Miguel de Unamuno, Contra el purismo (original) (raw)
Hay que levantar voz y bandera contra el purismo casticista, que apareciendo cual simple empeño de conservar la castidad de la lengua castellana, es en realidad solapado instrumento de todo género de estancamiento espiritual, y lo que es aún peor, de reacción entera y verdadera.
Eso del purismo envuelve una lucha de ideas. Se tira a ahogar las de cierto rumbo, haciendo que se las desfigure para vestirlas a la antigua castellana. Se encierra en odres viejos el vino nuevo para que se agrie.
Nada más apetecible al parecer que la perfecta adecuación entre el fondo y la forma, la idea y la palabra, el que ésta no sea otra cosa que la transparente exteriorización de aquélla. Mas es ésta una concepción estática y, como tal, nada progresiva, puesto que todo dinamismo lleva consigo, entre otros desequilibrios, el del fondo con la forma que lo expresa. Por debajo del fondo constituido y hecho ya, hay, siempre que el tal fondo sea vivo, fondo que se está haciendo y pide forma. Rechazar lo informe es ahogar el progreso de la vida.
Épocas clásicas son aquellas en que una perfecta correspondencia entre el elemento social y exterior y el individual e interior de la cultura, produce una perfecta adecuación entre el fondo y la forma de cada una de sus manifestaciones. La civilización de un pueblo, es decir, el nexo de sus instituciones públicas, su religión, su gobierno, su arte, su ciencia, corresponden en tales épocas a la cultura pública, esto es, al estado íntimo de conciencia social que del consenso de las individuales conciencias surge.
La época actual no es en nuestro país clásica ni mucho menos, porque hoy aquí no van de perfecto acuerdo la civilización y la cultura. Somos muchos, por lo menos, los que vivimos en un íntimo estado de espíritu en desacuerdo con la trama de las instituciones y concepciones públicas consagradas. Y los que así vivimos tenemos el deber de luchar por nuestra emancipación, porque el ambiente social sea atmósfera de nuestro íntimo ambiente, y el deber de despertar en los inconscientes esclavos la dormida conciencia de la esclavitud en que vegetan.
Para esta obra es uno de los indispensables instrumentos la lengua. El verbo hace la idea. Y he aquí como el trabajar sobre la lengua, trabajo de libertad, puede ser obra de emancipación intelectual.
Y entrando de lleno en la cuestión, mi tesis se reduce a esto: hay que hacer el español internacional con el castellano, y si éste ofreciese resistencia, sobre él, sin él o contra él.
El pueblo español, cuyo núcleo de concentración y unidad dio el castellano, se ha extendido por dilatados países, y no tendrá personalidad propia mientras no posea un lenguaje en que sin abdicar en lo más mínimo de su modo peculiar de ser cada una de las actuales regiones y naciones que lo hablan, hallen perfecta y adecuada expresión a sus sentimientos e ideas.
Hacen muy bien los hispano-americanos que reivindican los fueros de sus hablas y sostienen sus neologismos. y hacen bien los que en la Argentina hablan de lengua nacional. Mientras no internacionalicemos el viejo castellano, haciéndolo español, no podemos vituperarles los hispano-españoles, y menos aún podrán hacerlo los hispano-castellanos.
Y hacen muy bien en ir a educarse a París, porque de allí sacarán, por poco que saquen, mucho más que de este erial, ya que lo que aquí mejor puede dárseles la materia prima de su lengua, consigo la llevan y con libros pueden perfeccionarla.
En Inglaterra, en la tierra de que salió Robinsón, el que llevaba a la patria consigo, opónese al estrecho espíritu de la little England, de la pequeña Inglaterra, el amplísimo y casi cosmopolita del english-speaking-folk, del pueblo que habla inglés. Y así hay que presentar aquí frente al patriotismo de la pequeña y vieja España el del pueblo de lengua española, frente al españolismo, el hispanismo, hispanismo a que sólo se llega por absoluto libre cambio de ideas y de lenguaje.
