Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos, La Iberia, Madrid jueves 4 de diciembre de 1862 (original) (raw)


Bibliografía

Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos, y verdaderos principios de la ciencia,

por don Patricio de Azcárate

En un país en donde el movimiento filosófico es casi nulo, a causa de las circunstancias políticas porque hemos atravesado, y de la presión que en todos tiempos se ha ejercido sobre las esferas de la ciencia; es, sin embargo, un espectáculo consolador el observar que de vez en cuando, los anales bibliográficos tienen que registrar la aparición de un libro, que como el de que nos ocupamos en este momento, está llamado a hacer un verdadero servicio a los estudios filosóficos que desde hace algún tiempo se van despertando en nuestra patria, a despecho de todas las oposiciones que sufren en la esfera oficial, y de las continuas y destempladas declamaciones de cierta parte de la prensa, que parece no tener otra misión en el estadio del periodismo que perseguir toda idea noble y elevada, anatematizar la ciencia, condenar la luz de la verdad y vivir continuamente con la espesa venda del error sobre los ojos.

Son demasiado claras para todo el mundo las causas que produjeron en nuestra patria un completo abandono de las ciencias filosóficas, abandono que no ha contribuido poco a detenernos por bastante tiempo en la senda del progreso y de la civilización: nadie hay que haya olvidado la intolerancia clerical, el monopolio que, en ésta esfera como en otras muchas de la enseñanza pública ha ejercido el clero regular, y por esta razón nos vemos dispensados de insistir en una idea que se ha generalizado en la conciencia pública; pero sentados estos precedentes, debemos indicar las necesidades que siente hoy la ciencia entre nosotros, la manera de obviar los inconvenientes y ponernos en el verdadero camino que es el único que puede asegurar nuestro porvenir.

La idea de que el adelanto de todos los conocimientos humanos y de todos los elementos de la civilización de un pueblo está en armonía con el desarrollo de la filosofía, es tan clara y vulgar, que ha llegado ya a la categoría de axioma. Es notorio también que todas las ciencias van a buscar a la filosofía los principios que le sirven de fundamento, y por eso entre el cultivo de la filosofía y el adelanto y progreso de las ciencias hay un paralelismo que en vano intentaría negarse; pues si la ciencia a priori nos afirma en esta verdad, la historia y la experiencia nos confirman más fuertemente en ella.

Ahora bien: si esta verdad es inconcusa; si no podrá ser negada sino por aquellos que se obstinan en cerrar los ojos de su inteligencia a la clara luz de la verdad, ¿no es urgente que en nuestra patria ocupe la filosofía el rango de que debe disfrutar, si queremos que las demás ciencias, los demás ramos de nuestros conocimientos se eleven a la altura que han alcanzado en otras naciones, y que contribuyen de un modo notable al perfeccionamiento de su civilización?

He aquí por qué hemos visto con singular complacencia el libro del señor Azcárate, que viene a llenar un vacío que desde hace algún tiempo se hacía sentir, y que puede contribuir poderosamente, auxiliado por los trabajos recomendables de hombres tan laboriosos como inteligentes, a despertar en el público la afición por los estudios especulativos, cuyo interés nadie puede desconocer.

Si ha de existir filosofía entre nosotros, no puede ser ésta la importada directamente de otras regiones, que siempre será en España una planta exótica, y que sólo podía conseguir una vida efímera y raquítica. Es cierto que la ciencia pertenece a la humanidad entera; pero no lo es menos también, que en cada país, según el mayor o menor grado de cultura, según el genio del pueblo, su carácter peculiar, la ciencia una, idéntica, varía en condiciones y circunstancias, y por eso se hace preciso, que antes de adoptarse, sufra las convenientes modificaciones, que sin destruir su esencia, puedan hacerle prosperar en un pueblo, según sus tendencias, su cultura y grado de desarrollo científico y social.

Al mismo tiempo, aunque nos aprovechemos de los frutos que la ciencia ha producido en otros países, gracias a una libertad bien entendida, a circunstancias políticas más favorables, a cierto carácter más serio y pensador, no por eso debemos olvidarnos de lo que poseemos, relegando a un injusto desprecio los trabajos de nuestros mayores, que aun con los defectos inevitables causados por las circunstancias que más arriba hemos dejado apuntadas; no por eso dejan de ofrecernos provechosos ejemplos, datos preciosos y ventajosos resultados.

Se hace por lo tanto preciso, si nuestra filosofía no ha de ser una pálida copia, una servil traducción de la de otros países, que estudiemos nuestros antecedentes científicos, y que a ellos reanudemos nuestras nuevas especulaciones, teniendo presente además, el desarrollo filosófico en los demás pueblos de la culta Europa; y de esta suerte nuestro trabajo, sin dejar de ser original, sin dejar de reflejar nuestro genio y nuestra personalidad, podrá ir alcanzando progresivamente mayor desarrollo, hasta colocarnos a la altura de las demás naciones.

