencia a lo largo de todo el debate, de más de dos horas de duración, me dejó impresionado su propia presentación al inicio del programa: “Yo me declaro católico ateo”. Y también su aseveración “la religión no es cultura”, con la que estoy plenamente de acuerdo, vertida con motivo de un pequeño debate sostenido con él, pese al escaso eco que tuvo en los contertulios.
Gustavo Bueno, como alguien aseguró en este mismo periódico, era “un pensador que no dejaba a nadie indiferente”. Y lo ratifico porque así ha sido siempre, porque por encima de todo utilizaba la lógica del pensamiento, era capaz de plantearse las dudas o interrogantes buscando lo que la ciencia de la filosofía busca por encima de todo, y que no es otra cosa que la búsqueda de la verdad.
Y la verdad es que la Universidad y la filosofía se han quedado huérfanas de uno de sus más ilustres profesores, a quien tuve el gusto de tratar. Riojano de nacimiento, pero vetusto en su saber, contribuyó en buena medida al engrandecimiento de la Universidad Literaria de Oviedo.
Descanse en paz, y que su escuela, que permanece en el Milán, siga creciendo.
Paulino Tuñón Blanco, Catedrático jubilado de la Universidad de Oviedo
Hermann Tertsch
Bueno en Santo Domingo
ABC · Madrid, martes 9 de agosto de 2016
En Santo Domingo se vio una auténtica clase de las mejores formas de la España buena
Hay veces en que también en España hay cosas que pasan de la mejor manera posible. Así, hace unos días, Gustavo Bueno, a poco de cumplir los 92 años, con una larga y plena vida llena de pasión, amor, emoción y entusiasmo, decenas de libros de real importancia en la filosofía mundial, reconocimiento académico mucho más allá de nuestras fronteras, perdió el conocimiento el día en que se moría su mujer Carmen. La siguió a la muerte dos días después. Las cosas bien hechas, ella justo antes y ambos sin sufrir. Como queriendo quitarles a los cinco hijos y a los adorados cinco nietos hasta esa última pena inevitable ante la partida. Una muerte tan normal, asumible y lógica que apenas hay motivos para la tristeza, como decía ayer su hijo Gustavo en la ceremonia en el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada. Allí había nacido el filósofo cuando la dictadura de Primo de Rivera cumplía su primer año. Su familia y sus amigos y unos cientos de vecinos de la localidad riojana lograron hacer ayer una despedida como sin duda la habría deseado el individuo Gustavo Bueno, allí presente en su ataúd pequeño. Fue una celebración bonita, seria y muy digna de la trascendencia de la persona Gustavo Bueno que, como él ya explicó, seguirá aquí presente con su influencia sobre los vivos. Muchas coronas de flores, algunas habría de compromiso, pero no la mayoría como suele ser habitual. Y representantes políticos, dos, el presidente de La Rioja, José Ignacio Ceniceros, en un muy digno y discreto segundo plano y el alcalde socialista Agustín García Metola, cuya ayuda a los Cursos de Verano de filosofía agradece tanto la Fundación Gustavo Bueno como la familia. Gratitud que se hace extensiva al alcalde del PP que gobernó entre un mandato y otro del socialista. En Santo Domingo enterraron ayer al filósofo español más relevante del último medio siglo, pero además se vio una auténtica clase de las mejores formas de la España buena. Allí han colaborado los partidos socialista y popular en un proyecto que se materializó y mantuvo para el estudio de la filosofía de una personalidad muy libre, muy ruidosa, muy radical y polémica por combativa. Lo que más teme la España mediocre, envidiosa y lanar. La que no perdonó a Bueno que no se convirtiera en un académico marxista al uso. Uno más, intercambiable. Como fue todo lo contrario había que desacreditarle. Por parte de todos los enemigos del pensamiento libre en España que están en todas partes. Por eso es tan digno y destacable el papel de Santo Domingo de la Calzada y tan lamentable el del Ayuntamiento de Oviedo, que apenas ha hecho ademán ante la muerte del que, sin duda, era su paisano más ilustre, más internacional y relevante. Igual que ayer en aquel ayuntamiento en el corazón de La Rioja, la ceremonia sobria, seria, profunda y culta ofreció la mejor cara de España; la peor, que es mucho más común, es la de este miserable cuatripartito ovetense que reúne todo lo peor de envidias, consignas y bajezas de nuestra triste vida pública. El director de la Fundación Gustavo Bueno, Tomás García López, dio la clave al recordar cómo el filósofo Bueno cultivó la reina de las virtudes que es la fortaleza, con sus dos vertientes de firmeza y generosidad. Todos los hundimientos de los mejores logros de la humanidad, en realidad todas las formas del mal, surgen de la debilidad. De la falta de disciplina, del desorden, del pensamiento débil. Solo hay que vernos. En España, en Europa, en el mundo. Ayer, Santo Domingo fue una isla peculiar española donde las cosas fueron como deberían ser.
Ignacio Ruiz-Quintano
GB
ABC · Madrid, martes 9 de agosto de 2016
Y en este mundo posmoderno de monos mudos, sordos y ciegos, se nos ha muerto, como una vela, Gustavo Bueno: esperó a ser el último, y apagó la luz
Todos los fines parecen como recortados con tijeras, dice un personaje de Dostoyevski.
–Una vida termina, empieza otra y esta otra termina: empieza una tercera, y así indefinidamente.
Hemos llegado a un mundo en que sólo si eres octogenario y tienes el talento artístico y la independencia económica de un Clint Eastwood (¡el “Bueno” de Leone cumple 50 años!) puedes decir lo que piensas (en el caso de Eastwood, que Trump es éticamente superior a Obama).
Y en este mundo posmoderno de monos mudos, sordos y ciegos, se nos ha muerto, como una vela, Gustavo Bueno, dos días después de que muriera su esposa, Carmen, postrada durante años. Esperó a ser el último, y apagó la luz.
GB, el profesor que suspendió a un curso entero por no saber escribir en español, dijo siempre lo que pensaba. (Como Pepín Bello, que con 101 años se ponía los zapatos de los domingos para recibir visitas y aún se las tenía tiesas con un ministro sacamuelas, López Aguilar, que le afeaba que fuera por ahí diciendo que Lorca no era de izquierdas).
España, que nunca transigió con el talento y la independencia en la misma persona, ha extendido al mundo entero su Trento (¡esta socialdemocracia tridentina!), y hoy, el que se mueve, da igual el lugar, no sale en la foto.
–Lo peor es el sentimiento servil que hace obedecer.
En una mañana de agosto como ésta, hace un año, tuve la fortuna de acompañar a Hughes, para una entrevista, a la casa asturiana de GB, que nos hizo el regalo de devanar la “symploqué” (hablaba como si portara en las muñecas una madeja de cuyo hilo uno tirara), apuntalando cuanto pudiera bambolearse en nuestra admiración por un sabio que escandalizaba (en España el sabio pasa por gamberro, y el gamberro, por sabio) sólo con decir lo que pensaba. Ahora que él se ha ido me sonríe aquel capitán suyo de la mili (“que era de Burgos”) que reclamaba la razón en las discusiones que se le torcían con una declaración como de Dostoyevski:
–¡Yo tengo la fe de Abraham!
Miguel Ángel Quintana Paz
Se ha ido el mejor
theobjective.com/elsubjetivo/ · Madrid, martes 9 de agosto de 2016
¿Es correcto empezar la necrológica de un filósofo recordando otra necrológica escrita tras la muerte de otro filósofo? No lo sabes, pero vas a hacerlo igual. Porque para ti Gustavo Bueno siempre estará unido a aquella revoltosa necrológica que le dedicó a José Luis López Aranguren hace veinte años (apenas empezabas tú entonces con esto de la filosofía) y que tanto te sorprendiera. Leías el periódico del domingo, cuando los periódicos eran en papel y se leían enteros y había domingos para ello, y te la topaste. Llevabas días escuchando las loas que recibía el fallecido Aranguren (porque a los filósofos fallecidos se les loa igual que a los vivos se les desdeña) y de repente ahí estaba, una necrológica sobre un pensador en que se sopesaban sin miramientos cuáles eran las aportaciones reales de ese pensador. Y tú, que estabas ya cansado de cinco años en las aulas de la licenciatura en filosofía sin que nunca nadie debatiera nada de filosofía, que ibas ya a congresos de tu disciplina en que cada pope de la misma evitaba cuidadosamente cualquier polémica seria con cualquier otro pope (o popisa), recordaste el dicho de Wittgenstein (“un filósofo que nunca discute es como un boxeador que nunca saltara al _ring_”) y le echaste el ojo a ese hábil púgil. A Gustavo Bueno.
Te pusiste entonces a estudiar un libro suyo que precisamente surgió de cierto debate famoso (famoso quizá por lo ya dicho, por lo inusitado que es esto de que dos filósofos españoles debatan). Se trataba de El papel de la filosofía en el conjunto del saber, escrito en 1970. Allí Bueno polemizaba contra las ideas que Manuel Sacristán había propuesto dos años antes. Debes aclarar someramente que mientras que Sacristán proponía dejar la filosofía como una mera especialización para algunos científicos interesados en profundizar en sus cosas, Bueno sin embargo defendía que la filosofía era un modo de saber propio, ligado sin duda a las ciencias naturales o humanas, pero que aportaba cosas diferentes a lo que hacían estas. Debes aclarar también que mientras Sacristán ventilaba el asunto en unas pocas hojas, Bueno necesitaba desplegar para ello toda una panoplia teórica de más de 300 páginas. No necesitarás aclarar, sin embargo, que fue la manera de pensar de Bueno, ardua de leer pero brillante en el comprender, la que te cautivó.
Pero sabes que de ese modo Bueno se enfrentaba tanto a los cientificistas que creen que solo importa la ciencia, como a los posmodernos que creen que la ciencia no importa. Y usarías el tópico de que se ubicó así en una tierra de nadie, si no fuese porque la tierra de Gustavo Bueno sería la más fecunda de la filosofía española contemporánea: ningún otro filósofo actual puede ni de lejos presentar una escuela de discípulos más amplia, productiva ni multiforme que la suya. Algo que, naturalmente, casi nadie le ha perdonado. De ahí que no sea infrecuente que en los recónditos departamentos de filosofía celtíberos se trate de ejercer hacia él una especie de ostracismo beato, que recuerdas que a él tanto le divertía. Se le puede perdonar a un filósofo que sea irritantemente profundo o que resulte de lo más televisivo en programas, como Gran Hermano, a los que tantas veces se le invitó; pero las dos cosas a la vez es mucho más de lo que están dispuestos a tolerar la mayor parte de nuestros profesores de filosofía.
Gustavo Bueno escribió filosofía seria sobre España, sobre la izquierda, sobre las obsesiones contemporáneas con la “cultura” o con “ser feliz”, sobre el animalismo, sobre el buenismo (que, alejándolo así de su apellido, él propuso denominar “pensamiento Alicia”). Propuso una teoría acerca del origen de la religión; una filosofía de la ciencia; una filosofía de la televisión y la telebasura. Manejaba con soltura lenguajes filosóficos tan diferentes como el del marxismo y el escolástico. Le gustaba recordar, como Parménides le recuerda a Sócrates en su diálogo platónico, que la filosofía no se debe dedicar solo a estudiar cosas presuntamente excelsas como la belleza, la verdad o la justicia, sino que el verdadero pensador sabe que también cabe filosofar sobre el pelo o la basura (o la telebasura). Porque el verdadero filósofo es voraz como Gustavo Bueno fue voraz.
Su muerte deja el panorama filosófico español más tranquilito y más aburrido. Donde él ponía argumentaciones chispeantes, sabes que proliferarán ahora los pellizcos de monja. Pellizcos que, por cierto, ya le ha prodigado algún monje al escribirle la necrológica. Suerte que sobre esos pellizcos, como sobre el pelo y la basura, siempre podremos filosofar los demás.
fallecimiento de gustavo bueno
Santos Campos Leza
Dos tardes en casa del filósofo
La Rioja · Logroño, martes 9 de agosto de 2016, pág. 27
A lo largo de dos tardes bien completas en el agosto del 2006 tuve el honor de conversar con Gustavo Bueno en su casa de Niembro (Asturias). No necesité más salvoconducto que mostrarle durante los cursos de filosofía de Santo Domingo, avanzado el mes de julio, el sendero de preguntas que tenía intención recorrer.
Hasta su casa llegué con la ayuda de su hijo Gustavo. Nos estrechamos las manos con efusión y lo primero que me sorprendió del filósofo fue su cordial cercanía, su hospitalaria generosidad. Una vez comenzada la conversación, ante preguntas que a cualquiera le llevaría varias jornadas acometerlas, me sorprendía ver cómo casi inmediatamente se ponía en camino para responder: emprendía con paso firme la marcha hacia el horizonte de la pregunta y a la vuelta de un tiempo en el que conectaba autores y razonamientos, acontecimientos históricos y anécdotas, volvía con un argumento resplandeciente de hondo calado filosófico.
Cada pregunta era una odisea y ante cada una desplegaba un viaje, una aventura, buscando en todo momento la tierra firme del sistema filosófico desde el que triturar mitos, calibrar a otros filósofos y posicionarse ante acontecimientos presentes. Su verbo rebosaba pasión, lucidez y vitalidad en todo momento, como un fuego que se alimenta permanentemente. Sin esta característica insólita no se podría explicar la obra extensa y profunda que nos ha legado.
Nos dimos cuenta de que no era posible concluir la entrevista en una tarde, pretensión inicial, y volvimos a encontrarnos a los dos días. Finalizando esta segunda velada, cuando el sol había empezado a caer, un familiar nos interrumpió para advertirnos de que iba a salir a pasear con Carmen, la mujer del filósofo.
Don Gustavo dijo que él también quería acompañar en el paseo: quedaba poco para terminar, así que pidió que fueran tirando, que enseguida les alcanzaba. Al poco, tras rematar el último argumento, le agradecí su tiempo y nos despedimos afectuosamente.
Enérgico se levantó del sillón para salir al alcance de su mujer.
Santos Campos Leza, Profesor de Filosofía del IES Valle del Oja de Santo Domingo.
fallecimiento de gustavo bueno
Pedro Santana Martínez
Ars Longa: en la muerte de Gustavo Bueno
La Rioja · Logroño, martes 9 de agosto de 2016, pág. 28
A la hora en que escribo este artículo, no ya la mera noticia, sino también las muestras de ese género que conocemos bajo la etiqueta de artículo de opinión, junto con los usuales textos más informativos de carácter biográfico o bibliográfico, se han multiplicado en los medios electrónicos e impresos. Escribo tras leer unos cuantos que quizá representen de manen cabal las posiciones posibles que se dan ante la figura de Bueno y que son también las que conforman el panorama político de fondo en España.
