Sergio Ram�rez: Espa�a: Huellas de ayer y ma�ana (original) (raw)

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12 de marzo del 2008

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Espa�a

Huellas de ayer y ma�ana

Sergio Ram�rez

La Insignia. Espa�a, 10 de marzo.

He respirado los aires electorales en Espa�a, tan distintos a los de mi pa�s, pero no menos enconados. En Nicaragua las tensiones saltan como fuegos pirot�cnicos entre las vociferaciones, y aqu� discurren en las pl�ticas de caf� y en las mesas de los restaurantes, y se disfrazan en la cortes�a enga�osa de los medios de comunicaci�n que esconden bajo guantes blancos sus alineamientos obvios, no en todos los casos, claro est�, porque algunos muestran sus enconos de frente. No hay ruidos proselitistas, salvo en las pantallas de televisi�n, y los m�tines, generalmente bajo techo, o en el encierro de una plaza de toros, no dejan llegar sus ecos a la calle que permanece ajena a las fiebres de campa�a. Los carteles con los rostros de los candidatos a la presidencia del gobierno aparecen discretamente colocados en los postes de iluminaci�n, sin que nadie parezca que se preocupe de alzar a verlos.

Si todo discurre en sordina, los protagonistas con mayor intenci�n de voto, y verdaderos competidores, son el Partido Socialista Obrero Espa�ol (PSOE), y el Partido Popular (PP), que se reparten la lucha entre izquierda y derecha, mientras Izquierda Unida (IU), m�s a la izquierda del PSOE, no parece reunir �mpetus suficientes entre los votantes para salir del s�tano de preferencias donde se halla. Y no sab�a que existiera otra fuerza m�s a la derecha del PP, hasta que una ma�ana, camino al quiosco en busca de los peri�dicos, me hall� las vitrinas de los comercios empapeladas con carteles rojo sangriento fijados con grueso almid�n, que anunciaban el mitin de cierre de campa�a de la Falange en un hotel de Madrid. Para m�, una verdadera resurrecci�n de los muertos: el yugo y las flechas del partido de Primo de Rivera asaltan la vista en los carteles, con alarde fantasmag�rico.

Como cualquier ciudadano entre millones, me sent� frente al televisor a presenciar el primero de los debates entre Jos� Luis Rodr�guez Zapatero y Mariano Rajoy, que dur� dos horas. Todo el mundo segu�a desde sus casas el combate cerrado, como el de dos boxeadores trabados en el cuadril�tero, a ver qui�n sacaba m�s sangre al otro, ataques en busca del nocaut, m�s que propuestas. Y es curioso. Ninguno de aquellos con quienes habl� antes del debate, del que todo el mundo se ocupaba en las conversaciones, estaba dispuesto a dejarse convencer por los argumentos que esgrimieran los adversarios. Cada quien ten�a sus opiniones hechas y hab�a de mantenerlas. Un debate para cerrar filas, y as� lo confirmaron las encuestas posteriores, que dieron victoria ajustada para Zapatero.

Entre todos los temas debatidos, yo he elegido uno para comentar porque concierne a Am�rica Latina, y es el de los inmigrantes. En la pantalla, pese a su aspecto atildado y su barba bien recortada, imagen del buen funcionario que lleva correctamente sus cuentas, Rajoy toma prestadas algunas flechas al escudo de armas de la Falange. Hay una insistencia suya, marcada en el gui�n preparado para este debate, acerca del car�cter intr�nsecamente maligno de la llegada de los extranjeros que buscan quedarse, una invasi�n que hace peligrar las sanas costumbres espa�olas, y lo ha repetido luego en un mitin en Canarias, resumi�ndolo todo bajo una frase lapidaria: "no cabemos".