Hase dado recientemente, y con ocasión de dolorosos sucesos, en lamentar lo que llaman unos nuestro aislamiento, y otros nuestra neutralidad, sin que por lo común, vean los que así se lamentan de ese nuestro aislamiento en la política internacional que no es sino reflejo de aquel otro en que vivimos en la vida de la civilización, recibiendo traducida la letra muerta de lo de fuera, pero cerrándonos sistemáticamente a su espíritu. ¿Qué tenemos que hacer con pueblos que no hablan en cristiano, que no beben Valdepeñas, ni saben lo que es una verónica y que son capaces de aguantar sin dormirse la tabarra de cualquier tío raro, como a Schopenhauer llamó aquí un publicista?
El futuro lenguaje español no puede ni debe ser tan sólo una expansión del castizo castellano, sino una integración de hablas regionales y nacionales diferenciadas sobre la base del castellano, respetando la índole de éste, o sin respetarla, si viene al caso.
¡Libre cambio en el lenguaje! El proteccionismo lingüístico es a la larga tan empobrecedor y tan embrutecedor como todo proteccionismo.
Un español culto del siglo XX, no sólo no podrá hablar ni escribir con sinceridad en el castellano castizo del siglo XVI, sino que ni aun podrá hacerlo en una lengua formada en la línea de ese castellano y sin salirse de su derrotero.
Hay quienes creen que la más profunda revolución que trajo la reforma protestante fue la debida al empleo de las lenguas vulgares en los oficios del culto, que lo más genial de Lutero fue acaso su versión de la Biblia. Y así cabe también sostener que una de las más profundas revoluciones que pueden hoy traerse a la menguada cultura española, es volver a la lengua del pueblo, y hacerla parir y engrandecerse bajo el acicate de una inundación de exotismo europeo.
La lengua es una forma y como tal sujeta a los cambios del fondo que expresa. Y tal pudieran venir las cosas que verificada honda transformación en el fondo, aun la forma resistiera, haciéndose necesarios desgarros y dislocaciones. La palabra que protege a la idea cuando ésta es tierna y débil, la ahoga después.
A menudo se oye, sobre todo entre periodistas, esta funesta frase: lo primero que hace falta saber para escribir es gramática. Es la alcahuetería de que se sirven para eximirse de tener que pensar. Con algo de filosofía se les curarían esos prejuicios gramaticistas.
¿Que el núcleo del futuro lenguaje español, el núcleo procedente de la dirección central u ortodoxa, será el castellano castizo? Es lo probable siempre que no sobrevenga una sustitución nuclear, que casos de ello se ven. Mas la vida se debe a las excitantes e intrusiones de las corrientes heterodoxas. Las lenguas, como las religiones, viven de las herejías. El ortodoxismo lleva a la muerte por osificación; el heterodoxismo es fuente de vida. ¡Pero así que una herejía se constituye a su vez en ortodoxia, cosa perdida!
¿Que una lengua sometida a los torbellinos heterodóxicos acabaría por morir? Si tal era su destino, bien muerta estaba. Y sobre todo, tiene todo que morir.
¡Lengua muerta! Llámase así al latín y vive vida más rica y más profunda que en las obras de la llamada literatura clásica, en los romances. Las modernas lenguas neo-latinas constituyen el latín; son el latín diversificado. Y ¿quién sabe si no se integrarán un día, brotando de tal integración un latín que sea al de Virgilio y Cicerón y Tácito lo que la mariposa libre que se baña en luz y liba flores al gusano que se arrastra bajo tierra carcomiendo raíces?
Nada más instructivo para mi actual propósito que la historia del proceso del latín o los romances. A medida que el latín fue extendiéndose con el pueblo romano por las tierras que éste conquistaba, iba entrando en boca de gentes diversas, que entendiéndolo, pronunciándolo y construyéndolo de diversos modos, según la diversa índole de cada uno, llegaron a constituir con él diferentes latines, que en su conjunto formaban el bajo-latín. Caracterizaban a éste, por oposición al latín clásico, mucho más pobre que él, una vigorosa fecundidad y un extraordinario juego de afijos y sufijos, un gran desarrollo de la derivación nominal y verbal y una enorme intrusión en él del elemento bárbaro, sobre todo germánico.
Basta recorrer el Glossarium mediæ et infimæ latinitatis de Ducange para ver cuanto vocablo germánico latinizado entraba en el bajo latín.
