Materia en el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (original) (raw)
– MATERIA: Fil. y Fís. Lo que se ve, lo que se palpa y cae bajo la acción de los sentidos y de la imaginación, es la idea más general que se puede formar de la materia. Pero afirmaciones generales de tal índole, si son la base imprescindible de todo razonamiento, resultan diciendo mucho en el sentido de la extensión del concepto y no predicando nada en el de su comprensión. Así acontece con la idea de materia, que explica en cierta acepción el ser indeterminado en general, a distinción de la forma, que indica determinación; es el u5lh prw+th7 de la antigua Filosofía griega, la substancia de Aristóteles, la causa material de la Escolástica, &c. Ya semejante acepción implica la gravísima dificultad del substancialismo y del fenomenismo (V. Kantismo). Y en este último significado comprende el conjunto de los objetos sensibles, opuestos y a veces negativos de la realidad espiritual (V. Alma). El conocimiento de la materia se halla sólo en el de los efectos que produce sobre nosotros, en las modificaciones que nos hace sufrir, sin que lleguemos nunca al principio y raíz de su actividad. Lo que pone el sujeto en la percepción de los fenómenos es lo que rellena el concepto abstracto de la materia. De hipótesis en hipótesis, aun prescindiendo de la dilatada historia que en el pensamiento filosófico tiene este concepto, resulta la materia una X incognoscible, cuya misteriosa virtud, para explicar la complexión de la vida humana, procede del asentimiento que le prestan sus partidarios. Cuando se trata de definir la materia, se obtiene por toda explicación la idea de un substratum o sustentáculo de las experiencias con predicados negativos. Así, St. Mill la define: «posibilidad permanente de sensaciones,» y Lange la concibe «como base y agente de las fuerzas reconocidas, lo que podemos o no queremos resolver en fuerza,» fórmulas que condensa Locke considerando la materia «como sombra de la realidad.» Porque la idea o concepto de la materia no es en sí misma un objeto directo (dato) de observación; y añade Schopenhauer: «la materia pura sólo da origen a un concepto; no puede ser asunto de la intuición.» Es, en efecto, la idea de la materia una pura abstracción; entra en toda experiencia externa y es un elemento necesario de ella, sin que pueda ser dada por ninguna experiencia; únicamente puede ser pensada, sin formas y cualidades y sirviendo de soporte a todas las formas, a todas las cualidades y a toda acción (V. Fuerza y Energía). Concebida con tal fuerza de abstracción, se explica la afirmación paradójica de Plotino y J. Bruno: «la materia es inextensa e incorpórea.» Lo que percibimos exteriormente como real es el espacio (dato), es la pluralidad indefinida de cuerpos (objetos sensibles) que se distinguen entre sí por sus cualidades sensibles y por los efectos inmediatos que de su acción percibimos. Experiencias y comparaciones bien sabidas nos obligan a reconocer en todos ellos un cierto número de cualidades comunes, de las cuales participan en grado diferente. Poseen todos una cierta extensión, tienen un volumen, que oponen con cierto esfuerzo a todo lo que les obliga a aumentar o disminuir, y oponen una resistencia más o menos acentuada a todo intento de movimiento. Aun recurriendo al expediente de generalizar tales cualidades para atribuírselas a la materia, flaquea el procedimiento, porque ninguna de las cualidades se encuentra realizada en la vaguedad e indeterminación, que implica el concepto. Vagamente, el conjunto de estas cualidades comunes, susceptibles de muy diversa gradación, se designa con el nombre colectivo de materialidad, y la palabra materia significa entonces todo lo que participa de la manera de ser y de obrar dicha.
Si recurrimos ahora a la observación interior para aquilatar la acepción de la materia como lo que es distinto de la realidad espiritual (V. Alma y Conciencia), habremos de reconocer que surge ante el pensamiento como postulado necesario el del substratum o soporte de determinadas percepciones sensibles que nos ha ofrecido el razonamiento anterior. Nuestra propia conciencia, acompañada siempre del sentimiento del esfuerzo de que habla A. Bertrand, recoge primero vagamente en el indefinido sentimiento de lo exterior (cenestesia), después en la escena siempre variable de fenómenos externos constantemente movibles (pues no nos bañamos dos veces en las mismas aguas, según dice Heráclito) la relativa oposición y distinción entre lo que siente ser la conciencia y los efectos que del exterior recibe. Percibimos una trama, cuyo hilo central, al menos en el acto de la percepción, referimos a nuestra propia personalidad. Pero la trama resulta, una vez generalizada, que es la condición del concepto de materia, con un predicado negativo. En el cuerpo, y mediante él, sentimos nuestra espontaneidad interior. V. Espontaneidad.
