Eloy Luis André, El libro, la revista y el periódico en España, 1906 (original) (raw)

Muchas veces he vertido en las cuartillas el fruto de mis meditaciones, con hondísimo pesar por no poder representar de un modo concreto y definido el público, o el lector asiduo por lo menos. El arte de escribir anda generalmente mezclado en España con la profesión de escribir. El escritor, poeta de ideas o de formas, espontáneo productor de primicias mentales, preocúpase muy poco, en su instinto de crear, de la conservación y amparo de lo que crea, del providencialismo de la obra, y esto, que en épocas del mecenismo hubiera sido una ventaja, imprimiendo la nota de candor, de espontaneidad y de generosidad a la producción literaria, que es cosecha que sólo el genio o el ingenio debieran recoger, en el momento presente no puede dar resultado, porque siendo muy bajo el ideal, los ideales altos no se viven por la muchedumbre, y si no se desprecian, se cotizan a escaso precio. Como toda producción tiene su forma económica, o en números y valores se traduce, en un régimen de evolución económica mal consolidado, en el cual el capital y la ciencia no engendraron una técnica peculiar nuestra, clave indispensable para una economía nacional propia, el factor artístico y científico no puede ser en España más que un epifenómeno social, una fase de nuestra mentalidad, pero muy distanciada de nuestra organización. Y de ahí que el arte en general y la ciencia, al carecer de sustantividad y de arraigo en aquélla, al no formar parte de la sangre nacional con su espiritual dinamismo, no se propaguen ni circulen [6] por la masa social, siendo en ella elemento plástico y generador a la vez de vida y de cultura. De ahí que el arte y la ciencia vengan a ser necesidades suntuarias para la gran mayoría de los que saben y no saben leer, y más suntuarias, cuanto que hoy vivimos por sugestión imitativa y cuesta al parecer menos dinero el producto que la máquina, el título de ingeniero que el ingenio, la traducción o el pastiche que la creación y asimilación. En el fondo hay aquí el secreto de una economía psicológica, que es base de la economía crematística; por la sobriedad y la pereza, preferimos comprar un panecillo a precios fabulosos y contentarnos con tan mínima ración, a transformar nuestros sistemas de cultivo haciendo producir más y mejor nuestra tierra. Es decir, que la falta de impulsión inicial nos condena a miseria perdurable.

Considerado el producto literario y el producto científico en concreto, en vez de hablar abstractamente y de memoria del arte español y de la ciencia española, veremos que en la economía mental los vicios de la producción, de la distribución y de la circulación son iguales a los de la economía fisiológica. En nuestro todo social hay unas mismas leyes para el cerebro que para el estómago.

El primer carácter de nuestra producción intelectual es el ser muy rudimentaria, individual, aislada, caótica. Y este individualismo, que encarna todos los defectos y virtudes de la raza, no es el del genio, poseedor del máximum de capital mental, sino el del humilde artesano que para montar la tienda pide dinero prestado, pagando en forma de homenaje, bombo o trompeteo crecidos réditos al prestamista, que a su vez pide prestado aquí o fuera. El excesivo número de intermediarios entre el cerebro que concibe y la mano que recibe, y además la falta de trabajo acumulado, de trabajo mental, de pluridad de asociaciones perseverantes, de tenacidad y de esfuerzo en la investigación y en el estudio de los problemas o poemas, explica par una parte la inconsistencia de nuestra producción mental, y por otra su escasez.[7]

Cuando el trabajo mental no se personaliza; cuando no es hijo del entendimiento, de la voluntad y del corazón a la vez; cuando parece más que un acto verdadero de generación una mueca de paternidad, carece de ese espíritu expansivo y cosmopolita el producto, de esa fuerza de difusión y propagación que convierte al pensador y al artista modernos en oráculos y preceptores de toda la humanidad presente. Y el no irrumpir nuestros escritores con ansias de volar más allá de los linderos del territorio patrio, el no llevar a Europa y a América la España actual con sus figuras vivas, con sus ansias vivas y sus instituciones muertas, es otra de las formas del rudimentarismo en la producción mental. República literaria que consume todo lo que produce, o consume con exceso, o no produce casi nada, y, en todo caso, al no intercambiar productos, al aislarse voluntariamente, como los pequeños grupos de población rural, organismos que, en autofagia perdurable, devoran sus pequeñas energías sin lograr jamás un crecimiento normal, se exponen naturalmente a una muerte prematura, a una invasión de otros productos mentales mejores y más baratos, hijos de otro medio económico más perfecto y complejo y que, a pesar de la protección y las pertinaces defensas aduaneras, penetra en los resquicios de las cátedras y bibliotecas, llevando a remolque al tozudo pensador que a plena luz meridiana cierra herméticamente las vidrieras y se envuelve en su capa para pensar hondamente sobre los problemas psíquicos o cósmicos, sin tener en cuenta que a la larga se asfixia o vuelve ciego, por faltarle aire para la sangre del corazón y luz para los ojos, todo lo cual viene del mundo del cual se aleja él.

