Fedoséiev, Sobre el denominado objetivismo y la objetividad real de la investigación histórica (original) (raw)

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte tercera. Problemas filosóficos del conocimiento científico

Historia y sociología


Sobre el denominado objetivismo y la objetividad real de la investigación histórica

La ciencia histórica no constituye, de ningún modo, el campo de la arbitrariedad y del subjetivismo. Busca la verdad objetiva y la encuentra. Por esto la historia se llama ciencia. En ella, lo mismo que en cualquier otra rama del conocimiento científico, nos encontramos con la dialéctica de la verdad absoluta y de la verdad relativa. Hasta los teóricos burgueses, por lo menos en su mayoría, reconocen la parca verdad –la esencia objetiva– de hechos como el de que el periódico "Pravda" empezó a publicarse el 5 de mayo (según el nuevo calendario) (XIII) de 1912. En cambia, la interpretación del hecho y su apreciación, a juicio de los teóricos burgueses, es un fenómeno no ya relativo, sino, además, subjetivo, y la ciencia histórica, como no puede reducirse a la mera consignación de "hechos escuetos", se convierte en campo de la arbitrariedad subjetiva del historiador.

Ahora bien, ¿qué es en realidad la interpretación o la estimación de un hecho en la ciencia histórica? Es una tentativa encaminada a descubrir los nexos, que existen objetivamente, del fenómeno dado con otros hechos y fenómenos. En eso estriba la esencia del examen científico de los fenómenos de la vida social. Lenin recalcaba que únicamente el marxismo permitió al sociólogo "pasar de la descripción de los fenómenos sociales (y de la estimación desde el punto de vista del ideal) al análisis rigurosamente científico de los mismos, análisis que distingue, digamos a modo de ejemplo, lo que diferencia a un país capitalista de otro, e investiga lo que hay de común a todos ellos"{7}. [453]

Así, pues, la diferencia, que tanto asusta a los idealistas, entre el juicio acerca de la existencia de un hecho, y la estimación de este hecho en la ciencia histórica, no constituye en realidad, ni mucho menos, un muro que separa lo objetivo de lo subjetivo. El historiador ve un hecho, lo registra, y luego pasa al análisis de los lazos objetivos entre el fenómeno histórico y otros fenómenos, destaca lo que distingue precisamente al fenómeno en cuestión y lo que lo hace afín a otros hechos y fenómenos. Al conocer esas infinitas conexiones reales, entre ellas las relaciones de causalidad, con frecuencia llega a la verdad relativa, pero ésta es objetiva, no subjetiva

De esta suerte, se desploma todo el ingenioso tinglado erigido por el idealismo subjetivo respecto al conocimiento histórico. No existe foso alguno que separe el simple juicio sobre la existencia de un hecho y la interpretación del hecho. Esta interpretación, si arranca de una base científica, constituye una revelación más. o menos profunda de los nexos multilaterales –que existen objetivamente– entre el hecho dado y otros hechos y fenómenos. Cuando el historiador, cotejando hechos y descubriendo su naturaleza, llega a la conclusión de que existen tales o cuales tendencias antitéticas en el devenir de la sociedad, descubre procesos reales. La ciencia histórica, por su naturaleza no da ni puede dar al investigador campo alguno para la arbitrariedad subjetiva. El subjetivismo sólo impera en el caso de que el investigador, situándose en una plataforma idealista, entienda por "interpretación" del hecho su estimación en consonancia con un ideal, con el "fin" general "del proceso histórico", &c. Por consiguiente, el subjetivismo se introduce en la ciencia histórica por obra y gracia del método idealista, y no es de ningún modo inherente a esa misma ciencia. Ahora, la lucha ideológica en el marco de la historia se da sobre todo en torno a la interpretación –es decir, a la generalización– de los hechos, en torno a las concepciones históricas que determinan la comprensión y la explicación de tales hechos. Ése sí es un auténtico campo de lucha entre las dos ideologías.

La pugna por la autenticidad del saber histórico, por su objetividad, por la realización de las posibilidades inmensas del entendimiento humano para penetrar en el conocimiento de la vía histórica que sigue la humanidad en su progreso constituye una importante esfera de la contienda ideológica.

