José Martínez Guerricabeitia (original) (raw)

Madrid

d. josé martínez

guerricabeitia
12 - 3 - 1986
fundador y director
de ruedo ibérico

Cierto “progresismo” viene a ser como un barniz oscurecedor, que sirve muy bien para igualar y confundir interesadamente, anticlericalismo, antifranquismo y anticomunismo. El entierro del anarquista José Martínez Guerricabeitia, en el cementerio civil de Madrid, convocó “a un nutrido y selecto grupo de intelectuales, artistas y políticos” progresistas y socialdemócratas (Joaquín Leguina, Pascual Maragall, Juan Benet, Eduardo Úrculo, Fernando Claudín, &c.), y la figura del fallecido fue glosada en la prensa del momento por ilustres firmas de la izquierda.

«Las luchas, a veces quijotescas, de José Martínez Guerricabeitia, terminaron en la soledad, la angustia, el fracaso y la muerte. Más de uno de sus viejos compañeros, el día de su entierro, pensó que la corona de flores que enviaba el Ministerio de Cultura, dirigido por Javier Solana, era un sarcasmo insufrible, y reaccionaron con una violencia un tanto impropia en la triste paz del madrileño cementerio de la Almudena. Hasta en su muerte hubo equívocos, probablemente inevitables.» (Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, Anagrama, Barcelona 2000, pág. 14.)

José Martínez Guerricabeitia nace en Villar del Arzobispo (Valencia) el 18 de junio de 1921, hijo de un minero anarcosindicalista. En septiembre de 1936, ya iniciada la guerra civil, ingresa en las Juventudes Libertarias de la CNT. Interviene como voluntario en las Milicias contra el Analfabetismo de Aragón, de orientación anarcosindicalista, incorporadas luego a las gubernamentales y más procomunistas Milicias de la Cultura, creadas en enero de 1937, dependientes del Ministerio de Instrucción Pública. Terminada la guerra permanece cinco meses en la cárcel y en enero de 1940 es internado durante dos años y medio en un reformatorio, la Colonia San Vicente de Burjassot.

En mayo de 1942 comienza a cumplir la prestación militar obligatoria, de la que se licencia en octubre de 1945. Comienza entonces a trabajar como auxiliar administrativo en la propia Colonia de San Vicente, y luego en una fábrica de zapatos. A principios de 1946 forma parte de una célula clandestina de la CNT en Valencia. Pronto interviene en los anticomunistas comités de enlace UGT-CNT, reorganizados en Valencia en julio de 1946 (donde toma contacto con el socialdemócrata Nicolás Sánchez-Albornoz), y defiende el acuerdo firmado el 17 de octubre de 1946 por los anarquistas de la CNT con los monárquicos José María Gil Robles y Pedro Sainz Rodríguez para colaborar contra la dictadura franquista (luego ya se vería si para restaurar una monarquía más o menos liberal, o una república más o menos libertaria). En enero de 1947, como secretario de la organización regional valenciana de las Juventudes Libertarias, interviene en la constitución en Valencia de la Alianza Juvenil de Fuerzas Democráticas, junto con las Juventudes Republicanas y las Juventudes Socialistas (una vez que la FUE, la Federación Universitaria Escolar, parecía volver a estar controlada por los comunistas).

Desarticuladas por la policía las inofensivas Juventudes Libertarias y detenidos sus dirigentes, permanece en prisión desde abril a diciembre de 1947; obtiene la libertad condicional, a la espera de un juicio cuya celebración no corría mucha prisa al régimen, ya solidamente establecido. Pero en agosto de 1948 decide convertirse en prófugo, cruzar ilegalmente la frontera, y establecerse como exiliado en Francia.

A principios de 1961, junto con Nicolás Sánchez-Albornoz y otros, funda la editorial Ruedo Ibérico. Editorial que, sobre todo a partir de 1965, con la aparición de los célebres “Cuadernos de Ruedo Ibérico”, tras la incorporación al proyecto de los revisionistas Jorge Semprún y Fernando Claudín, expulsados en noviembre de 1964 del Partido Comunista de España, se convierte en la referencia principal de la alternativa anticomunista, socialdemócrata y moderada, al régimen del General Franco, hasta que ya no hizo falta, fallecido el anciano dictador, una vez cumplida la armónica y deseada transición a la democracia coronada.