Humanismo y cosmopolitismo son el ambiente social que debe moldear la mentalidad del pensador y del artista contemporáneo. El arte y la ciencia serán tanto más nacionales cuanto más pronto y mejor se dejen penetrar por lo que se llama no nacional. Una virginidad mental vale menos que una maternidad fecunda en obras y problemas. La verdadera escuela de sinceridad no es hija de los ambientes reducidos y caseros [8] de coteries y programas, de profesionalismos mentales más o menos perceptibles. Quien quiera ser y parecer sincero ha de procurar verter su propia conciencia personal en el gran todo de las conciencias moleculares de la masa social. Que la nota de vida que en nuestro mundo interior tenga vibración inicial, se propague como la onda en un estanque sereno, formando mi conciencia y mi universo, una solidaria integración de mente y realidad. Sólo así, por estímulos constantes, por constantes variaciones de lo personal en lo humano, la planta de la rutina podrá un día... ¡qué lejano día! hacerse híbrida y desaparecer como especie después, de la vida de la acción. Los que por vocación o profesión hacemos de mentores para un público que le carga la mentalidad en los centros de representación y le abunda la menta en los nervios, conscientes de la falta de proporción entre el esfuerzo y su resultado, soñamos con el ideal kantiano de la personalidad, del noúmeno fin en sí, con medios dentro de sí para darse la propia ley y moverse según ella. Si buceamos en la masa, y allí permanecemos para hacer obra redentora, las íntimas armonías de la mente y del corazón, el concierto de lo que pensamos, vivimos y aspiramos, resuena en nuestro público, pero no consuena. Su mente es caja de resonancia y no instrumento musical. Repite, pero no reacciona, ni reobra, ni recrea. Es un público muy sugestible e imitativo, un público de arcilla y no de mármol.

Esta sugestión fácil y esta imitación excesiva dan carácter infantil unas veces y senil otras a nuestra producción intelectual. Después de todo, con esto se confiesa la propia impotencia espiritual, que nace o de falta de ejercicio, de uso, o de falta de iniciación en el ejercicio. Quien nunca hizo nada, le es muy difícil comprender el valor social de los que hacen algo, y algo con espíritu de solidaria piedad y no con estímulos brutales de codicia. Si somos perezosos para leer, ¿cómo sorprendernos de la otra pereza, de la más honda, de aquella que está clavada en nuestra entraña espiritual, impidiendo tal vez que el muro de la lógica de cohesión caiga cuando debiera [9] caer, para contar con un solar expedito donde poder edificar? Si no nos hemos habituado a hacer pensamientos o acciones o poemas cuando nuestra personalidad estaba en formación, ¿cómo querer prohijar personalmente pensamientos, acciones o poemas? El pensador, el poeta y el apóstol, trayendo en sus entrañas simiente de lo que van a ser, precisan apóstoles, poetas y pensadores que cultiven su vocación. El maridaje espiritual de las almas es condición precisa para la creación espiritual. ¿Quién aspira a hacer ciencia o arte sin una educación adecuada para ello? Es cierto que los métodos y la técnica, siendo el carril de la investigación y de la acción, no podrán quitar ni añadir adarmes al espíritu. ¿Pero quién duda que facilitan su avance? Técnica, método, dominio del natural, son condiciones favorables a la soberanía del arte o de la ciencia; pero su raíz, su germen está en el entendimiento y en la voluntad, en el carácter. Para hacer una escuela de investigadores y de artistas hacen falta artistas e investigadores en las escuelas. Una literatura como la nuestra será tanto menos robusta cuanto menos popular sea. Y será tanto más erudita cuanto más paralelamente al analfabetismo se mueva. Es querer tener el vestíbulo de mármol y el sótano pantanoso.

