Idealismo en el Diccionario apologético de la fe católica (original) (raw)

“Se llama así, dice M. Franck (Dict. des Sc. phil., art. Idealisme) las doctrinas filosóficas que consideran la idea ya como principio del conocimiento, o bien como principio del conocimiento y del ser a la vez. ¿Es la idea una simple condición, una forma absoluta del pensamiento, de tal modo, sin embargo, que haya una cierta conexión entre el pensamiento y su objeto, y, por tanto, entre la idea y el ser? ¿O bien no es más que una simple forma lógica y subjetiva, que no traspasa los límites del pensamiento y no afecta al ser y a la realidad de las cosas? ¿O es, finalmente, lo que constituye la esencia misma de las cosas, confundiéndose, por consiguiente, con el ser, con la realidad? He aquí las tres maneras como puede ser concebida la idea, y que han dado origen a los tres grandes sistemas que resumen todas las formas del idealismo: el idealismo mitigado de Platón, el idealismo subjetivo de Kant, y el idealismo absoluto de Hegel.”

Nosotros no trataremos aquí sino de los idealistas contemporáneos que, como Stuart Mill o M. Vacherot, hacen consistir la esencia y toda la realidad de los seres materiales, o de Dios, en la idea subjetiva, es decir, en la sensación, o en el concepto que de ella tenemos en nosotros mismos.

I. Idealismo sensualista de Stuart Mill

Berkeley es bien conocido en el mundo filosófico por haber negado en el siglo pasado la existencia de los seres materiales, pretendiendo que nuestras sensaciones son puros estados de conciencia, sin que exista en el mundo sensible el objeto que nosotros creemos percibir. Este idealismo tiene aún sus partidarios, y el filósofo que nos parece lo ha defendido con más habilidad es Stuart Mill.

Stuart Mill pertenece a la escuela asociacionista. (Véase el artículo Asociacionismo.) Según esta escuela, todos nuestros conocimientos se forman: primero, con ciertos datos primitivos de la conciencia; y segundo, con otros datos formados en virtud de las leyes de la asociación de ideas. A esta categoría de nociones formadas según las leyes de la asociación, pertenecen las ideas de materia y de espíritu. Según esto, las tales ideas no son simples, ni percibidas por una intuición inmediata de la inteligencia; son complejas, por el contrario, y resultan de la asociación inseparable e indisoluble de ciertos datos, de los cuales unos, los que forman la idea de espíritu, tienen los caracteres de los fenómenos espirituales, mientras que otros, los que producen la idea de materia, tienen los caracteres de los fenómenos materiales. Además, según la misma teoría, nosotros atribuimos una realidad objetiva a los resultados constantes de la asociación, o de otro modo, al conjunto de fenómenos que se asocian en nuestra conciencia de una manera indisoluble. Así es cómo nos persuadimos de que existen substancias, y en particular de que existe una substancia espiritual en nosotros, y substancias corpóreas fuera de nosotros; pero en realidad no hay substancia alguna, ni en nosotros, ni fuera de nosotros; no existen sino fenómenos que se suceden según leyes diversas. (Véase la palabra Positivismo.)

Stuart Mill comparte sus teorías con Herberto Spencer; pero véase en qué difiere uno de otro. Herberto Spencer admite la existencia del mundo exterior. Juzga, en efecto, que sólo esta existencia puede explicar el origen de nuestra noción de los fenómenos materiales, tan diferente de la de los fenómenos espirituales. Stuart Mill rechaza esta existencia, que, en su sentir, nadie ni nada es capaz de demostrar. Según él, nuestros estados de conciencia pueden dividirse en dos categorías: aquellos en que creemos percibir nuestros pensamientos, y aquellos otros en que creemos percibir cuerpos o seres corporales; pero no hay que buscar la razón de esta diferencia fuera de los mismos fenómenos psíquicos, o sea de nuestras sensaciones.