Ya en el banco de escuela comienza el hombre a encontrarse con la ciencia histórica, cuyas conclusiones graba en la memoria; aprende a comprender los acontecimientos históricos, a diferenciar las épocas, piensa en el curso de la historia. El manual escolar de esta disciplina es un arma importante para formar la concepción del mundo de los individuos. La reacción imperialista lo comprende muy bien y teme perder ese instrumento de acción sobre las mentes. Los teóricos del imperialismo dedican [454] no pocos esfuerzos a propagar, mediante la historia y los historiadores, las concepciones burguesas acerca de la vida social.

Así se explica la constante "atención" de los filósofos burgueses por las cuestiones de la metodología de la historia, es decir, su preocupación por impugnar la metodología científica. Los neokantianos y otros idealistas subjetivos declaran que la ciencia social ha de limitarse a describir hechos aislados, que la historia no puede generalizar ni descubrir determinadas leyes. Presentan la consigna de "liberar" a los historiadores de un "prejuicio" como el de la idea de ley histórica. Realizan numerosas tentativas para contraponer la historia a las ciencias naturales. Su base metodológica consiste en separar metafísicamente lo general de lo singular, oponer el método "generalizador" de las ciencias naturales al método "individualizador" de la historia.

En último término, los principios metodológicos aducidos por los teóricos burgueses de nuestra época se hallan todos subordinados a la idea de negar la verdad objetiva de la ciencia histórica. De este modo se socava la posibilidad misma de que se comprendan científicamente el proceso histórico, sus leyes objetivas y la unidad del desarrollo social del mundo.

En la interpretación del proceso social siguen ejerciendo una gran influencia las concepciones filosóficas de Spengler y de Toynbee. La historia es un conglomerado de destinos de las diferentes culturas, afirman los representantes de dichas tendencias. Semejante concepción de la historia lleva a que se menosprecie el progreso histórico real, a que se niegue la ley de la transición de unos estadios de la sociedad a otros. De ahí el miedo ante la crisis del mundo burgués contemporáneo. El drama del ocaso de este mundo se identifica al del ocaso de la historia. Se interesan mucho por la problemática histórica, en particular, los filósofos existencialistas, quienes ven la persona humana como sujeto de la historia, y concentran en ella la atención principal. El filósofo existencialista alemán Karl Jaspers presenta en su filosofía de la historia{8}, la tesis siguiente: no es el conocimiento de las leyes de la historia lo que ha de constituir el fin de nuestro estudio del pasado. La ley de las causas y los efectos no determina el proceso histórico ni los fenómenos de la historicidad auténtica: las cimas aisladas a que llega el espíritu humano cuando el hombre se aproxima a la sensación del auténtico ser. Para Jaspers la historia comienza en el momento en que se forma la autoconciencia, puesto que la historia es "la conciencia del propio origen". Lo histórico, según Jaspers, es la realidad individual, que no puede volver a darse en sus rasgos concretos.

La concepción neotomista del desarrollo de la sociedad parte de la idea de que en la historia no reina la ley histórico-natural, [455] sino la voluntad divina, que se manifiesta a través –o con ayuda– de la casualidad. Negar la ley histórica objetiva significa negar la posibilidad de llegar a conocer científicamente la vía de desarrollo de la humanidad. De ello se sigue que en el torrente caótico del ser, al historiador no le queda otra cosa que descubrir las manifestaciones de la voluntad divina. La ciencia histórica burguesa proclamó su nacimiento expulsando del proceso histórico la voluntad divina, esforzándose por hallar las leyes "naturales" de la historia. Actualmente, "vuelve el viento sobre sus círculos".