El sentimiento de la existencia personal va siempre acompañado del sentimiento de la coexistencia del cuerpo. Se implica en la conciencia del yo el conocimiento de nuestro cuerpo, que percibimos después en sus efectos de resistencia, sin conciencia directa de las transformaciones de su substancia. En inmediata continuidad con el cuerpo concebimos la materia como conjunto de fuerzas que se oponen a las nuestras, substratum, al cual aplicamos el predicado negativo «conciencia de lo que no es el yo.» Al observar la materia tal como se manifiesta a nuestros sentidos en los objetos externos, hallamos en ellos cualidades que los físicos distinguen en primeras y segundas o absolutas y relativas. Pero semejante distinción es más mental que efectiva, más abstracta que real, porque las tenidas por cualidades primeras, para Descartes la extensión, para Locke la persistencia o duración, y para otros la masa o el peso, son, más que cualidades que no pueden faltar a los cuerpos, cualidades que no pueden faltar a nuestro conocimiento. Así es que las llamadas cualidades primeras son las propiedades inherentes a la idea orgánica y de nuestra actividad muscular. Nadie duda, por ejemplo, que el color, el olor, el sabor son maneras nuestras de sentir referidas a los cuerpos u objetivadas por nuestra experiencia. Pero podríamos considerar la impenetrabilidad, la extensión y la inercia (grupo de las cualidades primeras) como atributos esenciales de todo objeto material, si no nos atestiguara la experiencia que varían (por ejemplo la figura y la resistencia) según las condiciones del objeto material. Un cuerpo, en temperatura diferente, es sólido, líquido o gaseoso. Es, pues, la figura y la resistencia, lo mismo que el color, afección propia nuestra. La impenetrabilidad resulta una percepción sensible generalizada, y la extensión es una sensación compuesta de otras varias. Nada dice la inercia de la esencia de la materia, pues declarar que no se mueve por sí, sino que es movida, es llevar el concepto de materia a su identificación con los de fuerza y movimiento.
Si reducimos las cualidades perceptibles de la materia a la masa y al peso (volumen y gravedad), hallaremos, como dice Vacherot (V. Le Nouveau Spiritualisme), que se refiere al movimiento, pues el peso (gravedad) es una fuerza manifestada en el movimiento y la masa una cantidad de fuerza que subsiste siempre a través de los estados por los cuales pasa. De donde se infiere que nada esencial queda para constituir la idea de la materia, pues la realidad que nuestros sentidos nos hacen percibir se reduce a acción y movimiento. La idea de la materia se resuelve, por tanto, en la de fuerza y movimiento.
Pero la gravedad y el volumen son percibidos mediante sensaciones; son modificaciones nuestras (del yo) que corresponden a las de los órganos, sin que poseamos sentido alguno, ni experiencia posible, que nos haga percibir la materia (lo inextenso e incorpóreo de la materia, según Plotino y J. Bruno). La conciencia (la del no yo) concibe la materia con predicado negativo, como el fondo de los fenómenos materiales mediante una inducción que, sin contradecir los datos de los sentidos, no procede de ellos. La idea de la materia se concibe con la experiencia y dentro de ella, pero de la experiencia misma excede, siquiera no pueda contradecir sus datos, como lo revelan a cada paso las múltiples teorías de la Física, que han sido rechazadas (entre otras la del vacío), en cuanto nuevos datos empíricos las han contradicho. La proyección exteriorizada de la conciencia, siempre enriquecida con los datos empíricos, es el origen de la idea de materia. Y si para la concepción o idea no bastan los sentidos, claro está que implica absurdo prescindir de ellos en el conocimiento efectivo de los fenómenos materiales. Una Física especulativa, sin el auxilio de la experiencia, sería algo semejante al delirio de un sueño. Las más altas generalizaciones de la Física, en lo que se denomina Física matemática, ni pueden ni deben prescindir de la experiencia.
En una y otra acepción (salvo siempre el progreso positivo en el conocimiento de los fenómenos), la idea de la materia es un concepto [576] abstracto, vacío, un verdadero substratum o soporte de los que las hipótesis conciben bajo la denominación de lo material. Así se explica la serie indefinida de hipótesis filosóficas y de teorías físicas que han tratado de dar justificación (siempre parcial) de la idea de la materia. Notemos, antes de enumerarlas, que las primeras, las hipótesis filosóficas, han sido consecuencia obligada de los conocimientos empíricos que ofrecía la Física, comprobando de esta suerte lo que entendía Aristóteles por Metafísica (post phisicam). Casi todos los sistemas filosóficos antiguos reconocían la materia como uno de los primeros principios de las cosas; pero si unos la negaban toda energía propia, atribuyendo a principio superior la misión de fecundarla, otros la creían susceptible de obrar por sí misma, haciendo fructificar los gérmenes que implícitamente contenía. El dualismo y el panteísmo han sido los dos moldes intelectuales que han servido primero para concebir la materia. La escuela sankya india concebía una materia primitiva, monla-prakritia o pradhâna, como el ser indeterminado, que encierra en sí todas las formas de la existencia sin revestir ninguna. Es la substancia sin atributos, la causa sin efectos, lo determinable y formable, el substratum o soporte de los fenómenos que la experiencia ha de ir gradualmente desenvolviendo. Es el mundo invisible, la natura naturans del moderno panteísmo, materia indeterminada anterior a todas las formas.
