Zacarías de Vizcarra, El problema de la cotización en la Acción Católica (original) (raw)

Monseñor Zacarías de Vizcarra

Obispo Consiliario General de la Acción Católica Española

Cerramos hoy la serie de artículos que hemos dedicado a los problemas planteados en la Acción Católica por su crisis de crecimiento, examinando las dificultades que encuentran muchos Centros en hacer efectiva la contribución económica de sus socios.

Comprenden todos la necesidad de la cotización para el sostenimiento de una sociedad deportiva o de un círculo recreativo, y la encuentran razonable; pero, en cambio, son muchos los que estiman que las obras de carácter religioso y las empresas de índole apostólica deben prescindir de toda contribución económica de sus socios, para hacer solamente lo que se pueda realizar sin ningún gasto, o para vivir de las limosnas y donativos de quienes no pertenezcan a sus obras o a sus empresas.

Esta mentalidad, demasiado difundida, obedece a varias causas que hemos examinado en otras ocasiones, y que no es oportuno repetir aquí. Pero sí anotaremos la conveniencia de recordar muchas veces en nuestros Centros la doctrina evangélica que expusimos en el amplio artículo del 19 de marzo de este año, bajo el título “VALOR DIVINO DEL SACRIFICIO ECONOMICO”.

Sólo así lograremos restaurar en todas las almas el espíritu de generosidad económica que animó a nuestros antepasados, en épocas de mayor piedad y más ferviente actividad religiosa, atestiguadas por los restos de los admirables monumentos que legaron a la posteridad.

Razón de ser de la cotización en los Centros de Acción Católica

Un Centro de Acción Católica, por modesto que sea, si ha de tener las actividades normales de formación de sus socios, de dirección de sus obras de apostolado, de trato mutuo entre sus miembros y de atracción de las personas cuya conquista espiritual le ha confiado la sagrada Jerarquía, necesita local adecuado para estos fines, con lugares aptos donde tener depositados sus libros de estudio, la correspondencia recibida y despachada, los registros y documentos propios de toda asociación seria, los elementos de propaganda de que hayan de disponer, el mobiliario conveniente para celebrar con relativa comodidad las reuniones de sus socios o invitados, &c., &c.

Además, un Centro de una Obra apostólica tan grande como la Acción Católica Oficial, que no es sólo parroquial, sino también diocesana, nacional y mundial, no puede vivir aislado, sin tomar contacto con los organismos superiores de la Diócesis, de la Nación y de toda la Iglesia, por medio de asambleas de dirigentes, visitas de propagandistas, cursillos de capacitación para los militantes, concentraciones comarcales, &c., &c.

Y todo lo dicho no se puede realizar sin recursos económicos; porque, hasta ahora, los dueños de locales, los fabricantes de muebles, los gerentes de imprentas y librerías, los empresarios de trenes, autobuses y otros medios de locomoción tienen la costumbre de no dar gratis sus servicios y productos.

¿Y de dónde han de venir esos recursos? ¿Han de llover del cielo milagrosamente, como el maná, sin que nosotros movamos pies ni manos?

Dios quiere que ahora seamos nosotros los que hagamos, con su gracia, ese milagro, utilizando las pocas o muchas posibilidades económicas que él nos haya concedido, como otros tantos talentos con que hemos de negociar espiritualmente para empresas de su servicio.

Si los utilizamos con un esfuerzo proporcional a las posibilidades recibidas, el Señor de los talentos nos dirá: “_Siervo bueno y fiel: fuiste fiel en lo poco; yo te pondré al frente de mucho; entra al gozo de tu Señor_”. (San Mateo, XXV, 23).

De ahí viene la razón de ser y la importancia de la cotización de los socios para el sostenimiento del apostolado de sus organismos específicos, lo mismo que se pide la contribución de la Tarjeta de Acción Católica, para el sostenimiento del apostolado conjunto de los organismos coordinados del Tronco de la misma.

Si los socios son mezquinos en el sacrificio económico, más mezquinos serán los que no son socios, y la mezquindad general de recursos se traducirá en mezquindad general de obras, con grave daño del Reino de Cristo y del bien de las almas.

Además, han de advertir los militantes que no es sólo para sí mismos para quienes han de costear locales y medios de formación y acción, sino también para sus Aspirantes y Niños, a quienes no se puede reunir dignamente en cualquier rincón o bajo un puente, a imitación de los gitanos y vagabundos. Hemos de imitar al pajarillo y a la tórtola que nos propone Dios como ejemplo, en el Salmo 83, cuando dice: “_El pájaro halló casa para sí y la tórtola su nido, para poner allí sus polluelos_”.

