Vladislav Lektorskii, La dialéctica del sujeto y el objeto y algunos problemas de la metodología de las ciencias (original) (raw)
La filosofía del materialismo pre-marxista desarrolló una comprensión definida del proceso cognitivo, una comprensión que fue aceptada por las ciencias naturales y prevaleció en las mentes de los científicos prácticamente hasta el siglo XX. Esta noción asigna al sujeto cognoscente, al conocedor, el papel de receptor más o menos pasivo de información objetiva procedente del exterior. El proceso cognitivo se relaciona de este modo con una persona real y se trata como un producto de la actividad de una formación material, el cerebro (la concepción filosófica es materialista). Sin embargo, el hecho de que el sujeto cognoscente esté implicado en la estructura de la realidad no se percibía plenamente y su actividad en relación con los objetos cognoscibles (en particular, su actividad experimental) era considerada como algo que sólo creaba las condiciones externas para el proceso de cognición.
Esta noción se encontró con problemas a medida que la ciencia se desarrollaba en el siglo XX. La revolución que se produjo entonces y que sigue produciéndose en diversas ciencias naturales, la cual se manifiesta en la ruptura de su aparato conceptual y la revisión de sus proposiciones básicas, ha ido acompañada de intentos de replantearse las premisas filosóficas y metodológicas fundamentales de la actividad científica.
Aquí intentaremos esbozar algunos de los problemas básicos de la metodología de la ciencia moderna para cuya solución la comprensión de la dialéctica del sujeto y el objeto desarrollada por la filosofía marxista es de particular importancia. Este problema ha recibido una atención creciente en la literatura filosófica soviética reciente.
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Una característica fundamental del enfoque marxista del análisis de la cognición es el reconocer la necesidad de considerar todas las formas de actividad cognitiva en el contexto de la actividad real del hombre social, en el contexto de la transformación práctica de la realidad natural y social.
No es en la cognición sino en la práctica, es decir, en efectivamente hacer algo con la realidad objetiva, donde el marxismo ve el punto de partida de la relación del hombre con el mundo. La práctica, como el cambio del hombre social del entorno natural y social, como creación de nuevas formas de actividad vital y, por tanto, cambio del propio sujeto, es una característica específica del hombre y lo distingue claramente del animal. El hombre no es pasivo ante la naturaleza externa, la trata como objeto de su actividad, como algo que debe ser cambiado de acuerdo con algún objetivo propio.
En la práctica real, la cognición del objeto tal y como es «en sí mismo» y la fijación de objetivos, el establecimiento de la tarea de cambiar el objeto, están directamente unidas.
Es importante darse cuenta, sin embargo, de que incluso cuando la cognición no implica directamente la actividad material y surge como una forma especializada de producción –la ciencia–, sus características específicas sólo pueden ser correctamente entendidas si nos damos cuenta de que en todas las etapas de su desarrollo la cognición depende de la actividad que implica objetos, de la actividad objetual, de la práctica. Cognición y práctica no son simplemente dos formas diferentes de actividad humana entre las que puede establecerse un mero vínculo externo, aunque esto es lo que puede parecer en la superficie de las cosas. La práctica no sólo es genéticamente el punto de partida de las distintas formas de actividad de vida humana; sino que determina esencialmente sus funciones en cada momento dado. Y si el desarrollo de la cognición conduce a su aislamiento externo de la actividad de cambiar el mundo, esto no excluye el hecho de que, en el sentido más profundo, la ciencia en todas sus etapas se desarrolle como algo dependiente de la práctica humana.
La práctica es la unidad efectiva del sujeto y el objeto de la actividad. Además, tal como Marx entendía, el problema de la relación entre el sujeto y el objeto no es idéntico a la cuestión básica de la filosofía, es decir, la cuestión de la relación entre la conciencia y el ser, porque el sujeto no es simplemente conciencia, es una persona real y actuante, y a su vez el objeto no es simplemente la realidad objetiva, sino aquella parte de ella que se ha convertido en el blanco de la actividad práctica o cognoscitiva del sujeto. Es importante recordar también que el sujeto de la actividad y la cognición no es simplemente un individuo «corpóreo», separado. Una persona se convierte en sujeto, hacedor, conocedor, sólo en la medida en que domina los modos de actividad desarrollados por la sociedad. Al mismo tiempo, incluso la separación del objeto de la realidad objetiva se produce a través de la actividad práctica y cognitiva (categorías lógicas, lenguaje, el sistema de conocimiento científico, etc.) que han sido desarrolladas por la sociedad y reflejan las propiedades de la realidad objetiva. Así, la teoría del conocimiento de Marx está indisolublemente ligada a su comprensión de la naturaleza del hombre. Por eso no es accidental que el «materialismo práctico» marxista, que entiende al hombre como transformador de la realidad y apunta al cambio de las condiciones sociales mediante la actividad revolucionaria, se oponga al materialismo metafísico y contemplativo no sólo en sus conclusiones sociales, sino también en su comprensión de las cuestiones fundamentales de la teoría del conocimiento.
