un proyecto confuso, El Catoblepas 6:2, 2002 (original) (raw)

El Catoblepas
El Catoblepasnúmero 6 • agosto 2002 • página 2
Rasguños

La Huelga General del 20J:

un proyecto confuso

Gustavo Bueno

En este artículo se denuncia la confusión que parece existir
entre el proyecto de una Huelga General de signo meramente económico
y el proyecto de una Huelga General Revolucionaria

1

Cartel convocando a la Huelga General en España el 20 de junio de 2002El 20 de junio pasado las centrales sindicales UGT y CCOO (aunque parece que UGT llevó la iniciativa) lograron poner en marcha en España el proyecto de una «Huelga General» de «trabajadores de todas las clases» como protesta contra un Decreto Ley (el «decretazo») que el Gobierno del PP, presidido por Aznar, promulgó con el fin de acelerar la reforma de la protección del desempleo, que afectaba muy especialmente a los trabajadores andaluces acogidos al régimen del PER (Plan de Empleo Rural: una solución coyuntural, pero chapucera, que exigía urgentemente su sustitución por otras más dignas). Por supuesto, el Decreto Ley afectaba a los trabajadores de toda España, principalmente en lo concerniente al periodo de tramitación de sus seguros de desempleo (hasta entonces adelantados por la empresa que los hubiera despedido de un modo improcedente, o en otros supuestos).

La Huelga fue preparada y anunciada minuciosamente, pero sus motivaciones objetivas no quedaban claras. Tampoco aclararon nada las interpretaciones de los resultados de la Huelga: el Gobierno y los Sindicatos dieron versiones diametralmente opuestas. Según los Sindicatos la Huelga General fue un éxito clamoroso, que detuvo el trabajo en España, según algunos, hasta en un 90%; según el Gobierno la Huelga fue un fracaso, hasta el punto de no aceptar que hubiera existido de hecho una Huelga General. Semanas después de la Huelga, la Secretaría de Estado de la Seguridad Social anunció que el número de trabajadores dados de baja en la Seguridad Social el día 20 de junio de 2002, con motivo de la Huelga General, estuvo en el entorno del 17%, o incluso en un porcentaje algo inferior. Desde el punto de vista de la Historia positiva (la que se escriba dentro de cincuenta o sesenta años) este dato procedente de la Secretaria de Estado es indudablemente el mejor criterio objetivo para medir el alcance de una huelga activa (por ejemplo: los funcionarios docentes, acabadas el 20J las clases pero todavía en periodo lectivo, debían firmar el oportuno documento para manifestarse en huelga, con el descuento consiguiente de los emolumentos y la baja en la Seguridad Social; pero muchos de ellos, que posteriormente afirmarían haber estado en huelga, no firmaron ese documento, por lo que su huelga fue a lo sumo pasiva y vergonzante, y por tanto no computable como huelga).

Las discrepancias tan escandalosas en las cifras, cuanto al número de huelguistas, no creemos que puedan ser interpretadas simplemente como efecto de la estrategia propagandística de los Sindicatos o del Gobierno. Sin duda tanto los Sindicatos como el Gobierno exageraron (por no decir que mintieron); pero las diferencias, aparte exageraciones, tienen también una explicación por razón de la diversidad de criterios utilizados en el cómputo. Por ejemplo, en varias ciudades, el comercio y aún los bancos permanecieron cerrados durante las horas centrales del día: este cierre sería interpretado por los Sindicatos como expresión de una huelga activa; pero en muchos casos la interpretación, apoyada en declaraciones de los afectados, no atribuía el cierre al ejercicio de una huelga activa, ni siquiera al ejercicio de una huelga pasiva (los pequeños comerciantes no dejaban de percibir su nómina si eran autónomos; los dependientes seguían percibiendo sus salarios directa o indirectamente; en ningún caso acudían a la manifestación), sino simplemente al miedo de los comerciantes a las represalias de los huelguistas (rotura de lunas de sus escaparates, por ejemplo). En muchos casos las cerraduras de las puertas de los bancos o de los grandes almacenes habían sido selladas con silicona.

