Gustavo Bueno / Materia / 1990 (original) (raw)
Capítulo 1 Usos cotidianos, científicos y filosóficos del término «Materia»
I. Usos cotidianos («mundanos») del término «Materia»
1. El análisis y sistematización de los usos que el término «materia» recibe en el lenguaje cotidiano de una cultura como la nuestra -cuando la entendemos incluida, con más o menos integridad, en el «área de difusión helénica»- tiene la mayor importancia filosófica; no se trata de una tarea orientada a satisfacer una mera curiosidad enciclopédica. En efecto, los usos que el término «materia» alcanza en el lenguaje ordinario, en sus diferentes estratos históricos, descubren unas veces implicaciones imprevistas o, en todo caso, las dimensiones prácticas de ciertas ideas filosófico-académicas o científicas que tuvieron la suficiente pregnancia como para ser incorporadas al lenguaje ordinario (es el caso de ciertas fórmulas aristotélicas o neoplatónicas asimiladas por el cristianismo y convertidas en «sentido común» y es también el caso de ciertas fórmulas procedentes de los físicos materialistas del pasado siglo, ampliamente divulgadas a través de una intensa acción escolar) y, otras veces, nos ponen en contacto con las fuentes mismas de las ideas filosófico- académicas, en la medida en la [10] cual la «sabiduria popular o mundana» es, para decirlo con palabras de Kant, «legisladora de la razón». Por nuestra parte, interpretamos esta «legislación» de la filosofía mundana en un sentido dialéctico: legislación no es magisterio o canon de verdad filosófica, capaz de garantizar la pureza de los contenidos, sino contexto determinante de los propios contenidos con los cuales la razón filosófica trabaja, muchas veces a contracorriente de la filosofía mundana dominante, «desobedeciendo», por así decir, a sus leyes, aunque siempre contando con ellas. En este punto parece pertinente subrayar que ha sido la tradición marxista una de las que más han insistido, sin perjuicio de su dogmatismo ocasional, en la contraposición entre un materialismo vulgar (que incluye múltiples usos del término «materia» propios del lenguaje mundano) y el materialismo «científico» o filosófico.
2. Ahora bien: las acepciones que el significado del término «materia» adquiere en sus usos mundanos son múltiples y en vano intentaríamos disimular las diferencias acogiéndonos a un vago y artificioso significado «denominador común». Tampoco estaría justificado el abandonarse perezosamente a la interpretación de la diversidad de acepciones como manifestación de una multiplicidad equívoca de significados desconectados entre sí. Es preciso intentar al menos la clasificación de estas diversas acepciones según criterios que, respetando desde luego el horizonte emic, puedan al mismo tiempo alcanzar significado filosófico. Por nuestra parte, introduciremos un criterio basado en la oposición dialéctica entre los contextos semánticos que giran en torno a las operaciones tecnológicas y los contextos que (sin perjuicio de que, por su génesis, puedan considerarse como derivados de aquellas) se presenten como pudiendo tener lugar al margen de toda tecnología humana, es decir, como contextos ontológicos absolutos.
3. Las acepciones del término «materia» en los [11] contextos tecnológicos más estrictos, acaso se caracterizan, ante todo, por mantener el significado de «materia» en los límites de algún contenido específico o particular, que ni siquiera alude al nivel de lo genéricamente corpóreo, sino que alude a algún contenido material especificado en función de un sistema preciso de objetivos operatorios. Materia será, por ejemplo, arcilla, barro o material de construcción. Es interesante recordar que «materialista» significa (en España y en América latina) «el que transporta materiales de construcción». También materia puede ser el tema o sujeto de un discurso. La materia se caracteriza, pues, en estos usos tecnológicos por su «idiosincrasia» - mármol, barro, madera (y aún más: «no todo tronco es apto para labrar un Mercurio»)-. La misma palabra «materia», de origen latino, originariamente significaba algo tan especifico como silva (bosque) -la misma etimología del griego u7lh- en cuanto era material de construcción (lignum designaba preferentemente, al parecer, a los troncos destinados al fuego). Es muy interesante constatar cómo esta etimología latina se reproduce o regenera inversamente en las lenguas románicas, lo que prueba que permanecía viva la acepción prístina -y ello no es nada de extrañar si tenemos en cuenta que nos movemos en la misma época «paleotécnica», en el sentido de Lewis Mumford. En español el término latino materia da madera (Berceo, Santa Oria, 89 b) o madero (con significado de lignum), portugués madeira. La misma especifidad o idiosincrasia de origen se acusa en el otro término (también de origen latino) que en el alemán alterma con materia, en su sentido global, a saber, el término Stoff, que procede del latín stuppa (= estopa) que también es materia propia para fabricar determinados tejidos (estofa en español, como ètoffe en francés, siguen designando tejidos, incluso tejidos de seda).
