Julián Sanz del Río, Pensamientos filosóficos. Filosofía de la Historia. Sentido aforístico (original) (raw)
Pensamientos filosóficos
Filosofía de la Historia
Sentido aforístico
I
La humanidad en la tierra
Viene la humanidad y el hombre desde el mundo a la tierra con la idea del mundo todo, y embebido en esta idea repugna bajarse al suelo duro e inculto, para levantar en él la semejanza del original que trae hacia el seno de Dios. El afecto humano de su bella idea (el orgullo, el demonio), el horror al contemplar la desnudez, la oscuridad, la deformidad primera de este lugar de su destino, la distancia inmensurable del fin, la dificultad del trabajo, la falta del arte y la ciencia desalientan y aburren a la humanidad en las primeras edades (como al hombre al salir de su infancia). En este punto aborrece su destino, desespera de él y de sí mismo, que no merecerá ante Dios, sino mediante su obra propia; de aquí luego olvida a Dios, y la idea divina, aunque no muere en ella no la ilumina en los caminos de la vida. El espíritu cae en el pecado original, esto es, el primero y capital y fuente de todos los pecados y […] de Dios y del mundo divino. La libertad está […] [437] edades encadenada a la relación aislada del cuerpo (necesidad fatal), y se engendran en la fantasía humana y la individual personificaciones infinitas de falsas relaciones, de terror, de necesidad, de servidumbre, que llevan el abismo abierto entre Dios y el hombre, y trasladadas al espacio sensible, y humanamente vestidas, dominarán muchos siglos el espíritu y la naturaleza antes de ser desterradas de esta doble posesión.
La idea divina entretanto, en el mundo real y por la fuerza de las relaciones sobrehumanas y sobrehistóricas, crece dentro del corazón y envía algunas luces pasajeras al horizonte de la vida (los místicos y filósofos antiguos), que son recogidas hoy o mañana por la humanidad, y abren el camino a una mejor vida, mientras aquella con pequeños ensayos y triunfos sobre el suelo (las conquistas, la cultura del suelo, las primeras artes), recobra la confianza en sus fuerzas, y descubre aquí también secretas correspondencias y armonías con el espíritu, bastando tocar en el suelo con la vara mágica (el arte), para que salgan a la luz y reanimen la vida y el espacio. Entonces indaga el hombre con el presentimiento lejano del Dios real en la intimidad de su espíritu, y encuentra muchas bellas y gratas nuevas de vida (ciencia y poesía mística, alegórica, épica, lírica). Ayudado así de ambos lados, del cielo y de la tierra, se arma él mismo de fuerzas nuevas compuestas (artes compuestas, ciencias aplicadas, poesía dramática), comienza a medirse con su destino, y por esto mismo a conformarse con él y a amarlo, entendiendo que Dios le asiste con su presencia infinita también en este suelo, y le aguarda aquí también al cabo de la obra, como en el fondo misterioso del corazón. La idealidad inquieta, febril, presuntuosa, inarmónica de los tiempos de desamparo y de castigo, muere por su negación misma, para dar lugar a un sentido ideal-real y espiritual-natural; mil ideas y relaciones y organizaciones y planes universales de vida, acuden a la fantasía y la llenan de un vigor y abundancia prodigiosa, que sustituye al milagro del espíritu el milagro de la humanidad, y fundan en la tierra un sentido tranquilo pacífico universal-humano, que busca a Dios no ya extrahumanamente, ni extramundanamente, ni extraordinariamente (la piedad impía del espíritu pasado), sino mediante la humanidad, mediante el mundo y el orden del mundo, y el hombre todo y su obra meritoria.
Así llega la humanidad y el hombre de la primera edad simple (inocente), y de la segunda edad irrelativa, parcialmente negativa, a la tercera edad bilateral llena, ayudados, es verdad, de Dios y del orden divino, mediante influencias suaves, unas animadoras, otras salvadoras, [438] otras severas y expiatorias; pero sin mengua de la libertad, y dejando cada vez harto campo para tomarlas o rechazarlas temporalmente e individualmente, el hombre, el pueblo o la humanidad de un cuerpo planetario. Porque la influencia de Dios es siempre racional y total, y mediante esto y ordenadamente a esto es también particular e individual, pero no esta sin aquella.