Y, sobre todo, y sin perjuicio del aspecto masivo de algunas manifestaciones de los huelguistas, ¿era legítimo confundir los gritos de las masas compactas de huelguistas con los rumores de diez millones de votos que habían sido depositados en favor del Gobierno, hasta el punto de llegar a convencerse, en un delirio de subjetivismo, de que aquellas masas que gritaban eran superiores en número a las masas que habían depositado su voto en las urnas? De hecho, encuestas posteriores a la Huelga arrojaron un resultado que, por su apoyo al Gobierno, se oponía frontalmente a las expectativas de los huelguistas.

2

Los objetivos de la Huelga General eran muy oscuros, aunque los convocantes y muchos de sus seguidores «lo tuvieran muy claro». Sin duda tenían claras muchas de sus formulaciones particulares, pero de lo que se trata es de determinar las probabilidades objetivas. Por ejemplo, los sindicatos «tenían muy claro» que la Huelga General no tenía intenciones políticas, sino estrictamente económicas. Pero, ¿qué querían decir con esta fórmula tan clara en su enunciación? Objetivamente podían querer decir:

(1) Que la Huelga General no estaba convocada por los partidos políticos de oposición, sino por las centrales sindicales; y, en todo caso, que estaba planeada en el marco más estricto de la legalidad constitucional vigente en nuestra democracia (Artículo 28.2 de la Constitución de 1978): «Se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses.» Por consiguiente los Sindicatos convocantes, al afirmar que la Huelga General no era una huelga política podían querer estar diciendo, o estaban diciendo, que la Huelga era plenamente democrática, que ellos no convocaban una Huelga General Revolucionaria, es decir, una Huelga General orientada a arruinar la propia Constitución democrática coronada, a fin de sentar las bases, por ejemplo, de una auténtica Constitución Socialista (¿quién se atrevería a hablar a estas alturas de una Dictadura del Proletariado?). Como lo fue la Huelga de 1905 impulsada por Lenin; como lo fue la proyectada Huelga General Pacífica durante los años cincuenta, mediante la cual se pretendía, con ingenuidad encantadora, derribar al régimen de Franco una vez que el PCE, desde 1947, desistiera de «la vía armada», por sugerencia del propio Stalin –según cuenta Santiago Carrillo en sus Memorias–, y retirara las guerrillas (maquis) que operaban principalmente en Levante y en el Pirineo, a fin de practicar el entrismo del cual surgió Comisiones Obreras como una pseudomórfosis de los Sindicatos Verticales (que, por cierto, tenían tanto de inspiración soviética como de inspiración fascista italiana: la autoconcepción de los Sindicatos Verticales como órganos de carácter público pasó integramente a las centrales sindicales de la democracia, como pasaron a los sindicatos democráticos los mismos edificios sindicales construidos durante el franquismo y las legítimas aspiraciones de los trabajadores a transformarse en una especie de funcionarios del Estado, como si se estuviera viviendo en una sociedad comunista y no en una sociedad democrática de libre mercado).

(2) Que la Huelga General ni siquiera tenía un objetivo político-partidista, el objetivo de derribar al Gobierno del Partido Popular. Tan sólo pretendía que este Gobierno retirase el «decretazo».

Ahora bien, es difícil dejar de ver una intencionalidad claramente política-partidista en la Huelga General convocada por las centrales sindicales:

(1) Ante todo, una intencionalidad dirigida contra el Gobierno de Aznar, y no simplemente contra su Decreto. El indicio objetivo principal fue la fecha elegida, el 20 de Junio de 2002, calculada para yuxtaponerla con el día en el cual acababa el periodo semestral de la presidencia de España (de Aznar) en la Unión Europea; fecha en la que los Jefes de Estado y de Gobierno europeos se reunieron en Sevilla, convocados por el presidente español, que creía poder ofrecer sin duda un balance muy satisfactorio de su gestión.

