Cesáreo Rodríguez G. Loredo, Una gloria de Asturias. El cardenal fray Zeferino González (original) (raw)

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Zeferino González

No debe pasar inadvertido para los españoles, y mucho menos para los asturianos, el día 28 de Enero, señalado día en que se cumple el primer centenario del nacimiento del Cardenal González, uno de los más insignes filósofos que ha tenido nuestra patria en el pasado siglo. El P. Ceferino no sólo brilló como profundo pensador entre los españoles, sino que la fama de su poderoso ingenio se extendió también por Europa y América enteras, en donde se le admiraba por su gran sabiduría y vastísima erudición, leyéndose con verdadera avidez las obras del humilde dominico español a medida que brotaban de su equilibrada y egregia pluma. Quien conozca medianamente el pensamiento filosófico del pasado siglo por las obras de sus principales cultivadores, al menos por las de aquellos que encarnan y representan la “filosofía perenne y verdadera”, deducirá fácilmente, si le son familiares los escritos del filósofo asturiano, que el Cardenal González fue en dicha centuria una de las figuras más relevantes en las esferas intelectuales no sólo de España, sino de Europa.

Por lo que atañe a nuestra nación, si exceptuamos al eximio e inmortal Balmes, no hallamos filósofo alguno del siglo XIX, sea de cualquier escuela que fuere, que pueda igualarse a Fray Ceferino, pues ninguno realizó una labor filosófica tan completa, universal y orientada como éste. Es además el principal restaurador del Escolasticismo en España, considerándole los extranjeros como el más célebre de nuestros neoescolásticos. Su extraordinaria y pasmosa erudición, según aparece en sus libros, nada tenía que envidiar, si es que no superaba, a la del genial filósofo de Vich. El principado de Asturias puede considerar al preclaro hijo de Villoria como una de sus legítimas glorias, pues el ilustre purpurado dejó en el anchuroso campo de la especulación filosófica e investigación científica la indeleble huella de su portentoso talento.

España entera –y singularmente Asturias– debe celebrar con todo esplendor el glorioso centenario del sabio Prelado que tanto prestigio ha dado a su patria en el mundo intelectual, salvándola en aquellos históricos momentos de la anarquía y tendencias heterodoxas que la exótica y absurda filosofía krausista había introducido en nuestras Universidades e Institutos. Al presente, las nebulosas y descabelladas teorías del paladín del krausismo español, Sanz del Río, duermen el sueño del olvido, mientras que las doctrinas luminosas del gran filósofo asturiano siguen irradiando vivos fulgores.

Pasar en el silencio el primer centenario del Cardenal González sería algo notoriamente injusto que debiera causar en nosotros sonrojo y bochorno; demostraríamos con tal proceder que no sabemos apreciar y distinguir los sólidos valores y grandes merecimientos de nuestros más destacados hombres de ciencia, cuando en los días de hoy, tan pródigos en homenajes y monumentos, tributamos honores apoteósicos a los que son verdaderas medianías y por lo mismo astros de segunda magnitud. No es de extrañar que, si obrásemos del indicado modo, muchos extranjeros aún seguirán echándonos en cara “la miseria filosófica de España”, palabras mordaces con que se encabezaba un artículo (Revue philosophique, 1893) en que su autor intentó insensatamente probar que en nuestra Patria no poseemos filosofía.

Señalar el puesto honorífico y preeminente que corresponde al insigne purpurado en el campo de la filosofía española y europea, examinarlo a través de las obras de las obras del ilustre pensador su densa y fructífera labor filosófica, será el tema de posteriores artículos. Ellos justificarán el juicio laudatorio y las afirmaciones encomiásticas que acerca del P. Ceferino hemos emitido.

Cesáreo Rodríguez G. Loredo.

Valdediós, Enero, 1931.

Región
Oviedo, sábado 17 de enero de 1931 año IX, número 2336
10 céntimos · página 2

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Ceferino González
II

Prometíamos en nuestro primer artículo señalar el puesto honorífico y preeminente que en el campo de la filosofía española y europea del pasado siglo corresponde al insigne Fray Ceferino.

La brevedad y concisión de un trabajo periodístico no nos permiten trazar el cuadro completo y minucioso de la filosofía del siglo XIX, en donde la excelsa figura del Cardenal González resplandece con propia e inextinguible luz. Así lo aseveran los filósofos extranjeros de todas las escuelas y matices al enjuiciar la personalidad filosófica del eminente dominico asturiano.

Pudiéramos citar, como prueba, las obras de Historia de la Filosofía publicadas en época reciente fuera de nuestra patria, sin olvidar las monografías y estudios biográficos que con motivo de la muerte del P. Ceferino aparecieron en diversas revistas científicas de Italia, Francia y Alemania. No fue menor la fama de nuestro compatriota en otros países, según se demuestra en “The Cathol. Unin. Bullet.” (en 1895). Las naciones más cultas se apresuraron a verter a su respectivo idioma las notables producciones del escritor español.