Muy análogo al concepto de la escuela sankya es el que de la materia forman los primeros filósofos griegos (Thales, Anaxímenes y Heráclito) cuando explican el primer principio de todas las cosas por el agua, el aire o el fuego, según las manifestaciones fenomenales, que más diligentemente estudian, siguiendo siempre las contracciones metafísicas post phisicam. Es la materia la substancia universal, el germen de todos los seres y la fuerza que los obliga a desarrollarse. Anaxágoras con su nous o inteligencia, y Empédocles con su amistad y odio como principios que explican la unión y combinación de los elementos materiales, caen en el dualismo, concibiendo la materia como la vestidura o forma de los fenómenos físicos. Para Platón (V. Timeo, diálogo), cuya doctrina se halla plagada de metáforas, la materia (principio subordinado al de las ideas eternas y al de Dios, el artista y el modelo) es la madre de toda cosa sensible. A veces parece reducir la materia a un recipiente, espacio vacío o lugar. Para Platón la clave de su doctrina se halla en la Dialéctica y en las ideas, que sólo reconocen realidad en lo general. Fuera de ello todo son negaciones y límites, llegando Platón a definir la materia en el Sofista el no-ser. Pero las ideas son múltiples (bajo la primera de la unidad) y a sus varias manifestaciones refiere Platón la materia. ¿Cómo sale la variedad de la unidad, se pregunta Platón en el Parménides (diálogo)? Y para contestar concibe lógicamente la idea de la materia. Es la doctrina de Platón, en medio de sus vaguedades e incoherencias, punto intermedio entre el dualismo (que reconoce como explicación del tránsito de lo idéntico a lo diferente) y el panteísmo (que acepta en su concepción del mundo ideal). Más honda y de más parentesco con la realidad de las cosas es la doctrina física de Aristóteles, que comienza refutando el panteísmo matemático de su maestro Platón (y por la tanto el de los números de Pitágoras). Para Aristóteles existe una oposición constante entre la forma y la materia, entre el poder y el acto. Pero para Aristóteles la materia es eterna, real y substancial, y, lejos de hallarse separada de la forma, sólo puede ser concebida sin ella mediante abstracción. En la teoría psicológica de Aristóteles (V. Entelequia) se expone con gran fuerza de lógica la concepción de lo material como lo informado y animado. Toda materia tiene una forma, y forma actual, que es la que hace posible su percepción empírica; la materia como materia (sin forma actual) no es objeto de percepción; resulta inextensa e incorpórea; sólo es susceptible del concepto abstracto. El objeto concreto para Aristóteles implica: lo primero materia o substancia (objeto de concepto) que encierra o contiene dentro de sí, en poder o potencia, cierto número de formas; segundo una forma determinada; y tercero privación de las restantes formas posibles. Se atiende principalmente a la forma determinada y concreta del objeto material, habrá de formarse con Descartes la idea estática de la materia reduciéndola a la extensión. Nos atenemos al tránsito de las formas posibles a la actual como la virtud que concreta el objeto sensible, se impone la concepción dinámica de Leibnitz. Valga esta indicación como precedente explicativo del génesis y a la vez del parentesco de determinadas doctrinas. El tránsito del poder al acto, de una a otra forma en su progreso constante de actualización, es lo que constituye el mundo material según la concepción peripatética.
Pero el acto puro para Aristóteles es Dios, y el acto puro encerrado en sí mismo, dirigiéndose al movimiento de actualización, sin participar de él (motor inmóvil) y sin interesarse en él, abre el abismo dualista en la explicación del mundo. La interpretación más o menos auténtica del dualismo aristotélico a través de toda la cultura cristiano-europea, ha dado de sí, en sus continuas abstracciones, divergencias bien notables entre la especulación y la experiencia. Los modernos adelantos de la Física y de todas las Ciencias naturales representan otros tantos jalones puestos para preparar más amplia, y a la vez más real, menos abstracta, concepción de la materia.