Ahora bien, la fecha del 20J «probaba demasiado» como fecha de convocatoria de una Huelga General no política-partidista, sino puramente económica, entre los múltiples días de elección posible para celebrar la Huelga. Probaba que esta Huelga iba dirigida contra el presidente Aznar, y buscaba deslucir a toda costa («que no se fuera de rositas») en su final la Presidencia europea. Pero en todo caso los partidos políticos de oposición, y muy especialmente los gobiernos socialistas de las comunidades autónomas, apoyaron en todo momento y entusiásticamente la huelga convocada por lo sindicatos («Párale los pies a la derecha», decía Izquierda Unida). Por tanto, aún concedido que la Huelga no hubiera tenido en su origen una intencionalidad político-partidista, es indiscutible que cobró esta intencionalidad no sólo en el proceso de la convocatoria, sino en su ejecución.

(2) Pero si se quería derribar al Gobierno, en una democracia no sería la Huelga General el procedimiento más indicado, habría que esperar al cambio en las urnas. ¿O es que no se quería derribar al Gobierno por procedimientos democráticos?

Más aún: según algunos analistas la intencionalidad política de la Huelga General habría rebasado el ámbito partidista nacional (español), porque su finalidad política habría que medirla en un ámbito internacional, aquel en el que se mantienen enfrentados el (supuesto) eje Washington Londres Madrid Roma, frente al (supuesto) eje Berlín París. La presunta gestión brillante de Aznar al frente de la UE, y su renuncia como candidato a la Presidencia en las elecciones de 2004 en España, le habrían colocado en una disposición muy favorable como futuro presidente, y no meramente semestral (tras las reformas del reglamento), de Europa, un cargo al que Felipe González habría secretamente aspirado en su momento apoyado por la socialdemocracia alemana y francesa. Era preciso, por tanto, rebajar el brillo de Aznar al final de su gestión europea, mediante una Huelga General clamorosa que el «contubernio» habría urdido.

3

Ahora bien: cualquiera que fuera su intencionalidad explícita, me atrevo a afirmar que la Huelga General, además de política-partidista (y no meramente económica) no fue, si nos atenemos a sus circunstancias, una Huelga democrática.

Para que una Huelga sea democrática, debe ser ejercitada individualmente, por cada uno de los trabajadores (como ocurre con el voto en las urnas), y no colectivamente. Es cierto que el artículo 37.2 de la Constitución reconoce la posibilidad de conflictos colectivos; pero con este reconocimiento, si se extiende al ejercicio de la Huelga, la Constitución padecería lo que los fundamentalistas llamarían un «déficit democrático», como lo padece la Constitución de 1978 en su Título II, al establecer que la Jefatura del Estado ha de recaer en un miembro de la familia Borbón. El derecho de Huelga, en democracia pura, es un derecho de cada trabajador; y, por ello, este derecho no puede entrar en colisión con el derecho de los trabajadores que deseen acudir a su puesto de trabajo. Pero la acción de los piquetes, que sólo por ficción vergonzante (por ficción que no se atreve a considerarse revolucionaria) eran «informativos» –no disminuye en nada el significado de esas acciones la referencia a los metafóricos «piquetes empresariales» actuando principalmente sobre trabajadores con empleo precario–, descalificó la naturaleza democrática de la Huelga, pese a los buenos y confusos deseos de los dirigentes de la cúpula sindical. Una Huelga General democrática no puede parar la Nación, ni causarle daños tan graves; los derechos de una parte de la sociedad política no pueden atentar a la sociedad política misma, y por ello «la ley que regule el ejercicio de este derecho [de Huelga], sin perjuicio de las limitaciones que pueda establecer, incluirá las garantías precisas para asegurar el funcionamiento de los servicios esenciales de la comunidad». Los Sindicatos consideraron, en un ejercicio de subjetivismo inconcebible y ad hoc, los decretos que regulan los servicios mínimos como inconstitucionales, como si fueran ellos los que podían calificarlos. La intención de los piquetes no era otra sino la de llevar a cabo un sabotaje a estos servicios esenciales para la comunidad democrática (como había ocurrido días antes en la huelga de autobuses de Barcelona). Unos días antes de la Huelga unos desconocidos perpretaron la destrucción de parte de la red de fibra óptica de Telefónica, provocando un colapso de comunicaciones en todo España de varias horas. Los Sindicatos naturalmente negaron su participación en este sabotaje; pero tendrían que demostrar que el sabotaje fue llevado a cabo por el Gobierno.