Cicerón se hubiera quedado en ayunas de haber oído aquel intertenere que si bien compuesto con elementos genuinamente latinos, no era otra cosa que la bárbara traducción literal del unterhalten germánico, y ese intertenere nos ha dado nuestro castizo entretener. Gracias a ese desarrollo del neologismo, del barbarismo y del solecismo en el bajo-latín, pudieron brotar de él los romances; del antiguo latín clásico no habrían surgido jamás. Las lenguas literarias son infecundas. La causa ocasional de todo ese proceso fue la corrupción del latín en boca de bárbaros, la invasión en él, como en el pueblo que lo hablaba, de elemento germánico.
En las lenguas como en los organismos superiores, la propagación viva sólo se cumple merced a generación sexuada, a la conjunción de elementos diversos, aunque el desarrollo del embrión se efectúe en el seno de uno de los progenitores.
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¿Que puede decirse todo en castellano corriente y moliente a todo ruedo? No es verdad tal cosa, y precisamente por no serlo es por lo que se defiende el purismo, porque se vislumbra que hay ideas que pierden su eficacia al querer reducirlas a castellano castizo; se castellanizan.
Búscase el modo de atenuarlas y hacerlas indemnes, de esterilizarlas. «He ahí –he oído decir, más de una vez refiriéndose a un conocido publicista,– he ahí un hombre tan castizo y netamente castellano a la antigua usanza, como ampliamente europeo a la moderna; piensa en cosmopolita y escribe en un castellano que da gloria.»
«He ahí –suelo contestar– un gran sofisma encarnado; de esa madera se hacen los amañadores de lo que creen caldos de cultivo para inocular a un pueblo un suero que le ha de librar del supuesto virus. Su europeísmo es postizo.»
Desafío a cualquiera a que traduzca a Hegel o a Schleiermacher en castellano correcto y limpio sin desfigurar el pensamiento traducido y matar su matiz propio, y dándonos algo más que el seco esquematismo de sus doctrinas. En realidad nada hay perfectamente traductible, verdad que conocemos bien cuantos profesamos la enseñanza de alguna lengua. Apenas hay en dos lenguas diversas dos vocablos que refiriéndose a términos abstractos tengan, ni igual extensión ni comprensión igual, de tal modo que cabe expresar sus respectivos contenidos por dos círculos secantes entre sí, que tienen un campo común y secciones peculiares cada uno.
Mas si las lenguas son en rigor intraductibles no son impenetrables; cabe comercio entre ellas. Ahí está la lengua más admirable acaso, la más rica seguramente y en el rigor etimológico de la palabra, la más perfecta, es decir; la más hecha, la que más adelante ha llegado en el proceso que siguen nuestros idiomas cultos; ahí está el inglés, una lengua de presa. Toma donde encuentra, y con pronunciarlo a la inglesa, hágote inglés. En un léxico cabe todo; todo lo que arrampla en los vastísimos campos por donde se dilata y en que penetra. Hala enriquecido, además, su misma falta de pureza, la mezcla en ella de elemento anglo-sajón y elemento latino, elementos que emplea aquél para los conceptos más familiares, para los más primarios y espontáneos, y éste, el latino, para los secundarios y reflejos.
Llama, v. gr. worth al valor de uso, y value al valor de cambio o económico. Entre la lengua de lord Macaulay y la de Carlyle media una enorme distancia, y todo es inglés. Y este mismo Carlyle ¿no prestó acaso uno de sus más señalados servicios a su patria plagando la lengua de ésta de todo género de germanismos y de metaforismos neológicos y hasta de verdaderos barbarismos?
Reprochar el que se diga soirée, (mejor sería escribirlo suaré), esport o revancha porque tenemos sarao, deporte y desquite, es ignorar que son cosas diversas. La diferencia de forma ayuda a la diferenciación de significado. Entre cabo y jefe hay gran diferencia y sin embargo cabo es la derivación normal castellana del bajo-latino capum, cabeza, y jefe es un vocablo tomado del francés chef, que es a su vez derivado del mismo capum.