Las consideraciones que preceden pueden servir algún tanto para conocer el espíritu y tendencias que dominan en el recomendable trabajo del señor Azcárate, que aspira a generalizar los estudios filosóficos en nuestra patria, como requisito necesario para llegar a un desarrollo más perfecto en todas las demás esferas de vida científica y artística.

La historia de la filosofía moderna, desde la época del Renacimiento hasta nuestros días, envuelve en si todo el desarrollo filosófico de las pasadas edades. Ninguno de los elementos fecundos que forman el fondo de las especulaciones filosóficas, desaparece del campo de la historia del desenvolvimiento de la razón humana; porque los sistemas que van sucediéndose en el campo de la filosofía, son cada vez más completos, más complejos, más sintéticos.

Por eso el libro del señor Azcárate, aunque en realidad no sea más que de la época filosófica moderna, por eso, aunque arranca del Renacimiento, presenta un cuadro tan completo como instructivo del desarrollo de la razón humana. En este cuadro, si bien aparecen en primera línea los nombres de filósofos extranjeros, pues no puede hacerse otra cosa, dadas su importancia y significación, no por eso se olvidan los escasos elementos con que cuenta la filosofía española, para que puedan servirnos para reanudar a ellos nuestros trabajos, y poder lanzarnos con fruto en el campo de las especulaciones filosóficas; sin que aparezcamos como meros traductores, como mezquinos rapsodistas, sin originalidad ni carácter propio en el desarrollo de la ciencia de las ciencias.

El cuadro completo de la filosofía moderna, de su sucesivo desarrollo, de sus diversos sistemas, completados y criticados los unos por los otros; el ejemplo que presenta la historia de la filosofía en esta última edad, en que aparecen, según las diversas tendencias del espíritu humano, los diferentes sistemas que se dividen el campo de la filosofía, es el mejor punto de partida que puede tomarse en las especulaciones filosóficas, y la mejor preparación que puede darse al espíritu, antes de penetrar en el vasto horizonte de la filosofía.

Esta idea es la que ha tenido presente el señor Azcárate para presentar en su libro el cuadro de la filosofía moderna, y bajo este punto de vista este trabajo es de suma importancia y de inmensa utilidad.

Pero en un país en que la ciencia filosófica ha sido relegada al desprecio y al olvido; en donde la costumbre de esta clase de estudios radica tan solo en un corto número de individuos, que por esta misma circunstancia están condenados a una vida de aislamiento y soledad, debe representar un papel muy importante el método de exposición de los sistemas, pues solo a fuerza de claridad, de método y de rigorosa sucesión en las doctrinas, puede despertarse en el público el deseo de dedicarse al estudio de una ciencia, que a pesar de ser considerada inútil en nuestra patria, es el termómetro que señala con precisión y exactitud el grado de cultura y de civilización a que ha podido llegar un pueblo.

Como se ve por las consideraciones que preceden, la cuestión de método en la exposición de la doctrina es de inmensa importancia, y a ella ha dedicado un especial cuidado el señor Azcárate. Después de separar la parte puramente histórica de la parte científica, que se refiere al desarrollo de los sistemas; no presenta estos según su aparición rigorosamente cronológica, método ineficaz y poco racional en la historia de la filosofía, sino siguiendo el encadenamiento lógico y rigoroso de los sistemas, según su significación, sus tendencias, sus analogías y su natural sucesión en el espíritu humano.

La historia de la filosofía, desde sus primitivos momentos hasta la época más reciente, nos presenta sin interrupción en el espíritu dos distintas direcciones, dos tendencias diversas y relativamente opuestas; a saber: el empirismo y el idealismo; el sistema que todo lo reduce a la sensación, único origen de nuestros conocimientos, y el sistema que prescinde de la sensación, por considerarla origen falaz de nuestras ideas, y que valiéndose de la deducción, sienta a priori proposiciones generales, de las cuales deduce todas las verdades que le es dado al hombre alcanzar.

Tomando el señor Azcárate para el sucesivo estudio de los sistemas filosóficos esta natural división que nos presenta la historia de la ciencia, y después de haber sentado los precedentes de la filosofía moderna, divide su estudio en dos grandes secciones; a saber: Estudio de la escuela empírica, y estudio de la escuela idealista.

Simplificando de esta manera el trabajo, metodizado de esta suerte, presenta el nacimiento de la escuela empírica moderna en Bacon, y ya observando las diversas modificaciones que sufre este sistema, hasta terminar lógica y forzosamente en el escepticismo de Hume, produciendo además en la esfera de la legislación, de la moral y del derecha público, las doctrinas de Bentham, de Helvecio y de Hobbes.

Estudiada esta tendencia del espíritu humano, pasa el señor Azcárate a considerar el idealismo moderno, cuyos fundamentos se encuentran en el sistema cartesiano, hasta llegar por las correspondientes y sucesivas modificaciones, a las últimas elucubraciones de la filosofía alemana.