A esto hay que añadir otros indicios inequívocos: ¿Cómo interpretar los petardos estruendosos que se arrojaban por algunos de los piquetes y en algunas manifestaciones? ¿Cómo interpretar la quema de contenedores de basura y agresiones directas a trabajadores que pretendían ocupar su puesto de trabajo? Quienes arrojaban esos petardos, y según el modo como los arrojaban, quienes quemaban los contenedores, quienes ejercían coacción física, tenían sin duda en su cabeza confusa la idea de una Huelga General Revolucionaria; y no les reprocho tanto esta idea, cuanto su creencia de estar representando la condición del ciudadano demócrata que lucha legítimamente por sus derechos «expropiados» y se justifica invocando la acción previa de los piquetes empresariales (contra los cuales habría que ejercitar en democracia la correspondiente acción judicial, pero no los petardos, la quema de contenedores o las bofetadas).

Más aún, si analizamos cuidadosamente los mítines o los escritos en los cuales se animaba a la Huelga General, podemos comprender hasta qué punto las «razones» eran tan desaforadas que sólo podrían explicarse desde el proyecto de una «propaganda de guerra», en la que todo está permitido, destinada a derribar al «gobierno de la derecha, defensor de los intereses capitalistas» (¿a qué otros intereses podría defender el Partido Socialista o Izquierda Unida en una democracia de mercado?). ¿Cómo, si no, interpretar esas acusaciones –que se mantienen a la misma escala en la que se movía Carrero Blanco cuando hablaba del contubernio «ruso-judeo-masónico»– según las cuales «la reforma de los subsidios de paro es un escalón más en la frenética carrera del PP para eliminar todas las conquistas sociales posibles»? Sólo unos militantes sometidos a un estado de guerra rayano en la imbecilidad profunda pueden ver de ese modo las intenciones de su adversario (a quien de ninguna manera puede interesar eliminar las conquistas sociales posibles), y su error de diagnóstico los conducirá inevitablemente al fracaso. ¿Cómo afirmar que desde el momento en que los inmigrantes sin papeles, explotados, realizan las principales tareas del campo, ya no es necesario el subsidio agrario? ¿Cómo callar el hecho de que se hayan suscrito tantos contratos legales con inmigrantes de países del Este o hispanoamericanos, que los desempleados españoles han despreciado? ¿Cómo suponer que el «decretazo» conduce «lo que hasta ahora constituía un derecho subjetivo del trabajador, a convertirse en una concesión administrativa», dejando de lado el hecho de que el derecho subjetivo del trabajador, en una sociedad democrática, está en función de un contrato de trabajo? ¿Cómo atreverse a presentar, como argumento de incitación a la Huelga, la cifras de los seiscientos mil millones de pesetas de ganancias de la banca, durante el año 2000, frente a los salarios de los trabajadores inferiores a dos millones de pesetas? ¿Acaso esos seiscientos mil millones de ganancias iban a ser repartidos entre los consejeros de la administración de los bancos o entre sus accionistas? ¿Acaso la mayor parte de esas ganancias no van destinadas, dentro del orden capitalista, a la inversión y, a su través, a la creación de puestos de trabajo, y esto sin perjuicio de las suculentas gratificaciones a los grupos selectos de consejeros? Sólo para quienes tienen en su cabeza, de un modo más o menos confuso, el objetivo de una Huelga General Revolucionaria, pueden tener sentido esas desaforadas confrontaciones.