Sólo un límite tiene la libertad lingüística, un límite libre, impuesto o mejor que impuesto, creado, por la necesidad misma de las cosas, y es la inteligibilidad de lo que se dice. Mas hay que saber entender y apreciar a la vez esto de la inteligibilidad, porque si todo el que habla o escribe debe, en provecho propio, cultivar sus explicaderas, debe a su vez el que oye o lee cultivar sus entendederas poniendo cuanto pueda de su parte. Mal negocio este último en país de tan enorme pereza intelectual como el nuestro, en pueblo tan insugestible que pide se le dé todo mascado, ensalivado y hecho bolo deglutible para no tener más que tragárselo. ¡Hay tantos que leen y no prenuncian!
A nadie se le ocurre exigir que se escriba de química orgánica, pongo por caso, de manera tal que lo pueda entender un zapatero, pero se supone, con evidente error, que en tratándose de obras de arte, la cosa varía. ¡Como si quien ha cultivado su espíritu en el sentido más serio de la filosofía científica moderna pudiera ver el mundo artísticamente con los ojos del inculto o con los del casticista nutrido de las heces del escolasticismo más o menos disfrazado!
Hácese lenguas todo el mundo, y con mayor ardor los que menos las han leído, de la lengua con que nuestros místicos expresaban los más recónditos y sutiles conceptos psicológicos al ahondar en los repliegues y escondrijos del espíritu, mas sin meterme a discutir aquí ahora lo que pueda haber de hondo y de original en la psicología de nuestros místicos, me atrevo a afirmar redondamente que no se puede traducir a su lengua la psicología de Hegel, la de Herbart, la de Wundt, la de James o la de Bergson, que para escribir de psicología moderna en aquel lenguaje o hay que violentar a la psicología o al lenguaje en cuestión. ¡Harto lo saben los que aparentan defender nada más que los fueros del castizo lenguaje castellano!
Para los que quieran distraerse un rato y sepan el alemán, guardo un vocabulario de términos psicológicos en alemán moderno con exposición del matiz de cada uno, para que los pongan en castellano de San Juan de la Cruz o del P. Granada. A lo que se me dirá que puede hacerse la experiencia inversa con análogo resultado, y aunque acá, para mí, dudo mucho de la tal analogía, esto sólo argüiría contra el casticismo alemán. Si no en este caso concreto de la psicología, ni en general en nada que se roce con la ciencia, no cabe negar que hay aspectos en que somos introductibles. Por algo se han universalizado nuestros vocablos pronunciamiento, camarilla, torero, siesta y otros, y por algo Amiel intercala más de una vez en su francés ginebrino la palabra española nada, como más expresiva para su objeto que el rien francés.
El espíritu general de nuestra gente letrada y leída, no hay que darle vueltas, está todavía en el período pre-kantiano, no se le han batido las cataratas intelectuales, y si se sale del realismo sancho-pancesco, es para dar en el idealismo quijotesco, posiciones ambas que se dan en unidad y fuera las dos del idealismo realista o realismo idealista y a la vez dinámico que da vigor y savia al pensamiento europeo contemporáneo, imbuido de la relatividad de todo conocimiento y del proceso evolutivo de todo lo existente. Entre Sancho y su amo no media tanta distancia como a primera vista parece, porque de tomar los molinos por gigantes o soñar con el gobierno de la ínsula no va un paso. Media un abismo, por el contrario, entre lo de nuestro Calderón de que la vida es sueño, y lo de Shakespeare de que estamos hechos de la madera misma de que se hacen los sueños, estando rodeada nuestra pobre vida con sueño:
We are such stuff.
Dreams are made of, and our little Life.
Is rounded with a sleep.
Lo primero, lo castellano, es más claro; pero lo segundo, lo inglés, es más fecundo, porque es más hondo. No es la vida, somos nosotros el sueño; no soñamos la vida, sino que es la vida quien nos sueña.
Nada, nada, hay que trabajar por hacer del castellano nacional un español internacional, y que quede aquél para sagrado depósito de viejas memorias. Busquemos la fuente, abandonando la acequia. Siempre servirá el venerable castellano castizo neto para cantar las gloriosas tradiciones de la España vieja, para libros de rutina piadosa, para proclamas políticas y para explosiones patrioteras de españolería andante.
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Pocos movimientos espirituales han sido más fecundos y beneficiosos en España, que el que provocó y fomentó aquel bienhadado Krausismo, tachado de bárbaro y maldito por quienes sin conocerlo se han dejado invadir y vivificar de no poco de su espíritu. Hay muchos giros, matices de expresión, modismos y hasta vocablos que, merced a aquel movimiento, han entrado en curso general y se repiten en la prensa.
