Felipe Giménez Pérez, Televisión, elitismo y democracia, El Catoblepas 5:25, 2002 (original) (raw)
El Catoblepas • número 5 • julio 2002 • página 25
Felipe Giménez Pérez
Se enfrentan las posiciones sobre la televisión y el pueblo defendidas por
Pierre Bourdieu, Giovanni Sartori y Gustavo Bueno
1. La televisión, ¿Perjudica a la democracia?
La televisión y sus contenidos vienen determinados por el régimen político del Estado. La televisión ha florecido en los Estados democrático-burgueses en su fase de Estados sociales del bienestar. Esta forma contemporánea de dominación política es posterior a 1945.
Montesquieu distinguía entre la naturaleza de un régimen político –lo que hacía que fuera como era– y su principio –lo que le movía a actuar– y afirmaba que la naturaleza de la república democrática consistía en que gobernaban todos los ciudadanos y su principio era la virtud, la virtud cívica. Lo mismo llega a decir Robespierre en sus discursos ante la Convención{1}. «Pues, ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir la fuerza esencial que le sostiene y le mueve? La virtud. Me refiero a la virtud pública que tantos milagros obró en Grecia y en Roma, y que debe producir milagros mucho más asombrosos en la Francia republicana; me refiero a esa virtud que no es otra cosa que el amor a la patria y a sus leyes... No solamente la virtud es el alma de la democracia, sino que no puede existir más que en este gobierno.» El despotismo es la corrupción, algo aristocrático. La república democrática fomenta y sólo se sostiene por la virtud de sus ciudadanos, entendida ésta no como algo privado e individual sino como virtud cívica consistente en el patriotismo y en el servicio público y en el interés por los asuntos públicos.
Cabría pensar según lo arriba señalado que la televisión en un Estado democrático fomenta la virtud cívica, democrática, política. En principio nos inclinamos a pensar que la televisión de un Estado democrático está al servicio del Estado democrático, de su eutaxia política. Pero por lo que algunos hombres doctos afirman en sus críticas a la televisión, parece que eso no es así. Parece que el efecto de la televisión es el inverso al fomento de la virtud cívica entre los ciudadanos de la democracia. Por lo demás, a la vez que se han ido desarrollando las críticas a la democracia, de forma paralela, se han desarrollado desde su surgimiento en los años cincuenta, las críticas a la televisión. La crítica cultural de la televisión es una continuación por otros medios de la crítica reaccionaria, marxista o elitista de la democracia y del liberalismo. Algunos incluso opinan que la televisión es un peligro para las artes, las letras y las ciencias además de serlo para la propia democracia. «Pienso en efecto, que la televisión... pone en muy serio peligro las diferentes esferas de la producción cultural: arte, literatura, ciencia, filosofía, derecho; creo incluso, al contrario de lo que piensan y lo que dicen, sin duda con la mayor buena fe, los periodistas más conscientes de sus responsabilidades, que pone en un peligro no menor la vida política y la democracia»{2}.
Este mismo autor no tiene ningún empacho en declarar abiertamente que la televisión fomenta el racismo, la xenofobia, el nacionalismo y la guerra y todo ello por ganar audiencia. Se trata en última instancia de «las posibilidades de explotar a fondo estas pasiones primarias que suministran, hoy en día, los modernos medios de comunicación»{3}.
Los críticos de la televisión sostienen que la televisión deteriora la capacidad ética, política, intelectual, científica y estética del homo sapiens, incluso alguno afirma que ha fabricado al homo videns, degeneración antropológica del homo sapiens, el último hombre. Conceden demasiado poder a la televisión a mi juicio pero es algo en lo que coinciden los críticos de la televisión como instrumento de degeneración del vulgo. Como en la democracia se supone que el pueblo siempre tiene razón y que no se equivoca, entonces la televisión al embrutecer al pueblo, constituye un verdadero peligro para la democracia.
Pierre Bourdieu afirma que en la televisión no se puede decir gran cosa. El sabio no rehuirá hablar en televisión pero sólo lo hará en determinadas condiciones. El que quiere salir en televisión a toda costa no lo hace por tener que decir algo sino para dejarse ver y ser visto. Decía ya Berkeley que ser es ser visto. Efectivamente eso es así para Bourdieu. Añade éste sin embargo que eso significa estar bien visto por los periodistas. Ahí se produce a su juicio un juego de componendas y compromisos entre bastidores. Los filósofos y los escritores o los llamados «intelectuales» tienen una necesidad objetiva de aparecer continuamente en la televisión. Afirma Bourdieu que escriben para salir en la televisión. ¿No será mejor decir que aparecen en televisión para vender lo que han escrito?