Claro es que en el examen de los sistemas filosóficos, debe haber sus principios de crítica que sirven para juzgar los sistemas y darle a cada uno su significación y valor respectivo en el campo de la filosofía; pero si bien estos principios de crítica son absolutamente necesarios cuando sólo se examina un corto período de la filosofía, representan un papel muy secundario cuando se trata de una época completa, porque entonces unos sistemas son la crítica de los otros, y el trabajo del historiador se simplifica en gran manera, reduciéndose a emplear unos sistemas para la crítica justa, para la exacta apreciación de los otros.

Este método racional es el que ha seguido el señor Azcárate en su apreciable trabajo, en el que resalta la perfección con que están escogidos los sistemas para que se completen, se depuren, se critiquen mutuamente, no sin que por esto recurra cuando es necesario el señor Azcárate a las verdaderas leyes de la crítica, siempre que la importancia o las tendencias de un sistema lo hace necesario.

Este trabajo histórico, sin embargo, no es lo único que encontramos en el recomendable libro del señor Azcárate. Este estudio no es más que la conveniente preparación para entrar de lleno en el terreno de las especulaciones filosóficas, y el señor Azcárate, después de haberse fortificado presentando las bases a que ha obedecido la filosofía moderna, presenta en el cuarto y último tomo de su obra un trabajo original, resultado de sus propios estudios, de su infatigable laboriosidad, de su predilección por las especulaciones filosóficas.

Después del examen detenido de los diversos sistemas filosóficos que llenan el campo de la filosofía moderna; después de la consideración de las distintas tendencias del espíritu, sus diversas afirmaciones, sus contradicciones y luchas, surgen naturalmente las cuestiones siguientes: ¿Es posible una metafísica? O en otros términos: ¿La metafísica es una ciencia real y positiva, accesible al hombre y susceptible de progreso? ¿Cuál es el objeto de la metafísica? ¿Por dónde tiene que comenzar su estudio? ¿Cuál es su fundamento y las ventajas que puede proporcionar su estudio?

Partiendo del estudio del sujeto cognoscente; penetrando en las profundidades de la conciencia; estudiando el yo en sus diferentes propiedades, facultades y operaciones, resuelve el señor Azcárate estas importantes cuestiones, que sirven de punto de partida a su sistema filosófico. Una vez sentados estos principios; una vez establecido el punto de partida, trasládase el autor de este libro desde el yo al conocimiento del mundo material, de la humanidad, del infinito; estableciendo por conclusión un cuadro general de los conocimientos humanos, del enlace de las distintas ciencias entre sí y de sus diversas ramificaciones y resultados.

El señor Azcárate, conocido ya ventajosamente en el terreno de la ciencia por su obra titulada Veladas sobre la Filosofía Moderna, acaba de conquistarse un honroso puesto en el estadio de las ciencias filosóficas, con el libro que hemos examinado sumariamente, como lo permite la índole de nuestro trabajo.

El éxito lisonjero con que ha sido recibido tan útil trabajo entre los hombres pensadores, indemnizarán al señor Azcárate de lo espinoso de su obra y del general desvío por esta clase de escritos, haciéndole perseverar en la senda por que camina hace tanto tiempo, con el noble objeto de despertar entre nosotros la afición por los estudios filosóficos.

Aunque no participamos de muchas de las ideas que el señor Azcárate sienta en su libro, no por eso dejamos de recomendarle a nuestros lectores; pues en los estudios filosóficos, no son los mejores los libros que están en perfecto acuerdo con nuestro modo de pensar, sino aquellos que despiertan nuestra inteligencia y la provocan a la especulación filosófica.

No somos partidarios del eclecticismo; pero comprendemos la utilidad de este sistema en el campo de la filosofía, y los servicios que presta con frecuencia a la ciencia, tratando de separarla de perjudiciales exageraciones.

Pero si el eclecticismo es a nuestros ojos un defecto en lo que se refiere a la parte puramente filosófica del libro de que nos ocupamos, es en cambio una ventaja en lo que se refiere a la historia de los sistemas modernos; pues en vez de emplearse en la crítica de las escuelas los principios de un sistema preconcebido y exclusivo, estas se juzgan, como ya hemos indicado, unas por otras, completándose mutuamente, depurándose sucesivamente, y apareciendo con mayor claridad a la consideración de los lectores.

Antes de dejar la pluma, no dejaremos de felicitar al señor Azcárate por su bien pensado y recomendable trabajo; sintiendo que los estrechos límites a que tenemos que reducirnos, nos impidan profundizar más en su obra, y hacer notar toda su importancia y trascendencia.

El señor Azcárate, al concluir su libro, nos hace la promesa de continuar dando a la estampa trabajos de la misma índole, los cuales no dudamos que serán tan recomendables como el presente, y contribuirán al adelanto de la filosofía nacional, por desgracia relegada al más injusto olvido hasta ahora. Solo deseamos que el ejemplo dado por el señor Azcárate tenga imitadores, para que pueda verificarse pronto en nuestro país una completa restauración en el campo de los estudios filosóficos.