Hoy, según todas las señales, entra la humanidad y el hombre su contenido en la tercera grande edad de su vida terrena. Porque las influencias humanas pueden comunicarse, como las olas del mar sereno, desde el individuo al todo y de este a aquel, porque media ya hoy de hombre a hombre, de familia a familia, de pueblo a pueblo, derecho, respeto y libertad humana, y donde quiera que se oye en el extremo de la Europa o de la tierra una voz oprimida por los gigantes de fuertes brazos, allí se inclina con el derecho la humanidad, para restablecer las fuerzas; porque las potencias celestiales del arte y la ciencia se han abierto en la sociedad humana un campo infinito de simpatías y de recíprocas fecundas correspondencias poéticas y científicas, porque la religión de la fantasía y de la fe creyente se ha completado por la religión de los principios que envuelven la religión del principio absoluto, esto es, Dios; porque bajo el respeto humano que pone hoy un mundo de distancia entre hombre y hombre, se han descubierto infinitas secretas simpatías y amores individuales, que se alimentan del merecimiento cada vez nuevo y característico entre los amados. Y mediando en todo esto Dios y la humanidad, se abren a cada hombre infinitos mundos de esperanza, de animación y de obra proporcionada y fecunda, que nos reconcilian otra vez con nuestra tierra, con nuestro espíritu y nuestra humanidad, y supremamente con Dios, mediante una religión armónica, omni-lateral, interior-exterior, ideal-real, que curará ella misma las heridas y enfermedades pasajeras de la crisis última (incredulidad-indiferencia-eroticismo), entre el día pasado (fanatismo-dogmatismo-fatalismo histórico), y el venidero (racionalismo-organismo, libertad).
Pero los individuos deben saber este estado de la historia, para entenderlo y recibirlo en sí, y realizarlo sistemáticamente en su vida individual y la individual-social. Tanto mejor y más claro comprenderán el sentido de la historia universal y la particular hasta la suya última embebida en aquellas; tanto más seguros y confiados mirarán al Espíritu del todo, sin desorientarse por los malos espíritus del tiempo pasado, que vuelven alguna vez bajo la tolerancia de la historia presente, y suelen sorprender el espíritu desprevenido. Pero el que tiene ojos para [439] la historia universal humana y su aspiración indeclinable a realizar aquí también el reino de Dios (la idea divina), y el orden real del mundo en el espíritu, la naturaleza y en la humanidad, no se dejará descaminar por estas reapariciones semi-vivas de lo pasado en lo presente.
Oh hombre, no vuelvas al sueño pasado; la fe pasiva que suele perdonarse al niño es el pecado del adulto. Si alguno de estos ociosos te persuade a que sigas su camino y que el tuyo es malo, este hombre busca compañía de fuera, porque él no está acompañado de la verdad y la propia confianza, o estando hambriento en su casa propia, quiere comer de la tuya, y después abandonarte en la hora de Dios. Piensa más bien que a cada pueblo y a cada hombre y a cada tiempo pide la historia universal traer algo bueno y bello y propio al medio común de la vida; para esto has heredado ideas infinitas, y un mundo de fantasía en que individualizarlas, y un pie, tierra, tiempo e historia en que imprimirlas como vivificaciones efectivas de la historia eterna. Toma esto de corazón y sigue tu obra, sin mirar atrás ni a los lados, ni aun arriba, sino cuando fueres llamado, porque la mano de Dios que antes te llevaba asido, ahora te deja hacer solo largas jornadas, guiándote de lejos.
II.
El mismo capítulo.
Por mas que hagamos, la fantasía, el sentido del espíritu, siempre se recreará en esta tierra, y se espaciará en ella, como su morada histórica, en que el espíritu y el hombre debe sellar su definitiva armonía con la naturaleza en el mundo. Si un hombre o pueblo o siglo en su limitación temporal pierde por ignorancia o por su culpa el camino derecho, y con esto mismo se desestima a sí propio, aborrece su puesto y vuelve su mano contra sí (porque el mundo real, excepto el sujeto, es divino e invulnerable); si su fantasía preñada de terrores secretos o amores sensibles, o uno y otro, no sirve a la razón y se inutiliza en hombres o pueblos para el fin divino en la tierra, nuevos hombres y pueblos en la inagotable fecundidad de la vida vendrán con la reminiscencia de un bello pasado y con la esperanza de un relativo porvenir; se sentirán bien hallados aquí, mirarán sus ojos éste suelo como el lugar [440] de las grandes obras, sin que las nubes oscurezcan todavía el cielo sereno de la edad primera. –Podrán estos nuevos venidos recaer otra vez en la duda, en la infidelidad, en la regeneración de la vida, pero otros infinitos bajan después de ellos a la tierra alegres y llenos de esperanza. Contemplad el pueblo que nace, la familia en sus primeros amores, el niño en sus gracias, en la viva posesión de su estado y lugar y en la despreocupación del contrario porvenir. Mil bellas ideas y resoluciones y planes nuevos de vida acuden a su fantasía con una abundancia maravillosa, y alejan de este sagrado círculo el contagio del mal histórico. Otro Dios y otra relación de Dios con el hombre media aquí y separa por un mundo esta edad de la segunda. Sin embargo, en este primer período de toda vida es la fantasía la que se anticipa y nos acompaña y casi lo hace todo por nosotros. Pero esta fantasía es en el hombre y el pueblo naciente un reflejo de la creación eterna con presentimiento de una ulterior eternidad, y abraza la vida presente en una bella ojeada. ¡Ved la alegría tranquila del niño, su ánimo sereno aun en medio del llanto de sus ojos, su corazón abierto para el porvenir y reconoceréis todavía la señal de Dios en el hombre y el destino de este a realizar en la tierra la armonía divina del espíritu y la naturaleza, y hacer acepta a Dios esta obra armónica, una vez que sea semejante a la obra maestra, esto es, una, entera, igual, dentro y de dentro a fuera y de todos lados. –Esta primera revelación de Dios en la fantasía del hombre naciente y renaciente nunca ha faltado a la humanidad en el primer periodo de su vida; aunque luego ella misma como ser racional y meritorio de su destino debe luchar laboriosamente, y vencer en la segunda edad las oposiciones parciales suyas y del mundo, para recobrar después del trabajo la fe racional reflexiva (doble) y anudándolo a la fe simple intuitiva de la infancia, realizar su vida como una armonía efectiva sistemática individual-social, en lugar y tiempo e historia finita, dentro del lugar y tiempo e historia infinita.