Y, sobre todo, cuando se insiste una y otra vez en la precariedad del empleo, acusando a los empresarios de canibalismo laboral, ¿olvidan que si los empresarios (y sobre todo los pequeños empresarios autónomos, los que más puestos de trabajo ofrecen, aunque son muy pocos los trabajadores por cada empresa, en la que ellos mismos trabajan también sin poder estar sindicados como trabajadores) no ofrecen empleos permanentes es porque no pueden? ¿Olvidan que es absurdo pretender que los pequeños empresarios paguen al trabajador que se ponga de baja durante meses y meses, hasta arruinarlo? ¿Olvidan que si los empresarios se arruinan los empresarios quedarían también sin empleo? ¿Es que pueden existir, en una sociedad de mercado libre, trabajadores sin empresarios? La ironía profunda de la realidad de la sociedad democrática de mercado se nos muestra en el momento en el cual el trabajador tiene que reconocer que si quiere mantener su empleo ha de procurar «ayudar a su explotador», al empresario, porque si lo destruye, sin destruir «al sistema», se destruye también a sí mismo y a su familia. Y no se destruye lo que se quiere, sino lo que se puede destruir.

Sólo dando a los trabajadores, intermitentes o permanentes, un estatuto similar al de los Funcionarios del Estado, sería posible hablar de empleo estable; pero esto no puede hacerlo una sociedad democrática de mercado libre, ni puede hacerlo tampoco un gobierno socialdemócrata que sustituya al gobierno actual. ¿Acaso lo hizo durante sus dilatados años de mandato? Esto sólo puede hacerlo un Estado comunista, pero bajo la condición de no tolerar que un desempleado no acepte el empleo que se le ofrece a más de treinta kilómetros de distancia de su domicilio.

Niembro, 20 de julio de 2002

Una demostración posthuelga
de la confusión denunciada en este artículo

El Comercio (Gijón), Sábado, 3 de agosto de 2002

Artefacto casero contra la cafetería Europa, que abrió el 20-J. La Policía investiga imágenes del 20-J para aclarar un atentado en una cafetería de Gijón. Los autores colocaron explosivos y panfletos con el lema «¡Jódete, esquirol!»

Cafeteria que no hizo huelga el 20J: ¡Jódete, esquirol!El propietario de la cafetería Europa, en la plaza del mismo nombre, donde ayer hizo explosión un artefacto casero que destrozó la puerta principal, dice que volverá a «abrir en la próxima huelga». Cerca del local, que estuvo abierto el 20-J, aparecieron pasquines que acusaban a su dueño de esquirol, como el que el afectado muestra en la imagen. La Policía investiga la autoría del atentado.

La Policía investiga documentación gráfica de la huelga general del pasado 20 de junio para dar con los autores de un atentado en Gijón. Los hechos sucedieron a las dos y media de la madrugada del viernes, momento en que explotó un artefacto casero en una cafetería, que abrió el 20-J. El local amaneció rodeado de pasquines con el lema «¡Jódete, esquirol!».

A las tres menos cuarto de la madrugada del viernes el propietario de la cafetería Europa, Manuel Ampudia, recibía la llamada de un sereno. El mensaje fue sorprendente: alrededor de las dos y media, había explosionado un artefacto de fabricación casera en su cafetería, situada en la plaza de Europa. Al llegar al local, se encontró la puerta principal reventada y decenas de pasquines desperdigados por el suelo. El lema, escrito en asturiano, advertía que «la nuestra miseria ye'l tu beneficiu. El que la fai la paga. ¡Jódete, esquirol!».

Pocos minutos después de la explosión, se desplazaron al lugar efectivos de la Policía Científica y del Cuerpo de Técnicos de Desactivación de Explosivos (Tedax), que acordonaron la zona. Tras analizar el artefacto, comprobaron que estaba fabricado con petardos pirotécnicos y botes de aerosoles.