Del antihistoricismo de los científicos burgueses del siglo XX trata el conocido filósofo inglés Patrick Gardiner en su original crestomatía “Teoría de la historia”{9}. A su modo, tiene razón: el renacimiento del idealismo subjetivo, su posición dominante en la ideología burguesa –el proceso que, con excepcional profundidad, descubrió Lenin en su trabajo Materialismo y empiriacriticismo– también ha repercutido destructivamente en la ciencia histórica burguesa. El escritor y académico francés Paul Valéry, los neokantianos alemanes y después Wilhelm Dilthey fueron los promotores, a comienzos de siglo, de la campaña de la reacción contra el historicismo burgués y abogaron por tratar, desde el punto de vista del idealismo subjetivo, los problemas más importantes de la metodología de la historia. Se inició la persecución contra todas las tendencias progresivas en la ciencia histórica burguesa, contra los más pequeños atisbos de materialismo en los trabajos de los historiadores. Todas las tendencias de ese tipo fueron declaradas "pasadas de moda", caducas, insatisfactorias, dadas las exigencias "del pensamiento filosófico moderno". Ahora Gardiner pasa balance a aquella campaña. Está dispuesto a festejar la victoria. Pero después de "eliminar" el concepto "ley", nada puede hacer con el problema de la causalidad. Reconoce que es imposible exponer la historia sin referirse a causas y efectos. Ahora bien, ¿cómo comprobar que un acontecimiento dado se debe precisamente a tal causa y no a alguna otra? ¿Cómo, analizando la causalidad de los fenómenos históricos, puede uno renunciar a la búsqueda de las leyes del desarrollo? ¿Cómo explicar los fenómenos históricos sin generalizar, sin descubrir su ley? A estas preguntas en realidad no puede dar ninguna respuesta. Si no hay "afirmaciones generalizadoras" tampoco puede haber, evidentemente, ciencia histórica.

Quien sostiene hoy concepciones idealistas no puede salir de este atolladero lógico. Si avanza por la senda trazada y es consecuente con su posición, llegará inevitablemente a decir que la historia como ciencia se liquida. En 1961 apareció el libro de James Hester, "Nueva valoración de la historia". K. Bridenbauch, autor de la reseña publicada en una revista americana de historia{10}, [456] proclama que el trabajo de Hester constituye un desafío a los historiadores y que había obligado a revisar algunas premisas fundamentales del criterio con que los historiadores occidentales examinaban los acontecimientos históricos. Hester reduce la revisión de la historia a exhortar que se "compruebe" la certeza y la utilidad de tales "obstáculos para el entendimiento" como los conceptos de "desarrollo", "orientación", "evolución", "tendencia" y "factores". Ahora bien, de este modo se destruyen todos los conceptos científicos fundamentales en que se han apoyado los historiadores durante muchos decenios.

Así, pues, los ideólogos burgueses llegan ahora a las mayores sutilezas en sus ataques al historicismo declarando que el proceso histórico es una cadena de representaciones subjetivas del historiador, y que no existe la verdad objetiva en nuestros conocimientos del pasado, y que no hay leyes objetivas del desarrollo social. La historia, según sus afirmaciones, es un amontonamiento caótico de diversos acontecimientos. De esta suerte el historicismo queda desplazado por numerosas concepciones subjetivistas. En cambio, en la concepción comunista del mundo al historicismo le corresponde un importante lugar; la teoría científica del proceso histórico y el conocimiento del pasado se hallan indisolublemente unidos, en la ciencia marxista-leninista, a la acertada visión de las perspectivas del futuro. Cuando los positivistas declaran que no existen leyes en el proceso histórico, cuando los pragmatistas dicen que la historia es un conglomerado de hechos separados, y los existencialistas aseveran que es una multiplicidad de destinos humanos individuales, &c., lo que en realidad sucede es que todas estas concepciones idealistas se presentan, en última instancia, con un solo fin: minar la seguridad en la necesidad del cambio histórico de las formaciones sociales. Para ello están dispuestos a echar por la borda todo concepto de ley histórica y a elevar la arbitrariedad al rango de dueña y señora de los destinos de la humanidad. En ello encuentra una clara manifestación la lucha de las dos ideologías, de las dos concepciones del mundo.

En nuestro tiempo, por consiguiente, la significación de las cuestiones metodológicas del conocimiento histórico crece de modo singular. El hecho está condicionado por los enormes cambios habidos en la historia mundial y que se reflejan en la lucha ideológica. El cambio producido en la correlación de fuerzas entre los sistemas opuestos –capitalismo y socialismo– determina, ante todo, el carácter de la actual lucha ideológica. El incremento colosal de las fuerzas del socialismo y su superioridad sobre las fuerzas del capitalismo es un hecho histórico trascendental, que se ha de comprender metodológicamente. Los teóricos burgueses [457] desearían "explicar" tal hecho como algo no sujeto a ley en los destinos de la humanidad.