Los polluelos de la Acción Católica son sus Aspirantes y sus Niños, y hay que prepararles nidos suficientemente cómodos, para asegurar la continuidad de la gran obra apostólica que la Iglesia nos tiene confiada.

Necesidad de la Tarjeta de Acción Católica para el apostolado conjunto

Parece que son muchos los que opinan que basta para el sostenimiento de la Acción Católica la cotización de su propia Rama. Pero el apostolado específico de cada Rama no es todo el apostolado de la Acción Católica, ni siquiera su parte principal.

La parte principal de la Acción Católica está en los organismos promotores, coordinadores y directores del apostolado conjunto, que son las Juntas de los tres planos: la Junta Parroquial, la Junta Diocesana y la Junta Técnica Nacional.

Pero estas tres Juntas no tienen socios, sino sólo representantes de socios, y carecen de participación alguna en las cotizaciones de las Ramas. ¿Cómo se han de sostener entonces las Juntas y las importantísimas actividades y servicios que les corresponden? El Reglamento General de la Junta Diocesana nos contesta en el artículo 18: “_Para los organismos coordinadores (Junta Parroquial, Junta Diocesana y Junta Técnica Nacional) el medio normal de sostenimiento lo constituye la Tarjeta de Acción Católica, sin derecho a participación alguna en las cuotas de los socios_”.

En cambio, como dispone el mismo artículo, “_los organismos específicos (Centros Parroquiales e Interparroquiales, Consejos Diocesanos y Consejos Superiores) tienen su medio normal de sostenimiento en las cuotas de sus socios numerarios y socios suscriptores, cuyo importe se distribuye exclusivamente entre aquéllos, según porcentaje previamente establecido_”.

De aquí se deduce que los socios de la Acción Católica, para contribuir al sostenimiento de la obra, tienen que aportar su respectivo granito de arena, no sólo para las necesidades de su Centro, de su Consejo Diocesano y de su Consejo Superior, con su cuota, sino también para las de la Junta Parroquial, la Junta Diocesana y la Junta Técnica Nacional, con su Tarjeta de Acción Católica.

Si limitasen su esfuerzo únicamente al sostenimiento de su Centro, serían como una familia que se contentase con tener lo necesario para desayunar, dejando en el tintero la comida y la cena.

Por ese camino, no llegaremos nunca a poder soñar con las cosas grandes que realizan otros hermanos nuestros de Acción Católica. Por ejemplo, no tendremos nunca ni la “_Domus Pacis_” ni la “_Domus Mariae_”, soberbios locales con centenares de camas, grandes salones y espaciosas capillas, levantados con sus generosas aportaciones por los Jóvenes y las Jóvenes de Italia. Nunca lograremos albergar en ellos tandas internas de hasta 500 párrocos cada vez. Nunca podremos reunir en Madrid una Asamblea tan imponente de Consiliarios de Acción Católica, como la que se ha celebrado este año, a principios de julio, en Roma, con asistencia de 2.000 sacerdotes de toda Italia, y con ponencias desarrolladas nada menos que por los Cardenales Ruffini, Mimmi, Lercaro y Siri.

Pero se me preguntará ¿cómo es posible conseguir que nuestros socios se acostumbren a un esfuerzo económico que juzgan muchos ahora superior a sus fuerzas?

De cuatro maneras: 1.ª Procurando rectificar, como hemos dicho antes, su mentalidad económico-religiosa, con los principios expuestos en el citado artículo “_Valor divino del sacrificio económico_”; 2.ª Presentándoles los ejemplos que nos dan nuestros hermanos de otras naciones, tan pobres algunas como la nuestra, a los cuales acabamos de aludir; 3.ª Exponiéndoles el sacrificio económico que hacen por su ideal equivocado nuestros comunistas; 4.ª Sugiriéndoles las formas ingeniosas con que allegan sus recursos económicos algunos de nuestros campesinos de Acción Católica.

Ejemplos de nuestros comunistas

Se hicieron públicos, hace algún tiempo, descubrimientos interesantes, acerca de la cuantía de las cuotas que pagaban a su partido algunas de las organizaciones clandestinas de nuestros comunistas. Contribuían normalmente con lo que ganaban un día de cada semana: No es el antiguo diezmo anual, de la cosecha de ciertos productos, sino el séptimo semanal de todas sus ganancias.