Negarse a expresarse por televisión no es defendible, afirma Bourdieu. Sin embargo, el hombre razonable se expresará en televisión siempre que las condiciones sean convenientes.
Ahí está el problema fundamental de la televisión: la incultura del vulgo. No todo el mundo va a entender el lenguaje académico. Pero entonces surge la pregunta ¿Merece el sabio ser escuchado por todo el mundo? ¿Deberá ser escuchado por todo el mundo?
De todos modos, hay que reconocer la existencia de la censura en la televisión. Esta censura es de naturaleza política.
Una de las críticas fundamentales de Bourdieu a la televisión es que ésta hace perder mucho tiempo que podría emplearse en otras actividades más útiles e interesantes. En esto tengo que estar de acuerdo con Bourdieu. El coste de oportunidad de la televisión es alto. Cuando no veo la televisión y leo filosofía gano mucho a decir verdad. Pero igual se podría predicar esto de casi todas las prácticas humanas. También el oír la radio quita tiempo, el dormir, el leer periódicos, libros absurdos, &c.
Su gran influencia en las masas es la causa de su peligrosidad para la democracia. Si la democracia es el gobierno de la opinión, de los votos del vulgo y el vulgo está sometido a la influencia de la televisión, la democracia será el gobierno de los que controlan la televisión. Hay un público culto que lee periódicos, oye la radio, está muy bien informado y hay un público inculto que sólo ve la televisión y es el mayoritario. Parece entonces que el pueblo no es una entidad colectiva homogénea, sino que está dividido entre los cultos o intelectuales y los incultos, influidos por la televisión. Dice Schopenhauer: «Quien no entiende latín pertenece al pueblo.» A lo que Feijoo contestaría: «Hay vulgo que sabe latín.» El hablar de las masas influidas por la televisión frente a los conscientes, produce una teoría de las élites como se verá más adelante. Hay que delimitar bien entonces qué es el pueblo.
La televisión influye mucho con la imagen pues produce un efecto de realidad y hace por tanto creer lo que muestra. Puede dar vida a ideas y representaciones. Crea realidad. La televisión se convierte así en el árbitro del acceso a la existencia social y política.
Sin embargo, Bourdieu afirma que los periodistas no son todos iguales y que la unidad de los periodistas es polémica, contradictoria. Igual que la unidad del cuerpo de profesores de filosofía o de los miembros de la clase política. Pero entonces, debería haberse dado cuenta de que la audiencia de televisión no es tampoco algo homogéneo.
Los periodistas, en el Estado democrático, dice Bourdieu se guían y orientan siempre por los índices de audiencia. En una sociedad capitalista el mercado es la fuente de legitimidad.
Sin embargo, añade Bourdieu las más insignes producciones culturales de la humanidad: matemáticas, poesía, literatura, filosofía, se han caracterizado por ir a contracorriente de la lógica utilitaria del comercio.
Los índices de audiencia ejercen una mayor presión de la urgencia. La televisión entonces no resulta muy favorable para la expresión del pensamiento. El saber y el ocio y el tiempo tienen una gran vinculación entre sí. La urgencia impide pensar bien. La televisión sólo puede dar filosofía inmersa, popular.
Creo yo que en este sentido la televisión es ahora más zafia y más vulgar que antes.
Los locutores están en la televisión para hablar y tampoco se les puede exigir que piensen todo lo que dicen. Ello atentaría contra su dignidad profesional.
Cuanto más amplio es el público al que un medio de comunicación quiere alcanzar, más ha de limar sus asperezas para no escandalizar a nadie. En este sentido señala Bourdieu que la televisión está perfectamente adaptada a la mentalidad del vulgo. La televisión transmite un moralismo pequeño burgués y de paso dicta lo que hay que pensar.
Los filósofos televisivos llenan de contenido lo insignificante, lo anecdótico y lo accidental. El periodismo no tiene un objeto específico, se dedica a todo, como la filosofía y como la política.
La televisión es antiintelectual. En la televisión hablan los filósofos para los no filósofos. ¿Y por qué eso debiera ser considerado como negativo? ¿Acaso no recomendó Platón al filósofo descender a la caverna? Por ello, porque la televisión y la caverna de Platón guardan una estrecha analogía, por ello mismo, el filósofo debe descender a la televisión.