Piénsese, por ejemplo, en la novísima teoría de la evolución social de la que es autor el renombrado sociólogo norteamericano T. Parsons y que se denomina teoría de los "universales evolutivos" (ver "Amer. sociological review", 1964, 29, N9 3, p. 339-357). Según la concepción de Parsons, los hitos de la evolución histórica los señala la aparición de los llamados universales evolutivos, el último de los cuales, la "asociación democrática" (la democracia burguesa) corona el desenvolvimiento histórico, de suerte que, en consecuencia, las organizaciones sociales que se distinguen del Estado burgués representan una desviación respecto a la línea del progreso histórico. Por consiguiente, continúa Parsons, la organización socialista de la sociedad o se desplomará o sufrirá cambios evolutivos en el sentido de la democracia burguesa. En Occidente se ha difundido mucho, desde hace unos años, la teoría de historiadores y filósofos burgueses acerca de la "sociedad mundial única". Esta idea alcanza cierta culminación en la denominada teoría de la "sociedad industrial". Según dicha teoría, los tipos socialista y capitalista de sociedad evolucionan en un sentido convergente, hacia la "sociedad industrial única". En la actualidad, la teoría de la "sociedad industrial" se está convirtiendo en la concepción político-social más popular entre los sociólogos burgueses, empeñados en reducir las colisiones sociales a contradicciones surgidas por el choque entre el "industrialismo" y el "preindustrialismo": "Para otras naciones, la elección no se presenta como elección entre capitalismo y comunismo –escribe el sociólogo norteamericano 1. Horowitz–, sino, más bien, entre ideología industrial e ideología preindustrial"{11}.

Los idealistas de hoy reprochan a los marxistas el utilizar –dicen ellos– en su análisis "opiniones preconcebidas". Ésta es una cuestión en la que también hay que poner los puntos sobre las íes. Los enemigos del marxismo entienden por "opiniones preconcebidas" las leyes sociológicas descubiertas por Marx, Engels y Lenin. Los idealistas desearían que los historiadores marxistas cada vez y a todo propósito demostraran que, digamos, en la base del desarrollo social se encuentra la dialéctica de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Mas tal exigencia se opone a la naturaleza misma del conocimiento científico. ¿Por ventura la matemática podría progresar si el investigador en vez de apoyarse en teoremas demostrados y comprobados cada vez tuviera que demostrarlo todo desde el principio?

La interpretación materialista de la historia, como indicó [458] Lenin, en un principio era una hipótesis. Luego Marx llevó a cabo una labor gigantesca, reflejada en “El Capital”, y comprobó la hipótesis utilizando una cantidad inmensa de datos. "Ahora –desde la aparición de “El Capital”– la interpretación materialista de la historia ya no es una hipótesis, sino una tesis científicamente demostrada..."{12}, escribió Lenin. Esta concepción de la historia se convierte, según expresión de Lenin, en "sinónimo de ciencia social"{13}.

Hubo un tiempo en que, en la lid empeñada contra los idealistas, el historiador marxista tenía que demostrar una y otra vez sobre todo la razón de las tesis fundamentales del materialismo histórico, y volvía adrede precisamente a esas tesis generales cuando estudiaba hechos concretos. Hoy el historiador marxista parte de los principios del materialismo histórico no como unas hipótesis, sino como proposiciones científicas demostradas, sin las cuales es imposible el conocimiento científico.

Lenin recalcaba que no existe ninguna otra teoría del desarrollo social "que sepa poner orden con tanta precisión en los «hechos correspondientes» como ha sabido hacerlo el materialismo, que sepa asimismo presentar un cuadro vivo de cierta formación a la vez que la explica con todo rigor científico...”{14}. De esto parte el historiador en su trabajo. Finalmente, esa teoría, científicamente fundamentada y que ha dejado ya de ser hipótesis, hoy está ya comprobada por la experiencia histórica de grandes masas –muchos millones de personas– que construyen una nueva sociedad y se guían conscientemente, en su lucha y en su trabajo, por los principios del marxismo-leninismo.

Además, los clásicos del marxismo-leninismo advirtieron que su doctrina no debía trocarse en un esquema histórico-filosófico al que se pretendiera acomodar los hechos históricos. Lenin explicó reiteradamente que en la fórmula "el marxismo no es un dogma" se expresa el profundo historicismo de nuestra concepción del mundo. Sin desarrollar esta concepción del mundo en consonancia con la situación histórica concreta, la teoría no puede servir de guía para la acción. Quien desdeña la cambiante situación histórica, ignora los nuevos fenómenos de la vida y se sitúa, inevitablemente, en el camino del subjetivismo y del voluntarismo, se aparta de la concepción materialista de la historia.