Un objeto está expuesto al sujeto cognoscente desde varios «ángulos», en varios aspectos. Pero la tarea del conocimiento científico es reproducir las propiedades del objeto «tal como es», y no en su relación con uno u otro «punto de vista» del sujeto.
El desarrollo del conocimiento está, de hecho, caracterizado por la tendencia a tomar conciencia de la realidad como una «cosa en sí misma», es decir, como un todo único y sistémico, a conectar todos los «fragmentos» conocidos de la realidad (diversos sistemas de relaciones) en un sistema objetivo unificado que presenta sus diversos aspectos y facetas al sujeto cognoscente. Es importante señalar que la realización de la mencionada tendencia en el conocimiento científico presupone que el sujeto sea consciente de su lugar en el sistema de la realidad objetiva. Esto implica, sobre todo, que el sujeto debe ser consciente de sus características de objeto como parte de la situación cognoscitiva real, es decir, el sujeto debe verse a sí mismo como un cuerpo natural que forma parte de la interconexión e interacción objetiva general con otros cuerpos y, por otra parte, investigar los resultados de su propia actividad objetivada, el mundo de los objetos socialmente significativos (instrumentos, herramientas, símbolos lingüísticos, etc.). Por lo tanto, es una condición necesaria de la objetividad del conocimiento que seamos conscientes de las características de los objetos que, por así decir, han «crecido junto» con el sujeto, ya sea porque están conectados inmediatamente con el cuerpo físico del sujeto o, como Marx dijo, porque expresan su «cuerpo inorgánico», es decir, el mundo de los objetos producidos por el sujeto. Esto significa que la objetividad del conocimiento en la forma en la cual lo establece la ciencia presupone la conciencia del papel que desempeñan las operaciones de medición del sujeto, los instrumentos que utiliza, sus marcos de referencia, sus medios de codificar el conocimiento en uno u otro sistema de referencia (y la capacidad de distinguir el código del contenido del conocimiento). En otras palabras, en el conocimiento desarrollado (en el conocimiento científico, de cualquier modo) el sujeto está, por así decir, dividido; se sitúa en una «tercera posición» con respecto a sí mismo y al objeto, y atribuye tal o cual «punto de vista» subjetivo a una determinada «proyección» del objeto sobre el sujeto, dándose esta explicación en el marco del sistema objetivo de relaciones de la realidad como un todo sistémico único, es decir, una «cosa en sí».
De esta forma, el conocimiento objetivo presupone necesariamente que el sujeto sea consciente de su lugar en la estructura de la realidad, porque sólo entonces es posible unir los diversos aspectos del objeto (que aparecen al sujeto como diversos «ángulos» del objeto) y detectar las características especiales de la «cosa en sí». Sin embargo, la comprensión por parte del sujeto de su lugar en la situación objetivamente real depende del grado de objetividad del conocimiento, de lo profundamente que ha penetrado en el objeto.
Debemos subrayar otro rasgo fundamental que caracteriza la concepción marxista de la dialéctica sujeto-objeto y que nos resulta de gran relevancia para los problemas de la metodología de la ciencia moderna. El objeto de la actividad y la cognición ha de entenderse como un fenómeno histórico, esto es, un objeto en el que el cambio depende del desarrollo de la práctica social.
Es la práctica del sujeto la que abstrae de la actividad, de la realidad objetiva, el objeto al que se dirige la práctica (es por ello por lo que el objeto no es idéntico a la realidad objetiva, porque no todo objeto de la realidad tiene la función de ser objeto de práctica). El objeto es conocido en las formas de la actividad práctica y esto se refiere incluso a aquellos objetos que el hombre no se ocupa inmediatamente de cambiar. Esto se expresa, en primer lugar, en que un objeto puede revelar una conexión funcional con el objeto de transformación inmediata y, por tanto, adquirir un interés práctico. Así, el firmamento se convirtió en objeto de observación astronómica y estudio cosmogónico sólo después de que el conocimiento de las posiciones de las estrellas revelara su importancia para la navegación, etc. En segundo lugar, los medios presentes de contemplación, observación inmediata, visión de la realidad, esto es, la identificación de sus características objetivas, antecedentes, etc., están mediados por la experiencia precedente (individual y social) de operaciones con el objeto.