Las acepciones del término «materia» en estos contextos tecnológicos se contraen, en resolución, a contenidos [12] específicos, aquellos que, en términos escolásticos, podrían llamarse materias segundas (también el término alemán Stoff se opone a veces a Urstoff). Y, dentro de sus especificaciones originarias, el concepto de materia, en estos contextos tecnológicos, se nos muestra siempre como opuesto a forma, sin que deba considerarse casual la concurrencia de estas dos características (la especificidad y la correlatividad a forma) de la materia en contextos tecnológicos. La correlación entre los conceptos de materia y forma recibe, en efecto, una explicación muy satisfactoria dentro del contexto tecnológico si se tiene en cuenta que, en las transformaciones, solamente cuando un sujeto puede recibir o perder diversas formas puede también comenzar a figurar como un invariante del sistema de operaciones de referencia, invariante que precisamente correspondería al concepto tecnológico de materia especificada. La doctrina aristotélica del hilemorfismo ha podido ser presentada como una transcripción «académica» de un proceso ligado a la estructura de toda praxis tecnológica («paleotécnica»).
Asociadas a estas características de la materia en su contexto tecnológico se dan otras, entre las que destacaremos tan solo la pasividad (frente a la actividad de la forma, en ocasiones), así como la ambivalencia axiológica. «Materia» dice simultáneamente casi siempre algo que está afectado por un signo meliorativo («riqueza») o algo que tiene un signo peyorativo, signo que suele prevalecer en ocasiones (el valor de los caballos de bronce de San Marcos de Venecia radica sobre todo en su forma; fundidos, ellos se devaluarían). Materia llega a significar «realidad grosera» e incluso degradada, algo que ha perdido la forma. (En castellano materia se usa -ya en Nebrija- para designar pus o podre; también Stoff puede designar las heces del vino, &c.).
4. La unidad que podemos atribuir a las acepciones ontológicas del término «materia» es negativa. Estas acepciones [13] tienen de común, ante todo, el ser acepciones que desbordan los contextos tecnológicos estrictos. A veces, la materia ontológica sigue siendo representada como corpórea, y, a veces, pretende estar desligada intrínsecamente de la materia corpórea. Son materias que explícitamente (emic) pretenden existir o bien simplemente al margen de la legalidad de la materia física (cuerpos mágicos, multipresentes) o bien fuera del ámbito mismo de la corporeidad física (filgias de la mitología nórdica, materia incorpórea, periespíritu o fluido ódico del barón de Reichenbach).
En tanto estas acepciones de materia rebasan los contextos tecnológicos, adquieren características a veces opuestas a las de la materia dada en el contexto tecnológico. La más señalada es que la correlatividad a las formas tenderá a desaparecer, de suerte que estas materias llegarán a ser tratadas como si ellas mismas fuesen formas -o configuraciones arquetípicas.
II. Usos científicos del término «materia»
1. En las ciencias positivas y especialmente en las ciencias naturales aparece, desde luego, el término «materia». Según algunos, además, es aquí, en las ciencias físicas (y no en las ciencias humanas, o en la filosofía ni, tampoco, en el lenguaje cotidiano) en donde propiamente podemos esperar la única conceptuación rigurosa («científica») posible del término «materia». La expresión más radical de esta posición es la del materialismo cientificista del siglo XIX, en tanto presuponía que la ciencia natural ha madurado precisamente al atenerse al estudio de las realidades materiales (físicas), que constituirían su adecuado ámbito. Tal era el punto de vista de L. Büchner, K. Vogt o J. Moleschott, ampliamente popularizado en ambientes «progresistas» decimonónicos (el libro de Büchner, Kraft und Stoff, [14] alcanzó, sólo en Alemania, diez y seis ediciones desde 1855 a 1859).