En efecto, ¿cómo concebimos la materia? Como algo que continua existiendo independientemente de nuestras sensaciones; como algo que existía ya antes de que nosotros pensáramos en ello, y que continúa existiendo aun después que ha ocupado nuestro pensamiento; como algo que producirá en mi yo la misma sensación cada vez qué experimente la del lugar en que, el objeto se encuentra. “Yo veo un pedazo de papel blanco sobre una mesa, dice M. Ribot interpretando esta teoría (La Psycologie anglaise contemporaine, tercera edición, pág. 151), paso a otra habitación y ya no lo veo; sin embargo, estoy persuadido de que el papel está allí siempre, y que si yo entrase de nuevo en la habitación lo vería todavía. Yo creo que Calcuta existe aunque no la veo, y que existiría aun cuando todos sus habitantes muriesen de repente. Analizad esta creencia, y veréis que se reduce a esto: si yo fuese transportado súbitamente a orillas del Hougly, experimentaría sensaciones que me inducirían a creer que Calcuta existe. En estos dos casos (y todos tienen aquí cabida) mi idea del mundo exterior es la idea de sensaciones actuales o posibles. Estas diversas posibilidades llegan a ser para mí en el mundo una cosa de importancia. Nuestras sensaciones presentes son, por lo general, de poca importancia y fugitivas; las posibilidades, por el contrario, son permanentes.” De donde infiere Stuart Mill que la idea de posibilidad permanente de sensaciones es la misma que la de substancia material. Como la idea de posibilidad es un fenómeno psíquico que puede formarse en nuestra alma del propio modo que se forman nuestras ideas de las cosas espirituales, colige de aquí que la existencia del mundo exterior no es necesaria para darnos cuenta de la idea de materia, y así que el mundo exterior no existe. “La materia, pues, dice (ibid., pág. 153), puede definirse: es una posibilidad permanente de sensaciones. Si se me pregunta si yo creo en la materia, yo preguntaré si se acepta esta definición. Si se acepta, creo en la materia; y así hacen todos los discípulos de Berkeley. De otro modo, no creo en ella. Y afirmo confiadamente que esta idea de la materia encierra todo el significado qué se le atribuye en general, aparte de las teorías filosóficas ó teológicas.”

Esta explicación de nuestras sensaciones no puede considerarse como satisfactoria. En efecto, si fuese exacta nosotros volveríamos a ver siempre los mismos objetos en los mismos lugares y en las mismas circunstancias; yo vería siempre sobre mi mesa de despacho el papel que allí he dejado. Ahora bien; esto es contrario a la experiencia, pues me ocurre con frecuencia que experimento gran sorpresa al encontrar, en sitios que ya he visto otras veces, objetos que no había percibido al pronto. Otras veces, por el contrario, busco en vano el papel que creía haber dejado sobre la mesa, y no me explico su desaparición. Hay, pues, necesidad de admitir la existencia real de un mundo exterior para explicar nuestras diversas sensaciones. La teoría idealista de Stuart Mill es, por consiguiente, insostenible, y esto aun cuando se admita con él el asociacionismo y el fenomenismo. El lector verá además, en el artículo dedicado al Asociacionismo, que este sistema es falso, porque supone que nuestro pensamiento se compone exclusivamente de sensaciones y de grupos de sensaciones.

Sólo hay una filosofía que de una solución satisfactoria a estos problemas fundamentales, y es la que atribuye a una facultad distinta de los sentidos la inteligencia y la razón, el poder de conocer con certeza la esencia de las cosas, la substancia y la causa de las mismas, y que al propio tiempo reconoce a los sentidos el poder de manifestarnos con certeza los cuerpos que constituyen el mundo material. Según esta filosofía, que se halla de acuerdo con el sentido común, la existencia del mundo exterior es cierta, toda vez que nuestros sentidos la perciben con plena evidencia.

II. Idealismo de M. Vacherot

Réstanos hablar del idealismo que hace de Dios una simple idea. Hegel consideraba la idea como el fondo del universo, en el cual, al ser entendida, se manifiesta y se desarrolla. Dios, pues, según él, es el ideal que el mundo se afana por realizar incesantemente, y que nunca, sin embargo, llega a conseguir por completo. Este Dios podrá no existir nunca, pero estará siempre en vías de existir. No nos detendremos nosotros a discutir esta teoría, que ya hoy no tiene defensores, a menos que se la confunda con el evolucionismo, que se refuta en otra parte. (Véase esta palabra, e igualmente la palabra Panteísmo.)

Pero no podemos pasar en silencio la doctrina que M. Vacherot exponía no ha mucho todavía. Esta doctrina distingue lo que Hegel había confundido; en vez de presentarnos a Dios como un ser-nada, nos pone en la alternativa de elegir entre un Dios imperfecto realizado en el mundo y un Dios perfecto que no existe sino en nuestro pensamiento.