Muchos ciertamente, innumerables hombres, familias y pueblos han pasado y hecho todas sus edades sobre la tierra; todos seguirán aun mas allá la vida que se hayan preparado por el propio merecimiento (modo eterno del mundo divino aquí y donde quiera). Pero la humanidad toda en la tierra, el hombre-tierra en su total vida sale ahora de su primera edad, y a él se aplica y con él habla la historia pasada en hombres y pueblos, llena de duras experiencias, de descaminos y desaciertos y desgracias, parte por la propia culpa, parte por el aislamiento en que hasta hoy ha vivido cada todo particular de su todo total, de grado en grado; [441] pero supremamente por la limitación del ser y humanidad finita y el desconocimiento de Dios y de su ley divina.
Pero esta experiencia laboriosa en pueblos y familias e individuos en la historia pasada se convierte hoy en enseñanza útil, bien probada para luz y guía de la humanidad, al entrar en su tercera edad. Y esta humanidad adulta, enseñada y afirmada en su camino, abrazará otra vez y de más alto modo a los pueblos y hombres venideros con nueva doctrina, con amor maternal, con influencia eficaz, igual, racional, por todos los modos; y juntando así los dos extremos de la vida (la parte y el todo) comenzará la armonía efectiva llena y omnilateral en lodos los fines de su destino. En esta nueva y más completa vida los presentimientos primitivos de un reino de Dios en la tierra, y de una comunicación de Dios con la humanidad tendrán su cumplimiento, en vez de la orfandad y enajenación presente.
Así la primera parte de la historia humana sirve enteramente a la segunda en la unidad de toda la historia, y los pueblos y hombres, como partes temporales sirven a su todo y patria humana en Dios: y todos los errores y males pasados (salvo la pena merecida por culpa) son para la inocente venidera humanidad enseñanzas nunca perdidas de Dios a ella. Esta es la ley orgánica y progresiva de la historia.
III
Previsiones históricas.
¡Cuando volverán a aparecer en el cielo de la vida aquellas expresiones misteriosas de alianzas secretas del corazón y del espíritu, y de un mundo de sobrerelaciones con el mundo superior que llamaban la edad infante y media de la humanidad desde el nacimiento a la muerte y se expresaban en deseos, esperanzas, creencias indefinidas.... los misterios griegos, los eones alejandrinos, el ángel bueno y el malo, el conjuro y la constelación, el amuleto y la palabra cabalística, las virtudes secretas de las plantas, las fascinaciones, apariciones, posesiones... todo un mundo de seres e influencias sobrenaturales y sobreespirituales conocidos en verdad, con conocimiento simple y de primera aprensión, vestidos de formas y palabras groseras, impropias, mezcladas al [442] punto de error y contradicción (como los sueños de la infancia); pero en su primitivo sentido verdaderos, en su nacimiento puros y en el hecho histórico tan crecidos y reinantes en una edad humana como reinantes y creídos son los conocimientos llamados positivos de nuestra edad. Aquel tiempo y mundo del presentimiento sobrehumano, fue un árbol de vida cortado en su flor, de cuyos frutos nada podemos decir, no habiéndolos dejado madurar.