Dada la obscuridad que reina en las concepciones especulativas, se ha recrudecido, provocando un progreso evidente, el conocimiento de observación empírico, y la Física se ha desarrollado, prescindiendo de la idea de la materia, tomándola sólo como el conjunto de los cuerpos sensibles o como la fenomenología que ofrecen constantemente nuestros sentidos. Pero la marcha del pensamiento, persiguiendo su esfinge, semeja la luz que se aleja cuando se acerca, y a la inversa. Precisamente la nueva Dialéctica, ante la posición del problema sólo en su aspecto fenomenal, ante la idea de la materia como el conjunto de los cuerpos sensibles, ha formulado cuestión de mayor alcance y que establece un nexo obligado entre el idealismo y las concepciones especulativas de la materia, a saber: ¿podemos afirmar la existencia de los cuerpos sensibles? Si la cuestión parece exclusivamente lógica a primera vista, tiene en su trascendencia obligada a los resultados que se obtienen alcance superior. Del modo según el cual conocemos los cuerpos, de las condiciones mentales de la experiencia depende en primer término el valor que pueda tener nuestro conocimiento físico y sensible. Además, los conocimientos físicos demandan, por la tendencia de la generalización, ser informados en teorías de más o menos alcance, y entonces el problema metafísico renace, como el fénix de sus propias cenizas, y la Física experimental tiene que reincidir en la especulación racional. Tal es el origen de todas las teorías físicas (incluso de la Física matemática) y de las concepciones idealistas de la materia, precedente obligado del pensamiento monista, cuya idea madre es aún cuestión, como dice Lotze, si tiende a materializar lo ideal o a idealizar lo material.
La distinción hecha por Descartes y aceptada por Locke de las cualidades primeras y segundas de la materia, fue refutada por Kant al afirmar que la extensión (espacio), tenida por base de los atributos fundamentales de la materia, es únicamente una forma de nuestra sensibilidad. Consecuencia de tal afirmación es la de que sólo conocemos los fenómenos materiales que son subjetivos y dependientes de la naturaleza y de las formas de nuestra sensibilidad, sin que lleguemos al conocimiento de la materia en sí misma. El criticismo kantiano, entronque de la doctrina fenoménica, es el tránsito obligado a las concepciones idealistas de la materia. Construye (y reconstruye) el sujeto que conoce el concepto de la materia: tal es la resultante de la posición crítica del pensamiento en las especulaciones filosóficas sobre la materia. Lo mismo la extensión, esencia de la materia según Descartes y Espinosa, que la fuerza, atributo primero de la materia según Leibnitz, son rechazadas por el criticismo kantiano. Establece éste la distinción ante la materia visible o sensible, materia como fenómeno, y la materia en sí, materia como noumeno. Percibimos, dice, el fenómeno relativo, le imponemos las formas de nuestra sensibilidad, y completamos así el conocimiento, siempre con carácter subjetivo; en cuanto al noumeno excede de nuestro conocimiento y queda como una incógnita. El escepticismo trascendental dio después origen al idealismo. Los Elementos metafísicos de la ciencia de la naturaleza, donde Kant expone su idea de la materia, gozaron y aún gozan de gran predicamento entre los físicos, superior al que disfrutaron posteriormente las especulaciones idealistas de Schelling y Hegel. Pero en ellos Kant procura construir, no la idea de una materia general, sino la forma general de la materialidad, y a la vez las particularidades que pueden desenvolverse en esta forma. Más cuida por tanto de las condiciones inteligibles del concepto que de las cualidades reales de la materia. Sigue ésta, y a través de todo el idealismo conserva su carácter de substratum o soporte de los fenómenos sensibles, que son los que propiamente integran su contenido.
En la forma general de la materialidad, ideada por Kant, se halla después fuerzas atractivas y repulsivas que llevan el pensamiento a completar la idea de la materia con la de la fuerza. El renacimiento del dinamismo de Leibnitz, que aceptan las teorías físicas con el nombre de dinamismo general de las fuerzas, sirvió de base al desarrollo de las más modernas de la conservación de la energía y de la transformación o equivalencia de las fuerzas. Parece en efecto que toda la realidad de la materia reside en su actividad, en su manera de afectarnos. Si el concepto de la materia (el substratum a que hemos venido refiriéndonos) es lo que queda de los cuerpos cuando se los despoja de su forma y de sus cualidades específicas, lo que en todos ellos debe ser igual e idéntico, que es precisamente su modo de acción (particular y especialmente determinado en cada uno), resulta que la actividad en general, la fuerza, la acción pura, en tanto que acción, es la única característica de la idea de materia. Pudiera decirse, con Schopenhauer, la causalidad misma (V. Causa). Así, aparece que la esencia de la materia es el operari. Pero la acción pura, sin modo determinado de obrar, no puede ser perceptible ni objeto de experiencia; se ve y palpa los fenómenos materiales, pero no la materia, asunto de concepción ideal (por tanto inextensa e incorpórea). Importa insistir en el carácter racional e inteligible del concepto de la materia para librar su idea del empirismo puro. Es verdad que sin la percepción inmediata de algún efecto propio para servir de punto partida no podríamos llegar a la concepción de lo material. Las modificaciones de nuestro organismo exigen su objeturación, piden ser referidas al objeto que las produce. No es conclusión sacada de datos abstractos; sirven para determinar la intención de datos las impresiones, pero de ellos excede la idea de la materia, en cuanto intelectualizamos su percepción. La marcha del proceso ideal se halla bien determinada, sensaciones subjetivas (data prima), objetivadas en la percepción empírica, que es a su vez intelectualizada, génesis, si complejo, preciso para comprender el valor de la idea de la materia, substratum que se rellena a toda hora con los nuevos datos que la experiencia recoge, pero que persiste como postulado, sin el cual no se podría organizar el conocimiento de los mencionados datos.