Los cambios en la forma y el carácter de la práctica modifican el objeto de la práctica y la cognición.
Habiendo comprendido la reflexión como reflexión activa, habiendo comprendido las operaciones cognitivas como acciones prácticas que han experimentado un cambio especial (esta idea está siendo cada vez más reconocida tanto en la metodología de la ciencia como en la psicología moderna del pensamiento –baste mencionar los trabajos del psicólogo suizo Jean Piaget o los estudios de psicólogos soviéticos como L. Vygotsky y A. Leontyev, entre otros) la Filosofía marxista posibilita, por un lado, mostrar el papel activo del sujeto en la reproducción ideal del objeto, el papel que desempeñan en este proceso las construcciones ideales, la elaboración de patrones, modelos, objetos abstractos, etc., y, por el otro lado, entender la teoría misma como un patrón de medios potenciales de operar con el objeto. Esto no quiere decir que cualquier operación teorética pueda interpretarse como una forma posible de actividad práctica, porque la mayoría de las operaciones teóricas carecen de significado práctico inmediato (sus objetos –ideales, abstractos, etc.– sólo pueden presentarse en forma simbólica). La teoría proporciona medios posibles de actividad práctica en la medida en que las operaciones ideales utilizadas para crearla pueden vincularse con operaciones prácticas directas, como las operaciones de experimentación y medición, que son particularmente importantes para las teorías de las ciencias naturales y dotan de significado concreto a los conceptos teóricos. Estas operaciones prácticas son una forma especial de práctica, una manera especial de comprobar y comprender las hipótesis científicas teóricas. Para los trabajos modernos sobre metodología de las ciencias naturales es axiomático que la evaluación de los conceptos teóricos presupone el establecimiento de ciertas dependencias empíricas por medio de situaciones reproducidas por la experimentación práctica y también por los resultados empíricamente establecidos de estas situaciones (esto fue expresado, aunque de una manera distorsionada y subjetivista, por el operacionalismo).
Es un hecho notable que esta dialéctica de sujeto y objeto, aunque característica de la ciencia natural moderna, no siempre recibe una interpretación filosófica adecuada por parte de los propios científicos y a veces conduce a interpretaciones subjetivistas.
La interpretación subjetivista de la mecánica cuántica que defendieron en su día algunos físicos destacados es bien conocida.
El destacado físico alemán Max Born, oponiéndose a tales interpretaciones, enfatizó que la ciencia debe reproducir la realidad objetiva que existe independientemente de la conciencia. Desde el punto de vista de Born, la clave del concepto de realidad no sólo en física sino en cualquier esfera del conocimiento es el concepto de invariante del grupo de transformaciones. «Las invariantes son los conceptos de los que la ciencia habla del mismo modo que el lenguaje ordinario habla de 'cosas', y los cuales proporciona nombres como si fueran cosas ordinarias».1 La mayoría de las mediciones en Física, según Born, no tienen que ver directamente con las cosas sino con algún tipo de proyección.
El papel que desempeña la detección de las características invariantes de un objeto en la construcción del conocimiento objetivo es reconocido hoy en día por numerosos científicos naturales. Jean Piaget, por ejemplo, uno de los psicólogos más eminentes de la era moderna, sitúa el problema de la formación de invariantes en el centro de su concepción teorética. Piaget ve la esencia del intelecto en el sistema de operaciones derivadas de la acción objetiva. Además, la acción se convierte en operación únicamente cuando tiene una cierta interconexión con otras acciones y se organiza en un conjunto estructural en el que unas operaciones se equilibran con otras operaciones recíprocas. La reciprocidad de las operaciones significa que para cada operación existe otra simétrica que restablece la posición inicial.