Pero aquel mundo y vida humano-divina volverá a nosotros por la fuerza de las relaciones, pasada la media edad presente no ya de simple conocimiento como antes, no mezclado de error, visionario inconsecuente y corruptor en la vida, inmovilizador como un encanto mágico de nuestros brazos y nuestros pies y nuestra obra humana, sino que volverán con un conocimiento reflejo fundado; en el conocimiento de Dios y de Dios Supremo, y en el conocimiento de su vida divina, y la suprema y demás omnilaterales llenas relaciones sobre y con el mundo. En estos conocimientos primeros se conocerá fundamentalmente la procesión y procesiones espirituales, las generaciones naturales, las encarnaciones del espíritu en la naturaleza hasta cada último individuo espiritual natural y el hombre (microcosmos). Y entonces ni perjuicio, ni contradicción, ni abuso, ni superstición, sin impedimento de la obra terrena, completaremos aquellos misteriosos presentimientos del espíritu infante (guiado por influencias secretas que él no entiende), los aplicaremos con recto sentido para reanimación de la vida, los contemplaremos con respeto religioso, los comunicaremos con amor humano en Dios, y con la firme creencia que el espacio y el tiempo entre la tierra y el cielo, entre la historia y la eternidad está lleno también de mundos y seres infinitos reales que unen los dos, y todos los extremos de la vida, y nos llaman con voces interiores a que hagamos de esta naturaleza terrena un reflejo de la naturaleza universal y de nuestro espíritu terreno un órgano del espíritu universal, y de nosotros mismos, nuestro hombre, una semejanza verdadera y bella de la humanidad en Dios. La certeza de estos términos extremos y medios de la vida llenara nuestro espíritu y nuestro corazón, despertará en nosotros amores delicados superiores para unirnos realmente y por todos los modos armónicos con los seres inmediatos y con todos de la escala universal, gastará ante la nueva obra la herrumbre del egoísmo y el mal encanto del sentido, sucesor del mal encanto del espíritu; pondrá fuego en nuestras manos y alas en nuestros pies, para juntar con mérito moral y amor común nuestra historia y vida inferior con la historia superior inmediata y mas allá en el mundo. [443]
Entonces bien probados y acerados con la larga experiencia de la media edad, no nos distraerán ni descaminarán ni adormecerán las ideales infinitas concepciones de una fantasía profética que se recrea desde esta vida en la venidera y desde la tierra en el cielo, sino que reducidas a su justa verdad y límite bajo el conocimiento de Dios y del orden moral del mundo, fortificarán infinitamente a la humanidad y al hombre en los intervalos de su larga carrera, como la luz del sol, aunque lejana, alumbra y anima al caminante. Entonces serán bienhechoras, no dañosas, las creaciones de la fantasía una vez referidas a la obra meritoria práctica y artística de la humanidad y del hombre. Entonces sabremos de cierto que Dios nos da aquí también un cielo real con anticipada visión del espíritu y goce del corazón mediante el mérito de la voluntad.
Y estando la humanidad al mismo tiempo organizada subjetivamente en sus familias y pueblos y uniones de pueblos, y objetivamente en ciencia y arte, en forma de estado, moral, religión y libre comercio humano, y entendiendo bien su historia pasada, sujetará ella misma por la fuerza de las relaciones todos los malos genios que hoy todavía oscurecen y cortan el camino de la vida, la tiranía de lado (la guerra) y de arriba (el absolutismo), el desamor (egoísmo), la indiferencia humana y la espiritual. Nada entonces hará perder a la humanidad el nuevo puerto ganado. Entrará entonces la tercera edad humana; habrán pasado de acá a allá largos tiempos; nosotros los hijos de hoy habremos dejado esta vida natural, pero reviviremos en el espíritu y el corazón de aquella humanidad venidera, que nos recibirá a todos en la plenitud de su vida, en Dios y Dios mediante.
Así, seamos hoy fieles, cada uno en su puesto, cada cual presidiendo su destino; este es nuestro cielo presente; después de esto vendrá la firme esperanza de que nuestros hijos acabarán la obra comenzada por nosotros. Si pasamos nuestra hora en mirar alrededor en la historia común, no haremos nuestra obra ni la de todos mediante nosotros; dejaremos apagar la luz del presentimiento y del amor; nos estorbaremos y tropezaremos con nosotros mismos como con un bulto muerto en medio del camino. [444]
IV.
La ley vieja (inmediatividad) y la ley nueva (relación).
Tiene la historia universal y la de la humanidad en la tierra su sentido más real y último en lo siguiente: La humanidad y el hombre aspira como sujeto de su vida a conocer, sentir y obrar lo divino, y a conocer, sentir y realizar a Dios como el objeto absoluto en la esfera de la libertad; esto es, conocer, sentir y referirse en obra a lo divino y unirse a esta realidad conocida, como lo entero y último único que cabe pensar y poseer (la bienaventuranza) por motivo de ello mismo (la gloria) y en forma eterna de obrar (la ley de Dios). Mas este conocimiento y sentimiento y unión real es infinita por su objeto, es universal, pende y trasciende siempre para el ser finito y pide, aun dentro de la ciencia y vida limitada, una entera consagración (devoción) del hombre y la humanidad toda a su asunto y juntamente pide una subordinación y subrelación de todo el sujeto y sus condiciones, para que la humanidad, como el contenido total vivo y orgánico de todos los hombres, se sostengan constantemente sistemáticamente hacia todos lados, con todas sus fuerzas en esta ciencia y vida y unión objetiva. –Pide este fin último histórico y ultra-histórico que durante el camino hacia él no se ponga el hombre ni la humanidad como fin, sino como medio y condición del fin real, en Dios, hacia Dios; porque en el punto que la humanidad pierde el sentido condicional a su fin, allí se interpone como sombra entre ella y Dios, olvida a Dios por sí misma, toma su imagen subjetiva de Dios por el Dios real, rompe la escala misteriosa de la vida, y apaga ella misma en sí el anhelo del corazón y del espíritu que junta la vida y obra terrena con la vida y obra divina.