La televisión produce dos efectos: 1º Rebaja el derecho de entrada en un número determinado de campos. Puede consagrar como filósofo, escritor o sociólogo a personas incapaces. 2º Dispone de los medios para llegar al mayor número posible de personas.
Heidegger señaló el riesgo de nivelación y la televisión camina en esa dirección.
Se produce una dictadura del mercado y de la demagogia en la televisión. El peso predominante de lo comercial en el campo periodístico tiene consecuencias negativas. Lo comercial amenaza la autonomía de los diferentes campos de la producción cultural. La ciencia, la filosofía, el arte, quedan sometidos al veredicto del sufragio universal del vulgo.
La democracia es el gobierno de la opinión pública y esto produce la demagogia. Este afán de divertir al vulgo a cualquier precio produce finalmente la despolitización y ahí está el peligro que corre la democracia.
Por su parte, Giovanni Sartori, va más lejos, puesto que sostiene no ya que la televisión informe poco o mal o sea intelectualmente regresiva. Lo peor es que «el acto de telever está cambiando la naturaleza del hombre.»{4} Esto es porque «la televisión modifica radicalmente y empobrece el aparato cognoscitivo del homo sapiens.»{5} De creer lo que afirma Sartori, deberíamos destruir todos los televisores para salvar a la humanidad de su degradación epistemológica. Nada menos que la televisión genera un nuevo tipo antropológico, un nuevo tipo de hombre y ello es por la sencilla razón «de que nuestros niños ven la televisión durante horas y horas, antes de aprender a leer y escribir»{6}. Los niños son esponjas que absorben todo y son fácilmente modelables. «El problema es que el niño es una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve»{7}. Entonces el hombre «se reduce a ser un hombre que no lee, y, por tanto, la mayoría de las veces, es un ser «reblandecido por la televisión», adicto a los videojuegos de por vida»{8}. Parece ser que la televisión tiene inmensos poderes sobre el vulgo. Esto produce «el empobrecimiento de la capacidad de entender»{9}. A pesar de estas duras afirmaciones, matiza sin embargo Sartori que la televisión «No debe ser exaltada en bloque, pero tampoco puede ser condenada indiscriminadamente»{10}.
Entonces el hombre que lee es cada vez menos numeroso y la causa es el predominio de la televisión, de la imagen. El acto de ver está atrofiando la capacidad de entender. El saber por imágenes es democrático. El saber libresco es aristocrático cabría decir o concluir pues.
Estamos atravesando una época de decadencia intelectual y de avance de la ignorancia. La televisión es culpable, sentencia Sartori. Es más, tal es el poder de la televisión que Sartori no vacila a la hora de llamarla demiurgo, porque «la televisión invade toda nuestra vida, se afirma incluso como un demiurgo»{11}.
Esto tiene consecuencias políticas desastrosas. En la democracia, el pueblo tiene que tener capacidad política, prudencia política para poder dirigir los asuntos del Estado con buen sentido. Pero es así que la televisión trabaja en sentido contrario, ergo, la televisión es enemiga de la democracia.
Si la democracia es el gobierno de la opinión pública, entonces es el gobierno de la televisión porque «en el hecho de conducir la opinión, el poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea»{12}.
La opinión pública «es el conjunto de opiniones que se encuentra en el público o en los públicos. Pero la noción de opinión pública denomina sobre todo opiniones generalizadas del público, opiniones endógenas, las cuales son del público en el sentido de que el público es realmente el sujeto principal»{13}. Bien podría pensarse que la suma de todas las opiniones individuales privadas no es ninguna opinión pública. La opinión pública sólo lo es en cuanto se hace pública, sale del ámbito privado y psicológico individual. No hay peligro sin embargo de que el pueblo se equivoque con la opinión, con la doxa y pase luego algo de nefastas consecuencias. Esto pasaría en la democracia directa parece decirnos Sartori. No así en la democracia representativa. «Pero la democracia representativa no se caracteriza como un gobierno del saber sino como un gobierno de la opinión, que se fundamenta en un público sentir de res publica.»{14} Sartori afirma que la opinión pública debe ser del público, nacer del público mismo, no ser de procedencia externa. Me pregunto lo siguiente: si es doxa, ¿Qué más da de dónde provenga? Sigue siendo doxa a fin de cuentas. Eso le preocupa mucho a Sartori porque invalida la democracia.