Fue más fácil traer máquinas rotativas e instalar grandes imprentas y librerías en España, que el secreto del savoir faire en nuestros escritores, publicistas y periodistas. El maquinismo perfeccionado ha introducido una verdadera revolución en nuestra economía literaria. Siendo la máquina un instrumento de producción nada más, se ha convertido precipitadamente en órgano que se mueve a presión de dobles calorías: de las que puede dar una tonelada de cok y un cerebro mejor o peor organizado. Y he aquí cómo lo que por naturaleza es un arte suntuario en un país en donde la mayoría no sabe leer, se convierte en manufactura y maquinofactura a la vez, atrofiando quizás el vivifacturismo de la personalidad, ansiosa de crear. La industrialización del arte literario, al convertir las energías espirituales de nuestra raza en instrumento o en fuerza [10] motriz, es la que en mayor grado contribuye a una extenuación mental prematura. Un lector puede devorar cien cuartillas en media hora; ¿cuánto consume una máquina de componer en el mismo tiempo? ¿Y cuántas escribe el escritor, publicista o periodista? Con carácter personal, suyas, muy pocas; y de ahí que el espíritu de empresa del librero y del impresor haya trascendido, trifurcándose, al escritor. Y así como el progreso económico dio a las empresas todo un carácter anónimo o colectivo, en el orden literario el colectivismo y el anonimato, castrando la originalidad y fomentando el plagio, moldearon a su imagen y semejanza la crítica, que viene a ser un anuncio de primera o segunda plana, pagado o gratuito.

Así planteado el problema de la producción literaria en España, yo pregunto: ¿se escribe poco en España porque se traduce mucho, o se traduce mucho porque se escribe poco? Teniendo en cuenta que lo que en España se traduce no es sólo para España, no hay que dudar que los escritores españoles, respecto de su país, se encuentran en situación poco favorable. En primer lugar, el postulado de la ignorancia de la mayor parte de los españoles se extiende a todos los españoles. Además, la envidia y el espíritu de novedad hace que, despreciando los productos de casa, se aprecien, pero a subido precio, los de fuera, que pueden ser peores. El anuncio y la organización para la propaganda son superiores en el extranjero. No deja de influir mucho la falta de cultura aun en los mismos que escriben, o la cultura y la ilustración más libresca que vivida, que da aires de femenil ruralidad a nuestros productos mentales más hermosos y sólidos. ¿Que cómo se evita el mal? Luchando con las mismas armas, en el mismo terreno y cara a cara, con él.

El exceso de traducciones, como negocio industrial más que como estímulo y alimento de cultura, suele ser, más que favorable, perjudicial a la cultura misma. Los escaparates de nuestras librerías y de los kioscos de las grandes poblaciones están llenos de literatura insulsa, pornográfica o revolucionaria a bajo precio. [11] En cambio, no se han hecho bibliotecas populares de nuestros clásicos o contemporáneos consagrados; porque las que se llaman universales y económicas no se popularizan. Por eso la industrialización de la literatura ciega las fuentes del manantial que podía fecundarla, despersonaliza al escritor y embrutece al público.

No se piensa en socializar y humanizar sus tendencias; la nota de solidaridad no suena en nuestros círculos literarios, ni cabe en la cabeza a muchos de los que escriben. Porque son, o la fuerza de las circunstancias los hizo, autodidactos, se creen todos a la vez con derecho a un mismo y único monopolio. De ahí la labor de crítica destructiva en forma de murmuración o de calumnia, más tenaz, más viva y más personal que la obra de creación.