Y siendo el objeto real absoluto, esto es, Dios, no algo puramente otro y fuera del hombre algo particular, circunscrito histórico, sino un todo, un universal y trascendental y bajo esto aquello también, teniendo por tanto todo ser y el hombre algo de divino y superior a su individualidad histórica, debe el hombre y la humanidad por motivo del objeto mirar con respeto divino todo ser y toda cosa y aun a sí mismo en todas sus personificaciones y manifestaciones, reconociendo que en todo [445] estado y relación de vida, y aun en las propias inmediatas relaciones, va contenida una sobrerelación y trascendencia divina. Solo en la tendencia y sentido perseverante a conocer, sentir y cumplir la justa relación dada donde quiera, ya sea coordinada o subordinada o sobreordenada, está de parte del hombre la condición de conocer lo real objetivo y último en ella, esto es, de conocer a Dios y sus divinas manifestaciones mediante el mundo y la historia, el espejo de Dios, y unirse a él por estos medios.
Exige, pues, esta ley como forma de la vida el respeto santo al espíritu, a la naturaleza y a la humanidad y a todos los seres espirituales, naturales y humanos, y a nosotros mismos en todas nuestras propiedades y modos y estados de estas propiedades, en presencia y en memoria por motivo último, no de ellos, sino de Dios, que se nos da a conocer y sentir y poseer hoy en estos, mañana en otros, en la justa medida y según el merecimiento moral y la capacitación del conocedor para ello cada vez. Pero este respeto del sujeto a la vida presente en parte del respeto a la vida universal es el reconocimiento de nuestra limitación ante y dentro de la ilimitación del mundo y de Dios, es para el sujeto la condición y la medida de la estima de cada objeto y del interés inagotable por conocerlo y unirse a él; es la sal de la vida y nos hace presentir tras de cada ser y propiedad y virtud conocida infinitos nuevos mundos de seres y propiedades que conocer y poseer. Mediante el respeto a la vida y cada vivificación dentro de ella y en nosotros, prestamos un culto virtual, recatado, circunspecto a Dios en su templo real, el mundo y la historia, en vez del culto sensible, irrespetuoso, presuntuoso de los pueblos infantes bajo la fe sencilla de tocar a Dios y al mundo con su mano y con su cuerpo. –Frutos abundantes de esta raíz sana, el respeto de la vida por motivo de Dios, irá recogiendo la humanidad y el hombre en el camino de su vida, sobrados para nacer y renacer, vivir y revivir infinitas veces en infinitos mundos, pero el fruto último, la posesión absoluta de su objeto en el sentido vulgar de la palabra, no lo alcanzará, tan cierto como el hombre es finito, y Dios –el _objeto_– es infinito.
De aquí resulta que según y hasta donde la humanidad conozca a Dios, a esta medida conocerá todas las cosas particulares y a sí misma y sus relaciones dentro y fuera; porque en el fondo misterioso de todas está Dios, esto es, la verdadera y la última realidad, y del sujeto a ellas media siempre infinita relatividad, un mundo de relaciones.
Pero donde el hombre no quiere conocer el medio relativo entre él y [446] su objeto, y no quiere o no sabe sostenerle en forma de relación, sino que presume conocer y sentir y poseer el objeto mismo inmediatamente sensible, allí cae en ceguedad, en absolutismo, en presunción y desconoce a Dios y olvida la respectividad infinita que media entre él y Dios.
Luego el proceso de la historia humana, como una subefección de lo temporal bajo lo eterno, de lo finito bajo lo infinito, consiste en pasar el sujeto histórico de la presunción simple de ver y poseer inmediatamente la realidad, esto es, Dios, y bajo la realidad toda cosa particular y él a sí, al reconocimiento circunspecto del medio infinito de relaciones entre él y la realidad, y a la ley consiguiente de conocer, cultivar, respetar, ordenar estas relaciones, las justas cada vez y con cada orden de la vida. Entonces le es permitido al ser finito creer que está en el camino de la verdad, del amor y de la posesión real, esto es, en el camino de Dios.