Estuvo de moda durante algún tiempo entre cierta gente el hacer burla y chacota de escritores como don Julián Sanz del Río, y citar párrafos de su Analítica para hacer con ellos reír a los tontos. «Y sin embargo –añadían– cuando este hombre quería escribir claro, lo hacía, y bien; ¿por qué no escribe todo así, sin envolverse en brumas y hacerse pasar por sabio?» A esto no cabe contestar sino con aquello de Cristo: «Dejad que los muertos entierren a sus muertos.» Cuando él tuvo sus discípulos, que aún le guardan piadosa memoria, sería porque lo entendían y comprendían. La obscuridad verdadera, la del loco o la del mentecato que repite por boca de ganso lo que ha oído, lleva en el pecado mismo la penitencia.
Lo que ocurre es que muchos se creen, sin darse clara cuenta de que tal crean, que la filosofía no es otra cosa que el conocimiento vulgar sistematizado, la organización de los conceptos en bruto, y no una síntesis de un análisis previo. Redúcenla a aquello de que el alma siente porque tiene sensibilidad. Su filósofo es Sancho Panza el refranero. ¡Buen provecho les haga! Por todo pasan menos por tener que esforzarse en pensar, por pensar activamente, con intelecto agente; hay que darles las cosas hechas y sobre todo claras.
«¡Claridad! ¡Claridad! –claman– ¡Ante todo claridad! ¡Maldita claridad, que al matar lo indeterminado, lo penumbroso, lo entrevisto vagamente, lo nimboso, mata la vida! ¡Nada de organismos vivos, con las entrañas al descubierto, donde apenas se puede seguir con la vista vaso alguno... nada de esto! ¡Vengan esqueletos o pellejos rellenos de paja como los que constituyen las clásicas colecciones de historia natural! La cuestión es tener cien, mil, dos mil fichas y saber barajarlas de todas maneras, porque así se obtienen casi infinitas combinaciones, pero que cada ficha esté bien recortada y definida, no sea que se nos vaya de las manos.
¡Oh nítida claridad meridional, empañada por nieblas hiperbóreas, por brumas germánicas, británicas o escandinavas! ¡Oh hermosa transparencia de nuestro diáfano ambiente, donde se ve todo lo visible, y lo invisible no estorba ni inquieta! ¡Oh dulce simplicidad de nuestra alma, libre de todo metafisiqueo!»
Muy claro nuestro rancio romance, muy claro, sin duda alguna, pero también muy dogmático. De tal modo ha encarnado en la lengua el empecatado dogmatismo de la casta, que apenas cabe decir cosa alguna en ella, sin convertirla en dogma al punto; rechaza toda nuance, por otro nombre, si bien menos exacto matiz. Una lengua de conquistadores y de teólogos dogmatizantes, hecha para mandar autoritariamente y para afirmar con descaro. Y una lengua de una extrema pobreza en todo lo más íntimo de lo espiritual y abstracto.
¡Dogma, siempre dogma! ¡Soluciones concretas! Démonos prisa, resolvamos los problemas fisiológicos de la digestión, que si no se nos va a indigestar la comida. ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿Cómo te llamas? ¿Qué doctrinas concretas nos traes? ¿Cuál es tu dogma? ¿Cuáles tus soluciones?
Obra de romanos el expresar en la lengua de este pueblo los vagos estados íntimos del espíritu, sin contenido consciente definido y claro, las sumersiones del alma en nebulosos océanos, el palpitar en ella de enjambres de larvas de ideas.
Es muy tosco el espíritu tradicional de nuestro pueblo castizo; no cabe en él más que lo perfilado a buril. Y a tal pueblo tal idioma.
«Escribe como un ángel –me decía en cierta ocasión un periodista amigo mío hablándome de otro que goza fama de castizo y galano hablista».
Y yo pensé: sí, pero piensa como un montón de carne. Y además, los ángeles no necesitan, por fortuna, escribir.
En otra ocasión decía un crítico casticista, disfrazado de espíritu amplio y liberal: «Paso porque un escritor falte a todo menos a la corrección del lenguaje». El genio de su casta inspiraba a este crítico, pues harto sabe el tal genio que no lleva eficacia ningún ataque que se le dirija sin faltar a su verbo; sabe que quien se le somete a éste no tiene fuerza contra él.