Cabe señalar, sin embargo, que los intentos de identificar la estructura del conocimiento objetivo con la identificación de las características invariantes del objeto dan con serias dificultades de índole filosófica, y en la consideración de Max Born sobre el «criterio de realidad» la naturaleza de estas dificultades se hace particularmente evidente. Uno tiene la impresión de que Born se inclina por identificar la suma total de las invariantes con la realidad reproducida en el conocimiento, y a este respecto considera las «proyecciones» como algo irreal, que sólo existe en relación con la Física y sus instrumentos de medida. Pero el asunto es que los instrumentos con los cuales el físico lleva a cabo sus experimentos actúan a este respecto como cuerpos físicos bastante reales que interactúan con otros cuerpos según leyes objetivas, por lo que tanto los resultados de la interacción como las propiedades en general resultantes de la relación de un objeto con otros objetos –las llamadas «proyecciones»– deben existir en la realidad objetiva. Es más, la invariancia no es una característica absoluta de una u otra propiedad, sino que es revelada únicamente en un sistema particular de relaciones, y lo que es invariante en un sistema puede ser no invariante en otro.
Sobre esta base los críticos rápidamente señalaron la vulnerabilidad lógica del «criterio de realidad» propuesto por Born. La imagen física del mundo incluye magnitudes invariantes y no invariantes. Ambas tienen un significado real y expresan aspectos definidos de un objeto.
Prácticamente las mismas dificultades encontraron los sistemas filosóficos clásicos, como el de Platón y el de Kant, que trataban el criterio de invariabilidad como indicador de la objetividad del conocimiento. La filosofía kantiana pone gran énfasis en el carácter subjetivo de las sensaciones en contraste con el juicio objetivo de la razón. En la filosofía de Platón el mismo problema aparece en forma de imposibilidad de definir clara y lógicamente la relación del mundo de las ideas constantes e inmutables con el mundo de la «no existencia» y el «devenir» mutables. Todas estas dificultades están enraizadas en la oposición metafísica, dualista, entre las esencias objetivas inmutables, las realidades, por una parte, y el mundo de la experiencia subjetiva variable, las sensaciones, las «proyecciones» de la cosa sobre el sujeto, por otra.
La conclusión a extraer de todo ello no parece ser la negación del papel del criterio de invariancia como indicador de la objetividad del conocimiento (los hechos de la cognición nos convencen de su validez), sino la necesidad de repensar la relación de lo invariante y estable con lo no-invariante, lo cambiante, y también la relación de lo objetivo con lo subjetivo, lo que lleva a las paradojas que no pueden ser resueltas desde posiciones metafísicas e idealistas.
El asunto es que las propias características invariantes sólo pueden ser aisladas mediante la variabilidad, mediante el movimiento, que lo invariante contempla necesariamente una diferencia que se convierte, por así decirlo, en una manifestación de lo invariante y en un medio de su realización. Además, el desarrollo del conocimiento se caracteriza por el hecho de que las características no invariantes se explican mediante la acción de las características invariantes, es decir, las relaciones generales, necesarias, se incluyen en el sistema de dependencias necesarias generales y tienen su propio lugar objetivo en este sistema. Es lógico que las relaciones que son invariantes en un marco de referencia puedan ser no invariantes en otro. Al mismo tiempo, el conocimiento teórico desarrollado se caracteriza por la búsqueda de formas de pasar de un sistema a otro que ofrezcan la posibilidad de formular leyes universales. El descubrimiento de un nuevo sistema en el que las leyes y relaciones hasta entonces consideradas universales no funcionan estimula la búsqueda de nuevas invariantes, etc. Hay que subrayar que todo el proceso se lleva a cabo sobre la base de una interacción práctica objetiva entre el sujeto y el objeto.
La conexión señalada anteriormente entre la identificación de las características invariantes de un objeto y la objetividad del conocimiento, y también la dialéctica de lo invariante y lo no-invariante, indica la inadmisibilidad de una contraposición externa y metafísica dualista de lo subjetivo y lo objetivo. Lo subjetivo y lo objetivo pasan el uno en el otro; el conocimiento es subjetivo no «tal como es», sino sólo en relación con otro sistema de conocimiento más preciso e integral. El desarrollo del conocimiento es el movimiento de lo subjetivo a lo objetivo, la superación constante de la subjetividad, el «vertido» de lo subjetivo en lo objetivo (Lenin), la elevación del grado de objetividad del conocimiento.
Ahora debemos considerar las interpretaciones subjetivistas del papel de la actividad objetiva en la reproducción teórica del objeto.