Descartado el anterior aspecto o punto de vista, nos concretamos a indicar el puesto de honor reservado al eminente filósofo en el magnífico cuadro de la “Escolástica restaurada”. Es preciso advertir que la “Escolástica”, muy poco conocida y tan calumniada, representa un vigoroso cuerpo de doctrina, el más sólido y de trabazón más ordenada entre todos los sistemas filosóficos, habiendo crecido a la sombra de la Iglesia y constituyendo su filosofía predilecta. De ahí que los enemigos del Catolicismo la hubiesen hecho objeto de violentos ataques y aceradas invectivas, como en nuestros días los Modernistas.

El Escolasticismo, que tanta vitalidad y gallardo desarrollo adquirió en los siglos XIII, XVI y mitad del XVII (singularmente en España más que en nación alguna durante estos últimos), tuvo su período de postración y decadencia desde 1650-1840. Sin embargo, aún decía Goudin en 1695: “Sola philosophia peripatética nunc vulgo floret” (Lógica q. 2).

La carencia de espacio me impide examinar todas las causas de este eclipse casi dos veces secular, si bien iluminado con intermitencia por la publicación de no vulgares Tratados Filosóficos. Quede, no obstante, consignado que el decaimiento de la filosofía escolástica no fue por consunción, ni por fala de virtualidad intrínseca, sino que principalmente con violencia inaudita y a mano airada se ha querido llevarla al ostracismo, aunque no se la pudo expulsar –dicho sea en honor de nuestra Patria– de muchos centros docentes de España e Italia.

En la primera mitad del siglo XIX la filosofía cartesiana volvió a ejercer poderoso influjo en las escuelas; por otra parte, el racionalismo en Alemania, –país clásico de secta tan pestilente,– el tradicionalismo en Francia, el ontologismo en Italia y el sensualismo positivista inglés nublaron los horizontes filosóficos. Entonces surgió providencialmente en el campo católico una pléyade de hombres no menos sabios que animosos, los cuales rejuveneciendo el escolasticismo esgrimieron con valentía las armas de éste contra los monstruosos errores de la época. Los restauradores de la Escolástica tomaron como base del moderno renacimiento la áurea e inmortal filosofía, de Santo Tomás (tan recomendada por la admirable Encíclica “Aeterni Patris”); al mismo tiempo, rompiendo la estrechez de moldes de los escolásticos rígidos adoptaron un criterio más amplio y progresivo. Para refutar a los adversarios estudiaron a fondo las obras de éstos, sus métodos y sistemas, llevando además a los problemas filosóficos la luz que suministran los principios de la sana crítica y los legítimos avances de las ciencias físicas, históricas y biológicas. Aquello de León XIII: “Vetera novis augere et perficere”, fue su lema.

En este potente resurgir y lozana eflorescencia son clarísimos los nombres de Sanseverino, Taporelli, Zigliara, Schiffini, Pesch, Hlentgen, Lepidi, Farges, &c., &c. Frente a éstos la inteligencia prócer y la actividad incansable del P. Ceferino se destacan con igual o mayor relieve. Sus mismos colaboradores lo han reconocido; examínense las obras de cada uno para convencerse. Y no es exagerado decir que ninguno de los anteriores penetró más hondamente que el dominico asturiano el pensamiento filosófico del Aquinatense. Los “Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás” –por no citar otras obras– al mismo tiempo que llamaron poderosamente la atención en el mundo ilustrado, son perenne testimonio de su sólida y recia formación tomista.

En el próximo artículo indicaré el eficaz influjo que ejerció el P. González en el Neoescolasticismo español, del cual es verdadero príncipe, contrastando además su doctrina con las endebles y mezquinas elucubraciones de otros filósofos españoles de la pasada centuria.

Cesáreo Rodríguez Loredo

Valdediós, Enero, 1931.

Región
Oviedo, miércoles 21 de enero de 1931 año IX, número 2339
10 céntimos · página 2

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Ceferino González
III

Terminé mi segundo artículo con la promesa de exponer someramente en éste el eficaz y decisivo influjo que ejerció Fray Ceferino en el Neoescolasticismo español del cual es verdadero príncipe, ofreciendo además contrastar su doctrina con las endebles y mezquinas elucubraciones de otros filósofos españoles de la pasada centuria.

Para formar un concepto adecuado de la labor trascendente del Cardenal González, conviene historiar en breve síntesis el estado y desenvolvimiento de la filosofía española del siglo XIX.

En el primer tercio de dicho siglo el abatimiento de los estudios filosóficos en España corría paralelo con nuestra menguada preponderancia política. En este lapso de tiempo la patria de L. Vives, de D. Soto, de Suárez y de otros muchos sublimes ingenios españoles del siglo de oro nada original ha producido en la república de las ciencias filosóficas. “Nunca había caído más bajo, dice M. Pelayo, la cultura española. Pobre y desmedrada era entonces la enseñanza filosófica. Como único resto de lo antiguo, vegetaba en algunos Seminarios la escolástica.” Entre los cultivadores de ésta solo merecen citarse Amat y Puigcerver. Aunque los principales filósofos de dicho primer tercio son subjetivamente o en el fondo católicos, sin embargo aparecen algunos chispazos o claros indicios, eco y repercusión del siglo anterior, del sensualismo filosófico, ya de Condillac, ya de Locke, en las obras de Reinoso, Varela (cubano), Muñoz, &c.