Bajo esta ley de la vida ha sido el carácter de nuestra historia humana en su primera y segunda edad (infancia y juventud) hasta hoy presumir el hombre que conoce y trata directamente con el mundo y con Dios sobre el mundo (lo cual contradiciendo con la naturaleza del hombre ha engendrado las figuras en una edad, los misterios en otra edad) y con toda cosa, olvidando la relatividad infinita e inviolable que media entre él como ser finito y la realidad como infinita, y olvidando sobre todo al Dios real. Creyéndose, pues, el hombre en comunicación inmediata con Dios, como con la sombra de su cuerpo y de su mano, ha abusado de Dios, vistiéndolo de su propia sombra y creyendo que Dios tomaba esta sombra por buena y la única y última; creyéndose en comunicación inmediata con el mundo y la historia, ha abusado de uno y otro, olvidado la ley eterna de subordinación universal de él como parte al mundo como todo, y creído que todas las relaciones del mundo con él están cerradas en su obra de un día y mirando esta relación como un cambio de tanto por tanto o de cargo y data, y ha echado el resto de relaciones universales donde no venían bien a su fin particular a cuenta del hado o la fortuna o la accidentalidad histórica; palabras inmodatas e impías que van todavía adheridas como herrumbre corrosiva a nuestra historia presente. Creyéndose en comunicación inmediata con el hombre y la naturaleza, ha desconocido las relaciones interiores de él con la naturaleza y sus seres; ha abusado de estos seres rebajándolos a una distancia infinita de sí mismo, donde no se descubre ya señal de respeto y de deber con el mundo inferior por motivo de Dios. Y en cuanto al [447] hombre, ha abusado de él, y cada cual de sí mismo, ha olvidado (a lo menos hasta poco ha) los respetos humanos, ha tomado al hombre como puro instrumento (tiranía), o como puro enemigo (guerra), o como puro dueño (servidumbre); pero siempre como cosa inmediata, y no más ni mas allá, no viendo que Dios y la humanidad toda median entre hombre y hombre y entre el hombre consigo, y ponen entre ambos un mundo de infinitas relaciones y respetos.
Así ha sido la historia hasta hoy bajo la presunción irracional y en parte orgullosa e impía de la inmediatividad de la vida y la comunicación manual del hombre con el hombre, de la humanidad con el mundo, y del mundo con Dios. Veremos lo que será esta misma vida bajo la ley de la mediación y relatividad infinita entre estos términos y la ley práctica consiguiente de los respetos humanos, subhumanos y sobrehumanos por respeto a Dios.
V.
Nuestro siglo (otro aspecto).
No me puedo convencer que sea egoísmo puro el que reina en nuestro siglo. El egoísmo aparta, aísla, desconoce su contrario, y esto no concierta con nuestro siglo, que puede llamar categóricamente el siglo de las relaciones. Pero el hombre ha llegado a entender que tiene dentro tanto como fuera, un asunto eterno pendiente consigo y quiere entrar en la ciudad común con su persona toda entera, con su cuestión y su interés eterno de vida; y este interior eterno hombre, que no puede hoy hacerse valer por oposición, procura hacerse valer por composición y relación (arte social, arte político, interés bien entendido). Tenemos, pues, con nosotros y entre nosotros un nuevo ciudadano: el Yo con su mérito moral, con su fin y sistema de fines de vida, con un mundo entero de personalidad que le acompaña, con todos los vínculos de la intimidad humana, el mundo del presentimiento, el de las convicciones, el de las inclinaciones, el del amor en todos sus grados y sus personas, que se anudan todas a este nuevo misterioso centro de la vida. El obrar en este sentido para dar lugar y mérito e influencia a este mundo de la individualidad, lo llama el que habla por fuera, y mientras habla egoísmo, [448] porque nos gusta juzgar antes de observar y porque el tesoro de la lengua es más pobre que el de las ideas, e infinitamente más pobre que el de las cosas que debe expresar. La cosa es aquí muy otra que la palabra; todo un mundo media entre el llamado egoísmo antiguo, simple, absoluto, insocial en la forma, grosero en los medios, sensible e irracional en el fin, y el egoísmo moderno, reflexivo y recíproco con los fines comunes, y relativo a sus medios, social en la forma, artístico, político y pacífico en los medios, racional y trascendental en el fin, para abrir mediante relaciones concertadas entre la parte y el todo, entre yo y el mundo un nuevo comunicador de Dios con los hombres, de la conciencia con la vida, de la libertad del espíritu con la libertad del mundo; para hallar yo mismo en esta reciprocidad de vida interior-exterior, además de las relaciones extrahumanas, secretas, aisladas, de Dios conmigo, relaciones históricas, recíprocas, que estrechen con nueva alianza el reino de Dios con el de la humanidad.
Pensad esto bien, muchas aparentes contradicciones en la historia individual y la social se aclararán bajo esta idea; ella misma guiará vuestra práctica por el derecho camino y cortará la mala liga irracional, grosera, que también se pega a este egoísmo moderno como al antiguo.
VI.
El individuo. La individualidad.