Ya hemos dicho que la práctica de la ciencia moderna brinda mayor convicción a la tesis de que la evaluación de los conceptos teóricos presupone el establecimiento de ciertas dependencias empíricas entre situaciones reproducibles por la experimentación práctica, y también entre los resultados empíricamente establecidos de estas situaciones. Esto no significa, sin embargo, que el contenido de los conceptos teóricos pueda ser reducido al contenido de una serie de operaciones de medida. En el operacionalismo de P. W. Bridgman, sin embargo, el significado de los conceptos teóricos se identifica prácticamente con el contenido de las operaciones de medición y se subraya que diversos conceptos corresponden a diversos conjuntos de operaciones de esta especie. Desde el punto de vista del operacionalismo, no tiene sentido hablar en ciencia de una realidad objetiva independiente de las operaciones de que experimenta.
Pero la noción de conocimiento como una forma de actividad intencionada del sujeto no anula el hecho de que el conocimiento es simultáneamente el reflejo del objeto, la reproducción ideal de la realidad que existe independientemente de la conciencia.
Si no aceptamos el hecho de que las operaciones experimentales y de medición realizadas por el sujeto están, al igual que las operaciones teóricas, determinadas en cuanto a su contenido por el objeto, no podremos comprender el significado de estas operaciones en sí mismas. El intento de Bridgman de definir los conceptos teóricos de la física en términos de operaciones experimentales implicaba la necesidad de descubrir criterios para generalizar las diversas operaciones (ya que todas las operaciones difieren entre sí). Tales criterios no podrían establecerse operacionalmente en términos del operacionalismo de Bridgman porque éste entiende las operaciones como algo directamente dado, que lleva su contenido en sí mismo (aproximadamente en el mismo sentido que el de la doctrina de los positivistas lógicos sobre los datos-sentidos inmediatos). Dado que cualquier operación depende para su contenido del objeto sobre el que se dirige, las operaciones con la misma forma externa pueden tener un contenido cognitivo bastante diferente. Es la estructura del objeto real de la cognición lo que nos hace unir diferentes operaciones experimentales y teóricas como operaciones que se refieren a un mismo objeto y caracterizan el significado de un concepto. A pesar de las fórmulas de los operacionalistas, la ciencia moderna reconoce la tremenda importancia de los conceptos teóricos, que permiten pasar de un conjunto de operaciones de medida a otro y que reflejan las propiedades de la realidad objetiva.
Otro problema que ha llamado cada vez más la atención de los especialistas en metodología de la ciencia es el de la necesidad de tener en cuenta la implicación de la relación teórica científica con la realidad en el sistema más amplio de los diversos medios de conocimiento del mundo empleados por el hombre social. La filosofía del positivismo lógico, que hasta hace poco dominaba la investigación sobre la metodología de la ciencia en Europa Occidental y Estados Unidos, partía de la oposición fundamental entre las relaciones filosóficas («metafísicas») y las relaciones científicas especializadas, cognitivas y evaluativas con la realidad, tratando en última instancia la investigación teórica como un medio especial de describir los hechos empíricos «inmediatamente dados». Hoy, sin embargo, los trabajos occidentales sobre «filosofía de la ciencia» dan prioridad a otra escuela de pensamiento, representada por la obra de Thomas Kuhn, Imre Lakatos, Paul Feyerabend y otros. Esta escuela hace hincapié en la conexión necesaria entre la formulación y discusión de cualquier problema científico y la aceptación de un «paradigma» (Kuhn) o «programa de investigación» (Lakatos) definido, basado en varios supuestos filosófico-«metafísicos». Pero si en general se reconoce la conexión de este última con la aceptación de un determinado sistema de orientaciones valorativas, la ciencia –según esta forma de estudiarla– no puede aceptarse tal como es, sin tener en cuenta su lugar en el sistema más amplio de la cultura (Kuhn subraya la estrecha conexión del «paradigma» con el sistema de instituciones sociales y culturales). Es más, en sí misma la relación teórica científica con el mundo expresa una determinada orientación valorativa (Feyerabend subraya especialmente este punto). Finalmente, si una construcción teorética no es simplemente una «descripción abreviada» de los hechos o un esbozo de la transición de unos hechos a otros, si la propia descripción de los datos empíricos presupone la evaluación y la interpretación a través del prisma de las proposiciones teóricas, la distancia entre los enunciados evaluativos y los enunciados de los hechos resulta no ser muy grande.
En cualquier caso y de acuerdo con estas nociones, la ciencia no sólo como institución social sino también como sistema de medios de obtención de conocimientos (es decir, analizada en su aspecto metodológico) aparecería estrechamente implicada en el contexto más amplio de las diversas relaciones humanas con el mundo y no puede comprenderse plenamente sin tener en cuenta a este último.