Si el pueblo nada sabe, ¿cómo confiar el gobierno del Estado a tal animal irracional incapaz de la menor reflexión? Un pueblo tan manipulable por la televisión es forzosamente algo inseguro e inestable en sus amores y odios.
Por lo demás, la televisión no fomenta la conciencia nacional, sino la local porque «la televisión tiende a concentrarse en noticiarios locales»{15}. Además produce una irracionalización de la política al suscitar emociones en la masa. Esto es «la emotivización de la política, es decir, una política dirigida y reducida a episodios emocionales»{16}.
En las modernas democracias representativas «descubrimos que la base de información del demos es de una pobreza alarmante, de una pobreza que nunca termina de sorprendernos»{17}. La mayor parte de los ciudadanos nada sabe de los asuntos públicos. Pero esto parece ser la norma siempre:
«—CHORICERO: Pero, buen amigo, no tengo estudios, excepto las letras, y eso incluso mal.
—DEMÓSTENES: Ése es tu único fallo, aunque sea mal. El gobierno del pueblo no corresponde a gente instruida y de honestas costumbres, sino a los ignorantes y sinvergüenzas.»{18}
Realmente, si los datos que aporta Sartori son ciertos, entonces la situación es alarmante, pues afirma que «en Occidente, las personas políticamente informadas e interesadas giran entre el 10 y el 25 por ciento del universo, mientras que los competentes alcanzan niveles del 2 ó 3 por ciento»{19}. Es que ocurre que acaso «es toda la educación la que está decayendo y la que se ha deteriorado por el 68 y por la torpe pedagogía en auge»{20}. Aquí sí estoy de acuerdo con Sartori. Los progres son dañinos. Son nefastos para el bien público.
¿Cómo va a funcionar la democracia con una televisión que engaña al vulgo? «Pero el valor democrático de la televisión –en las democracias– se va convirtiendo poco a poco en un engaño: un demopoder atribuido a un demos desvirtuado.»{21}
Los utilitaristas dicen que todo hombre es racional y que sus elecciones siempre son racionales y que el mejor juez de las necesidades de cada uno es él mismo. Las elecciones de los consumidores siempre son racionales. Las elecciones políticas de los ciudadanos siempre son racionales. El elector democrático es racional por definición. El pueblo en la democracia no puede equivocarse. Como bien precisa Gustavo Bueno, «En una democracia hay que aceptar sin duda, como un postulado (si se prefiere; como una ficción jurídica del Estado de derecho) que el pueblo tiene siempre juicio al elegir»{22}. Un célebre liberal citado por Sartori, Sir Karl R. Popper (1902-1994) «ha escrito que una democracia no puede existir si no se controla la televisión»{23}. La sociedad abierta ha dejado de ser tan abierta como preconizaba Popper. La televisión debe estar dirigida por el bien del pueblo y de la democracia. Todo por el pueblo pero sin contar con él y todo por la democracia pero sin procedimientos democráticos.
En resumen, «La televisión premia y promueve la extravagancia, el absurdo y la insensatez. De este modo refuerza y multiplica al homo insipiens»{24}.
El buen ciudadano democrático clásico, con virtud cívica está en vías de extinción y el poder del pueblo es nulo en las democracias televisivas. «Porque un pueblo soberano que no sabe nada de política ¿es soberano? ¿Qué puede nacer de la nada? Como mucho, ex nihilo nihil fit. O de otra manera: de la nada nace el caos.»{25}
Frente a estas tesis que afirman que el vulgo es pasivo y víctima de la influencia de la televisión, Gustavo Bueno afirma desde un punto de vista materialista la primacía del ser sobre la conciencia. Así pues, «el espectador de televisión no puede ser considerado inocente como si de un mero espejo o receptor pasivo de verdades y de apariencias se tratase»{26}. Por lo demás, es dudoso que la televisión tenga tanto poder sobre el vulgo y que el espectador sea meramente pasivo ante la televisión. Además, televisión, mercado y democracia están a decir de Gustavo Bueno, íntimamente relacionados hasta el punto de que la democracia sólo es posible con el mercado y con la televisión. Por lo demás, sus reglas de funcionamiento derivan del mercado: elegir entre varias alternativas según la oferta y la demanda.