Siempre está contigo tu individuo. Si no lo amas, no habrá amor en tí; si no lo gobiernas, no habrá gobierno en tí, ni de tí alrededor; si no lo educas, lo respetas, lo persuades, lo moderas, no habrá educación, respeto, persuasión, moderación en tí ni de tí afuera; si no lo mantienes sano, bello, alegre, libre, no habrá salud, belleza, alegría, libertad en tí, ni mediante tú en el mundo. Tu individuo es tu sombra delante del sol, su imagen en el agua, el eco de tu voz en el aire, el ruido de tus pasos en el suelo, la voz de tu corazón, el testimonio de tu conciencia, y más adentro que todo esto tu nombre propio; porque todas estas individuaciones pasan y renacen infinitas veces en el presente eterno de tí mismo. Si algún día descubres tu Nombre real en el mundo sobre tu nombre histórico en la tierra, habrás elevado tu individualidad humana [449] y la común un grado más que el que hoy tiene; habrás descorrido uno de los velos misteriosos de la vida. Pero hoy mantente firme en estas aproximaciones conocidas de tí mismo, como en un círculo sagrado entre tí y el mundo: haz sagrada tu individualidad ante la religión histórica, ante el estado histórico, ante el comercio humano presente, porque de tu individualidad la cara mira al mundo, el fondo mira a Dios y vive en él.
Si buscas un medidor maestro para la historia humana hasta hoy y hasta tí, toma este de la individualidad y del reconocimiento y respeto a ella en cada hombre, y la puedes seguir toda con resultado y enseñanza práctica, (aunque también puedes tomar por medidor el amor común humano y el de las alianzas progresivas de Dios con el mundo). Así, en el mundo e historia antigua, la individualidad se desconoce a sí misma, o se olvida ante la familia, o ante el estado, o ante la religión o ante un hombre; en la edad media la individualidad se muestra ya en la fuerza del corazón o del brazo, y se defiende bien cuerpo a cuerpo contra su igual, y aun ante el superior invasor de su fuero; pero no hace ley ni principio de ello fuera, ni el hombre se hace de su individualidad ley de respeto ni de moral interior, con lo que no pudo fundar los derechos sagrados del hombre ante el derecho sistematizado de las monarquías modernas. Pero una vez declarados derechos fundamentales del hombre ante los estatutos y prescripciones históricas, se ha formado el de la historia humana, se ha puesto un límite infranqueable entre la historia exterior común y la interior individual; ha sucedido a la acción simple absoluta invasora del todo a la parte, la acción relativa política y la reacción proporcionada de la parte al todo; se ha sentado entre el hombre y la humanidad una persona y mundo de deberes morales, de relaciones extra y ultra-mundanas; se ha levantado sobre firme base la santidad del individuo dentro y fuera del mismo; se ha puesto un nuevo medio de la historia universal, y con el nuevo medio ha comenzado una nueva edad. Ciertamente este nuevo medio, la santidad del individuo humano, que nace hoy en la historia, no ha sido aun bien entendido, ni por el sujeto mismo, ni por el opuesto (la sociedad), ni ha sido aplicado sino a una parte de la vida, a la vida política, y esto en forma de oposición y de desposesión de lo antiguo, no en forma de limitación y de relación, mientras en las demás esferas de la vida aun no se ha entendido ni se ha aplicado; pero la ley nueva está escrita, y la individualidad bajo ella funciona ya como un factor de la historia presente hacia la venidera. [450]
VII
La escuela histórica.
Apenas pasa día en que no te encuentres con alguno que te diga: ¡ved la buena nueva! La historia pasada renace, los muertos resucitan, la religión sensible de la edad media vuelve con todo su aparato, y trae innumerables gentes convertidas a ver, oír y alabar este milagro de los ojos. La monarquía de la edad media (a lo Carlomagno) se anuncia triunfante sobre las ruinas de la monarquía constitucional y millones de hombres saludan con alegría este triunfo de lo pasado sobre lo presente. Ved en el drama social revivir el romanticismo y la caballería cortesana, los juegos y fiestas, los trajes y modas, todo el mundo histórico antes del presente y el inmediato pasado, volver a la vida y a reinar sobre la tierra. El hombre se ha convencido que aquello era lo bueno, lo religioso, lo político, lo bello, y vuelve él mismo como el hijo pródigo a la casa abandonada de su padre... ¡Necia ingratitud! vosotros, hijos de la historia presente mas que de la que os revestís, debéis agradecer la bondad de esta que deja renacer a los muertos y vivir una segunda vida bajo la nueva mayor casa paterna, al abrigo del derecho común, de la libertad común, del sentido común positivo y comprensivo de todo lo humano, lo pasado, lo presente y lo venidero, para que todo bajo estas altas leyes y anchas medidas de la vida vuelva a juntarse y probarse con su contrario relativo, mediante derecho y razón y buenos medios. Entended, pues, respetad las nuevas leyes de la historia presente, de las que vosotros mismos vestís la historia pasada para darle carta de pase, mientras esta pasada historia y sus potencias en su primera vida, mataron toda otra vida que creciese a su lado. Si lo antiguo renace, señal es, pues, de la bondad de lo nuevo que lo deja renacer, cuando él ocupa el puesto, no de la bondad de lo antiguo que deberá probarse en la nueva lucha, si quiere conservar su segunda vida o ley de razón y libertad.
I. El espíritu.
El espíritu es un cristal que con solo limpiarlo brilla y refleja el [451] rayo del sol. Así Dios, el sol de la vida, no pasa en vano por el espíritu que se cultiva a sí mismo.