2. Ahora bien: que la ciencia natural, y aún la ciencia en general, sea materialista en su ejercicio, no significa que sea a ella a quien corresponda establecerlo. La tesis del materialismo de la ciencia es una tesis filosófica y no científica; es una interpretación meta-científica de la propia ciencia que ha de abrirse además camino frente a las interpretaciones que se dan en dirección opuesta. Por otra parte, la consideración de la tesis sobre el materialismo de las ciencias como tesis propia de la meta-ciencia o de la filosofía ya tiene lugar en el positivismo clásico. El célebre libro de Emile Ferrière (Matière et Energie, 1887), que pretendía probar nada menos la tesis según la cual la «ciencia moderna» conduce al materialismo monista, no deja de reconocerse como un ensayo «de síntesis científica», en beneficio de la filosofía; una síntesis que sólo podría hacerse -añade Ferrière- en el último cuarto del siglo XIX, síntesis cuyas conclusiones «están aisladas del resumen de los hechos, son poco numerosas y ocupan cinco o seis páginas». También A. Lange, en su Die Geschichte des Materialismus (1866; 10ª edic., 1921), subrayó la distancia entre las ciencias positivas ejercidas y el materialismo filosófico, si bien desde una concepción muy estrecha del materialismo, entendido en la perspectiva del naturalismo. También B. Russell sugirió la conveniencia de no sobrevalorar la importancia del tema de la concepción de la materia para el ejercicio y desarrollo de la ciencia física (The Analysis of Matter, Londres 1927, C. 38).
3. Por nuestra parte, creemos que puede afirmarse que ni las ciencias naturales, ni la ciencia en general han ofrecido ni pueden ofrecer una idea global de materia dentro de su horizonte categorial. El propio E. Ferrière se acogía «provisionalmente» a la idea de materia propia del lenguaje vulgar: «materia es todo aquello que impresiona nuestros sentidos». [15] Pero es evidente que semejante definición, pese a sus pretensiones crítico-epistemológicas, carece por completo de rigor científico, puesto que, por ejemplo, no precisa si las impresiones de los sentidos han de entenderse como impresiones inmediatas («los datos inmediatos» de Bergson) o mediatas. Pues si esas impresiones se sobreentienden como inmediatas, entonces los átomos de Demócrito, o las partículas infraatómicas de la física actual, no podrían ser consideradas materiales puesto que no son sensibles (de modo inmediato), sino inteligibles; y, por el contrario, los colores, los sabores y, en general, las cualidades secundarias, habrían de considerarse como los significados propios del término materia física, saltando por encima de las definiciones que los físicos han dado de la materia y que se refieren a las cualidades primarias (Descartes, Principia, II, 4; «la naturaleza de la materia no consiste en ser dura o pesante o coloreada, sino sólo en ser la misma en longitud, latitud y profundidad»). Los propios científicos «normales» se daban cuenta de esto. Por ejemplo, leemos en un manual muy utilizado en Francia y en España durante el pasado siglo, el Tratado de Física de A. Ganot (B. Baillère, 1868); «dáse el nombre de materia o sustancia a todo cuanto cae inmediatamente bajo la jurisdicción de nuestros sentidos» (§2); y añade (§4): «se denomina masa de un cuerpo en física a la cantidad de materia que contiene.» Pero reconoce después que en Mecánica esta definición es insuficiente y la completa más tarde (§35) con una definición que tiene ya un formato científico-categorial (pero que ya no puede presentarse como una definición de la idea general de materia): «Masa (o cantidad determinada de materia) es la relación constante entre las fuerzas y las aceleracines que imprimen a los cuerpos en tiempos iguales: F/G=F'/G'=F''/G''...».
4. Ahora bien, la tesis sobre la impresencia en física y, en general, en la ciencia natural de una idea global de [16] materia no tiene por qué entenderse necesariamente en la perspectiva positivista y, menos aún, en la perspectiva metafísica, que aliente la disposición a desvincular la ciencia de la filosofía o recíprocamente. Una cosa es que los conceptos científicos no dibujen una idea total de materia y otra cosa es que ellos no ofrezcan múltiples interpretaciones de materia que, sin perjuicio de su naturaleza categorial (pongamos por caso, el concepto de «singularidad cosmológica») no dejen de ser contenidos propios de la idea global que se desenvuelve y abre camino a través de tales conceptos. Podríamos comparar la situación de la idea de materia en Física con la que le corresponde a la idea de totalidad en Matemática. Tampoco las Matemáticas definen la idea de totalidad: se atienen a las clases, conjuntos o subconjuntos, por ejenplo. Y, sin embargo, utilizan la idea de totalidad en otros muchos contextos, por ejemplo en la práctica de la multiplicación de matrices, en donde son las filas totalizadas (pero no sumadas o multiplicadas) las que se combinan con las columnas totalizadas (pero no sumadas o multiplicadas). Según esto, podría afirmarse que si no existe una idea de materia que pueda considerarse como la «idea propuesta por la ciencia», ello no será debido a que las ciencias positivas carezcan de contacto con esta idea, sino más bien a que se internan en ella ejercitándola de modo particularizado y, por ello, tanto más preciso. Refirámosnos, por ejemplo, al principio de conservación llamado «Principio de Lavoisier». Cuando se le formula como principio relativo a la materia en su totalidad («en el universo la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma») entonces sencillamente el principio desborda el horizonte categorial de la ciencia natural y no es un principio científico, sino un principio ontológico que, además, no es compartido por algunos físicos actuales («creación continua» de la materia, de Bondi, Hoyle, &c.). Como principio científico, principio de la ciencia química clásica, es un principio de cierre, [17] un principio particular que establece que la masa de las sustancias que intervienen en la reacción es la misma antes y después de ésta.