Con el procedimiento que indicamos se añade a la pura abstracción mental la intuición de la materia, ligada a la forma y a la cualidad como cuerpo, es decir, como un modo determinado de actividad. No es por tanto el substratum de la materia sólo un flatus vocis, abstraído post rem, como pudiera pretender el empirismo positivista con su antecedente histórico el nominalismo (V. Nominalismo), ni tampoco es una idea puramente genérica, como tipo ante rem, según afirmara el realismo de la Edad Media (véase Realismo) y la especulación ideal moderna, sino que es concepto ante rem et in re, o concepto real-ideal, que si toma como causa ocasional la impresión subjetiva, halla su complemento obligado en la intuición intelectual. De qué suerte ambos caracteres subsisten en la idea de la materia y mutuamente enriquecen su contenido cuantitativo y cualitativo (comprensión y extensión), lo prueba cumplidamente la historia de la Física y la serie de teorías que señalan su progreso mejor que ninguna otra consideración. No es, pues, la idea de la materia dada por ninguna experiencia, y entra como elemento necesario en toda experiencia externa, es el verdadero soporte de todas ellas. Concepto abierto a toda nueva investigación, pero necesario a la experiencia misma, se afirma más y más ante cada negación, sea con el principio de la inercia, con el supuesto del átomo, con la teoría del éter o con la hipótesis del cuarto estado o materia radiante. [577]
Como la materia (la experiencia lo comprueba) appetit formam, según decían los escolásticos, se muestra su idea como principio explicativo, de carácter metafísico, más aún que físico, de las cosas. No es la materia (ni pudiera serlo como substratum) la explicación última y completa de las cosas, pero su origen temporal (tanto de las orgánicas como de las inorgánicas) hay que referirlo a la materia. Claro es que nos referimos a la materia con la inherencia de la fuerza, pues que en lo material todo se halla en movimiento, y el estado que se denomina de equilibrio no acusa reposo completo, ni como tal puede apreciarse sino merced a una ilusión óptica. Ni vale, de otro lado, aun aquilatándolo con un análisis descontentadizo, exagerar nuestra impotencia para penetrar la naturaleza de las cosas o menospreciar lo que de ellas sabemos. No se puede negar que la sensación (data prima) es un fenómeno subjetivo, y que todo lo que nos enseña es primeramente fenómeno del yo. Parece autorizada la hipótesis de que si nos halláramos dotados de otros órganos tendríamos impresiones distintas, lo cual da a nuestro conocimiento de la materia un carácter relativo. Pero aun así, los elementos primarios, objetivos de la sensación (los que sirven de base a las interpretaciones), subsistirían como tales, es decir, seguirían siendo leyes y relaciones aun cuando fuéramos impresionados por ellas de distinto modo. Y desde luego lo son para aquellos que carecen de nuestras sensaciones, pues un ciego puede llegar a comprender las leyes de la óptica y un sordo las acústicas. Además, el pensamiento concibe las leyes naturales, en muchas ocasiones antes de haberlas observado (el naturalista Ocken ofrece de ello ejemplos constantes), como sucede en la investigación que procede por hipótesis, después verificadas. Confirma muchas veces la marcha de la fenomenología las anticipaciones del pensamiento y le infunde confianza en sí mismo, oponiéndose al escepticismo cómodo de los que huyen lo penoso de la labor científica, porque no puede en un primer momento parodiar el fiat bíblico, haciendo la luz como por encanto. Concebida la materia como fuerza o conjunto de fuerzas motrices (así lo autoriza la percepción empírica fácil de repetir a toda hora), no implica absurdo de ninguna clase semejante generalización, ni aun considerada como prematura. Será sólo necesario ampliar la idea del movimiento, pues ya hemos dicho que no lo niega ni el estado de equilibrio en cuanto no equivale al reposo. El movimiento es traslación en el espacio, y además cambio en el modo de ser o combinación de espacio y tiempo, cualidad que no falta en ningún fenómeno material. Los mentales mismos revisten también tales formas, pues ya dijo Aristóteles que no es posible pensar sin imagen, y las puras concepciones ideales demandan a su vez un simbolismo donde concretarse, instancia favorable a la hipótesis monismo.
Pero el movimiento implica un fin (es la tendencia o fondo apetitivo de todo fenómeno; en la materia in abstracto el apetito es la forma), una dirección. Las fuerzas materiales poseen un fin, al cual se dirigen, pero no lo conocen y marchan hacia él por un ciego impulso o deseo sordo (apetito), como diría Aristóteles. Y como el substratum o soporte de los fenómenos sigue imponiéndose cual ley del pensamiento mismo, según sea el supuesto que a tal substratum se atribuya así será concebida la idea y la esencia de la materia. Así para Descartes es la extensión; para Leibnitz el movimiento; para Schopenhauer la voluntad, y para Fouilleé la idea-fuerza, &c. Esta indeterminación exige imperiosamente el conocimiento empírico de los fenómenos materiales como asunto propio de la Física, que en vista de ellos y de la idea que a su percepción empírica se impone formula dos diversas teorías o hipótesis, rectificándose recíprocamente el conocimiento empírico por el racional y éste por aquél.