No creo exagerado ni extemporáneo esto último, y el lector sabrá excusarme de mayores precisiones. Un detalle que creo significativo es que a la ignorancia o al olvido de la figura de Gustavo Bueno, tan habitual durante años en algunos lugares, no le ha seguido el silencio que ahora parecería coherente. Al contrario, y como suele, la muerte dispara una retórica que al cabo viene a resolverse en la ocultación, en este caso, de la obra filosófica, al punto que parece que lo que importa de un filósofo son anécdotas probablemente apócrifas o la repetición subrayada de unas cuantas opiniones de mayor o menor contundencia.
Sin embargo, cabe preguntarse si un hombre es esa floresta, ese anecdotario, los fragmentos memorables o ingeniosos. O si es más bien, en el caso de un filósofo como el que nos ocupa, la obra sustantiva que requiere no poco esfuerzo por parte de quien se acerca a la misma. Y aquí nos encontramos con la aporía fundamental en que se mueve el discurso corto: una filosofía no cabe en un aforismo ni cabe en un cuarto de hora y, sin embargo, ese discurso corto y ese cuarto de hora son estupendos vehículos para la suplantación de la filosofía, para el contrabando de mercancía de mala calidad que nos hará creer que dominamos un sistema, que conocemos a fondo una teoría o que no se nos escapa ninguna de las claves de un problema.
En ese sentido, alguno pensará que las características genuinamente filosóficas de la obra de Gustavo Bueno han dificultado su fortuna literaria en un ambiente cultural y académico en que la filosofía se ha visto sustituida por una sucesión siempre empeorable de géneros literarios. Ahora bien, a una verdadera filosofía no le corresponde una fortuna literaria en el sentido habitual del término, sino una implantación que ha de ser una implantación política y crítica.
Así, la filosofía de Gustavo Bueno no pretende fundarse en verdades eternas ni en la sabiduría del pasado. Se erige desde el presente, que es un presente político. Su tarea es la de analizar críticamente los materiales que aparecen en los diversos campos de la actividad humana, la de examinar cómo las ideas surgen y también conforman las categorías con las que se organiza la realidad, para sobre ello construir con método una filosofía sistemática.
La aporía, la dificultad, de la que hablábamos no es desde luego una excusa. Buena parte de la obra de Gustavo Bueno es accesible de manera gratuita en Internet (el lector puede acudir, por ejemplo y en primer lugar, a www.fgbueno.es y a www.nodulo.org). También lo es una parte importantísima de la obra sobre Gustavo Bueno y, en particular, de las obras numerosas de los autores que se integran en su escuela filosófica, a veces llamada Escuela de Oviedo, y en ocasiones denominada con el nombre mismo de su filosofía, materialismo filosófico.
Por eso, el legado filosófico de Gustavo Bueno, ya en este momento, no es sólo su obra escrita o sus intervenciones, muchas de ellas grabadas en video o audio y también disponibles en Internet. A él pertenecen las obras –artículos, libros, tesis– de sus discípulos, o de las varias generaciones de ellos a que una larga vida ha dado lugar.
No es tarea pertinente, creo, intentar con estas líneas dar una idea de la filosofía de Bueno. Probablemente, la osadía de un sumario o un resumen niegue de algún modo el concepto mismo de filosofía o de filosofía sistemática, pero siempre es posible graduar los esfuerzos y las lecturas a la propia condición. Remito al lector a los sitios web antes citados y le remito a su propio interés para acercarse a aquellos escritos –o a aquellas lecciones en video– que le puedan servir mejor para un primer o un segundo acercamiento.
Pueden distinguirse distintos tipos de filosofía según criterios diferentes. Uno que puede ser útil y que Bueno desarrolló, a los efectos de lo que venimos discutiendo es el que diferencia filosofías centradas de filosofías no centradas: estas vendrían a corresponderse con las disciplinas filosóficas conocidas (lógica, ontología, estética…) y aquellas con las que se estructuran en torno a realidades dadas como la religión, el estado, la ciencia… y que conocemos bajo las tan analíticas etiquetas de filosofía de la religión, filosofía del estado, &c.
Es trabajo no excesivamente complicado, y el lector no tendrá dificultades especiales en hacerlo, recorrer la bibliografía de Gustavo Bueno y utilizar el criterio antes expuesto para organizar sus lecturas, aun sea a partir de sus muy subjetivos, y por otra parte legítimos, intereses. Si prosigue, verá cómo las páginas dedicadas bien a las regiones establecidas de la filosofía académica, bien a asuntos que nos parecerían propios de la caverna (la televisión, el deporte, el mercado, la guerra…) se asientan sobre una concepción sistemática de la filosofía que se pone a prueba y se desarrolla, a su vez, en las mismas, con tanto rigor, y con tanta intensidad en un caso como en el otro.
En La Rioja, en Santo Domingo de la Calzada, desde el año 2004 se ha celebrado ininterrumpidamente un curso de verano de filosofía materialista, resultado de la colaboración del Ayuntamiento de la ciudad, de la Fundación Gustavo Bueno y de la Universidad de La Rioja. Me correspondió desde su inicio, en mi condición de profesor de esta última, ejercer como director académico de dichos cursos. Durante una semana al año, pude ser no sólo lector de los escritos de Bueno, ni tampoco sólo espectador atento de sus lecciones –pues no faltó el maestro ningún año a las mismas hasta este julio de 2016. También pude conversar y aprender de él en las múltiples horas que el verano reserva para la discusión detenida o la explicación detallada de un punto difícil. Mi apreciación personal, que creo coincidente con la de muchos otros, es que la energía inmensa de Gustavo Bueno, inagotable, se empleaba al máximo en cada circunstancia, que la guardia filosófica de Don Gustavo estaba siempre alta, y que para cada cuestión, para cada problema, existía una perspectiva, la mejor, que era la que él formulaba cuando los demás parecíamos haber dejado el asunto tan exhausto como lo podíamos estar nosotros mismos.
Nos parece ahora que esa energía se ha agotado, que de la fuente no llega nada más, pero la virtud de lo escrito –qué te voy a decir, amigo lector– es la permanencia. Es ahora nuestra responsabilidad que esa energía que se plasmó en tantas lecciones y en tantos textos, siga siendo fructífera y renovada.
El lector habrá reconocido en el título de este escrito el comienzo del aforismo famoso de Hipócrates. Diré que medir el arte con la vida para desconsuelo de esta última no es una interpretación afortunada del mismo. Al contrario, la grandeza de la vida del hombre la señala su obra. Como el clásico, seguiremos escuchando con los ojos a Gustavo Bueno.
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Luis Martínez
Gustavo Bueno, por simple respeto
El Mundo · Madrid, martes 9 de agosto de 2016, pág. 4
Debo de ser yo, pero no escuché a ningún político, por ejemplo, ni prohombre de los que a la menor saltan con un tuit en pegajoso alejandrino, ni siquiera al ministro en funciones del ramo (sea éste el que sea), decir una sola palabra en la muerte de Gustavo Bueno. O, por lo menos, una palabra con sentido o, cuanto menos, creíble. No hablo sólo de la tradicional loa mohosa, que ni eso, que tan bien nos define delante del cadáver. No, me refiero a cualquier cosa, aunque fuera una meditada reflexión que refute al filósofo para siempre. Probablemente sea cosa mía, insisto. O del verano o, quién sabe, si no es todo un accidente producto del estado de los propios medios (los masa media, que diría Chus Lampreave) que ante la orgía olímpica que vivimos se quedaron sin recursos para recoger la avalancha de pésames. Eso o que, a estas alturas, y como se temía el propio Bueno, ya da todo igual. Hemos perdido. «Un libro de álgebra superior es tan subversivo como uno de filosofía ahora. Ya nadie entiende nada», afirmaba.
En una ocasión, como siempre entre la ironía y el fuego, le escuché decir que la única muestra de respeto que se puede tener hacia otra persona es hacerle ver que está equivocado. Si alguien se hace pasar por Napoleón, seguirle la corriente es tanto como llamarle loco y, por tanto, insultarle. Es preciso sacarle del error. Y, básicamente, a eso se dedicó una vida entera Gustavo Bueno: a honrar al contrario negándose al juego untuoso de los bandos, los reconocimientos cruzados o los abrazos pactados. Decía Spinoza que la función del filósofo no es regocijarse o entristecerse, emocionarse o expresar enojo, sino sencillamente entender. Pues bien, Bueno no sólo se esforzó en entender sino que además se empeñó en explicar lo entendido a todo aquél que se cruzó en su camino. Por simple respeto.
Y quizá por ello consiguió ser demonizado por absolutamente todos. O casi. En tiempos de Franco se le persiguió de forma disciplinada con la policía en sus clases tomando notas de las veces que pronunciaba la palabra «Marx» (es tan verídico que el policía que redactó el informe acabó acusándole no de conspirador sino de «denso»). Y hasta sufrió un atentado. Y posteriormente, con el glorioso régimen de la reconciliación en marcha, fue tachado de «lacayo del capital». Eso justo después de sufrir una paliza en sede universitaria. Lo mismo razonó contra la falacia del liberalismo con que una buena parte de los privilegiados (es decir, derecha) tapa sus vergüenzas y justifica sus desmanes, que desenmascaró las tropelías infundadas de una izquierda consumida por sus propios rituales. Todos los mitos le interesaron y contra todos razonó («Filosofar es destruir», insistía). La Cultura como la secularización del reino de la Gracia, Europa como una invención del Plan Marshall («es una biocenosis y su Historia no deja un mes sin una guerra»), la televisión como caverna (platónica)... Y el animalismo. Y la Transición. Y la ideología de género. Y la propia democracia. Y todo ello sin olvidar, ya lejos del ruido, su fundamental trabajo epistemológico y ontológico sobre el Cierre Categorial, sobre el materialismo, sobre antropología... Todo igual de polémico. Y todo por respeto al contrario.
Una sociedad que no se interesa por uno de sus pocos filósofos que ha sido capaz de llevarle la contraria con sentido ha dejado, definitivamente, de respetarse a sí misma.
Agapito Maestre
España no es un mito
Libertad Digital · Madrid, miércoles 10 de agosto de 2016
Bueno no fue un filósofo-rey sino un filósofo-ciudadano. Jamás se escondió. Fue valiente
Domingo, 7 de agosto. Llego a Niembro a las once de la noche. Me presento y le pido permiso a una de sus hijas para verlo. ¡Ha muerto un filósofo! Estoy a solas ante el cadáver de Gustavo Bueno. El féretro está situado en el centro de la estancia. Es su despacho de trabajo. Está rodeado de libros. Preside la sala un bello cuadro, un retrato al óleo del filósofo, alegre y sonriente, que contrasta con las serenidad del rostro de un finado de 91 años. Estoy un rato a solas con el muerto. Rato de recuerdos. Rato para retirarse a la terrible soledad de nuestro propio filosofar. Rato para rendirle homenaje a un maestro. Lo conocí discutiendo con Carlos Díaz, otro gran filósofo español, en el año 1972, sobre qué es filosofía. Yo era un estudiante de los primeros años de Filosofía. Allí aprendí que sin pasión no hay sabiduría. Sospecho que el Instituto Luis Vives, en el CSIC, nunca después ha acogido una discusión de esa solvencia. Gracias a esa pasión, Bueno fue, es y será un hombre a la búsqueda del ser, un filósofo, dispuesto siempre a comparecer en la ciudad, en lo público, para pagar su prenda o ser sacrificado. Bueno es un modelo de filósofo que repitió con originalidad, creatividad y valentía la actitud del primer filósofo de la historia: Sócrates. Bueno no fue un filósofo-rey sino un filósofo-ciudadano. Jamás se escondió. Fue valiente. A su lado, casi todos parecen filósofos de partido.
Se me acumulan las imágenes, las lecturas y las discusiones provocadas continuamente por este hombre. Miro distraídamente a mi derecha para salir de mi pena y observo una mesa llena de figuritas de búhos; por encima de estos simpáticos símbolos de la filosofía, hay una estantería repleta de libros donde sobresale un ejemplar en piel de las Obras Completas de Quevedo. ¡El gran Quevedo no podía faltar en la biblioteca de un filósofo español! Inmediatamente me vienen a la memoria esos dos primeros versos del soneto a la muerte del duque de Osuna: “Faltar pudo su patria al grande Osuna,/ pero no a su defensa sus hazañas”. Tampoco España, la oficial y encorsetada España de los premios, le ha hecho a Gustavo Bueno justicia. Gustavo Bueno se merece un homenaje nacional.Todos hemos llegado tarde, incluso sus amigos. ¡Cuántas veces, querido Gabriel Albiac, hemos hablado de ese homenaje! España, ay, siempre injusta con sus grandes pensadores. Bueno estuvo en mil batallas y solo puso pie en pared para coger impulso y superar al adversario. Creo que una de las más grandes que ha librado, en las dos últimas décadas, es un extraño amor que, junto a la filosofía, también inventaron los griegos. Me refiero al amor a la patria.
Varios libros dedicó a ese tipo de amor a lo común. A la polis. Todos son importantes. Aquí, sobre la mesa donde escribo, tengo uno: España no es un mito. Contiene toda una filosofía contra los enemigos de la idea de España. Sin duda alguna, es una obra imprescindible para pensar España, sus argumentos son contundentes, sus ejemplos de gran solvencia, pero creo que lo mejor del libro es su espíritu. Este libro está animado por la vitalidad de un pensamiento joven, aunque escrito cuando tenía más de ochenta años, y por un sentimiento patriótico digno de ser imitado por todos los españoles de bien. Sí, Gustavo Bueno escribió ese libro, cuando se dio cuenta de que su patria, su nación, estaba en peligro. Ahí está el toque. Lo loable de la obra. España sigue estando al borde del abismo, pero contar las iniquidades contra la nación, lo común, como lo hizo Gustavo Bueno, ya es una manera de abordarlas y combatirlas. Porque estaba en las antípodas de cualquier nacionalismo, de cualquier tabú del incesto con la tierra, Gustavo Bueno supo convertir las fuerzas de la historia de España en potencias del individuo. Demos gracias al maestro por su lección: “España no es un mito”. Abro el libro y hallo esta dedicatoria: “Para Agapito Maestre, que, como el autor de este libro, puede agradecer a los dioses el haber nacido español y no bárbaro. Con un gran abrazo, Gustavo Bueno”.