En Ruedo Ibérico había colaborado el ovetense Ignacio Quintana Pedrós, quien tras la restauración borbónica y el triunfo electoral socialista de Felipe González, era subsecretario del Ministerio de Cultura, siendo ministro Javier Solana Madariaga. Precisamente en la mañana del día en el que se celebraba el famoso referéndum por el que logra el PSOE, por ajustado refrendo popular, la incorporación de España a la OTAN, el 11 de marzo de 1986, se encuentra Raúl Quintana Muñoz, joven hijo del Subsecretario de Cultura y amigo del jubilado anarquista, con el cadáver de José Martínez Guerricabeitia, en el chalet del madrileño barrio de Ciudad Lineal en el que se consumía el fracasado editor anarquista, mantenido con las migajas que le hacían llegar sus amigos desde el poder, agradecidos por los servicios prestados en la restauración de la coronada democracia partitocrática española. El subsecretario del Ministerio de Cultura del gobierno socialista de España, Ignacio Quintana Pedrós, se encargó personalmente de la organización de las exequias. Desde el gobierno socialdemócrata de un Estado capitalista e integrado en la OTAN, que el anarquismo por supuesto no había logrado destruir, se reconocía discretamente la eficaz colaboración de quien tan activamente había ayudado a conjurar el peligro comunista, bien presente mientras la Unión Soviética supo mantener su pujanza:

«Tras mirarlo y remirarlo y cerciorarse de que lo que tenía ante él era un cadáver y no un hombre malherido, Raúl asió nervioso el teléfono y marcó el número del despacho de su padre en el Ministerio de Cultura. (...) Ignacio Quintana llegó poco después y se hizo cargo de la situación. No había transcurrido ni media hora cuando un inspector de policía revisaba el escenario del óbito y tras comprobar que todo estaba en orden adelantó la causa más probable del fallecimiento: carboxihemoglobina o asfixia accidental por monóxido de carbono. (...) El subsecretario de Cultura pronto percibió la que le había caído encima. Como Teresa Mosquera estaba obnubilada por el dolor y desbordada por la avalancha de gente, tomó a su cargo, en silencio y con eficacia, los preparativos de las exequias fúnebres, desde la visita al tanatorio para elegir el ataúd hasta la elección del sepulcro donde debía ser enterrado. Y al responsabilizarse de organizar el entierro y acompañar y sostener en todo momento a Teresa Mosquera, que oficiaba de viuda, comprobó, primero perplejo y después turbado, que muchos de los que visitaban el chalet para expresar sus condolencias se dirigían a él para darle el pésame. Qué incongruente sarcasmo, pensó. José Martínez no le había perdonado que se hubiera afiliado al PSOE tras el golpe de Estado de la ultraderecha en 1981. La incomprensión de su libertario amigo, su falta de finezza al recordarle con su contundencia habitual cuántos oportunistas y arribistas se encaramaban ansiosos al poder que manaba del Partido Socialista, le habían distanciado. Ignacio Quintana siempre creyó que su relación personal, cimentada en un pasado de peligrosa militancia antifranquista, estaría por encima de cualquier diferencia política, pero en los últimos tiempos apenas se relacionaban. Ahora, sin embargo, él se había convertido por accidente en el organizador del sepelio. Y así había ocurrido que, ironías del destino, la losa mortuoria del irredento anarquista acabara constando en los inventarios del Ministerio de Cultura como uno de sus muchos bienes inmuebles. Así pues, en una paradoja final ya inapelable, ese Estado español al que José Martínez siempre ambicionó destruir protege hoy sus despojos, ad aeternam, con un sudario de piedra.» (Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, Anagrama, Barcelona 2000, páginas 23-24.)

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