Supuesta superioridad de los pueblos protestantes en el Diccionario apologético de la fe católica (original) (raw)

Para formular contra la Religión católica la objeción en cuyo examen vamos a ocuparnos, empiezan los adversarios con una afirmación general. Que la profesión de la Religión verdadera ha de procurar la prosperidad del Estado, puesto que atrae las bendiciones del cielo y hace virtuosos a los ciudadanos: es, nos dicen ellos, cosa cierta y aserto que el sentido común dicta, y que los Papas repetidamente han proclamado. Y una vez enunciada esa premisa, continúan dichos adversarios el hilo de su argumentación en los siguientes términos: Si se comparan, nos dicen, las diversas naciones de Europa, se echa de ver desde luego la superioridad de las que profesan el protestantismo o el cisma respecto a las que profesan el catolicismo, bastando, para convencerse de ello, considerar por un lado a Prusia, Inglaterra y Rusia, y por otro a Francia, Austria y España, y mirar en éstas la debilidad militar, la inestabilidad de los gobiernos, el quebrantamiento de las leyes fundamentales de la moral cristiana, mientras, por el contrario, se contempla en aquéllas la fuerza militar, la estabilidad de las instituciones y el respeto a la ley evangélica; de lo cual ha de sacarse, como conclusión, que la verdadera Religión cristiana no se encuentra en el Catolicismo, sino en los cultos que se hallan separados de la Iglesia romana, pues que por los frutos se conoce el árbol. —Tal es la aludida objeción, muy extendida hoy, y cuyo valor vamos a analizar, examinándola en cada una de sus partes.

Y, por de pronto, la premisa mayor del argumento en cuestión requiere desde luego algunas aclaraciones y ciertas reservas.

1.º Cierto es que Dios recompensa a las naciones que obedecen sus leyes, y que la profesión de la Religión verdadera es uno de los preceptos que les impone; pero, además de esta última ley, hay otras, y no basta el cumplimiento de esa sola para hacer que una nación merezca las bendiciones de la divina Providencia. Además de que, y este es un punto capital, ignoramos de qué manera y con qué beneficios recompensa en las naciones Dios la obediencia a sus leyes, pues se halla velada para nosotros, en impenetrable misterio, la norma de conducta que en eso sigue el Señor, bastando para convencerse de ello echar una mirada a la historia del mundo cristiano. Sucede con las naciones como con las familias, donde bastante a menudo vemos a las que practican la justicia caer en la miseria o desaparecer, mientras que duran y prosperan otras cuyas injusticias son notorias. Del secreto de la conducta de la Providencia en tales materias, si exceptuamos lo concerniente al pueblo judío bajo la ley mosaica, no se nos alcanza nada, y el ver en la prosperidad de una nación una recompensa que la Providencia le otorga por tal o cual acto de justicia es una mera conjetura. Tanto menos se podrá, pues, inferir que esa prosperidad es la recompensa de la profesión de esta o la otra Religión, en el supuesto de que se ignorase si dicha Religión es o no la verdadera.

2.º Cierto es que la profesión de la verdadera Religión contribuye a la prosperidad de las naciones haciendo virtuosos a los ciudadanos; pero lo es también que eso sólo puede ser una causa parcial, insuficiente por sí sola para procurar dicha prosperidad, y que esa causa puede encontrarse anulada por otras más poderosas en contrario sentido.

Porque salta a la vista que la prosperidad de una nación depende en gran parte de la riqueza de su suelo, de su situación geográfica, de su clima, del poder de los pueblos rivales, del buen éxito de sus armas, de la perfección de la forma de su Gobierno, del vigor y número de sus habitantes, de su pasado y de muchas otras causas. Puede, pues, ocurrir que un pueblo profese la verdadera Religión, y sucumba, sin embargo, en la lucha por la vida, mientras que otro pueblo, que profesa una religión falsa, pero que conserva los principios de la moral natural y una parte de los principios cristianos, llegue a una grande prosperidad. En resumen, la profesión de la Religión verdadera contribuye a la prosperidad de los pueblos; pero esa prosperidad depende también de muchas otras causas; de tal suerte que puede existir en un punto donde no está la verdadera Religión, y puede darse también el caso recíproco.