Los agentes analizan ahora el explosivo y los pasquines por si pudiesen aparecer huellas u otras pruebas que puedan determinar la autoría de los hechos. El Cuerpo Nacional de Policía ha abierto diligencias judiciales para aclarar el suceso y estudia documentos gráficos del 20-J para descubrir si entre los piquetes se encontraban elementos radicales. Se admite que dar con los culpables va a ser «difícil» y que los autores no tienen por qué estar entre el grupo que acudió a la cafetería el día de huelga.

Eso sí, tanto el propietario de la cafetería como las fuerzas de seguridad vinculan la explosión con el paro. El 20 de junio, Manuel Ampudia abrió su local a las seis de la madrugada, como suele hacerlo todos los días. Alrededor de las siete horas tuvo «más que palabras» con algunos piquetes, que le recriminaron su actitud. Los enfrentamientos verbales y forcejeos con miembros de piquetes se reflejaron en los medios de comunicación. Al final, el establecimiento estuvo abierto al público durante toda la jornada, para lo que precisó la colaboración de agentes antidisturbios, que vigilaron para evitar que se produjesen nuevos incidentes. Ayer, Ampudia se personó alrededor de las cinco de la madrugada en Comisaría para declarar sobre los hechos. Durante el día, la cafetería Europa funcionó toda con normalidad, tan sólo alterada por la curiosidad de numerosos clientes que se acercaron al establecimiento para interesarse por el suceso. El propietario del local recibió, además, las llamadas de varios medios de comunicación de ámbito regional y nacional.

La Nueva España (Oviedo), Sábado 3 de agosto de 2002

Gijón: Un artefacto destroza la puerta de una cafería que no cerró en la huelga general. El hostelero, tras la explosión de varios petardos y «sprays», recogió papeles con amenazas personales por haber abierto el 20 de junio

Algunos piquetes le habían advertido que, por no cerrar el 20-J, se iba a enterar. Ayer se enteró. «Durante 10 años estuve viviendo en distintos países de Latinoamérica, y precisamente fue por este tipo de cosas por las que volví, buscando tranquilidad. Es increíble que en pleno siglo XXI y en el supuesto Primer Mundo pasen cosas como éstas». Con estas palabras de indignación valoraba Manuel Ampudia, propietario de la cafetería Europa, situada en la céntrica plaza del mismo nombre, la explosión de un artefacto casero en la puerta de su establecimiento.

El explosivo, colocado en entre las dos hojas de la puerta, detonó a las 2.30 horas de ayer, destrozando la puerta del local. Alertados por vecinos, agentes del Cuerpo Nacional de Policía se personaron instantes después en el lugar de los hechos, encontrando, además de la destrozada puerta, varias decenas de pasquines con la frase: «La nuestra miseria ye el tu beneficio, el que la fai, la paga. ¡Jódete esquirol!». Después de tomar testimonios, los agentes del Cuerpo Nacional de Policía alertaron al Grupo de Desactivación de Explosivos de la Jefatura de Oviedo, que, junto con agentes de la Policía Científica de la Comisaría de Gijón, examinaron el lugar de los hechos. La primera conclusión de sus investigaciones, pendientes todavía de ulteriores análisis, es que el artefacto que hizo explosión estaba hecho con petardos pirotécnicos y con botes de «sprays».

La nota encontrada en el lugar de los hechos trataba de recordar al dueño de la cafetería su decisión de no secundar la jornada de huelga general convocada el 20 de junio. A pesar de lo ocurrido, Ampudia asegura que «si mañana hubiera otra huelga, volvería a hacer lo mismo. A partir de hoy pueden venir por aquí. Tendrán otra puerta para destrozar. No voy a cambiar mi forma de pensar porque me hayan puesto un petardo».

Respecto a quién ha podido ser el responsable de la colocación del artefacto casero, Ampudia afirma: «No hace falta ser ni Sherlock Holmes ni el inspector Gadget para saber quién ha puesto el artefacto. Lo que no voy a hacer es acusar a nadie. Para eso está la Policía». A pesar del explosivo, propietario y empleados de la cafetería trabajaron con normalidad. Hasta otra.

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