Ernesto Baltar
El materialismo filosófico contra las supersticiones del utopismo
jotdown.es · Madrid, miércoles 10 de agosto de 2016
En la muerte de Gustavo Bueno
El pasado domingo 7 de agosto murió en su casa de Niembro (Asturias), a los noventa y un años de edad, el filósofo Gustavo Bueno, una de las figuras más importantes, influyentes y polémicas del pensamiento español contemporáneo. La nota necrológica recogida por la prensa destacaba en el titular que su fallecimiento se producía justo dos días después del de su mujer, Carmen Sánchez Revilla, a los noventa y cinco años de edad.
Nacido en Santo Domingo de la Calzada en 1924, Gustavo Bueno estudió filosofía en las universidades de Zaragoza y Madrid, se doctoró como becario del CSIC con una tesis sobre filosofía de la religión y a los veinticinco años aprobó unas oposiciones de enseñanza media en Salamanca, donde empezó a pergeñar los rudimentos de su gran obra inacabada, la Teoría del cierre categorial, merced a sus visitas a un laboratorio de fisiología. Allí también aprovechó para empaparse de las sutilezas racionalistas de la escolástica española de los siglos XVI y XVII, en un ejercicio de virtuosismo filosófico que él, melómano declarado, comparaba con «tocar polifonía para un instrumentista romántico». En 1960 consiguió la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos en la Universidad de Oviedo, en la que siguió impartiendo clases hasta su jubilación.
Marxista prosoviético hasta la caída del Muro, «ateo católico» y materialista platónico de por vida, con enemigos recalcitrantes en todos los bandos ideológicos, Bueno encarna la imagen de un pensador libre y radical –triturador de mitos, erudito brillante, polemista infatigable, filósofo intempestivo sin miedo al qué dirán– que resulta imposible de reducir a etiquetas.
El triturador de mitos: un nuevo Teatro Crítico Universal
Al concluir su labor docente como catedrático emérito en 1998, Gustavo Bueno optó por lanzarse a la conquista de los medios de comunicación y alcanzó en poco tiempo una popularidad que le permitió –sin apenas cambiar su forma de hacer filosofía, de una densidad conceptual y metodológica difícil de digerir, sobre todo para el lector no especializado– labrarse un éxito considerable en el mercado editorial español, tan reticente por lo general a la producción filosófica.
Con el objetivo de «triturar» de forma sistemática los principales mitos de nuestro tiempo, Gustavo Bueno fue componiendo, a la manera de su admirado fray Benito Jerónimo Feijoo, una suerte de Nuevo Teatro Crítico Universal en el que, sirviéndose de un enorme arsenal de conocimientos (acumulados a lo largo de toda una vida dedicada al estudio) y aplicando su artillería dialéctico-crítica, sometía a un análisis demoledor a todo ese entramado ideológico de conceptos vacíos, buenas intenciones y falsas creencias que se ha ido consolidando en nuestra sociedad bajo la máscara de lo políticamente correcto, cuyas supersticiones suelen originarse a raíz de distintas formas –más o menos camufladas– de utopismo. Bueno subrayaba en todo momento el carácter ideológico-filosófico de esas ideas, que son expresadas en la sociedad y que conforman lo que él denominaba «filosofía mundana» (frente a la «filosofía académica», propia del gremio de los profesores de filosofía). La filosofía, que para Bueno es un saber del presente y acerca del presente, tiene que encargarse del análisis, clasificación y sistematización de esas ideas.
Además de impulsar numerosas actividades desde la fundación que lleva su nombre, en los últimos veinte años de su vida Gustavo Bueno dio a la imprenta títulos como El mito de la cultura, España frente a Europa, Televisión: apariencia y verdad, Telebasura y democracia, ¿Qué es la bioética?, El mito de la izquierda, Panfleto contra la democracia realmente existente, La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización, El mito de la felicidad, España no es un mito: claves para una defensa razonada, Zapatero y el pensamiento Alicia, La fe del ateo, El mito de la derecha y El fundamentalismo democrático. Eran libros más o menos de encargo sobre temas de actualidad, que trataban de responder a un interés mediático y a una demanda social. No sabemos cuántas personas de las que compraban sus libros también se los leían (intuyo que serían pocas), pero lo cierto es que su fama televisiva le granjeó notables tiradas y buenas cifras de ventas.
Para quien quiera aproximarse de forma más directa a la concepción filosófica de Gustavo Bueno, recomiendo sobre todo la lectura de sus dos magníficos ensayos breves ¿Qué es la filosofía? y ¿Qué es la ciencia?, editados por Pentalfa en 1995. En ellos encontrará, formulados con gran claridad, los principales ejes rectores de su pensamiento.
En lo que respecta a su gran obra en marcha, la Teoría del cierre categorial, solo se han publicado cinco de los quince tomos inicialmente proyectados. En una entrevista Bueno explicó que en 2006 había decidido retomar la redacción de la obra pero que justo por entonces su mujer sufrió un ictus, quedando impedida en silla de ruedas, y él prefirió centrarse en su cuidado. Además, esgrimía el filósofo, el poco interés que su sistema de teoría de la ciencia había despertado incluso entre los propios científicos parecía eximirle de tener que completarlo. Una lástima.
El polemista infatigable: «Pensar es siempre pensar contra alguien»
Para Bueno la filosofía tiene una función pública y surge del conflicto entre personas y del enfrentamiento entre grupos o sociedades. La idea de que «pensar es siempre pensar contra alguien» presidió en todo momento su concepción de la filosofía y su propia actitud intelectual. Todo lo que se afirma se hace desde una posición, desde un lugar, no flotando angélicamente en el éter o en el vacío. Y para este denodado fabricante de tesis y teorías aquellas opiniones que no tenían detrás de sí un sistema carecían de valor.
En coherencia con todo lo anterior, Bueno no solo no rehuyó sino que potenció la polémica. Ya a finales de los años sesenta protagonizó uno de los escasos debates interesantes que se han celebrado en el monótono campo filosófico español, con su obra El papel de la filosofía en el conjunto de los saberes, en la que respondía al opúsculo de Manuel Sacristán Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores. Posteriormente trasladaría ese mismo afán polemista al ágoraposmoderna de la televisión, convirtiéndose en el terror de cualquier contertulio de buena fe (más de uno debe de estar arrepintiéndose aún de haber osado compartir debate con él). En los «cara a cara» de la contienda de ideas, Bueno no sabía de costumbres versallescas ni hacía distingos entre contrincantes: lo mismo ridiculizaba sin piedad a un futurólogo de tres al cuarto que sacaba de sus casillas al circunspecto educador José Antonio Marina.
Pero no se trataba de debatir por debatir, de lanzarse al campo de batalla dialéctico por deporte o por diversión, sin importar las ideas o los contenidos esgrimidos. Ni mucho menos. Provisto de una poderosa artillería de conceptos y protegido por un férreo sistema filosófico, el Gustavo Bueno mediático era como un Sócrates agresivo, nervioso, sarcástico e insolente que venía respaldado desde casa por un Platón ordenado, frío, sistemático, riguroso. La combinación perfecta para una maquinaria dialéctica despiadada e invencible.
El pensador intempestivo: la vuelta del revés de Marx de un ateo católico
Intempestivo y heterodoxo, Bueno se convirtió en sus últimos años en el principal azote intelectual de esa izquierda autoproclamada «progresista», hurgando con antipatía y brillantez en sus heridas, reincidiendo en la volatilidad e inconsistencia de sus utópicos planteamientos. Es quizá en esa lucha contra la utopía donde se encuentra la mayor potencia política del planteamiento buenista, que no pretende mirar hacia el futuro sino «mantenerse en el análisis sistemático del presente, tratando de “ver lo que hay”, en política efectiva, como una consecuencia o corolario de lo que ya ha ocurrido antes en el pretérito», como dice al final de su Panfleto.
El materialismo filosófico de Bueno entronca con la corriente hegeliano-marxista, si bien desde una lectura personal. Al igual que Marx volvió del revés la concepción del mundo de Hegel, Bueno le dio la vuelta del revés a Marx sustituyendo la lucha de clases por una dialéctica de Estados y situando como clave de bóveda de su filosofía política la idea de Imperio. Además, su pensamiento se mantiene en diálogo permanente con la filosofía clásica griega, examina las formulaciones de las ciencias a la luz de los avances técnicos previos y adopta las sutiles categorizaciones de la escolástica española de los siglos XVI y XVII.
El pensador riojano siempre se consideró a sí mismo un escolástico puro y se llegó a definir como ateo católico, recogiendo por un lado la evidencia de la educación que recibió y el ambiente familiar en que creció («los españoles, aunque quieran, no pueden dejar de ser culturalmente católicos») y por otro lado sus propias conclusiones filosóficas generadas en el rigor de su sistema materialista («No es que Dios no exista, es que no puede existir»). Esta paradoja aparente quedaba ilustrada perfectamente en una anécdota que solía contar: recordaba cómo de pequeño iba a misa de doce en la catedral de Santo Domingo de la Calzada y allí lo pasaba muy bien porque se sentaba en los bancos de la nave central, frente a un retablo de Forment, y leía el Tratado teológico-político de Spinoza «que había metido en un devocionario muy ad hoc de mi tía Ángeles, que era muy devota».
Desde que pronunciara su conferencia «España» el 14 de abril de 1998 y con la subsiguiente publicación de su libro España frente a Europa, que provocó un profundo cisma entre las filas de sus seguidores, se le ha tachado en muchas ocasiones de conservador, facha, fascista y poco menos que loco peligroso de extrema derecha. Con cierta perplejidad distanciada, pude asistir en mi universidad (UCM) a los ecos de alguno de aquellos rifirrafes que parecían bastante desgarradores y cruentos, al menos para los interfectos, como el que protagonizó su discípulo aventajado Juan Bautista Fuentes Ortega, por entonces profesor mío. Un melodrama filosófico entre la catarsis política del trotskismo y el asesinato freudiano del padre putativo. Lo que está claro es que a Bueno nunca le importó el qué dirán ni se plegó jamás a la corrección política. Si algo queda inutilizado en un pensamiento de altura como el de Bueno son los conceptos pobres y las etiquetas de escaso alcance que se manejan en el presente. Simplemente no sirven. A quien supo desvelar la entraña mitológica de conceptos tan nucleares en política como los de «izquierda» y «derecha», poco daño pueden hacer ciertas imprecaciones o invectivas. Supongo que con el tiempo se podrá leer e interpretar su obra con mayor ecuanimidad, al margen del ruido ambiente y de las luchas viscerales a favor y en contra que él mismo gustaba de propiciar a su alrededor.
Como es preciso entrar un poco en harina para calibrar el sentido de lo que vengo diciendo, analicemos brevemente a continuación, por ejemplo, las ideas sobre la democracia y la globalización que expuso en dos de sus libros más controvertidos.
Panfleto contra la democracia
En Panfleto contra la democracia realmente existente Gustavo Bueno, reformulando la crítica tradicional a la democracia (cuya nómina estelar estaría encabezada por el imprescindible Platón), hizoun análisis crudo de ese «fundamentalismo democrático» que le otorga al orden político existente la capacidad de ser una realización más o menos plena de la idea pura de democracia en tanto que «gobierno de todos», cuando en verdad es mero gobierno de la mayoría, y como legítima expresión de una quimérica «voluntad general», que en todo caso solo podría ser una suma de voluntades individuales. Frente a esa posición idealista o utópica se sitúa el «funcionalismo democrático», que considera a las democracias realmente existentes, no ya como realizaciones deficitarias de esa idea pura de democracia, sino como realizaciones determinadas por los hechos, por la realpolitik, que, partiendo del poder de la mayoría, buscan el equilibrio entre las diversas minorías o grupos y el alejamiento de cualquier forma de despotismo o tiranía.
Desde este punto de vista, que podemos calificar sin más como «realista», no tiene sentido seguir hablando de «soberanía popular» (el pretendido autogobierno de la sociedad civil es una doble ficción), ni aludir a un atávico «contrato social» o a un profético «fin de la historia», ni agarrarse a un concepto meramente formal o procedimental de la democracia, pues, a fin de cuentas, esta no se puede concebir al margen de la «materialidad» de la sociedad política, es decir, del Estado (que tiene el monopolio de la violencia y debe garantizar el cumplimiento de la ley), ni fuera del ámbito del mercado de consumidores y usuarios.
Dicho de otra manera: sin Estado no hay derechos y sin mercado no hay bienestar. Pero que nadie se llame a engaño: en esta constatación del vínculo necesario entre la democracia y la sociedad de consumo no hay ninguna exaltación del individualismo liberal, ni mucho menos; pues para Bueno el individuo es una abstracción, no significa nada (tampoco conceptos como «libertad individual» o «libre decisión»). El individuo solo se concibe en tanto que formando parte de un grupo, que a su vez está en relación con otros grupos.
Después de todo, decía Bueno, «una sociedad democrática, en general, no tendrá por qué sufrir “crisis de gobernabilidad” siempre que los ciudadanos sigan disponiendo, en el Estado de bienestar, antes de recursos que les permitan vender y comprar bienes o servicios, que de ideales como solidaridad, igualdad o respeto mutuo». Además, «la fuerza del Estado de derecho no estriba en la literalidad de sus normas o en la de las sentencias de los jueces, sino en la capacidad coactiva del Estado realmente existente para hacerlas cumplir, o para ejecutarlas. Si esta fuerza no existe o no actúa, el Estado de derecho desaparece, porque él no obra en virtud de su idea pura». A partir de aquí, deducía Bueno algunas de las conclusiones más controvertidas de su libro, pues consideraba que es absurdo continuar pidiendo «más dosis de democracia» –es decir, seguir apelando a ciertos valores considerados intrínsecamente democráticos, como si fuesen la panacea de la justicia y de la felicidad– para solucionar algunos problemas que seguramente necesitarían de la utilización de otro tipo de métodos. En el caso del terrorismo etarra, Bueno se mostraba partidario de aplicar legalmente la «eutanasia procesual», que es como él denominaba a la pena de muerte. Nunca se le perdonaría tamaña ocurrencia o salida de tono.
En definitiva, Bueno reflexionaba sobre algunas de las contradicciones que corroen por dentro a las democracias «homologadas» tal y como estas se desarrollan efectivamente en nuestro sistema de partidos políticos y de separación de poderes, que, tras la desaparición en Europa de los totalitarismos, se presenta como la única forma posible de Estado y de organización de la sociedad, a pesar de las permanentes denuncias sobre su carácter encubierto de partitocracia, oligarquía o plutocracia.