Dichos síntomas degeneraron en grosero empirismo o materialismo en los libros de algunos catedráticos de la entonces decadente Universidad salmantina. De aquellas aulas salieron la mayor parte de los legisladores de Cádiz (1812), los cuales representaban la influencia de las teorías político-sociales de la Enciclopedia francesa. Tales tendencias fueron rebatidas contundentemente por el célebre “Filósofo Rancio” (Alvarado) y por el P. Vidal.

Al finalizar dicho tercio, aparecen en España otras escuelas con diversas direcciones. Don Tomás G. Luna expone el “eclecticismo” de V. Cousin. La escuela “escocesa” tiene como partidarios a Martí Eixalá y al Dr. Llorens.

Los sistemas frenológicos de Gall y Spurzheim fueron divulgados ardorosamente por Cubí, defendiendo el médico Mata un sensismo materialístico. El verdadero movimiento racionalista, importado de Alemania, comienza en el 54. La doctrina de Kant apenas cuenta con otros representantes que Nieto Serrano y R. Heredia. El hegelianismo tuvo como secuaces a C. Ramírez, Pi Margal, &c. Pero el sistema que más perniciosamente influyó en la enseñanza del Estado fue el estrambótico krausismo –desacreditado ya entonces en Alemania– traído por Sanz del Río de la Universidad de Heidelberg. Sanz y sus discípulos: Giner de los Ríos, Salmerón, Tapia, &c., repitieron servilmente en bárbara terminología lo contenido en el absurdo Armonismo de Krause.

Tales sistemas no pueden compararse con las elevadas concepciones de la filosofía católica representada por Balmes, Donoso Cortés (segunda época), Ordinas, Caminero, Cuevas (preclarísimo ovetense), &c. &c. Los neoescolásticos perfeccionaron y completaron la filosofía católica. Ellos, si prescindimos de Balmes que, aunque escolástico en el fondo, es independiente, superan inmensamente a todos los que dejamos historiados en este artículo. Ortí y Lara, Comellas, Mendive, Fajarnés, Pidal y Mon, &c., son los nombres de los invictos campeones. Más el primer lugar entre los restauradores nadie se los puede disputar a Fray Ceferino; a éste le dan la primacía el número y la incomparable solidez de sus obras. Ninguno trabajó tan orientadamente ni con tanto afán como él; la restauración de la escolástica fue el ideal permanente de aquella vida preciosa. Su labor se asemeja a la actuación teológica del célebre Vitoria en el siglo XVI; es, sin duda, el gran Mercier español. La tenebrosa literatura krausista no encierra un adarme de enjundiosa metafísica; los libros, del Cardenal González contienen oro purísimo. Por lo que atañe a su primacía en el neoescolasticismo, dice M. Pelayo: “Quien escriba en lo venidero la historia de la filosofía española, tendrá que colocar en el centro de éste cuadro de restauración escolástica el nombre del sabio dominico Fray Ceferino González” (Het., t. III). Idéntico es el juicio del notable filósofo Gómez Izquierdo, muerto recientemente (Anal. de la Fac. de Fil.)

Para completar este modesto y breve estudio acerca del Cardenal González, haré en artículos posteriores un ligero análisis de sus escritos, comenzando por la “Historia de la Filosofía”, en donde se describe la inmensa cultura y el acendrado patriotismo del esclarecido hijo de Laviana. Esta obra y “El Protestantismo comparado con el Catolicismo” son, sin duda, los dos mejores libros españoles, del siglo XIX y los más conocidos por los extranjeros.

Cesáreo Rodríguez Loredo

Valdediós, Enero, 1931.

Región
Oviedo, viernes 23 de enero de 1931 año IX, número 2341
10 céntimos · página 16

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Ceferino González
[ IV ]

Examinar a través de las obras del P. Ceferino su densa y fructífera labor filosófica fue uno de los fines que me he propuesto al escribir estos artículos. Conocemos por la “Historia de la Filosofía”, monumento perenne de su inmensa cultura y acendrado patriotismo.

El dilatadísimo campo de la filosofía histórica fue poco cultivado hasta el siglo XVIII. Por eso a esta disciplina se le puede llamar nuevo ramo del saber humano. Es natural que haya tenido escasos cultivadores, pues la asombrosa amplitud de su objeto no puede ser abarcada sino por consagrados especialistas y verdaderos sabios. Exponer fielmente los variadísimos y contradictorios sistemas filosóficos, criticarlos con rectitud y señalar los orígenes de las doctrinas, con sus relaciones de parentesco y filiación, es algo que supone una capacidad extraordinaria en el historiador, por no decir que es empresa superior a las fuerzas y arrestos de un hombre.

Antes que el Cardenal González publicase (1878-79) su obra en cuatro extensos tomos, no abundaban los tratados de esta índole. En el extranjero solamente Brucker, Gérando, Temmerman, Ritter, Cousin, Lewes y algún otro habían escrito historias generales de la Filosofía. El compendio de Rothenflue, entre tantos pensadores españoles, únicamente menciona a Suárez. ¡Como si en España no hubiese profundos metafísicos y filósofos de elevada talla, dignos de figurar en la obra más sintética de la filosofía! También escribieron sobre estas materias, en nuestra patria, antes que Fray Ceferino, Balmes y el P. Cuevas, pero las obras de éstos no pueden dar una idea completa de la historia de la filosofía por ser muy compendiosas. Carecíamos, pues, en España y en los países de habla española de un tratado magistral acerca de la disciplina, tan importante que con razón se llama complemento y corona de la filosofía. “Difícilmente se tendrá una idea cabal de la filosofía, si no se conoce un tanto su historia” (Balmes, H. de la Fil., Prol.)