Los inmigrantes, que siempre huelen a azufre. Son los responsables de los delitos de sangre, los que llenan las c�rceles, los que perturban a los vecinos pac�ficos en los barrios, los que traen costumbres perniciosas y disolventes, entre ellas la poligamia, los que vienen a formar guetos, los que limitan a los espa�oles su acceso a la salud y la educaci�n, porque desbordan, ellos y sus ni�os, los colegios p�blicos, los comedores escolares, las cl�nicas y hospitales. En fin de cuentas, los indeseables. Y por mucho que se disfrace con comedimientos y ambig�edades, es la xenofobia en vivo y a todo color, que busca azuzar el miedo a los otros, a los que son diferentes, y los demoniza.

Extra�os caminos los de la xenofobia. Rajoy es gallego, y Galicia es un pa�s de emigrantes, tanto que en Cuba todos los espa�oles son llamados gallegos, y Argentina es tan territorio italiano como gallego, por no hablar de los miles que emigraron al Brasil desde fines del siglo XIX; no otra historia que la de esa inmigraci�n se cuenta en la subyugante novela maestra de N�lida Pi��n, La rep�blica de los sue�os. �Y qu� ha sido Espa�a toda a lo largo de los siglos, sino un territorio de constantes emigraciones e inmigraciones, pero, adem�s, un territorio de diversidades, un molde cambiante? Diversidad de pueblos, de lenguas, de costumbres, que vinieron a darle, al fin y al cabo, su propia identidad, una identidad que no podr�a explicarse sin esa diversidad, que es su riqueza.

En una lecci�n impartida en la Universidad de Georgetown en el a�o 2004, Jos� Mar�a Aznar, mentor de Rajoy y anterior l�der del PP y presidente del gobierno, sac� otra de las flechas de aquel viejo carcaj cuando dijo que la victoria m�s antigua de Espa�a contra el terrorismo hab�a sido la expulsi�n de los �rabes del territorio espa�ol, cruzada cat�lica que concluy� con la toma de Granada en 1492. Mejor lo cito: "El problema que Espa�a tiene con Al Qaeda y el terrorismo isl�mico no comienzan con la crisis de Irak (...) deben retroceder al menos 1.300 a�os, a principios del siglo VIII, cuando Espa�a, recientemente invadida por los moros, rehus� convertirse en otra pieza m�s del mundo isl�mico y comenz� una larga batalla para recobrar su identidad. Este proceso de reconquista fue largo, unos 800 a�os�."

La reconquista, como paradigma, niega la identidad compartida, y niega ese proceso arduo y m�gico que es el mestizaje cultural, un constante hervor del que resulta siempre una sustancia variable, y viva. Ni en el m�s negro de los sue�os pintados por Goya en los muros helados de la historia espa�ola, puede vislumbrarse la idea de una mutilaci�n beneficiosa, una cultura que se imagine a s� misma arranc�ndose pedazos de carne para purificarse, y poder caminar inv�lida en la oscuridad.

Qu� lengua hablar�amos entonces a ambos lados del Atl�ntico, y qu� cultura tendr�amos, si las palabras heredadas de los �rabes hubieran sido mutilables, o antes, de los godos y los celtas, y m�s antes a�n, las de los fenicios, y los romanos, y los griegos, todos ellos pueblos extranjeros. �Y qu� m�s extranjeros que los espa�oles en Am�rica, a la hora de la conquista? Y qu� lengua hablar�amos de este lado si el espa�ol que lleg� a nuestras costas no hubiera sido el fruto de todos esos componentes nacidos en la pen�nsula de fuentes tan diversas, y que se nutri� entonces de m�ltiples voces americanas y africanas.

No hay, pues, una Espa�a gris y lisa, una sola superficie cultural sin estr�as ni relieves, ni alteraciones y fisuras, una losa impermeable sobre la que las inmigraciones sean incapaces de dejar huellas, ayer y ma�ana. De muchas maneras, �ste es un viaje de ida y vuelta. Los ecuatorianos, peruanos, dominicanos, que dejan o�r sus voces en las calles y en los balcones de Vallecas y Lavapi�s, apenas est�n volviendo.

Madrid, marzo del 2008.