Luis Alberto Romero: Los nuevos derechos humanos (original) (raw)

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18 de junio del 2008

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Argentina

Los nuevos derechos humanos

Luis Alberto Romero

Club de Cultura Socialista. Argentina, junio del 2008.

Es sabido que los sentidos de las palabras cambian. Sucesivas generaciones van desplegando variantes, matices, y en esa evoluci�n puede concluirse en las ant�podas, como ha ocurrido, en tres siglos, con la palabra liberalismo. Pero a veces esos cambios ocurren delante de nuestras narices, como en el caso de los derechos humanos. En 1983 los asociamos naturalmente con el Estado de Derecho; en 2003 son reclamados como bandera por un gobierno autoritario, cuya pol�tica al respecto se ubica en las ant�podas de la de 1983.

Por aquellos a�os, los derechos humanos se filiaban con naturalidad en las Declaraciones de Inglaterra de 1688, de Francia de 1789 o de las Naciones Unidas de 1946. Esta tradici�n, poco frecuentada en la Argentina del siglo XX, resurgi� durante la dictadura militar, principalmente por obra de varias abnegadas asociaciones defensoras de los derechos, y en primer lugar Madres de Plaza de Mayo. Ellas proclamaron un absoluto �tico que se convirti� en el faro de la nueva pol�tica: no hay fin que justifique los medios, si estos son violatorios de los derechos.

Por entonces el Estado de Derecho se convirti� en el marco deseable de la convivencia social y pol�tica civilizada; tambi�n se valor� el pluralismo, la argumentaci�n y el acuerdo. Y naturalmente, la democracia. El gobierno constitucional de 1983 supo enlazar el juicio a los m�ximos responsables del terrorismo de estado, que encar� con destacada eficiencia, con la fundamentaci�n del estado de derecho. La Argentina ser�a gobernada por la ley.

Las cosas no fueron exactamente as�. A la ilusi�n democr�tica inicial sigui�, pendularmente, la desilusi�n, alimentada por las sucesivas crisis econ�micas, y tambi�n por la capacidad de resistencia de la corporaci�n militar frente a un gobierno civil progresivamente m�s d�bil.

En ese contexto, el movimiento inicial de los derechos humanos fue desgaj�ndose Algunos siguieron fieles a las l�neas iniciales, y otros que desarrollaron pr�cticas e interpretaciones parciales. Un sector, fuerte en diversas organizaciones civiles, se proclam� tutor de la memoria correcta del pasado. El "deber de memoria" se apoy� en citas rituales del Holocausto y se expres� con tono elevado, �ndice admonitorio, juicio moral contundente y subsecuente condena. Los "escraches" son una herencia, quiz� bastarda, de esa l�nea.

Otros cuestionaron el punto de la interpretaci�n de 1983 seg�n el cual la sociedad hab�a sido "v�ctima inocente" del terrorismo de estado. Con raz�n, afirmaron que muchas no eran tales, sino militantes, luchadores. Pero de all� muchos pasaron a la reivindicaci�n de sus principios y de sus m�todos. Se proclam� nuevamente la superioridad de los fines y la legitimidad de apelar a cualquier medio. La democracia construida en 1983 ser�a s�lo el terreno adecuado para una segunda oportunidad, o al menos para una buena revancha.

Otros se consagraron de manera profesional a la defensa de los derechos humanos, una actividad que requiere especializaci�n y capacitaci�n. Algunos de quienes lo encararon desde el punto de vista profesional se sintieron atra�dos por la posibilidad de una carrera. De una organizaci�n de derechos humanos se pod�a, por ejemplo, pasar a una funci�n p�blica afin, y desde all� entrar al mundo de la pol�tica lisa y llana. En estos casos, fue com�n la combinaci�n de una alta dosis de principismo y otra de pragmatismo, lo que hizo poco favor al prestigio de los principios.

Desde 2003 estas tendencias han confluido en lo que el presidente Kirchner -un reci�n llegado en estas lides - declar� la refundaci�n de la pol�tica de derechos humanos. Nada se habr�a hecho antes, y en cierto sentido de realidad no le faltaba raz�n, pues estaba hablando de algo distinto. Pero en rigor, los elementos que puso en juego se hab�an cocinado previamente, a fuego lento, en el caldero pol�tico ideol�gico de la Argentina en crisis.

En ese nuevo componente se integr� la tradici�n de los due�os de la memoria, con su gusto por la espectacularidad y su intolerancia; inclusive se institucionaliz� el escrache. A ello se agreg� la reivindicaci�n de la militancia de los setenta, toda junta, con su idealismo y su pr�ctica, que hab�a incluido la violencia asesina. Se tom� distancia del ideal del Estado de Derecho, y aun de la noci�n misma de estado organizado. Este sentido tiene la pr�ctica de un estilo de gobierno m�s personal que institucional, el avance sobre la independencia del poder judicial -con un par de comisarios pol�ticos en el Consejo de la Magistratura- o la destrucci�n de una agencia como el Indec, esencial para desarrollar cualquier pol�tica estatal que vaya m�s all� del impulso volitivo. En cuanto al pluralismo, la imagen de poner al otro de rodillas es elocuente en cuanto a su valoraci�n.

En este contexto, la reanudaci�n de los juicios a los agentes del terrorismo de Estado -una medida sin duda plausible, que podr�a formar parte de la concepci�n de los derechos humanos de 1983- adquiere un significado muy distinto, m�s ligado a la revancha que al Estado de Derecho.

Por �ltimo, lo m�s importante. Algunas de las organizaciones de derechos humanos est�n siendo sistem�ticamente cooptadas desde el gobierno. Hay un intercambio de subsidios, imprecisos e incontrolados, por apoyo pol�tico y legitimaci�n en nombre de los antiguos principios. Es cierto que en una relaci�n hay siempre dos partes que deciden lo que quieren hacer; pero tambi�n, el Estado tiene responsabilidades mayores. Deber�a haber cuidado a las organizaciones de derechos humanos, y no hacer de ellas un instrumento de gobierno.

El problema no se limita a aquellas que eligieron ese camino, sino al principio mismo que las anim�. Por ese camino, el poder moral que ten�an, construido en las luchas contra la dictadura y ratificado durante la construcci�n de la democracia, se erosiona y desaparece. Considero que esta es la consecuencia m�s terrible y lamentable de esta pol�tica de derechos humanos, ubicada en las ant�podas de la de 1983.

(*) Luis Alberto Romero es historiador.

Publicado originalmente en el diario La Naci�n, de Argentina