Corrige ya hoy la Física moderna el dualismo antiguo de fenómenos de la materia inerte y fenómenos de la materia viva; y si la Físico-química actual no es aún la Fisiología y la Biología, es por lo menos aquélla, considerada como preparación obligada para el estudio de estas dos últimas. Los fenómenos hasta ahora tenidos por físicos, los de la materia inerte (los que indican cambio permanente en la constitución íntima de los cuerpos eran referidos a la Química), considerados en sí mismos, se reducen a movimientos. Pero tales movimientos afectan a cuerpos vivos y producen movimientos fisiológicos que, transmitidos por los nervios al cerebro, penetran en él y producen a su vez los fenómenos de la sensación y percepción. Es, pues, el movimiento fisiológico el mismo movimiento físico, transformado por los órganos en sensación, y no hay motivo que justifique la escisión y separación entre la Física y la Química primero, y entre la Físico-química y la Fisiología después, como no existe tampoco para establecer un abismo entre la materia inerte y la materia viva (V. Delboeuf, La Matiére brute et la Matiére vivante.)
Al movimiento fisiológico del centro cerebral corresponden los fenómenos de la sensación y de la percepción, en armonía con el movimiento de la materia, aunque de orden referente, sin una separación absoluta. Así, las palabras luz, calor, &c., designan los fenómenos físicos en estado puro, el hecho objetivo (ondulaciones o movimientos del éter de los físicos), y a la vez los fenómenos que producen de la sensación y de la percepción (fenómenos subjetivos). El nexo y lazo entre ambas clases de fenómenos, explicado antiguamente por entidades o formas substanciales, referido hoy al factor personal de la espontaneidad en el que piensa, acusa un principio de unidad de lo físico-químico con lo vivo, en parte confirmado por la experiencia, pues se observa a cada paso el tránsito de lo orgánico a lo inorgánico, y a la vez el de lo inorgánico (cuando para ello abonan las condiciones del medio) a lo orgánico. Tal dijo C. Bernard que se vive de la muerte. Dada la naturaleza mecánica de los fenómenos materiales (ondulaciones y movimientos), se ha concebido la hipótesis de la existencia del éter, fluido sutil, imponderable, elástico, que penetra todos los cuerpos, que llena todos los espacios y que produce todos los fenómenos materiales para cumplir con la exigencia de reducir a cierta unidad todos los dichos fenómenos. Se halla la Física moderna ante la misma posición de pensamiento que las especulaciones filosóficas. La existencia del éter, como la idea de la materia, no es un dato de la experiencia; no puede verse ni palparse, pero es percibido empíricamente en sus modos de acción. El éter de los físicos es la idea de la materia inextensa e incorpórea de los filósofos. Se concibe, y no es percibido sino en sus efectos. Con la hipótesis del éter, que explica la conjetura de la unidad de la materia, sus estados sólido, líquido, gaseoso, y aun el pretendido cuarto estado de materia radiante, son considerados como propios de todos los cuerpos sin excepción ninguna. Liquidado el oxígeno, se ha obtenido una prueba en pro de tal idea. Pero la determinación experimental de la fuerza es siempre un movimiento actual o virtual, y por consiguiente todo fenómeno se explica por la transformación o equivalencia de las fuerzas, o, según dicen otros, de los movimientos. La producción de la luz eléctrica ofrece ya prueba concluyente de las teorías. En virtud de la equivalencia de las fuerzas, que se transforman unas a otras, y merced a experiencias fáciles de repetir, se infiere que en la parte de Universo que alcanza nuestra observación, no existe (y en este punto aparece nuevamente la necesidad del soporte o substratum material) ni aniquilación ni creación de la materia, sino transformaciones continuas de sus movimientos, doctrina que se condensa en el principio de la conservación de la energía.
Contra el sentido de la antigua Física, que consideraba perdida o aniquilada toda fuerza luego que producía el movimiento o se gastaba, afirma la Física moderna (con experiencias ya repetidas) que la suma de movimientos actuales y virtuales es siempre la misma, siquiera unos movimientos se transformen incesantemente en otros. Parece que la Física moderna se inclina en este sentido al más completo mecanismo, es decir, a la explicación mecánica o matemática de los fenómenos físico-químicos. Sólo aparece inteligible el mundo material, reproduciendo el antiguo principio de Pitágoras. Según él, las Matemáticas serían la Lógica de la materia, y la Lógica las Matemáticas del espíritu (Véase Lógica), única manera de que coincidan las leyes del pensamiento con las leyes de los fenómenos observados.