Fray Ceferino, dotado de un gran sentido filosófico, de escrutadora y penetrante inteligencia, para lo cual los enmarañados sistemas no podían tener secretos –por conocerlos a fondo–, concibió y realizó el grandioso plan de historiar el pensamiento humano con arreglo a las exigencias de la más serena y escrupulosa crítica, llenando así una apremiante necesidad de las letras españolas, pues ese ramo del saber era el más abandonado entre nosotros. En la exposición histórica de las doctrinas filosóficas emplea el Cardenal González el verdadero método, es decir, el analítico y el sintético, el empírico y el racional: con el primero expone fielmente los hechos o sistemas filosóficos; con el segundo estudia y señala las causas y mutuas relaciones de los mismos. Por tanto, Fray Ceferino, rechaza el método “apriorístico” de Hegel como incompleto y absurdo. Para el filósofo germano la Historia de la Filosofía es una síntesis “a priori” de la razón pura, es donde el “noúmeno” absorbe al fenómeno, la idea al hecho. Sostiene el Cardenal González, con mucha razón, que el historiador de la Filosofía no debe carecer de sistema filosófico, ni ocultar sus ideas, antes bien ha de poseer “un criterio general” y objetivamente cierto que le sirva “de guía, de norma como de medida”, en conformidad con la cual se pueden discernir la verdad del error. Esta piedra de toque o punto de comparación es para Fray Ceferino la doctrina tomista, eje y centro en torno del cual gira la concepción filosófica más genial y maravillosa. Tal preferencia por las enseñanzas del Angélico no le impiden al Cardenal González ser justo y comprensivo en su “Historia” con las teorías que por vía distinta exponen la verdad.

La obra del P. Ceferino es muy completa y de lo mejor que se ha escrito sobre esta materia. El sabio profesor de filosofía del colegio Máximo de Valkenburg, Cathrein, dice: “entre los tratados de historia de filosofía sobresalen las obras de Ueberweg y Stoessel, de Ceferino González y P. Janet” (Phil. Mor., p. 6). No tardó en ser traducida al francés por G. de Pascal, y al alemán J. Nolte, que tradujo los “Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás”, preparó también la versión de la “Historia de la Filosofía”.

El Cardenal González, expone y critica con un dominio absoluto y pasmoso la filosofía de los viejos pueblos orientales, la griega y la romana, la escolástica y arábigo-judía, la moderna y la novísima. Parece imposible que haya podido leer tanto. Asombra ver en el primer tomo la lista de las obras consultadas, a pesar de que sólo consigna parte de ellas. Bebió además en las fuentes “inmediatas”, pues él mismo dice –y lo prueba palmariamente a lo largo de la obra– que ha utilizado, sin muchas excepciones, “los propios escritos” de los filósofos. Y no se olvide que la Historia se escribió en medio de las múltiples y gravísimas atenciones del cargo episcopal, que tan fidelísimamente desempeñaba.

Su acendrado patriotismo se demuestra por la publicación de esta “Historia” que vino a llenar un gran vacío en nuestras letras. “Mucho pesó esta consideración en mi ánimo para tomar la pluma y escribir el presente ensayo” (Prólogo). Además a través de la obra da a conocer la doctrina de los filósofos españoles, cosa que descuidó Balmes, pues en el índice de su “Compendio de historia de filosofía” no figura explícitamente el nombre de ningún pensador español. Fray Ceferino defiende en su “Historia” (compendio latino) que en nuestra Patria poseemos un valiosísimo caudal filosófico, no inficionado, por lo que atañe a sus más ilustres representantes, por el racionalismo, materialismo o panteísmo, como sucede en otras naciones. Ellas se engreirán con la ignominiosa originalidad del error pero nosotros somos más filósofos con la originalidad de la verdad. “Sólo nos falta –decía Fray Ceferino– un hombre lleno de conciencia y patriotismo que escriba la historia de nuestra elevada y sensata filosofía.” Bonilla y San Martín dejó su obra (Historia de la filosofía española) incompleta y aún no aparece el hombre providencial, el cual termine la empresa que tanto anhela ver realizada el gran patriota, P. Ceferino.

Cesáreo Rodríguez Loredo

Valdediós, Enero, 1931.

Región
Oviedo, viernes 6 de febrero de 1931 año IX, número 2353
10 céntimos · página 3

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Ceferino González
[ V ]

A grandes rasgos expuse en mi último artículo la índole y el contenido de la “Historia de la Filosofía”, del P. Ceferino, obra la más completa que se escribió en lengua española hasta el presente, pues las similares que publicaron más tarde P. Muga, Herranz, Domínguez, &c., no pueden compararse con aquella, aunque no carece de subido mérito. P. Muga en el prólogo a su “Historia” dice: “las fuentes de que nos hemos servido son muchísimas y en especial las obras del Cardenal Ceferino González, la mayor gloria quizá de la filosofía española en el siglo XIX.”