2. El elitismo
Ahora bien, tenemos que decir que los críticos de la televisión que hemos visto al criticar a la televisión critican a la democracia. La crítica a la opinión pública es una crítica a la democracia y por supuesto a los medios de comunicación a los que se considera los artífices de la opinión pública y de la alineación a la que se somete a la masa de modo inmisericorde. Aquí se ve la estrecha relación entre televisión y democracia. Es por ello por lo que no ha de extrañar a nadie el que la televisión sea objeto de la reflexión por parte de los sociólogos y politólogos. Es entonces la teoría crítica cultural de la televisión en cierta manera una nueva edición del liberalismo elitista crítico con la democracia de masas y postulador de la necesidad de una élite rectora. Si es verdad que la democracia es como es y la televisión es como se ha dicho antes, entonces hace falta una élite o tal vez unas élites que dirijan al Estado por la senda correcta y controlen la televisión de forma oportuna por el bien y la eutaxia política del Estado. Si la televisión es tan poderosa como dicen Bourdieu y Sartori, entonces, por la salud democrática del pueblo o por el bien público conviene establecer una dirección consciente de la televisión para evitar que el pueblo se equivoque. Ellos esperan contribuir con sus respectivas obras a la emancipación y liberación del pueblo con respecto a las apariencias engañosas que son proyectadas en la televisión y que lo entontecen y alienan de su verdadero ser democrático.
Bourdieu y Sartori creen en la democracia aún pero de sus premisas se podría concluir que no es la democracia un régimen político adecuado dado cómo está en nivel de conocimientos políticos el vulgo. De alguna manera en ellos está presente la idea de que no sólo la televisión embrutece al vulgo, sino de que la democracia está embrutecida y como es el gobierno del vulgo, la falta de capacidad política de éste lleva a la desaparición de alguna manera de la democracia.
O bien la televisión es la que manipula al vulgo a su antojo y entonces hay que apagar el televisor o controlar la programación para influir así benéficamente en el vulgo desvalido.
O bien es el vulgo así el causante de tal programación de televisión. «Y según esto habrá que decir, no solamente que la audiencia, en cuanto expresión o fractal de ese pueblo, es 'causa' de la programación (a través de la criba), sino también que es 'responsable' de ella. Dicho de otro modo: que cada pueblo tiene la televisión que se merece.»{27} Hace falta una explicación de por qué el vulgo es así y por qué la televisión tiende a degenerar paralelamente al vulgo. «¿No necesita una explicación el «hecho escandaloso» de que los instrumentos más sutiles puestos a punto por el genio humano estén sirviendo muchas veces para producir, en cadena continua, «basura estética e ideológica? ¿No es paradójico que lo más digno y admirable esté sirviendo regularmente a lo más vulgar y despreciable?»{28}
En el primer caso hay que intervenir sobre la televisión: reformándola o apagándola. En el segundo caso, la cosa es más grave y difícil: o se reforma al pueblo o se elige como decía Brecht otro pueblo tras haber disuelto al primero. Si el vulgo no sabe ver críticamente la televisión, «entonces lo más prudente será el intento continuado de mantener una tutela de la televisión, por tanto, una concepción de la televisión como 'televisión dirigida'»{29}.
¿Quién corrige al vulgo cuando se equivoca en las elecciones? Respuesta: los sabios, los intelectuales, esos impostores a decir de Gustavo Bueno. La democracia por sí misma aún en condiciones normales de funcionamiento no garantiza ni resultados justos ni políticas racionales, conque ¿cómo será la cosa cuando el pueblo pierde su capacidad política?.
Según Gustavo Bueno, no es cuestión de que la televisión sea buena o mala, sino de sus contenidos materiales, más bien es cuestión de la realidad objetiva de nuestro entorno político y social: «Tanto como un opio del pueblo, destinado a adormecerlo, la televisión puede también jugar el papel de un reconstituyente, de un 'cordial', de un tónico, y aun de un estimulante, que 'el pueblo' se autoadministra algunas veces, o rechaza indignado otras, según de donde proceda. La audiencia, es decir, las audiencias, absorben lo que avanza en la dirección de sus intereses; llamar ingenuas o inconscientes a un tipo de audiencias y conscientes o críticas a otras es trasladar la distinción a un terreno metafísico, porque tan consciente y crítica (de las alternativas ofrecidas) es la audiencia que se complace con los culebrones, como la audiencia que los aborrece, prefiriendo, por ejemplo, programas económicos, ecológicos, o políticos.»{30} Es la audiencia la que dirige la televisión más que la televisión a la audiencia. A Bourdieu y a Sartori les es aplicable el epíteto de que su crítica de la televisión es una crítica elitista y formalista. «La crítica de la televisión se deja llevar muchas veces por el más puro formalismo: el formalismo de la conciencia, el formalismo de la vigilia, el formalismo de la motivación, o el formalismo de la razón. Es una crítica tan fácil, subjetiva o elitista, como filosóficamente indocta.»{31} Si fueran coherentes con su crítica a la televisión y a sus perversos efectos en la democracia, deberían postular el sufragio censitario o capacitario cuando menos para compensar la ingobernabilidad de las democracias atacadas ferozmente por la televisión. Este elitismo intelectual de ataque a la televisión tiende a considerar que la democracia es ingobernable y que como el pueblo no tiene capacidad política, entonces la democracia corre graves riesgos. Sin embargo, nunca aportan estos autores pruebas mínimas que permitan sostener con firmeza sus tesis de la manipulación del pueblo por parte de los medios de comunicación. Lo más prudente es sostener que la mayor parte de la gente decide en las elecciones con independencia de lo que le digan los medios de comunicación así como que las creencias básicas de los individuos no suelen ser alteradas por los medios de comunicación. Por ello la televisión no puede manipular al pueblo tal y como sostienen Bourdieu y Sartori.