La objeción fundamental a las abstracciones, en que cae la Física moderna cuando llega al mecanismo, consiste en que el movimiento implica necesariamente el cuerpo movido y que la constitución de éste, siempre en relación con la energía que dentro de sí almacena, es dato tan necesario para la explicación del mundo como los movimientos observados. Además, el movimiento no se concibe nunca sin fin ni dirección, y el impulso, deseo sordo, apetito inconsciente o aspiración reflexiva, modifica la índole de los movimientos. No es, pues, todo mecanismo en el mundo. Si el aspecto físico de las cosas gravita hacia el mecanismo, su aspecto íntimo demanda algo más. La Física es la fuerza, pero la fuerza se diferencia en energías. Hay algo más. Lo que sea este algo más, es el problema de los problemas y el obligado complemento del estudio de la materia. Recordemos el profundo sentido con el cual la Filosofía griega concebía la Metafísica como post phisicam, como estudio que debía hacerse después de la Física. Contra la inercia de la materia, supuesto obligado de la explicación mecánica del mundo, es preciso concebir la espontaneidad de lo vivo, y es obligado reconocer la vida en el todo, en el medio natural, considerando lo inorgánico o inerte como detritos y residuos de lo orgánico y de lo vivo, sin lo cual no se llega a poner en conexión, aunque sin identificarlas, la Física con las Ciencias naturales, y la materia bruta con la materia viva. La idea de lo vivo como cualidad propia del todo (del medio natural) es el único valladar que se puede oponer a la concepción mecánica del mundo. Por no concebirla Delboeuf en su libro ya citado de la materia bruta y de la materia viva, deja su pensamiento en una indecisión ininteligible.
Ni vale aducir en contra de lo que indicamos el decantado principio de la conservación de la energía, porque la constitución propia del cuerpo movido es factor del cual no se puede prescindir en la producción efectiva de los movimientos. Si es así, la dirección de los movimientos puede ser modificada, quedando su cantidad la misma según la constitución diferente del cuerpo movido, y a la vez las manifestaciones actuales de una suma constante de fuerza pueden producirse en momentos diversos, sin que la cantidad de la fuerza varíe. En términos más precisos, la homogeneidad y persistencia de la fuerza no niega, ni en lo que se refiere al tiempo ni en lo que toca al espacio, la diversidad de sus manifestaciones, según la modificación que imprima (salvo siempre la cantidad) a la fuerza la constitución propia del cuerpo movido y el impulso o dirección que les preste. El empleo de una misma fuerza dada puede ser diferente. Lo cual quiere decir que al estudio cuantitativo, matemático, de la materia, hay que añadir el estudio cualitativo, dinámico, de la misma. Supuesta la indiferencia dinámica del espacio, la dirección del movimiento puede variar sin que su cantidad se altere. Lo que modifica la dirección de un movimiento es fuerza; pero el movimiento no se modifica en su dirección sino por la presencia de los cuerpos (atracción, gravitación, &c.). Un cuerpo que se mueve, al encontrarse con otro halla su movimiento modificado. La presencia del cuerpo (con todo lo que se refiere a su constitución propia) es una fuerza que cambia la dirección del movimiento sin alterar su cantidad. Las leyes del choque de los cuerpos no serían explicables de otro modo. Si las fuerzas, que cambian la dirección de los movimientos sin alterar su cantidad, se denominan fuerzas plásticas (las de los gérmenes vivos, que no son puros agregados, ni resultantes sólo de fenómenos de cohesión y afinidad), los resultados que se obtengan de tales fuerzas serán diferentes según la cualidad de tales fuerzas. Las fuerzas plásticas son directoras y no creadoras. Y entonces el principio de la conservación de la energía no se opone a la admisión de fuerzas que, sin ser movimientos, serían causa de modificación de movimientos, lo mismo que en Física la presencia de un cuerpo es una causa de modificación del movimiento, sin ser él mismo un movimiento. Las fuerzas plásticas, vivas, que manifiestan sus fenómenos en la materia organizada, y que arrojan en detritos ya usados materia inorgánica para asimilarse a su vez elementos de la misma materia inorgánica, estas fuerzas no alteran la cantidad total de la energía ni se oponen a su conservación, pero modifican la dirección con cierta espontaneidad (V. Espontaneidad). Y la espontaneidad difusa en el medio natural (no concretada en ningún individuo) y en la vida latente (V. E. Ferrière, La Matière et l'energie) señala los limbos donde se acentúa la conexión de lo orgánico con lo inorgánico (salvo siempre su diferencia), como el punto que debe [578] servir de base a un estudio cualitativo y dinámico de la materia.