II. La excelencia humana.
No quieras ser excelente en virtud ni arte ni ciencia, porque la particular excelencia que tengas, o deberá resolverse al punto en relaciones, o no será común-excelente, humana-excelente; sino procura ser hombre bien proporcionado en tus relaciones dentro y fuera. Si después de esto y mediante esto puedes sobresalir, sobresal en buen hora; pero resuelve al punto tu excelencia en relaciones comunes, dando a todos parte en ella y engendrando alrededor de tí un mundo de excelencias semejantes. Huye de contemplar tu excelencia particular.
III. Las ideas.
El que pretende impedir la propagación de las ideas se parece al que se sube a la montaña para que la sombra de su cuerpo estorbe la luz del sol a los del valle: el sol lo bañará a él y alrededor, arriba y abajo. Así las ideas, el sol de la vida, aun el que las impide en sí o en otros, participa de su luz.
IV. La fama póstuma.
La humanidad, en su historia universal, no cree que mueren sus hijos; por esto guarda religiosamente su memoria.
V. La muerte.
La muerte, aun mirada desde aquí, no es absoluta, sino relativa. Si yo muero en medio de mis amigos, ¡qué diferencia de si muero solo! Si muero en el calor de una grande acción, o con la mano en el trabajo, ¡qué diferencia de si muero en la ociosidad! Si muero haciendo verdadera entre los hombres una idea salvadora, ¡qué diferencia de si muero bajo enfermedades que yo me he causado! –Podemos con una sabia previsión acumular tanta vida a nuestro lado y en el mundo infinito de nuestra fantasía, que la muerte se reduzca a sus límites naturales, y entonces no nos inquietará antes de llegar, ni la sentiremos mas que sentimos el nacimiento. Pero esta vida la hemos de atesorar por todos [452] los modos humanos, no por uno o por otro solo, o a lo menos por todos los modos que están en nuestra posibilidad como hombres.
VI. La teoría de la práctica.
Te sucede a veces concebir un gran pensamiento, y sobre grande, bueno y bello; mas al ponerlo por obra, los primeros obstáculos te irritan, el calor del espíritu se enfría, y al cabo de poco olvidas tu buena y bella idea. De aquí sacas la consecuencia: el mundo es malo, porque no quiere recibir el bien, y los mejores pensamientos mueren al tocar en el terreno de los hechos. –Tu conclusión es injusta; la idea que tú concebiste buena y bella para tí no lo era enteramente; tú concebiste una bella posibilidad en tu espíritu, pero no concebiste la idea de una bella y acabada efectividad en los medios y en el resultado. La idea de reducir a hecho lo posible bueno y bello pide ser concebida tan enteramente como la idea de la posibilidad misma. El mundo efectivo es tan absoluto en su lugar como el mundo ideal en el suyo, y de uno a otro media también un mundo de relaciones (el mundo del arte). ¡Tú, hombre de un día, prendado del parto de tu fantasía, presumes imponerla por una especie de milagro en el mundo de los efectos! Esto causa tu error y tu despecho. Junta a la idea de la bella posibilidad la idea de la bella efectividad, y compón ambos extremos con la idea de la relación (el arte) y entonces serás hombre y obrero ideal-real en el mundo de Dios y concurrirás útilmente sin presunción ni vanidad a tu destino y al del mundo, mediante Dios.
VII. La fantasía del pecado.
¿Conocéis la fantasía del pecado? Esta fantasía es el infierno como el mundo más inmediato en que el hombre vive, mientras se sale de pecado. Nuestra humanidad terrena, el homogéneo del hombre, crea en su limitación histórica, mientras se sale de pecado y de apartamiento de Dios un infierno común como la esfera interior sensible, en que vive por tiempo. Porque la humanidad, como el hombre, es fundamentalmente buena y bella, y de aquí se sigue que en testimonio de mal o de fealdad propia debe resultar inmediatamente en la fantasía común humana como un mundo de mal, de tormento y de oscuridad (un reino de tinieblas). Así, no es este mundo infernal una aprensión, como nos decían poco ha, sino una realidad inmediata, aunque muda de aspecto según los tiempos [453] y el pecado de cada siglo. Nuestros padres hablaban de este mundo como de lejos, en las calles y plazas, en los libros y conversaciones. Pero hoy ¡cuántas moradas infernales encierra el hombre dentro de su corazón, que no puede, que no debe revelar!
VIII. Cuestión capital.
Si supiéramos con absoluta certeza por ciencia y por fe que Dios ayuda a la humanidad en el mundo y en la tierra, en el pueblo y en el individuo, en todos los tiempos y a cada momento... ¡Cuán enérgica y firmemente obraríamos todos unidos para la realización del reino de Dios en la tierra! Luego adquirir esta certeza por todos los medios y de todos los modos humanos y para todos los hombres igualmente, es la primera cuestión de la ciencia y de la vida.
11 de junio, 1854.