Los “Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás”, inapreciable y primera producción literaria del Cardenal González serán el objeto de este artículo. Consta la obra de tres voluminosos tomos. Se editó en Manila el 1864, cuando el P. Ceferino solo contaba treinta y tres años, siendo a la sazón catedrático de Teología en la españolísima Universidad de Santo Tomas que la ínclita Orden dominicana aún conserva en la capital del archipiélago filipino, Universidad gloriosa y benemérita –en donde también enseñó el ilustre Martínez Vigil– que mantiene el honor y prestigio intelectual de la madre España, continuando allí la insuperable actuación civilizadora de nuestra Patria. En aquellas aulas no impera el absorbente poder norteamericano, pues todavía resuena en ellas la autorizada voz de prestigiosos sabios españoles, hallándose entre ellos el célebre teólogo Marín Sola que, hasta pocos años, fue el oráculo de la ciencia teológica en la Universidad Católica de Friburgo (Suiza) en donde le había precedido el insigne asturiano P. Norberto del Prado, a quien llamaban “D. Thomas redivivus” (Sto. Tomás resucitado).

El mérito y efecto sorprendente de esta obra de Fray Ceferino lo resume el sapientísimo polígrafo M. Pelayo con las siguientes palabras: “muy joven aún asombró a los más doctos con sus Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás.” El alemán J. Nolte, gran publicista y ferviente admirador del cardenal González, vertió a su lengua estos “Estudios”, con el fin de extender entre sus compatriotas las auténticas doctrinas filosóficas del Doctor Angélico. No menos aprecio hicieron de nuestro paisano otras naciones, pues los idiomas ruso, polaco e italiano se honraron con la traducción de numerosos escritos suyos.

Esta obra de Fray Ceferino no parece la obra de un joven de treinta y tres años, sino de un hombre maduro y encanecido en la afanosa investigación científica. En España nada se ha escrito sobre tal materia que pueda igualarse con dicha obra, y en el extranjero ninguna publicación le aventaja. De la oportunidad de tan valioso libro para la verdadera reforma escolástica y renacimiento tomista en nuestra Patria no cabe dudar, porque, aunque Balmes fue un gran restaurador del escolasticismo, discrepó en varias cuestiones de importancia de la filosofía escolástica y tomista. De ahí la necesidad de los “Estudios” del P. Ceferino tan a propósito para regenerar las ciencias metafísicas y morales sobre la base inconmovible del pensamiento filosófico del Aquinatense. El Cardenal González fue un gran vidente, porque vaticinó con certera previsión el halagüeño porvenir del tomismo, garantizado poco más tarde por la misma autoridad y recomendación de la Iglesia. En efecto, no se dejaron esperar la encíclica “Aeterni Patris” de León XIII, el motu proprio “Doctoris angelici” de Pío X, las 24 tesis tomistas (admirablemente comentadas por Hugón de la S. Congregación de SS. y UU. y el canon 1.366, p. 2.º, en donde se manda explicar la filosofía según la mente del Doctor Angélico, a quien Pío XI proclamó también “Doctor Universal” de la Iglesia.

Son varios los motivos que movieron a Fray Ceferino a escribir la citada obra. Por una parte no faltaban en su tiempo escritores vulgares que juzgaban la filosofía del Santo con el mismo desprecio y desenfado cual pudieron hacerlo los enciclopedistas del siglo XVIII, siglo de Voltaire, de la impiedad y del sensualismo. Tal vez la causa ocasional de aquellos desmanes era la ignorancia de la lengua latina –tan abandonada entonces y ahora– en que escribió el Angélico y el desconocimiento de la terminología del siglo XIII. En segundo lugar, las doctrinas filosóficas del Aquinatense se hallan dispersas y no forman un cuerpo de doctrina reunido y homogéneo: se requiere consultar numerosos volúmenes y cotejar sus pasajes para que resulte formado un sistema compacto, en donde aparezca “el verdadero espíritu de su filosofía”. Por último, algunos de los escritores más notables de entonces interpretaron torcidamente en cuestiones de gran trascendencia el pensamiento genuino del Angélico. Para corregir tales desvaríos y obviar la dificultad apuntada publicó el P. Ceferino sus “Estudios” en lengua española, que tan bien conocía, como lo demuestran sus obras y su discurso –que la muerte le impidió pronunciar– de ingreso en la Academia de la Lengua, y que versaba acerca de las “Relaciones entre el habla castellana y la mística española”.

El libro, que ligerísimamente analizamos por no alargar las columnas del periódico, constituye una síntesis grandiosa y genial de la insuperable concepción filosófica del “más sabio de los Santos”, síntesis maravillosa que, extrayéndola del fondo inagotable de las numerosas obras del “gran buey mudo de Sicilia”, forjó y dio calor y unidad armónica en su soberana y privilegiada inteligencia aquella mentalidad cumbre de Fray Ceferino, tan habituado a cernerse en las serenas regiones de la Metafísica y de la alta filosofía. Mr. Jourdain –autor de una obra referente a la filosofía de Santo Tomás y que fue premiada por el Instituto Imperial de Francia– y el P. Ceferino reunieron en un todo singular y ordenado las doctrinas sembradas en distintos lugares de los escritos del Doctor Angélico, exponiendo con criterio sanísimo el verdadero sentido de sus ideas filosóficas.