Tal como subraya Feyerabend (citando a Marx), es necesario tener en cuenta el carácter esencialmente humano de la ciencia, su implicación en el sistema de actividad. Las normas más rigurosas de la investigación, prosigue, no se imponen a la ciencia «desde fuera», sino que están inseparablemente ligadas a la esencia creadora del proceso cognitivo.
Al mismo tiempo, debe señalarse que los representantes en su conjunto de esta corriente de la «filosofía de la ciencia» no ofrecen tanto soluciones aceptables como un planteamiento sin concesiones de algunas de las cuestiones implicadas en el estudio filosófico-metodológico de la ciencia.
Pero los planteamientos brindados por esta escuela, las dependencias que consideran fundamentales (análisis histórico del conocimiento, conexión entre el pensamiento filosófico y el pensamiento científico especializado, unidad de la descripción empírica y de la interpretación teorética, etc.), y que se consideran en las contemporáneas literatura británica y estadounidense como una orientación radicalmente nueva de la «filosofía de la ciencia» en un contexto filosófico y científico fundamentalmente diferente, todas estas dependencias caracterizan el análisis marxista del conocimiento, ciertamente (¡y esto es de una importancia fundamental!) en un contexto filosófico y científico esencialmente diferente. Dar cuenta del hecho de que el conocimiento científico está implicado en el sistema de relaciones sociales, en el contexto de los diversos medios por los que el hombre social comprende el mundo, es uno de los rasgos fundamentales de la tradición marxista en el estudio del conocimiento, y en el marco de esta tradición se han obtenido resultados científicos sustanciales.
No es debatible que la ciencia no puede existir sin el hombre. Y cuando los positivistas lógicos sostenían que la tarea de la «filosofía de la ciencia» consistía en el análisis del lenguaje lógico de sistemas teoréticos prefabricados, se daban cuenta a la perfección, por supuesto, de que los sistemas teoréticos y su lenguaje no existen fuera de la actividad humana. El asunto es cómo se incluye al hombre, el sujeto, en la materia de la metodología de la ciencia. En los últimos años, Karl Popper ha propagado la idea de una «epistemología sin sujeto». La esencia de esta concepción no es tanto la eliminación del sujeto del análisis epistemológico, metodológico (al fin y al cabo, el reconocimiento de un «sujeto cognoscente» no contradice la base de este punto de vista), como el tratamiento del contenido de las normas lógicas y metodológicas como irrelevantes para la actividad cognoscitiva creadora del sujeto e impuestas a éste, por así decir, desde fuera.
La filosofía marxista, a la vez que subraya el carácter objetivo del conocimiento científico, su reflejo de una realidad objetiva que existe independientemente del sujeto, mantiene sin embargo como condición necesaria para la adquisición de un conocimiento científico genuinamente objetivo que debe tenerse en cuenta el lugar del sujeto como ser real en la producción del conocimiento. El conocimiento científico no sólo está genéticamente condicionado por la relación práctico-objeto del hombre con el mundo, sino que también funciona continuamente en el amplio sistema de orientaciones práctico-valorativas.
Esencial para la comprensión marxista de las categorías de la dialéctica materialista como aparato metodológico del conocimiento científico es el enfoque histórico del análisis del conocimiento, entender que la historia interpretada dialécticamente de la relación sujeto-objeto provoca cambios no sólo en el conocimiento, sino también en su estructura lógica. El desarrollo de la ciencia va de la mano de la transformación de su estructura lógica, que se expresa, por un lado, en los cambios que tienen lugar en la relación entre los niveles teórico y empírico del conocimiento, el papel de los modelos y los formalismos matemáticos, y, por otro, en los cambios que afectan a la estructura categorial del pensamiento científico. De esta forma, por ejemplo, el giro revolucionario que experimenta actualmente la ciencia (componente esencial de la revolución científica y tecnológica) encuentra una expresión específica en la promoción de aquellas categorías del pensamiento científico que estaban «en la sombra» durante el periodo de la ciencia natural clásica (objeto-relación, sistema-elemento, sujeto-objeto, etc.). Este cambio también se expresa en un cambio en las relaciones lógicas entre las categorías que funcionan en la cognición (a menudo descrito como el nuevo «estilo» del pensamiento científico natural).
