Swastika en el Diccionario apologético de la fe católica (original) (raw)

Designase con este nombre una especie de rueda o de cruz, cuyos brazos, de igual longitud, están representados por cuatro gammas (Γ) mayúsculas. De ahí también el nombre de cruz gammada.

La palabra swastika remóntase, por lo menos, hasta los Vedas, como el signo por ella señalado. Expresa un deseo de felicidad (ευ εστω, en griego), lo que indudablemente le ha merecido su propagación. Por lo regular, los corchetes del swastika deben estar dirigidos hacia la derecha; cuando toman dirección contraria, se llama propiamente sauvastika.

Se ha disertado mucho acerca del origen y verdadera significación de este signo. (Véase Ilios, de M. Schliemann, 1855, pág. 518-529.) Lo más probable es que al principio fuera un emblema del Sol lanzando sus rayos en todas direcciones, tanto que en los Vedas el Sol es llamado rueda de oro o rueda brillante. La rueda también desempeñó en la antigüedad, sobre todo entre los Galos, el mismo papel simbólico. (Véase Gaidoz, Revue archéologique, 1884 y 1885.) El swastika no se diferencia de ella más que en sus corchetes, que han podido tener por objeto indicar la dirección del movimiento. Se ha pensado que indicaban, ora el sol de primavera, ya el del otoño, según que volvían a la derecha o a la izquierda.

El swastika ha sido hallado en su doble forma casi en todo el universo, y sobre monumentos evidentemente anteriores en muchos siglos a nuestra era. Su origen, seguramente, es pagano. Por eso, no sin alguna sorpresa se le ha hallado representado con frecuencia en las catacumbas romanas, sobre todo en el cementerio, poco ha descubierto, de Santa Inés, muy cerca de la basílica del mismo nombre.

Algunos eruditos se han basado en este descubrimiento para afirmar el origen búdico de los símbolos cristianos, y hasta del propio cristianismo.

M. Rossi, levantándose desde 1868 contra esta pretensión, se esforzó en demostrar que semejante combinación de líneas era harto sencilla y natural para presentarse fortuitamente a la imaginación de diferentes pueblos extraños por completo unos a otros. A su vez M. Paul Allard se ha hecho el defensor de esta opinión, fundándola sobre hechos nuevos (Letres chrétiennes, Julio-Agosto, 1881.)

Seguramente, no de otro modo que estos dos eminentes arqueólogos, no pensamos que la cruz gammada haya sido directa y conscientemente tomada del budismo, ni, sobre todo, que atestigüe el origen indio del dogma cristiano. Esta idea supone en sus autores más imaginación que crítica. Sin embargo, no nos parece probado que la semejanza tan notable que presenta este emblema cristiano con el swastika de los brahmanes y budistas, sea absolutamente casual. A nuestro parecer, estos dos signos, sin proceder precisamente uno de otro, y especialmente sin que tengan la misma significación, tienen igual origen, y su identidad es consecuencia, a la vez que prueba, de la unidad de raza de los pueblos en que se les halla.

Puede verse en ello una especie de emblema característico de la raza aria o indogermánica, a la cual pertenecen casi todos los pueblos de Europa, lo mismo que los persas e indios.

Es, efectivamente, de notar, que se le ha hallado en la mayor parte de estos pueblos, y rara vez en otra parte. El misterioso swastika está figurado en multitud de monumentos de la India. Ya lo estaba, como afirma la mitología india, en el barco de Rama, lo que prueba abundantemente que no es de origen griego. Ha sido hallado en Oriente, en los libros sagrados de los persas, y hasta en China y en el Japón, en objetos introducidos por la civilización búdica; en Troya, en centenares de vasos y fusayolos, recientemente exhumados por M. Schliemann de las ruinas de diversas ciudades prehistóricas, a excepción de la más antigua; en Milo y en Atenas, en barros de la mayor antigüedad, anteriores, nos dice M. Alejandro Bertrand (Archéologie celtique et gauloise, pág. 246), a la civilización helénica; en diversos puntos de Italia, especialmente en Cumas, Cori y Chiusi, en Albano y en el Bolonés, en urnas antiguas; en Bretaña y en la Galia romana, en monumentos de los tiempos primitivos, por ejemplo, en un tiesto de barro, extraído de las palafitas del lago de Bourget; en Irlanda, también en antiguos monumentos, a veces al lado de inscripciones en ogham; en Alemania, en barros recientemente descubiertos en Kœnigswalde, sobre el Oder; por último, hasta en América, en muchos vasos del Yucatán, en una calabaza india del Paraguay, y en una hacha encontrada cerca de Pemberton en Nueva Jersey. (Véase de Nadaillac, Les premiers hommes, et les temps préhistoriques, tomo I, pág. 440.)

Nos parece que de esta exposición resultan dos conclusiones. En primer término, la cruz gammada no es probablemente, como se ha dicho, una simple figura geométrica accidental; pues si no fuera así, se la hallaría indudablemente más rara vez, y sobre todo, menos exclusivamente en la raza aria o en los países que han sentido su influencia. En segundo lugar, si en su origen fue un símbolo budista, pronto perdió este carácter, y quedóse, sin duda, en mero motivo de ornamentación, pues se la ve en comarcas y épocas en que esta doctrina religiosa era absolutamente ignorada: en Troya, por ejemplo, y en la antigua Grecia. Lo más acertado es ver en ella un emblema sagrado de origen védico, caracterizando, no una religión, sino un considerable grupo étnico, y cuya verdadera significación ha quedado, por lo menos, muy dudosa.

En cuanto a su hallazgo en mármoles de las catacumbas, no hay por qué nos sorprenda, porque siempre se trata de representantes de la misma familia aria; aunque allí este signo reviste, sin duda alguna, un nuevo sentido, pues, con toda evidencia, su misión es recordar la cruz del Salvador. Si los primeros cristianos lo prefirieron en ocasiones a la cruz propiamente dicha, que no entró hasta el siglo V en el uso público y corriente, fue, en parte, porque convenía guiar la fe, débil aún, de los catecúmenos y neófitos, evitando hacerles ver en el suplicio de los esclavos el trono del Dios de los cristianos; fue también porque convenía desorientar la opinión, adoptando un símbolo que tenía para los paganos muy distinta significación que para los fieles. No por otra razón los primeros artistas cristianos tomaron de la antigua mitología muchos de sus personajes, entre otros Orfeo, del cual hicieron la imagen del Salvador. (Véase el Dictionnaire des antiquités chrétiennes del abate Martigny, y en este Diccionario el artículo Cruz.)