No necesito encarecer el grande servicio que con sus “Estudios” prestó Fray Ceferino a los amantes de la filosofía, del Santo, singularmente a los no versados en la lengua latina. Aunque existen versiones castellanas de la “Summa Theológica” (una de ellas prologada por el sabio P. Martínez Vigil), esto no basta, hacía falta en nuestra lengua una obra como la del dominico asturiano para conocer íntegramente el pensamiento filosófico del Aquinatense.

El P. Ceferino examina en sus “Estudios” las cuestiones fundamentales de la filosofía del Angélico, omitiendo las secundarias. Respecto a las primeras, aun prescinde de aquéllas cuya “perfección y superioridad en Santo Tomás se hallan universalmente reconocidas”. Por eso no trata de la Teodicea, insuperablemente expuesta y desarrollada en las 26 primeras cuestiones de la “Suma” y en el primer libro de la “Suma contra los Gentiles”, obra escrita por el Santo a instancias del español S. Raimundo de Peñafort para rebatir a los filósofos árabes. Se concreta, pues, Fray Ceferino a la Ontología, la Cosmología, la Psicología y la Ideología, sin olvidar algunos puntos importantes de la Moral y Política de Santo Tomás. A través de los “Estudios” demuestra además paulatinamente el P. Ceferino –manifestando un conocimiento profundo de todos los sistemas filosóficos– la superioridad inmensa de la filosofía del Santo sobre la concepción filosófica de otros pensadores, principalmente sobre la filosofía racionalista y anticristiana. Prueba irrebatiblemente Fray Ceferino que en la solución de los problemas fundamentales de la filosofía, no se pueden comparar con el Águila de Aquino otros filósofos, que tanto ruido hicieron en el mundo, como Descartes, Kant, Leibnitz, Fichte, Spinoza, Cousin, Schelling, &c., &c. Defiende igualmente el eminente asturiano que, aun en puntos discutibles dentro de la ortodoxia católica, es superior muchas veces la solución del Angélico a la excogitada por otros filósofos. De ahí que el P. Ceferino se enfrente con algunas opiniones del mismo Balmes, rebatiéndole noblemente –aunque fuera de estos casos aislados le tributa calurosos elogios– al tratar de la distinción entre la esencia y la existencia, del entendimiento agente, &c.

¡Lástima que en estos tiempos de frivolidad no se leyeran más en nuestra Patria las obras que Fray Ceferino escribió en lengua española! Tal vez sus obras, en este aspecto, no fueron mucho más afortunadas que las de Amor Ruibal. Unas y otras, probablemente, son más conocidas en el extranjero que en su propia nación.

La brevedad periodística me obliga a terminar este somero examen, que acaso ampliaré más adelante. En dos sucesivos artículos me ocuparé de las obras restantes del Cardenal González, terminando con otro en donde demuestre, haciendo el recuento de los pensadores de nuestra región, que el P. Ceferino es el “Príncipe de los filósofos asturianos”, honra y prez del glorioso Principado astur, hombre extraordinario y providencial cuya memoria y recuerdo debemos plasmar o en el mármol o en el bronce, para que le contemplen e imiten en su virtud y ciencia los hombres de las generaciones venideras.

Cesáreo Rodríguez G. Loredo

Valdediós, Enero, 1931.

Región
Oviedo, jueves 26 de febrero de 1931 año IX, número 2370
10 céntimos · página 2

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Ceferino González
VI

Entre las obras filosóficas del padre Ceferino figuran dos muy importantes, no sólo por su copioso contenido, sino también por el transcendental influjo que ejercieron en la formación intelectual de la juventud española y extranjera, en el transcurso de varios lustros. Me refiero a la “Philosophia elementaria”, y al tratado de “Filosofía elemental”. Para apreciar el mérito y la oportunidad de estas dos notables producciones, hagamos de ambas un muy somero análisis, comenzando por la primera.