Durante el último tiempo, ante la lucha consecuente del Partido contra el culto a la personalidad y el subjetivismo, todos los sociólogos han vuelto sus miradas hacia los problemas actuales. En la nueva situación, propicia a la obra creadora, se da un rasgo característico: el restablecimiento de las tradiciones leninistas de la investigación teórica, basadas en la unidad orgánica [459] del rigor científico con el espíritu de partido. Esta unidad se manifiesta, sobre toda, en el estudio de los problemas metodológicos del progreso histórico. La aplicación sistemática del principio del espíritu de partido en las investigaciones históricas permite elaborar con profundidad los problemas actuales de la ciencia.

Al dilucidar la cuestión relativa al espíritu de partido de la ciencia histórica es necesario exponer cuáles son los principios que se incluyen en dicho concepto y en qué medida dejan de observarse entre nosotros. Es evidente que si nos apartamos de las cuestiones metodológicas y tendemos a la mera descripción, nos alejamos del espíritu de partido, pues no es posible observar el correspondiente principio si no se presta la debida atención a los problemas de la concepción del mundo, de la metodología. Obsérvese que nadie plantea el problema de si al investigador le son necesarios o no los hechos. A nadie se le ocurre pensar que a los historiadores y a los filósofos no les hacen falta los hechos, sino únicamente las generalizaciones. De lo que se trata es de que la ciencia histórica marxista-leninista no puede prescindir de la interpretación de los hechos, de su exégesis, y esto entra en la esfera de la concepción, del mundo, de la metodología, y está relacionado con la lucha ideológica.

Al hablar del espíritu de partido de la ciencia histórica, es importante subrayar tres puntos fundamentales, de principio.

En primer lugar, el materialismo implica espíritu de partido, obliga a adoptar abiertamente el punto de vista de una clase determinada. Eso atañe a todas las ciencias sociales y, por consiguiente, a la ciencia histórica.

El objetivo de la teoría revolucionaria, científica, consiste en poner de manifiesto los procesos objetivos de la vida y facilitar al movimiento obrero consignas de lucha acertadas.

Hace ya más de cincuenta años, Lenin planteó la tarea de abarcar en sus rasgos generales y fundamentales la lógica objetiva de la evolución del ser social.

Semejante tarea únicamente puede realizarse siguiendo la concepción materialista de la historia, apoyándose en el estudio de los hechos objetivos, teniendo en cuenta la gran diversidad de los fenómenos sociales y la peculiaridad concreta de cada uno de ellos, destacando el eslabón principal en la cadena de los acontecimientos históricos. A esta orientación se enfrentan el eclecticismo y el subjetivismo.

¿Qué es la concepción materialista de la historia? Es, precisamente, la concepción que tiene el Partido de los procesos históricos desde el punto de vista de la clase obrera, desde el punto de vista del partido marxista-leninista, y, en nuestras condiciones, desde el punto de vista de todo el pueblo soviético, pues todas las personas soviéticas, todo el pueblo soviético, comparten las ideas del Partido. Orientación materialista dialéctica en la [460] visión de la historia, su interpretación materialista: esto es lo primero que caracteriza al espíritu de partido de la ciencia histórica.

En segundo lugar, hay que hacer hincapié en lo siguiente: en el campo de la ciencia histórica, la lucha entre la ideología marxista y la burguesa no sólo afecta a los hechos, a la cuestión de cuáles y cómo se han de utilizar e investigar, sino que se sostiene sobre todo en torno a su interpretación y explicación, a los problemas de la ideología de la historia, en torno a la metodología de esta ciencia. Sabido es que los historiadores burgueses reaccionarios pergeñan los hechos, los tergiversan, los falsifican, y, según de qué hechos se trate, los silencian por completo. Sin embargo, la línea principal de la lucha está en la explicación de los acontecimientos y de los hechos históricos, en la interpretación de los fenómenos históricos, es decir, en la pugna en torno a las concepciones históricas, a las cuestiones que atañen a la concepción del mundo. Vemos, pues, que la lucha ideológica se halla vinculada a los problemas metodológicos, a los problemas de la cosmovisión. Y nosotros hemos de combatir enérgicamente la ideología burguesa, las diversas concepciones anticientíficas.