Contra el pacifismo
En La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización, Gustavo Bueno aplicó su crítica sistemática al análisis de las manifestaciones del «¡No a la guerra!» y los llamados «movimientos antiglobalización». Insistía Bueno en que las reivindicaciones de estos grupos tenían también un carácter ideológico-filosófico (de «filosofía mundana»), pues utilizaban ideas generales tales como las de Guerra, Paz, Globalización, Género humano, Libertad, Identidad, Dios, Humanidad, etc., cuyo significado es preciso estudiar desde una perspectiva filosófica. Parafraseando el célebre título de Sartre, podemos decir que en el fondo del análisis que Bueno hacía de esas ideas latía la convicción de que «el humanismo es un utopismo». Al fin y al cabo, argumentaba Bueno, ningún hecho parece refrendar ese optimismo antropológico que confía en el progresivo avance del género humano hacia la armonía, la libertad y la paz perpetua, idea de clara inspiración kantiana que constituye la base de muchos mitos del presente.
En cuanto a la idea de Guerra, Bueno se oponía a esas corrientes pacifistas que atribuyen la guerra a la «parte animal» del ser humano, como si fuese un vestigio de su crueldad salvaje o de su animalidad prehistórica. Bueno denominaba «pacifismo fundamentalista» a esta ideología de la Paz que canaliza todos sus sentimientos y pensamientos en un «pensamiento único» excluyente y simplista: «¡Paz! ¡No a la guerra!». Frente a eso, consideraba Bueno que hay que asumir la realidad de la guerra como un hecho característico y propio de la civilización, unido indisolublemente a la política y, más en concreto, a las operaciones tácticas de los Estados. Contraponer guerra y paz como si se estuviese contraponiendo lo salvaje y lo civilizado es, por tanto, un error. Ya decía Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Por eso para Bueno no tiene sentido hablar de guerra justa o injusta, sino solo de guerra prudente o imprudente (según favorezca o no el mantenimiento de los Estados). Después de todo, solo hay justicia dentro de un ordenamiento jurídico, esto es, dentro de un Estado; eso del derecho internacional –decía Bueno– es una ficción jurídica inventada por iusnaturalistas. Tampoco tiene sentido pedir la Paz, así, en abstracto, puesto que esta supone un orden establecido por la victoria (hay una pax romana, o cristiana…), y para el vencido la paz no es sino sumisión. La disociación entre la esfera de la política y la ética era un presupuesto metodológico para Bueno, que definía las normas éticas por su objetivo material: «la salvaguarda de la fortaleza de los sujetos corpóreos».
En cuanto a la globalización, Bueno trataba de desenmascarar el idealismo metafísico contenido tanto en la ineficaz filosofía antiglobalización, formada por esos rousseaunianos de nuevo cuño –al estilo de Mayo del 68– que denunciaban los mecanismos represivos de las instituciones en general (empresas, familia, escuela, cárcel, etc.) y del sistema capitalista en particular, como en la influyente filosofía oficial de la globalización, que se había consolidado gracias al acatamiento por parte de los Estados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con la extensión a casi todos ellos del régimen de democracias parlamentarias; en este último caso, consideraba Bueno que «es metafísico ese supuesto de que los hombres, entregados a su libre y esforzada creatividad, lograrán encauzar al género humano hacia Estados de progreso creciente, de libertad, de bienestar y de felicidad. Un supuesto que se empeña en desconocer el hecho de que la resultante de la composición de múltiples operaciones teleológicas inteligentes (individuales o de empresa), no tiene por qué ser teleológica e inteligente».
El fenómeno de la globalización era definido como el proceso de desbordamiento del orden o sistema económico-político internacional que había quedado establecido tras la Primera Guerra Mundial y que giraba en torno a las economías políticas o nacionales, propias de cada Estado soberano, como si fuese este su «lugar natural»; este proceso de desbordamiento se hizo visible para todos a partir de la caída de la Unión Soviética y la expansión sin límite de las multinacionales. Ahora bien, pueden hacerse varias interpretaciones de este fenómeno y, por eso, hay distintas ideologías de la globalización.
En el fondo, con sus libros sobre la democracia y la globalización, lo que Gustavo Bueno estaba poniendo en cuestión era, respectivamente, los conceptos mismos de Estado totalitario y de género humano, elementos de referencia necesarios para poder hablar de aquéllas. Se trataba, por lo tanto, de un obús con enorme capacidad destructiva.
Adiós al genio filosófico
Como suele decirse casi de manera automática, el hombre ha muerto pero su pensamiento sigue vivo. Nos quedan sus libros, sus artículos y sus declaraciones, así como multitud de conferencias colgadas en internet. La videoteca de Gustavo Bueno es una Facultad de Filosofía on line, alternativa, permanente y gratuita, a simple tiro de clic. Basta con entrar en su canal de YouTube y dejarse imbuir por su sabiduría. Sus antiguos alumnos de la Universidad de Oviedo aducían una destreza especial del maestro para enganchar a la audiencia con su discurso, en unas clases que no dejaban de resultarles adictivas. La influencia en algunos de ellos era tan absorbente que terminaban expresándose con las mismas modulaciones de voz que el profesor y emulaban hasta los más leves gestos de sus manos.
Igual que ocurre con el Diccionario de filosofía de Ferrater Mora, la tarea unipersonal de Gustavo Bueno se nos antoja inmensa, hercúlea, irrepetible. Pese a su insistencia en que no hay individuos sino grupos, no parece probable que sus numerosos discípulos ni las entidades vinculadas a su figura (la Fundación Gustavo Bueno, la llamada Escuela de Oviedo, los «nódulos materialistas») puedan continuar con la altura, el rigor y la originalidad necesarios la labor emprendida por el filósofo riojano. Maestro solo hay uno, como ha quedado demostrado en los intentos (fallidos) que se han hecho hasta el momento. De lo que se trata ahora es de pensar desde, con y contra él, sirviéndose de las potentes herramientas conceptuales que nos dejó en herencia. No, Gustavo Bueno no era un grupo ni una institución; era un individuo –brillante, genial, irrepetible–. Sí podrán esas personas y entidades, por supuesto, dedicarse al cuidado, ordenación, interpretación, publicación y propagación de su obra completa. Es, de hecho, su principal deber para el futuro, con la cautela de no acabar degenerando en mera repetición pueril, escolasticismo hagiográfico o doxografía huera. Y esperamos que el extraordinario «Proyecto de Filosofía en Español» pueda tener la continuidad que merece.
Como se puede comprobar con la Tesela nº 132 grabada el pasado 26 de mayo, donde analiza la expresión «voluntad política», Gustavo Bueno murió como quería: con las botas puestas, pensando hasta el final. Hasta su muerte a los noventa y un años (casi noventa y dos), este filósofo intempestivo no ha dejado indiferente a nadie y ha seguido sacudiendo conciencias, removiendo las creencias más arraigadas y obligándonos a pensar, aunque sea en su contra.
Felicísimo Valbuena
Gustavo Bueno va a irradiar durante mucho, mucho tiempo
La Voz Libre · Madrid, jueves 11 de agosto de 2016
De la visión psicologista sobre Gustavo Bueno...
El pasado día 8 asistí, en Santo Domingo de la Calzada, ciudad natal de Gustavo Bueno, al homenaje que recibió en el Ayuntamiento. La asistencia desbordó la capacidad del salón de Plenos y fueron muchos los que esperaron durante hora y media hasta que acabó el Acto. Después, le acompañamos muchos amigos para despedirle en el cementerio. Gustavo Bueno había muerto el día 7, dos días después de su mujer, Carmen.
En La Nueva España, de Oviedo, que me pidió una necrológica, escribí que la muerte de este gran filósofo plantea el muy interesante asunto de los hombres que no saben vivir sin sus mujeres. Ponía los ejemplos de Severo Ochoa, Julián Marías y Fernando Savater. Podría haber puesto muchos más.
Desde hace diez años, en que su mujer había sufrido un ataque en el Área de Broca, que le había dejado sin poder hablar y postrada en una silla de ruedas, Gustavo Bueno había decidido dedicar todo el tiempo que fuera necesario a atender a la compañera de su vida. Y cuando ella dormía o descansaba, él trabajaba. Esta dedicación le llevó a renunciar a su faceta de conferenciante o de polemista en televisión. Hasta entonces, había sido el conferenciante más solicitado. “Bueno llena los salones”, me dijo el organizador de un Congreso de Historia.
Sin embargo, no quiero entrar en un estudio psicológico de Bueno, porque quizá me podría salir un escrito psicologista. Ahora, predominan las salidas emotivas al dar el parecer sobre alguien. Por ejemplo, no pocas personas dicen que Bueno tenía mucho genio en algunos momentos y que no dudaba en aplicar adjetivos muy duros a algunos contrincantes durante un debate. A la vez, se les olvida decir que Gustavo Bueno ha tenido los mejores golpes de humor en sus escritos o intervenciones orales. Ese humor que tanto falta actualmente en el mundo. Sólo hay que ver las malas comedias que nos obligan a soportar las distribuidoras norteamericanas. Y aquí en España, desde que desapareció Rafael Azcona, el humor ha pegado un bajón demasiado grande. Chabacanería, demasiada, pero ¿humor?. Que lo muestren.
Si nos fijamos en los políticos, todos los días comprobamos que su lenguaje es limitadísimo y psicologista. ¿Qué dicen cuando salen de ver al Rey? No si han hablado algo de sustancia, sobre planes y programas. Dan su impresión sobre el estado de ánimo del Rey. ¿Adónde quieren ir a parar con eso? ¿A hablar para las televisiones, que tanto buscan el lado pseudosentimental?
...a observar el panorama total de su sistema
A Bueno le gustaba hablar, sobre todo, de las cosas importantes. Se reía o atacaba a los profesionales que no sabían definir aquello a lo que se estaban dedicando. Y se empezaba a reír pronto al comprobar que, por muy comedidos que fueran en su comportamiento, sin decir una palabra más alta que otra, de la pluma o de la boca de esos profesionales salían auténticas gansadas o perogrulladas. Ya tendré tiempo, en los próximos meses, de ocuparme de algunos de estos filósofos; incluso, de algún historiador.
Bueno construye su sistema filosófico dominando las principales ciencias. Sabía Matemáticas, Física, Química, Biología, Medicina... Historia, Literatura, Política, Sociología, Música… y por supuesto, toda la Historia de la Filosofía. No se consideró un “especialista” en alguna rama de la Filosofía. Por eso, escribió a fondo sobre todos los asuntos filosóficos importantes. Y de una manera muy profunda. Quien desee comprobarlo, que lea sus libros, que no son pocos.
Los dos estilos de Bueno
Bueno ofrece dos estilos. El riguroso, muchas de cuyas expresiones crea Bueno basándose en su conocimiento total del Griego y del Latín, que exige esfuerzo al lector, pero que éste después agradece, pues cuanto más elevado es un edificio –en este caso, una construcción filosófica– tantos más cimientos exige. Gran parte de los que van por el mundo como filósofos son “doxógrafos”, es decir, se limitan a amontonar opiniones de otros filósofos, pero sin construir algo sólido. Bueno está en otra dimensión, muy por encima de todos ellos. Y quien estudia a Bueno llega siempre al “eureka”, cuando descubre un panorama conceptual en el que encajan muchas cosas del mundo.
Bueno ha seguido con su estilo riguroso hasta el final de sus días. Sin embargo, hace alrededor de veinte años, se dio cuenta de que los votantes y políticos necesitaban una actualización vigorosa de los conceptos que pasaban por moneda corriente y que no estaban dando el juego que la vida española necesitaba. Y escribió una serie de libros con un estilo más accesible. Empleaba un estilo, en muchas ocasiones, parecido al de Unamuno cuando se veía a sí mismo como “excitator Hispaniae”. Con su libro España frente a Europa, demostró su gran conocimiento de la Historia de España y clasificó todas las maneras en que los españoles actuales conciben España. Nadie lo había hecho antes. Como tampoco disponíamos de un estudio sistemático de las diversas izquierdas y derechas. Él lo hizo en El mito de la izquierda y El mito de la derecha. Volvió a ocuparse de España en España no es un mito. También escribió, para facilitar la comprensión de la vida política española, Panfleto contra la democracia realmente existente, El fundamentalismo democrático, El pensamiento Alicia, El mito de la felicidad, La fe del ateo... Y todos esos libros a partir de los setenta años. Son muestra de la gran energía de este filósofo español, que hasta su muerte ha estado lleno de actividad.
En la Fundación Gustavo Bueno, quedan cientos y cientos de horas de grabaciones en Youtube de Bueno explicando algunos conceptos en intervenciones breves o exposiciones sistemáticas que exigían mucho más tiempo. Esta Fundación, y más en concreto, Gustavo Bueno Sánchez, tuvo la visión, desde hace años, de grabar todas las intervenciones de Bueno. Creo que es la Fundación que desarrolla una actividad más potente en Filosofía.
Bueno va a seguir irradiando durante muchos, muchos años
Pues bien, con sus libros y con sus intervenciones orales, Gustavo Bueno va a estar irradiando durante años y años. Él ya ha cumplido con su parte. Ahora, lo que el sistema de Bueno necesita son receptores activos que difundan su pensamiento, que es muy grande. Coincidiendo con la muerte de Bueno, ha comenzado en León, estado mexicano de Guanajuato, la actividad de una Facultad de Filosofía, cuyo impulsor, un mecenas importante, quiere convertirla en la más importante de habla hispana. Como armazón fundamental, el sistema de Bueno. ¡Que tenga éxito!
Incluso, con ocasión de la muerte de Bueno, y aunque ha habido muchos mensajes insultantes en Twitter, de quienes parecen disfrutar odiando, también he observado un cambio muy importante. En 2006, José María Calleja e Ignacio Sánchez-Cuenca escribieron un gran libro: La derrota de eta. De la primera a la última víctima. Los dos habían escrito varios libros sobre terrorismo. Dirigí la Tesis Doctoral de Calleja, que luego publicó como libro. En 2016, Sánchez-Cuenca ha escrito una obra que está teniendo un gran éxito: La desfachatez intelectual. Durante más de doscientas páginas, se dedica a criticar la falta de rigor de la mayoría de quienes pontifican en los periódicos. Y, ya al final del libro, dedica diecisiete líneas a reconocer que Bueno ofrece un gran sistema, pero que es mejor olvidar sus últimos libros. Incluso, se permite emplear exactamente los mismos procedimientos él mismo ha criticado en los demás. Sin aportar ni una prueba, empleando únicamente el lenguaje en su función expresiva, como diría Karl Bühler. Me pregunto cómo el perspicaz Sánchez-Cuenca ha podido caer en semejante contradicción.