De gran importancia en este contexto es la idea de Lenin de que la teoría marxista del conocimiento y la dialéctica debe construirse a partir de campos del conocimiento como la historia de la filosofía, la historia del conocimiento en general, la historia de las ciencias especializadas, la historia del desarrollo mental del niño y de los animales, la historia del lenguaje, la psicología y la fisiología de los órganos de los sentidos.2
«La continuación de la obra de Hegel y Marx», escribió Lenin, «debe consistir en la elaboración dialéctica de la historia del pensamiento, la ciencia y la técnica humanos». 3 La dialéctica materialista como metodología de la cognición apunta a la riqueza de la experiencia histórica de la actividad cognoscitiva de la humanidad y subraya el carácter relativo y limitado de cualquier sistema lógico-metodológico «cerrado».
Las categorías de la dialéctica marxista no son sólo un conjunto de disposiciones rígidas que nunca cambian. Estas categorías sí cambian y se enriquecen a medida que la ciencia y la práctica social se desarrollan. Por lo que el análisis metodológico marxista de la ciencia no puede reducirse a la aplicación de un conjunto de categorías rígidas o al análisis de tal o cual teoría científica osificada. Presupone un enfoque esencialmente histórico tanto de la ciencia como de la filosofía. Al mismo tiempo, la plena realización del amplio programa propuesto por Lenin para el estudio de la historia del conocimiento es una tarea que todavía tienen que llevar a cabo los marxistas de hoy.
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Debemos ahora considerar aún otro aspecto de la dialéctica del sujeto y el objeto, un aspecto que tiene especial importancia cuando se discuten los problemas metodológicos de las ciencias relativas al hombre. Ya hemos dicho que la producción de conocimiento objetivo presupone no sólo la asimilación pasiva por parte del sujeto de un contenido dado desde el exterior; sino que implica una actividad intencionada por parte del sujeto, actividad que incluye también un cierto grado de autorreflexión, es decir, la toma de conciencia por parte del sujeto tanto de su lugar en el mundo objetivo como del carácter de su actividad en relación con los objetos. Ahora debemos enfatizar en otro elemento fundamental de la filosofía marxista: el sujeto sólo puede conocerse a sí mismo en la medida en que aclara su lugar en la realidad objetiva, en la medida en que se relaciona a sí mismo y a su mundo –el mundo de su mente, un mundo ideal– con el mundo de los objetos reales, los cuerpos naturales, por un lado, y, por otro, los objetos socialmente significativos creados por la humanidad (instrumentos de trabajo y otros productos de la actividad humana que comprenden medios de funcionamiento socialmente probados, símbolos lingüísticos, etc.).
Únicamente conociendo el mundo objetivo y estableciendo los resultados de su cognición en una forma objetivada puede el sujeto llegar a sí mismo, al mundo de su conciencia, a lo psicológico y a lo ideal. No hay otra manera de que el sujeto se conozca a sí mismo.
Así, el objeto no sólo no está dado inmediatamente para el sujeto, sino que tiene que ser reproducido por la actividad del sujeto cada vez con mayor precisión en el conocimiento. Tampoco el propio sujeto está dado inmediatamente en relación consigo mismo (a diferencia de lo que opinaban Descartes y Husserl). Al mismo tiempo, el sujeto no está «más allá» de su actividad como una especie de misteriosa «cosa en sí misma», cuya manifestación en el mundo de los fenómenos no tiene nada en común con su esencia (Kant y Schopenhauer). El sujeto segregado de su actividad de objetivación, transformación y reproducción ideal del mundo objetivo está vacío, carece de sentido y simplemente no existe como sujeto histórico. «Ni la naturaleza objetiva ni la naturaleza subjetiva se dan directamente en una forma adecuada al ser _humano_», escribió Karl Marx.4 El hombre experimentándose a sí mismo como «ego» presupone su aprendizaje de las formas del trato humano (en relación con cualquier individuo dado aparecen como una fuerza objetiva) y la posibilidad, hasta cierto punto, de considerarse a sí mismo desde la posición de «otra persona», el representante general de la sociedad, una clase o grupo social.