Los “_Estatutos del Partido Comunista en España_”, aprobados para el período de clandestinidad por el último Congreso del Partido celebrado en Toulouse, definen en su artículo segundo las tres condiciones necesarias para ser miembro del Partido Comunista, con estas palabras:

“_Puede ser miembro del Partido Comunista de España todo aquel que acepte su programa y estatutos, actúe en una de sus organizaciones y pague las cuotas establecidas por el Partido_”.

Son las tres cosas esenciales que las actas de un Congreso Comunista de Cuba designaban con el nombre de “_los tres principios de Lenin_”, a saber: 1.º convicción de la verdad de la doctrina comunista, adquirida con estudie serio; 2.º actuación práctica en el movimiento y propaganda comunista, como demostración de esa convicción, y 3.º sacrificio económico, como confirmación de dicha convicción y garantía de perseverancia en la acción.

En conformidad con estos tres principios, el Congreso nombró inspectores para visitar a todas las células y comités de la isla, a fin de eliminar de sus listas a los que no observasen satisfactoriamente los tres, considerados igualmente esenciales para todo comunista auténtico.

Si examinásemos según la equivalencia apostólica de esos tres principios a todos nuestros socios de Acción Católica, no serían quizá pocos los que merecerían ser eliminados, como miembros de sólo nombre, y no militantes auténticos.

El artículo 30 de dichos Estatutos encomienda a los Comités “_la organización de la ayuda económica de las masas al Partido y a su prensa_”.

El artículo 33 insiste en que es misión de la célula “_recaudar las cuotas del Partido y organizar la ayuda económica de las masas al Partido y a la prensa_”.

El artículo 36 vuelve a decir: “_Los fondos del Partido provienen de las cuotas y aportaciones de los militantes y de la ayuda económica de las masas_”. Y añade:

“_La cuantía de las cuotas y la distribución dé los ingresos, por diferentes conceptos, entre los diversos organismos del Partido, son fijadas por el Comité Central_”.

Nótese que estos Estatutos se aplican a hombres y mujeres de nuestro mismo ambiente y nuestras mismas características raciales.

Ingenio de nuestros campesinos

Los campesinos dan en general con más facilidad su trabajo personal y sus productos en especie que su dinero, aunque éste represente cantidad real inferior. Entregan con más gusto un huevo que una peseta, aunque el huevo valga en el mercado dos pesetas.

Es lo que nos refería “SIGNO”, el 2 de julio de esto año, después de una entrevista con Monseñor José Salcedo, fundador y director de la Radio Sutatenza, que desarrolla en Colombia los programas más vastos del mundo para la formación de los campesinos. Los que no podían ofrecer otra cosa para los gastos de la Emisora le enviaban pollos, y un día reunió 800 de ellos. Su venta en la Capital representaba una buena cantidad de dinero contante para la obra de Monseñor Salcedo.

Este fue también el sistema implantado por los Padres Jesuitas en sus famosísimas Misiones del Paraguay, torpemente desbaratadas por el sectarismo del Gobierno de Carlos III.

En sus “_Reducciones_”, pueblos cuyos magníficos restos se admiran todavía, a pesar de su secular abandono, cada familia tenía para su propio sustento su “_heredad familiar_”; pero, para el sostenimiento del servicio religioso y eclesiástico, cultivaban todos los vecinos por turno la llamada “_heredad de Dios_”, con cuyos productos se sufragaban abundantemente todos los gastos del Culto y Clero.

Un sistema parecido han ensayado con éxito en varias partes de España nuestros campesinos.

Léase, por ejemplo, en la joven y excelente revista “_Vida Rural_”, órgano de las Comisiones Nacionales de Apostolado Rural, el artículo titulado “_Un Centro Rural económicamente rico_”, que se publicó en el número de junio de este año.

Se refiere al Centro Rural de Almudévar (Huesca), que cultiva un campo de cuatro hectáreas, donde el trabajo de arar, sembrar, escardar, regar, &c., lo realizan desinteresadamente los mismos socios del Centro.

Con este sistema, después de haber pagado el importe de las semillas, abonos, &c., han conseguido este año aquellos militantes un beneficio de 30.000 pesetas. Con ellas pueden pagar de sobra no solamente las cuotas de todos los socios, sino también todos los gastos de locales y actividades apostólicas.

No en todas partes se podrá hacer lo mismo que en Almudévar, por la gran diversidad de las circunstancial personales y locales; pero en todas partes nuestros socios disponen de imaginación suficiente, para arbitrar medios similares, y no ahogarse miserablemente en un charco de cinco pesetas, renunciando a las magníficas perspectivas que se abren al apostolado de la Acción Católica en todos los ambientes, sin excluir los rurales, que hasta pueden llegar a ser ejemplo para todos los demás.