La restauración de la “Escolástica” fue, según advertí en mi tercer artículo, el ideal permanente de aquella preciosa vida de Fray Ceferino; y he aquí la razón suficiente y potísima de que éste hubiese escrito su metódico libro de texto (“Philosophia elementaria”), tan excelente y didáctico que logró aceptación casi universal en los centros docentes eclesiásticos. “Dicho libro fue declarado obra de texto en muchos Seminarios de España, Francia, Italia, Alemania, Polonia, Rusia y América.” (P. Muga, H. de la Fil., p. 481). Y no se crea que el éxito resonante de tal obra se apoya en motivos meramente circunstanciales y de poca monta, pues sólo su gran valor intrínseco le abrió amplios horizontes en el mundo literario. En confirmación de esto no se olvide que cuando el padre Ceferino publicó (1868) su “Philosophia elementaria” dominaban en las aulas textos de justa y reconocida fama. Basta recordar los nombres de sus esclarecidos autores: Dmowski, Liberatore (considerado por muchos como el mayor filósofo de Europa en su tiempo), Severino Ferrari, Tongiorgi, llamado “el Balmes de Italia”, Boylesve, Rossete, Cuevas, Balmes, que vertió al latín su “Filosofía elemental”, etcétera, &c. A pesar de todo, la obra del filósofo asturiano fue acogida en las escuelas con verdadero júbilo, llegando a ser uno de los textos más populares y completos en su época. Por eso no es de extrañar que en muy pocos años haya alcanzado numerosas ediciones. Pudiéramos decir que como libro de texto fue por aquellos días la última palabra y el postrer avance. Si comparamos la citada obra con las similares que en siglo XIX le precedieron, fácilmente se percibe la superioridad de aquélla por la claridad de exposición, por la sobria y acertada selección de cuestiones y, finalmente, por sus modernas y sanas orientaciones que revelan un conocimiento acabado de los progresos y desvaríos de la filosofía novísima, desvaríos que analiza y fustiga sabiamente el P. Ceferino. La excelencia del texto que examinamos fue reconocida por no pocos sabios; sólo quiero aducir el testimonio del eminente filósofo, Cardenal Zigliara. Este en el prólogo de su conocidísima “Summa Philosophica”, escrita ocho años más tarde (1876) que la obra de Fray Ceferino, dice: “después que Ceferino González publicó su Philosophia elementaria, que anda en manos de todos, me parecía inútil o al menos inoportuno escribir el presente libro.” Tal era el alto concepto que le merecía al gran tomista italiano. Después que vio la luz la obra de nuestro compatriota cesó entre los españoles la necesidad de verse supeditados al uso de los textos extranjeros; aún más, los de Balmes y del P. Cuevas le cedieron sus puestos.

Consecuente con sus designios de restaurador –hábil y prudente– de la “Escolástica”, sigue el padre Ceferino en la citada obra las diáfanas y luminosas doctrinas del Angélico y de los antiguos escolásticos, exponiéndolas maravillosamente e imprimiendo en la ordenada trama y en los comentarios de sus páginas el sello de esa personalidad que se fundaba en su profundo y claro entendimiento. Las inteligencias poderosas no pueden desempeñar servilmente el papel de farragosos expositores, ni aún el de diestros compiladores de citas y más citas; son abejas, pero no hormigas. Fray Ceferino desarrolla con amplitud y maestría en su libro los puntos que tienen afinidad con la Teología, para que los jóvenes adquieran una debida preparación filosófica antes de penetrar en los umbrales de la “Reina” de las ciencias. Todos los delirios y errores modernos de la Frenología o craneoscopia, del panteísmo, positivismo, magnetismo, moral independiente, etcétera, &c., son refutados brillantemente en esta obra con toda copia de datos científicos.

A pesar de nuestros encomios no queremos afirmar que la “Philosophia elementaria” sea aún hoy un texto ideal; no en vano pasaron para la filosofía los años transcurridos desde la muerte del Cardenal González. Sin embargo no envejeció, y en el aspecto que pudiéramos llamar racional, especulativo o inmutable de las adiciones y reformas, –como se hizo con el texto de Zigliara– podría codearse dignamente con muchos flamantes textos extranjeros que hoy invaden nuestras aulas, tal vez sin otra causa que aquella fascinadora afirmación, aunque ridícula y desatinada, de muchos ilusos españoles: “siempre lo de afuera es lo mejor.” Por lo que atañe a la Psicología empírica o experimental, todavía conserva la obra del P. Ceferino páginas muy aprovechables, aunque no negamos los enormes progresos de asta interesantísima ciencia, cuyas tendencias y orientaciones se hallan admirablemente expuestas en los escritos de Mercier, Hubert, Gemelli, Vaissiére-Palmés, Barbado (asturiano y notabilísimo profesor del C. Angélico de Roma), Zaragüeta, Arnáiz, &c.

La casi totalidad del venerable y cultísimo clero asturiano ha tenido como mentor y primer guía en sus estudios filosóficos el libro que examinamos; en él aprendió el humilde autor de estas líneas, bajo la dirección de aquellos inolvidables y queridos maestros, señores Grossi, Arrojo y Díaz, las nociones de esa ciencia. Nadie extrañará que, como prueba de sincera gratitud, le hayamos dedicado el presente artículo.

Cesáreo Rodríguez G. Loredo

Valdediós, Febrero, 1931.

Región
Oviedo, viernes 6 de marzo de 1931 año IX, número 2377
10 céntimos · página 5

Una gloria de Asturias

El cardenal fray Ceferino González
VII

Afirmé en mi último artículo que la “Philosophia elementaria” del P. Ceferino conserva aún su lozanía y frescura en el aspecto que pudiéramos llamar racional, especulativo o inmutable de la filosofía, y que, introducidas algunas adiciones y reformas –como se hizo con el texto de Zigliara– admitiría digno parangón con muchos flamantes textos extranjeros que hoy invaden nuestras aulas. De la lectura de aquellas páginas, en donde campean la “claridad, precisión y la robustez de raciocinio” (cualidades distintivas del genio español), se saca todavía abundantísimo fruto. Creo que ésta y las anteriores afirmaciones no necesitan de prueba para quienes consagraron algún tiempo al estudio y meditación de la obra que nos ocupa. Posteriormente a este texto se escribieron muchos otros en las naciones europeas. Citar todos sus autores consumiría demasiado espacio; permítasenos al menos consignar el nombre de los siguientes: Palmieri, Lorenzelli, Schiffini, de Mandato, de María, Remer, Mónaco, Pech, Hontheim, Meyer, los Friburgenses (Frick, Haan, Bödder y Cathrein), Reinstadler, Gredt, Donat, Lepidi, Van der Aa, los Lovaniense (Mercier, Nys, de Wulf, Thieny, Deploige y Nichotte), Valences, Farges y Barbedette, &c. &c. No hemos de regatear el mérito de tales textos, pues en su mayor parte son obras de gran empuje. Sin embargo no sería muy hiperbólico decir que “sus nuevas y originales aportaciones –en frase de M. Pelayo– pueden ser anotadas en un papel de fumar”.