Se ha creído por muchos, que el libro, en general, llegará a ser absorbido por la revista y el periódico, los cuales reflejarán en sus columnas todo el movimiento intelectual de una época sin necesidad de acudir a esos enormes mamotretos. El mismo argumento se hace respecto de la pintura y las artes gráficas aplicadas a la imprenta. El libro y el cuadro de género, y el retrato, &c., &c., serán siempre la obra personal del artista o del pensador, y como tales, tendrán siempre marco personal también. Hay en las columnas de la revista o del periódico algo que revela el carácter de mentalidad de masa o muchedumbre. A la actualidad se supedita todo, hasta la misma originalidad. La fisonomía personal del escritor se desvanece o esfuma en la abigarrada expresión de mil rostros, cuya mueca obligada se funde en el ansia de agradar y distraer al público que compra. El libro tendrá siempre propia sustantividad. No podrá desaparecer, aun en momentos de marasmo intelectual como éste por que España atraviesa, y en los cuales ignorancia, pedantería y frivolidad se dan la mano. Habrá siempre en medio de la mayor ramplonería algo que redima del hastío al público ramplón, hiriendo de muerte a publicistas y periodistas ramplones y embrutecedores. Es cierto [12] que la necedad que agrada y paga para que la diviertan, irá eliminando poco a poco de su ambiente mental al escritor. No puede echar profundas raíces una planta en tierras abregosa y abrasada. En nuestras masas de analfabetos el orador o charlatán producirá más ruido, más efecto, que en la mínima legión de nuestros lectores el escritor. Porque aquí el que lee, lo hace con prevención o por mero pasatiempo. Libro que atrae la voluntad y ata tenazmente la atención con enrevesada sintaxis o lenguaje obscuro, es libro condenado a morir intonso. Libro que fustiga los vicios del lector, en cuyas páginas silenciosas se guarda para cada curioso una bofetada de sincera indignación o un chaparrón de inconvencionales verdades, es duro, cruel, no se resiste. Queremos caballos domesticados, que se dejen cabalgar por un jinete sin espuelas, que marcha adormilado por la prosa sin darse cuenta adonde va. El éxito de la novela, en comparación con producciones literarias de carácter didáctico, se explica por eso. Y cuando el éxito es la suprema finalidad del escritor, suele descoyuntar muchas mentalidades, descentrándolas de su verdadera posición para llevarlas a la lista de una gran troupe, para ser un número más del cartel y una nueva modalidad del juego, para distraer el aburrimiento o preparar el sueño. En países poco cultos el libro no podrá ser nunca planta de cultivo, y las grandes mentalidades que escriben no lograrán el prestigio de las medianas medianías que hablan o representan. Puede ser, no obstante, de gran utilidad, saneando el ambiente y consolidando el terreno para librarle de insólitas avenidas. El libro en el orden de la producción literaria debe ser fuente, pero fuente de prístino manantial, colector de corrientes que por distintos cursos discurren. El hombre de ciencia y el hombre vulgar sacian su sed de saber en la lectura: el primero, sacando dudas de la verdad, interrogando a una respuesta o respondiendo a una pregunta; el segundo, descansando en la enseñanza o en el consuelo de aquellas páginas que le hablan sin dialogar, o dialogan con el sereno mutismo de los ojos enamorados. [13] Nadie puede negar que, a pesar de esta enorme necesidad o conveniencia, que convierte al libro en gran acumulador de las energías espirituales de un pueblo para encauzarlas y distribuirlas por mediación de otros órganos de la vida intelectual del pueblo mismo, el libro está en crisis. El número de lectores del libro es generalmente reducidísimo. Si el número de analfabetos en España tiene un coeficiente superior al 60 por 100 de la población total, la agnoscia de los que saben leer es superior al 90: saber leer en el sentido de elegir y desleír y entender. Las entendederas son el alfabeto chino que vela en sus innumerables caracteres facetas más innumerables de las ideas o de la realidad. Tener entendederas es saber leer, en donde nadie ha escrito, el poema del pensamiento sin palabras. Leer un libro con alma y corazón es preñarle de mentalidad renovada o virgen y hacerle parir después libros nuevos.

El libro de ciencia o de motivos científicos suele cansar, porque no se sabe o no se puede entender. El niño y el viejo necesitan alimentación desleída, caldosa, que haga innecesario el jugo gástrico. A la crisis del libro contribuye no poco la crisis de la crítica y la impaciencia o vanidad del escritor. Se persigue una firma y no un prestigio; y la crítica las hace ¡sabe Dios cómo! La crítica ha dejado de ser juicio sereno, desapasionado e imparcial, para convertirse en descocada alabanza o insulto grosero. Y al trascender del cenáculo literario al cotarro de cervecería o de círculo; de la sabia y prudente sentencia de los consagrados, al estúpido desvanecimiento de nulidades impotentes, que se lanzan por donde nadie los llama; del recinto del gabinete de trabajo o de la cátedra, a una columna del rotativo o a las últimas páginas de la revista, desnaturalizándose y perdiendo su razón de ser, hirió de muerte al libro, cuyo poder sugestivo en el gran público queda reducido a la originalidad llamativa de la cubierta, o a los fascinadores epígrafes del índice. El público que aspira a enterarse de algo por los libros, tropieza hoy con la enorme dificultad de saberlos escoger. [14] Sobre un mismo tema, en un mismo momento, se escriben muchos y se leen muy pocos. Para juzgarlos comparativamente, deben leerse todos. ¿Y quién lo hace? ¿Y cómo puede hacerse? El libro está en crisis, porque aun siendo escasísima su producción, en conjunto es monótona y fastidiosa, carece de la nota personal, de la cosecha personal, del estudio personal, de la interpretación propia de una realidad no vista, o vista de un modo nuevo. El libro se anula a sí mismo por falta de cultura en los que escriben y en los que leen, y de caridad, sobre todo, en los que critican.