Desde hace unos años, a las cuestiones de la metodología de la historia se les presta cada día mayor atención en los países occidentales, burgueses. Criticamos con razón los trabajos históricos burgueses por su empirismo, por su tendencia a la simple descripción, por las manifestaciones de positivismo. Pero sería injusto no ver la trascendencia de la lucha en lo tocante a los problemas metodológicos. Hace ya varios años que se edita en Occidente la revista internacional sobre metodología de la historia "History and Theory" ("Historia y teoría", con el subtítulo: "Investigaciones sobre filosofía de la historia"). En ella colaboran especialistas de diversas ciencias de muchos países, ante todo historiadores, y también –entre otros científicos– filósofos y sociólogos. De la orientación y de los objetivos de la revista cabe formarse idea teniendo en cuenta a quién se confía su dirección filosófica. Dos figuras se destacan en filosofía de la historia: eI anticomunista norteamericano Sidney Hook y el anticomunista francés Raymond Aron. Basta citar estos nombres (no son poco conocidos) para imaginarse cuál será la metodología de la ciencia histórica que se exponga en la revista.

El objetivo de la revista está en impugnar las ideas de progreso y de ley en el cambio de las formaciones económico-sociales. A los historiadores marxistas y a los científicos soviéticos, se les difama sobre todo por su "apego" a la historia de la revolución y de la lucha de clases. Se comprende muy bien que en el frente de la metodología se haya desencadenado tan enconada lucha. La metodología materialista de la historia arranca furiosos ataques a los ideólogos burgueses.

¿Por qué, en la historiografía burguesa, predominan el empirismo [461] y la orientación descriptiva en la manera de tratar los problemas de la historia? Porque, de este modo, los historiadores burgueses procuran apartarse ellos mismos –y arrastrar a los lectores– de las justas conclusiones ideológicas y políticas que los hechos de la historia sugieren. En este afán de la historiografía burguesa por apartar a las personas que piensan y, en general, a las masas populares, de las justas conclusiones ideológicas que se desprenden de los hechos históricos, se manifiesta, en particular, el espíritu de partido burgués. Tal es la esencia de la mera descripción y del empirismo desde el punto de vista del espíritu de partido.

Finalmente en tercer lugar, es necesario. insistir, respecto al propio objeto de la ciencia histórica, en que la historia de la sociedad es la historia de la lucha de clases. Éste es un principio importantísimo del espíritu de partido de la ciencia histórica. Quien no lo admite o lo relega a un plano posterior, adopta ante la ciencia histórica una posición que no es de partido. En dicha ciencia, las desviaciones respecto al espíritu de partido suelen darse en los tres puntos o direcciones indicados. Y si queremos de veras elaborar profundamente las cuestiones del espíritu de partido en la ciencia histórica tenemos que centrar nuestra atención en el estudio de esas tres tesis.

Desearíamos destacar de manera especial la importancia del problema relativo a la justa comprensión del análisis de clase y de los factores nacionales en el desarrollo histórico. En la interpretación de este problema se observan dos extremismos. A veces se exagera el papel de las tradiciones y de los factores nacionales, se subestima La trascendencia de la lucha y de las fuerzas de clase, lo cual conduce, al fin, a desviarse hacia el nacionalismo.

En otros casos, bajo la bandera del análisis clasista se subestiman o se olvidan las peculiaridades nacionales. Ambos extremismos suponen alejarse de la posición marxista-leninista ante la historia y dan origen a serios errores políticos.

En la actualidad, llama la atención el hecho de que, tras la pantalla de la lucha de clases y de la revolución, bajo el lema del análisis clasista, se introducen, subrepticiamente, teorías que en el fondo son racistas y nacionalistas.

El racismo ahora no sólo se presenta en su forma tradicional, como ideología de tipo esclavista, colonizadora; en los últimos decenios se ha enmascarado, combinándose con diversas teorías "de moda". Sabemos que ya el racismo hitleriano actuaba bajo el nombre de nacional-socialismo. En los Estados Unidos, también vuelven del revés, ahora, la vieja teoría racista, esclavista. Los, racistas de nuevo corte afirman, por ejemplo, que la lucha de los negros por la igualdad de derechos puede volverse contra los propios negros y conducirlos a la asimilación, por lo que, en nombre de la conservación de la peculiaridad nacional y racial [462] de los negros, hay que oponerse a los matrimonios mixtos, a la enseñanza conjunta, &c.