Al margen del desarrollo histórico de las ciencias naturales, no puede hablarse de un desarrollo de la idea de materia, paro esto tampoco quiere decir que la idea de materia pueda considerarse resultado exclusivo de las ciencias naturales. Por el contrario, el análisis de la historia de estas ciencias produce más bien la impresión de que en ellas la idea global de materia aparece fracturada, incompleta y, muchas veces, contradictoria. Consideremos, a título de ejemplo, dos «cursos» de estos desarrollos abiertos por la ciencia física:
(1) El concepto de materia física comenzó configurándose genéricamente en la forma de una materia corpórea, y, eminentemente, materia corpórea en su estado sólido. El privilegio del estado sólido de la materia puede explicarse por motivos gnoseológicos: la sustancia corpórea sólida tiene el privilegio de ser operable en cuanto a tal y su situación en física podría compararse a la que conviene a los números reales en cuanto instrumentos de medida. Todo lo que puede ser medido incluye números reales, pero sin que ello implique que los números complejos sean «menos objetivos», desde el punto de vista matemático, que los reales. Todo lo que puede ser operado, «manipulado», requiere el trato con cuerpos sólidos, sin que ello signifique que las especies de materia física que no se ajustan al estado sólido (e incluso, más tarde, la materia física incorpórea, por ejemplo, las ondas gravitatorias) tengan menos realidad o sean menos objetivas que los cuerpos sólidos. Esto explicaría la propensión de la ciencia física originaria a definir la materia en términos de materia corpórea; todavía Descartes se resiste a aceptar la realidad del vacío, puesto que sólo lo corpóreo, lo lleno, puede entenderse como materia real. El vacío, que era un no ser (mh> o5n) para los atomistas griegos, [18] convertido en el espacio de la Mecánica moderna no llegará a ser conceptuado propiamente como sustancia material (será sensorio divino en Newton o forma a priori del sensorio humano en Kant). Ahora bien, ha sido el desarrollo de la ciencia física a partir del pasado siglo y, sobre todo, en el nuestro, el que nos ha puesto en disposición de considerar de otro modo esos «espacios vacíos» o esas «entidades incorpóreas», particularmente a consecuencia del electromagnetismo. Pero es importante constatar que precisamente los nuevos conceptos introducidos por la ciencia física (energía, fuerza, &c.), lejos de ser incluidos inmediatamente bajo el concepto de materia, comenzaron por ser presentados como distintos y aún opuestos al concepto de materia («materia» y «fuerza»; o bien, «materia» y «energía») planteándose precisamente el problema de su unidad.
(2) Por lo que se refiere al segundo de los cursos a que nos hemos referido: ha sido el desarrollo de la ciencia el que nos ha puesto en disposición de despejar muchas de las alternativas inciertas, relativas, por ejemplo, a la heterogeneidad entre la materia celeste y la terrestre, o bien al carácter extrínseco (accidental, aleatorio) o intrínseco de las diferentes configuraciones materiales. El descubrimiento, por un lado, del sistema periódico de los elementos químicos y el de las estructuras cristalinas, por el otro, constituyen episodios imborrables en el desenvolvimiento del concepto de materia, que, en tanto debe contener al «sistema de los elementos químicos» o bien a los «sistemas cristalográficos», nos ofrece la evidencia de una realidad que es múltiple, pero no caótica en todas sus direcciones, puesto que está intrínsecamente organizada según leyes que, de algún modo, habrán de ser incorporadas a la idea filosófica de la materia. Pero no es menos cierto que a partir de este conjunto de resultados seguros y asombrosos de las ciencias físicas, el desarrollo ulterior de la investigación científica (la mecánica cuántica, la física nuclear, la astrofísica) [19] ha llevado a la necesidad de reconocer la realidad de entidades que están más allá de la materialidad química o cristalográfica y, en particular, a reconocer la necesidad de contar con el paradójico concepto físico de la antimateria, concepto que, tomado literalmente, sugeriría que la física ha llegado a desbordar el horizonte mismo de la materia que se había trazado en un principio. Y, si no se quiere aceptar tal consecuencia, será preciso conceder que el concepto científico de materia, en tanto induce la construcción del concepto científico de antimateria, es un concepto poco riguroso y mal articulado, sin perjuicio de la objetividad de las realidades que con él se designan.