Para los que afirman que el libro tiene dos grandes enemigos en la revista y en el periódico, no hay más que señalarles el ejemplo de Norte-América y de Inglaterra, donde constituyen tres eslabones de una misma cadena, o tres espejos, que reflejan una misma imagen. No hay duda que a medida que aumenta el área mental de un pueblo, crece proporcionalmente la necesidad de nutrición intelectual; se hace necesario lo que antes era suntuario sólo; y, por el contrario, la sobriedad en el consumo de productos intelectuales trae aparejadas a la larga la inapetencia y el hastío. La revista responde a la necesidad de la información gráfica o científica. La facilidad de las comunicaciones implica la facilidad de apercepción y correspondencia en el movimiento científico. Cualquiera, desde cualquier parte, puede estar al tanto de todo, teniendo abiertas las dos grandes ventanas del espíritu moderno (la revista y el periódico) hacia el inmenso campo de mirada de la vida cosmopolita. En el periódico, como hoja volandera, las impresiones y fenómenos sociales dejan huellas muy efímeras. El libro, en general, es sólo para los hombres de estudio o para los desocupados. Entre uno y otro, goza la revista de propia sustantividad, tiene derecho a la vida; pues sin dejar de ser actual, debate, estudia, investiga y presenta el hecho, el suceso, la idea o la teoría, en un plano muy superior al de la masa de lectores de un periódico. La revista es un índice para el estudioso, y una síntesis, [15] un extracto para el hombre mundano culto. En nuestra sociedad, la revista satírica, ilustrada, seria o sintética no se ha hecho aún necesaria para las clases ilustradas, o acomodadas e ilustrables; y no es raro ver en algunas publicaciones de esta índole, junto al cliché de D. Fulano o D. Perengano, un cuentito, cliché de literatura impresionista, especie de coiffure, de toilette, y el último figurín de los modistos de París. Esto indica el carácter embrionario de este género de publicaciones en España, el reducido público que sirven y sostienen, y la insignificante altura intelectual de los lectores.

En este género de publicaciones prevalece el fin utilitario y hedónico del público. Así, las que mejor y más larga vida alcanzan son las revistas económicas, las revistas de modas y las ilustradas. La ilustración, tan enemiga en este país de la cultura, fascina con láminas, cromos y retratos los ojos, y embrutece la mente con aventuras brutales o descabelladas, dando pasto a la fantasía calenturienta con engendros asquerosos. No conozco en España una revista semanal tan completa y orgánica como Die Woche, donde la ciencia y el arte y el movimiento intelectual y el anuncio se dan la mano con gusto y perfección: esto unido a una inmejorable presentación tipográfica. En el género de revistas sintéticas (La España Moderna, Nuestro Tiempo, La Lectura), que están al nivel de los de igual clase en el extranjero, tanto en precio como en calidad, pues en ellas colaboran las mejores firmas del publicismo español, es donde más clara y evidente aparece la inapetencia de saber de nuestro público. En mis viajes por Europa, he podido comprobar que en los grandes hoteles y trenes de lujo el learning-room es ya tan necesario como el water-closset, porque no puede menos de interesarle a un hombre de negocios o a un viajero lo que pasa en su país y fuera de él, en la semana, en la quincena o en el mes. Las mejores revistas francesas parecen estar escritas para los grandes terratenientes, vinicultores, financieros, políticos y profesores de la República. No es raro ver entre las páginas de un artículo de Brunetière o Lanessan [16] un anuncio muy bien presentado de vinos para la exportación. Ver la realidad variable de nuestra patria a través de su mentalidad privilegiada; sentir y pensar nuestro país por inducción de los grandes pensadores, publicistas y artistas del país, es fomentar el crecimiento del espíritu patrio, logrando mayor y mejor conciencia de él y estimulando al que escribe o piensa, por ofrecerle basa más sólida y amplia a sus éxitos o prestigios.

Pero la débil ponderación que acusan en la vida intelectual de nuestro pueblo este género de publicaciones, se debe no solamente a la falta de solidaridad con el libro y con el público, que pudiera y debiera leerlas. A mi ver, somos nosotros mismos, los escritores y publicistas, los que, desdeñando la actualidad viva, endosamos al director nuestras insubstancialidades muertas, y haciendo innecesario, por incompetencia o inoportunidad profesional, lo que debiera de ser base de opinión y de tendencia social entre cierto género de lectores. A esto hay que unir el divorcio entre el escritor o publicista y el periodista, dos abejas tabiculadas en celdillas vecinas y con agujeros ocultos, para robarse la miel que elabora o almacena una de ellas. Y claro está, que este divorcio trae aparejado el del periódico y la revista, que al no anunciarse frecuentemente en aquél con sumarios sugestivos o trabajos extractados, pasa inadvertida para la gran mayoría de los lectores del periódico. En síntesis: puede afirmarse que el gran mal que daña la economía de nuestra producción intelectual es el exceso de autonomía y la falta de solidaridad, el carácter excesivamente nómada de los obreros y la carencia de cohesión y de concatenación y armonía en sus obras. Así como la conciencia colonial acusa o una falta de asociación o un proceso de disociación en la vida mental (el crepúsculo puede anunciar el día como la noche), así también la separación absoluta entre las esferas de acción y pensamiento del libro, de la revista y del periódico, contribuye a debilitar o a impedir el crecimiento de nuestro ambiente espiritual. [17] Si queremos robustecerlo, no hay otro medio que verificar cuanto antes la soldadura; y sobre todo, procurar siempre la orientación de estos productos hacia la realidad nacional y cosmopolita viva, no al pasado muerto o a un presente interior que no sepan ni puedan interesar, pues no debe olvidarse que el interés es el gran secreto para sostener la atención y conquistar lectores, y el que logra interesar con sus trabajos, logrará a la larga interés para el capital intelectual de sus trabajos.