Pero alguna vez el nacionalismo y el racismo se adornan con altisonantes frases acerca de la lucha de clases, acerca de la revolución socialista, acerca de las sublevaciones de liberación nacional. Nos encontramos con el hecho de que a veces se declara que los partidarios de la lucha de clases revolucionaria, los abanderados de la revolución socialista y del movimiento de liberación nacional son únicamente personas de determinadas razas y continentes, y de esa lucha se excluye a los representantes de otras razas y de otros continentes. Así, pues, conocemos el racismo como ideología del imperialismo, pero hoy el racismo aparece también como arma del aventurerismo político en la manera de tratar las cuestiones del movimiento comunista y del movimiento de liberación nacional.

No se debe olvidar que la lucha contra la ideología zarista en la historia no se ha retirado del orden del día. Los hechos demuestran que esta ideología a veces aflora en nuestros días, cuando en los trabajos históricos se exalta a zares y a emperadores. Algunos historiadores, que se consideran marxistas, hacen una apología directa de Genghis Kan, de sus campañas de expoliación y rapiña. De ahí que el problema de la lucha contra el culto a la personalidad en la ciencia histórica –contra el culto a los zares, emperadores y reyes– es un problema que en ningún momento podemos desdeñar.

Por ese motivo la acertada combinación del análisis clasista y de los factores nacionales en la marcha de la historia constituye un serio problema de la actual lucha ideológica contra las teorías burguesas y también contra diversos tergiversadores del marxismo-leninismo. Hemos de recordar constantemente la tesis marxista-leninista de que la lucha de clases –fuerza motriz de la historia– aparece en interacción con otros factores, entre ellos los nacionales. Sobre la evolución de la sociedad y también sobre los partidos políticos, no sólo influyen las diferencias y la lucha de clases, sino, además, las diferencias nacionales. Hasta en la conducta de los partidos políticos, en su línea, en sus formas de lucha repercuten las peculiaridades nacionales. En consecuencia, a la vez que hacemos hincapié en el análisis de clase como criterio fundamental del historiador marxista, tenemos que oponernos con toda energía a cuantas tentativas se hagan para dejar de lado las tradiciones y diferencias nacionales.

El materialismo histórico ha pasado y constantemente pasa, en última instancia, la prueba de la práctica. De ello parte el historiador contemporáneo. Todos los éxitos de la ciencia histórica soviética se apoyan en la concepción marxista-leninista del desarrollo histórico, y ésta incluye como elemento de máxima importancia el análisis de los problemas sociales básicos de nuestra época. Las cuestiones fundamentales de la marcha actual del [463] mundo son problemas claves de toda nuestra concepción del proceso histórico. La crisis de la historiografía burguesa se halla indisolublemente unida a la incapacidad de los ideólogos burgueses para responder a los candentes interrogantes de nuestros días. El historiador marxista estudia el mecanismo de las leyes sociológicas principales, y con ello no sólo comprueba la existencia de tales leyes en los hechos, sino que, además, ahonda y amplía la comprensión que de ellas tenemos nosotros. Al mismo tiempo, descubre las leyes históricas específicas que rigen la evolución de la lucha de clases, de la vida política y espiritual de la sociedad. Con este fin analiza la iteración en los fenómenos históricos, cuya esencia y naturaleza social pone de manifiesto.

——

{7} V. I. Lenin, “Obras”, t. I, p. 137.

{8} Ver K. Jaspers, "Vom Ursprung und Ziel der Geschichte", Zürich, 1949.

{9} "Theories of History", Glencoe, Illinois, 1959, p. 265-274.

{10} "American Historical Review", 1962, vol. LXVII, N 4.

{11} I. L. Horrowitz, "Sociological and ideological conceptions of industrial development". "Amer. Journ. of economics and sociology". 1964, v. XXIII. N 4 p. 365; ver H. Marcuse, "One dimensional man...". L., 1964, p. X; "Who stehen wir heute?", Gütersloh, 1960; R. Aron, "La lutte des classes", P., 1964, p. 325.

{12} V. I. Lenin, "Obras", t. I, pp. 139-140.

{13} Ibíd., p. 140.

{14} Ibíd.