La premisa menor exige más amplias reservas todavía, las cuales habrán de versar sobre los dos puntos que allí se afirman; es a saber: la Religión de las naciones llamadas católicas, y la prosperidad de las otras.

1.º Preciso es, en primer lugar, hacerse cargo de que, desde hace un siglo, no posee ya en Francia la Religión católica el carácter de Religión del Estado, hallándose colocada por la ley civil al mismo nivel de los demás cultos reconocidos. En segundo lugar se quebrantan las prescripciones de la Religión católica, desdéñanse o combátense sus enseñanzas por una porción considerable de los franceses, y la autoridad civil las más de las veces suscita trabas a la acción del clero católico; de modo que Francia, desde el punto de vista religioso, se halla dividida en dos partidos opuestos e irreconciliables, los católicos y los incrédulos o librepensadores, y ejercita en el mundo dos influencias contradictorias, cristiana y católica la una, revolucionaria la otra. Es, pues, absurdo considerar la situación de Francia de un siglo a esta parte como resultado de la influencia social de la Religión católica, a la cual pertenece nominalmente la gran mayoría de sus habitantes. Y lo que decimos de Francia puede aplicarse en bastante grado a Austria, Portugal, Italia y España. Prueba de ello son la serie casi continua de quejas y protestas que los Soberanos Pontífices no han cesado de formular contra los Gobiernos de esos países, contra sus leyes e inicuos procederes respecto a la Iglesia. El hallarse, pues, actualmente en situación inferior dichos países, dado que así realmente sea, no prueba, por lo tanto, nada contra el Catolicismo, sino que muestra, al contrario, cuán sabias eran las advertencias de la Iglesia que tal anunciaban.

2.º Para juzgar con equitativo criterio acerca de la superioridad o inferioridad de dos naciones, preciso es considerar el conjunto de su historia, y no tan sólo tal o cual periodo determinado. Ahora bien; la historia de Francia, de España y de Austria, desde la reforma, no le va en zaga en nada a la de Inglaterra, Prusia o Rusia, ora desde el punto de vista de la gloria militar, ora desde el de la paz interior, ora desde el de la moralidad. Por lo que hace a este último punto, las naciones católicas han producido eminentes Santos, sin que haya nada que les sea comparable en las naciones separadas de la Iglesia romana. En cuanto a las virtudes naturales y cristianas de la masa de los ciudadanos, pueden los países católicos, aun hoy mismo, entrar sin desventaja en comparación con cualquier otro país. Conviene, además, tener en cuenta que los pueblos, como sucede también a los individuos y las familias, tienen sus períodos de crecimiento y de decadencia; que la mayor parte de las naciones católicas de Europa tienen ya una larga historia, y que tal vez algunas de ellas han llegado a aquel período crítico en que es necesario venga a infundirse una nueva sangre, para comenzar una nueva evolución histórica.

Basta, creemos, con las observaciones que acabamos de presentar al lector, para mostrar que la conclusión formulada en la objeción no tiene fundamento formal ninguno. Porque, efectivamente, de nuestras observaciones resultan las conclusiones siguientes:

1.º Aun en el caso de que las naciones llamadas católicas profesasen verdadera y oficialmente el Catolicismo; y aun cuando su inferioridad respecto a las naciones protestantes, fuese incontestable; no podría inferirse de ahí nada contra el Catolicismo; pues que esa inferioridad podría y debería explicarse por efecto de otras causas ciertas y manifiestas.

2.º En realidad, desde cien años a esta parte, las naciones que llamamos católicas no siguen en sus leyes y conducta los principios católicos: el Catolicismo ha encontrado casi siempre en los Gobiernos, y en considerable parte de los súbditos de los mismos, adversarios encarnizados, y, por consiguiente, la inferioridad relativa de esas naciones, caso de admitir que la haya, no es de ningún modo imputable al Catolicismo y no prueba nada contra él.

3.º Y por último, bien miradas las cosas, y examinadas en su conjunto, desaparece esa supuesta inferioridad, y queda disipada también del todo la objeción alegada.

J. B. J.