El periódico es, entre los tres productos intelectuales aquí analizados, el más preponderante, al parecer el de mayor área social, el que ejerce una verdadera oligarquía intelectual en su público. Y al hablar del periódico, se entiende, por antonomasia, el rotativo madrileño, pues la prensa local y regional, con raras excepciones, queda reducida a ser hoja telegráfica de información y de anuncios.

Se ha dicho que el periódico era el órgano de la conciencia social, y es verdad; pues de la misma manera que en la vida psíquica del individuo se nos revela bajo la forma de dictamen o apercepción integral aquélla, en la colectividad su dictamen se llama opinión; dictamen y opinión que en uno y otro caso han de ser integrales y totales, y, por lo tanto, personales también. Cuando las circunstancias, el hábito o la incultura profesionalizan los órganos de dictaminación y opinión, como sucede en España respecto de la prensa y de otras instituciones, que se arrogaron el derecho de pensar y de obrar por el individuo, anulando por completo su personalidad, puede sostenerse, sin miedo a ser contradicho, que esos órganos sin función normal están en crisis o se avecinan a ella. Por muy flamante que se nos muestre el rotativo y muy poderoso que aparezca el dogmatismo español, que ejercen oligarquía en el pensamiento individual y social de los españoles, es muy débil en realidad su acción y muy deleznable su base. El dictamen individual y la opinión social son como la isla diminuta en el océano, el oasis en el desierto. Sólo cuando la superficie del mar es cristal transparente, [18] se ve la tierra que inunda. Sólo cuando al mar se roba tierra con el esfuerzo y el trabajo perseverante, se agranda en realidad la superficie. Si todos los productos intelectuales carecen en España de ambiente, el periódico tiene que vivir anémico en un país de analfabetos. Nuestra prensa habla de la cultura nacional como de un tópico político, y no se ha convencido que por instinto de conservación tiene que predicar su necesidad entrañablemente.

Cada escuela que se abre y enseña a leer es un vivero de clientes para el periódico. Es preciso dejar en barbecho ese público gastado, que lee el periódico al desayunarse o para dormirse, y roturar el campo enorme de la ignorancia española, en cuyo subsuelo ha de encontrarse levadura de infancia mental y formas vírgenes de conceptuación. La prensa, cuyo poder radica en la opinión que hace o que destruye, será tanto más poderosa cuanto mejor y más libremente opine, y tendrá tanta mayor libertad moral cuanto más grande sea su independencia económica.

Hoy, soldado mercenario, unas veces de la política, otras de la industria, y casi siempre de ambas a la vez, el anuncio y el artículo de forma son jaculatorias y preces a la limosna, precisamente porque el gran público no es un colaborador de la opinión y de la independencia económica de la prensa. Cuando el espíritu público está tan desarraigado del espíritu individual, cuando hay verdadera indiferencia para los problemas más vitales de la comunidad, es muy difícil lograr interesar, sosteniendo la tensión mental de los lectores de perro chico, como ésta no venga habitualmente preparada desde la escuela. Y he aquí cómo se enlaza la cuestión de la crisis de nuestra prensa con el problema general de la cultura patria. Un público escaso, formado por lectores escépticos y creyentes a ciegas, jamás podrá alimentar y sostener opinión. Y si la opinión carece de fuerza propulsora para la acción, por ser escasa, caótica o crepuscular; si no hay integración social de opiniones individuales unánimes que aten las mentes y alienten [19] los corazones para mover las voluntades, jamás será posible el progreso colectivo. El Estado, convertido en órgano manufacturero de este producto, lo hará superfetar artificialmente sobre la masa social, y tendremos una epidermis de dama parisiense en el rostro deforme de un sudanés.