Pues bien, al día siguiente de morir Bueno, Sánchez-Cuenca ha escrito una semblanza sobre el filósofo español. Es como pasar de la noche al día. Preguntaba Beaumarchais en Las bocas de Fígaro: ¿Por qué estas cosas y no las otras? Eso me gustaría saber en el caso de Sánchez-Cuenca y de otros. Tampoco hay que hacer un gran esfuerzo para deducir que casi todos los personajes de los que se ocupa el autor en su libro caerán en el olvido, mientras que la figura de Bueno seguirá influyendo más y más, incluso con sus libros más recientes.
Pablo Huerga Melcón
Gustavo Bueno, demiurgo español de la filosofía académica
La Voz de Asturias · Oviedo, jueves 11 de agosto de 2016
Me sumo a los escritos que glosan la figura del Filósofo Gustavo Bueno, con motivo de su fallecimiento, el día 7 de agosto. Es necesario y es un deber moral recordarlo y enaltecer a quien ha sido uno de los grandes filósofos de la historia de España, y de la propia historia de la Filosofía. Y no se puede negar que algo bueno habrá tenido la España del siglo XX para que surja una figura del inmenso calibre de Gustavo Bueno. Porque no es flor de un día. Su obra, su grandeza iluminan a nuestra patria con la luz de la esperanza porque ciertamente hay, ¡tiene que haber!, ese humus necesario fértil y poderoso, capaz de alzar esta figura magnífica. España es hoy un país debilitado y envilecido, pero nadie nace aprendido. Sin duda es el español, nuestra lengua, la civilización hispana, la que alberga ese potencial capaz de alzarnos tan lejos, a las cimas de la sabiduría y de “lo humano”.
Su sistema se comienza a construir in media res, no por sí solo, ni formalmente, o de manera exenta (“la filosofía no es un álgebra”), sino en el contexto de los conflictos ideológicos, políticos y filosóficos que sacuden el presente (“filosofía sin tocador”). Ese presente histórico es el que corresponde a la España que se va configurando a través de lo que se ha llamado la Transición y el régimen de 1978. Un período histórico en el que en virtud de los cambios que se estaban prefigurando en el contexto de la biocenosis de los estados y la voracidad de las ideologías que dirigían esos conflictos, particularmente, la Guerra Fría, era un hervidero confuso de ideas claramente polarizadas entre el Materialismo y el Idealismo. Pero este cuerpo de doctrina se construye desde la perspectiva que da la civilización hispana, y el contexto de un estado potente y modernizado que entonces estaba siendo zarandeado violentamente por multitud de fuerzas ideológicas, intereses políticos, económicos y estratégicos que han comprometido seriamente su fortaleza (de hecho Bernal, por ejemplo, en su clasificación entre Mundo desarrollado y Mundo en vías de desarrollo, consideraba que España e Hispanoamérica constituían una realidad a parte e inclasificable; puede que en gran medida disolver esta “anomalía” haya sido la pretensión de la transición). Era inevitable que desde esa perspectiva tuviera que dar cuenta del marxismo y del idealismo. Así surge, en tramos dispersos, el Materialismo filosófico, siempre rectificado por la Realidad (porque “la Filosofía no tiene verdades propias”) y dirigido contra las especulaciones vanas, contra las nebulosas ideológicas religiosas, científicas, políticas, contra los delirios de las filosofías gnósticas, los mitos sociales y las ideas espontáneas y acaso atractivas, pero confusas, que aturden y confunden, y ponen en peligro? ¿qué?; –pues, sin duda, la Nación española. Porque si Platón quiso intervenir en política no fue en tanto que filósofo, sino en tanto que ateniense; por pura prudencia política (“Si yo defiendo a España, por ejemplo, no es en cuanto filósofo. Yo parto de España”).
Y así como la corriente del río mueve el tornillo que eleva el agua “contra su voluntad”, cuando el técnico sabe dominarla con su ingenio, como Juanelo Turriano, así también las tribulaciones cada vez más complejas de la nación española han sabido ser aprovechadas por el Demiurgo hispano, para elevar su crítica y depurarlas a través de su propio sistema materialista. Cuanta más basura y ponzoña enturbia el cauce del río de la vida de España, más elevado, clarividente, eficaz y preciso se ha hecho su sistema filosófico, más audaz, más decidido, pero también más apremiante y necesario. Y, de la misma manera que sin caudal el artefacto se para, así también, sólo sometido a la procelosa y confusa realidad envolvente, el sistema se mantiene en marcha y se rectifica con vigor.
En ese compromiso político hubo de llevar el materialismo hasta sus raíces, en la ontología pluralista y crítica, proyectar el pluralismo filosófico a la república de las ciencias en su teoría de la ciencia, reconstruir desde el materialismo racionalista la idea de hombre contra el idealismo de la conciencia luterano, arraigar el núcleo materialista de la religión, reorganizar la filosofía de la historia y la filosofía política, e incorporar, articular, estructurar y comprender la tradición filosófica, la historia de la ciencia y la tecnología en la construcción de su propio sistema, otorgándole al conjunto un orden, sentido y perspectiva novedoso, sintético y crítico.
Quienes quieran entregarse a la Filosofía académica y servirla, tendrán ahora ya los fundamentos bien asentados, los argumentos a punto, el instrumental necesario para seguir ejerciéndola de modo sistemático; el cuerpo de doctrina que ha destilado las esencias de la larga tradición del pensamiento filosófico en español. Muchas gracias, Maestro, y hasta siempre. Honraremos tu legado. Que la tierra te sea leve.
Nicole Holzenthal
El materialismo filosófico supera al idealismo alemán
La Nueva España · Oviedo, viernes 12 de agosto de 2016, pág. 65
Gustavo Bueno como creador del más completo y útil sistema de pensamiento
Podría decir que Gustavo Bueno es el Kant español. El filósofo español adoraba, a su manera, al filósofo de Königsberg, cuyas Críticas comparaba con sinfonías. Ambos construyeron sistemas filosóficos “sinfónicos”. Diría que incluso la vida de Bueno, ese fin, tiene algo de obra musical. Pero con esta comparativa me quedaría corto. Lo cierto es que Bueno partía de Kant, pero también trituraba sus Ideas y las reconstruyó desde su propio sistema, el materialismo filosófico, y así superó a Kant.
Podría decir que Gustavo Bueno es el Hegel español. El filósofo español adoraba al autor de la Fenomenología del espíritu. De hecho, en una de las habitaciones de la casa familiar riojana hay un dibujo de Hegel que uno de los compañeros de clase le regaló al pequeño Hegel de Santo Domingo de la Calzada. El sistema dialéctico idealista de Hegel queda superado por el materialismo filosófico del español.
Podría decir que Gustavo Bueno es el Marx español. Bueno era también uno de los mejores estudiosos españoles de las obras de Marx, en este sentido también marxista, –como podríamos llamarle aristotélico por haber estudiado al griego o platónico...– y ni en la época que más hablaba de las ideas de Marx fue de los dogmáticos, ni jamás confundía el marxismo con una religión secular. Ambos se pueden considerar materialistas, pero el alemán queda anclado en los esquemas hegelianos, aunque puestos al revés, mientras que el materialismo filosófico superó cualquier huella monista o dualista gracias a su pluralismo ontológico.
Desde luego, decir que Bueno es kantiano, hegeliano o marxista quedaría muy corto. Partía de todos los filósofos occidentales, hacía pedazos sus filosofías, salvaba lo que se podía y así algo de ellas queda incorporado al materialismo filosófico. De esta manera queda superado el idealismo alemán por el materialismo filosófico, para ponerle también un adjetivo nacionalista: el materialismo filosófico español. Porque sí es posible no sólo pensar, sino también hacer filosofía, y filosofía sistemática en español. No en castellano, en español (no hablamos de las “fermosas” flores del funeral de Carmen, sino de las flores hermosas). El mismo Bueno subrayó, en un artículo que le encargaron para el Anuario del Instituto Cervantes, que una filosofía española no sólo es posible, sino que existe desde bastante antes del idealismo alemán. El intelectual castellanohablante que defendía lo contrario fue un tal Ignacio Sotelo, en su momento profesor en la Universidad Libre de Berlín...
Lo que nos deja Bueno es el sistema más completo y útil que yo vea, no sólo en lengua española. Un sistema filosófico –nada fragmentario, sino sistemático– que se relaciona con todas las disciplinas. Bueno fue un sabio porque estaba al día en una enorme cantidad de ciencias. Además, sabía sintetizar y no perdía la vista global, la panorámica. Yo no alcanzo a encontrar a nadie que le haga sombra. Por eso, decir que Bueno sea el Kant, o el Hegel, o el Marx español no le hace justicia a Bueno, que los supera.
Ahora hemos de intentar superar la pérdida del magisterio del filósofo más importante de nuestro presente. Tuve la gran suerte de ser aceptada como una de las últimas discípulas directas de Bueno, recién retirado de la Universidad. Fue un honor estar en la inauguración de la Fundación Gustavo Bueno y fue muy divertido viajar con la pareja Gustavo Bueno y Carmen Sánchez por Austria y Alemania para presentar mi traducción Der Mythos der Kultur. ¿Quién se puede creer que Bueno lo primero que hizo cuando saludó al director del Instituto Cervantes de Viena era expresarle su preocupación de que se les hundiera el viejo suelo de madera de la biblioteca? En los últimos años he podido experimentar una recepción marcada de curiosidad, a veces sorpresa y generalmente de mucho respeto cuando manejo ideas del materialismo filosófico en el extranjero –sea en Viena, en Bremen o Maguncia, o en Bangkok.
El filósofo materialista nunca está solo, no se ensimisma. Gustavo Bueno Martínez no podría haber trabajado como lo hizo sin su resoluta y cariñosa mujer, doña Carmen Sánchez, sin su gran familia, o sin sus estrechos colaboradores desde los primeros momentos hasta hoy, o sin el apoyo y el intercambio de ideas con una cada vez más larga red de variopintos “materialistas filosóficos”, que cada uno trabaja en sus campos. Lo que queda es una extensa (nunca suficientemente) obra escrita y filmada. Más esta creciente red internacional de estudiosos, de los cuales cada uno está dispuesto a revisar, una y otra vez, los esquemas, los “mapamundi”, o sus reglas con los criterios filosófico-materialistas. Como solistas, dúos, tríos, cuartetos... u orquestas van a seguir interpretando y tocando, a veces afinándolo un poco, el instrumento puesto a disposición.
Símil aparte, nos espera continuar un trabajo permanente de usar la herramienta del materialismo filosófico para triturar mitos e ideas confusas, una labor absolutamente necesaria en el mundo actual para enfrentar los enormes problemas que nos acechan.
Nicole Holzenthal, Doctora europea de Filosofía, directora de Cima & Holzenthal y traductora de Gustavo Bueno
José Antonio Santiago Sánchez
Sobre la desaparición del filósofo español Gustavo Bueno. Una vuelta del «pensador» al «filósofo»
thesocialsciencepost.com · Sevilla, viernes 12 de agosto de 2016
Descubrí el pensamiento de Gustavo Bueno en mis años de estudiante en la facultad de Filosofía de la Complutense, bien entrados los años 90. Siempre he considerado que la universidad, y en rigor todo lo que realmente supone un aprendizaje, se constituye más como un puente que uno mismo ha de cruzar que como una asimilación de conocimientos que otro u otros vuelcan en uno. Al igual que otros hoy día protagonistas activos del grupo de Oviedo, debo el puente hacia la filosofía de Bueno al profesor Juan Bautista Fuentes, que me introdujo en su pensamiento para que hoy día pueda decir que ha marcado una forma de pensar que seguirá felicísimamente perenne por muchos años.
Considero asimismo que cuando una manera de pensar cuaja en uno, y marca férreamente su vida, lo hace siempre al modo aristotélico, a partir de un asombro, de un vuelco en el orden inercial de su mapamundi. Pues de hecho, esa fue una de las grandes y profundas verdades que yo recibí de la filosofía de don Gustavo Bueno. Todo individuo, de manera más torpe o más sutil, más corta o más larga, más atenida o disoluta, tiene un mapa de conceptos sin los cuales no puede ya seguir su devenir vital, en tanto que ese devenir supone ya unas pautas, conceptos, trayectorias en su necesario trato con el mundo y con los demás.
En este sentido, el materialismo filosófico termina enfrentándose al acuciante problema de la supresión de la filosofía académica en la enseñanza secundaria del modo más potente y a la vez sencillo: el problema de la enseñanza de la filosofía no precisa resolución, sino disolución. Es decir, no hay tal problema, porque la filosofía nunca dejará de enseñarse, ya que todos, de una u otra forma, somos filósofos.
La situación no es distinta de la crítica que la así llamada desde hace décadas Escuela de Oviedo ha mantenido respecto a la conversión de la filosofía académica en una suerte de maestra de la ciudadanía. Nadie puede enseñar la ciudadanía, pues todos somos ciudadanos.
La suerte del pensamiento filosófico en España y Europa no debe por tanto, confundirse con la enseñanza profesional de la materia, más propia de un sector de profesores funcionarios reglados en defensa de su actividad gremial. Pero la verdadera filosofía, (que no la filosofía verdadera como gustaba señalar a Bueno) está mucho más implantada que para tratarla como una simple cuestión de gremio.
Y sin embargo, si esto es así, el pensamiento filosófico no deja de ser entonces un mero pensar más. Así se habla desde el fin de los grandes relatos que los postmodernos anunciaban hace décadas, de “pensamiento” o “pensadores”.
Y aquí se obtiene otro gran magisterio que debo personalmente a la filosofía de Gustavo Bueno. A saber, que este “pensar” que nos hace iguales a todos, ha de convertirse, por ello mismo, en la principal diferencia. La renuencia a mentar la palabra “filósofo” tras las debacles de nuestro pasado siglo parece haber convertido al pensador en una figura meramente formal, donde el pensar mismo parece haberse impuesto sobre la materia misma de lo pensado así como la fe protestante se quiere imponer sobre las obras.