En la explanación de la inmensa mayoría de las cuestiones no superan dichos textos en solidez y sanísimo criterio al citado libro del P. Ceferino. Si en lo accidental son más perfectas se debe esto principalmente a la circunstancia de tiempo en que fueron escritos y a las leyes del desenvolvimiento y solidaridad filosófica. Merced a esa perfección relativa privan hoy en las aulas extranjeras y españolas. A pesar de todo, ninguno de los mencionados autores obtuvo lugar más distinguido que el Cardenal González en la Historia de la Filosofía.

En nuestra España, después de la publicación de la “Philosophia elementaria”, aparecieron muy pocos textos similares a esta, sin que por eso dejase de ser abundante la literatura filosófica en lengua castellana. No obstante, los sabios jesuitas, Mendive y Urráburu –al par que el ilustre agustino P. Álvarez– escribieron textos latinos de filosofía muy excelentes. Sobre todo las “Instituciones” y el “Compendium” de Urráburu son obras verdaderamente magistrales, prodigio de erudición y meritísimo monumento de la neoescolástica. En nuestros días el humilde carmelita español, P. Marcelo del Niño Jesús, publicó un “Cursus philosophicus” de neta orientación tomista que nada tiene que envidiar a los libros extranjeros de semejante índole. No sin razón se adoptó como texto en la Universidad Pontificia de Salamanca. La Filosofía Moral y Social del P. Marcelo es tan completa como la de Cathrein, pero el carmelita hispano no tuvo la suerte de pertenecer a otra nacionalidad para que su nombre volase en alas de la fama. En su obra –en donde se cita con frecuencia a Fray Ceferino– el padre Marcelo se revela como buen filósofo, crítico y eruditísimo bibliógrafo, continuando la gloriosa tradición científica de los inmortales “Salmanticenses”, hermanos suyos de hábito.

Otra obra muy importante del padre Ceferino es la “Filosofía elemental”. Según él nos dice en el prólogo de este libro, al poco tiempo de haber publicado su “Philosophia elementaria” personas autorizadas le rogaron que hiciese de ésta una versión castellana, a fin de servir de texto en Institutos y Colegios. No juzgó oportuna Fray Ceferino la traducción completa de la obra, porque en los Institutos solamente se estudia una parte de la Filosofía, es decir, Lógica, Psicología y Ética, olvidando totalmente –cosa que con razón él reprueba– la porción más fundamental de la misma, cual es la Metafísica general y especial. Práctica tan deplorable aún se conserva vigente en nuestros arcaicos planes de estudios, sin vislumbres de verdadera y completa regeneración tanto en el aspecto humanístico como en el filosófico. Por otra parte, muchos deseaban la traducción, “no para llenar el vacío de texto, sino como libro de filosofía cristiana, por no comprender con facilidad la Philosophia elementaria escrita en latín”, lengua tan familiar –dicho sea de paso– a los españoles del siglo XVI y hoy casi olvidada. Tales circunstancias indujeron al P. Ceferino a seguir un término medio, escribiendo una Filosofía elemental que abarcara todas las partes de esta ciencia y pudiera servir de texto a la vez en los centros civiles de enseñanza. Aunque esta obra no contiene la historia de la filosofía, como la latina, es lo suficientemente amplia para adquirir un conocimiento bastante cabal de la disciplina filosófica. Dicho libro se puede considerar como una publicación nueva, pues no es mera traducción de la “Philosophia elementaria”. “Aparte de la reducción o condensación general de cuestiones y doctrinas, hay no pocas modificaciones en el fondo y en la forma; y al paso que, o se omiten, o se compendian ciertas cuestiones, se tratan nuevos problemas, omitidos en la obra latina, o se les da mayor desarrollo y nueva forma. En la Ética, principalmente, se encuentran varios problemas importantes, que pasamos por alto en la _Philosophia elementaria_” (Prólogo).

En el próximo artículo expondré más concretamente el espíritu y tendencias de esta obra, su benéfica influencia en los Institutos y Universidades, examinando además sus relaciones con otros textos escritos en lengua española.

Los siguientes libros: “Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás”, “Philosophia elementaria”, “Filosofía elemental” y “Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales” fueron escritos por el padre Ceferino antes de su consagración episcopal. Por eso Pío IX contestó a los que le aconsejaban que le dejase libre para sus estudios: “Por lo que ha escrito le hago obispo, que lo sea y escriba”.

Cesáreo Rodríguez G. Loredo