Eduardo Ovejero Maury, Crónica madrileña, 1905 (original) (raw)
[ Eduardo Ovejero Maury ]
Madrid 24 Julio 1905.
Querido Mariano: la fecha que encabeza estas líneas es más elocuente que todo lo que yo te pudiera decir. Tú que has estado en Madrid luengos años, sabes por propia experiencia, lo que es aquí el mes de Julio, mes de prueba para los más sufridos; angustioso mes en que las fuerzas se agotan, el espíritu languidece, las pasiones se exaltan y la desesperación es nuestro estado permanente. El calor, origen de la vida, se convierte en el más terrible enemigo del hombre, desata contra él innumerables colonias de microbios, le atormenta de mil modos, le coloca al borde del crimen y acaba por asfixiarle.
Los españoles estamos hechos a toda clase de mortificaciones. Toleramos sin protesta y en fuerza de la costumbre, todas las deficiencias de la policía urbana, todas las vejaciones de los caseros y todas las imperfecciones de los servicios municipales.
Dignos nietos de tantos héroes, cuyo recuerdo guarda la Historia, y de tantos mártires cuyo ejemplo enaltece la Iglesia, quizá la integridad de nuestro carácter ha sufrido una mutilación y de aquella fortaleza proverbial en nuestra raza, hemos perdido la fecundidad para la acción y solo conservamos la aptitud para el sufrimiento resignado, en lo cual tal vez ha de encontrarse la causa de nuestras pocas exigencias para la vida práctica, el desprecio de los adelantos y comodidades materiales, la paciencia con que toleramos los malos gobiernos y las injurias que a diario soportamos de los de dentro y de los de fuera.
Y ya que de gobiernos he hablado, te diré, que si todos en España nos parecen malos, no será por la dificultad ni lentitud con que se renuevan los Gabinetes ni los partidos políticos. En poco más de tres años, hemos tenido doble número de ministerios; Silvela, Villaverde, Azcárraga, Maura, otra vez Villaverde y por último, un cambio total de política cuando menos se esperaba, con Montero Rios a la cabeza.
Este ilustre veterano ha tenido una idea feliz: el nombramiento de Echegaray para la cartera de Hacienda. Yo no sé que es lo que más me satisface, si el nombramiento en sí mismo o el buen efecto que ha producido en la opinión.
Se trata de un hombre que vivía alejado de las luchas políticas, por lo que su llamamiento no puede tener otro origen que su capacidad y competencia. Muchos nombramientos como éste, reconciliarían al país con los gobernantes. Aquí se considera a los políticos como una clase aparte. Se les mira con hostilidad y se les considera, según dijo un ilustre sabio en ocasión solemne, como «verdaderos conspiradores contra los intereses nacionales». No diré yo que esto sea cierto en absoluto, pero sí que tengo por síntoma muy malo, semejante divorcio entre el pueblo y los que le gobiernan.
Si bien Echegaray tiene su historia política, lleva muchos años alejado de estas lides, lo cual da a su nombramiento un carácter particular. Representa así como una alianza entre los oligarcas y los elementos intelectuales. Yo creo que un hombre desligado por tanto tiempo de los intereses de la política, puede inspirar una confianza que no suelen ofrecer otros, ha de tener más independencia y más iniciativa, ha de ver más claro y más hondo y ha de poder hacer lo que otros no hicieron.
Me prometo mucho, además, de la doble naturaleza del actual ministro de Hacienda. Todos esperamos de esa admirable conjunción del poeta y del matemático, algo beneficioso. Yo creo que las cifras del Presupuesto, manejadas por Echegaray, han de ser otra cosa que bajo la pluma de tanto hacendista salido por sorpresa del quebrado terreno de la política, avezado a luchas diarias y endurecido por un oficio en que, como tantas veces se ha dicho, toda iniquidad está consagrada y toda crueldad tiene su natural asiento. En suma, que yo espero mucho de él, precisamente por lo que no tiene de político.
Por otra parte, el entusiasmo con que se le ha acogido, proviene de la aureola gloriosa de que está rodeado. Echegaray, a quien recientemente la nación en masa ha tributado un homenaje espontáneo y entusiasta, está exento de toda responsabilidad en la catástrofe nacional y representa por sus antecedentes políticos una época más dichosa para España. El destino, como a hijo predilecto, le ha preservado de figurar en los desgraciados sucesos de nuestra historia contemporánea, le ha retenido alejado de ella y ahora nos lo devuelve, inmaculado, encomendándole quizá por misteriosa providencia para remedio de nuestros males, la tarea de dictarnos la ley económica.
Y durante su ausencia de la política ¿qué ha hecho? Nos ha hecho sentir hondo por más de treinta años de comunicación ininterrumpida con el público. Ha sido un poeta nacional. Como Zorrilla, y a su modo, ha cantado los ideales caballerescos, el espíritu español, la fe y el honor; pero ha hecho más; porque si Zorrilla se limitó a reconstruir una época, Echegaray ha tratado de adaptar aquellos sentimientos a la sociedad española moderna, de la cual no están tan desarraigados como algunos suponen; sin dejar al mismo tiempo de infiltrar en su obra caballeresca, influencias novísimas y problemas contemporáneos.
Ha hecho sobre todo una obra viva y por consiguiente una obra educadora. El público ve en el verdadero poeta, algo más que un simple literato, ve un preceptor, un padre y un sacerdote. Porque, escribir como Echegaray, no es solo entretener al público, es realizar una misión educadora; es disciplinarse constantemente a sí mismo y a los demás, viviendo el alma de los personajes imaginarios, escudriñando en el alma de los reales, hostigando sin cesar a la bestia humana y avivando en ella la llama de la conciencia, que a la vez ilumina nuestro camino y quema con fuego purificador nuestras impurezas.
Perdóname si hay en esta carta algún lirismo trasnochado. Si encuentras hinchazón o esponjamiento en mi prosa, prénsala, estrújala y saca de ella la sustancia que contuviere, si es que contiene alguna.