3. Televisión y democracia
La democracia contemporánea, bien sea en su versión constitucional o presidencialista por un lado o bien en su versión parlamentaria por el otro, necesita de la televisión según afirma Gustavo Bueno hasta el punto de que sin televisión no habría democracia. «En este sentido, hay que comenzar afirmando que la televisión no necesita de la democracia. Pero ya es mucho más difícil pensar en una sociedad democrática actual sin televisión.»{32}
Lo mismo diríamos acerca de la relación entre mercado y democracia. La democracia necesita del mercado. «La sociedad democrática se caracteriza fundamentalmente porque sería en ella en donde se conforman los sujetos electores de bienes.»{33} Pero la sociedad capitalista no necesita de la democracia. Puede haber mercado sin democracia.
Por ello la democracia no sufre ningún deterioro por la telebasura o por el bajo nivel del público, presuntamente embrutecido por la televisión. La televisión no es ningún peligro para la democracia. Es más, «La televisión juega un papel decisivo en todos los procesos electorales, porque sólo gracias a la televisión el cuerpo electoral puede tener delante (formalmente y en directo) a los candidatos»{34}. Esto evidentemente, favorece la democracia, facilita información a los electores acerca de los candidatos. Además, en el mercado el público se acostumbra a elegir entre varias alternativas, igual que en el mercado político, el vulgo elige entre varias élites políticas que compiten entre sí ofreciendo sus servicios al vulgo. También en la televisión ocurre algo parecido al tener el público que elegir entre diversos programas y diversas cadenas de televisión. «La audiencia, en la sociedad democrática, es la que manda, y la televisión madura tiene que satisfacer a esta demanda. Y no ya por razones éticas o morales, sino por razones de simple supervivencia democrática.»{35} En resumen, la televisión no constituye ningún peligro para la democracia y los críticos de la televisión y de la democracia no constituyen sino una versión atenuada de la teoría de las élites políticas al subestimar al público y su capacidad tanto política como para saber elegir entre los programas diversos y diversas cadenas de la televisión.
Notas
{1} Robespierre, Sobre los principios de moral política que deben guiar a la convención nacional en la administración interior de la república, 5 de febrero de 1794.
{2} Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Editorial Anagrama, Barcelona 1997, págs. 7-8.
{3} Pierre Bourdieu, op. cit., pág. 9.
{4} Giovanni Sartori, Homo videns, Editorial Taurus, Madrid 2002,pág. 11.
{5} Giovanni Sartori, «Homo videns», op. cit., pág. 17.
{6} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 40.
{7} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 41.
{8} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 41.
{9} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 47.
{10} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 46.
{11} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 69.
{12} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 70.
{13} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 73
{14} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 74.
{15} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 117.
{16} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 119.
{17} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 127.
{18} Aristófanes, Los caballeros, 188-193.
{19} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 130.
{20} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 131.
{21} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 133.
{22} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, pág. 195.
{23} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 146.
{24} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 152.
{25} Giovanni Sartori, op. cit., pág. 179.
{26} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, Editorial Gedisa, Barcelona 2000, pág. 329.
{27} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, pág. 195.
{28} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 246.
{29} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 101.
{30} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 330.
{31} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 331.
{32} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, pág. 163.
{33} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, pág. 150.
{34} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, pág. 170.
{35} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, pág. 226.