No en vano, Bueno nos advirtió que justamente tras la Reforma protestante ocurrió la gran crisis de la enseñanza escolástica. Crisis que puede, mutatis mutandis, corresponderse con esta que, no ya la enseñanza de la filosofía, sino en justa connivencia con ella, la de toda la enseñanza en general. La “inversión antropológica” que la Reforma trajo consigo no puede dejar de vislumbrarse en los tiempos de la ya caduca postmodernidad como una necesaria analogía educativa: todo gira en torno al sujeto, es decir, al alumno. Ya sea para su redención educativa por parte de los nuevos profetas de la enseñanza y su fanfarria terminológica y presunta cientificidad, ya sea para la felicidad por parte de los nuevos mesías de la mindfullness o el coaching. Ellos son la necesaria consecuencia del “pensador” débil postmoderno.
Por ello hemos de rendir gracias al materialismo filosófico por haber recuperado la figura del filósofo con igual humildad y honestidad. Porque el filósofo que don Gustavo Bueno nos enseñó a ser, a mi juicio, no comienza determinando la escolástica, el nazismo, el comunismo, el catolicismo o el imperio español como una condición subjetiva, sino como una inexorable constatación de la que todo sujeto social e histórico parte. No se es católico primeramente por convicción, sino por cultura histórica. La primera parte necesariamente de la segunda. Por eso, me parece, la filosofía de Gustavo Bueno ha sido maliciosamente tildada de múltiples modos. Porque cuando se habla en español ya se está siendo católico, porque cuando el comunismo constituyó una alternativa frente al capitalismo durante décadas, Gustavo Bueno era comunista, y solo porque tras la caída del Muro, el pensamiento de Bueno ha dejado de serlo. Solo el espurio partidismo, solo la estrechez de miras malinterpreta una filosofía, la del materialismo filosófico, que se declara tanto tomista como marxista.
Porque el verdadero filósofo no enjuicia desde las alturas celestes del deber ser como han hecho la mayoría de los que han menospreciado el materialismo filosófico. El verdadero filósofo juzga, se posiciona como lo que es, no tanto por lo que pretende, sino por lo que primera e ineluctablemente ha tenido histórica y culturalmente que ser.
Esto, a mi juicio ha supuesto desde que comencé a comprender el pensamiento de Gustavo Bueno, algo esencial, que he intentado e intento transmitir a mis alumnos y de lo que se infiere otra verdad sustantiva: nada proviene de la nada. No hay preguntas primeras que surgan de la conciencia prístina y pura. El vivir filosófico que todo humano no impedido mentalmente debe emprender para habérselas en su devenir mundano no comienza con una duda o una interrogación, sino con una constatación, una afirmación que es la realidad en la que uno se encuentra de facto inscrito y desde la cual toda interrogación o pregunta parten. No hay futuros ni pasados sino desde el presente, pero un presente que hay que juzgar en tanto siendo cada vez sido.
Por ello, considero, gracias al maestrazgo de Bueno en mi formación filosófica, que la verdadera, honesta y humilde actitud de todo el que quiere pensar su mundo es la que Hegel ilustra con la célebre figura de la lechuza. Esa mirada que, junto a Hegel, otro de los patronos del materialismo filosófico, Baruch Spinoza, describe como _sub specie aeternitatis,_como vista desde la eternidad.
Porque esos “pensadores” que califican el pensamiento de Spinoza, Hegel o Gustavo Bueno, de filosofía totalitaria, y hoy día, con paralelo prurito, de sistemática, en un sentido suciamente peyorativo, no caen en la cuenta, a mi parecer, que no hay más humilde honestidad intelectual que dejar ser a las cosas, para que, al atardecer de las mismas, la lechuza pueda diagnosticar, separar y coser lo ocurrido, clasificando ni más y menos el devenir.
Esa ha sido una de las enseñanzas que el pensamiento de don Gustavo Bueno más ha calado y que considero aún de gran dificultad poder llevar con coherencia. El sabio debe sobre todo _asumir críticamente_la realidad en la que vive. Y en esa asunción, la crítica no significa tanto condena o enjuiciamiento lo que en su sentido original: cribar, separar, clasificar, eso que desde Platón se denominó symploké y que el materialismo filosófico ha erigido como su más esencial método de pensamiento.
Porque resulta por momentos ser más grandilocuente aquel que, en lugar de enfrentarse a los grandes problemas, realiza perífrasis más o menos filológicas sobre lo que unos y otros han dicho acerca de ello. Porque quizás no es más limpio el que limpia, sino el que menos ensucia, y por ello mismo, quizás, tampoco es más sucio el que ensucia, si lo hace moderada y naturalmente en su propio y necesario devenir, sino más bien el que siempre anda limpiando. Y no lo es, tal vez porque no se siente así, sucio, al igual que Pilatos pareció sentirse cuando se lavó las manos.
Porque el verdadero filósofo, como tantas veces se ha dicho, vive su tiempo. Pero el significado lato (Bueno lo llamaría «lisológico»), que en la mayor parte de las ocasiones, resulta paradójicamente el más enrevesado y postizo, no debe ser pasar por alto el más literal y directo. De este modo, al igual que don Quijote reprendía a Sancho por su pereza intelectual a la hora de sacarse de la manga refranes, el filósofo que fue don Gustavo nos incita a hurgar en lo más común, que suele ser lo más oscuro y oscurantista, hasta –como él gustaba en decir- “triturarlo” en sus elementos simples. Por ello la lechuza de Minerva se sustituye en el materialismo filosófico por el basilisco, criatura voladora con cuerpo de serpiente, patas de ave y alas espinosas que pulverizaba todo lo que miraba.
Decíamos que la frase “todo filósofo lo es de su tiempo” quiere decir, si la analizamos críticamente, que no existe verdadera filosofía (y aquí sí, filosofía verdadera también) si esta no tiene en cuenta, por ejemplo, el fútbol o la televisión como componentes esenciales de nuestra época. Por ello, Gustavo Bueno fue en gran medida más afín (y también más severo, en justa contrapartida y según el honesto talante que siempre le caracterizó) hacia aquella gente, digamos, extraña al campo de la filosofía. Nunca pudo don Gustavo entender a esos filósofos que, aún no reconociendo ser «de sofá», miraban con sorna y recelo sus famosas apariciones en programas de televisión de lo más variopinto, que declaraban no tener un aparato de televisión (del que don Gustavo siempre ponderó su “clarividencia”, esto es, la posibilidad de reflejar cosas desde una pantalla opaca) y abominar del fútbol como una nueva religión u opio circense del pueblo.
Dichas actitudes nunca congeniaron con la manera de ser de Gustavo Bueno, que repudiaba a gran parte de lo que se denomina «comunidad filosófica» (como si esta fuera un ente segregado, especial o elitista frente a lo demás). Pero la soberbia que tantos colegas adscribían al filósofo de Santo Domingo de la Calzada, era revertida como en tantas otras ocasiones en que debatía, utilizando una suerte de quiasmos ad hominem de espíritu socrático y que tal vez adquiriera y manejara de forma magistral por la enseñanza que las disputationes de la gran Escolástica medieval tuvieron, al igual que en otros campos, en su formación y que nos ha legado, con la mayor de las honras, a nosotros. Como cuando una pitonisa le llamó soberbio porque no quería salir del campo de la razón, porque se negaba a pensar «fuera de la lógica»; a lo que don Gustavo respondió que la verdadera soberbia es la de aquel que manifiesta haberse comunicado nada más y nada menos, que con la mismísima Virgen.
La soberbia, decíamos entonces, se encuentra en los que condenan desde una clase superior la preocupación filosófica por el deporte, la televisión o la tauromaquia campos que los últimos libros de don Gustavo han tratado del mismo y riguroso modo que la ontología, la teoría de la ciencia o la religión. Y no tanto porque dichos campos haya de gustarle o no, sino porque, con independencia de sus gustos y opiniones personales, la gente los considera, con su apoyo o desprecio masivo, como parámetros fundamentales de su tiempo. ¿Significa eso soberbia u oportunismo?
Es simplemente otra cosa. La metábasis del oficio, que a fuer de tal, toma su función adjetiva en función sustantiva. Don Gustavo nunca pretendió ser filósofo, pues, por anábasis llegó a serlo. Porque tenía que serlo, porque ya no podía dejar de serlo, del mismo modo que el músico no practica la música porque le encante o disfrute con ella, sino porque es músico. El filósofo que fue Gustavo Bueno, homologado con cualquier otro oficio, sea el que sea, hace lo que tiene que hacer: comprender el mundo, que en el principio y en el final no deja de ser su mundo. Y en ello poco han de ver sus actitudes personales (aunque sí la plataforma desde la que analiza o critica, desde la cual el pensamiento de Bueno siempre ha mostrado, desde el principio, sin ambages, sus cartas de modo transparente), sus gustos o veleidades. No es frecuente observar este tipo de disposición en muchos filósofos hoy día. El filósofo no debe tratar aquello a lo que es afín, no debe consolar ni consolarse. Debe comprender. «Yo soy materialista. No idealista» –promulgaba decidido don Gustavo en varias ocasiones ante aquellos moralistas que se escandalizaban de sus diagnósticos sobre la realidad política, cultural o moral del presente. Todo ello porque el pensamiento de Bueno llevó a la práctica aquella máxima de Spinoza que siempre me ha parecido el vademécum de toda auténtica filosofía: non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere (Etica I, IV). No reir, no llorar, ni detestar, sino entender.
Si su pensamiento fue tildado de soberbio, totalitario o traidor a la izquierda entre otras calificaciones solo se ha debido, pensamos muchos de sus seguidores, simplemente a contingencias. Contingencias que han de basarse en el fuerte carácter de don Gustavo, en la pretensión de hacer una filosofía demodé, es decir, con pretensiones sistemáticas y holistas, y en el curso mismo de la izquierda desde la caída del comunismo
En cuanto a lo primero, y con independencia de la imponente personalidad que siempre mostró don Gustavo en los debates en los cuales participó, nunca podrá achacársele la honestidad y el trato por igual que manifestó con todos, evitando efusivamente toda pedantería o confusionismo. Jamás he visto a un filósofo manejar un vocabulario tan técnico como el que el materialismo filosófico posee con mayor naturalidad y afán didáctico que don Gustavo. Además de ello, y en connivencia con lo dicho anteriormente, dichos modos, que podrían llegar a aceptarse como discutibles, no han de ser óbice para valorar la materia objetiva y la potencia de su sistema filosófico. Muchos, a mi parecer, sí lo han hecho, confundiendo eso que el propio pensamiento de Bueno distinguía entre el finis operantis y el finis operis, esto es, entre la pretensión subjetiva del actor y la finalidad objetiva de la propia acción.
En segundo lugar, pretender fundar un verdadero sistema constituye una de las más ingentes y más valientemente emprendidas empresas a contracorriente de nuestra contemporaneidad. Constituye a su vez un enorme intento por devolver a la filosofía al estatus que había ocupado tradicionalmente y que tras la crisis de la Segunda Guerra Mundial, había sido desamparado.
Al mismo tiempo, aún lo es más cuando dicha filosofía se construye tomando como referencia sobre todo, la larga e influyente tradición del español, la segunda lengua más hablada del planeta. Resulta, así pues, bochornoso, que autores ingleses , alemanes, eslovenos o franceses de mucha menor categoría estrictamente filosófica hayan resultado más pregnantes y de mayor calada en nuestro país, y asimismo, que las instituciones culturales españolas no hayan reparado en la importancia que para la cultura y lengua española ha tenido y tiene el materialismo filosófico. El ejemplo más flagrante se sitúa en la constante y vergonzosa oposición por parte de la Fundación Princesa (antes Príncipe) de Asturias, tierra de adopción de Gustavo Bueno desde hace casi sesenta años, la cual pese a sonados clamores para que fuera galardonado con el premio, jamás quiso concedérselo. Hablamos de un premio que ha sido entregado, ya sea en su modalidad de Ciencias Sociales o de Comunicación y Humanidades a “pensadores” como Luis María Ansón (1991), Hans Magnus Enzensberger (2002), Jürgen Habermas (2003), Zygmunt Bauman y Alain Touraine (2010) Martha Nussbaum (2012) o Emilio Lledó (2015), todos ellos respetables, pero cuya obra, en mi opinión, no llega a la altura del materialismo filosófico de Gustavo Bueno.
Sin embargo, y gracias en parte a la decisiva y poderosa orientación de la escuela de Oviedo en las nuevas tecnologías de la comunicación, la presencia del pensamiento de Gustavo Bueno en Hispanoamérica (bien diferenciada para la escuela de la más vaporosa y falsamente progresista «Latinoamérica») está creciendo exponencialmente, constituyéndose seguramente como una de las corrientes de pensamiento más fuertemente extendidas en la América hispana, a la cual el pensamiento de Bueno ha situado como el horizonte hacia el cual mirar, antes que a la Europa unida, dominada por el eje franco-alemán y en lo que los intelectuales denominarían una «crisis de identidad» cada vez más profunda.
En tercer lugar, la furibunda crítica que la izquierda ha disparado contra el materialismo filosófico, denunciando su «giro a la derecha». Resulta a este respecto paradójico que el principal enemigo de la filosofía política de Gustavo Bueno haya sido justamente la socialdemocracia, una corriente de pensamiento que ha hecho de la metafísica progresista su bandera, y que por ello mismo no se para en barras a la hora de enjuiciar, al modo casi similar al de los curas postconcliares (diremos también «panfilistas» por evitar, como han hecho algunos, la ambigüedad del término «buenista» potencialmente asociado a nuestro gran filósofo). Resulta paradójico, decimos, que esta religión socialdemócrata, esta izquierda edulcorada y flotante, liberal y propia de burgueses protestantes de buena conciencia, laica pero repleta de valores y mandamientos universales, que ha sustituido los Mandamientos sagrados por la Ciudadanía democrática, vitupere el catolicismo metodológico y cultural que don Gustavo ha llevado siempre con orgullo y que en gran medida se encuentra mucho más próxima, con sus sabores y sinsabores, de la izquierda definida, podríamos decir, «preconciliar» de esta izquierda dócil y light que parece justificarse en sí misma como una Gracia santificante autodotada, así como nimbada con el dulce veneno de la falsa conciencia. Una socialdemocracia que considera saludablemente democrático renegar de cierta historia (la franquista), y de la religión es una izquierda ignorante que debería aprender de la propia formación teológica, la cual ha mantenido inveterada y permanentemente una merecida y rigurosa atención al marxismo, siquiera porque es preciso «conocer al diablo para combatirlo».