El poder de la prensa no nace en la redacción o en el gabinete del político o en la cháchara del círculo: viene del arroyo. La prensa en sí carece de poder. Es mero reflector; pero cuando de la calle nada llega a las columnas del periódico, con algo han de llenarse para que no queden en blanco, y el hábito de hacerlo trae la ilusión y el engaño de que para la vida de la prensa, el público consumidor del periódico no es un colaborador de él, y tal vez el más principal. La ignorancia del público, y en general de las clases sociales de nuestra vida nacional, le impide colaborar en la prensa, siendo el principal generador de esta fábrica intelectual, al proporcionarle primeras materias y energía motriz. Cuando la prensa carece de este poder colectivo, del solidario y universal poder de millares y millones de lectores recibido, en vez de pensar en alta voz por representación, sufragio y predilección, lo hace peligrosamente por autoritario derecho propio. Y si la prensa fue la primera planta del campo de la libertad y la mejor herramienta para roturar dicho campo, cuando olvida su abolengo democrático para hacerse autoritaria y dogmática y aspirar a ser iglesia de medianías que leen de corrido, se niega a sí mismo, y, además, suscita las iras y el desprecio de los genuinos representantes de la autoridad tradicional, y al condenar al destierro, al olvido o al silencio las inteligencias libres de nuestra comunidad espiritual, o las hace perecer por asfixia, o irrumpir a otros ambientes no patrios, debilitando, por tanto, el espíritu nacional al fomentar su disolución o dispersión. El poder de la prensa no es poder de autoridad, sino poder de libertad. Prensa que le prostituye o esclaviza, o por lo menos no le fomenta, no es digna de vivir. Cuando el rotativo es una doble sucursal o agencia del dinero y de la política, que es otro negocio que [20] también produce dinero, es un arma peligrosa para el régimen político y social existente, pues en vez de ser fuerza nacional y social, se hace de clase y de profesión. Vinculada en una clase, que es la burguesía y la medianía intelectual que nutre las filas de la política, la democracia y la nobleza la desprecian, llevando sus odios no sólo a la prensa, sino también a la misma mesocracia, debilitada no poco por la doble presión de los de arriba y de los de abajo. Los que recientemente han visto coincidir en sus desprecios y desdenes a la prensa a un conservador reaccionario y a un ácrata cristiano, se explicarán ahora el porqué.

Siendo nuestra prensa un producto intelectual para medianías, a lo sumo serán medianías los que a ella se consagren. La separación entre el periódico y el libro y la revista no puede ser mayor. Se tiende con aquél a monopolizar toda la masa cerebral. Se le supone ser el único oráculo del pensamiento moderno. Para nuestros periodistas al uso no hay más soberanía intelectual que la del papel impreso, que la de la hoja diaria. ¡Y qué soberanía la de los que esclavizan el propio pensamiento, convirtiéndose de grado en confeccionadores y desvirtuadores de él! Al periodismo español van a parar los inclasificados o no preparados para cualquier profesión u oficio. Por él suele pasarse como gato por ascuas, corriendo hacia la política o la cátedra; pues de permanecer en él mucho tiempo, se corre peligro de atrofia. El aprendizaje suele hacerse en la redacción; y no es un aprendizaje técnico y científico a la vez. El uso, el hábito y la experiencia de largas horas nocturnas, en recintos donde se asfixia el pulmón y la mente se enmohece, convierte a la larga al neófito en fácil o ingenioso emborronador de cuartillas, o hábil manejador de tijera. El periódico, cuando no es una sinfonía de palabras, parece un tapete de camilla confeccionado con retales viejos. Y el público de él viene a tragar lo que otro ha digerido, es decir, excrementación mental del primero. Esta falta de técnica y de laboriosidad habitual, el aprendizaje del [21] oficio en la redacción, convierte a los periódicos de menor circulación, a los semi inéditos, en escuelas de periodismo para el rotativo, donde también se ingresa por la portada del favor, o bajo condición de merecimiento. En España, todos los oficios, el que más y el que menos, están casi a la altura de sus correlativos en el Extranjero, menos el de periodista. Hay algunos que ni saben traducir el portugués. La gran obra de redención de la prensa, que podrían hacer los rotativos madrileños, sería establecer una escuela profesional de periodistas, donde se aprendiese a escribir la hoja diaria como Dios manda. De todas las prensas europeas, la española, la francesa y la italiana son las que me revelan un carácter más femenino y trivial. El detallismo aboga las concepciones y tendencias colectivas. No se piensa en público. Se charla en letra de molde, como en el casino se charla en viva voz. Y aún entre el periodismo español y los otros dos periodismos latinos hay una distancia inmensa. Estos últimos reflejan a su nación vida internacional y la fomentan en ella. Nosotros no conocemos el extranjero más que por algunos telegramas y algunas ocurrencias y divagaciones del corresponsal. La reseña internacional y la correspondencia política y social de los grandes centros de la vida mundial no se ven en el periódico. Suele disculparse la omisión con el argumento de que no los lee nadie; pero ¿no los lee nadie porque no se ponen, o no se ponen porque no los lee nadie? Si al lector de hace veinte años le revienta una crónica internacional, una revista económica bien hecha, en cambio no hay que desconocer que el periódico está recibiendo lectores nuevos todos los días, que en diez años hacen algunos miles de lectores, cuya suma ha de tener ponderación en la marcha del periódico. Y claro está que el lector nuevo ha de someterse siempre a la influencia educadora de la prensa con más facilidad que el otro, cuyas protestas de rebeldía se ahogarán con la aprobación unánime y silenciosa del público sensato. Suele llamarse, con gran error de sentido, a mi ver, actualidad aquello que actualmente está [22] a los ojos del que escribe. Yo creo que en el momento que yo escribo todo es actual; y es más actual lo que ve mi público que lo que miran los ojos de mi mente; y es más actual lo que miran las inteligencias más privilegiadas de nuestra sociedad que las de las masas, cuya enfermedad, endémica o hereditaria, suele ser la miopía. Así como en la conciencia individual se nota un desarrollo y un crecimiento en intensidad y en la extensión de su área, en la colectividad sucede lo propio. Y suele darse el caso que lo actual pasa a ser inactual, y viceversa. Los inactuales de hoy son revolucionarios y precursores, para mañana. ¿A qué se reduce la actualidad que impresiona la retina de nuestro rotativo? A unas cuartillas más o menos geniales de una firma literaria; al artículo de fondo, que debiera llamarse de forma o de superficie extensional, teniendo a lo sumo el valor del lugar que ocupa; a los telegramas que proporciona el Gobierno, a los escasos que venden las agencias, a los que se recortan de periódicos extranjeros, a los que gratuitamente se envían de provincias y espontáneamente se hinchan, a cuatro o seis relatos referentes a las anormalidades y vicios de nuestra constitución social, y a la recopilación del suceso que hiere la fantasía, pero que no enseña al entendimiento. En puridad de verdad, con estas orientaciones el rotativo, por estas y por otras causas, es un corruptor de mayorías y el mayor corruptor de todos.