El hombre se conoce a sí mismo conociendo las formas de actividad de la vida social creadas por la humanidad. Además, el proceso de autoconocimiento es interminable porque su conocimiento de estas formas va acompañado de la creación constante de nuevas formas. Por lo que no se trata de que el sujeto, como objeto ya hecho y definido en sí mismo, sea simplemente infinitamente complejo en sus conexiones y mediaciones internas, sino de que el sujeto no está prefabricado en absoluto; al contrario, emerge como algo que no es igual a sí mismo, como un «drenaje» continuo más allá de sus propios límites. Además, todo acto de conocimiento de las formas objetuales creadas por la humanidad resulta estar conectado con el replanteamiento que el sujeto hace de sí mismo, con su despliegue de nuevas tareas y la creación de nuevas formas de actividad. Es este hecho el que se plasma en la concepción marxista de la práctica como el proceso histórico global de la actividad transformadora de objetos del sujeto en la comprensión marxista del hombre, no como un producto pasivo de condiciones objetivas dadas externamente, sino como el creador de su propia historia de acuerdo con las leyes objetivas del desarrollo histórico. De ahí la tesis de la naturaleza socio-histórica del sujeto que tanta importancia tiene en el marxismo.
También es fundamental para el marxismo la tesis de que el sujeto de la práctica y el conocimiento no es un «Robinson epistemológico», sino un vehículo de la sociabilidad, «el conjunto de las relaciones sociales» (Marx). Que el sujeto está socialmente condicionado implica su pertenencia a un grupo social, en particular a una u otra clase, esto repercute necesariamente en el carácter tanto de la práctica como del conocimiento. En la sociedad de clases no puede haber una única práctica «humana universal». Sólo existe la práctica de clases sociales diferentes, a menudo opuestas y, sobre todo, de clases como el proletariado y la burguesía. Este hecho tiene un efecto muy sustancial sobre el carácter de la cognición de los sujetos implicados en diversos tipos de actividad social.
No es el objetivo de este artículo considerar en detalle los problemas metodológicos relacionados con la cognición del sujeto y formas tan específicas de su actividad vital como la conciencia, la mentalidad y el ideal. Sólo podemos referirnos al fructífero trabajo realizado en la psicología contemporánea sobre el problema del ideal como realización de la tesis filosófica marxista de que el sujeto debe ser entendido no como algo especial «puramente espiritual» que se encuentra junto al mundo de las cosas objetivas, sino principalmente como el sujeto socialmente condicionado de la actividad práctica. Tenemos en mente sobre todo los trabajos de los psicólogos soviéticos L. Vygotsky y A. Leontyev.5
En estos estudios, la noción del ideal se realiza no simplemente como contemplación pasiva de ciertas esencias ideales distintas de los objetos físicos reales, sino como una forma especial de actividad, una actividad cuyas operaciones se derivan de la actividad práctica de transformación de los objetos reales, aunque no se ocupe directamente de ellos, sino de objetos que representan otros objetos reales (los símbolos lingüísticos, los dibujos y símbolos utilizados en el conocimiento, el lienzo y las pinturas en la pintura, el mármol en la escultura). El objeto ideal se distingue del real no por el hecho de que exista en algún lugar de otro mundo (el ideal sólo puede establecerse en la medida en que se encarna en objetos materiales, perceptibles sensorialmente), sino por el hecho de que el objeto ideal representa a otro objeto, es decir, «habla» no de sí mismo, sino de este otro objeto. Así pues, el ideal es un tipo especial de actividad encarnada en una forma externamente sensitiva. Esto no excluye el hecho de que ciertos momentos de la actividad ideal puedan posteriormente «involucionar», es decir, que el sujeto deje de ser consciente de ellos y el ideal pueda así «interiorizarse», en cuyo caso el ideal se presenta al sujeto como contemplación directa de un objeto externamente dado y aparece como una especie de esencia existente en algún mundo ideal especial.
Al mismo tiempo, no debemos olvidar la distinción entre actividad ideal y actividad práctica. La distinción radica en el hecho de que la actividad ideal participa como un componente necesario en la actividad vital humana como un todo sólo en la medida en que logra de una forma u otra (por regla general, de forma bastante compleja y mediada) abrirse camino hacia la actividad práctica. El producto de la práctica tiene valor para el hombre en sí mismo. El objeto ideal como producto de la actividad ideal tiene valor no en sí mismo, no en su naturaleza «corpórea», objetivada, sino sólo en cuanto relacionado con otro objeto, como representante de la realidad. En otras palabras, la práctica cambia la realidad, mientras que la actividad ideal es el reflejo de la realidad.
Este artículo ha tratado sólo algunos elementos fundamentales de la relación entre la comprensión marxista de la dialéctica sujeto-objeto y los problemas contemporáneos de la metodología de la ciencia. Todo el gran complejo de estos problemas exige una elaboración exhaustiva y detallada desde posiciones marxistas.