Aún no se ha valorado realmente la importancia que el materialismo filosófico de Gustavo Bueno tiene y tendrá, no sólo para el mundo hispánico, sino incluso –nos atrevemos a decir– para el panorama de la filosofía occidental. Con independencia –o quizás tal vez, debido a ella misma– de su polémica aunque siempre fundamentada posición respecto al aborto, a la pena de muerte al nacionalismo separatista y a su defensa de la nación española, aberrantes para la dictadura de la corrección democrática, Gustavo Bueno ha logrado gestar una auténtica escuela de ubérrima semilla y ha llevado a cabo la tradicional misión que todo auténtico filósofo desde Sócrates a Bruno, desde Aristóteles a Spinoza han practicado con independencia y a la vez siempre en lucha con las corrientes en boga: fundamentalismos (sean cuales sean, como hoy día el democrático) y doctrinas impuestas. Frente a todo ello Gustavo Bueno ha impuesto la valentía de un pensamiento filosófico potente y fértil que solo el tiempo, como suele siempre suceder, pondrá en su lugar.
Por los caminos de Asturias
José Ignacio Gracia Noriega
Una tarde serena y dos mañanas de sol
La Nueva España · Oviedo, sábado 13 de agosto de 2016 (Suplemento Oviedo, pág. 8)
El papel de una selva convertida en jardín en la etapa más productiva de Gustavo Bueno
Era una tarde serena de un agosto casi otoñal. El viento apenas corría entre lo que había sido un cueto selvático civilizado por el esfuerzo y el entusiasmo botánico de Carmen Sánchez Revilla y de sus hijos, otro de cuyos resultados fue que uno de ellos, Álvaro, se hiciera botánico.
La primera labor civilizadora es el desbrozamiento, ganar terreno al bosque, a la selva y a la maleza. Era ésta la labor de los monjes de los primeros tiempos. Reinando Fruela, Máximo y Fromestano encuentran un valle ancho, protegido de los vientos del Norte por el monte que hoy llamamos Naranco y al fondo las cumbres nevadas de la sierra del Aramo. El lugar era excelente para una fundación, según el P. Carvallo asentado “en una de las sierras que desgajándose de los puertos y montañas de Europa entra por Asturias, llevando a un lado el río Nalón y al otro el de Siero, haciendo una degollada en donde llaman Lavapiés y los arcos que viene a la ciudad de Oviedo y se vuelve a empinar por Picotuerto y Naranco, que como dicen los cosmógrafos, está casi en medio de Asturias”.
Alfonso II el Casto, hijo del rey Fruela, asesinado en Cangas de Onís, después de unos años de que la Corte surgida en las montañas fuera errante, de Cangas de Onís a las orillas del Nalón con el rey Aurelio, y río abajo en Pravia, donde reinaron reyes de corto impulso hasta que Alfonso, también errante durante aquellos tiempos tumultuosos, instala de manera definitiva la Corte en Oviedo, a la manera de Toledo, instaurándola en “ciudad imperial”, hecho reivindicado con energía por Gustavo Bueno: “Oviedo nace y se constituye con Alfonso II como ciudad imperial. Este impulso se mantiene aún a lo largo de todo un siglo, el siglo IX: Ordoño interviene en acciones como la de Talamanca y casa a su hija con un rey de Pamplona; pero la plenitud del proyecto tiene lugar con Alfonso III el Magno, que llega a adoptar la cruz latina con el emblema de la leyenda del emperador Constantino. ‘In hoc signo vinces’”. Más antes de que Oviedo fuera ciudad imperial, fue selva, y la selva hubo ser desbrozada. El paso previo a la civilización era ganar terreno a la selva.
De manera que los monjes iban siempre precedidos de desbrozadores; o lo eran ellos mismos. Henri Vicenot escribió una extraña novela titulada Las estrellas de Compostela, cuyos, personajes son los “rozadores” que se ocupaban de conseguir, marchando hacia la puesta del sol, que el gran bosque europeo se abriera a campos de cultivo y a rutas de comunicación. Que fue lo que hicieron los Bueno en el cueto de Niembro sobre el que Carmen había puesto su mirada desde que veraneaba en Barro en su juventud.
Sobre el cueto rocoso y selvático levantaron los Bueno su casa y convirtieron los alrededores en un jardín: el jardín en el que don Gustavo realizó la parte más productiva de su obra. Pues en la biografía publicada de don Gustavo hay dos fases claramente diferenciadas: en la primera es el filósofo académico, el socrático que sólo emplea la palabra, durante la cual recibe las críticas de quienes le reprochaban que apenas publicara; durante la segunda fase, en la selva que fue transformada en jardín, publica una avalancha de libros, artículos, hace declaraciones, etcétera, dando lugar a que quienes le criticaban que hubiera publicado poco, ahora le criticaban que publicara demasiado. Más aquellas obras nuevas que suceden a la fundamental El animal divino, como España frente a Europa (en la que vuelve a pronunciar en voz alta la palabra “España”, que los pocos que se atrevían a nombrarla lo hacían en voz baja), La fe del ateo, El mito de la felicidad, El mito de la izquierda, El pensamiento Alicia...
Quien había definido el mito con todo rigor se ocupaba ahora de desmontar los nuevos y falsos mitos de unas tendencias políticas y de un subproducto de la literatura popular como es el planteamiento “en serio” de la felicidad. Estas obras fueron escritas frente al magnolio, al verdor del bosque que rodea el jardín y a las montañas que asoman por encima de las copas de los árboles.
No había movimiento en el jardín porque la muerte marca un ritmo muy lento a la marcha del tiempo. Algunos familiares, el fiel Tomás, unos paisanos y amigos de Posada, hablaban en voz baja, acentuando el aspecto fantasmagórico de la escena, y Nilo, el perro cojo, iba de un lado para otro como si notara que algo raro sucedía, como si sintiera la muerte. Don Gustavo enseguida explicaría que los animales están más cerca de la naturaleza que los hombres: por lo que para ellos la muerte es un fenómeno natural, y la naturaleza no tiene misterios para quien vive dentro de ella.
Al día siguiente lució el sol sobre un cielo azul sin nubes, cosa rara en esta tierra. Los días anteriores habían sido otoñales en el centro del verano. El jueves fue de cielos nacarados, blancos y quietos, como los cielos del Norte que se perciben en Los trabajos de Persiles y Segismunda, la última gran novela, la que Cervantes escribió a las puertas de la muerte, “puesto ya el pie en el estribo”. Después del mediodía entró el agua y llovió toda la tarde. Durante la noche murió Carmen plácidamente, mientras dormía. Don Gustavo no tuvo conocimiento de que se había ido antes que él. Se encontraba ensimismado frente la oquedad inmensa. Carmen yacía tranquila y sin ninguna alteración en el rostro en la parte más luminosa de la biblioteca mientras arriba don Gustavo escuchaba los pasos de la muerte.
La despedida de Carmen, entre palabras de recuerdo y enaltecimiento de los hijos, lectura de textos sobre la biografía de la abuela por parte de los nietos y el adagio de la primera Sonata en Sol Menor de Bach interpretada al violín por otra de sus nietas, tuvo un aspecto, si no alegre, al menos no fúnebre. Como explicó Gustavo, aquella era una ceremonia que no podía ser calificada de civil en lo que tiene de oposición a la ceremonia religiosa, sino “familiar”, a la que se unieron algunos amigos. Bajo el magnolio, Carmen escuchó los últimos ecos del mundo, mientras Nilo se acercaba a la caja, sorprendido, tal vez, de no encontrarla entre los presentes. En el interior de la casa, don Gustavo prolongaba efímeramente la separación.
Al día siguiente, cuando se levantó la niebla, volvió a lucir el sol sobre un cielo azul, limpio de nubes. Don Gustavo llevaba varios días postrado, sin levantarse, sin tener conocimiento de la pérdida, porque en realidad no había perdido nada: él iría detrás, más aquella mañana de sol su estado crítico infundió algunas esperanzas, incluso le levantaron y le sacaron a la terraza que domina el jardín y la espesura. Allí murió rodeado de sol y de la fragancia de las flores. Nada se movía en el aire. Marchó suavemente, como Carmen había marchado en el sueño. Ahora ella le esperaba en Santo Domingo de la Calzada, su lugar de nacimiento y de enterramiento, principio y fin del mayor filósofo español de esta época. Así hemos perdido a un gigante, entre la hierba, el sol y las flores. Bajo el magnolio.
Ésta es la historia terrible y serena de una tarde apacible y de dos mañanas de sol.
Fernando G. Toledo
Adiós a Gustavo Bueno: el Platón de nuestros tiempos
Los Andes · San Martín, Mendoza, sábado 13 de agosto de 2016
El español creó el materialismo filosófico, un sistema cuya brillantez lo pone a la altura de los grandes de la historia. Lejos de quedarse en el ámbito académico, el filósofo también se metió “en el barro”, fue un gran polemista político y hasta se atrevió a filosofar sobre Gran Hermano.
La historia está hecha de pasado. Esto suena a verdad ridícula, por lo flagrante, y sin embargo toma relevancia cuando sucede lo inusual: cuando uno descubre, recién instalados, los cimientos sobre los cuales grandes edificios habrán de levantarse.
La muerte, el domingo 7 de agosto, del filósofo español Gustavo Bueno (1924-2016) nos pone frente a este espectáculo: el de haber sido contemporáneos de un hombre del que van a hablar las próximas generaciones. Haber vivido en los tiempos de Bueno es como haber sido contemporáneo de Platón.
La estela del pensamiento de Bueno comenzó, para muchos, en 1970, cuando la editorial Ciencia Nueva de Madrid publicó un libro titulado El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Pocos acaso podían predecir que era el primero de una serie que iba camino a la construcción paulatina de un sistema filosófico con pocos parangones: una elaboración que iba a poner a Bueno a la altura de titanes filosóficos como Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel o Marx.
El materialismo filosófico
Dos años más tarde de su “ópera prima”, Bueno iba a publicar Ensayos materialistas, un portento de 470 páginas que sentaría las bases ontológicas de su filosofía, y que en ese libro, ya se autoimponía un nombre: el “materialismo filosófico”. Allí Bueno establecía, contra el materialismo dialéctico vigente y contra todos los espiritualismos, una nueva manera de entender la materia.
Su descubrimiento –así lo llamaba el mismo filósofo–, era que había dos planos: el de la materia general (indeterminada) y el de la materia especial (mundana). Esta última está compuesta por tres géneros que conforman el “aspecto del mundo”: la materia física (M1), la materia psicológica (M2) y la materia ideal o esencial (M3).
Esa pluralidad de la materia era un hallazgo brillante, que hacía derrumbar el gran ingrediente metafísico (en sentido peyorativo) de otras filosofías: el monismo. Porque, decía Bueno inspirándose en la symploké de Platón, ni todo está relacionado con todo (monismo) ni todo está desconectado de todo. Y es gracias a eso que podemos conocer el mundo.
Un portentoso sistema
Ya puesta la piedra basal, ontológica, Bueno avanzó hacia la gnoseología, y lo hizo con su brillante y monumental “teoría del cierre categorial”, que es una lección contra las baratijas pseudofilosóficas de muchos fundamentalistas científicos.
Luego, el filósofo siguió por la antropología, con notables artículos y libros, entre los que destaca una filosofía de la religión que aún sorprende, y que pone el origen de lo religioso en los “númenes” bestiales, algo que se entiende con la fórmula: “El hombre creó a Dios a imagen de los animales”.
La obra que contenía ese estudio (El animal divino) se completó luego con otras como Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión y La fe del ateo. Dio con ellas, también, una definición de su ateísmo que descolocó a los incautos, ateos y creyentes por igual.
Bueno siguió trazando arquitectónicamente su sistema, y también abarcó la ética (destacan sus libros El sentido de la vida y El mito de la felicidad), la economía y la estética. Y, por supuesto, también se metió con la política, dejando como principales, entre muchas, dos obras en espejo: El mito de la izquierda y El mito de la derecha. En ellas deja en claro, con su célebre capacidad trituradora de conceptos, que hoy en día la distinción derecha-izquierda carece de sentido.
Un filósofo en el barro
La imagen que podemos hacernos de Gustavo Bueno con este esbozo podría ser la de un “intelectual” (palabra que le repugnaba), que desde su torre de pensamiento pontifica contra la especie humana. Nada más alejado de la realidad.
El filósofo, que había nacido en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) y estudiado en su ciudad, en Zaragoza y en Madrid, había comenzado como profesor de un instituto secundario de señoritas en Salamanca. Pero luego ganó una cátedra en la Universidad de Oviedo (Asturias), donde se instaló para siempre, y desde donde irradió su obra y creó su escuela, que hoy tiene seguidores diseminados por el mundo.
En Oviedo también, vivió episodios que mostraron su entereza. Allí fue perseguido por el franquismo, que lo consideraba “marxista”. Allí bajó una vez a las profundidades de la tierra para dar un discurso memorable a los mineros asturianos. Allí sufrió atentados de la “izquierda” y de la “derecha” (le arrojaron un bote de pintura una vez que por poco lo deja ciego). Allí también forjó discípulos que comenzaron a ramificar su filosofía. Allí fundó y dirigió publicaciones, como la notable El Basilisco.
Pero, como decíamos, Gustavo Bueno jamás le rehuyó al combate cuerpo a cuerpo con las cuestiones candentes de la actualidad. Así, se dedicó a hablar nada menos que del programa Gran Hermano y a participar de tertulias televisivas que muchos españoles hoy recuerdan, dada la vehemencia, claridad y el carácter polémico de lo que Bueno era capaz de volcar en un medio tan repelente a la filosofía como la pantalla catódica.
Esa presencia mediática fue a veces vista con desconfianza. No por nada un colega le protestó una vez al riojano que “trivializara” a la filosofía llevándola a la TV. Bueno le dio una respuesta memorable: “¿Y cuántos teoremas has demostrado tú mientras tanto?”.
Con esas apariciones televisivas –y con artículos que dejaban muchas veces “heridos ideológicos” a diestra y siniestra– el filósofo alcanzó una fama popular que le granjeó enemigos y admiradores.
Entretanto, como a hombre de dos siglos, le tocó convivir con nuevas tecnologías. Y fueron estas las que algunos de sus seguidores (especialmente su hijo, Gustavo Bueno Sánchez) utilizaron para comenzar a difundir su pensamiento. Establecida una fundación que lleva su nombre a poco que le llegó una jubilación forzada por cuestiones ideológicas, la obra de Bueno empezó a difundirse en la red con revistas digitales como El Catoblepas y con la difusión de numerosas de sus obras y videos didácticos del propio filósofo.
El legado de un gigante
Esa difusión de su obra es la que patentiza, como nunca, la potencia y la potencialidad, valga el juego de palabras, que su filosofía encierra. Sucede que el materialismo filosófico tiene tal capacidad “lumínica” que se asemeja a una herramienta, a un cincel, a un microscopio o a un martillo.