Quien quiera pensar por cuenta propia, no tiene más remedio que crearse su lengua, lengua que entroncará con lo común en cuanto entronque con el común pensamiento el suyo. Ha de ser la idea quien guíe a la palabra, y no ésta a aquélla.
La desesperante uniformidad de lenguaje que entre nuestros escritores se observa, no es más que trasunto y reflejo de la infecunda nivelación del pensamiento mortecino que aquí se cierne sobre los espíritus, ahogándolos. Porque no es tal pensamiento flor de los espíritus mismos, savia de su vida, sino tradicional legado, que los ata y empequeñece.
Es la lengua aquí un caput mortuum, cerrado con siete llaves, y custodiado por fieles perros dogos, que ladran a todo revolucionario. Son los perros del hortelano.
«Dígase lo que se quiera, pero en castellano castizo y neto, repito». En esta doctrina se encierra un hipócrita sofisma, porque no puede decirse cuanto se quiera en castellano castizo y neto. En tal idioma, sin descuajaringarlo y sacarlo de quicio, no cabe lo que se piensa en castellano, que es lo que más falta hace que se diga, en España, donde la civilización, planta exótica y de estufa, no se ha hecho aún cultura.
Hay que trabajar en la lengua como en una materia viva, haciendo, sí, nuestro pensamiento a ella, pero a la vez haciéndola a nuestro pensamiento. Lo primero es pensar, pensar con vigor y con jugo; todo lo demás se nos dará de añadidura.
Dejemos a la Real Academia –hay que fijarse en lo real y en su íntimo consorcio con lo académico– el cuidado de fijar la lengua castellana, haciendo de ella una hipoteca inmueble; y los vivos, los que por favor de la naturaleza no somos instituciones, ya que tenemos que servirnos de la lengua castellana, procuremos, en la medida de nuestras fuerzas, movilizarla, aunque para lograrlo hayamos de ensuciarla y de quitarle esplendor.
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¿Que toda doctrina no es otra cosa que una justificación a posteriori de una imperfección propia del autor de ella? ¿Que trato de cohonestar mi incapacidad de ser purista y castizo? Santo y bueno... ¿Y qué? Así son todas las doctrinas vivas y así deben de ser para que tengan eficacia y calor. Mi naturaleza y las de mis análogos y semejantes –y no somos pocos– es realidad tan real como la del catecismo castellano, y comporta –así, como suena, comporta– su teoría propia.
¿Que esto es predicar el anarquismo en el lenguaje? Justo y cabal. Eso es y eso quiere ser.
No debe un hombre libre malgastar sus energías en acomodarse al espíritu ambiente, sino en adaptarse a él adaptándoselo. Lo propio del animal es acomodarse pasivamente al medio, adaptarse a él; lo propio del hombre adaptar a sí el medio, hacerse el mundo, que es la más noble manera de hacerse a él. Que el ambiente nos reciba, si quiere, y si no lo quiere, es que ni somos dignos nosotros de él ni él de nosotros. La suerte, y no nuestra libre voluntad, nos ha hecho nacer en tal pueblo y balbucir en la cuna tal lengua. El hombre que dobla la cerviz a la suerte es un cobarde.
¿Por qué hemos de disipar los bríos de nuestra alma en acuñarla para que corra en el mercado? El alma no se vende, y si por ventura fuere de oro la nuestra, gocemos en que lo sea –iba a escribir en su aureidad, expresión que responderla mucho mejor a mi idea, pero... aún me queda un resto de condenado pudor casticista. ¿Que solo te entiende una docena de lectores? Basta, si tienes algo que decirles y se lo dices. Ellos lo traducirán de doce maneras diferentes y como la luz, una y blanca, refractada en el prisma en colores varios se reconstituye en su blancura, así con nueva concentración recobrará tu pensamiento al cabo su blancura en el espíritu colectivo y dejarás tu gota en el inmenso océano.
Hazte tu lengua si quieres preservar de podredumbre tu pensamiento. Sé sincero y deja que te acusen de artificio los que sólo comprenden al hombre de una sola pieza.