En un metro cuadrado de papel cabe algo más de lo que ordinariamente allí se pone. Los ojos de la prensa española padecen acromatopsia. El paisaje, en manos de nuestra vida social, se graba en su campo retiniano muy incompletamente. Diríase que los bastones y filamentos nerviosos tienen sólo afinidad, pero una especie de afinidad abstractiva, por lo cual sólo el negro y el rojo y los grises (tonos o individuos) pueden llegar al cerebro. Los nuevos oculistas para este mal ya tienen cliente.

Tan estrecho maridaje existía entre la prensa y la política, que los periodistas de ayer son grandes figuras de la política actual, [23] alguna de las cuales no dejó aún de ser periodista. Era este vínculo el mismo que el de la cruz y la espada en la Edad Media; pero a medida que la política, saliendo del período de efervescencia revolucionaria, se consolidó en empresa de gobierno, irradió su espíritu a la prensa, su gran colaboradora, y el negocio de la política hizo pensar en la política de los negocios. Cuando el rotativo congregó en torno suyo una gran masa de capital y un regular número de obreros, se fue acentuando cada vez más la escisión entre la prensa y la política, tratando aquélla de entregarse en nuevo maridaje a toda la vida social de la nación, y haciendo del dinero el denominador común de todas las ideas. Esa fue la revolución silenciosa del maquinismo en la vida interior de la prensa; pero he aquí que al lado de las Marinoni falta aún un buen sistema nervioso telegráfico y telefónico, urbano, rural e internacional, y buenos periodistas que den factura compleja, armónica y variada al periódico, a través de cuyas columnas se vislumbre la compleja trama de nuestro pueblo. Aún seguirá mucho tiempo gravitando la política sobre el rotativo; y habrá muchos hombres de partido que sueñen con que el público les devore cada día cien mil números de su periódico, sin fijarse en que las mentalidades de mayor relieve en el país apenas llegan a la décima parte de lectores.

Cuando al espíritu de empresa de la prensa se une el espíritu de empresa de la política, esta detentación oligárquica del poder parlamentario y periodístico suele retardar la evolución social de la prensa en el sentido de su impersonalización individual y de su personalización social. El público alimenta su curiosidad femenina en hojas tal vez mejor impresas o informadas; pero va tragando poco a poco la píldora sin darse cuenta; y la conspiración del silencio ahogará el espíritu de protesta de los pocos lectores que, no siendo lerdos, sepan adonde se dirigen los tiros. En este caso, sólo el espíritu cooperativo del público y la solidaridad de los lectores, ayudada por el Estado en la función tutelar, que hay derecho a exigirle, puede [24] tomar la defensiva contra los nuevos caballeros de industria, cuyas cruzadas se emprenden, no para redimir el santo sepulcro de ideales muertos o moribundos, sino para custodiar el santo dividendo, el santo contrato o la santa subvención, que pueden ser arrebatados por una voz imprudente en las Cámaras o por una firma anónima en el periódico.

Eloy Luis André