Con él se trabaja para avanzar sobre lo pedregoso del mundo de las ideas. Con él también se pone en evidencia a ciertas concepciones delirantes y divagantes de la filosofía contemporánea, muchas de las cuales ocupan con ocio autosatisfactorio las cátedras universitarias.
Como a todo individuo finito, la muerte biológica hubo de llegarle a Bueno, y esto sucedió a sus 91 años, cuando aún continuaba trabajando, escribiendo y polemizando con la misma lucidez de siempre. Su muerte llegó a los dos días del fallecimiento de su esposa. Ese gesto, involuntario quizá, mostró que “nada de lo humano le era ajeno”. Ni siquiera el amor, o más bien, el dolor que el amor ausente causa.
Con el punto final de su vida, la obra de Bueno queda en evidencia, como un legado. Un legado al que ni siquiera le hace falta esperar que corra el río de la historia. Es tan contundente que nos dice a gritos que con él ha muerto no ya el filósofo más importante de la lengua española (sí, más que Balmes, que Unamuno, que Ortega y Gasset): con él ha muerto el Platón de nuestro tiempo.
José Manuel Otero Novas
Materia, espíritu y Gustavo Bueno
Faro de Vigo · Vigo, sábado 13 de agosto de 2016, pág. 34.
La Nueva España · Oviedo, domingo 14 de agosto de 2016, págs. 36-37.
El dilema materialismo/espiritualismo a propósito de la muerte del filósofo
La distancia entre Gustavo Bueno y la Religión era grande y muy reflexivamente establecida. No creía en Dios ni en el Espíritu, porque su razonar le conducía a la Materia. Pese a ello, desde el campo del cristianismo somos muchos quienes le admiramos. Cumplía el deber ético del ser humano de buscar la verdad y esa verdad que él iba descubriendo la comunicaba a todos quienes quisieran oírle o leerle. Estaba en las antípodas de tantísimos dirigentes actuales en Occidente, políticos, culturales y sociales, nihilistas por vacío de ideas.
Cierto es que se trataba de un ateo singular. Uno de sus muchos e importantes libros se tituló La Fe del Ateo; y él solía presentarse como “ateo católico”. Tenía un conocimiento profundísimo del Tomismo y en general de la Religión católica. Cuando un oyente suyo se permitió referirse despectivamente a la escolástica, Gustavo le imputó ignorancia sobre los muy elevados frutos intelectuales que dicho sistema produjo durante siglos. Yo fui invitado a hablar del Humanismo Cristiano a un Congreso que organizó en Gijón con sus seguidores de diferentes partes del mundo, quizá todos ateos; y cuando concluí mi conferencia, la primera intervención de los oyentes fue la del propio Gustavo quien, dirigiéndose a sus discípulos, les dijo que no creyeran que mis tesis eran el resultado de una adaptación de los principios cristianos a las realidades del momento, pues podía asegurar que ya las venía oyendo a la Iglesia desde su juventud, durante lo más oscuro de la Dictadura.
Fundó una Escuela de Materialismo Filosófico, que se multiplica con otros grupos magníficos, como un Nódulo Materialista que, en el Centro Riojano de Madrid, en Abril de 2008, nos invitó a él y a mi para debatir acerca de materialismo y espiritualismo; naturalmente él encarnaba la postura materialista y la organización me consideró a mi como espiritualista. Fue un debate de unas tres horas que se subió a la Red; y no debió ser muy malo porque el salón estaba lleno y durante el debate solo vi salir a mi mujer que tenía que cambiar el aparcamiento del coche.
Situado en aquel estrado como abanderado del espiritualismo frente a un materialista, hube de comenzar manifestando que el cristianismo no repudia la Materia; no cabe confundir la doctrina con las poses “desviadas” de algún militante; ni dejarse llevar por la apologética adversa; ni olvidar que el cristianismo, aun siendo radical no es extremista y distingue entre preceptos generales y caminos de perfección voluntarios, rechazando los intentos recurrentes de dictaduras de la virtud.
Antes al contrario, el cristianismo afirma que la Materia ha sido creada por Dios, es divina en su origen; el odio o el desprecio cristiano por la Materia es por ello incoherente; tanto más cuanto que Dios eleva la Materia hasta su altura, entró personalmente en ella haciéndose Hombre, permanece en el pan de la Eucaristía, resucitará a los muertos con sus mismos cuerpos e imprime una ley natural en el Cosmos, es decir en la Materia.
Yo puse esos ejemplos de lo que se en cuestiones religiosas, que no es poco para un laico. Pero entonces Gustavo Bueno, lejos de llevarme la contraria, con su impresionante erudición apuntaló mi tesis con muchos más testimonios de la Teología Católica en favor de la Materia.
La cuestión materia/espíritu no puede ser despachada con superficialidad. No cabe atribuir al cristiano la idea infantil de que el Espíritu sea una Materia bis, un soplo o un aire interior. Afirmar la existencia de algo inmaterial siempre será costoso, pero creo que negarla no entra en la capacidad cognitiva de los humanos. Y como yo carezco de una definición precisa e indiscutible del Espíritu, es fácil que cuando un materialista se declara incompatible con el Espíritu, no lo sea con lo que yo entiendo o intuyo como tal.
Los materialistas, cuando con Aristóteles admiten la posible eternidad de la Materia, se colocan en la misma frontera de la Religión, al menos del Panteísmo. Y no dejan de admitir que la Materia, en su concreción humana, llega a un punto álgido que es la conciencia, fenómeno sublime aunque esté ligado a la química neuronal. Por lo mismo que Richard Dawkins, con un materialismo mucho menos fino que el de Gustavo, dice que el egoísmo del gen humano llega a segregar altruismo. Y si ello es así, en la lógica materialista, aplicando el viejo principio de que la Materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, tales puntos superiores de la Materia han de subsistir en el Cosmos, de algún modo, incluso tras la muerte del hombre que los ha vivido. Esos pensamientos, o sentimientos, en si mismo sublimes y que de algún modo se inmortalizan, poseen caracteres básicos del Espíritu cristiano.
Yo no busco sincretismos con el muy potente pensamiento de Gustavo; admito con naturalidad los pensamientos diferentes o antagónicos. Pero tampoco quiero que por pereza o falta de suficiente profundidad se nos coloque en una irreductible incompatibilidad. Dije entonces, sin que Gustavo se mostrara contrario a mi deseo, que por ahí, o por otras vías, podría llegar a producirse una conexión entre materialismo y espiritualismo; siempre que materialistas y espiritualistas, unos y otros, huyamos del simplismo dogmático.
Debo manifestar muy complacido que el materialismo de Gustavo Bueno no era simple ni dogmático. Es conocido el episodio de su discusión con Severo Ochoa, recordado estos días por Javier Neira. Gustavo Bueno se opuso, incluso con vehemencia, al materialismo fácil de Ochoa, para quien “todo es química”; si todo fuera química las grandes obras valdrían lo mismo que los textos fatuos.
Y Gustavo Bueno, en su imborrable lección final, nos ha mostrado la Materia alcanzando un nivel que podemos calificar de espiritual; tras haber mantenido una fidelidad positiva y constante a Carmen, su mujer, los últimos años incapacitada, cuando su compañera falleció, desoyendo mi ruego y consejo que acaso no llegó a leer, dejó de luchar, se abandonó y en definitiva murió de amor; un sentimiento que quizá para él se ubicaba en las cimas de la Materia, pero que para mí, aunque surja de la Materia, entra ya en las nieblas del Espíritu.
José Manuel Otero Novas, Exministro.
vita brevis
Francisco Sánchez
Panegíricos, elegías, pésames y rebuznos
La Nueva España · Avilés, domingo 14 de agosto de 2016, pág. 8.
Las reacciones a la muerte de Gustavo Bueno
A lo largo de la semana se han vertido en los periódicos y demás medios diversas necrológicas y numerosos obituarios con ocasión de la muerte de un individuo que, según la clasificación de Lineo, pertenecía al orden de los primates y a la especie y subespecie del “homo sapiens sapiens”. Naturalmente que no era esta la razón de todas esas manifestaciones luctuosas, sino porque con la desaparición de ese cuerpo físico humano había fallecido una persona que, por su condición doblemente sabia, los alemanes mencionarían como el profesor doctor don Gustavo Bueno Martínez. Es que las personas no mueren, sino que fallecen, porque su memoria y su legado permanecen, como en este caso acontece de forma ingente y descomunal.
Era lo esperado que los colaboradores, discípulos y seguidores del difunto escribieran artículos con discursos panegíricos de elogio contenido del que fuera su maestro exigente y generoso. Al profesor ido le deben el despertar de sus mentes a todo un sistema filosófico que destruye y tritura las ideas para estudiar sus despojos y, una vez investigados estos, los recompone para dar sentido y utilidad a esas ideas. Lógica su alabanza, porque gracias a él salieron de las ataduras de la caverna, en la que solo apreciaban las imágenes que se reflejaban del exterior, y así han conocido el mundo material y geométrico en el que viven.
No todos los que profirieron alabanzas al filósofo fallecido fueron de los que quisieron, supieron o pudieron pasar por el trance de darle la vuelta a su cerebro, como si fuera un calcetín o un pulpo. Pero los había que fueron testigos de sus conocimientos desmesurados e incontrovertibles, de su personalidad atractiva y sorprendente, y de su humor cáustico y pedagógico.
Estos personajes elogiaron esas reconocidas virtudes en elegías, como la de Miguel Hernández a Ramón Sitgé: “No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta, / no perdono a la muerte ni a la nada”. Un sinfín de autoridades y cargos de todo tipo se sumaron a los lamentos mediante breves pésames con halagos obligados, no fuera a ser que, de no hacerlo, quedaran de poco leídos y escribidos. Además la ocasión la pintaban calva, que no se puede desdeñar la oportunidad de salir en los papeles, sobremanera si es con un retrato.
No hubo ningún exabrupto en los periódicos. Pero, desde la cobarde oscuridad de las redes sociales, también se vomitaron algunas diatribas contra el filósofo, mayormente tildándole de fascista, como otrora le insultaron llamándole rojo. Son estos calificativos muy socorridos por quienes ven el mundo en una sola dimensión y en blanco y negro. La verdad es que no merece la pena criticar los rebuznos. Es el ínfimo lenguaje de los burros.
Sergio Pérez González
La muerte de un filósofo
La Rioja · Logroño, domingo 14 de agosto de 2016, pág. 24.
«Bueno, tras sus intensos itinerarios bibliográficos, repartía estopa al más pintado, sobre todo a esos nombres institucionalizados sobre los que se construía el mito de turno: le arreó a Einstein, a Hawking, a Sartre, a Obama o al Papa Francisco»
Cuando le preguntaron por su propia muerte, Bueno respondió que el día en que muriera no pasaría nada. Solo era un modo de esquivar los riesgos que el idealismo proyecta sobre la hora fatal, un modo de espantar la tentación espiritualista que cree salvarnos de la degradación material. Porque, en realidad, han pasado cosas. Supongo que Severo Ochoa le diría que, con su muerte, lo único que pasa es que el oxígeno ya no regenerará sus células y blablablá, pero el filósofo materialista se daría la vuelta pensando que es idiota, como ya hizo alguna vez (hay que serlo, en su sentido etimológico, para mantener la tesis de que todo es química).
Con Gustavo Bueno se va una complejidad comunicativa que trasciende todos los obituarios; se va su capacidad para observar el mundo, para conceptuarlo y para ordenar esos conceptos (quedan, eso sí, sus libros y gigas de argumentos en la nube, que es una suerte de trascendencia tecnológica). Esa ha sido la labor del filósofo que, como Platón, como Tomas de Aquino, dedicó su obra a combatir sofismas y ocurrencias, aunque desde la demostración de relaciones materiales y desde la estabilización de un sistema que las recogiese. Y ese no era buen negocio.
En estos tiempos de pensamiento fugaz y tweets, la supervivencia editorial la garantizan recorridos epidérmicos por ideas rutilantes, brochazos y poses. Por eso algunos reducen a Bueno a sentencias excéntricas, insoportables para las democracias homologadas. Pero el filósofo, que probablemente conectaba con el gran público a golpe de disputa (Bueno concedía beligerancia al más chiflado, como debe ser), no dedicó su obra a ello: los Ensayos materialistas, El animal divino, El mito de la cultura o El mito de la izquierda son rocas conceptuales de una solidez y densidad que le blindan frente al mariposeo postmoderno, que, desprendido de todo sistema estable, habla de todo para no decir nada.
Y es que Bueno decía cosas concretas, porque cumplió a rajatabla la exigencia platónica para entrar en la Academia: «No entre aquí quien no sepa geometría». Y así fue que el calceatense solo aupaba significados a su sistema filosófico tras leer a Aristóteles, Agustín de Hipona o Spinoza, pero también a los físicos, politólogos o sociólogos más autorizados, que le daban cierta pauta de conocimiento del mundo a través de las diversas disciplinas en las que se condensa su complejidad material. La filosofía no es la madre de todas las ciencias, decía, sino su hija. Solo hay filosofía cuando se saben cosas del mundo, y se proponen nuevas relaciones en el mundo cuando se filosofa con las trascendencias conceptuales de cada disciplina, de cada cierre categorial. Por eso Gustavo Bueno leía y hablaba sobre historia, religión, música, física o, claro, geometría: solo de la crítica de sus tecnicismos podía salir la filosofía.
Y así era que Bueno, tras sus intensos itinerarios bibliográficos, repartía estopa al más pintado, sobre todo a esos nombres institucionalizados sobre los que se construía el mito de turno (mitos que forjaban los fundamentalismos): le arreó a Einstein, a Hawking, a Sartre, a Obama o al Papa Francisco. Porque pensar, decía el filósofo, es pensar en contra; no hay otro modo de decir una palabra interesante.
Gustavo Bueno dedicó gran parte de su actividad intelectual a defender lo impopular, cada época tiene su fundamentalismo ideológico que asfixia alternativas, y en cada época el filósofo abogaba por la complejidad material que auspiciaba escapatorias intelectuales: explicó marxismo a los mineros durante el franquismo, se desgañitó en platós poniendo en su sitio a curanderos sacaperras, fue atacado por maoístas tras defender a la URSS en tiempos neoliberales, exigió la pena de muerte o aun la guerra de Irak frente a humanistas escandalizados... Supongo que, si se ha encontrado con Dios, le estará discutiendo su existencia con buenos argumentos.
Sergio Pérez González, Profesor del Departamento de Derecho de la Universidad de La Rioja.