M. Vacherot, a pesar de reconocer las imperfecciones del mundo, estima que no es contingente sino en apariencia, que a la razón se revela como necesario, y que, por tanto, si se presenta a nuestra imaginación en la forma de un efecto contingente, en el fondo es causa, y causa absoluta. ¿Cómo M. Vacherot prueba una tesis tan singular y atrevida? “En ninguna parte, hace notar M. Caro (L'idée de Dieu, séptima edición, pág. 241), presenta una demostración de esta tesis. La afirma de mil modos diferentes. Es como el postulado de todo su sistema. ¿Podrán tomarse como argumentos sus repetidas afirmaciones?” Por otra parte, M. Vacherot opina que el Dios perfecto concebido por nuestro entendimiento no puede tener la realidad y la individualidad de los seres que nosotros percibimos. Concluye de aquí que es imposible que exista fuera de nuestro pensamiento. Otra afirmación no menos desprovista de pruebas que la primera; porque si los seres reales que nosotros conocemos directamente por nuestros sentidos externos o nuestro sentido íntimo son todos perfectos, no se sigue de aquí que sea incapaz de realidad el ser perfecto concebido por nuestro espíritu. Como observa M. Janet (La crise philosophyque), “se ha podido disputar a los cartesianos que la existencia fuese una perfección; sería muy extraño, sin embargo, que fuese una imperfección. Después de todo, ser es mejor que no ser.” En otros términos: Sería necesario que la existencia fuese una imperfección para que lo perfecto no pudiese existir; ahora bien, ¿no es evidente que existir es mejor que no existir? ¿No es evidente, en consecuencia, que el ser perfecto puede existir? Aquellas dos proposiciones, sin embargo, con ser tan erróneas, son las que sirven de apoyo a M. Vacherot para afirmar que el mundo imperfecto es el único real, y que el Dios perfecto no vive sino en nuestra mente. Según esta doctrina, en el mundo que progresa sin cesar se encuentra un Dios en potencia, y el Dios en acto hay que buscarlo en el ideal sin realidad. “Lo infinito, dice M. Vacherot (La Métaphysique et la science) es real, vive en el universo, en el mundo de la naturaleza y del espíritu; mas los caracteres propios de la Divinidad, la belleza, la harmonía, la virtud, la sabiduría, la santidad, no encuentran allí su perfecta y completa expresión. El espíritu los adivina más bien que los contempla; allí se hallan ocultos bajo las formas obscuras e incompletas que afectan a la imaginación… El ideal no se muestra en toda su verdad sino a la luz del pensamiento. En el estado de puros inteligibles es como la razón conoce mejor la verdad de los atributos divinos; pero entonces este Dios se parece mucho a una abstracción. ¡Qué importa si esta abstracción es una verdad…! Este es el Dios abstracto del pensamiento puro ajeno a toda idea de tiempo, de espacio, de movimiento, de vida, de todas las condiciones de la realidad… El Dios cuya actividad está sin movimiento, la inteligencia sin desarrollo, la voluntad sin elección, la eternidad sin duración, la inmensidad sin extensión… Tal Dios no tiene otro trono que el espíritu, ni otra realidad que la idea.”

Como hemos observado ya al exponer esta doctrina, se apoya toda ella en dos proposiciones que son afirmadas pero no demostradas. Queda, además, refutada por las pruebas de la existencia de un Dios real, perfecto y distinto del mundo, pruebas que se hallarán en los artículos Dios, Creación, Providencia. La imperfección del universo, no rechazada por M. Vacherot, prueba que es contingente y no necesario. El bien y la actividad que en él se desarrollan, siendo cosas contingentes, no pueden explicarse sin la existencia de una causa necesaria y absolutamente perfecta. Esta demostración se desenvuelve en los artículos a que nos hemos remitido: Añadamos aquí que la existencia de esta causa perfecta no puede ser puramente ideal. Pues si nuestros conceptos afectan a nuestro espíritu, no pueden afectar al resto del universo. Por lo demás, ¿cómo podríamos concebir el ser perfecto si no existiese antes que nuestro pensamiento, y si no nos hubiese dado la facultad de concebirlo?

J. M. A. Vacant