No se opone, pues, la conservación de la energía a la existencia de un poder que modifique la dirección de las fuerzas. La conservación de la energía se refiere a la cantidad de movimiento virtual o potencial, movimiento posible, cantidad siempre igual, pero susceptible de muy distintas direcciones. Admitida la indiferencia dinámica del espacio y del tiempo como las formas, donde aparece toda concreción de materia y fuerza, puede cambiar la dirección de los movimientos y realizarse en diferentes instantes, según las exigencias de la constitución propia de los cuerpos y las condiciones favorables o adversas del medio. De este modo la Físico-química, el estudio mecánico y dinámico, cuantitativo y cualitativo de la materia, no puede ni debe circunscribir la labor del pensamiento a la consideración estática, sólo matemática de lo inorgánico, ni tomar el determinismo como ley general de todos los fenómenos (V. Determinismo). Por el contrario, en cuanto se reconoce que ningún agente altera la cantidad total de fuerza, pero dispone de la dirección y momento de aplicar las que posee, es lícito pensar que puede concertar el determinismo de los fenómenos físico-químicos con la espontaneidad de los fenómenos vivos y con la libertad de los conscientes (V. Libertad).
La fuerza, considerada en sí misma, sin su efecto apreciable en el movimiento concreto con el cual nos afecta, es una X, una incógnita. Se podrá afirmar su existencia, pero resultará siempre indeterminada su naturaleza (V. Energía y Fuerza). No gana precisión ninguna el pensamiento admitiendo para cada clase de movimientos (y su diferencia es la base de toda percepción) una entidad distinta. Semejante Olimpo de fuerzas produciría mayor obscuridad aún en el enjambre de conjeturas de que se halla ya poblada la Físico-química. De abstracción en abstracción llegaríamos necesariamente a una Mitología científica. Las fuerzas plásticas, con la indiferencia dinámica de espacio y tiempo, modifican la dirección y el momento en que aparecen los movimientos. Y en el estudio de la realidad material aparecen como factores indispensables, si se ha de llegar a su cualidad, la constitución íntima de los cuerpos movidos y las condiciones del medio natural que producen tales movimientos. Son impotentes ambos factores para alterar (aumentar o disminuir) la cantidad total de movimiento posible, dejando a salvo el principio de la conservación de la energía, pero son eficaces y de virtud constante para el empleo y dirección del movimiento posible.
Para cualificar aquel substratum o soporte, que como molde vacío se ofrece de característica de la materia, el conocimiento empírico de los fenómenos, seguido en un solo aspecto, da de sí la concepción mecánica del mundo y la de la materia inerte. Si al anverso se añade el reverso, y aun ateniéndonos al movimiento (único dato que ofrece la sensación) reconocemos que sin alterarse la cantidad total del movimiento posible, los actuales, los empíricamente percibidos, son siempre modificados por la constitución propia de los cuerpos y por las condiciones del medio natural, se impone para el estudio cualitativo de la materia, sin prescindir de la observación, el de la constitución de los cuerpos y el del medio natural. Producen ambos, luego que se efectúa la combinación química llamada instable y cuaternaria, las fuerzas plásticas y vivas, que no alteran ni contradicen la ley de unidad de composición, pero sí modifican las manifestaciones fenomenales de la materia. Son idénticos los elementos materiales que entran en la constitución de los seres vivos a los que componen los productos de la materia inorgánica; pero en medio de su identidad la combinación inestable, el excedente de fuerza (movimiento virtual o posible) que almacena en su espontaneidad el ser vivo, hace aparecer en escena el elemento nuevo, que modifica la dirección fija, predeterminada y calculada, de la concepción mecánica. Así, sustituye gradualmente a la concepción estática y geométrica de la materia la idea dinámica y viva de las fuerzas plásticas; o mejor, coinciden ambos aspectos, semejantes al anverso y reverso de la medalla, para explicar y enriquecer respectivamente la idea de la materia y el conocimiento empírico de los múltiples fenómenos.
La noción científica (positiva) de la materia demostrada por la experiencia sólo descubre movimientos y fuerzas en los fenómenos naturales. Toda materia es fuerza y toda fuerza se reduce a movimiento. Hasta aquí la concepción mecánica. Pudiéramos añadir, contra la pretensión de exactitud, que la concepción mecánica ofrece la apariencia y no la realidad. Nada concreto se expresa ínterin no se examina la dirección del movimiento, que es el término último a que se reduce la idea de la materia. Comentando a Aristóteles, podemos decir con Leibnitz que, si todo comienza por la Física en la explicación de las cosas, todo concluye por la Metafísica. Todo es fuerza y movimiento en el Universo; pero ¿cómo son tales movimientos agentes del orden universal que reina en el Cosmos? ¿cómo las leyes mecánicas hacen surgir el orden del caos? Fuerzas innumerables agitándose sin dirección, sólo darían confusión y desorden. Para llegar a la explicación del orden del Cosmos, es preciso convertir el movimiento mecánico en movimiento final. Pero todo movimiento que tiende a un fin es ya algo cualitativo, que si no contradice en absoluto excede al mecanismo. La fuerza, como causa final, sale del mundo de la fatalidad. La materia, mínimum de ser como diría Platón, es la vestidura, la manifestación de movimientos finales cada vez más complicados. [579]